Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 169. JUNIO. Año 1979
SUMARIO
LIBERTAD y vida; libertad en la vida, para que la
vida sea verdaderamente humana. Pero para ello,
esta vida ha de ser poseída por el propio ser, co-
nocedor de sí mismo. Por eso el hombre es libre cuando
es activo y puede, consciente de sí mismo, guiar esa acti-
vidad conocida. La libertad comienza en la inteligencia
y se manifiesta en la creatividad, pacifica, humilde, aus-
tera y constante.
CANTO DEL BARBERO PARIA
EL OCIO
DEFORMACIONES CRISTIANAS
VALORAR LA IGLESIA
LA FAMILIA, REDUCTO DE LIBERTAD
VIA-LIBERTATIS
RESPONSABILIDADES CRISTIANAS
EL OBISPO WOJTYLA ANTE EL VATICANO 
NUEVO CATECISMO PARA ADULTOS
1 (101)
tiempo de oración:
CANTO DE ADMIRACIÓN
DEL BARBERO PARIA
(Fragmento de la literatura budista antigua,
recogido por el P. Dieux, del Oratorio, citado
en un tratado de Yoga).
El Ser de Bendición pasa por delante de mi casa.
¡Mi casa, la mía, la casa del barbero!
Yo corro. Él se vuelve y me espera.
¡A mí, el barbero!
Yo digo: «¿Puedo hablarte, Señor?»
Y Él dice: «Sí».
¡Sí, a mí, el barbero!
Y yo digo: «La Paz, existe para un ser como el mío?»
Y Él dice: «Sí».
¡También para mí, el barbero!
Y yo digo: «¿Te puedo seguir?»
Y Él dice: «Sí».
¡También yo, el barbero!
Y yo digo: «Oh Señor, ¿puedo permanecer cerca de Ti?»
Y ÉL dice: «Puedes».
¡También yo, el pobre barbero!
2 (102)
El ocio
ES difícil referirnos con cierta propiedad al ocio, cuando nos damos
cuenta que, en la actualidad, se nos presenta, las más de las veces, no
como un paréntesis de libertad gozosa y creadora, sino bajo formas
de consumismo, caprichoso o gregario, o de malgasto inútil y alie-
nante. Este ocio mal entendido no hace al hombre mejor ni le hace feliz. A
veces tampoco le hace infeliz por el mismo, pero favorece la parálisis o la
deformación espiritual como ser personal que es el hombre.
Aristóteles, sabiamente, relacionaba ocio y trabajo y hacia, sobre el
primero, dos afirmaciones (POLÍTICA VIII. 3. 1337 b): primera, que el ocio
es preferible al trabajo y, segunda, que el trabajo tiene por fin el ocio. De
lo cual deducía la importancia que tiene el investigar cómo hay que emple-
ar el ocio. Es evidente que este ocio no puede identificarse con la pereza y
la paralización o morosidad del desorden, sino que hay que entenderlo co-
mo "tiempo libre" en el más noble sentido humano de la expresión. Tanto es
así que, al hombre, lo hemos de juzgar y valorar más por aquello a que de-
dica su ocio en este sentido, que por su actividad llevado de la necesidad
para subsistir o cuando es estimulada por la recompensa dineraria o hala-
gadora de su vanidad, todo lo cual es contrario a la verdadera libertad, su-
puesto que creemos que la libertad es la mayor prerrogativa de la dignidad
humana.
El ocio no ha de ser para consumir, sino para crear. Consume el eslav-
o y crea el hombre libre. Consume el que se enrola en un viaje del que re-
gresa más cansado que enterado o instruido: crea y recrea su espíritu el
que se pone en contacto con la naturaleza y con la belleza y la asimila se-
renando y enriqueciendo su espíritu. Consume el que copia, orea el que
estudia e investiga.
El ocio no es vagancia o simple inactividad, sino contemplación asimi-
lativa de la verdad y de la belleza. De este modo considerado, el ocio es tan
necesario como el trabajo para realizarnos a nosotros mismos. La diver-
sión, el simple descanso, no es ocio, aunque se dedique a recuperar fuerzas
para emprender de nuevo el trabajo. El ocio no tiene por función recupe-
rar fuerza, sino profundizar en nosotros mismos y complementar lo que no
puede darnos la finalidad prevalentemente utilitarista del trabajo, con fre-
cuencia demasiado especializado y unidimensional.
3 (103)
Por supuesto que no hay que hacer el elogio de la pereza ni del parasi-
tismo, pero la eficacia absolutizadora que ha introducido el americanismo
―"time is money"―, cuando se enfrenta con la protesta del hombre "utiliza-
do" no consigue nada mejor que tratar de darle más dinero por cada vez
―meced a la eficacia― menos tiempo de trabajo, oponiendo así trabajo y
ocio, y se trabaja más para producir más y emplear así las ganancias en
máquinas, coches y chismes que no le ayudan a ser más hombre, sino a en-
gañarse creándose unas dependencias consumistas crecientes y enajenan-
tes. Afortunadamente, en Europa, no se ha extinguido la idea de introducir
la libertad tanto en el trabajo como en el ocio, lo cual es consecuencia de la
mentalidad cristiana, de la que ni Marx prescinde cuando escribe que «el
reino de la libertad comienza realmente allí donde desaparece el trabajo
impuesto por la necesidad o las exigencias exteriores», lo que equivale a
decir que el trabajo ha de ser elegido libremente y ha de ser amado, con lo
que se evita la oposición entre trabajo y ocio.
