Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 176. ABRIL. Año 1980 |
SUMARIO |
LA fluidez del presente se
alimenta de recuerdos del |
pasado y de esperanzas
cara al futuro. Pero, desde |
la fe, el futuro es algo
más de lo que pueda caber |
en el tiempo: es el
desarrollo, es la re-creación purificado- |
ra para alcanzar a Dios,
ya desde este mundo, sin que |
::nos sea posible tomarlo
como una instalación, sino como |
un progreso que nos obliga
a un continuo renacimiento |
interior, donde Dios se
manifiesta poco a poco, en conso- |
nancia con el devenir del
mundo que nos rodea, y de las |
circunstancias que nos
retan a buscarle, sin cesar. No pode- |
mos instalarnos aquí, sino
que hay que seguir buscando. |
EL CIELO BROTA DE LA
TIERRA |
LA NUEVA ESPERANZA |
DESDE SAN FELIPE A HAENDEL |
EL SUEÑO DE UN ANCIANO |
ELOGIO DEL ARTE |
1 (61) |
EL CIELO BROTA DE LA
TIERRA |
Ya no percibo el afanoso
golpear del tiempo, |
ni el jadeante respirar
del pecho, |
ni el martilleo de mi
pulso; |
ni diferencias en la
sucesión |
de los momentos. |
Yo tuve un sueño, sí. |
Con suavidad dijeron a mi
lado: |
«Acaba de partir; se ha
ido». |
Y el eco de un suspiro
recorrió la alcoba. |
Distintamente oí la voz
del sacerdote, |
un grito: «¡Subvenite!»; |
y los presentes se
pusieron de rodillas |
en oración. |
Parece que los oigo
todavía; |
susurros débiles y quedos,
desmayados, |
en intervalos
indefinidamente dilatados, |
¿De dónde es eso? |
¿Esta separación, qué es? |
Una invasión de soledad,
desde el silencio, |
en lo más hondo de la
esencia de mi alma. |
... Rápidamente el rayo, |
que se encendió con su
segundo nacimiento, |
le hace volver al ser
primero: |
y el cielo brota de la
misma tierra. |
¡Te digo adiós, querido
hermano, |
pero no para siempre! |
sé valeroso, sé paciente |
cuando el dolor te abata
sobre el lecho; |
la noche de la prueba ha
de pasar rápidamente, |
y volveré a despertarte
cuando llegue la mañana. |
John Henry Newman, C. O. |
2 (62) |
La nueva |
esperanza |
HAY una visión del devenir
de la vida, como si fuera un camino de retro- |
ceso a la nada, como un
círculo involutivo, como una espiral escon- |
diéndose en el fatal
regreso a mitos de paraísos perdidos, que fueron |
poesía, pero no llegaron a
verdad. Hay postulados del mal, precipita- |
damente admitidos para
justificar la renuncia a cualquier intento hacia la |
nueva esperanza. Hay, en
los conscientes, la tristeza de la mirada extática, |
que paraliza todos los
pensamientos en la muerte, como fuga implacable y |
silenciosa de la realidad
que obliga demasiado. Hay, también, la ensoña- |
ción de los inconscientes,
tranquilos en su beata ignorancia, cómodos en el |
voluntario alejamiento de
cualquier urgencia de verdad y de justicia apre- |
miante, colmada la
raquítica sed y hambre de bienes precarios, satisfechos |
con sólo los sucedáneos de
apariencias engañosas que les distraen de los |
valores auténticos, de las
exigencias puras del ser y del bien, desplazadas |
y usurpadas como el oro
por la quincalla. Hay una falta de esperanza, en |
el hombre, en el mundo, en
la Iglesia. Los más críticos, cuando sienten de- |
masiada reverencia para
referirse a la esperanza y decir que se ha perdido |
o que se desmorona,
expresan su dolor hablando del desencanto. |
Desencanto o desesperanza,
precisamente ahora, cuando es más nece- |
sario confiar y seguir
adelante: como es necesaria la primavera después |
del frío invernal y antes
de la cosecha esperada; como la flor que invita al |
gozo antes de darnos el
fruto, aunque todavía levante el cuchillo del frío en |
amenaza inútil para
obligar el regreso al invierno temido. |
«No tengáis miedo», repite
el Señor, recién resucitado, a sus discípulos, |
Desde aquellos días,
