Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 170. OCTUBRE. Año
1979 |
SUMARIO |
EL MUNDO no está enfermo
de males ni intoxicado |
de errores, sino, más
bien, ayuno de bienes y nece- |
sitado de verdades.
Alimentarle con la verdad que |
sabemos y podemos
comunicar, fortalecerle con ese bien |
que tenemos y debemos
compartir, y educarle para que |
no desperdicie fuerzas ni
desprecie la verdadera luz: ésa |
es la misión que nos
incumbe, aun antes de protestar por |
lo que honestamente no nos
gusta. Olvidarlo sería ingra- |
titud por una capacidad
recibida y, además, traicionar |
un encargo que nos
compromete ante Dios, y unos frente |
a otros, porque Dios es
padre de todos, y todos somos |
hermanos. |
A PARTIR DE LA PALABRA |
MISIÓN Y PACIFICACIÓN |
«TUS INDIAS SON ROMA» |
LA MISIÓN ES UNA NUEVA
CONSTRUCCIÓN |
EL CRISTIANISMO Y LA
CIVILIZACIÓN |
1 (121) |
A PARTIR DE LA PALABRA |
CUANDO la Iglesia asume e
ins- |
titucionaliza las obras de
los |
santos y fundadores, lo
hace |
no solamente porque
reconoce la |
oportunidad de exaltar el
valor |
universal de las mismas,
sino por- |
que vienen a enriquecer
con nue- |
vas modalidades, la
encarnación |
del Evangelio en la vida.
Cada obra |
de apostolado, cada
empresa de vi- |
da de perfección, cada
sociedad o |
instituto religioso
constituyen otras |
tantas manifestaciones de
un mismo |
dinamismo apostólico y
santifica- |
dor, ejercido en nombre de
Cristo, |
vivido en Cristo. Unidad y
variedad |
que son,
providencialmente, fuerza |
Y agilidad a un mismo
tiempo, in- |
dispensables a su misión. |
Cada una de estas empresas
es |
celosa de lo que la
distingue y |
especifica dentro de la
Iglesia. Se |
trata de un celo
perfectamente jus- |
tificado: porque en esta
razón espe- |
cífica está su propio
origen y la |
motivación de su
existencia. |
No pocas veces ha sido
tarea di- |
fícil pretender encuadrar
o "enva- |
sar" en leyes,
necesarias a toda |
institución, lo más
original y pro- |
pio, lo más característico
de las |
obras de los santos. Los
oratorianos |
sabemos la repugnancia que
san |
Felipe profesaba hacia el
exceso |
de leyes, y cómo se avino,
urgido |
finalmente, por el mismo
Papa en |
persona, a elegir en
Congregación |
aquella comunidad
espontánea ―di- |
ríamos hoy― de
tiempo reunida en |
torno a él mismo,
gobernada sin |
leyes, con sólo la
caridad. |
Pero ¿qué era lo propio y
espe- |
cífico de la obra de san
Felipe? |
¿Qué era lo nuclear en el
Oratorio? |
¿Qué era lo que podría dar
motivo |
para que su obra se
institucionali- |
zara? ¿Qué llamaría la
atención de |
los hombres de Iglesia
para empu- |
jarle a aceptar la
erección de su |
obra en Congregación? |
La denominación "del
Oratorio", |
que luego ha prevalecido,
vino del |
lugar donde se celebraban
las reu- |
niones: pasados los años
de aque- |
llos primeros encuentros,
en peque- |
ño número de asistentes,
que tenían |
lugar en su misma
habitación, de |
una manera informal y
espontánea, |
fue necesario disponer de
un lugar |
más espacioso, medio salón
medio |
templo, para el que la
palabra "ora- |
torio" parecía
adecuada. De esta pa- |
labra, y también de una
parte de |
lo que en tales reuniones
se hacía, |
se quiso deducir
―tal vez demasia- |
do precipitadamente—, que
la obra |
2 (124) |
de san Felipe Neri era una
como |
genial empresa de
"apostolado de |
la oración". No se
podría negar |
que el Santo fue tanto un
hombre |
de oración que, en ciertas
épocas |
de su vida, por lo menos,
ocupó el |
ejercicio de la misma
muchas horas |
del día y noches enteras,
y que |
siempre fue el respirar de
su alma, |
gozosamente amiga de Dios.
Y que |
supo enseñar a los demás a
tratar |
con Dios,
enfervorizándoles, hasta |
elevar sus mentes y
convertir en |
oración los pensamientos y
la vida. |
Pero todo esto era más
bien el fru- |
to; la obra del Oratorio
tenía otro |
centro. |
El "ejercicio"
propio del Orato- |
rio consistía en el
peculiar modo |
de tratar la palabra de
Dios: los |
"sermoni", los
"ragionamenti", el |
modo espontáneo de las
"conver- |
saciones"
generalmente dialoga- |
das, pero no tan
divagantes, en las |
que sacerdotes y seglares
partici- |
paban, sin aires
doctorales, «sin |
buscar aplauso, a la
manera popu- |
lar, como hacía san
Francisco de |
Asís», escribía el
discípulo predi- |
lecto de san Felipe,
Tarugi (29.6. |
1584). |
En los primeros tiempos en
que |
esta forma comienza a
prosperar, |
existe, en la comunidad
oratoriana |
inmediatamente formada por
san |
Felipe, un celo muy
concreto e |
interesado en mantener la
pureza |
original de su estilo
«sobre la con- |
versación de la forma
antigua del |
Oratorio en la cual
intervienen to- |
dos los que hablan en él».