Pero este ideal supone una transformación, todavía por hacer, respecto
a la orientación del hombre y de la sociedad, desde que el maquinismo des-
naturalizó buena parte del trabajo del hombre y altero, con el resurgir de
las grandes ciudades, los módulos de relación y convivencia social.
Por esto es tan importante que, en esta situación, sepamos emplear bien
el ocio o tiempo libre. Tiempo libre de una libertad siempre en peligro, por-
que es solicitada para la disipación, para la evasión, para la curiosidad
inútil, cuando no por el egoísmo estéril o la bobería del consumismo.
EL PAPA.
A mí, el vicario de Cristo me parece solamente un hombre,
una fuerte personalidad que encarna un cristianismo vivo,
rico de humana experiencia. Cinco años de trabajo en una
cantera y en una industria química; ferviente vida juvenil
como actor, poeta, deportista; seria cultura teológica y filo-
sófica; conocimiento de la sociedad industrial y de la socie-
dad campesina; estudios y enseñanza universitaria fundados
sobre el pensamiento cristiano y sobre la mentalidad laica.
Livio Labor,
senador del PSI y antiguo presidente
de ACLI (referido por ADISTA, nº 1454)
4 (104)
DEFORMACIONES
CRISTIANAS
EN realidad, toda deformación
cristiana, surge de la falta
de fe. No es posible entender
el Cristianismo desde fuera de la
fe. Incluso, cuando la fe es vacilan-
te, también produce alteración y
algún desconcierto en el fiel inma-
turo y vacilante. Y unas veces por-
que nos empeñamos en mirar con
nostalgia el pasado que quisiéra-
mos reproducir, o porque aplaza-
mos para demasiado adelante lo
que el Cristianismo ha de hacer en
la vida, sufrimos la contradicción
de la imagen deformada que de la
Iglesia nos hemos hecho.
Un discípulo del P. Bevilacqua
destacaba en él el hecho de que
comprendiera la necesidad de que
las ideas se vivieran de acuerdo
con el tiempo y los cambios que
éste impone, precisamente para po-
der ser fieles a ellas, para mantener
su validez perenne. Y lo compara-
ba con Newman, ese otro gran ora-
toriano del siglo pasado, que escan-
dalizó a más de un timorato cuando
afirmo: «La Iglesia ha de cambiar
para poder ser fiel a sí misma».
En esta vida, en la Iglesia, nos
engañaríamos miserablemente si
pensáramos que, cuando todavía
estamos en camino del Reino de
Dios, ya tenemos o podemos alcan-
zar la seguridad y el derecho a una
situación suficientemente consoli-
dada y protegida que garantice la
total posesión de la verdad y de la
salvación inadmisible. Esto sola-
mente podría ser si la fe se separara
de la vida. Esta seguiría evolucio-
nando y desarrollando sus mani-
festaciones y la fe quedaría archi-
vada como un dato desvinculado
con todo lo nuevo, que sería lo
mismo que decir con la vida.
Pasado y futuro, siempre en
tensión de recuerdo o de esperan-
za, engendran también nostalgias
cuando miramos demasiado atrás,
o miedos cuando desconfiamos del
porvenir. Hay deformaciones cris-
tianas que vienen de esa nostalgia
y de esos temores, y desde ninguno
de los dos podemos entender o
sentirnos bien en la Iglesia que ha
de seguir siendo signo de Cristo,
pero necesariamente renovado para
ser capaz de dar el testimonio de
Cristo en todo tiempo y a todos
los hombres y ser entendida por
ellos.
5 (105)
Esta capacidad que no puede
sorprendernos ni debemos truncar
o impedir en la Iglesia, es conse-
cuencia a la fidelidad a sí misma,
a su pasado, que no puede ni debe
reproducir, sino desenvolver y des-
arrollar. Sin esa evolución o des-
arrollo, el pasado no le serviría.
No es simple guardadora o deposi-
taria, sino evangelizadora y anun-
ciadora del Evangelio que ha de
hacer libres a todos los hombres.
Pero, si esto es así, cabe que nos
hagamos la pregunta que el P. Be-
vilacqua formulaba: «¿Hasta que
punto el vínculo del pasado fue
percibido por el cristiano como
inderogable exigencia de continui-
dad histórica y cuándo, por el con-
trario, los cristianos se obstinaron
en seguir adelante con el rostro
vuelto hacia atrás hinchado el co-
razón de nostalgia por todo lo que
fue y de rencor por todo lo que es
y que será?»
