Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 174. FEBRERO. Año
1980 |
SUMARIO |
LA BENDICIÓN de la paz o
la maldición de la gue- |
rra… Pero todavía persiste
el anhelo de bien, frente |
a la amenaza del mal,
aunque no acertamos a |
conjurar los continuos
peligros. Ni basta con sólo pedir a |
Dios lo que depende, ya,
de los hombres, de lo que entre |
todos debemos hacer. La
Iglesia ―la asamblea, ya en la |
historia, de los hijos de
Dios, de los continuadores de |
Cristo— contiene la
semilla de verdadera esperanza de |
todas las bendiciones que
el hombre anhela. Y el hombre |
las alcanzará cuando se
vuelva a Dios y le mire como |
Padre y entonces la vida
del hombre será una proclama- |
ción de la gloria divina.
Porque Dios es Dios de paz; el |
hombre, todavía, una
criatura de Dios, inteligente y libre, |
para la paz. |
EL OBRERO DE UNA FÁBRICA |
MEJORAR LA IGLESIA |
LAS EXIGENCIAS DE LA FE
FORMAL |
SUPERACIÓN DE LA FE
IMPLÍCITA |
LA MISA SOBRE EL MUNDO |
LA PAZ AMENAZADA |
1 (21) |
EL OBRERO |
DE UNA FÁBRICA |
DE ARMAMENTOS |
No depende de mí la suerte
de este mundo: |
¿acaso yo decido que
estallen estas guerras? |
El bien o el mal no puedo |
determinarlo yo. |
Que nadie, pues, me acuse
de pecado: |
yo me limito a atornillar
las piezas, |
aunque doy forma a los
fragmentos de la muerte. |
Pero jamás ensamblo la
fatal |
destinación de todos. |
Podría haber imaginado
otro conjunto |
(¿sin estas piececillas?) |
que consagrara el bien
para los hombres, |
y preservarlos de la
destrucción que engendran |
sus propios actos: |
sería tanto como
liberarlos |
de la deformación de la
mentira. |
Pero si el mundo en que
trabajo ya no es bueno, |
también es cierto que su
mal no es obra mía. |
Mas pienso: ¿acaso basta
con saberlo? |
Karol WOJTILA |
2 (22) |
Mejorar |
la Iglesia |
DESPUÉS de Cristo, la
Iglesia, que es, en expresión de Bossuet, su ex- |
tensión. Una extensión
todavía dolorosa, contrastada, cubierta del |
polvo del mundo,
desfigurada muchas veces, como el rostro de Cris- |
to camino del Calvario con
la Cruz a cuestas. Pero una extensión |
auténtico, en pleno
misterio, identificándose, a pesar del acecho de lag con- |
tradicciones, y
precisamente a causa de ellas con el Cristo que redime, con |
el Cristo «que ha de
padecer mucho, que ha de ser desechado por los jefes |
del pueblo, por los sumo9
sacerdotes y letrados, que han de ser ejecutados |
pero que resucitará», y
con él sus redimidos. |
Esta realidad
"cristiana de la Iglesia permanece oculta para muchos |
hombres, 116menge
cristianos o no. Demasiado hemos tenido —y no faltan |
los que desearían que así
siquiera siempre―, sobre la Iglesia, un concepto |
histórico, Bolamente
pretérito y estático, a base de un evangelio idílico, de |
un recuerdo pascual, de un
pentecostés milagroso y de un santificacionis- |
mo automático, seguido de
una paz políticos ―constantiniana― que lo guarda |
y ampara, con la
arrogancia de detentar la coincidencia cívica de la socie- |
dad de los hombres
"buenos" con Dios. Hemos fosilizado el concepto de |
Iglesia y, para que no lo
pareciera tanto, hemos Añadido la vetustez |
fosilizada, la
superficialidad de dinámicas teatrales o de actividades propa- |
gandísticas sobre aspectos
descomprometidos, o intranscendentes, o lejanos, |
de efímera carga simbólica
y ajenos a la vida. Y no. Eso no es la Iglesia, A |
no ser que fuere posible
concebiría como algo desligado de Cristo. El mun- |
do —"el espíritu del
mundo"— y los que monopolizan en el su poder, quisie- |
ran una Iglesia
—pseudo-Iglesia― así; una Iglesia sin misterio cristiano, des- |
identificada con Cristo:
una Iglesia fosilizada, decorativa, manipulable. |
Después de servir de
comparsa o de decoración, una Iglesia Así, no |
tendría ninguna misión en
este inundo, más allá del simple recuerdo lite- |
rario del Evangelio,
previamente censurado en cuanto a interpretaciones |
Vivas y necesarias. |
Pero hoy, cuando hablamos
de crisis de la Iglesia, nos olvidamos dema- |
siado fácilmente de que la
crisis es algo más general, que afecta a toda la |
civilización que nos
envuelve y, por ello, sin esfuerzo, podemos darnos |
cuenta que, en todo caso,
la perfectibilidad institucional que afecta en todas |
direcciones al resto de
las realidades terrenas, no puede por menos de al- |
canzar —aunque sea
