Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 171. NOVIEMBRE. Año
1979 |
SUMARIO |
LA VIDA es una maravilla y
un misterio. Contemplar |
su proceso nos admira:
participar en su movimiento, |
sentirnos el pulso, nos
entusiasma. Somos, cada |
uno, una ruedecita
luminosa más ―como una diminuta |
estrella pensante— del
gran reloj del mundo. Y, para cada |
uno, vivir es presidir el
propio camino desde el centro de |
la inteligencia, en el
ápice del espíritu, en el tránsito ha- |
cia la inmortalidad, donde
el gran artífice, el Autor de la |
Vida, nos espera. |
Aquí todo consiste
―precariedad de lo que llamamos |
Vida— en un trascendental
ensayo, abierto a la expectación |
de lo definitivo, donde la
inmensa grandeza del universo |
y el universo de cada
alma, cabrón, como gotas de rocío, |
en las manos potentes,
sabias y amorosas de Dios. Eso que |
hemos contenido en llamar
cielo, pero que es el calor y la |
trasparencia de la
verdadera Vida en el regazo de la ple- |
nitud del Ser. |
LA LINDE |
EL AMOR Y LA MUERTE |
LA MUERTE DE SAN FELIPE |
«MADRE TERESA DE LA
MUERTE» |
«NO TENGO MIEDO...» |
FUNDAMENTACIÓN DE LA FE
CRISTIANA |
1 (141) |
Tiempo de oración |
LA LINDE |
El tiempo, que remata, con
la muerte, |
no es el hito final, es un
lindero: |
con lo eterno colinda. |
Y si es cierto, Señor, que
solamente |
el posible espesor de
pocos años, |
o de días, tal vez, o de
minutos… |
separa mi existencia de
este linde; |
y el pensamiento de la
muerte instala |
en mi memoria, con su
triste estela |
de atención a esta vida,
vana, mísera, |
de adiós, de cierre y
fondo negativo...; |
y, como hijo del tiempo,
lo soy Tuyo |
también, Señor; quiero
mirar la linde |
desde tu cumbre, desde tu
ladera. |
¡Luminoso el empalme, de
esta cima! |
Advirtiendo la vida que
prepara, |
es llenar la presente de
un tesoro. |
Y, ¡qué don esta vida, aun
con su riesgo! |
¡Qué dignidad más limpia,
qué nobleza! |
Y un don de tu ternura,
penas, gozos: |
pena, caligrafía de otras
páginas..., |
gozo, anticipación de tu
regalo. |
Desde esta linde pura amo
el presente |
¡qué consigna más alta! |
Juan Bautista Bertrán, |
en Viento y estrellas |
2 (142) |
El amor |
y la muerte |
EL AMOR, el verdadero
amor, es más fuerte que la muerte. En términos |
naturales podemos decir
que el amor se mide por referencia cons- |
ciente a la muerte, porque
éste es el término de la vida. De donde: el |
verdadero, el más grande
amor, es la medida de bien que hoy cabe |
hasta la muerte. Cuando,
además, creemos en la inmortalidad, y proyecta- |
mos hacia ella toda medida
de bien, el amor ya no tiene medida temporal y |
el verdadero y más grande
amor necesita igualmente de la inmortalidad. |
Podemos decir bien,
entonces, que el amor no muere. |
Todos los hombres tenemos
la gloria de poder Amar, de poder emplear |
en el bien la vida. Los
creyentes. Además, tenemos la gloria de poder amar |
con un amor que no nos
cabe ni en la misma vida. El amor es, para el cre- |
yente, más rico que la
vida y más fuerte que la muerte. |
La gloria del hombre y la
felicidad del hombre es el amor. Es saber que |
puede decidirse por el
bien, que puede encontrarlo y transmitirlo, que pue- |
de recibirlo y
multiplicarlo, que puede agradecerlo y recrearlo. |
La fuerza para la vida no
se desvanece en el absurdo, sino que se edifi- |
ca en el bien porque
construye al hombre, que tiene un espíritu Inmortal. |
El bien ya no se pudre. Ei
bien sumo es el amor, y Dios en su fuente y su |
espejo. |
Son posibles los ideales
porque ya existen bienes que valen más que |
la vida, que comienzan y
se asientan en esta vida, pero que ya no caben en |
ella. Entonces la muerte
es vencida, y la victoria es el amor. San Pablo |
llamaría a este amor
"redención" y "libertad" en Cristo, que acaba con las |
esclavitudes del miedo, de
la muerte y del odio, porque, al descubrirnos el |
amor, nos da la verdadera
vida de libertad de hijos de Dios y con su muerte |
nos muestra la medida del
amor de Dios a nosotros y nos señala el modelo |
3 (143) |
de nuestro amor a Dios,
para que seamos sus hijos, más allá de la vida y de |
la muerte, en el amor
inmortal. |
Aun los que no tengan le
pueden encontrar bienes que les quepan en |
esta vida y la enriquezcan
hasta el límite de la muerte. Pero todos los que |
elijan bienes para más
allá de la muerte, es que creen en Dios, y si su amor |
es puro y es total. Si
tienen un verdadero ideal de bien, son más ricos que la |
vida y son más fuertes que
la muerte. |
Iniciación |
a la lectura |
de la Biblia. |
«Hace algún tiempo compré
una Biblia con intención de leerla. Co- |
mencé por la primera
página y leí todo el Génesis y el Éxodo, pero en los |