Estas deformaciones, cuando no
proceden del egoísmo que hasta
pretende hallar un aliado en la
religión, suele provenir de la falta
de profundización o de instrucción
cristiana. Unas ideas sobre el Cris-
tianismo que supongan apenas un
bagaje moral o un poso sentimental
para compensar insatisfacciones vi-
tales, está muy lejos del Evangelio.
Por desgracia, muchas veces, los
cristianos nos hemos conformado
con ese mínimo residuo, sin que
hayamos ejercido sobre nuestra ac-
titud una crítica suficientemente
sincera al cotejar nuestra actitud
con el Evangelio. Entonces se com-
prende, en especial, la desazón por
la exigencia de cambio que nos
toca vivir, incluso como miembros
de la Iglesia, si queremos ser ver-
daderamente sinceros con nuestra
fe y sacarla de vacilaciones. Algu-
nos, para quienes la fe era sólo una
cultura, han optado por alejarse
de la Iglesia; otros, siguen con sus
miedos ante una contradicción que
les desconcierta al no saber cómo
relacionar la fe con la vida: no
pueden detener la vida y no saben
evolucionar en la fe. Esa evolución
a la que se refirió Newman y que
es, precisamente, no un modernis-
mo, sino el medio de extraer de su
tesoro, para cada momento nuevo,
la novedad de su verdad y el vigor
de su fuerza para ser vivida de
modo que el mundo no se deten-
ga y vayamos entendiendo por
qué caminos Dios lo conduce a su
Reino.
LAUS
No se publica durante los meses de julio, agosto
y septiembre. Reaparecerá el mes de octubre.
6 (106)
Valorar la Iglesia
desde la totalidad cristiana
LA mayoría de las valoraciones
negativas que se hacen sobre
determinadas épocas o suce-
sos de la historia de la Iglesia, pro-
vienen de que no se tiene en cuen-
ta el conjunto o globalidad de las
circunstancias que envuelven aquel
hecho o momento sometido a aná-
lisis: también puede suceder que
exijamos demasiado a nuestros pa-
sados, sin tener en cuenta que dis-
ponían de medios más rudimenta-
rios que los actuales y que tenían
ideas menos elaboradas que las
nuestras. Una consideración par-
cial o un lapsus ucrónico nos aleja
de la realidad y del tiempo a que
referimos impropiamente un aná-
lisis, porque las deducciones que
extraigamos de un tal plantea-
miento inicialmente viciado o
incompleto, por fuerza nos llevará
a resultados exasperantes o absur-
dos.
Conviene recordarlo siempre al
establecer comparaciones en las que
es fácil agudizar matices que, al
generalizarlos, atribuyeran al todo
lo que sólo corresponde a una par-
te, sobre hechos, tiempos, personas,
y colectividades. Comparar, de este
modo, equivale a oponer y oponer
a negar, por vía de deslizamientos
lógicos tópicos, demagógicos, desfa-
sados y hasta fantásticos.
En nuestra época, en la que los
conocimientos se especifican en tal
grado que ya apenas existe la figu-
ra del "sabio antiguo", que sabía
"todo" porque el universo de los
conocimientos, el saber "todo" era
mucho más reducido que el conte-
nido o sabiduría parcial de un sec-
tor de nuestra época, hay que tener
más en cuenta el riesgo erróneo de
las generalizaciones apresuradas.
En nuestro tiempo, los bienes, las
cosas, los saberes, las noticias, se
consumen, pero no se analizan, de
donde nos resultan hombres unidi-
mensionales, que parece que saben
poco o mucho de algo, pero que,
en conjunto, no saben nada de na-
da, si han de extraer su saber de
esa generalización irreflexiva cuan-
do, por un lado, ya no tienen hábito
de analizar ni tiempo y gusto para
estudiar y, de otro, carecen de ese
mínimo de humildad para recono-
cer y aceptar, por lo menos, su par-
cial ignorancia. Porque sólo criti-
car negativamente no es analizar,
ni descubrir defectos equivale a
edificar aciertos.
7 (107)
Alguien ha dicho que estamos
volviendo al hombre de Protágo-
ras, subjetivista y relativizador, en
un proceder que traduce vanamen-
te pretensiones de realismo y obje-
tividad critica y a un absoluto
categorial sin base. Pero, como a
Protágoras le corrigió Platón, tal
vez habrá que decir también ahora,
a los hombres de hoy, cualquiera
que sea el sentido que extraigan al
aserto de que «el hombre es la me-
dida de todas las cosas», que, en
todo caso, «es Dios la medida de
todo» porque sólo él lo contiene
todo.
En el Cristianismo, el Hijo del
Padre, Jesucristo, reúne en un sólo
ser la síntesis del hombre y de
Dios, apoyando ambas naturalezas
en la sola subsistencia de la perso-
nalidad divina del Verbo.
