Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 174. FEBRERO. Año 1980
SUMARIO
LA BENDICIÓN de la paz o la maldición de la gue-
rra… Pero todavía persiste el anhelo de bien, frente
a la amenaza del mal, aunque no acertamos a
conjurar los continuos peligros. Ni basta con sólo pedir a
Dios lo que depende, ya, de los hombres, de lo que entre
todos debemos hacer. La Iglesia ―la asamblea, ya en la
historia, de los hijos de Dios, de los continuadores de
Cristo— contiene la semilla de verdadera esperanza de
todas las bendiciones que el hombre anhela. Y el hombre
las alcanzará cuando se vuelva a Dios y le mire como
Padre y entonces la vida del hombre será una proclama-
ción de la gloria divina. Porque Dios es Dios de paz; el
hombre, todavía, una criatura de Dios, inteligente y libre,
para la paz.
EL OBRERO DE UNA FÁBRICA
MEJORAR LA IGLESIA
LAS EXIGENCIAS DE LA FE FORMAL
SUPERACIÓN DE LA FE IMPLÍCITA
LA MISA SOBRE EL MUNDO
LA PAZ AMENAZADA
1 (21)
EL OBRERO
DE UNA FÁBRICA
DE ARMAMENTOS
No depende de mí la suerte de este mundo:
¿acaso yo decido que estallen estas guerras?
El bien o el mal no puedo
determinarlo yo.
Que nadie, pues, me acuse de pecado:
yo me limito a atornillar las piezas,
aunque doy forma a los fragmentos de la muerte.
Pero jamás ensamblo la fatal
destinación de todos.
Podría haber imaginado otro conjunto
(¿sin estas piececillas?)
que consagrara el bien para los hombres,
y preservarlos de la destrucción que engendran
sus propios actos:
sería tanto como liberarlos
de la deformación de la mentira.
Pero si el mundo en que trabajo ya no es bueno,
también es cierto que su mal no es obra mía.
Mas pienso: ¿acaso basta con saberlo?
Karol WOJTILA
2 (22)
Mejorar
la Iglesia
DESPUÉS de Cristo, la Iglesia, que es, en expresión de Bossuet, su ex-
tensión. Una extensión todavía dolorosa, contrastada, cubierta del
polvo del mundo, desfigurada muchas veces, como el rostro de Cris-
to camino del Calvario con la Cruz a cuestas. Pero una extensión
auténtico, en pleno misterio, identificándose, a pesar del acecho de lag con-
tradicciones, y precisamente a causa de ellas con el Cristo que redime, con
el Cristo «que ha de padecer mucho, que ha de ser desechado por los jefes
del pueblo, por los sumo9 sacerdotes y letrados, que han de ser ejecutados
pero que resucitará», y con él sus redimidos.
Esta realidad "cristiana de la Iglesia permanece oculta para muchos
hombres, 116menge cristianos o no. Demasiado hemos tenido —y no faltan
los que desearían que así siquiera siempre―, sobre la Iglesia, un concepto
histórico, Bolamente pretérito y estático, a base de un evangelio idílico, de
un recuerdo pascual, de un pentecostés milagroso y de un santificacionis-
mo automático, seguido de una paz políticos ―constantiniana― que lo guarda
y ampara, con la arrogancia de detentar la coincidencia cívica de la socie-
dad de los hombres "buenos" con Dios. Hemos fosilizado el concepto de
Iglesia y, para que no lo pareciera tanto, hemos Añadido la vetustez
fosilizada, la superficialidad de dinámicas teatrales o de actividades propa-
gandísticas sobre aspectos descomprometidos, o intranscendentes, o lejanos,
de efímera carga simbólica y ajenos a la vida. Y no. Eso no es la Iglesia, A
no ser que fuere posible concebiría como algo desligado de Cristo. El mun-
do —"el espíritu del mundo"— y los que monopolizan en el su poder, quisie-
ran una Iglesia —pseudo-Iglesia― así; una Iglesia sin misterio cristiano, des-
identificada con Cristo: una Iglesia fosilizada, decorativa, manipulable.
Después de servir de comparsa o de decoración, una Iglesia Así, no
tendría ninguna misión en este inundo, más allá del simple recuerdo lite-
rario del Evangelio, previamente censurado en cuanto a interpretaciones
Vivas y necesarias.
Pero hoy, cuando hablamos de crisis de la Iglesia, nos olvidamos dema-
siado fácilmente de que la crisis es algo más general, que afecta a toda la
civilización que nos envuelve y, por ello, sin esfuerzo, podemos darnos
cuenta que, en todo caso, la perfectibilidad institucional que afecta en todas
direcciones al resto de las realidades terrenas, no puede por menos de al-
canzar —aunque sea solamente a ellos― a los aspectos también humanos e
institucionales eclesiásticos. Y, aun aún, comparando sus deficiencias con
las de las demás realidades y obras en las que concurren los hombres,
todavía la Iglesia ofrece un contenido menos contaminado de herrumbres
3 (23)
que el que se hace evidente en las demás formas institucionales de conver-
gencia humana.