primeros capítulos del
Levítico abandoné la lectura, pues me aburría sobe- |
ranamente. Me perdía entre
tanta literatura extraña. Estaba desorientado. |
Llevado por la curiosidad,
todavía hojeé algunas páginas del libro de Job |
y de los Proverbios. |
Al cabo de algunos meses
volví a tomar la Biblia en mis manos y co- |
mencé a leer el Nuevo
Testamento. Esto ya era otra cosa. De los evangelios |
recorrí ciertos pasajes,
varios de los cuales no conocía. Los entendí bastante |
bien, aunque sin
distinguir las características de cada evangelio. Bastantes |
textos que leí de san
Pablo me parecieron difíciles de entender. |
Total, que la Biblia,
sobre todo el Antiguo Testamento, terminó por |
decepcionarme. El libro
que compré con tanta ilusión, está hoy arrincona- |
do en la estantería de mi
biblioteca. |
Sin embargo, estoy
inquieto, pues oigo decir a los sacerdotes: "La |
Biblia es la Palabra de
Dios": "Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo": |
"Todo buen cristiano
debe leer la Biblia"...» |
Muchos cristianos podrían
suscribir estas palabras, que son las de |
una carta que determinó a
un sacerdote a escribir un pequeño libro, cla- |
ro y sencillo, para ayudar
a leer y a entender la Biblia. El libro ha teni- |
do tanto éxito que se han
hecho ya varias ediciones. Su autor es Jesús |
San Clemente Idiazábal,
lleva por título INICIACIÓN A LA LECTURA DE LA |
BIBLIA PARA SEGLARES y
está editado por Desclée de Brouwer. Consta de |
poco más de doscientas
páginas, una tabla cronológica y dos mapas. Pue- |
de adquirirse en cualquier
librería religiosa y no es caro. |
4 (144) |
La muerte |
de san Felipe |
CUANDO leemos los
recuerdos |
que los primeros
discípulos |
de san Felipe recogieron, |
después de su muerte, nos
sorpren- |
de la naturalidad con que
el Santo |
se refería a sus últimos
días. Mu- |
chas veces había asegurado
que la |
muerte no ce una sorpresa
para los |
amigos del Señor, pero, a
medida |
que fue acercándose él
mismo a su |
fin, convertía con
sencillez sus pa- |
labras en profecía, de
modo que, |
los mismos que le
rodeaban, se |
ponían al mismo nivel de
sus ex- |
pectativas, como en el
caso de Ger- |
mánico Fedeli que se tuvo
que |
ausentar de la Vallicella
a causa |
de la enfermedad de un
familiar y, |
ansioso, manifiesta a san
Felipe, |
también enfermo, su temor
de no |
encontrarle vivo a su
regreso: |
—«Padre mío, no parto de
bue- |
na gana si no me promete
que, a |
mi vuelta, le encontraré
vivo y sa- |
no». |
Y Felipe: —«¿Cuánto tiempo
es- |
tarás fuera?» |
―«A lo más hasta la
víspera del |
día del Corpus». |
―«Bien, vete
tranquilo; pero cui- |
da de no volver más
tarde». |
A la vuelta, junto al
lecho de |
san Felipe, éste le decía:
—«Has |
hecho bien en volver;
habría sido |
un error llegar más
tarde». Y le |
sonrió con ternura. |
No ocurrió lo mismo a
Flaminio |
Ricci, desplazado a
Nápoles, al que |
san Felipe escribió
―mejor dicho, |
dictó― una carta a
menos de una |
semana de su muerte,
porque que- |
ría verle; pero llegó
tarde. |
Y el mismo día de su
muerte, |
cuando los médicos
aseguraban |
que se recuperaba
―llevaba varios |
días celebrando a diario
la santa |
Misa― y que su salud
estaba fuera |
de peligro, él insistió en
que mori- |
ría, y anunció la hora de
su tránsi- |
to, y murió. Pero aquel
día, en la |
Misa, cantó el
"Gloria", porque le |
esperaba el gozo del
Señor. |
San Felipe era un hombre
vivaz |
y amable, todo lo
contrario de un |
5 (145) |
espíritu apagado o
tristón. Incluso |
en vísperas de su muerte
su talante |
festivo y la agudeza de
sus pala- |
bras, hacían dudar a
aquellos que |
veía y les aseguraba que
se acerca- |
ba su fin. En una de las
crisis de |
su enfermedad, cuando ya
le vinie- |
ron vómitos de sangre, al
ver la |
cara de espanto de los que
le aten- |
dían, dice a uno, al más
asustado, |
para animarle con una
expresiva |
cariñosa sonrisa: —«
Tienes miedo, |
eh? Pues yo no». Y alabó
al Señor |
porque «de alguna manera
podía |
devolver sangre por
sangre». |
San Felipe llegaba
preparado a |
la muerte, si bien es
cierto que, |
antes de sus últimos cinco
años de |
vida, no se refería
demasiado a |
ella. Las fuerzas
comenzaron a fa- |
llarle cuando contaba
setenta y cin- |
co años, pero los achaques
fuertes |
no aparecieron hasta los
setenta y |
ocho. Fue a esta edad
―julio de |
1593— cuando insistió para
que |
fuese relevado de la
prepositura de |
la Congregación, y pidió a
los |
miembros de la misma que
desig- |
naran para sucederle a
Baronio, |
aunque éste no era el más
antiguo, |
pero sí el que mejor podía
condu- |
cir aquella obra en la que
Felipe |
había puesto todo su amor.