Como hombre, limitado, pasible,
relativo, débil, temporal... pero sin
pecado, sin oposición, sin posibili-
dad de rechazo con lo mismo que
le vinculaba ya necesariamente a
la divinidad.
En este sentido es modelo com-
pleto, es ideal acabado para el hom-
bre de hoy: completo Cristo hasta
la llenumbre de Dios, y de todos
los tiempos, al contrario de cual-
quier otro hombre y de los pensa-
mientos de los hombres.
Por eso, analizar y juzgar el
mundo desde Cristo, relacionar el
mundo de los hombres y los tiem-
pos con Cristo siempre viviente,
posibilita juzgar y entender con su
misma sabiduría, la verdad y los
problemas de la vida y de los hom-
bres, totalizarlo y recapitularlo
todo en Cristo, y superar y resu-
mir en su vida todos los tiempos,
sin que ningún detalle parcial nos
distraiga del todo, y podamos ser
armónicos en el juicio y justos en
la contemplación de cualquier su-
ceso o de cualquier análisis de un
momento de la historia de la Igle-
sia.
LAUS
se reparte gratuitamente a todos los amigos del Oratorio
que lo solicitan. Agradecemos a cuantos reciban nuestro
boletín que nos comuniquen los cambios de domicilio
(si eventualmente se producen) con objeto de evitar mo-
lestias e inútiles devoluciones.
8 (108)
LA FAMILIA.
REDUCTO DE LIBERTAD
ESTA ruptura actual entre ge-
neraciones y la extrema fra-
gilidad interna de muchos
matrimonios, en especial jóvenes,
no puede dejar indiferente a cual-
quiera que se precie de interesarse
por el porvenir de la humanidad.
No deseo defender aquí y ahora un
modelo determinado de familia ni
quiero cerrar los ojos ante las limi-
taciones, sufrimientos e injusticias
del pasado. Pero tampoco se sirve
al futuro aceptando sin más, en un
beatífico y perezoso liberalismo de
bajo techo, la disolución de la fami-
lia como institución básica o cre-
yendo que una desaparición conlle-
varía un progreso y una liberación
para el hombre. En el bien entendi-
do que el servicio honesto a la ver-
dad obliga a recordar los sufrimien-
tos que comporta nuestra situación
actual para muchos, también entre
los jóvenes. En todo este asunto lla-
ma poderosamente la atención que
en los países de larga tradición de-
mocrática-liberal no son ya las Igle-
sias las únicas que se preocupan,
desde sus presupuestos religiosos,
por la estabilidad de la familia.
Muchos grupos agnósticos o ateos,
por mero humanismo y desde pre-
supuestos ideológicos que incluyen
también los de la izquierda, se esta-
blecen como defensores de la mis-
ma. Cuando uno lee a ciertos pro-
hombres del marxismo español re-
petir los eslóganes de los grupos más
radicales del "feminismo" o de los
"gays", comprende que, en esto co-
mo en otras cosas, España sigue sien-
do diferente. Ojalá que el cambio de
rumbo no llegue demasiado tarde.
Porque si hay algo que se puede
considerar adquirido hoy por la an-
tropología es precisamente que el
salto de la naturaleza a la cultura,
la emergencia del hombre por enci-
ma de los animales va unida a la
aparición de la familia. No hay, ni
ha habido nunca, la mera "horda
primitiva", viviendo en absoluta
promiscuidad o al dictado del ma-
cho más fuerte. La familia no es un
invento tardío fruto de la explota-
ción del hombre sobre el hombre
―o la mujer en este caso― ni si-
quiera es la mera garantía del cre-
cer humano de los hijos. La familia
es también, por lo menos, humani-
zación de la sexualidad y apertura
al conjunto de símbolos que permi-
ten la cultura. Esto sin detrimento
de la necesaria comprensión para
los diversos modelos culturales de
familia que dependen de las técni-
cas, la economía y cualquier grupo
humano. La familia, contra lo que
muchos piensan, ha sido para el
hombre uno de los últimos reduc-
tos de libertad y creatividad, en
particular para los días difíciles.
Quienes de modo bastante torpe
quieren regresar a una imaginaria
sexualidad amorfa y sin fronteras
parecen más bien adolescentes in-
maduros o viejos ya definitivamen-
te frustrados.― J. M. VIA
9 (109)
VIA-LIBERTATIS
Los hombres son más sinceros cuando se encuentran más próximos a la muer-
te. Así Dietrich Bonhoeffer, cuando la certeza de la muerte presentida como pró-
xima le hubiera podido sugerir escribir las estaciones de un Vía-crucis, compuso
estas «Estaciones en el camino hacia la libertad», para mandar a un amigo que
podía comprenderle, aunque se excusaba de lo defectuoso de sus estrofas porque
«no era poeta». Para Bonhoeffer el «camino de la libertad» tenía cuatro estacio-
nes: disciplina, acción, sufrimiento y muerte.