aunque hayan pasado veinte siglos, aún es primavera, |
y no hay más invierno para
el espíritu humano. No hay regreso, no hay fata- |
lidad, no hay involución,
no hay éxtasis, sólo queda la esperanza, todo el ca- |
mino del hombre es de
esperanza, aun para este mundo que pisamos, en es- |
te mundo que vivimos, que
construimos, en que luchamos y discutimos. Es |
3 (63) |
como un gran camino de
Emaús, en que andamos y discutimos sin relacio- |
nar bien la fe con los
pasos que damos, pero en el que ya Cristo nos acom- |
paña. Iremos, poco a poco,
descubriendo el sentido de los designios de |
Dios sobre el significado
y dignidad de nuestra misión. Nosotros seguimos |
esperando. |
La esperanza es como la
belleza: no se identifica con el mismo bien, |
pero es lo que del bien
permanece cuando se nos hace imperceptible tras |
una primera intuición de
su presencia, caldeando el corazón, y es lo que |
antecede al bien que se
acerca, tras la promesa. |
La esperanza cristiana es
una flor que brota de las ramas del árbol de |
la Iglesia, porque
anuncia, no la muerte, sino la resurrección de Cristo. Si |
solamente creyéramos en la
muerte o hasta la muerte, seríamos unos des- |
graciados, y hasta los más
desgraciados de los hombres; pero nosotros cre- |
emos en la resurrección,
en la verdad y en la vida. |
Cuando entendamos mejor a
Dios, mientras andamos los caminos del |
tiempo, cesaremos de
romper, de destruir, de borrar o volver a atrás, con- |
vencidos de la
imposibilidad de un regreso a la nada, porque la nada no |
existe. Existe sólo el
dolor de la transformación, la esperanza de la resu- |
rrección. Y todos los
cuchillos del frío, todos los temores del miedo, todos |
los poderes del mundo no
podrán destruir jamás, tras el invierno de la duda |
y del dolor de los
hombres, los almendros en flor gritando esperanza a ori- |
llas del camino, más allá
de Emaús. |
La Iglesia nunca consideró
como propio, estilo artístico al- |
guno, sino que,
acomodándose al carácter y a las condicio- |
nes de los pueblos y a las
necesidades de los diversos ritos, |
aceptó las formas de cada
tiempo, creando en el curso |
de los siglos un tesoro
artístico digno de ser conservado |
cuidadosamente. |
También el arte de nuestro
tiempo y el de todos los pue- |
blos y regiones ha de
ejercerse libremente en la Iglesia, |
con tal que sirva a los
edificios y ritos sagrados con el |
debido honor y reverencia,
para que pueda juntar su voz |
a aquel admirable
concierto que los grandes hombres ento- |
naron a la fe católica en
siglos pasados.―VATICANO II, L, 123 |
|
4 (64) |
La música y el Oratorio: |
Desde san Felipe a Haendel |
SAN FELIPE NERI aparece en |
la historia de la música
como |
v el protagonista del
"oratorio |
musical". Nacido en
Florencia, edu- |
cado en un ambiente
humanista, |
buen poeta, encauza estas
inclina- |
ciones naturales al
servicio de las |
ideas de la
Contrarreforma, que da |
silueta austera y
preocupada a la |
Roma que conserva el
rescoldo de |
los alegres renacentistas. |
San Felipe Neri combina
las dos |
facetas esenciales de su
tiempo: jun- |
to a una elevación
religiosa de la |
"amistad"
humanista ―la "Congre- |
gación del Oratorio"
es su trascendencia―, [1] |
coloca una piedad profun- |
da. San Felipe Neri es un
hombre |
perfectamente situado en
su tiem- |
po, con una forma de
piedad bella- |
mente ecléctica que
prolongará su |
influencia hasta nuestros
días: el |
cardenal Newman, buen
músico, es |
el símbolo más reciente de
esta lí- |
nea del
"oratorio". |
Por ello puede dar un
impulso |
decisivo al
"oratorio". Como "pe- |
queño sermón en
música" lo definen |
entonces. Se trata de
excitar sensi- |
blemente la piedad al
poner en mú- |
sica un trozo bíblico,
intercalado |
entre la predicación.