Contra- |
rio a los cargos, se
resistía Baronio, |
pero la presión del Papa,
que Fe- |
lipe había procurado, le
hicieron |
aceptar. |
Felipe quedaba tranquilo
y, en |
su corazón y en sus ojos,
el cielo y |
la tierra eran un todo
continuo. |
Tanto parecía identificado
con los |
que mejor le comprendían,
que, |
a pesar de sus frecuentes
crisis de |
salud, con desconcertantes
alterna- |
tivas entre la gravedad y
hasta el |
desahucio de los médicos y
al súbi- |
to mejoramiento, que en la
Valli- |
cella se habían hecho a la
idea de |
no perder jamás su
presencia. Y les |
parecía algo insólito que,
especial- |
mente en los dos últimos
años, se |
refiriera tan a menudo,
aunque sin |
sombra de amargura, al
tema de |
la muerte. El único
lamento que |
acompañaba esta repetida
referen- |
cia, era el que «no había
hecho el |
bien que debía» y que se
iba des- |
pués de una vida inútil.
No se daba |
cuenta de que la entera
ciudad de |
Roma había cambiado, que
habían |
cambiado las costumbres de
las |
gentes, de los sacerdotes,
de los |
prelados y cardenales, y
de los |
mismos papas; que sus
discípulos, |
con pocas excepciones,
habían ini- |
ciado un nuevo estilo de
apostola- |
No descuidéis la
vigilancia sobre vosotros mismos cuan- |
do os encontréis frente a
nuevas circunstancias o situa- |
ciones que despiertan
vuestro interés y complacen vues- |
tro gusto, y temed que
ellas no os desvíen de vuestra |
regularidad en la
oración.— J. H. NEWMAN, C. O. |
|
6 (146) |
do, que la palabra de Dios
no era |
motivo de profusiones
literarias, |
sino elemento de oración;
que los |
sacramentos acercaban a
los hom- |
bres a Dios; que las
costumbres no |
eran la degeneración del
tiempo |
inútil de los perezosos
empleados |
y cortesanos, sino reflejo
ordenado |
del gusto por la
laboriosidad y el |
legítimo gozo del
descanso; que la |
alegría hacía felices a
los jóvenes; |
que la Iglesia, en Roma,
se hacía |
ejemplo de virtudes, de
verdad y |
de celo por el bien... |
Es verdad que otros habían
tra- |
bajado por lo mismo; pero
allí, en |
Roma, en el corazón mismo
de la |
Iglesia, él lo había hecho
más que |
todos y había enseñado a
muchos. |
Precisamente porque no
había he- |
cho otras cosas, que
hicieron segu- |
ramente otros, también
santos. Y |
él los contemplaba y se
olvidaba |
de sí mismo; y contemplaba
a Dios |
y, abstraído en él, se
olvidaba de |
todo. Esto ya era una
parte de su |
cielo. Por eso exclamaba:
«¡Parad- |
iso, paradiso!» |
Esas mismas palabras dijo,
con |
los ojos, cuando, llegado
el momen- |
to, inesperado por los
demás, pero |
conocido por él, levantó
la mirada |
a lo alto, alzó la mano y,
ensegui- |
da, despacio, fue mirando
a todos, |
arrodillados en corona
alrededor |
de su lecho, y les
bendijo. Era el |
26 de mayo de 1595, día
siguiente |
a la fiesta del Corpus. Al
día si- |
guiente sería también una
gran |
fiesta en Roma: todos
acudieron |
a proclamarlo santo,
porque era |
amigo de todos y a todos
había |
hecho bien. Sería, pronto,
declara- |
do Patrón principal de la
ciudad, |
junto con los apóstoles
san Pedro |
y san Pablo. |
«Y después... ». |
Francisco Zazzara
estudiaba De- |
recho con gran provecho y
afición. |
Un día san Felipe le iba
descubrien- |
do todos sus pensamientos
y planes: |
Eres feliz —le decía:
ahora estás |
estudiando, a no tardar
obtendrás |
el doctorado en leyes y
empezarás |
a ganar dinero, te casarás
con una |
mujer rica, mejorarás de
situación |
y, un día, conseguirás,
tal vez, ser |
un gran abogado, de los
primeros |
en tu profesión... El
joven escu- |
chaba con gusto aquellas
palabras. |
Pero, de pronto, s. Felipe
interrum- |
pe lag halagüeñas
predicciones y, |
mirándole fijamente, se
acerca y le |
dice en voz baja: «¿Y
después?» |
Francisco no pudo olvidar
la hon- |
da impresión de aquellas
palabras |
murmuradas a su oído: «Y
después, |
después, después...» ¿En
qué irían |
A acabar todos sus
proyectos, todas |
sus esperanzas humanas? |
Al poco tiempo resolvió
cambiar |
de planes y abandonó todo
para en- |
trar en el Oratorio. |
"Después" fue un
discípulo fiel |
de s. Felipe, y murió
lleno de virtu- |
des y consolado de ver que
su maes- |
tro era glorificado como
santo. |
7 (147) |
«MADRE TERESA DE LA
MUERTE» |
ASÍ llaman, en Calcuta, a
esa |
monja yugoslava a la que
se |
acaba de conceder el
Premio |
Nobel de la Paz. Nadie le
discutirá |
el galardón otorgado, que
ni ella |
esperaba ni cree haber
merecido. |
Cuando hace años, eligió
dedicare |