I. Disciplina
Si te decides a conquistar la libertad, aprende, ante todo,
la disciplina de tus sentidos y de tu alma, para que tus deseos
y tus miembros no te arrastren ahora aquí y más tarde allí.
Que tu espíritu y tu cuerpo sean castos, y enteramente sometidos a ti mismo
y obedientes para buscar la meta que se les ha señalado.
Nadie alcanzará jamás el misterio de la libertad, si no es por medio de la
disciplina.
II. Acción
Hacer y arriesgarte por lo que es justo, y no por lo que nos gusta;
no fluctuar entre lo posible, sino emprender valientemente cosas reales.
No refugiarse en los pensamientos, sino pasando a la acción ha de consistir
la libertad.
10 (110)
Sal de la vacilación angustiosa y lánzate al torbellino de los acontecimientos,
conducido sólo por la ley de Dios y por tu fe:
la libertad acogerá jubilosamente tu espíritu.
III. Sufrimiento
¡Oh transformación maravillosa! Tus manos fuertes, activas, están atadas.
Impotente, solitario, ves el fin de tu acción.
Sin embargo tú respiras y pones tu diestra
tranquilo y confortado, en una mano más fuerte, y te das por satisfecho.
Solamente por un instante alcanzas tocar la libertad y te sientes bienaven-
turado, después se la devuelves a Dios, para que él la lleve a magnífico cumpli-
miento. IV. Muerte
Ven ya, suprema fiesta en el camino hacia la libertad eterna,
muerte, rompe las cadenas y derriba los muros que pesan
sobre nuestro cuerpo frágil y nuestra alma deslumbrada,
para que finalmente alcancemos ver lo que aquí no hemos podido ver.
Libertad: te hemos buscado largamente con disciplina, en la acción y en
Al morir te reconoceremos en el rostro mismo de Dios, el dolor.
11 (111)
RESPONSABILIDADES CRISTIANAS
ENTRE corrientes individuales
y sociológicas, nos debatimos
para que, cuando alguien se
atreva a llamarse cristiano, sea por
algo más que por mera atribución
adscriptiva, aislada, partidista o ide-
ológica, y algo más que herencia
social, que hábito cultural, pasiva-
mente aceptado y, a lo más, trans-
misible como corteza protectora
que ampara el grupo que nos es más
útil, por la coincidencia de intereses
que nos defiende, de prestigios que
consolida, de promociones que ofre-
ce, de garantías que sacraliza, en esa
gran feria de la vida en la que, has-
ta la invocación de lo santo tiene el
riesgo de ser instrumentalizado pa-
ra la vanidad, la presunción y el
egoísmo.
La crítica de la corteza caduca
con que a veces envolvemos las se-
millas vivas de la verdad cristiana
no nos ha de venir de los que miran,
a los cristianos, desde fuera: ellos no
pondrán ni un dedo para hacernos
mejores, y critican para justificarse
a si mismos, apenas sienten el res-
quemor de su vaciedad, la vacila-
ción de su duda o el desamparo en
su espíritu. La crítica nos la hemos
de hacer nosotros mismos hasta que
en nuestro reducto interior des-
pierte la responsabilidad bautismal
y se desprenda una voluntad firme
para un cambio de vida acorde con
la configuración cristiana asumida.
Responder como cristianos, no por
vanidad, no por fanfarronería ideo-
lógica, no por mezquindad oportu-
nista, no desde la actitud aprove-
chada de pueblerino llegado a más
que disimula mal sus ignorancias
con sus perfectos desprecios y, des-
de su promoción ficticia, capitaliza
para sí las apariencias de lo que ja-
más ha poseído ni creado. Hay un
poso de engreimiento y satisfac-
ción, de levadura satisfecha y fari-
saica capaz, por sí sola, de desvir-
tuar el vigor de la más viva semilla
de autenticidad cristiana. No llegan
ahí ni los que nos critican de fuera,
porque ellos no pueden saber cómo
es la llama de la brasa que nunca
han tenido en la mano, aunque la
imaginen encendida en la de otros.
No es un problema de imaginación
profética que se atreve a denunciar,
sino de vida propia que se ha de
convertir. ¿Cómo hemos llegado a
ser cristianos? ¿Qué fuerza personal
hemos añadido a nuestro bautismo?
¿Ha sido una ventaja, para nosotros
la fe, o una urgencia compromete-
dora para cambiar nuestra vida y
la del mundo? ¿Ha venido a romper
nuestro egoísmo o a añadir otro
egoísmo más, con seguridades y ca-
lidades postizas? ¿Hemos aceptado
la fe, hemos recibido los sacramen-
tos, demasiado pronto o demasiado
tarde? ¿Tal vez demasiado pronto,
como el que se apunta, como el que
se inscribe, como el que se empa-
drona y pone el nombre en el enca-
sillado burocrático de una máqui-
na espiritual? ¿O demasiado tarde,
porque hemos entendido la fe, no
como una semilla o fermento trans-
formador, sino como un añadido
que dignifica y completa?