Repeti- |
das revisiones quieren
asegurar la |
fidelidad a lo que se
reputa como |
peculiar y característico
del ejerci- |
cio del Oratorio, es
decir, «la pala- |
bra de Dios, tratada de
manera sen- |
cilla, familiar, con fruto
y digni- |
dad». Los primeros padres
del Ora- |
torio (Talpa) atribuyen a
Tarugi |
el saber interpretar este
estilo de |
manera magistral por lo
que es |
llamado «Maestro y dux
verbi del |
Oratorio». |
Cuando el Oratorio,
abierto a to- |
dos, sacerdotes amigos y
seglares |
que reciben el influjo
espiritual de |
san Felipe, parece que
tiende a des- |
viarse o perder algo de
este estilo |
y modo peculiar de tratar
la "pala- |
bra de Dios", se
comienzan a tomar |
precauciones y establecer
normas |
(Lib. II Decr., 16. 7.
1587; 18. 10. |
1589; Lib. III Decr., 1.1.
1594) para |
que los invitados a
hablar, que no |
son del Oratorio, se
avengan a su |
estilo. Finalmente se
llega a excluir |
3 (123) |
a los eclesiásticos ajenos
al Orato- |
rio (Decr., 20. 5. 1596). |
En cambio, cuando los
Escola- |
pios redactan sus
Constituciones |
se dice en ellas (Pars
III, cap. 7) que |
se observe en la
predicación la elo- |
cuencia familiar «que usan
los RR. |
Padres del Oratorio de
Roma». |
«Nosotros hablamos al
corazón», |
decía Tarugi. Era un
género nuevo |
de elocuencia, muy
distante del |
usado en aquel tiempo;
nuevo has- |
ta formar escuela, hasta
ser algo |
típicamente peculiar del
Oratorio, |
hasta constituir lo más
"original" |
de sus reuniones, a las
que acu- |
dían las almas ansiosas de
verdad |
y sinceridad. Eran, estas
reuniones, |
«una conversación con los
oyentes; |
así lo entendían
unánimemente |
todos los Padres: la
predicación fa- |
miliar era la
característica esencial |
del Oratorio»
(Ponnelle-Bordet). |
J. H. Newman, en una de
sus |
conferencias sobre el
Oratorio, re- |
fiere el testimonio del
padre Man- |
ni, hijo espiritual del
Santo, que |
recordaba que «el oír
diariamente |
la palabra de Dios, vale
por los |
demás ejercicios de
piedad». |
El padre Gülden, del
Oratorio de |
Leipzig, escribió: «Por
palabra de |
Dios, no se entendía
solamente las |
palabras de las Sagradas
Escritu- |
ras, sino también el
"verbum", que |
había tomado forma en la
historia |
de la Iglesia, en su vida
y en sus |
obras, y también en el
"verbum" |
que nosotros podemos
encontrar |
en todo ser humano,
hermano nues- |
tro, si estamos dispuestos
a recoger |
su "ingenium" y
lo que el Espíritu |
Santo le dicta. No se
trata, hoy, |
de detenernos a estudiar
escolás- |
ticamente todos estos
aspectos de |
la "palabra de
Dios", sino de medi- |
tarla individual y
coloquialmente, |
y responder con la oración
y asi- |
milarla y fundirla en
nosotros con |
la plegaria, hasta
realizarla en las |
obras. Dispuestos a llegar
hasta las |
fuentes, y hacer que nos
influya, |
acogiéndola dentro de
nosotros, pe- |
ro con referencia siempre
al ser hu- |
mano, tal como hoy se
presenta...» |
Luego la oración es sobre
este ob- |
jeto, es el trabajo
interior del espí- |
ritu desde este objeto,
hacia Dios... |
Y, en fin, podría añadirse
lo de la |
"sola caritas",
el capítulo de la ale- |
gría, de la libertad. Y
hasta llegar a |
la predilección
tradicional del Ora- |
torio por la Liturgia, que
siempre |
comienza, o debe comenzar,
siendo |
el anuncio del Evangelio,
palabra |
que ha de hacerse vida;
sin ello se |
reduciría a esquemas
rituales inú- |
tiles, lo que debería ser
el encuen- |
tro gozoso del hombre con
Dios. |
Hace cuatro siglos, pues,
que el |
Oratorio trajo a la
Iglesia esa vuel- |
ta a la simplicidad del
anuncio del |
Evangelio, del comentario
vivo, |
sencillo, serio,
espiritual, encarna- |
do de la palabra de Dios.