Aunque se bus- |
que siempre una música
digna, re- |
costada en la mejor
tradición poli- |
fónica, esa misma llamada
al senti- |
miento exigía una recogida
del afán |
melódico. Junto al
"oratorio" de san |
Felipe Neri, el amigo de
Victoria y |
de Palestrina, ponía, sin
saberlo, las |
bases de un gran capítulo
de la his- |
toria musical europea. Ya
sabemos |
cómo Victoria y Palestrina
gozaban |
de su tutela espiritual. |
LOS PRECURSORES: |
LA ESCUELA ROMANA |
En los músicos del
"oratorio" fun- |
dado por san Felipe Neri
se adivi- |
nan ya los pasos iniciales
de la evo- |
lución posterior. De la
ingenua Lau- |
de filippina, de
Animuccia, hasta Ca- |
rissimi, hay una serie de
nombres, |
como Ancine, el español
Soto, Isa- |
belli, Rossini, Martini y
los segui- |
dores del estilo
palestriniano, que, |
por las mismas exigencias
de la vi- |
da espiritual de la
"Congregación |
del Oratorio" van
tomando elemen- |
tos y signos de la música
profana en |
torno. Ya en el Teatro
spirituale, de |
Anerio, se ofrecen los
elementos |
esenciales del oratorio:
narración, |
diálogo, meditación, pero
en forma |
impersonal, sin encontrar
todavía, |
ni en la música ni en la
letra, una |
disposición adecuadamente
dramá- |
tica. Francesco Balducci,
muerto en |
1643, con sus textos y sus
escritos, |
toma ya la palabra
"oratorio" en |
su específico sentido de
forma mu- |
sical: el oratorio en
lengua vulgar |
y el latino se juntan. La
palabra |
"oratorio"
define, de manera esen- |
5 (65) |
cial, las nuevas vías de
la música re- |
ligiosa en el siglo XVII.
Esta forma |
aparece como un intento de
síntesis |
entre la tradición
polifónica y la ava- |
lancha monódica del
melodrama. |
SENTIDO Y FORMAS |
El "oratorio" no
ha nacido con fi- |
nes puramente musicales,
ni mucho |
menos eruditos; no hay en
sus pro- |
tagonistas complejo alguno
de re- |
surrección de antigüedades
griegas. |
El fin es plenamente
piadoso: que la |
música preste a las
palabras bíbli- |
cas un sencillo apoyo de
sentimien- |
to. Por eso la famosa
Rappresentaz- |
zione di anima e di corpo
(1600), de |
Cavalleri, no es un
"oratorio", sino |
un melodrama con argumento
reli- |
gioso. Como en toda época
de auro- |
ra las formas se influyen
confun- |
diéndose muchas veces. |
· El "oratorio"
musical como in- |
mediato derivado del
melodrama, |
cuando no de la sencilla
"laude" sa- |
cra, toma sus elementos de
la poli- |
fonía clásica: modalidad
arcaica au- |
sencia de innovaciones
armónicas, |
huida del cromatismo,
austeridad. |
Ahora bien, cuando se
trata de po- |
ner en música episodios
bíblicos, |
narrativos sin ejemplo
cercano de |
procedimiento en la
polifonía o, so- |
bre todo, cuando se quiere
una ma- |
yor intensificación de la
piedad "in- |
dividual" —la
polifonía clásica es |
"objetiva",
sometida al texto―, la |
época, inconscientemente,
presta to- |
do ese caudal melódico,
ineludible |
ya para un espíritu culto
de ese si- |
glo. El equilibrio romano
entre tra- |
dición y novedad gana
caracteres |
de genialidad en
Carissimi. |
Después de Carissimi, el
"orato- |
rio" musical sufre
una doble trans- |
formación: en Roma sigue
como |
"tradición".