12 (112)
documento:
LAS PROPUESTAS
DEL OBISPO WOJTYLA
PARA EL CONCILIO VATICANO II
SE trata de referirnos al documento mandado por el obispo Wojtyla, en
diciembre de 1959, al cardenal presidente de la Comisión anteprepara-
toria del Concilio. Tiene el interés de ser prácticamente desconocido,
como uno más entre los centenares que la Comisión recibía de obispos y
prelados de todo el mundo. El obispo Wojtyla no podía pensar entonces que
sería el papa actual, del que ya tenemos sus primeros discursos pontificios,
los de Puebla y la primera encíclica. El obispo Wojtyla tenía entonces poco
menos de cuarenta años, hacía apenas un año que había sido consagrado
obispo y once de su ordenación sacerdotal, a la que había llegado en la lucha
y el trabajo simultaneado con los estudios. Conocía de cerca las dificultades
que la Iglesia encontraba en su propio país y se había asomado un poco a
Europa. Era el obispo auxiliar de la diócesis de Cracovia (millón y medio de
cristianos, mil quinientos sacerdotes, en dos mitades de diocesanos y religio-
sos, y unas cuatro mil religiosas).
El documento divide en nueve puntos sus propuestas. Teniendo en cuenta
la evolución que en la misma Iglesia se ha ido produciendo, a lo largo de los
veinte años que nos separan del de la redacción de ese documento, lo hemos
de considerar de tono abierto y podemos suponer que, en la actualidad, sal-
vadas las demás circunstancias, lo sería todavía más.
Señalaremos cada uno de sus nueve puntos y destacaremos los párrafos
principales.
HUMANISMO
CRISTIANO
1. Las circunstancias en las que le toca vivir a la Iglesia
de Cristo sugieren la conveniencia de iluminar algunos
puntos doctrinales. Puesto que ha aumentado el materia-
lismo (cientista, positivista, dialéctico), es preciso hacer
una exposición del orden espiritual trascendental. Este
13 (113)
orden que tiene su principio en Dios, causa primera de
todo, se encuentra también en el hombre creado a su ima-
gen y semejanza.
Conviene delinear doctrinalmente el problema del
personalismo cristiano. La personalidad humana se ma-
nifiesta principalmente en la relación de cualquier per-
sona humana con el Dios personal: ahí esto: la cima de
toda religión.
El personalismo cristiano constituye también el fun-
damento de toda la doctrina ética enseñada por la Iglesia
y conexa con el evangelio.
Es preciso distinguir el personalismo cristiano de todo
otro personalismo con vestigios de individualismo o de
economismo materialista.
Al hablar de "personalismo cristiano" el obispo Wojtyla reproduce implícitamente
los planteamientos y las ideas de Maritain y de Mounier. Cuando, acto seguido, se
refiere al ecumenismo, casi reproduce frases del célebre cardenal Mercier, que resur-
giría en la gran figura conciliar del ecumenismo: el cardenal Bea.
ECUMENISMO
2. El Concilio y toda la eclesiología teológica... deben
dar menos relieve a lo que separa y profundizar más en
lo que une. Así se podrá preparar, tal vez mejor, la con-
versión de los espíritus, si bien habrá de implorarse, con
perseverancia, la gracia de la reconciliación con la Iglesia
en lo que atañe a los puntos doctrinales que parecen más
difíciles.
Cuando se refiere a los laicos, se lamenta de la reconocida poca importancia que se
les concede en el vigente Código de Derecho Canónico, preponderantemente clerical,
y dice:
LOS LAICOS
3. Es necesario, por parte de la clerecía, que adquiera
un conocimiento más completo de toda la vida de los lai-
cos y del valor, tanto en el sentido natural como sobrena-
tural, de esta vida.
14 (114)
En la cura de almas los laicos no deben ser conside-
rados como un objeto, sino como un sujeto cooperador. Se
trata de un trabajo evangélico que ha de ir en progresivo
aumento, y no de un pleito sobre la competencia entre
clero y laicado católico.
Pero a los apartados que dedica mayor extensión, son a los que se refieren al clero
su piedad, formación, disciplina, estudios.
LO SECULAR
EN EL CLERO
4. Se han de acentuar con energía algunos rasgos
específicos de la clerecía, en relación con los demás cris-
tianos, que responden a la particular vocación que tienen
en la Iglesia, pero hay que acentuar, al mismo tiempo, la
conexión con los laicos, con el fin de mostrar la unidad
del Reino de Dios en este mundo.
Parece oportuno que se facilite el contacto de los clé-
rigos con muchos hechos y fenómenos de la vida humana,
incluso secular...; pero insistiendo que no se trata de un
secularismo, sino solamente de afirmar todo lo que tenga
un valor, aunque carezca de aspecto religioso o sacral.
No puede darse, en la vida humana, una sacralización
generalizada diferente de la que es indirecta y discreta,
pero verdadera y profunda. La formación del clero ha
de corresponder a esta tendencia.