a los más pobres, no
miraba al |
mundo ni tenía en cuenta
qué iban |
a pensar de ella los
hombres. Fren- |
te a los males de este
mundo, los |
hombres, o se creen tan
"importan- |
tes" que todo lo
pretenden arreglar |
en comités, juntas y
reuniones que |
ellos presiden, o dominan
y desde |
los cuales hacen la
propaganda de |
su propia honra, o son tan
mez- |
quinos que todo lo juzgan
y cri- |
tican inculpando a los
demás para |
justificar su inhibición y
ocultar |
la propia vergüenza de no
hacer, |
poco o mucho, todo lo que
pue- |
den desde su propio lugar.
Hay, |
luego, una gran masa de
hombres |
distraídos, perdidos en la
masifica- |
ción ambulante, que
vegetan en su |
propia mediocridad,
aunque, de vez |
en cuando, alguna sacudida
idealis- |
ta les zarandee en su
letargo, pero |
sin jamás decidirse del
todo por |
un esfuerzo generoso y
valiente |
que pueda suponer la
dedicación |
de la vida, o de una parte
im- |
portante de la vida, con
todas las |
fuerzas, a remediar los
males que |
nos disgustan y a
difundir, creati- |
vamente, los bienes que
nos entu- |
siasman. |
La madre Teresa, hace unos
años, |
cuando vio algunos males
de este |
mundo, descubrió a los que
mueren |
desamparados. Ella ya
conocía a |
Cristo y, al mirar a
aquellos d- |
esgraciados, comprobó que
se pare- |
cían extraordinariamente a
su Cris- |
to conocido: precisamente
por ser |
pobres y ser los más
pobres de |
entre los pobres y se
acercó a ellos |
para recoger la imagen del
Cristo |
siempre buscado: era un
Cristo to- |
davía no glorioso; era un
Cristo de |
faz desdibujada, borrosa,
dolorosa. |
Todos los hombres se
parecen a |
Cristo, pero ella creyó
que aquellos |
reproducían una imagen más
fiel, |
y no apartó los ojos de
ellos, y fue |
su vocación dedicarles la
vida y |
las fuerzas. Eso que
llamamos "vo- |
cación", y que, si
bien miramos, |
todos tenemos si no la
borramos |
del camino que Dios nos
traza. |
Pobres hay muchos en el
mundo, |
y ojalá, los que decimos
que cree- |
mos en Cristo y hemos oído
su |
Evangelio, lo seamos
verdadera- |
mente, alguna vez, desde
el cora- |
zón, con la sinceridad que
se rin- |
de ante la realidad y el
misterio |
de la vida y de la muerte.
Pero hay |
unos pobres que son, entre
todos, |
los más pobres del mundo,
los más |
pobres del corazón y los
más po- |
8 (148) |
bres del cuerpo: son los
moribun- |
dos abandonados, aquellos
que ca- |
recen hasta de un techo
que les |
resguarde, en la agonía,
del frío de |
la noche o del sol
hiriente del día, |
los pobres que mueren
sobre el |
polvo o sobre el barro de
las calles; |
porque pobres de esta
pobreza |
existen, tendidos en las
calles hú- |
medas y sucias de la India
super- |
poblada, en rincones de la
tierra |
donde la tristeza es
somnolente y |
la desgracia fatal y tan
frecuente, |
que los todavía vivos
transitan |
por ella con indiferencia. |
También allí ―tal
vez más allí— |
los hombres se parecen a
Cristo, y |
Cristo se descubre a los
hombres: |
el Cristo que, para nacer,
sólo tuvo |
un portal y, para morir,
el descam- |
pado. Y una mujer, María,
su ma- |
dre, que veló su agonía,
hasta el |
último momento, cuando
habían |
cesado ya las blasfemias y
el paso |
de los instantes tornaba
indiferen- |
tes, por el cansancio de
la espera, |
a los espectadores de la
muerte. |
La madre Teresa, en la
India, se |
ha dedicado a recoger a
los mori- |
bundos abandonados por las
calles. |
Los ha levantado del barro
o los |
ha retirado del sol
implacable, |
como si los desclavara de
la cruz, |
desnudos del afecto de
nadie, para |
llevarlos al hospital,
muchas veces |
destartala do, pero allí,
por lo me- |
nos, ella y sus hermanas,
hacen el |
oficio de la Virgen con el
Señor |
que está muriendo todavía,
aunque |
por ser tantos los
asistidos, sólo les |
puedan ofrecer un techo,
un poco |
de agua, un poco de amor y
una |
mano dulce y rugosa que
les cierre |
los ojos cuando se apaga
la vida. No |
les puede devolver la
vida, cuando |
ya la muerte es
inevitable, pero sí |
que puede ofrecerles una
muerte |
"con dignidad
humana". |
Cauterizada por el dolor
tantas |
veces contemplado y
palpado, des- |
de la pobreza vivida y
compartida, |
aunque una ráfaga
emocional o |
llevada de la curiosidad
enarbole |
su figura y la convierta
en mito al |
que sea posible transferir
los idea- |
les de bien que los
hombres frus- |
tran cada día, ella
seguirá con su |
trabajo, agradeciendo a la
Provi- |
dencia esa oportuna
limosna del |
premio que se le acaba de
conce- |