Pero, como quiera que sea, de la crisis de nuestro tiempo, saldrá un
inundo mejor, y de este mundo, una Iglesia más purificada. Ello será así y
ocurrirá cuanto antes, en la medida en que tardemos menos en compren-
derlo y disponernos a la propia renovación. Ésta sí que está siempre a
nuestro alcance y, por esto, no debemos olvidarnos de tenerla en cuenta y
de dedicarnos con abnegación n ella, porque se trata de algo que nos atañe
ineludiblemente, que es posible a cada uno que positivamente contribuye
al mejoramiento cierto del resto de la Iglesia, de la que somos miembros.
NO SOMOS TAN INOCENTES...
No somos tan inocentes de los males que lamentamos:
las amenazas de guerra,
los asaltos del terrorismo,
el hambre del mundo,
y hasta la tristeza de las cotidianas insolencias,
de los malos modales,
de las ficciones civilizadas,
de la frialdad adusta de los que nunca han amado...
De éstos y de otros males que lamentamos,
podríamos decir,
con las recientes palabras
de una revista italiana, la Civiltá Católica,
referidas a una situación concreta
de violencia e inseguridad:
«Ha podido desarrollarse porque todos,
de algún modo encerrados en el propio egoísmo,
en la propia indiferencia,
la hemos dejado prosperar
con la caída de los valores humanos,
con la idolatría del dinero,
de la mentalidad consumista y permisiva
y con la ideología intocable
de los derechos sin deberes,
con el cultivo de un modelo de sociedad anclada
en las nubes de las utopías
en vez de en la realidad concreta del hombre».
4 (24)
Las exigencias
de la fe formal
según Newman
NEWMAN entendía por fe for-
mal la que se podría llamar
fe de la inteligencia y de la
conciencia, en contraposición a la
fe material o fe de la rutina, que
no se esfuerza en iluminarse con
la claridad sobrenatural de la ver-
dad de Dios, ni saca todas las con-
secuencias a que se compromete la
conciencia que abraza la fe.
Pensaba también que las formas
con que se presentaba y exponía
la fe católica, resultaban inadmisi-
bles al espíritu crítico de los hom-
bres de ciencia, aun en el caso de
hombres honrados y serenos en su
negación de Dios. Le confirmaba
en esta convicción la amistad que
tenía con algunos de ellos, como
William Froude, Mark Pattison,
Blanco White...
Pero es que, además, estimaba
que, de no renovarse las formas de
exposición de las verdades cristia-
nas, perjudicaba a los mismos fieles
católicos, que degeneraban hacia
una fe material, rutinaria y acomo-
daticia. No comprendía el prurito
"apostólico" de ciertos católicos
―incluso de la jerarquía― pre-
ocupados por batir records de con-
versiones al catolicismo. Creía po-
co en este celo y poco también en
las conversiones: el celo mal enten-
dido era un triunfalismo que había
que imponer o un fanatismo que
se contagiaba, y las conversiones
triunfo de la sugestión sobre la epi-
dermis del alma.
Newman insistía en un plantea-
miento más razonable de todo lo
que deba ayudar a la ilustración
de la fe; Newman era más objetivo.
«Yo soy católico, escribía en su
Apología, a causa de mi fe en
Dios». La fe, la buena y verdadera
fe conduce al catolicismo. La fe no
es un alistamiento, sino un com-
promiso que transforma la vida; el
que se resista a entender y aceptar
esto, hace inoperante la ilumina-
ción de Dios y no puede dar tes-
timonio auténtico, ni vale su apos-
tolado.
5 (25)
«Se quejan de mí, decía, porque
no hago conversiones... Antes de
preparar conversiones para la Igle-
sia, hay que preparar a la Iglesia
para las conversiones»).
Newman sufrió mucho, entre los
mismos católicos a causa de la in-
PARA ESTAR AL DÍA
EN LA VIDA
DE LA IGLESIA,
EN CUESTIONES
SOCIALES
POLÍTICAS
Y CULTURALES,
SUSCRÍBASE
AL SEMANARIO
vida
nueva
DIRECTOR: BERNARDINO M. HERNANDO
REDACCIÓN Y ADMINISTRACIÓN
PPC — E. JARDIEL PONCELA, 4.
APARTADO 19.049 — MADRID-16
TAMBIÉN LO PUEDE ADQUIRIR
EN LAS LIBRERÍAS RELIGIOSAS
comprensión de sus ideas, que más
tarde se aceptarían como clarivi-
dentes y que aun hoy, conservan
una indiscutible juventud y vigor
intelectual y, si cabe, incluso ma-
yor oportunidad.
Ya anciano y cardenal, había
proyectado un viaje a Roma para
entrevistarse con León XIII y pro-
ponerle «nuevas formas de que de-
bería valerse el sistema de educa-
ción entre los católicos»; pero sus
achaques le impidieron realizar el
proyecto.