Coincide con muchos de los proponentes de una reforma respecto a los sacerdotes
que habían abandonado el ministerio situándose, según las leyes canónicas, en situa-
ciones en las que no se les reconocía su "status" cristiano. El obispo Wojtyla, aboga
porque se les conceda, con la reducción al estado laical, la dispensa plena de la ley
del celibato para que puedan contraer libre matrimonio o legitimar situaciones de
hecho parecidas. Fundamenta fu proposición en tres razones: el bien espiritual del
mismo sacerdote, el bien de la Iglesia y la solución de casos especiales de errónea
vocación. Y concluye:
EL CELIBATO
5. Esta propuesta se presenta a la Comisión antepre-
paratoria con el fin de que también se atienda a las voces
de los que proponen algo parecido, pero se destaca que se
trata de un asunto importante. La Iglesia, sin duda, es
15 (115)
del todo competente en esta materia. Debe, por lo mismo,
detenerse a reflexionar y ponderar al máximo y con la
mayor solicitud, si esta proposición serviría al bien espi-
ritual y a la santidad de la clerecía, o si podría relajar
la disciplina.
Muy exigente se muestra en lo que se refiere a la formación intelectual de los futu-
ros sacerdotes, haciendo fuerza, en particular, en los medios que se emplean para
proporcionar al nuevo clero la necesaria instrucción, clarificando bien, desde un
principio, las intenciones y garantizando la vigilancia de los medios. Nada le objeta-
ría Rosmini.
FORMACIÓN
E INSTRUCCION
DEL SACERDOTE
6. La raíz de la formación clerical está en el semina-
rio. Por esto debe contar con una dirección y una organi-
zación óptimas, para que esté a la altura suficiente de las
exigencias de la vocación y del estado sacerdotal, lo mis-
mo que al cuidado de las almas y del contacto con los
contemporáneos. En la formación del espíritu y de la
conciencia de los alumnos es preciso trabajar desde un
principio a partir del conocimiento cierto del sentido de
la misión apostólica. La misión y el deber han de tener
un lugar más importante en su espíritu y voluntad, dejan-
do atrás la noción de beneficio de la que parte el Código
de Derecho Canónico, aunque sea justa y conveniente.
Pero es posible que, esta noción canónica de beneficio y
su mismo nombre deban de ser cambiados por algo que
esté más de acuerdo con el talante del clérigo.
En el seminario es conveniente no solamente la for-
El cristianismo entró en la historia de Romano con la violencia, no
con la fuerza militar, no mediante la conquista o la Invasión, sino
con la fuerza del testimonio, pagada con el elevado precio de in
sangre de los mártires, a lo largo de más de tres siglos de historia.
Entró con la fuerza de la levadura evangélica que, revelando al
hombre su última vocación y su máxima dignidad en Jesucristo,
comenzó a actuar en lo más profundo del espíritu para penetrar
después en las instituciones humanas y en toda la cultura.
Juan Pablo II,
25.4.1979
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mación moral sino también la intelectual. Los seminarios
no deben ser solamente estudios profesionales, sino ver-
daderas academias o estudios generales equiparables a
las universidades. Porque es preciso que el sacerdote que
trabaja en la cura de almas posea una conveniente auto-
ridad intelectual entre sus contemporáneos, puesto que
éstos, a la vez, vemos que también adquieren una forma-
ción superior en las universidades. De donde la necesidad
de una preparación científica, en el sacerdote, como con-
dición indispensable, y que los profesores y maestros es-
tén perfectamente preparados para transmitirla.
Posiblemente no estaría fuera de lugar una comisión
encargada de verificar la calidad de cada disciplina im-
partida, de modo parecido a lo que sucede en las univer-
sidades laicas.
Nada nuevo aporta en el número siete, que es el punto destinado a los religiosos.
Como singularidad se refiere a la necesidad de que exista un visitador apostólico
estable en cada nación, y ello es comprensible en las circunstancias en que el obispo
Wojtyla escribe, cuando se trata de la dificultad de comunicaciones con Roma; pro-
bablemente ahora ya no lo pediría, relajada un poco la dureza de aquella situación
de práctico aislamiento. Se refiere, como a lugares comunes, a la colaboración entre
religiosos y clero diocesano, por una parte, y, por otra, a la necesidad de respetar el
carácter específico de cada orden o congregación y cuál sea su vocación principal en
la Iglesia universal de Cristo.
El punto octavo se refiere a la liturgia y pide que sea admitida la lengua vernácula
en la administración de sacramentos y sacramentales, pero evitando la nacionaliza-
ción de los ritos. Piensa, también, en otras simplificaciones.
Finalmente, en el punto noveno, aboga por la desaparición de impedimentos matri-
moniales menos importantes, que todavía figuran en el Código y propone la agiliza-
ción de la labor ministerial del sacerdote, ampliando sus facultades hasta comprender,
por lo menos en algunas circunstancias, todo el ámbito nacional.