solamente a ellos― a los aspectos también humanos e |
institucionales
eclesiásticos. Y, aun aún, comparando sus deficiencias con |
las de las demás
realidades y obras en las que concurren los hombres, |
todavía la Iglesia ofrece
un contenido menos contaminado de herrumbres |
3 (23) |
que el que se hace
evidente en las demás formas institucionales de conver- |
gencia humana. |
Pero, como quiera que sea,
de la crisis de nuestro tiempo, saldrá un |
inundo mejor, y de este
mundo, una Iglesia más purificada. Ello será así y |
ocurrirá cuanto antes, en
la medida en que tardemos menos en compren- |
derlo y disponernos a la
propia renovación. Ésta sí que está siempre a |
nuestro alcance y, por
esto, no debemos olvidarnos de tenerla en cuenta y |
de dedicarnos con
abnegación n ella, porque se trata de algo que nos atañe |
ineludiblemente, que es
posible a cada uno que positivamente contribuye |
al mejoramiento cierto del
resto de la Iglesia, de la que somos miembros. |
NO SOMOS TAN INOCENTES... |
No somos tan inocentes de
los males que lamentamos: |
las amenazas de guerra, |
los asaltos del
terrorismo, |
el hambre del mundo, |
y hasta la tristeza de las
cotidianas insolencias, |
de los malos modales, |
de las ficciones
civilizadas, |
de la frialdad adusta de
los que nunca han amado... |
De éstos y de otros males
que lamentamos, |
podríamos decir, |
con las recientes palabras |
de una revista italiana,
la Civiltá Católica, |
referidas a una situación
concreta |
de violencia e
inseguridad: |
«Ha podido desarrollarse
porque todos, |
de algún modo encerrados
en el propio egoísmo, |
en la propia indiferencia, |
la hemos dejado prosperar |
con la caída de los
valores humanos, |
con la idolatría del
dinero, |
de la mentalidad
consumista y permisiva |
y con la ideología
intocable |
de los derechos sin
deberes, |
con el cultivo de un
modelo de sociedad anclada |
en las nubes de las
utopías |
en vez de en la realidad
concreta del hombre». |
4 (24) |
Las exigencias |
de la fe formal |
según Newman |
NEWMAN entendía por fe
for- |
mal la que se podría
llamar |
fe de la inteligencia y de
la |
conciencia, en
contraposición a la |
fe material o fe de la
rutina, que |
no se esfuerza en
iluminarse con |
la claridad sobrenatural
de la ver- |
dad de Dios, ni saca todas
las con- |
secuencias a que se
compromete la |
conciencia que abraza la
fe. |
Pensaba también que las
formas |
con que se presentaba y
exponía |
la fe católica, resultaban
inadmisi- |
bles al espíritu crítico
de los hom- |
bres de ciencia, aun en el
caso de |
hombres honrados y serenos
en su |
negación de Dios. Le
confirmaba |
en esta convicción la
amistad que |
tenía con algunos de
ellos, como |
William Froude, Mark
Pattison, |
Blanco White... |
Pero es que, además,
estimaba |
que, de no renovarse las
formas de |
exposición de las verdades
cristia- |
nas, perjudicaba a los
mismos fieles |
católicos, que degeneraban
hacia |
una fe material, rutinaria
y acomo- |
daticia. No comprendía el
prurito |
"apostólico" de
ciertos católicos |
―incluso de la
jerarquía― pre- |
ocupados por batir records
de con- |
versiones al catolicismo.
Creía po- |
co en este celo y poco
también en |
las conversiones: el celo
mal enten- |
dido era un triunfalismo
que había |
que imponer o un fanatismo
que |
se contagiaba, y las
conversiones |
triunfo de la sugestión
sobre la epi- |
dermis del alma. |
Newman insistía en un
plantea- |
miento más razonable de
todo lo |
que deba ayudar a la
ilustración |
de la fe; Newman era más
objetivo. |
«Yo soy católico, escribía
en su |
Apología, a causa de mi fe
en |
Dios». La fe, la buena y
verdadera |
fe conduce al catolicismo.
La fe no |
es un alistamiento, sino
un com- |
promiso que transforma la
vida; el |
que se resista a entender
y aceptar |
esto, hace inoperante la
ilumina- |
ción de Dios y no puede
dar tes- |
timonio auténtico, ni vale
su apos- |
tolado. |
5 (25) |
«Se quejan de mí, decía,
porque |
no hago conversiones...
Antes de |
preparar conversiones para
la Igle- |
sia, hay que preparar a la
Iglesia |
para las conversiones»). |
Newman sufrió mucho, entre
los |
mismos católicos a causa
de la in- |
PARA ESTAR AL DÍA |
EN LA VIDA |
DE LA IGLESIA, |
EN CUESTIONES |
SOCIALES |
POLÍTICAS |
Y CULTURALES, |
SUSCRÍBASE |
AL SEMANARIO |
vida |
nueva |
DIRECTOR: BERNARDINO M.