En otra ocasión, precisamente
chanceándose a propósito de su
reciente cardenalato y su posible
(?) "ascenso" al papado, dejando a
un lado la broma y centrando las
palabras sobre lo que juzgaba más
importante decía que, «si él fuese
Papa, su primer acto de gobierno
consistiría en nombrar una comi-
sión encargada de comparar las
conclusiones de la ciencia con los
datos que ofrecían las enseñanzas
tradicionales en lo que se relacio-
naba con los estudios bíblicos y la
historia de los orígenes del cristia-
nismo».
Creyó entrever el futuro no muy
lejano del mundo, polarizado en
dos grandes grupos humanos: el ca-
tolicismo renovado, por una parte,
y por otra, el mundo de la incre-
dulidad apoyándose en la ciencia.
Otras posiciones intermedias que,
aun durante el siglo XIX podían
representar algo, irían decayendo
o integrándose en uno u otro de
los dos polos señalados.
6 (26)
A medida que estos
dos bandos se destaca-
sen, el cristianismo en
general sería considera-
do como algo que no
hay que combatir pero
que ya está pasado y
superado. Esta acusa-
ción saldría del campo
de la incredulidad bien
intencionada. Entonces
no le quedaría más op-
ción, a la Iglesia, que
la de "reanunciar" el
Evangelio, mal acepta-
do por muchos católicos
y, por esto, mal inter-
pretado por los incrédu-
los. Entonces «no se tra-
tará de anunciar, sino de
reanunciar el Evangelio
a aquellos que lo habían
conocido y luego aban-
donado porque creyen-
do conocerlo lo juzga-
ron inútil».
Esta tarea de recon-
versión, esta especie de "reconquis-
ta" espiritual será mucho más ar-
dua que la primera evangelización.
La primera evangelización sirvió
para roturar y remover el campo
del mundo; la buena semilla de la
fe cayó, en un primer momento,
sobre terrenos no siempre buenos
y, como en la parábola del sembra-
dor, el ciento por uno se consigue
solamente al sembrar en tierra bue-
na. El campo es el mundo; pero el
campo también es la Iglesia. Según
la teoría de Newman, el apostolado
no consiste tanto en aumentar las
dimensiones del campo, como en
mejorar la calidad de su tierra para
que reciba la semilla codiciada.
La fe material newmaniana, re-
presenta también esta dimensión
cuantitativa, en contraposición a
la fe formal, que es la calidad. Sin
la restauración de esta fe formal
en el seno de la Iglesia, en sus fie-
les, todo intento apostólico, toda
pretendida re-evangelización no
pasaría de esfuerzos inútiles, de
tácticas humanas, cuyos progresos
7 (27)
cuantitativos serían el producto de
las prudencias de las sabidurías y
de las políticas de los hombres que
habrían acomodado, otra vez, a la
conveniencia muelle de su vida y
egoísmos terrenos, el mensaje de
Cristo, retardando más y más el
advenimiento de su reino.
Pero la lógica de los incrédulos
hace cada vez menos fácil esa fal-
sificación; los avances del ateísmo,
tan exigente, hacen cada vez me-
nos fácil el retraso hacia cualquier
representación inauténtica de la
verdad. Cada vez más, el cristia-
nismo, o será evangélico con todas
las exigencias de la fe formal, o no
será.
La violencia se impregna de mentira y tiene necesidad de
la mentira • La verdad fortalece la paz desde dentro • La
primera mentira, la falsedad fundamental, es no creer en
el hombre y en su necesidad de redención. Restaurar la
verdad es, ante todo, llamar por su nombre a los actos de
violencia • El homicidio es un homicidio, y las motivacio-
nes políticas o ideológicas, lejos de cambiar su naturaleza,
pierden su dignidad propia.
La paz está amenazada cuando reinan la incertidumbre, la
duda y la sospecha. Uno de los grandes engaños que corrom-
per la convivencia es desprestigiar hasta lo bueno y lo justo
que pueda haber en el adversario • No hay paz sin una dispo-
nibilidad al diálogo sincero y profundo.
La carrera de armamentos hace sospechar una sombra de
mentira y de hipocresía en ciertas afirmaciones de volun-
tad de coexistencia pacífica • Supone menosprecio a la
verdad, la mentira propiamente dicha, la información par-
cial y deformada, la propaganda sectaria, la manipulación
de los medios de información.
Jesús revela al hombre su verdad plena; lo restaura en su ver-
dad, reconciliándolo con Dios, consigo mismo y con los otros.
JUAN PABLO II
8 (28)
SUPERACIÓN
DE LA FE IMPLÍCITA
LA TEOLOGÍA no es la misma
fe: pero una fe excesivamen-
te "implícita" ―como la
llamaría Newman― sofocaría su
aliento sobrenatural en las cenizas
de la pereza de la inteligencia que,
siendo la reina de las facultades del
hombre, no puede elegir mejor ob-
jeto de reflexión que Dios mismo.