Como forma ecléctica |
deriva ya a la forma de
"melodra- |
ma" espiritual, ya
hacia lo hagio- |
gráfico. Luego evoluciona
de forma |
que lo
"representativo" vence a lo |
"narrativo". Sin
embargo, dentro de |
la escuela romana sigue
conserván- |
dose el estilo polifónico
y el trata- |
miento sencillamente
fugado de los |
coros. |
EL ORATORIO HAENDELIANO |
La esencia del oratorio
italiano se |
recoge y se alza en el
oratorio haen- |
deliano: la voz unánime
llega aquí |
a su apoteosis. El coro de
Carissimi |
se movía en grandes
cuadros está- |
ticos, sostenidos por una
armonía |
sencilla y a veces
arcaica. El coro |
de Haendel nos da siempre
la im- |
presión de plenitud,
plenitud movi- |
da y ondulante desde muy
dentro. |
Carissimi conservaba la
objetividad |
de la polifonía clásica:
esa castidad |
expresiva que impide al
composi- |
tor meter entre el
pentagrama dolo- |
res o gozos individuales. |
Goethe veía una gran línea
en la |
música de Haendel:
"homérica" se |
ha dicho, y no mal. La
vacilación |
entre el oratorio
"narrativo" y el |
"meditativo" se
resuelve maravillo- |
samente en Haendel. Toma
de los |
relatos bíblicos lo más
ligado con el |
pueblo entero que dialoga
a gran- |
des voces y sin
sobresalto; encuen- |
tra un tono de
"epopeya" donde la |
expresión lírica tiene esa
apasiona- |
da serenidad de los coros
de la tra- |
gedia antigua. Diálogos
monumen- |
tales, "música de
bronce", última |
trascendencia de ternuras
y de do- |
lores colectivos. |
Federico Sopeña, |
en HISTORIA DE LA MÚSICA. |
6 (66) |
EL SUEÑO |
DE UN ANCIANO |
«The dream of Gerontius»,
poema para un "oratorio musical", |
escrito por John Henry
Newman, C. O. |
JOHN HENRY NEWMAN, fun- |
dador insigne del Oratorio
en |
Inglaterra, no solamente
fue un |
hombre de virtud y cultura
extra |
ordinarias, sino uno de
los mejores |
estilistas de su tiempo.