HERNANDO |
REDACCIÓN Y ADMINISTRACIÓN |
PPC — E. JARDIEL PONCELA,
4. |
APARTADO 19.049 —
MADRID-16 |
TAMBIÉN LO PUEDE ADQUIRIR |
EN LAS LIBRERÍAS
RELIGIOSAS |
comprensión de sus ideas,
que más |
tarde se aceptarían como
clarivi- |
dentes y que aun hoy,
conservan |
una indiscutible juventud
y vigor |
intelectual y, si cabe,
incluso ma- |
yor oportunidad. |
Ya anciano y cardenal,
había |
proyectado un viaje a Roma
para |
entrevistarse con León
XIII y pro- |
ponerle «nuevas formas de
que de- |
bería valerse el sistema
de educa- |
ción entre los católicos»;
pero sus |
achaques le impidieron
realizar el |
proyecto. |
En otra ocasión,
precisamente |
chanceándose a propósito
de su |
reciente cardenalato y su
posible |
(?) "ascenso" al
papado, dejando a |
un lado la broma y
centrando las |
palabras sobre lo que
juzgaba más |
importante decía que, «si
él fuese |
Papa, su primer acto de
gobierno |
consistiría en nombrar una
comi- |
sión encargada de comparar
las |
conclusiones de la ciencia
con los |
datos que ofrecían las
enseñanzas |
tradicionales en lo que se
relacio- |
naba con los estudios
bíblicos y la |
historia de los orígenes
del cristia- |
nismo». |
Creyó entrever el futuro
no muy |
lejano del mundo,
polarizado en |
dos grandes grupos
humanos: el ca- |
tolicismo renovado, por
una parte, |
y por otra, el mundo de la
incre- |
dulidad apoyándose en la
ciencia. |
Otras posiciones
intermedias que, |
aun durante el siglo XIX
podían |
representar algo, irían
decayendo |
o integrándose en uno u
otro de |
los dos polos señalados. |
6 (26) |
A medida que estos |
dos bandos se destaca- |
sen, el cristianismo en |
general sería considera- |
do como algo que no |
hay que combatir pero |
que ya está pasado y |
superado. Esta acusa- |
ción saldría del campo |
de la incredulidad bien |
intencionada. Entonces |
no le quedaría más op- |
ción, a la Iglesia, que |
la de
"reanunciar" el |
Evangelio, mal acepta- |
do por muchos católicos |
y, por esto, mal inter- |
pretado por los incrédu- |
los. Entonces «no se tra- |
tará de anunciar, sino de |
reanunciar el Evangelio |
a aquellos que lo habían |
conocido y luego aban- |
donado porque creyen- |
do conocerlo lo juzga- |
ron inútil». |
Esta tarea de recon- |
versión, esta especie de
"reconquis- |
ta" espiritual será
mucho más ar- |
dua que la primera
evangelización. |
La primera evangelización
sirvió |
para roturar y remover el
campo |
del mundo; la buena
semilla de la |
fe cayó, en un primer
momento, |
sobre terrenos no siempre
buenos |
y, como en la parábola del
sembra- |
dor, el ciento por uno se
consigue |
solamente al sembrar en
tierra bue- |
na. El campo es el mundo;
pero el |
campo también es la
Iglesia. Según |
la teoría de Newman, el
apostolado |
no consiste tanto en
aumentar las |
dimensiones del campo,
como en |
mejorar la calidad de su
tierra para |
que reciba la semilla
codiciada. |
La fe material newmaniana,
re- |
presenta también esta
dimensión |
cuantitativa, en
contraposición a |
la fe formal, que es la
calidad. Sin |
la restauración de esta fe
formal |
en el seno de la Iglesia,
en sus fie- |
les, todo intento
apostólico, toda |
pretendida
re-evangelización no |
pasaría de esfuerzos
inútiles, de |
tácticas humanas, cuyos
progresos |
7 (27) |
cuantitativos serían el
producto de |
las prudencias de las
sabidurías y |
de las políticas de los
hombres que |
habrían acomodado, otra
vez, a la |
conveniencia muelle de su
vida y |
egoísmos terrenos, el
mensaje de |
Cristo, retardando más y
más el |
advenimiento de su reino. |
Pero la lógica de los
incrédulos |
hace cada vez menos fácil
esa fal- |
sificación; los avances
del ateísmo, |
tan exigente, hacen cada
vez me- |
nos fácil el retraso hacia
cualquier |
representación inauténtica
de la |
verdad. Cada vez más, el
cristia- |
nismo, o será evangélico
con todas |
las exigencias de la fe
formal, o no |
será. |
La violencia se impregna
de mentira y tiene necesidad de |
la mentira • La verdad
fortalece la paz desde dentro • La |
primera mentira, la
falsedad fundamental, es no creer en |
el hombre y en su
necesidad de redención. Restaurar la |
verdad es, ante todo,
llamar por su nombre a los actos de |
violencia • El homicidio
es un homicidio, y las motivacio- |
nes políticas o
ideológicas, lejos de cambiar su naturaleza, |
pierden su dignidad
propia. |
La paz está amenazada
cuando reinan la incertidumbre, la |
duda y la sospecha. Uno de
los grandes engaños que corrom- |
per la convivencia es
desprestigiar hasta lo bueno y lo justo |
que pueda haber en el
adversario • No hay paz sin una dispo- |
nibilidad al diálogo
sincero y profundo. |
La carrera de armamentos
hace sospechar una sombra de |
mentira y de hipocresía en
ciertas afirmaciones de volun- |
tad de coexistencia
pacífica • Supone menosprecio a la |
verdad, la mentira
propiamente dicha, la información par- |
cial y deformada, la
propaganda sectaria, la manipulación |
de los medios de
información. |
Jesús revela al hombre su
verdad plena; lo restaura en su ver- |
dad, reconciliándolo con
Dios, consigo mismo y con los otros. |
JUAN PABLO II |
8 (28) |
SUPERACIÓN |
DE LA FE IMPLÍCITA |
LA TEOLOGÍA no es la misma |
fe: pero una fe
excesivamen- |
te "implícita"
―como la |
llamaría Newman―
sofocaría su |
aliento sobrenatural en
las cenizas |
de la pereza de la
inteligencia que, |
siendo la reina de las
facultades del |
hombre, no puede elegir
mejor ob- |
jeto de reflexión que Dios
mismo. |
La teología no es la misma
fe: es |
ciencia de Dios y por eso
ayuda a |
la fe. Decir teología al
servicio de |
la fe, es decir teología
al servicio |
de la vida, sobre todo en
este tiem- |
po en el que, el creyente
se da |
cuenta, con más viveza que
en |
otras épocas, que para
realizar un |
acto de fe, no le basta
vincular la in- |
teligencia a una fórmula
concep- |
tual, sino que, a través y
más allá |
de esto, ha de identificar
su actitud |
y toda su persona con la
realidad |
en la cual cree.