Entonces |
impresionó, porque
respondía a la |
realidad. Que es la
urgencia que |
subsiste siempre, cuando
se trata |
del Evangelio, de la
palabra de |
Dios, del Dios que habla
en las San- |
tas Escrituras, en la vida
de la Igle- |
sia, en la Historia del
mundo y en |
la conciencia de los
hombres. |
4 (124) |
MISIÓN Y PACIFICACIÓN: |
el ejemplo de Ramón Llull |
LA IGLESIA es
esencialmente |
misionera y comenzó a
partir |
de la irradiación
apostólica |
de las primeras
comunidades cris- |
tianas. La proyección del
anuncio |
de Cristo se ha ido
cumpliendo, a |
través de veinte siglos,
porque los |
cristianos han ido a
presentar el |
Evangelio a los hombres
que lo |
desconocían o porque éstos
han |
rodeado a los cristianos y
han pre- |
guntado por Cristo. Además
de este |
anuncio hacia fuera, la
Iglesia ha |
tenido que seguir
predicando la |
Palabra a sus fieles,
porque toda |
vida en crecimiento
supone, desde |
el espíritu, un proceso de
profun- |
dización, y el
cristianismo es esen- |
cialmente vida y es
espiritual. |
San Pablo se nos muestra
como |
arquetípico en toda la
riqueza de |
aspectos desde los cuales
conside- |
ramos la misión, o anuncio
del |
mensaje cristiano, el
Evangelio. |
Cualquier replanteamiento
que nos |
hiciéramos ha de consistir
en una |
vuelta al Nuevo Testamento
y sin |
olvidarnos nunca de tener
en cuen- |
ta al Apóstol por
antonomasia. Ade- |
más, cada época ha
propiciado cir- |
cunstancias, modos y
estilos que |
la posterior evolución
histórica ha |
mantenido o superado. En
cada |
época y momento de la vida
del |
hombre, la Iglesia se ha
esforzado |
en cumplir el encargo
misional, |
que ha de ser juzgado de
acuerdo |
con las respectivas
situaciones y |
mentalidades propias de su
tiempo. |
Hoy en día, por ejemplo,
pensa- |
ríamos que sería una
aberración y |
un contrasentido emprender
cruza- |
das para extender el
conocimiento |
del Evangelio o para
rescatar reli- |
quias cristianas. Pero
hemos de |
abstenernos de precipitar
nuestro |
juicio sobre las cruzadas
de la |
Edad Media, sin antes
tener en |
cuenta el contexto
histórico en que |
se inscribían aquellas
gestas que |
ahora creemos
desafortunadas, pe- |
ro que, en parte por lo
menos, |
tuvieron su significación
misione- |
ra, protagonizada
especialmente |
por los franciscanos y
dominicos, |
que significaron el
aspecto pacífico |
en el enfrentamiento de
pueblos y |
razas entonces en
contienda. |
Otro tanto nos ocurriría
con la |
expansión misionera del
Renaci- |
miento, motivada por los
descubri- |
mientos geográficos de
España y |
5 (125) |
Portugal, para cuyo
socorro evan- |
gelizador la Santa Sede
establecía |
una especial Congregación
—de |
Propagación de la
Fe― que, por |
otra parte, jamás pudo
actuar por- |
que los Reyes
conquistadores con- |
dicionaban la expansión de
la fe |
a sus miras imperialistas,
sin admi- |
tir la autonomía de la
Iglesia en la |
misión evangelizadora. A
pesar de |
lo cual hubo santos
misioneros y |
no fue inútil la
mediatizada activi- |
dad de los predicadores,
si bien se |
perdieron,
irremisiblemente, mu- |
chos elementos culturales
indíge- |
nas, perfectamente
integrables en |
el Evangelio, que fueron
destrui- |
dos con la implantación de
los |
nuevos modelos impuestos
por la |
civilización imperial. |
Y otro tanto con los
recientes |
colonialismos, que veían
bien la |
misión evangelizadora si
comple- |
taba la culturización de
los domi- |
nados y no creaba
problemas de |
indocilidad frente a la
metrópoli |
beneficiada con las
riquezas natu- |
rales extraídas a bajo o
ningún |
precio. En el Congo, por
ejemplo, |
frente a míseros
botiquines que |
acarreaban los abnegados
misione- |
ros o que existían en los
pocos y |
mal provistos hospitales,
no falta- |
ban aparatos de rayos X a
la salida |
de las minas, para
"registrar" a los |
miserables que trabajaban
en ellas, |
a la salida, no fuera que
se hubie- |
sen tragado algún
diamante... Ni |
había, en el momento de su
inde- |
pendencia, siquiera dos
docenas de |
indígenas
universitarios... |
Muchas veces, lo que la
Iglesia |
decía al hombre negro, lo
desmen- |
tía el hombre blanco, que
además |
era cristiano (?). |
La misión siempre ha sido
difí- |
cil, siempre ha sido una
cruz, ade- |
más de una divina e
inevitable |
urgencia. Todavía hoy, un
día y |
otro, podemos leer en los
diarios |
que un misionero o
sacerdote ha |
sido asesinado, y no por
los caní- |
bales, sino por el poder
estableci- |
do, y como represalia o
medida |
enmudecedora de una
palabra que, |
aunque esté en el
Evangelio, com- |
promete la codicia de los
tiranos. |
Pero, para los que se
acerquen |
con imparcialidad a las
páginas de |
la historia, es posible
siempre ha- |
cer un balance positivo de
la con- |
tribución que la Iglesia
hizo a la |
pacificación, aun en los
momentos |
en que se pretendía
justificar la |
Ei bien que cada uno de
nosotros somos capaces de hacer, |
no podemos delegarlo en
los demás porque todos tenemos |
una misión de la que hemos
de responder, en la iglesia, |
Ante Dios y Ante nuestros
hermanos. |
6 (126) |
licitud de la violencia al
servicio |
de causas justas o tenidas
por tales. |
En apoyo de ello queremos
traer |
un par de nombres
significativos, |
que surgen en la Edad
Media, del |
hervor de las Cruzadas,
que ellos |
entendían como una empresa
más |
bien para convencer a
infieles |
―«pues para poder
ser convenci- |
dos Dios hizo a los
hombres racio- |
nales » (Llull)— que para
vencerles |
y obligarles con la fuerza
de las |
armas. |
En el siglo XIII nos
encontramos |
con dos varones santos,
Ramón de |
Penyafort y el beato Ramón
Llull |
(barcelonés el primero,
mallorquín |
el segundo), opuestos al
sentido |
violento de la
"cruzada". En el de |
Penyafort, universitario,
eximio |
jurista, no encontraremos
en sus |
escritos expresiones
negativas, co- |
mo era el estilo de otros
escritores |
de la época, con el famoso
"contra" |
—contra iudeos",
"contra genti- |
les" "contra
sarracenos"... Y su |
actuación y celo
apostólico nos |
confirma, a pesar del
acceso que |
tuvo entre los
"grandes" del mundo |
"confesor de reyes y
de papas"..., |
como le llama el cantar
popular |
la ausencia de tentaciones
de vio- |
lencia al servicio (?) de
Cristo: no |
era con la fuerza de las
armas, sino |
con el respeto del hombre
y en el |
diálogo fraterno que se
puede lle- |
gar a la auténtica verdad,
al fondo |
del espíritu, a Dios. |
No le iba a la zaga el
beato |
Ramón Llull. ¿Se
conocieron am- |
bos? Llull era paje de
Jaime I EI |
Conquistador, cuando el de
Penya- |
fort, hombre maduro,
"confesaba |
reyes y exhortaba
papas..." |
Llull se inició en la
corte, pero |
a los treinta y tres años
(1263), |
tocado por Cristo, cambió
de rey: |
lo sería Jesucristo, el
Amado. Eran |
aquellos, tiempos de fe y
de gestos |
heroicos y él abandonó
todo, deci- |
dido a emplear sus
energías en el |
servicio de su Señor y en
la con- |
versión de los no
cristianos. Más |
tarde, su ardiente amor a
Cristo |
nos dará, entre otros
escritos, su |
incomparable Llibre
d'Amice Amat, |
verdadera joya de la
literatura |
mística; de su amor a las
almas |
surgirán varias obras
directamente |
misioneras, en las que
estudiará |
las diversas religiones de
que tiene |
noticia, reflexionará
sobre lo que, |
en su época, serían los
"signos de |
los tiempos"
aplicándolos al desig- |
nio de santificación
universal que- |
rido por Dios, y hará una
exposi- |
ción nítida e irónica
sobre la esen- |
cia del cristianismo.