La obra po- |
ética del cardenal Newman
ha sido |
acogida por los católicos,
y también |
por los demás cristianos,
especial- |
mente los de lengua
inglesa: pode- |
mos encontrar poesías del
gran |
convertido de Oxford en
los him- |
narios protestantes y
oírlos cantar, |
todavía en sus templos
durante los |
actos de culto. Sin
irenismo alguno, |
podemos afirmar que Newman
no |
es solamente católico:
literariamen- |
te es ya un clásico
inglés, por su |
personalidad es un genio
y, como |
los clásicos y los genios,
pertenece a |
todos y es de siempre,
aunque la |
cronología nos lleve a
situarle, en |
el marco de la literatura
inglesa, |
entre los románticos
victorianos. |
Pero el romanticismo de
New- |
man ―como desde
otras perspecti- |
vas, el de Manzoni―
está impregna- |
do no solamente de la fe
cristiana, |
sino de la serenidad sin
compara- |
ción posible si, por
ejemplo con el |
tema de la muerte (tópico
del ro- |
manticismo), trasladáramos
nuestro |
oído al Byron inglés, a
Fóscolo el |
compatriota de Manzoni, o
a nues- |
tro desesperado hispánico
Espron- |
ceda. |
En Newman es un cristiano
el |
que escribe sobre el drama
de la |
muerte y, si bien le es
imposible |
disimular la transparencia
helénica |
bebida en las aguas de la
armonía |
de la dicción clásica, no
encontra- |
mos ningún alarde de
erudición |
pagana, ni resquicios por
donde se |
filtren esteticismos o
concesiones |
para la mitología. Esta
fidelidad a |
la pureza de la fe en
transparencias |
de la expresión poética la
encontra- |
mos en otros poetas
también orato- |
rianos de nuestras
décadas, aunque |
ya desaparecidos, como
Alessandro |
Naldi en los versos para
un "orato- |
7 (67) |
rio" sobre san Felipe
y, más cerca |
de nosotros, en Jaume
Garcia Es- |
tragués, en quien resurge
la fluidez |
de la aparente
espontaneidad ver- |
dagueriana, tersa,
depurada, místi- |
ca y popular al mismo
tiempo. |
Como poeta, la obra que le
ha |
dado más fama a Newman ha
sido |
«The deam of Gerontius».
En él es |
la fe que desarrolla,
desde la vida, |
para más allá de la vida,
con los |
datos de la revelación, lo
que supe- |
ra la existencialidad
terrena, como |
resplandor magnífico de un
"segun- |
do nacimiento": the
quickening ray, |
lit from his second birth. |
El protagonista no es
ningún |
héroe mítico, ni
mitificado; es un |
anciano ―¿hace falta
decir que el |
mismo Newman?―
marcado con |
la fe de Cristo, cargado
con el peso |
de las debilidades
humanas, pero |
no un hombre perdido o
desespe- |
rado; sino un hombre que
sale de |
este mundo temporal, sin
estoicis- |
mos transformados en
fortaleza pos- |
tiza y que, por ello,
clama humilde, |
sinceramente: «Líbrame,
Señor, de |
la muerte... » |
El poema no pretende
ninguna |
finalidad apologética; es
una medi- |
tación de la muerte para
ser leída |
u oída por creyentes, una
medita- |
ción esperanzada y
sobrenatural |
por consiguiente. El
diálogo, arqui- |
tecturado con sencillez
sobre ver- |
dades reveladas, se
desenvuelve |
diáfanamente en forma
teatral, re- |
presentable, y se presta
al revesti- |
miento de la composición
musical |
que conocemos con el
nombre de |
"oratorio". En
1885, con ocasión de |
los Festivales de
Birmingham, el |
compositor checo Antonin
Dvorak, |
que conocía la traducción
alemana |
del poema, estuvo a
visitar al car- |
denal Newman en el
Oratorio, y |
deseaba poner música a la
obra. Es |
posible que no se
decidiera a ello |
finalmente, porque le
faltaba cono- |
cimiento más profundo del
idioma |
inglés, a pesar de haber
realizado |
algunos viajes a las islas
con moti- |
vo de dirigir algunas de
sus obras; |
otra cosa hubiera sido
diez años |
más tarde, de regreso de
su estan- |
cia de tres años en Nueva
York, al |
frente del Conservatorio
de Música. |
El poema de Newman fue
musicado |
por el compositor inglés
Edward |
Elgar, sin contar
composiciones |
La naturaleza intelectual
de la persona humana se |
perfecciona y debe
perfeccionarse por medio de la |
sabiduría, la cual atrae
con suavidad la mente del |
hombre a la búsqueda y al
amor de la verdad y, |
del bien.― CONCILIO
VATICANO II, IM 15 |
|
8 (68) |
parciales, algunas
meritísimas, de |
otros músicos que
eligieron frag- |
mentos del poema. El
oratorio mu- |
sical «The dream of
Gerontius», de |
Edward Elgar, fue
estrenado en los |
Festivales de Birmingham,
en el |
otoño de 1900. Este
compositor co- |
incide con la corriente
haendeliana |
y mendelssohniana, y es el
primero |
que pasa a Europa con
personali- |
dad inglesa, superando el
influjo |
germano de otros
compositores bri- |
tánicos contemporáneos. |
El romanticismo, en muchas
par- |
tes, fue, antes que una
revaloriza- |
ción de lo genuino y
nacional, una |
asimilación de
colonizaciones sen- |
timentales, estéticas,
ideológicas |
―música, literatura,
política...―, |
hasta que fue posible, a
los pueblos |
y culturas nacionales,
encontrarse |
a sí mismos. Elgar,
seguido luego |
por Waugan Williams,
representa |
la creatividad de este
encuentro, |
definido, en cada pueblo
europeo |
que lo consiguió, con la
denomina- |
ción de "nacionalismo
musical", |
que no es el romanticismo
mismo, |
sino más bien, su
producto, en lo |
que a música se refiere.