Compromiso perso- |
nal es equivalente a
compromiso |
inteligente, responsable,
total y li- |
bre. La fe, para el
creyente, guía |
el esfuerzo esclarecedor
de la in- |
teligencia; pero la
teología, que |
representa este esfuerzo
iluminado, |
dilata y profundiza el
campo de la |
fe y lo purifica de
inercias con- |
vencionales, de
anquilosamientos |
sentimentales y pueriles,
que en |
realidad no son más que
distrac- |
ciones pseudo-religiosas y
obstácu- |
lo, por lo tanto, para
acercar ver- |
daderamente el hombre a
Dios. En |
pocas palabras lo ha
resumido un |
teólogo español de
nuestros días: |
«Una Iglesia sin teología
no pasa |
de ser una asamblea de
tontos o de |
fanáticos, y una teología
sin Iglesia |
se reduce a una
ciencia-ficción de |
lo divino». |
No importa que al
emprender |
una profundización
teológica sur- |
jan problemas. Los
problemas exis- |
ten independientemente y,
el no |
afrontarlos, es solamente
aplazarlos |
y aumentarlos; aunque sean
proble- |
mas para la fe. Sólo se
resuelven, |
finalmente, cuando no se
eluden y |
cuando se tratan con
honradez. |
Sí, más teología para los
que es- |
tamos en la Iglesia y
también para |
los que nos miran desde
fuera. Más |
teología para sacudir el
polvo ar- |
caico que oculta verdades
olvida- |
das por la inconsciencia o
por co- |
modidad; más teología para
descu- |
brir esa luz nueva que
hace crecer |
la verdad, día a día, en
nuestro mun- |
do siempre más ansioso de
absoluto, |
cuyos hombres, incluso
cuando lo |
niegan, buscan sin darse
cuenta al |
verdadero Dios más
teología para |
liberarnos de las
caricaturas de la |
divinidad, para poder
reconocer su |
presencia sencilla,
próxima y viva. |
De lo contrario, una fe
demasia- |
do "implícita"
desembocaría en es- |
ta sorpresa, de algún modo
ya ini- |
ciada en el mundo de hoy:
que no |
todos los que se denominan
cristia- |
nos lo son realmente,
puesto que en |
la práctica existen
grandes contra- |
dicciones con su bautismo
—tal |
vez jamás
comprendido―, mientras |
que, fuera de la Iglesia,
existen an- |
sias de redención, tan
universales y |
vehementes que se acercan
al bau- |
tismo de deseo. |
9 (29) |
LA MISA SOBRE EL MUNDO |
YA QUE, una vez más,
Señor, ahora ya no en los bos- |
ques del Aisne, sino en
las estepas de Asia, no tengo |
ni pan, ni vino, ni altar,
me elevaré por encima de |
los símbolos hasta la pura
majestad de lo Real, y te |
ofreceré, yo, tu
sacerdote, sobre el altar de la Tierra |
entera, el trabajo y el
dolor del Mundo. |
El sol acaba de iluminar,
allá lejos, la franja extrema del ho- |
rizonte. Una vez más, la
superficie viviente de la Tierra se des- |
pierta, se estremece y
vuelve a iniciar su tremenda labor bajo |
la capa móvil de sus
fuegos. Yo colocaré sobre mi patena, oh, |
Dios mío, la esperada
cosecha de este nuevo esfuerzo. Derrama- |
ré en mi cáliz la savia de
todos los frutos que serán molidos hoy. |
Mi cáliz y mi patena son
las profundidades de un alma |
ampliamente abierta a
todas las fuerzas que, en un instante, |
van a elevarse desde todos
los puntos del Globo y a conver- |
ger hacia el Espíritu.
¡Que vengan, pues, a mí el recuerdo y la |
mística presencia de
aquellos a quienes la luz despierta para |
un nuevo día! |
Señor, voy viendo y los
voy amando, uno a uno, a aque- |
llos a quienes Tú me has
dado como sostén y como encanto |
naturales de mi
existencia. También uno a uno voy contando |
los miembros de esa otra y
tan querida familia que se han |
ido juntando poco a poco
en torno a mí, a partir de los ele- |
mentos más dispares, las
afinidades del corazón, de la investi- |
gación científica y del
pensamiento. Más confusamente, pero a |
todos sin excepción, evoco
a aquellos cuya multitud anónima |
constituye la masa
innumerable de los vivientes; a aquellos |
que me rodean y me
soportan sin que yo los conozca; a los |
que vienen y a los que se
van; a aquellos, sobre todo, que, en |
la verdad o a través del
error, en su despacho, en su labora- |
torio o en su fábrica
creen en el progreso de las cosas y per- |
seguirán apasionadamente
hoy la luz. |
10 (30) |
Quiero que en este momento
mi ser resuene acorde con |
el profundo murmullo de
esa multitud agitada, confusa o di- |
ferenciada, cuya
inmensidad nos sobrecoge; de ese Océano |
humano cuyas lentas y
monótonas oscilaciones introducen la |
turbación en los corazones
más creyentes. Todo lo que va a |
aumentar en el Mundo, en
el transcurso de este día, todo lo |
que va a disminuir todo lo
que va a morir, también he |
aquí Señor, lo que trato
de concentrar en mí para ofrecértelo; |
he aquí la materia de mi
sacrificio, el único sacrificio que a |
Ti te gusta. |
Antiguamente se
depositaban en tu templo las primicias |
de las cosechas y la flor
de los rebaños. La ofrenda que real- |
mente estás esperando,
aquella de que tienes misteriosamente |
necesidad todos los días
para saciar Tu hambre, para calmar |
Tu sed, es nada menos que
el acrecentamiento del Mundo |
arrastrado por el
universal devenir. |
Recibe, Señor, esta Hostia
total que la Creación, atraída |
por tus gracias, te
presenta en esta nueva aurora. Sé que este |