Además, una |
amplia y vivacísima
concepción |
religiosa será vertida en
su poema |
Blanquerna, la más
conocida de |
sus obras. |
Como del resto ha hecho
siempre |
la Iglesia ―salvo en
aquellos casos |
en que ha sido subyugada y
utili- |
zada por los poderes de
este mun- |
do, como instrumento de
coloniza- |
ción cultural—, Llull
tuyo, como |
Ramón de Penyafort, una
gran pre- |
ocupación por asimilar la
lengua |
y la cultura de los
pueblos que |
quería evangelizar. En
aquella épo- |
7 (127) |
ca, en la que el Mar
Mediterráneo |
podía considerarse, como
observa |
Metodio da Nembro, el
"lago ára- |
be", no solamente
profundizó sus |
estudios de latín, para
hacerse en- |
tender de las altas
jerarquías de la |
Iglesia, sino que estudió
la lengua |
Y las manifestaciones
culturales |
árabes, siguiendo con ello
la mis- |
ma dirección que el de
Penyafort |
había iniciado al fundar
escuelas |
lingüísticas en Túnez,
Barcelona y |
Murcia para el estudio del
árabe, |
hebreo, turco, eslavo...
en orden a |
misionar las riberas
mediterráneas. |
El colegio de Palma de
Mallorca, |
fundado en 1275 por Ramón
Llull |
obedecía a la misma
preocupación, |
especialmente en lo
relativo al |
mundo islámico. Aquí
estuvo Llull |
por espacio de un decenio,
escri- |
biendo, enseñando, hasta
que em- |
prendió una serie de
viajes cerca |
de los reyes cristianos,
papas y |
cardenales para excitarlos
a cola- |
borar con su plan pacífico
de evan- |
gelización. Casi treinta
años duro |
su peregrinar, desde
Mallorca, a |
las costas del Norte de
África, a |
las cortes de los reyes, a
la del |
Papa... Finalmente
encontró la |
muerte en el martirio en
el último |
de sus tentativos entre
los musul- |
manes. |
Aparentemente, no tuvo
éxito la |
porfía de Ramón Llull. En
reali- |
dad, su canto Desconhort,
escrito |
en Roma en 1295, tal vez
la más |
importante de las obras
llullianas |
por su fuerza dramática y
por su |
interés autobiográfico,
revela los |
sentimientos de su corazón
afligi- |
do, al ver que no se le
hacía caso |
cuando presentaba su plan
—¿utó- |
pico?— para convertir el
mundo. |
Pero, ¿tenía razón en
despreciar |
sus planes de
evangelización pací- |
fica aquel mundo cristiano
medie- |
val que había conocido el
fracaso |
de las
"cruzadas"?... Sí, a pesar de |
los mitos de heroicidad,
la razón |
de la fuerza había
fracasado ¿por |
qué no se daba una
oportunidad a |
la fuerza de la razón
manifestada |
con el amor, no de unos
cuantos |
misioneros soñadores con
el mar- |
tirio, sino de la
cristiandad entera, |
hermana de media humanidad
ig- |
norante del Evangelio? No
armas |
de violencia, sino
"armas espiri- |
tuales", repetirá
Ramón Llull: «ora- |
ción, mortificación,
sacrificio, cien- |
cia...» Es la obsesión que
gravita |
en toda su obra Ars magna,
impo- |
sible de comprender sin
este su- |
puesto. |
Las exigencias más audaces
para |
una presentación del
Evangelio con |
toda su pureza a las masas
que lo |
desconocen, hoy
encontrarían, en |
Llull, no sólo un
precedente, sino |
un maestro, joven todavía,
ante el |
amanecer de un mundo en
trans- |
formación, absurda si no
es inspi- |
rada por la trascendencia. |
Llull comprende, en pleno
siglo |
XIII, que la Iglesia no se
puede |
resignar a la cerrazón
impuesta |
por unos límites que
determinan |
la
"Cristiandad". Esos límites han |
de derribarse y hay que
penetrar |
más allá, sin límites. Por
ello pide, |
8 (128) |
ya entonces, que la
Iglesia, no se |
resigne a mantener y
defender la |
pureza de su fe, sino que
la co- |
munique activamente,
disponiendo |
todos los medios a su
alcance y |
que, para ello, instituya
un orga- |
nismo que articule todo
este dina- |
mismo apostólico, a escala
univer- |
sal. No se le hizo caso.