der, mientras le faltan
manos y ho- |
ras para recoger a más
moribundos. |
El Nobel de la Paz, tantas
veces |
discutido y hasta
desacreditado por |
las dudas que se han
podido for- |
mular sobre los méritos de
varios |
de sus galardonados y de
muchos |
de sus candidatos, esta
vez no sus- |
citará polémicas, y se ha
concedido |
a una tarea humanísima y
cristiana. |
Aunque la paz, la
verdadera paz, |
siempre es cristiana. |
9 (149) |
«No tengo miedo... » |
Oración encontrada en el
bolsillo de un soldado |
muerto en la II Guerra
Mundial. |
Óyeme, Dios mío: es la
primera vez que hablo contigo. |
Hoy quisiera saludarte.
¿Por qué ocurre esto? |
No sé si sabrás que me
habían dicho que tú no existías |
y yo, pobre de mí, creí
que era verdad. |
Jamás me había fijado en
tu gran obra, |
pero ayer, mirando arriba
desde el fondo de aquel cráter |
que perforó un obús |
descubrí tu cielo
tachonado de estrellas |
y me di cuenta de que me
habían engañado. |
Y es bien curioso: |
en este terrible infierno |
he encontrado la luz para
mirar tu Faz. |
Después de esto, me queda
poco que decirte, |
sino sólo que soy feliz de
haberte conocido. |
10 (150) |
Pasada medianoche tenemos
la ofensiva, |
pero no tengo miedo. Yo sé
que tú estás velando. |
¡Dan la señal! Bien, Dios
mío, he de irme... |
Te he tomado afecto... |
Quisiera decirte, todavía
que, como tú sabes, la lucha será dura, |
y tal vez, esta noche,
llamaré a tu puerta. |
Aunque nunca habíamos sido
amigos, |
¿me dejarás pasar si voy a
verte? |
Mira, estoy llorando. |
¿Lo ves, Dios mío? |
Estoy pensando que ya no
soy malo. |
Basta, que he de irme. |
¡Buena suerte! |
¡Qué rara sensación: no
tengo miedo de la muerte! |
11 (151) |
: |
FUNDAMENTACIÓN |
DE LA |
FE CRISTIANA |
A MODO de ampliación del
prólogo que precede a su último libro, Karl |
Rahner hizo una
presentación en Madrid y Barcelona) de la traduc- |
ción española, cuyos
párrafos más salientes transcribimos. Karl Rahner |
es, en la actualidad, uno
de los primeros teólogos del mundo. Creemos que |
su obra puede ayudar a
quien sea capaz de hacer un esfuerzo de reflexión |
paciente, por encima de la
simple búsqueda de estímulos religiosos. Ha sido |
publicada con el título de
CURSO FUNDAMENTAL SOBRE LA FE por Edi- |
torial Herder, de
Barcelona, y consta de 535 páginas. |
El primer nivel |
de reflexión |
La peculiaridad de la obra
no está propiamente hablan- |
do, en su concepción
global del cristianismo y su carácter |
científico, sino en la
decidida voluntad de desarrollar el |
problema de la esencia del
cristianismo en un primer ni- |
vel de reflexión. |
No pretendo, pues, dejarme
arrastrar a los sublimes y |
profundos problemas de una
teoría de la ciencia. Esta |
formulación dice algo muy
sencillo, pero llevado expresa |
y decididamente hasta sus
últimas consecuencias. En efec- |
to, ¿cuál es la situación
de un cristiano que quiere ser hon- |
radamente responsable de
su fe ante sí y ante los demás; |
expresando realmente y con
la suficiente claridad lo que |
él, como cristiano,
considera y vive como verdadero? El |
cristiano normal, y
también el teólogo especializado, que |
sólo puede ser auténtico
especialista en un pequeño sector |
12 (152) |
de entre toda la teología,
se enfrentan hoy con una filo- |
sofía y a una teología de
dimensiones inabarcables. |
Dicho lisa y llanamente,
nadie puede hoy reflexionar |
por sí solo sobre su fe
cristiana en su fundamentación teo- |
lógica y en su contenido
dogmático, tal como se presupo- |
nía que debía hacerse y se
hacía de hecho según los idea- |
les científicos de los
antiguos tratados de dogmática y |
teología fundamentales. |
Añadamos de paso que
tampoco es posible superar esta |
dificultad mediante un
trabajo en equipo. La razón es ob- |
via: cada uno de los
miembros del equipo tendría que com- |
probar si los resultados
del conocimiento del otro compa- |
ñero tienen solidez
suficiente en esta materia ya que en |
tales disciplinas, y
contrariamente a lo que ocurre en las |
ciencias naturales, un
investigador no puede fiarse de los |
resultados de otros
investigadores. |
Fe científica |
o precientífica |
Y, sin embargo, tiene que
ser posible una responsabili- |
dad racional y una
comprensión de las afirmaciones de |
la fe, porque esta fe
cristiana sólo puede ser realizada por |
un sujeto libre y
responsable. Debe darse, por tanto, una |
manera de justificación y
de comprensión de la fe cristia- |
na que no sea el resultado
y síntesis de un recorrido por |