No en vano han transcurrido veinte años para poder imaginar que, en la actualidad
esa relativa apertura que entonces era manifestación de prudencia y valentía, ahora
sería con mucho superada, acrecentada, ante las perspectivas que se abren en un
mundo, también cambiado, que pide todavía mayores y más profundas acomodacio-
nes. Sin duda que el obispo Wojtyla, convertido ahora en pastor universal de la Igle-
sia, deseará llevar adelante, yendo todavía más lejos, las reformas y acomodaciones
que entonces vislumbraba: pero dependerá no solamente de él, sino del resto de los
que formamos con él la Iglesia de Cristo, si, proporcionalmente y desde nuestro lugar
y nuestra época, también albergamos aspiraciones de reforma y de cambio, para re-
juvenecer a la Iglesia y para anunciar el Reino de Dios a nuestro mundo.
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Todas las semanas en
vida nueva
―Una completa información de la
Iglesia en España y en el mundo
—Un estudio del problema de ma-
yor actualidad
―Una visión cristiana del mundo
político, social, cultural y artístico
vida
nueva
Revista semanal de
información general
y religiosa
P.P.C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
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NUEVO CATECISMO
PARA ADULTOS
GENERALMENTE se le conoce
con el nombre de CATECIS-
MO HOLANDES, porque fue
en Holanda donde se confeccionó
después de diez años de trabajo
emprendido por un equipo de teó-
logos y expertos agrupados en el
Instituto Superior de Catequética
de Nimega, que habían recibido el
encargo de los obispos holandeses.
En España lo ha publicado Edi-
torial Herder, de Barcelona y ha
conocido una difusión verdadera-
mente amplia, excepto en los sec-
tores más bien críticos del Concilio
Vaticano II, puesto que este NUE-
VO CATECISMO PARA ADULTOS
era una consecuencia del mismo.
No se trata de un libro para leer
de una vez y guardarlo olvidado; si-
no que debe figurar, entre los libros
del cristiano, al lado de la Biblia.
Se llama "nuevo" porque en él se
pretende anunciar la fe de un mo-
do que corresponda a nuestros días;
pero el mensaje de la fe sabemos
que permanece substancialmente
invariable, aunque se puedan reno-
var los enfoques y la luz con que
sea examinada.
El catecismo clásico se reducía a
un conjunto de fórmulas breves, fá-
ciles de retener en la memoria. Este
catecismo para adultos pretende, en
cambio, presentar, en un lenguaje
corriente, el mensaje de Cristo mos-
trando con amplitud sus perspecti-
vas básicas y aclarando los proble-
mas actuales a la luz del Evangelio.
También se auspicia, en el prefa-
cio con que se presenta, que ha sido
confeccionado con la esperanza de
que favorezca y suscite el sentido de
comunidad, que es la gran obra de
Dios. Vivir con Dios es algo total-
mente personal, ciertamente; mas no
individual, sino comunitario. Dios
es la fuente de toda comunidad.
Los temas tratados en este volu-
men fueron escogidos con la inten-
ción de dar materia para la refle-
xión del creyente adulto. Y se ha
procurado, en lo posible, evitar el
lenguaje técnico, de modo que no
ofreciera dificultades innecesarias a
la comprensión.
Los que lean estas líneas y posean
ya el CATECISMO a que nos refe-
rimos, habrán podido comprobar
por sí mismos la excelencia del tex-
to, si realmente no lo han olvidado
después de una simple incursión
curiosa en lo nuevo. Como todo
buen libro, no se puede leer todo de
una vez, ni leer una sola vez, sino
que ha de ser cita continua de la
inteligencia y del interés del lector,
en este supuesto, cristiano.
Los que todavía no lo tengan, ad-
quiéranlo cuanto antes y léanlo con
frecuencia. Vivimos en una época
de grandes desfases entre lo que de-
cimos creer y lo que conocemos de
nuestra propia fe, lo cual hace más
necesario adquirir o mejorar la
ilustración propia sobre la misma.
Muchos critican simplemente para
disimular su ignorancia; otros vege-
tan en el sentimentalismo ignoran-
te, indecisos por acabar de ser real-
mente cristianos. La instrucción
reflexiva sobre el contenido de la
fe y su vivencia es indispensable
al buen cristiano.
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EL MANDAMIENTO LIBERADOR.
El mandamiento de Dios revolado en Jesucristo abar-
ca la totalidad de la vida; no sólo vigila, como lo ético,
la infranqueable barrera de la vida, sino que es a la
vez el centro y la plenitud de la vida. No sólo es deber,
sino también permisión: no sólo prohíbe, sino que li-
bera en orden a la acción no-refleja. No sólo interrum-
pe el proceso de la vida donde falla, sino que la acom-
paña y la guía, sin que esto tenga que emerger siem-
pre en la conciencia. El mandamiento de Dios viene
a ser la orientación divina diaria de nuestra vida. El
mandamiento de Dios es la permisión de vivir como
hombre ante Dios.― D. Bonhoeffer
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 3. 6. 79
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