Pero tres |
siglos más tarde, después
de unos |
primeros tentativos de san
Pío V |
―contemporáneo de
san Felipe |
Neri—, Gregorio XV, en
1622, |
instituía ese organismo
con el |
nombre de "Sagrada
Congregación |
para la Propagación de la
Fe", que |
ahora se llama con más
propiedad, |
"para la
Evangelización de los |
Pueblos". Esta
institución surgía |
en la Iglesia ante la
apremiante |
necesidad de evangelizar
las gran- |
des zonas de la tierra
descubiertas |
en el siglo XVI; pero es
curioso |
constatar cómo, los países
descu- |
bridores más directamente
intere- |
sados, se negaron a
aceptar la |
jurisdicción del nuevo
organismo |
pontificio en las tierras
de su do- |
minio, cuya evangelización
estuvo |
directamente supeditada al
poder |
político respectivo. Por
lo cual, di- |
cha "Congregación
para la Propa- |
gación de la Fe" tuvo
que alterar la |
finalidad para la que fue
fundada |
y los papas la dedicaron a
la lucha |
por la recuperación de los
países |
protestantes. Extorsión
que ha sido |
recientemente subsanada.
En reali- |
dad, propiamente para las
misio- |
nes, ha funcionado sólo
reciente- |
mente. Ello puede
explicar, por lo |
menos en parte, algunos de
los pro- |
blemas actuales que, en el
orden |
cristiano, tienen
presentados los |
países latinoamericanos. |
Pero Llull, además de un
orga- |
nismo central
eclesiástico, asistido |
por un conjunto
convencional de |
delegaciones periféricas
que coor- |
dinaran toda la actividad
misione- |
ra de evangelización,
insistía para |
que, paralelamente, se
operara una |
igualmente universal
reforma del |
mundo católico, no sólo en
el as- |
pecto religioso, sino
también en |
el político y social, sin
lo cual la |
evangelización se habría
reducido |
a un recurso hipócrita
para dilatar |
el dominio de los reyes
cristianos, |
pero no para la verdadera
exten- |
sión espiritual del reino
de Dios. |
Por lo tanto, con idéntico
compro- |
miso global, pero
cumpliendo ca- |
da cual el propio deber
específico |
―papas, reyes,
cardenales, hom- |
bres de Iglesia,
sabios...— todos |
debían trabajar en orden a
la pro- |
pagación del Evangelio. No
sería |
difícil encontrar en la
voz del pro- |
tagonista de Blanquerna
resonan- |
cias del Vaticano II en el
capítulo |
VI del decreto Ad gentes.
Llull |
siente, vivamente, el
valor y la |
fuerza del "deber
misionero" y lo |
subraya repetidas veces. |
Obviamente, el compromiso
uni- |
versal de todos los
creyentes cons- |
tituye el único verdadero
proble- |
ma para una concreta y
eficaz |
evangelización mundial,
problema |
siempre vivo y de extrema
actuali- |
dad. |
9 (129) |
«Tus Indias son Roma» |
ERA el año 1556, cinco
justos que san Felipe había sido |
ordenado sacerdote. Ya su
celo apostólico era conocido |
por Roma entera, que iba
acudiendo, poco a poco, a |
las reuniones de la tarde
que ya se llamaban popular- |
mente "el Oratorio
del Padre Felipe", iban a oírle, no por sim- |
ple curiosidad, sino para
dejarse guiar por él. Era muy difícil, |
en aquellos comienzos de
la labor sacerdotal de san Felipe, |
distinguir dónde acababa
la charla, la lección, el comentario |
espiritual o la
conferencia, y dónde comenzaba la conversa- |
ción, el diálogo y el
trato de amigo más allá de la admiración |
o el devocionismo o el
apego personal. La espontaneidad, la |
sencillez y el fervor
cristiano eran las cualidades del estilo |
con que san Felipe trataba
allí los temas de doctrina y piedad, |
tomando como base algún
hecho de actualidad o la lectura de |
algún libro o algún
documento interesante. |
En cierta ocasión fueron
leídas y comentadas allí unas |
cartas llegadas de Indias,
donde san Francisco Xavier y otros |
misioneros acababan de
descubrir una mies inmensa de almas |
que reclamaban mayor
número de operarios evangélicos. El |
propio san Felipe creyó
sentir el grito misionero de un lla- |
mamiento que le empujaba a
ir allá y concibió la idea de ir |
acompañado de sus más
adictos seguidores. Pero no quiso |
partir sin antes someter
sus planes al consejo de un prudente |
sacerdote, y acudió a la
abadía de san Pablo extramuros para |
10 (130) |
exponer sus proyectos y
pedir luz a un monje benedictino |
que le remitió a un santo
varón, el padre Vicente Chettini, a |
la sazón Prior del
monasterio de Tre Fontane. San Felipe des- |
ahogó su corazón con toda
la ilusionada generosidad de sus |
ansias misioneras. El
virtuoso monje le oyó y pidióle luego un |
tiempo para pensar, sin
darle una respuesta inmediata. Pasa- |
dos unos días Felipe
volvió al monasterio de Tre Fontane, y |
el santo Prior le dijo:
«Hijo mío: tus Indias son Roma». |
San Felipe recibió esta
respuesta como un oráculo, y |
nunca más pensó en
abandonar Roma, pues en verdad harto |
había en ella que hacer.