pan, nuestro esfuerzo, no
es en sí mismo más que una des- |
agregación inmensa. Este
vino, nuestro dolor, no es todavía, |
¡ay!, más que un brebaje
disolvente. Mas Tú has puesto en el |
fondo de esta masa informe
—estoy seguro de ello, porque lo |
siento― un
irresistible y santificante deseo que nos hace gri- |
tar a todos, desde el
impío hasta el fiel: «¡Señor, haz de todos |
nosotros uno!» |
Porque a falta del celo
espiritual y de la sublime pureza |
de tus Santos, Tú me has
dado, Dios mío, una simpatía irresis- |
tible por todo lo que se
mueve en la materia oscura-porque, |
irresistiblemente,
reconozco en mí más que a un hijo del Cie- |
lo a un hijo de la Tierra
subiré esta mañana, con mi pensa- |
miento, a los lugares
altos... |
Teilhard de Chardin, |
en HIMNO DEL UNIVERSO |
11 (31) |
documento: |
LA PAZ |
AMENAZADA |
DESPUÉS de terminada la II
Guerra Mundial, en ninguna ocasión el miedo |
a la guerra había
recorrido la palpitación del mundo con la sensación |
amenazante de este año que
hace poco hemos comenzado. Es verdad |
que nunca hemos gozado de
un momento de paz verdadera, porque la sangre |
ha seguido vertiéndose en
lugares dispersos de la tierra y otras formas de |
violencia han continuado
diezmando a los hombres, pero en estas primeras |
semanas del nuevo año el
monstruo de la amenaza se agiganta. Definitivamen- |
te, los hombres no
trabajamos como es debido por la paz y por esto no alcan- |
zamos a conjurar el riesgo
terrible de la guerra. En esta situación, que no |
parece disiparse
fácilmente, hemos de volver a la palabra del Papa para reco- |
menzar por la honestidad
de la verdad, que es la única fuerza, y de la sin- |
ceridad, que es la única
valentía. Por esta razón reproducimos el mensaje, |
todavía oportuno, de Juan
Pablo II, para la XIII Jornada de la Paz, del pasado |
primero de enero de este
año. Pasamos directamente al texto pontificio, su- |
primiendo el
encabezamiento. |
La mentira lleva |
a la violencia |
1. Si es verdad ―y
nadie lo pone en duda― que la verdad |
sirve a la causa de la
paz, es también indiscutible que la |
"no-verdad"
camina a la par con la causa de la violencia |
y la guerra. Por
"no-verdad" hay que entender todas las |
formas y todos los niveles
de ausencia, de rechazo, de |
menosprecio de la verdad:
mentira propiamente dicha, |
información parcial y
deformada, propaganda sectaria, |
manipulación de los medios
de comunicación, etc. |
¿Es necesario mencionar
aquí todas las diferentes for- |
mas bajo las cuales se
presenta esta "no-verdad"? Baste |
solamente indicar unos
ejemplos. Porque, si una inquietud |
12 (32) |
legitima se abre paso ante
la proliferación de la violencia |
en la vida social,
nacional e internacional. Y ante las |
amenazas manifiestas
contra la paz, la opinión pública |
es a menudo menos sensible
a todas las formas de "no-- |
verdad" que están en
la base de la violencia y le preparan |
un terreno propicio. |
La violencia se impregna
de mentira y tiene necesidad |
de la mentira, procurando
asegurarse una respetabilidad |
en la opinión mundial, a
través de justificaciones total- |
mente extrañas a su propia
naturaleza y por lo demás, |
frecuentemente
contradictorias entre ellas mismas. ¿Qué |
decir de la práctica
constante en imponer a quienes no |
comparten las mismas
posiciones ―para mejor combatirlos |
o reducirlos al
silencio― la etiqueta de enemigos, atribu- |
yéndoles intenciones
hostiles y estigmatizándolos como |
agresores a través de una
propaganda hábil y continua? |
Otra forma de
"no-verdad" se manifiesta en la repulsa |
a reconocer y respetar los
derechos objetivamente legíti- |
mos e inalienables de los
que rehúsan aceptar una ideo- |
logía particular o apelan
a la libertad de pensamiento. El |
rechazo "de la
verdad" se pone en obra, cuando se atribu- |
yen intenciones de
agresión a los que manifiestan clara- |
mente que su única
inquietud es la de protegerse y defen- |
derse contra las amenazas
reales que ―por desgracia― |
existen siempre tanto en
el interior de una nación como |
entre los pueblos. |
Indignaciones selectivas,
instituciones pérfidas, mani- |
pulación de las
informaciones, descrédito sistemáticamen- |
te lanzado sobre el
adversario ―su persona, sus intencio- |
nes y sus actos―,
chantaje e intimidación: he aquí el me- |
nosprecio de la verdad,
puesto en obra, para desarrollar |
un clima de incertidumbre,
dentro del cual se quiere co- |
accionar a las personas, a
los grupos, a los Gobiernos, a |
las mismas instancias
internacionales a unos silencios |
resignados y cómplices, a
compromisos parciales y a re- |
acciones irracionales:
actitudes todas igualmente suscep- |
tibles de favorecer el
juego homicida de la violencia y |
atacar la causa de la paz. |
La fe |
en la persona |
2. En la base de todas
estas formas de "no-verdad", ali- |
mentándolas y
alimentándose de ellas, hay una concep- |
ción errónea del hombre y
de sus dinamismos constitu- |
tivos. La primera mentira,
la falsedad fundamental es la → |
13 (33) |
de no creer en el hombre,
en el hombre con todo su po- |