Por esto, |
en último término, fue
mejor que |
el poema de Newman fuese
llevado |
al pentagrama por otro
inglés, que |
por un checo aunque fuese
después |
el autor de «La Sinfonía
del Nuevo |
Mundo». |
Cuando se lee, o cuando se
oiga |
el poema de Newman, será
oportu- |
no recordar, como con su
«Apolo- |
gia» y los escritos
autobiográficos, |
que «El sueño de
Geroncio», perte- |
nece a la vida del autor,
a pesar |
de la parábola. Lo cual,
por lo de- |
más, aunque menos
estrictamente, |
cabría decirlo del resto
de su obra, |
como de la obra de todo
autor. |
Por este poema Newman ha
sido |
comparado a Milton, a
Shakespea- |
re, a Jorge Manrique, a
Dante, a |
Calderón... Pero Newman no
pre- |
tendió para él mismo
grandiosidad |
alguna; lo escribió casi
de un tirón, |
poco después ―lo
cual sí es signi- |
ficativo― de
concluir su «Apolo- |
gia». La simplicidad
ornamental, la |
sinceridad fervorosa y
serena, sin |
tiempo para ser
estudiadas, fluye- |
ron espontáneamente. |
Cerca de Birmingham, en
Ren- |
dal, hay una pequeña
posesión de |
los Padres del Oratorio:
una casita, |
una capilla y el
cementerio de la |
Congregación, y en el
cementerio |
la sepultura de Newman,
cubierta |
de césped y, como las
demás, sin |
otro adorno que la cruz.
Simplici- |
dad, silencio y paz para
pensar, |
balbuceando lemas y
palabras que |
Newman tuvo en sus labios
y en |
su corazón: «por la cruz a
la luz», |
«desde el mundo de las
sombras y |
de los símbolos hacia la
verdad», |
y «desde la tierra al
cielo», co- |
mo en el poema: and heaven
grows |
out of eart, y el cielo
brota de la |
tierra... |
9 (69) |
ELOGIO |
DEL ARTE |
Y dijo Dios: «Que exista
la luz». Y la luz existió. |
Y vio Dios que la luz era
bella. |
GÉNESIS, 1, 3-4. |
PODRÍA parecer inútil la
tarea del |
artista. Muchas veces se
consideran, |
sus obras, como el
producto de una |
ociosidad privilegiada.
Cierto que es |
tarea difícil la de
establecer fronte- |
ras entre lo que es
necesario у lo que consi- |
deramos superfluo, o entre
el bien urgente |
у el aplazable; pero
esta misma tendencia |
clasificadora, llevada al
extremo, es una de |
nuestras grandes
debilidades por la que nos |
inclinamos a perpetuar la
absurda visión |
maniquea de la vida, y a
considerarla más |
como una división entre el
bien y el mal, que |
como una ascensión a la
cumbre del bien, |
única meta de lo absoluto.