Proceder de otro modo, en su caso, |
hubiera sido ceder o
mezclar, con lo bueno de la empresa de |
"ir a las
Indias", el espíritu de aventura o cambiar ilusión por |
ideal. Su perseverancia en
Roma no fue el establecimiento de |
una seguridad honrosa,
pues huyó siempre de las garantías o |
derechos que da lo
institucional y del prestigio que hasta lo |
santo puede conferir. Se
mantuvo en Roma, y la amó como |
algo que Dios le daba,
para trabajar en ella hasta cambiar su |
faz de ciudad pomposa y
cortesana, reconquistándola para |
que fuera centro del
fervor cristiano. Roma, en efecto, tras la |
presencia de aquel
florentino sobrevenido, se purificó de aires |
disipantes y de muchas
vanidades, para volver a encontrar |
gusto en la palabra de
Dios, en la oración, en las obras de jus- |
ticia y de caridad social,
en el arte y la sana alegría. |
11 (131) |
documento: |
LA MISIONES |
UNA NUEVA |
CONSTRUCCIÓN |
Puede decirse que,
pensando en el aniversario de su pontificado, el papa |
Juan Pablo Il reemprende
el mismo discurso de hace un año para extenderse |
en un pensamiento que se
vio forzado a condensar y resumir, porque eran |
demasiadas las cosas que
tenía que decir al mundo, en sus primeras palabras. |
Ahora toma ocasión, con la
Jornada Mundial dedicada a las Misiones, para |
exponernos su pensamiento,
y lo recogemos aquí, en estas palabras que escri- |
bió el pasado 14 de junio,
solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, dirigidas |
a todos los cristianos. |
A todos mis hermanos e
hijos en Cristo: |
Al inaugurar el ministerio
apostólico el domingo 22 |
de octubre del pasado año
—fecha que felizmente coin- |
cidió con la Jornada
Misionera Mundial en la Iglesia |
Católica― no pude
omitir, entre las intenciones primarias, |
que hervían en mi ánimo en
aquella solemne circunstan- |
cia, la referencia al
problema siempre actual y urgente |
de la dilatación del Reino
de Dios entre los pueblos no |
cristianos. Dirigiéndome a
todos los fieles esparcidos por |
el mundo, recordé cómo
aquel día la Iglesia rezaba, medi- |
taba y trabajaba para que
las palabras de vida de Cristo |
llegaran a todos los
hombres a fin de que fueran acogidas |
como mensaje de esperanza,
de salvación, de liberación |
total. |
Aquel pensamiento se
renovó en mí mientras componía |
la primera carta encíclica
y trataba el tema de la misión |
de la Iglesia al servicio
del hombre: y ahora vuelve a |
vibrar todavía con mayor
insistencia a la pista de la Jor- |
12 (132) |
nada Misionera del próximo
otoño. A este respecto me |
parece oportuno repetir y
desarrollar una afirmación que |
tan sólo pude enunciar en
la referida encíclica, cuando |
escribí que «la misión
nunca es una destrucción, sino una |
reasunción de valores y
una mueva construcción» (nº 12). |
Verdaderamente esta
expresión puede ofrecer un tema |
adecuado para nuestra
común reflexión. |
La misión no es |
destrucción |
de valores |
¿Cuántos y cuáles son los
valores presentes en el hom- |
bre? Recuerdo rápidamente
los que son específicos de |
nuestra naturaleza, tales
como la vida, la espiritualidad, |
la libertad, la
sociabilidad, la capacidad de entrega y de |
amor; los que proceden del
contexto cultural, en el que se |
halla situado el hombre,
como la lengua, las formas de |
expresión religiosa,
ética, artística; los que derivan de su |
compromiso y de su
experiencia en la esfera personal, |
familiar, laboral y en las
relaciones sociales. |
Ahora bien, el misionero,
en su obra de evangelización, |
establece contacto con
este mundo de valores más o menos |
auténticos y desiguales:
frente a ellos el misionero tiene |
que adoptar una actitud de
atenta y respetuosa reflexión, |
preocupándose de no
sofocar jamás, sino de salvar y des- |
arrollar estos bienes
acumulados en el curso de tradicio- |
nes seculares. Hay que
reconocer el constante estudio en |
que el trabajo misionero
se inspira y debe inspirarse al |
acoger estos valores del
mundo, en el que desarrolla su |
actividad: la actitud de
fondo en los que llevan el feliz |
anuncio del Evangelio a
las gentes es la de proponer pero |
no imponer la verdad
cristiana. |
La dignidad del |
hombre está |
en su libertad |
Esto lo exige, ante todo,
la dignidad de la persona |
humana, que la Iglesia,
siguiendo el ejemplo de Cristo, |
ha defendido siempre
contra cualquier forma aberrante |
de coacción. La base
fundamental e irrenunciable de esta |
dignidad es la libertad.