tencial de grandeza, y
además en su necesidad de reden- |
ción del mal y del pecado
que está en él. |
Derivada de ideologías
diversas, con frecuencia opues- |
tas entre sí, se difunde
la idea de que el hombre y la Hu- |
manidad entera realiza su
progreso sobre todo por la lu- |
cha violenta. Se ha creído
poder verificarla en la Historia. |
Se han hecho esfuerzos por
convertirla en teoría. Progre- |
sivamente, se ha llegado a
la costumbre de analizar todo, |
tanto en la vida social
como en la internacional, en tér- |
minos exclusivos de
relaciones de fuerzo y, consiguiente- |
mente, de organizarse para
imponer sus intereses. Cierta- |
mente, esta tendencia,
ampliamente difundida, de recurrir |
a la prueba de fuerza para
hacer justicia, está, a veces, |
contenida por treguas
lácticas o estratégicas. Pero, mien- |
tras se deje flotar la
amenaza, mientras se sostengan se- |
lectivamente ciertas
violencias favorables a intereses e |
ideologías, mientras se
mantenga la afirmación de que el |
proceso de la justicia es,
en último análisis, un resultado |
de la lucha violenta, los
matices, los frenos y las seleccio- |
nes, cederán
periódicamente a la lógica simple y brutal |
de la violencia, que puede
llegar hasta la exaltación sui- |
cida de la violencia por
la violencia. |
La restauración |
de la verdad |
3. En medio de tal
confusión de espíritu, construir la |
paz con las obras de la
paz es difícil y exige la restaura- |
ción de la verdad si no se
quiere que los individuos, los |
grupos y las naciones se
pongan a dudar de la paz y per- |
mitan nuevas violencias. |
Restaurar la verdad es,
ante todo, llamar por su nom- |
bre los actos de violencia
bajo todas sus formas. Hay que |
llamar al homicidio por su
nombre: el homicidio es un |
homicidio, y las
motivaciones políticas o ideológicas, lejos |
de cambiar su naturaleza,
pierden, por el contrario, su |
dignidad propia. Hay que
llamar por su nombre a las |
matanzas de hombres y
mujeres, cualquiera que sea su |
pertenencia étnica, su
edad y condición. Hay que llamar |
por su nombre a la tortura
y, con los términos apropiados, |
a todas las formas de
opresión y explotación del hombre |
por el hombre, del hombre
por el Estado, y de un pue- |
blo por otro pueblo. Hay
que hacerlo no para aquietar la |
conciencia con ruidosas
denuncias que amalgaman todo |
―no se llama
entonces a las cosas por su nombre―, ni |
14 (34) |
para estigmatizar y
condenar a las personas y los pueblos, |
sino para ayudar al cambio
de actitudes y de mentalida- |
des, y para dar a la paz
su oportunidad. |
La búsqueda |
de la verdad |
4. Promover la verdad como
fuerza de la paz, es em- |
prender un esfuerzo
constante para no utilizar nosotros |
mismos, aunque fuese para
el bien, las armas de la men- |
tira. La mentira puede
deslizarse solapadamente en todas |
partes. Para mantener
establemente la sinceridad, la ver- |
dad con nosotros mismos,
hace falta un esfuerzo paciente, |
decidido, para buscar y
encontrar la verdad superior y |
universal acerca del
hombre, a la luz de la cual podre- |
mos valorar las diversas
situaciones, y a la luz de la cual |
nos juzgaremos, en primer
lugar, a nosotros mismos Y |
nuestra propia sinceridad.
Es imposible instalarse en la |
duda, la sospecha, el
relativismo escéptico sin deslizarse |
rápidamente en la
insinceridad y en la mentira. La paz, |
he dicho más arriba, está
amenazada, cuando reina la |
incertidumbre, la duda y
la sospecha, y la violencia sale |
ganando. ¿Queremos
verdaderamente la paz? Entonces |
tenemos que ahondar
bastante más en nosotros mismos |
para encontrar las zonas
donde, más allá de las divisio- |
nes que constatamos en
nosotros y entre nosotros, poda- |
mos reforzar la convicción
de que los dinamismos del |
hombre, el reconocimiento
de su verdadera naturaleza, le |
llevan al encuentro, al
respeto mutuo, a la fraternidad y |
a la paz. Esta laboriosa
búsqueda de la verdad objetiva y |
universal sobre el hombre,
creerá, con su acción y sus re- |
sultados, hombres de paz y
diálogo, a la vez, fuertes y |
humildes con una verdad, a
la que se darán cuenta de |
deber servir, y no
servirse de ella para intereses de parte. |
La verdad, |
fuerza de la paz |
5. Uno de los engaños de
la violencia consiste en tratar |
―para justificación
propia― de desacreditar sistemática y |
radicalmente al
adversario, sus actuaciones y las estruc- |
turas socio-ideológicas en
las que se mueve y piensa. El |
hombre de paz sabe
reconocer la parte de verdad que hay |
en toda obra humana y, más
todavía, las posibilidades de |
verdad que abriga en lo
profundo de todo hombre. |
No es que el deseo de paz
le haga cerrar los ojos ante |
las tensiones, las
injusticias y las luchas que forman parte |
de nuestro mundo. El las
mira de frente. Las llama por su |
nombre, por respeto a la
verdad. Más aún, anclado pro- |
fundamente en las cosas de
la paz, el hombre no puede |
15 (35) |
menos de ser todavía más
sensible a todo lo que contradice |
a la paz. Esto les mueve a
investigar valientemente las |
causas reales del mal y de
la justicia, para buscarles re- |