todas y cada una de las
disciplinas teológicas particula- |
res. En este punto es, en
definitiva, irrelevante que esta |
justificación y
comprensión del sentido de la fe cristiana, |
no surgida de las
disciplinas teológicas particulares, hoy |
ya inabarcables para un
solo individuo en razón de su |
complejidad, sino anterior
a este carácter científico, pueda |
o no llamarse propiamente
ciencia. |
Si hablamos, pues, de un
primer nivel de reflexión, es- |
to no quiere decir que
dicho nivel sea el mismo para todos |
y que no existan
diferencias esenciales. Se distingue, por |
ejemplo, de aquella
reflexión científica sobre la fe cristia- |
na que acumula en sí todos
los métodos, reflexiones e in- |
vestigaciones de una
multitud de ciencias históricas y fi- |
losóficas particulares.
Sus resultados, por una parte, deben |
expresarse en este
"segundo" nivel de reflexión y, por otra, |
ya no pueden ser dominados
actualmente en su conjunto |
por un solo individuo. La
tarea que me propuse en mi li- |
bro era, pues,
sencillamente, explicar cómo un cristiano |
normal, que no puede ser
especialista en todas y cada una > |
13 (153) |
de las disciplinas
pertinentes, puede justificar ante sí mis- |
mo y ante los demás la
razón y sentido de su fe, sin tener |
por ello que intentar
elaborar, en un solo libro, la totali- |
dad de las problemáticas y
de los resultados de todas las |
ciencias filosóficas y
teológicas particulares. Mi libro de |
clara expresamente que se
limita a un primer nivel de re- |
flexión, además
precientífico. Este nivel, sin embargo, ha- |
lla en su propia razón y
en su misma inevitabilidad su |
fundamento científico. |
Teología |
trascendental |
Aparte este carácter
formal, el libro presenta, en mi opi- |
nión, algunas
peculiaridades de contenido. Permítaseme |
llamar la atención sobre
algunas de ellas. |
Muchas veces se ha
calificado mi teología de trascen- |
dental. No tengo nada
contra esa denominación, a condi- |
ción de que sea bien
entendida y no despierte la impresión |
de que con ella se expresa
de forma unívoca la totalidad |
de mi pensamiento
teológico. Desde mi punto de vista, es- |
te calificativo significa
simplemente el reconocimiento del |
hecho siguiente: para que
todas las afirmaciones de la fe |
y de la teología puedan
ser realmente responsables, hay |
que preguntarse cómo y por
qué el hombre, desde su mis- |
mo ser y su misma
existencia (que es concreta y se halla |
siempre, en consecuencia,
inevitablemente, bajo la gracia |
de la comunicación de
Dios), es siempre sujeto a quien |
pueden y deben afectar
realmente estas afirmaciones. Este |
calificativo de
"trascendental" 110 significa que en mi teo- |
logía el hombre sea sujeto
de la fe y de la religión sólo en |
abstracta
trascendentalidad y no en su historicidad y en |
su historia. Para mí el
hombre es sujeto de la fe como |
esencia histórica y en su
acontecer concreto. Precisamente |
esta posibilidad
―que está muy lejos de ser evidente― es |
la que debe demostrarse a
través de una reflexión trascen- |
dental. Debe hacerse ver
que la historia puede tener una |
significación
auténticamente salvífica para el sujeto espi- |
ritual, que es siempre
algo más que espacio y tiempo. |
Teología de la gracia |
Otra de las
características importantes de este libro es |
el hecho de que la gracia
se piensa siempre estrictamente, |
tanto en su primer punto
de partida, como en su sentido |
último, como una
comunicación de Dios mismo, es decir: |
14 (154) |
una autocomunicación
divina. Por consiguiente, sólo pue- |
de alcanzarse una
comprensión real de lo "sobrenatural" |
a condición de
considerarlo primariamente desde Dios, la |
"gracia
increada". Esto, por supuesto, sin negar la doctri- |
na tradicional de una
gracia creada como requisito simul- |
táneo y como consecuencia
de la misma gracia increada. |
La dimensión de lo
sobrenatural y de la revelación se |
constituyen primariamente
mediante la comunicación de |
Dios mismo, por la que
Dios, con su propia esencia, se |
convierte gratuitamente en
auténtico principio íntimo del |
hombre. |
Esta autocomunicación
gratuita de Dios como radicali- |
zación de la
trascendentalidad humana hacia y hasta la |
misma inmediatez de Dios,
no es una permanente lejanía, |
literalmente "a
mano", no sólo es algo que le sucede al |
hombre acá y acullá, en
puntos aislados del tiempo y del |
espacio, sino que es un
modo y talante del ser, un "exis- |
tencial" del hombre.