La teología no es la misma fe: es
ciencia de Dios y por eso ayuda a
la fe. Decir teología al servicio de
la fe, es decir teología al servicio
de la vida, sobre todo en este tiem-
po en el que, el creyente se da
cuenta, con más viveza que en
otras épocas, que para realizar un
acto de fe, no le basta vincular la in-
teligencia a una fórmula concep-
tual, sino que, a través y más allá
de esto, ha de identificar su actitud
y toda su persona con la realidad
en la cual cree. Compromiso perso-
nal es equivalente a compromiso
inteligente, responsable, total y li-
bre. La fe, para el creyente, guía
el esfuerzo esclarecedor de la in-
teligencia; pero la teología, que
representa este esfuerzo iluminado,
dilata y profundiza el campo de la
fe y lo purifica de inercias con-
vencionales, de anquilosamientos
sentimentales y pueriles, que en
realidad no son más que distrac-
ciones pseudo-religiosas y obstácu-
lo, por lo tanto, para acercar ver-
daderamente el hombre a Dios. En
pocas palabras lo ha resumido un
teólogo español de nuestros días:
«Una Iglesia sin teología no pasa
de ser una asamblea de tontos o de
fanáticos, y una teología sin Iglesia
se reduce a una ciencia-ficción de
lo divino».
No importa que al emprender
una profundización teológica sur-
jan problemas. Los problemas exis-
ten independientemente y, el no
afrontarlos, es solamente aplazarlos
y aumentarlos; aunque sean proble-
mas para la fe. Sólo se resuelven,
finalmente, cuando no se eluden y
cuando se tratan con honradez.
Sí, más teología para los que es-
tamos en la Iglesia y también para
los que nos miran desde fuera. Más
teología para sacudir el polvo ar-
caico que oculta verdades olvida-
das por la inconsciencia o por co-
modidad; más teología para descu-
brir esa luz nueva que hace crecer
la verdad, día a día, en nuestro mun-
do siempre más ansioso de absoluto,
cuyos hombres, incluso cuando lo
niegan, buscan sin darse cuenta al
verdadero Dios más teología para
liberarnos de las caricaturas de la
divinidad, para poder reconocer su
presencia sencilla, próxima y viva.
De lo contrario, una fe demasia-
do "implícita" desembocaría en es-
ta sorpresa, de algún modo ya ini-
ciada en el mundo de hoy: que no
todos los que se denominan cristia-
nos lo son realmente, puesto que en
la práctica existen grandes contra-
dicciones con su bautismo —tal
vez jamás comprendido―, mientras
que, fuera de la Iglesia, existen an-
sias de redención, tan universales y
vehementes que se acercan al bau-
tismo de deseo.
9 (29)
LA MISA SOBRE EL MUNDO
YA QUE, una vez más, Señor, ahora ya no en los bos-
ques del Aisne, sino en las estepas de Asia, no tengo
ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de
los símbolos hasta la pura majestad de lo Real, y te
ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra
entera, el trabajo y el dolor del Mundo.
El sol acaba de iluminar, allá lejos, la franja extrema del ho-
rizonte. Una vez más, la superficie viviente de la Tierra se des-
pierta, se estremece y vuelve a iniciar su tremenda labor bajo
la capa móvil de sus fuegos. Yo colocaré sobre mi patena, oh,
Dios mío, la esperada cosecha de este nuevo esfuerzo. Derrama-
ré en mi cáliz la savia de todos los frutos que serán molidos hoy.
Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma
ampliamente abierta a todas las fuerzas que, en un instante,
van a elevarse desde todos los puntos del Globo y a conver-
ger hacia el Espíritu. ¡Que vengan, pues, a mí el recuerdo y la
mística presencia de aquellos a quienes la luz despierta para
un nuevo día!
Señor, voy viendo y los voy amando, uno a uno, a aque-
llos a quienes Tú me has dado como sostén y como encanto
naturales de mi existencia. También uno a uno voy contando
los miembros de esa otra y tan querida familia que se han
ido juntando poco a poco en torno a mí, a partir de los ele-
mentos más dispares, las afinidades del corazón, de la investi-
gación científica y del pensamiento. Más confusamente, pero a
todos sin excepción, evoco a aquellos cuya multitud anónima
constituye la masa innumerable de los vivientes; a aquellos
que me rodean y me soportan sin que yo los conozca; a los
que vienen y a los que se van; a aquellos, sobre todo, que, en
la verdad o a través del error, en su despacho, en su labora-
torio o en su fábrica creen en el progreso de las cosas y per-
seguirán apasionadamente hoy la luz.
10 (30)
Quiero que en este momento mi ser resuene acorde con
el profundo murmullo de esa multitud agitada, confusa o di-
ferenciada, cuya inmensidad nos sobrecoge; de ese Océano
humano cuyas lentas y monótonas oscilaciones introducen la
turbación en los corazones más creyentes. Todo lo que va a
aumentar en el Mundo, en el transcurso de este día, todo lo
que va a disminuir todo lo que va a morir, también he
aquí Señor, lo que trato de concentrar en mí para ofrecértelo;
he aquí la materia de mi sacrificio, el único sacrificio que a
Ti te gusta.
Antiguamente se depositaban en tu templo las primicias
de las cosechas y la flor de los rebaños. La ofrenda que real-
mente estás esperando, aquella de que tienes misteriosamente
necesidad todos los días para saciar Tu hambre, para calmar
Tu sed, es nada menos que el acrecentamiento del Mundo
arrastrado por el universal devenir.
Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, atraída
por tus gracias, te presenta en esta nueva aurora. Sé que este
pan, nuestro esfuerzo, no es en sí mismo más que una des-
agregación inmensa. Este vino, nuestro dolor, no es todavía,
¡ay!, más que un brebaje disolvente. Mas Tú has puesto en el
fondo de esta masa informe —estoy seguro de ello, porque lo
siento― un irresistible y santificante deseo que nos hace gri-
tar a todos, desde el impío hasta el fiel: «¡Señor, haz de todos
nosotros uno!»
Porque a falta del celo espiritual y de la sublime pureza
de tus Santos, Tú me has dado, Dios mío, una simpatía irresis-
tible por todo lo que se mueve en la materia oscura-porque,
irresistiblemente, reconozco en mí más que a un hijo del Cie-
lo a un hijo de la Tierra subiré esta mañana, con mi pensa-
miento, a los lugares altos...
Teilhard de Chardin,
en HIMNO DEL UNIVERSO
11 (31)
documento:
LA PAZ
AMENAZADA
DESPUÉS de terminada la II Guerra Mundial, en ninguna ocasión el miedo
a la guerra había recorrido la palpitación del mundo con la sensación
amenazante de este año que hace poco hemos comenzado. Es verdad
que nunca hemos gozado de un momento de paz verdadera, porque la sangre
ha seguido vertiéndose en lugares dispersos de la tierra y otras formas de
violencia han continuado diezmando a los hombres, pero en estas primeras
semanas del nuevo año el monstruo de la amenaza se agiganta. Definitivamen-
te, los hombres no trabajamos como es debido por la paz y por esto no alcan-
zamos a conjurar el riesgo terrible de la guerra. En esta situación, que no
parece disiparse fácilmente, hemos de volver a la palabra del Papa para reco-
menzar por la honestidad de la verdad, que es la única fuerza, y de la sin-
ceridad, que es la única valentía. Por esta razón reproducimos el mensaje,
todavía oportuno, de Juan Pablo II, para la XIII Jornada de la Paz, del pasado
primero de enero de este año. Pasamos directamente al texto pontificio, su-
primiendo el encabezamiento.
La mentira lleva
a la violencia
1. Si es verdad ―y nadie lo pone en duda― que la verdad
sirve a la causa de la paz, es también indiscutible que la
"no-verdad" camina a la par con la causa de la violencia
y la guerra. Por "no-verdad" hay que entender todas las
formas y todos los niveles de ausencia, de rechazo, de
menosprecio de la verdad: mentira propiamente dicha,
información parcial y deformada, propaganda sectaria,
manipulación de los medios de comunicación, etc.
¿Es necesario mencionar aquí todas las diferentes for-
mas bajo las cuales se presenta esta "no-verdad"? Baste
solamente indicar unos ejemplos. Porque, si una inquietud
12 (32)
legitima se abre paso ante la proliferación de la violencia
en la vida social, nacional e internacional. Y ante las
amenazas manifiestas contra la paz, la opinión pública
es a menudo menos sensible a todas las formas de "no--
verdad" que están en la base de la violencia y le preparan
un terreno propicio.
La violencia se impregna de mentira y tiene necesidad
de la mentira, procurando asegurarse una respetabilidad
en la opinión mundial, a través de justificaciones total-
mente extrañas a su propia naturaleza y por lo demás,
frecuentemente contradictorias entre ellas mismas. ¿Qué
decir de la práctica constante en imponer a quienes no
comparten las mismas posiciones ―para mejor combatirlos
o reducirlos al silencio― la etiqueta de enemigos, atribu-
yéndoles intenciones hostiles y estigmatizándolos como
agresores a través de una propaganda hábil y continua?
Otra forma de "no-verdad" se manifiesta en la repulsa
a reconocer y respetar los derechos objetivamente legíti-
mos e inalienables de los que rehúsan aceptar una ideo-
logía particular o apelan a la libertad de pensamiento. El
rechazo "de la verdad" se pone en obra, cuando se atribu-
yen intenciones de agresión a los que manifiestan clara-
mente que su única inquietud es la de protegerse y defen-
derse contra las amenazas reales que ―por desgracia―
existen siempre tanto en el interior de una nación como
entre los pueblos.
Indignaciones selectivas, instituciones pérfidas, mani-
pulación de las informaciones, descrédito sistemáticamen-
te lanzado sobre el adversario ―su persona, sus intencio-
nes y sus actos―, chantaje e intimidación: he aquí el me-
nosprecio de la verdad, puesto en obra, para desarrollar
un clima de incertidumbre, dentro del cual se quiere co-
accionar a las personas, a los grupos, a los Gobiernos, a
las mismas instancias internacionales a unos silencios
resignados y cómplices, a compromisos parciales y a re-
acciones irracionales: actitudes todas igualmente suscep-
tibles de favorecer el juego homicida de la violencia y
atacar la causa de la paz.