medios apropiados. La
verdad es fuerza de paz porque |
recibe, por una especie de
connaturalidad, los elementos |
de verdad que hay en el
otro y que ella trata de alcanzar. |
La verdad hace |
posible la paz |
6. La verdad no permite
desesperar del adversario. El |
Nombre de paz, que ella
inspira, no reduce al adversario |
al error en el que lo re
sucumbir, al contrario, él reduce |
el error a sus verdaderas
proporciones y recurre a la |
razón, al corazón y a la
conciencia del hombre, para |
ayudarle a reconocer y a
acoger la verdad. Esto da a la |
denuncia de las
injusticias una tonalidad especifica: esta |
denuncia no siempre puede
impedir que los responsables |
de las injusticias se
endurezcan ante la verdad claramente |
manifestada, pero, al
menos, ésta no provoca sistemática- |
mente tal endurecimiento,
cuyas víctimas pagan a menu- |
do las consecuencias. Uno
de los grandes engaños que |
corrompen las relaciones
entre individuos y grupos con- |
siste, para mejor
estigmatizar el error del adversario, en |
desprestigiar todos los
aspectos, incluso justos y buenos, |
de su actuación. La verdad
va por otros caminos y así |
conserva todas sus
posibilidades a la paz. |
La dignidad |
de la persona |
7. Y sobre todo, la verdad
permite aún más no desespe- |
rar de las víctimas de la
injusticia. No permite conducirlas |
a la desesperación de la
resignación o de la violencia. |
Induce a aportar por la
fuerza de la paz que abrigan los |
hombres o los pueblos que
sufren. Cree que, consolidándo- |
las en la conciencia de su
dignidad y de sus derechos im- |
prescriptibles, ella los
fortalece para someter las fuerzas |
de opresión a presiones
eficaces de transformación, más |
eficaz que los focos de
violencia generalmente sin mañana, |
a no ser un mañana de
mayores sufrimientos. Con esta |
convicción, no ceso de
proclamar la dignidad y los dere- |
chos de la persona. Por
otra parte, como lo escribí en mi |
encíclica "Redemptor
Hominis", la lógica de la "Declara- |
ción Universal de los
Derechos del Hombre" y la misma |
institución de la
"Organización de las Naciones Unidas", |
apuntan también va crear
una base para una continua |
revisión de los programas,
de los sistemas, de los regíme- |
nes, precisamente desde
este único punto de vista funda- |
mental que es el bien del
hombre, digamos de la persona |
16 (36) |
en la comunidad... (C. 17,
4.). El hombre de paz, dado |
que vive de la verdad y de
la sinceridad, es pues lucido |
ante las injusticias, las
tensiones y los conflictos que exis- |
ten. Pero, en lugar de
exacerbar las frustraciones y las |
luchas, él confía en las
facultades superiores del hombre, |
en su razón y en su
corazón, para inventar unos caminos |
de paz que llevan a un
resultado verdaderamente humano |
y duradero. |
La verdad |
se realiza |
en el diálogo |
8. Para pasar de una
situación menos humana a una |
situación más humana,
tanto en la vida nacional como |
en la internacional, el
camino es largo y se avanza en el |
por etapas. El hombre de
paz lo sabe y lo dice, y encuen- |
tra en el esfuerzo de
verdad, que acabo de describir, las |
luces necesarias para
mantener su justa orientación. El |
hombre de violencia lo
sabe también, pero no lo dice y |
engaña a la opinión,
dejando entrever la perspectiva de |
una solución radical y
rápida; instalándose luego en su |
engaño para "explicar
las repetidas dilaciones de la li- |
bertad y de la abundancia
prometidas. |
No hay paz sin una
disponibilidad al diálogo sincero |
y continuo. La verdad se
realiza también en el diálogo: |
ella fortalece pues ese
medio indispensable de la paz. La |
verdad no tiene miedo
tampoco de los acuerdos honestos, |
porque lleva consigo las
luces que permiten empeñarse en |
ellos, sin sacrificar
convicciones y valores esenciales. La |
verdad aproxima los
espíritus, manifiesta lo que une ya a |
las partes antes opuestas;
hace retroceder las desconfian- |
zas de ayer y prepara el
terreno para nuevos progresos en |
la justicia y en la
fraternidad, en la convivencia pacífica |
de todos los hombres. |
En este contexto yo no
puedo silenciar el problema de |
la carrera de los
armamentos. La situación en que vive la |
Humanidad de nuestros días
parece incluir una contra- |
dicción trágica entre las
múltiples y fervientes declaracio- |
nes en favor de la paz,
por una parte y, por otra, la no |
menos real, pero
vertiginosa escalada de los armamentos. |
La existencia de la
carrera de los armamentos puede tam- |
bién hacer sospechosa una
sombra de mentira y de hipo- |
cresía en ciertas
afirmaciones de la voluntad de coexisten- |
cia pacífica. Más aún, ¿no
puede también justificar con |
frecuencia la simple
impresión de que tales afirmaciones |
sólo sirven para ocultar
intenciones contrarias? |
17 (37) |
Hacer la verdad es |
prever el futuro |
9. No se puede
sinceramente denunciar el recurso a la |
violencia, si a la vez no
se trabaja en favor de iniciativas |
políticas valientes para
eliminar las amenazas a la paz, |
oponiéndose a las raíces
de las injusticias. La verdad pro- |
funda de las injusticias