Por eso, se da en todas partes y de |
forma permanente. Con
todo, dicho "existencial" acompa- |
ña al hombre, cuando es
menor de edad, sólo a modo de |
oferta y como anticipación
para su libertad. En cambio, |
al hombre ya
históricamente adulto a modo de aceptación |
libre o de libre rechazo. |
Historia y |
revelación |
Al realizarse con esta
autocomunicación divina, otorga- |
da universalmente a todos
en la historia como "existen- |
cial" personal del
hombre, una radicalización de la tras- |
cendentalidad humana hasta
la inmediatez de Dios, se |
verifica también desde
siempre una auténtica revelación |
histórica, sobrenatural y
personal de Dios. Sin embargo, |
tal revelación fundamental
o no ha sido siempre objeto |
de reflexión temática o no
lo ha sido con suficiente clari- |
dad, o se ha realizado de
mala manera. Por esto, la histo- |
ria del espíritu y la
historia de la revelación son simultá- |
neas. Lo que de ordinario
solemos llamar historia de la |
revelación primera, es
decir: la que va desde Abraham y |
Moisés hasta Jesucristo no
es propiamente la historia de |
la revelación, sino una
parte especial y privilegiada de |
de esa historia general y
total de la revelación. Tal histo- |
ria se constituye mediante
la autocomunicación de Dios |
como
"existencial" del hombre y acontece por doquier en |
la historia de la
humanidad, a diferentes niveles de refle- |
15 (155) |
xión. La historia de la
religión, también antes del cristia- |
nismo explícito,
verbalizado e institucionalizado, incluido |
el Antiguo Testamento, no
es, pues, sólo el impotente em- |
peño del hombre para
entablar, con ayuda de su trascen- |
dentalidad natural y desde
abajo, una relación con Dios, |
sino que es también ya de
antemano, siempre y en todas |
partes, historia de la
revelación y de la salvación que |
procede de arriba. Esta
historia de la gracia es, pues, |
verdadera historia, es
decir: lenta realización de esta gra- |
cia en el hombre, un logro
que puede estar depravado de |
múltiples formas y de
terrible manera. |
Con la venida de
Jesucristo esta historia general de la |
salvación no está ya sólo
en su fase previa de abierta |
oferta de la gracia a la
libertad del hombre, sino victorio- |
samente realizada, de
forma irreversible, por el mismo |
Dios, respecto de toda la
humanidad. |
Teología de |
Jesucristo |
Llegados aquí, deben
hacerse algunas observaciones so- |
bre la cristología de este
libro. Comparada con el volumen |
total de la obra, la
reflexión sobre Cristo ocupa un gran |
espacio para que no quede
oscurecida la "cristicidad" del |
cristianismo, aun cuando
este cristianismo se contemple |
dentro de la
autocomunicación gratuita de Dios en sí mis- |
mo. Esta cristología tiene
que hacer, como es obvio, algu- |
nas afirmaciones
históricas y no puede limitarse a ser |
una explanación meramente
especulativa de una idea de |
Cristo. Es decir, es
preciso responder a la pregunta de |
dónde puede hallarse
legítimamente y de forma concreta |
aquel Dios-hombre al que
tiende una cristología trascen- |
dental como a cumbre
suprema irreversible de la historia |
universal de la salvación.
Es, pues, legitima y necesaria |
una cristología
"desde abajo", una "cristología ascenden- |
te". Así lo ha visto
siempre la teología tradicional, en la |
medida en que en su
teología fundamental desarrolla un |
tratado sobre Cristo como
"enviado divino". La cristología |
de este libro quiere ser y
es tradicional, en cuanto que co- |
mienza por preguntarse
quién era este Jesús, que era lo |
que anunciaba y cómo se
interpretaba a sí mismo. |
La tesis fundamental del
libro es la siguiente: Jesús |
proclama que en él, en su
persona y en su doctrina, el rei- |
no de Dios, es decir, la
autocomunicación gratuita de |
Dios mismo, no sólo está
siempre presente como oferta a |
16 (156) |
la libertad del hombre,
sino que ha llegado ya al mundo |
de forma victoriosa e
irrevocable. |
Resurrección |
No podemos tampoco abordar
con mayor detalle la |
doctrina sobre la
resurrección de Jesús. También esta |
doctrina tiene un cierto
punto de arranque trascendental |
(si así puede decirse).