Además lo exige la naturaleza |
misma de la fe, que
solamente puede nacer de una libre |
adhesión. |
El respeto al hombre y la
estima «por todo lo que el |
mismo ha elaborado en el
interior de su espíritu respecto |
de los problemas más
profundos y más importantes» (R. |
N. 12) siguen siendo los
principios básicos para toda recta |
13 (133) |
actividad misionera,
entendida como prudente, oportuna, |
activa siembra evangélica
y no como erradicación de |
lo que, por ser
auténticamente humano, tiene un valor |
intrínseco y positivo. |
La misión es |
reasunción |
de valores |
«Las nuevas Iglesias —se
lee en el Decreto Ad Gentes— |
reciben de las costumbres
y tradiciones, de la sabiduría y |
doctrina, de las artes e
instituciones de sus pueblos, todo |
lo que puede servir para
confesar la gloria del Creador, |
para ensalzar la gracia
del Salvador y para ordenar |
debidamente la vida
cristiana» (n° 22). La acción evan- |
gelizadora debe, por lo
tanto, tratar de dar relieve y des- |
arrollar todo lo que hay
de válido y sano en el hombre |
evangelizado y en el
contexto social y cultural al que |
pertenece. Con un método
atento y discreto de educación |
(en el sentido etimológico
de "extraer"), la acción evan- |
gelizadora debe hacer que
broten y maduren después de |
haberlos purificado de las
incrustaciones y sedimentos |
acumulados en el tiempo,
los auténticos valores de espiri- |
tualidad, de religiosidad,
de caridad que, como "semillas |
del Verbo" y
"signos de la presencia de Dios", abren el |
camino a la aceptación del
Evangelio. |
Misión |
y patrimonio |
de los pueblos |
Haciendo propia la
«riqueza de las naciones, que han |
sido dadas a Cristo en
herencia» (A. G. 22), e iluminando |
con la palabra del Maestro
aquella suma de costumbres, |
tradiciones y conceptos
que constituyen el patrimonio |
espiritual de los pueblos,
la Iglesia contribuirá también a |
la construcción de una
civilización nueva y universal, |
que, sin alterar la
fisonomía y los aspectos típicos de los |
diversos contextos
étnico-sociales, alcanzará su perfeccio- |
namiento al adquirir los
más elevados contenidos evangé- |
licos. ¿No es este,
quizás, el testimonio que nos llega de |
tantos países de misión
(pienso por ejemplo en las Iglesias |
de África) donde la fuerza
del Evangelio, libre y conscien- |
temente aceptado, lejos de
anular, ha potenciado las ten- |
dencias y los aspectos
mejores de las culturas locales y |
ha favorecido su
desarrollo ulterior? |
El Evangelio de Cristo
―recuerda también el Conci- |
lio en una bella página de
la Constitución Gaudium et |
Spes― renueva
constantemente la vida y la cultura del |
14 (134) |
hombre caído, combate y
elimina los errores y males que |
provienen de la seducción
permanente del pecado. Puri- |
fica y eleva
incesantemente la moral de los pueblos: con |
las riquezas de lo alto
fecunda como desde sus entrañas |
las cualidades
espirituales y las tradiciones de cada pue- |
blo y de cada edad, las
consolida, perfecciona y restaura |
en Cristo. Así la Iglesia,
cumpliendo su misión propia, |
contribuye, por lo mismo,
a la cultura humana y civil... |
(nº 58). |
La misión es |
una nueva |
construcción |
La acción evangelizadora,
tratando de transformar |
"desde dentro" a
cada criatura humana, introduce en las |
conciencias un fermento
renovador capaz de alcanzar y |
transformar, con la fuerza
del Evangelio, los criterios de |
juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las |
líneas de pensamiento, las
fuentes inspiradoras y los mo- |
delos de vida de la
Humanidad, que están en contraste |
con la palabra de Dios y
con el designio de salvación |
(Evangelii Nuntiandi, nº
19). Solicitado por este impulso |
interior, el individuo se
siente movido a adquirir una |
conciencia cada vez mejor
de su realidad de "cristiano", |
esto es, de la dignidad
que le es propia como ser humano, |
creado a imagen y
semejanza de Dios, ennoblecido por |
la misma naturaleza del
acontecimiento de la encarna- |
ción del Verbo, destinado
a un ideal de vida superior. |
Aquí encontramos las bases
de aquel "humanismo |
cristiano", en el que
los valores naturales se integran con |
los de la Revelación: la
gracia de la filiación adoptiva |
divina, de la fraternidad
con Cristo, de la acción santifi- |
cadora del Espíritu. |
Así resulta posible el
nacimiento de la "nueva criatu- |
ra" enriquecida al
mismo tiempo por los valores humanos |
y divinos: he aquí al
hombre nuevo", elevado a una di- |
mensión trascendente, de
la que obtiene la ayuda indis- |
pensable para dominar las
pasiones y para practicar |
las más arduas virtudes,
tales como el perdón y el amor |
al prójimo convertido en
hermano. |
El hombre nuevo |
Educado en la escuela del
Evangelio, el "hombre nue- |
vo" advierte el
compromiso de convertirse en promotor |
de la justicia, de la
caridad y de la paz en el contexto |
15 (135) |
sociopolítico, al que
pertenece y se convierte en artífice |
o al menos en colaborador
de aquella "civilización nue- |
va", cuya carta magna
es el Sermón de la Montaña. Por |
eso aparece claro que la
renovación promovida por la |
actividad evangelizadora,
aunque es esencialmente espi- |
ritual, se dirige al
corazón del grave e inquietante pro- |
blema de las injusticias y
de los desequilibrios sociales |
y económicos, que
atormentan a una gran parte de la |
humanidad y puede
contribuir a su solución. |
Evangelización y promoción
humana, si bien son |
netamente distintas
(Evangelii Nuntiandi, nº 35), se ha- |
llan entrelazadas por un
vínculo indisoluble, que encuen- |
tra significativamente su
ligazón en la más elevada de |
las virtudes cristianas:
la caridad. Allí donde llega el |
Evangelio, llega la
caridad., afirmaba mi predecesor |
Pablo VI en el mensaje
para la Jornada Misionera de |
1970. En realidad los
misioneros no han descuidado |
jamás este compromiso
fundamental, esforzándose siem- |
pre por integrar su
específico servicio "pro causa salutis" |
con una decidida y
constructiva acción en favor del des- |
arrollo. De ello es
demostración espléndida el floreci- |
miento, en todos los
países de misión, de escuelas, hos- |
pitales, institutos,
además de una serie de iniciativas en |
el campo técnico,
asistencial, cultural, que son fruto tanto |
de duros sacrificios
personales por parte de los mismos |
misioneros, como de
ocultas renuncias por parte de tantos |
hermanos suyos, que
residen en otras partes. |
Además del buen ejemplo,
el ministerio sacerdotal |
conoce sólo la predicación
como método para curar. |
Solamente la palabra sirve
de instrumento, de ali- |
mento, de aire saludable.