La estrategia de |
seleccionar, elegir y
preferir sólo lo inmedia- |
tamente útil, nos
desespiritualiza, nos muti- |
la la sensibilidad y nos
conduce al absurdo |
de reducciones
infrahumanas que nos con- |
vierten, a no tardar
mucho, en seres perse- |
guidos por las sombras de
nuestras propias |
aberraciones. El hombre
apresurado, sin ca- |
pacidad para el éxtasis
ante el bien y la |
felicidad, es un ser
deforme y desgraciado. |
Para entusiasmarnos con el
bien hace falta percibir, |
dejarse bañar por su
resplandor. A ese resplandor le lla- |
mamos belleza, y al que
sabe expresarla, de manera cons- |
ciente y reflexiva, bajo
formas sensibles, le llamamos ar- |
tista. Arte es la
expresión sensible y reflexiva de lo bello. |
Si decimos que el mundo es
bello y que es la |
de Dios perceptible a los
hombres, es evidente que procla- |
mamos que Dios es el
primer y el más grande artista y |
fuente, además, de toda
belleza: fuente inagotable, en él |
mismo, y cuya comprensión
el hombre no puede apurar, |
aunque a él se dirija con
esfuerzo perpetuo, porque en su |
infinitud, es, para
nosotros, inaccesible ―luz, "resplandor |
inaccesible", diría
san Pablo―. Pero el resplandor de la |
bondad divina envuelve
toda la vida humana: reconocerlo |
y propagarlo es ser
artista; el arte es siempre una comu- |
nicación, además de un
éxtasis, además de una vibración |
profunda del espíritu en
presencia de las armonías del |
bien, porque estas
armonías piden ser expresadas, y las |
expresa el artista. |
El arte y el bien |
El bien у el arte
concurren. No puede haber arte sin |
expresión de lo bueno; sin
transformar, por lo menos, lo |
10 (70) |
malo en bueno por medio de
una forma bella de expresión. |
Hasta cierto punto se
puede decir que el arte redime del |
mal, aunque es más exacto
afirmar que lo bello tiene su |
fuente en la bondad. |
La misma santidad, no
solamente es la obra de Dios |
en el alma del hombre,
mientras le atrae hacia él, sino |
que es, además, la
correspondencia del hombre a la atrac- |
ción divina y por esto se
puede decir que los santos son |
"artistas" de la
Gracia. La santidad muy poco tiene que |
ver con utilitarismos y
contabilizaciones decorativas, pres- |
tigiosas o moralizantes.
Todavía preguntamos con dema- |
siada frecuencia, sobre
todas las cosas, y hasta de lo es- |
piritual, o lo santo, o lo
apostólico, el perpetuo "para qué |
sirve" o "cuánto
y cuántos"... Reducimos la eficacia al |
dato de la estadística, lo
sobrenatural a una suerte de |
automatismo mágico y
extraterreno. Mientras cerca, antes |
que el jardín tenemos la
flor, y antes que la cascada o el |
caudal no acertamos a ver
el rocío sobre las hojas. Admi- |
ramos lo grande antes que
lo bello, y el poder antes que |
la hermosura. De Dios
mismo, queremos que sea grande, |
pero no le reconocemos en
lo pequeño; cuando se niveló a |
la medida humana fue
despreciado y maldecido. Y había |
sido el gesto más bello de
Dios, porque quiso, sin abdicar |
de sí mismo, coincidir con
lo más bello de su creación, el |
hombre. |
Jouber decía: «Nada hay
más bello que Dios; después |
de Dios la cosa más bella
es el alma; después del alma, |
el pensamiento; después
del pensamiento, la palabra». Y |
nos atreveríamos a añadir
a esta gradación: después de la |
palabra, el signo; después
del signo, el silencio. Con estas |
condiciones: cuando el
silencio no es rechazo, sino len- |
guaje y elocuencia de la