Nos apoyamos en la convicción de |
que, a diferencia de una
antropología platonizante e ide- |
alista y en razón de la
unidad ―rectamente interpretada― |
de espíritu y materia en
el hombre, que no significa, por |
otra parte, pura
identidad, el rescate definitivo y la |
consumación del hombre
como persona espiritual ante |
Dios, dice ya lo que se
quiere indicar realmente con |
la resurrección y la
plenitud del hombre Jesús y de la |
nuestra. |
Iglesia y futuro |
Debemos pasar aquí por
alto los siguientes "grados" |
del libro después de la
cristología, es decir, las teologías |
de la Iglesia y del
futuro: la eclesiología y la escatología. |
Al final vuelve a hablarse
de nuevo de varias "fórmulas |
breves" de la fe.
Dichas fórmulas no quieren, por supues- |
to, sustituir o desplazar
a las restantes profesiones de fe |
del magisterio
eclesiástico. Sin embargo, sí que preten- |
den iluminar el hecho de
que, a pesar de su historicidad, |
la doctrina del
cristianismo puede, hasta cierto punto, |
ser reducida a un breve
"concepto" y de que existen va- |
rios caminos de acceso
hacia la auténtica comprensión |
de la fe cristiana, tal
vez hasta ahora demasiado poco |
atendidos en la
proclamación tradicional del mensaje |
cristiano. |
Todo libro de un teólogo
tiene deficiencias y lagunas, |
Las más graves son las que
han escapado a la reflexión |
del autor, pues, de no ser
así, las habría evitado. Esto es, |
naturalmente, válido
también para el presente libro. El |
autor no acertó a salvar
lo que expuso de modo deficiente |
u omitió siendo importante
para su temática, pero no se |
le puede reprochar que
falte aquello que, según su método |
y su planteamiento básico,
carece de importancia para su |
tema. |
Trinidad |
Así, por ejemplo, tal vez
la doctrina sobre la divina |
Trinidad sea de extensión
menor de la que ya hubiera te- |
nido inevitablemente, dada
la intención y la estructuración |
del libro. |
17 (157) |
El misterio |
de iniquidad |
Otro de los temas, tal vez
no suficientemente desarrolla- |
do en mi libro, es el
referente al "mal" en el mundo y en su |
armonización con la fe en
un Dios infinitamente santo y |
exclusivamente bueno. El
libro no defiende ninguna 'apo- |
catástasis', y subraya, en
cambio, una legitima esperanza |
en una reconciliación
final escatológica y universal, aun- |
que en la historia de una
libertad, todavía abierta al hom- |
Todas las semanas en |
vida nueva |
—Una completa información
de la |
Iglesia en España y en el
mundo |
―Un estudio del
problema de ma- |
yor actualidad |
―Una visión
cristiana del mundo |
político, social, cultural
y artístico |
vida |
nueva |
Revista semanal de |
información general |
y religiosa |
P.P.C. - E. Jardiel
Poncela, 4 |
Apartado 19.049 - Madrid
(16) |
18 (158) |
bre, debe contar siempre e
irremediablemente con la posi- |
bilidad de una perdición
definitiva. Podría ser, con todo, |
que en este libro el mal
haya sido descrito con colores |
demasiado poco vigorosos.
Aun así, me parece que debe |
darse más importancia al
optimismo cristiano de una hu- |
milde y universal
esperanza sin límites en la santa bondad |
de Dios, que al pesimismo
sabihondo de que el mal, con- |
denado por Dios, se ha
impuesto definitivamente en el |
mundo. |
De los ángeles y los
demonios no se habla en este libro. |
Sea cual fuere la
calificación teológica que deba darse a |
esta doctrina, me parece
que no tiene necesariamente que |
aparecer en un libro que
se propone llegar al concepto |
básico definitorio del
cristianismo. |
Otras teologías |
Una última limitación del
libro, que yo mismo veo y |
confieso abiertamente, es
un cierto rigor individualista en |
el desarrollo de todas las
reflexiones teológicas. La teolo- |
gía política o teología de
la liberación no aparece expre- |
samente mencionada en la
obra. Esto no significa, sim- |
plemente, que rechace
estas teologías, lo cual estaría en |
contradicción con muchas
cosas que he dicho en otros es- |
critos sobre este tema.
Pero, en mi opinión, puede justifi- |
carse esta confesada
ausencia de la teología política o de |
La teología de la
liberación en este libro. De una parte, se |
trata de una obra
relativamente pequeña y que pretende |
exponer la totalidad de la
temática tradicional de la teo- |
logía fundamental y
dogmática. También estas teologías |
tienen que llevar a cabo,
por encima de una proclamación |
apasionada de su esencia
formal, un trabajo teológico, |
que es común a la teología
tradicional. Y entonces, creo |
que también podrán
aprobarlo los partidarios de una teo- |
logía política o de una
teología de la liberación. |
No quisiera que se
valorara este libro como la exposi- |
ción sistemática y
totalmente integradora de mi teología. |
Son demasiados los
problemas que no se tocan en él y a |
los que me vengo dedicando
desde hace cuarenta años. |
De todas formas, la obra
ofrece, a un primer nivel de |
reflexión, cierta mirada
global sobre la totalidad de la |
doctrina cristiana de la
fe. |
19 (159) |
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CRISTIANA |
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