La fe
en la persona
2. En la base de todas estas formas de "no-verdad", ali-
mentándolas y alimentándose de ellas, hay una concep-
ción errónea del hombre y de sus dinamismos constitu-
tivos. La primera mentira, la falsedad fundamental es la →
13 (33)
de no creer en el hombre, en el hombre con todo su po-
tencial de grandeza, y además en su necesidad de reden-
ción del mal y del pecado que está en él.
Derivada de ideologías diversas, con frecuencia opues-
tas entre sí, se difunde la idea de que el hombre y la Hu-
manidad entera realiza su progreso sobre todo por la lu-
cha violenta. Se ha creído poder verificarla en la Historia.
Se han hecho esfuerzos por convertirla en teoría. Progre-
sivamente, se ha llegado a la costumbre de analizar todo,
tanto en la vida social como en la internacional, en tér-
minos exclusivos de relaciones de fuerzo y, consiguiente-
mente, de organizarse para imponer sus intereses. Cierta-
mente, esta tendencia, ampliamente difundida, de recurrir
a la prueba de fuerza para hacer justicia, está, a veces,
contenida por treguas lácticas o estratégicas. Pero, mien-
tras se deje flotar la amenaza, mientras se sostengan se-
lectivamente ciertas violencias favorables a intereses e
ideologías, mientras se mantenga la afirmación de que el
proceso de la justicia es, en último análisis, un resultado
de la lucha violenta, los matices, los frenos y las seleccio-
nes, cederán periódicamente a la lógica simple y brutal
de la violencia, que puede llegar hasta la exaltación sui-
cida de la violencia por la violencia.
La restauración
de la verdad
3. En medio de tal confusión de espíritu, construir la
paz con las obras de la paz es difícil y exige la restaura-
ción de la verdad si no se quiere que los individuos, los
grupos y las naciones se pongan a dudar de la paz y per-
mitan nuevas violencias.
Restaurar la verdad es, ante todo, llamar por su nom-
bre los actos de violencia bajo todas sus formas. Hay que
llamar al homicidio por su nombre: el homicidio es un
homicidio, y las motivaciones políticas o ideológicas, lejos
de cambiar su naturaleza, pierden, por el contrario, su
dignidad propia. Hay que llamar por su nombre a las
matanzas de hombres y mujeres, cualquiera que sea su
pertenencia étnica, su edad y condición. Hay que llamar
por su nombre a la tortura y, con los términos apropiados,
a todas las formas de opresión y explotación del hombre
por el hombre, del hombre por el Estado, y de un pue-
blo por otro pueblo. Hay que hacerlo no para aquietar la
conciencia con ruidosas denuncias que amalgaman todo
―no se llama entonces a las cosas por su nombre―, ni
14 (34)
para estigmatizar y condenar a las personas y los pueblos,
sino para ayudar al cambio de actitudes y de mentalida-
des, y para dar a la paz su oportunidad.
La búsqueda
de la verdad
4. Promover la verdad como fuerza de la paz, es em-
prender un esfuerzo constante para no utilizar nosotros
mismos, aunque fuese para el bien, las armas de la men-
tira. La mentira puede deslizarse solapadamente en todas
partes. Para mantener establemente la sinceridad, la ver-
dad con nosotros mismos, hace falta un esfuerzo paciente,
decidido, para buscar y encontrar la verdad superior y
universal acerca del hombre, a la luz de la cual podre-
mos valorar las diversas situaciones, y a la luz de la cual
nos juzgaremos, en primer lugar, a nosotros mismos Y
nuestra propia sinceridad. Es imposible instalarse en la
duda, la sospecha, el relativismo escéptico sin deslizarse
rápidamente en la insinceridad y en la mentira. La paz,
he dicho más arriba, está amenazada, cuando reina la
incertidumbre, la duda y la sospecha, y la violencia sale
ganando. ¿Queremos verdaderamente la paz? Entonces
tenemos que ahondar bastante más en nosotros mismos
para encontrar las zonas donde, más allá de las divisio-
nes que constatamos en nosotros y entre nosotros, poda-
mos reforzar la convicción de que los dinamismos del
hombre, el reconocimiento de su verdadera naturaleza, le
llevan al encuentro, al respeto mutuo, a la fraternidad y
a la paz. Esta laboriosa búsqueda de la verdad objetiva y
universal sobre el hombre, creerá, con su acción y sus re-
sultados, hombres de paz y diálogo, a la vez, fuertes y
humildes con una verdad, a la que se darán cuenta de
deber servir, y no servirse de ella para intereses de parte.
La verdad,
fuerza de la paz
5. Uno de los engaños de la violencia consiste en tratar
―para justificación propia― de desacreditar sistemática y
radicalmente al adversario, sus actuaciones y las estruc-
turas socio-ideológicas en las que se mueve y piensa. El
hombre de paz sabe reconocer la parte de verdad que hay
en toda obra humana y, más todavía, las posibilidades de
verdad que abriga en lo profundo de todo hombre.