es contradicha también, tanto |
cuando la política se
instala en la pasividad como cuando |
se endurece y degenera en
violencia. Hacer la verdad que |
fortalece la paz en
política es tener el valor de descubrir |
a tiempo las discrepancias
latentes, de volver a abrir en |
tiempo oportuno los
informes acerca de problemas neutra- |
lizados momentáneamente
con unas leyes o acuerdos, que |
han servido para evitar su
exasperación. Hacer la verdad |
es también tener el valor
de prever el futuro: tomar en |
cuenta las aspiraciones
nuevas compatibles con el bien, |
que surgen en los
individuos y en los pueblos con el pro- |
greso de la cultura, a fin
de adaptar las instituciones na- |
cionales e internacionales
a la realidad de una Humani- |
dad en marcha. |
Un inmenso campo está pues
abierto a los responsables |
de los estados ya las
instituciones internacionales para |
construir un nuevo orden
mundial más justo, fundado 80- |
bre Lu verdad del hombre,
basado sobre una justa distri- |
bución tanto de la riqueza
como de los poderes y de las |
responsabilidades. |
Si, ésa es mi convicción:
la verdad fortalece la paz |
desde dentro, y un clima
de sinceridad más grande permi- |
te movilizar las energías
humanas para la sola causa que |
sea digna de la misma: el
pleno respeto a la verdad sobre |
la Naturaleza y el destino
del hombre, fuente de la verda- |
dera paz en la justicia y
la amistad. |
El Evangelio |
de la paz |
10. Construir la paz es el
quehacer de todos los hom- |
bres y de todos los
pueblos. Todos están dotados de cora- |
zón y de razón, y hechos a
imagen de Dios, son capaces |
del esfuerzo de verdad y
de sinceridad que consolida la |
paz. En esta tarea común,
invito a los cristianos a dar su |
contribución específica
del Evangelio, que lleva a las fuen- |
tes últimas de la verdad,
el verbo de Dios encarnado. |
El que más armas tiene,
más responsable es frente a |
los pueblos sumidos en la
miseria.― G. MOMIGLI |
18 (38) |
El Evangelio da un relieve
especial al lazo que existe |
entre la mentira y la
violencia homicida, en estas palabras |
de Cristo: «Ahora buscáis
quitarme la vida, a mí, un Hom- |
bre que os ha hablado la
verdad que oyó de Dios... Voso- |
tros hacéis las obras de
vuestro padre... vosotros tenéis por |
padre al diablo, y queréis
hacer los deseos de vuestro pa- |
dre. Él es homicida, desde
el principio y no se mantuvo en |
la verdad, porque la
verdad no estaba en él. Cuando ha- |
bla la mentira, habla de
lo suyo propio, porque él es men- |
tiroso y padre de la
mentira» (Jn 8, 40. 41. 44). Por esto |
yo puedo decir con tanto
convencimiento en Drogheda, en |
Irlanda, lo que repito
ahora: «La violencia es una mentira, |
porque va en contra de la
verdad de nuestra fe, de la ver- |
dad de nuestra
Humanidad... No confiéis en la violencia. |
No es éste el camino
cristiano. No es éste el camino de |
la Iglesia católica. Creed
en la paz, en el perdón y en el |
amor: éstos son de
Cristo». |
Sí, el Evangelio de Cristo
es un Evangelio de paz: |
«Bienaventurados los
pacíficos, porque ellos serán llama- |
dos hijos de Dios» (Mt
5,9). Y la fuerza de la paz evangé- |
lica es la verdad. Jesús
revela al hombre su verdad plena; |
lo restaura en su verdad,
reconciliándolo con Dios, consi- |
go mismo y con los otros.
La verdad es la fuerza de la paz, |
porque revela y realiza la
unidad del hombre con Dios, |
con él mismo, con los
demás. La verdad que consolida la |
paz y que construye la
paz, incluye constitutivamente el |
perdón y la
reconciliación. Rechazar el perdón y la recon- |
ciliación, significa
engañarnos y entrar en la lógica homi- |
cida de la mentira. |
La verdad |
os hará libres |
11. Sé que todo hombre de
buena voluntad puede com- |
prender todo esto en su
experiencia personal, cuando escu- |
cha la voz de su corazón.
He ahí por qué os invito a todos, |
a todos los que queráis
afianzar la paz, devolviéndole su |
contenido de la verdad que
disipa todas las mentiras; en- |
trad en el esfuerzo de
reflexión y acción que os propongo |
en esta VIII Jornada
Mundial de la Paz, interrogándoos |
acerca de vuestra
disponibilidad al perdón y a la reconci- |
liación y haciendo, en el
campo de vuestra responsabili- |
dad familiar, social y
política, gestos de perdón y de re- |
conciliación. Haréis la
verdad, y la verdad os hará libres. |
La verdad producirá luces
y energías insospechadas para |
dar una nueva oportunidad
a la paz en el mundo. |
19 (39) |
Oración de las Naciones
Unidas. |
Nuestra tarea es sólo un
astro minúsculo |
del universo. A nosotros
toca hacer de ella |
un planeta, cuyas
criaturas no estén tor- |
turadas por guerras, ni
atormentadas por |
hambre y miedo, ni
desgarradas por sepa- |
ración insensata según la
raza, el color de |
la piel o la ideología.
Danos, Señor, valor y |
previsión para comenzar
hoy mismo esta |
obra, a fin de que
nuestros hijos y los hijos |
de nuestros hijos lleven
un día con orgullo |
el nombre de hombres.-
STEPHEN VICENT BENET |
|
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 1. 2. 80 |
20 (40) |
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