La palabra es la medicina |
que suministra, la palabra
es el fuego de que se |
sirve, para cauterizar, la
palabra es el bisturí que |
corta: 110 puede disponer
de nada más. |
S. Juan Crisóstomo, |
en Del sacerdocio, Libro
IV |
16 (136) |
Colaboración |
a las Obras |
Misionales |
Edificando la Humanidad
nueva, penetrada por el |
Espíritu de Cristo, la
actividad misionera se presenta al |
mismo tiempo como el
instrumento idóneo y eficaz para |
resolver no pocos males
del mundo contemporáneo: injus- |
ticias, opresión,
marginación, explotación, soledad. Como |
todos pueden ver, es una
obra inmensa y estimulante |
a la que cada cristiano
debe prestar su propia colabo- |
ración. |
En realidad, la difusión
del anuncio de salvación, |
lejos de ser prerrogativa
de los misioneros, es un grave |
deber que corresponde a
todo el Pueblo de Dios, como |
ha recordado
autorizadamente el Concilio: «Todos los |
fieles, como miembros de
Cristo vivo, tienen el deber de |
cooperar a la expansión y
dilatación de su Cuerpo» (Ad |
Gentes nº 36). Por eso no
puedo dejar de insistir acerca |
de este deber como
conclusión de estas palabras mías. |
Los que habiendo recibido
el don de la fe gozan de |
las enseñanzas de Cristo y
participan de los Sacramentos |
de su Iglesia,
precisamente por la fuerza del mandamiento |
del amor y también por la
solidaridad de la caridad no |
CONVERSACIÓN |
PARA LOS AMIGOS DEL
ORATORIO |
UN VIAJE AL PAÍS DE
JESUCRISTO |
mesa redonda |
LUNES, 15 DE OCTUBRE, A
LAS 8.30 DE LA TARDE, |
EN LA SALA DEL ORATORIO
SECULAR. |
17 (137) |
pueden desinteresarse de
los millones de hermanos, a los |
que todavía no se ha
anunciado la Buena Noticia. Ellos |
deben participar en la
acción misionera ante todo con la |
plegaria y con la ofrenda
de los propios sufrimientos: |
esta es la manera más
eficaz de colaboración desde el |
momento en que
precisamente por el Calvario y por la |
cruz de Cristo realizó su
obra redentora. Después deben |
sostener la acción
misionera con generosas ayudas con- |
cretas, porque en las
tierras de misión las necesidades de |
orden material son
inmensas e innumerables. |
La primacía |
del esfuerzo |
misionero |
Estas ayudas, recogidas
por las Obras Misionales Pon- |
tificias ―órgano
central y oficial de la Santa Sede para la |
animación y cooperación
misionera— se distribuyen des- |
pués con justicia y
oportunidad entre las Iglesias jóvenes. |
4 estas obras —advierte el
Concilio― debe reservarse el |
primer lugar, porque son
los medios para infundir en los |
católicos, desde la
infancia, el espíritu verdaderamente |
universal y misioneros (Ad
Gentes, 38). |
Efectivamente, las Obras
Misionales Pontificias ase- |
guran una eficaz
coordinación con la visión global de los |
proyectos y las
peticiones; y porque de ellas parte, rami- |
ficándose, la red capilar
de la caridad misionera. |
La circulación |
de la caridad |
Pero su razón de ser no se
limita tan sólo a una fun- |
ción organizativa: en
realidad las Obras Misionales Pon- |
tificias están llamadas a
desempeñar un papel de activa |
mediación y comunicación
inter eclesial, favoreciendo un |
contacto frecuente y
fraterno entre las diversas Iglesias |
locales, entre las de
antigua tradición cristiana y las de |
reciente fundación. Y ésta
es una función mucho más |
elevada porque
directamente refleja y promete la circu- |
lación de la caridad. |
Expresando desde ahora
viva gratitud a todos los que |
han de acoger con corazón
abierto este mensaje, invoco |
la plenitud de los favores
celestiales sobre los venerados |
Hermanos en el Episcopado,
sobre sus comunidades dio- |
cesanas y ante todo sobre
cada uno de los misioneros y |
misioneras y sus
respectivos Institutos, mientras, en pren- |
da de mi inolvidable
afecto, imparto a todos la Bendi- |
ción Apostólica. |
18 (138) |
EL CRISTIANISMO NO ES UN
HECHO |
DE CIVILIZACIÓN, SINO QUE
SE |
INCORPORA A LAS
CIVILIZACIONES |
Aparece en toda su
urgencia la necesidad que el cris- |
tianismo tiene de
incorporarse él mismo a las civiliza- |
ciones de oriente, extremo
y próximo, y de África... |
Esta evangelización de
civilizaciones enteras aparece |
como necesaria, pero es
también absolutamente non |
mal. El cristianismo no
está ligado a ninguna civiliza- |
ción particular. No es un
hecho de civilización. Es |
una irrupción de Dios en
la historia. El hecho de que |
se haya expresado
primariamente a través del mundo |
occidental, no significa
que deba ser identificado con |
occidente. No hay que
olvidar, además, que la revela- |
ción se realizó en primer
lugar en una raza y lengua |
semíticas. La
evangelización del mundo grecorroma- |
no representó una primera
transferencia de la pala- |
bra de Dios de un ámbito
cultural a otro. Actualmente |
nos enfrentamos con la
necesidad de llevar a cabo |
una nueva transferencia. |
Por consiguiente, no
debemos mostrarnos intoleran- |
tes ante la existencia de
culturas distintas de la nues- |
tra, ni desear destruirlas
para imponer la nuestra. Al |
contrario, deberíamos
pensar que tenemos necesidad |
de esas culturas para
completar la nuestra. Nada es |
más obtuso que un
exclusivismo lingüístico. La huma- |
nidad sería menos noble si
no existiera China, Arabia, |
y el mundo de los pueblos
de piel oscura. |
Jean Daniélou, |
en Essai sur le Mystère de
l'Histoire |
19 (139) |
FORMACIÓN |
CRISTIANA |
DE GENTE JOVEN |
TODOS LOS DOMINGOS |
A LAS 12,45 |
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO |
A PARTIR DEL 21 DE OCTUBRE |
Para ayudar a los padres |
a dar ideas cristianas a
sus hijos |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 12. 10. 79 |
20 (140) |
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