No es que el deseo de paz le haga cerrar los ojos ante
las tensiones, las injusticias y las luchas que forman parte
de nuestro mundo. El las mira de frente. Las llama por su
nombre, por respeto a la verdad. Más aún, anclado pro-
fundamente en las cosas de la paz, el hombre no puede
15 (35)
menos de ser todavía más sensible a todo lo que contradice
a la paz. Esto les mueve a investigar valientemente las
causas reales del mal y de la justicia, para buscarles re-
medios apropiados. La verdad es fuerza de paz porque
recibe, por una especie de connaturalidad, los elementos
de verdad que hay en el otro y que ella trata de alcanzar.
La verdad hace
posible la paz
6. La verdad no permite desesperar del adversario. El
Nombre de paz, que ella inspira, no reduce al adversario
al error en el que lo re sucumbir, al contrario, él reduce
el error a sus verdaderas proporciones y recurre a la
razón, al corazón y a la conciencia del hombre, para
ayudarle a reconocer y a acoger la verdad. Esto da a la
denuncia de las injusticias una tonalidad especifica: esta
denuncia no siempre puede impedir que los responsables
de las injusticias se endurezcan ante la verdad claramente
manifestada, pero, al menos, ésta no provoca sistemática-
mente tal endurecimiento, cuyas víctimas pagan a menu-
do las consecuencias. Uno de los grandes engaños que
corrompen las relaciones entre individuos y grupos con-
siste, para mejor estigmatizar el error del adversario, en
desprestigiar todos los aspectos, incluso justos y buenos,
de su actuación. La verdad va por otros caminos y así
conserva todas sus posibilidades a la paz.
La dignidad
de la persona
7. Y sobre todo, la verdad permite aún más no desespe-
rar de las víctimas de la injusticia. No permite conducirlas
a la desesperación de la resignación o de la violencia.
Induce a aportar por la fuerza de la paz que abrigan los
hombres o los pueblos que sufren. Cree que, consolidándo-
las en la conciencia de su dignidad y de sus derechos im-
prescriptibles, ella los fortalece para someter las fuerzas
de opresión a presiones eficaces de transformación, más
eficaz que los focos de violencia generalmente sin mañana,
a no ser un mañana de mayores sufrimientos. Con esta
convicción, no ceso de proclamar la dignidad y los dere-
chos de la persona. Por otra parte, como lo escribí en mi
encíclica "Redemptor Hominis", la lógica de la "Declara-
ción Universal de los Derechos del Hombre" y la misma
institución de la "Organización de las Naciones Unidas",
apuntan también va crear una base para una continua
revisión de los programas, de los sistemas, de los regíme-
nes, precisamente desde este único punto de vista funda-
mental que es el bien del hombre, digamos de la persona
16 (36)
en la comunidad... (C. 17, 4.). El hombre de paz, dado
que vive de la verdad y de la sinceridad, es pues lucido
ante las injusticias, las tensiones y los conflictos que exis-
ten. Pero, en lugar de exacerbar las frustraciones y las
luchas, él confía en las facultades superiores del hombre,
en su razón y en su corazón, para inventar unos caminos
de paz que llevan a un resultado verdaderamente humano
y duradero.
La verdad
se realiza
en el diálogo
8. Para pasar de una situación menos humana a una
situación más humana, tanto en la vida nacional como
en la internacional, el camino es largo y se avanza en el
por etapas. El hombre de paz lo sabe y lo dice, y encuen-
tra en el esfuerzo de verdad, que acabo de describir, las
luces necesarias para mantener su justa orientación. El
hombre de violencia lo sabe también, pero no lo dice y
engaña a la opinión, dejando entrever la perspectiva de
una solución radical y rápida; instalándose luego en su
engaño para "explicar las repetidas dilaciones de la li-
bertad y de la abundancia prometidas.
No hay paz sin una disponibilidad al diálogo sincero
y continuo. La verdad se realiza también en el diálogo:
ella fortalece pues ese medio indispensable de la paz. La
verdad no tiene miedo tampoco de los acuerdos honestos,
porque lleva consigo las luces que permiten empeñarse en
ellos, sin sacrificar convicciones y valores esenciales. La
verdad aproxima los espíritus, manifiesta lo que une ya a
las partes antes opuestas; hace retroceder las desconfian-
zas de ayer y prepara el terreno para nuevos progresos en
la justicia y en la fraternidad, en la convivencia pacífica
de todos los hombres.
En este contexto yo no puedo silenciar el problema de
la carrera de los armamentos. La situación en que vive la
Humanidad de nuestros días parece incluir una contra-
dicción trágica entre las múltiples y fervientes declaracio-
nes en favor de la paz, por una parte y, por otra, la no
menos real, pero vertiginosa escalada de los armamentos.
La existencia de la carrera de los armamentos puede tam-
bién hacer sospechosa una sombra de mentira y de hipo-
cresía en ciertas afirmaciones de la voluntad de coexisten-
cia pacífica. Más aún, ¿no puede también justificar con
frecuencia la simple impresión de que tales afirmaciones
sólo sirven para ocultar intenciones contrarias?
17 (37)
Hacer la verdad es
prever el futuro
9. No se puede sinceramente denunciar el recurso a la
violencia, si a la vez no se trabaja en favor de iniciativas
políticas valientes para eliminar las amenazas a la paz,
oponiéndose a las raíces de las injusticias. La verdad pro-
funda de las injusticias es contradicha también, tanto
cuando la política se instala en la pasividad como cuando
se endurece y degenera en violencia. Hacer la verdad que
fortalece la paz en política es tener el valor de descubrir
a tiempo las discrepancias latentes, de volver a abrir en
tiempo oportuno los informes acerca de problemas neutra-
lizados momentáneamente con unas leyes o acuerdos, que
han servido para evitar su exasperación. Hacer la verdad
es también tener el valor de prever el futuro: tomar en
cuenta las aspiraciones nuevas compatibles con el bien,
que surgen en los individuos y en los pueblos con el pro-
greso de la cultura, a fin de adaptar las instituciones na-
cionales e internacionales a la realidad de una Humani-
dad en marcha.
Un inmenso campo está pues abierto a los responsables
de los estados ya las instituciones internacionales para
construir un nuevo orden mundial más justo, fundado 80-
bre Lu verdad del hombre, basado sobre una justa distri-
bución tanto de la riqueza como de los poderes y de las
responsabilidades.
Si, ésa es mi convicción: la verdad fortalece la paz
desde dentro, y un clima de sinceridad más grande permi-
te movilizar las energías humanas para la sola causa que
sea digna de la misma: el pleno respeto a la verdad sobre
la Naturaleza y el destino del hombre, fuente de la verda-
dera paz en la justicia y la amistad.
El Evangelio
de la paz
10. Construir la paz es el quehacer de todos los hom-
bres y de todos los pueblos. Todos están dotados de cora-
zón y de razón, y hechos a imagen de Dios, son capaces
del esfuerzo de verdad y de sinceridad que consolida la
paz. En esta tarea común, invito a los cristianos a dar su
contribución específica del Evangelio, que lleva a las fuen-
tes últimas de la verdad, el verbo de Dios encarnado.
El que más armas tiene, más responsable es frente a
los pueblos sumidos en la miseria.― G. MOMIGLI
18 (38)
El Evangelio da un relieve especial al lazo que existe
entre la mentira y la violencia homicida, en estas palabras
de Cristo: «Ahora buscáis quitarme la vida, a mí, un Hom-
bre que os ha hablado la verdad que oyó de Dios... Voso-
tros hacéis las obras de vuestro padre... vosotros tenéis por
padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro pa-
dre. Él es homicida, desde el principio y no se mantuvo en
la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando ha-
bla la mentira, habla de lo suyo propio, porque él es men-
tiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 40. 41. 44). Por esto
yo puedo decir con tanto convencimiento en Drogheda, en
Irlanda, lo que repito ahora: «La violencia es una mentira,
porque va en contra de la verdad de nuestra fe, de la ver-
dad de nuestra Humanidad... No confiéis en la violencia.
No es éste el camino cristiano. No es éste el camino de
la Iglesia católica. Creed en la paz, en el perdón y en el
amor: éstos son de Cristo».
Sí, el Evangelio de Cristo es un Evangelio de paz:
«Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llama-
dos hijos de Dios» (Mt 5,9). Y la fuerza de la paz evangé-
lica es la verdad. Jesús revela al hombre su verdad plena;
lo restaura en su verdad, reconciliándolo con Dios, consi-
go mismo y con los otros. La verdad es la fuerza de la paz,
porque revela y realiza la unidad del hombre con Dios,
con él mismo, con los demás. La verdad que consolida la
paz y que construye la paz, incluye constitutivamente el
perdón y la reconciliación. Rechazar el perdón y la recon-
ciliación, significa engañarnos y entrar en la lógica homi-
cida de la mentira.
La verdad
os hará libres
11. Sé que todo hombre de buena voluntad puede com-
prender todo esto en su experiencia personal, cuando escu-
cha la voz de su corazón. He ahí por qué os invito a todos,
a todos los que queráis afianzar la paz, devolviéndole su
contenido de la verdad que disipa todas las mentiras; en-
trad en el esfuerzo de reflexión y acción que os propongo
en esta VIII Jornada Mundial de la Paz, interrogándoos
acerca de vuestra disponibilidad al perdón y a la reconci-
liación y haciendo, en el campo de vuestra responsabili-
dad familiar, social y política, gestos de perdón y de re-
conciliación. Haréis la verdad, y la verdad os hará libres.
La verdad producirá luces y energías insospechadas para
dar una nueva oportunidad a la paz en el mundo.
19 (39)
Oración de las Naciones Unidas.
Nuestra tarea es sólo un astro minúsculo
del universo. A nosotros toca hacer de ella
un planeta, cuyas criaturas no estén tor-
turadas por guerras, ni atormentadas por
hambre y miedo, ni desgarradas por sepa-
ración insensata según la raza, el color de
la piel o la ideología. Danos, Señor, valor y
previsión para comenzar hoy mismo esta
obra, a fin de que nuestros hijos y los hijos
de nuestros hijos lleven un día con orgullo
el nombre de hombres.- STEPHEN VICENT BENET
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 1. 2. 80
20 (40)