contemplación; cuando la pala- |
bra es vehículo expresivo
del pensamiento; cuando el pen- |
samiento es la nitidez
reflejada del alma; cuando el alma |
es espejo de Dios. |
De Dios fluye, a Dios
lleva toda belleza. Puede equi- |
vocarse el artista en la
denominación de la Divinidad, |
pero la luz que aureola su
arte es divina y, tarde o tem- |
prano, descubrirá su
origen, momentáneamente ignorado. |
Por esta razón, los
artistas casi nunca son blasfemos, por- |
11 (71) |
que están cerca y se
acercan siempre al Absoluto, con la |
avidez pura del niño que
estrena el beso del bien en el |
camino, todavía nuevo para
él, de la vida. |
Hacen falta artistas |
Utilitarismo y pereza se
confabulan contra el arte, |
porque estandarizan la
existencia humana y la para- |
lizan para que no sea
capaz de descubrir el resplandor |
virgen de lo bueno, o de
añadir bondad a su descubri- |
miento. Y así impiden el
gozo o lo hacen engañoso y |
doblemente efímero,
desplazando la inevitablemente pe- |
queña, pero posible,
felicidad de esta vida. |
Los artistas nos ayudan a
salvar este riesgo y hasta |
nos demuestran que todos
podemos ser un poco artistas, |
si sabemos captar la
belleza que ellos nos ofrecen con áni- |
mo de hacer participantes
de algún modo a los demás de |
tal ofrenda. |
Porque el arte no es
solamente para que aprendamos |
a valorar el equilibrio,
la proporción, la completez e inte- |
gridad y el gusto que
causa la contemplación o percepción |
de lo bello, sino que,
como hace referencia siempre a lo |
bueno ―o redime en
buenas todas las cosas― pide ser |
comunicado. Todo bien
incomunicable (?) deja de ser, por |
ello mismo, un bien
verdadero. De donde tanta falsa be- |
lleza y tanta ignorada
belleza... |
Descubrir la belleza |
El bien, la verdad o
autenticidad, la belleza, no están |
siempre señalizados, en el
camino de la vida. Hay bien y |
belleza inexplorada. En la
óptica de lo bello existe siem- |
pre un resplandor inédito
que se deja descubrir y recoger; |
y en el corazón del
verdadero artista, se despierta una |
generosidad creadora y
comunicadora irresistible, por la |
que, al mismo tiempo que
se ve, añade y se suma y funde |
en una misma contemplación
que, además, se abre a |
comunicarla. Como una
misma agua no pasa dos veces |
por el mismo río, así la
captación estética no se realiza, |
ni siquiera en el mismo
individuo, a modo de repetición |
matemática. La iteración
del gozo estético es irrepetible, |
jamás idéntica. Esa
novedad añadida es un gozoso des- |
cubrimiento. |
El arte no es para ganar
dinero, el arte necesita |
sacrificio.―
BENJAMÍN PALENCIA |
|
12 (72) |
Saber elegir |
Pero también es una
elección. El artista no solamente |
ha de tener la capacidad
transparente para percibir, sino |
que ha de afrontar el
riesgo, prudente y valiente al mismo |
tiempo, de elegir. Elegir
es completar y añadir algo sub- |
jetivo, propio, a la
percepción de la belleza. Un artista |
no es un copista; todavía
menos, no es un glotón preci- |
pitado, catador de todo lo
que le parece deleitable, ma- |
noseador de apariencias,
que relega y olvida enseguida, |
ávido de nuevas presas
para su sensibilidad superficial o |
estragada. |
El artista no es un
sensual. Elegir es purificarse, mu- |
chas veces dolorosamente,
por un gozo espiritual que, si |
bien es claramente
presentido, no pide compensaciones o |
halagos a la sensibilidad:
la música no es ruido, la forma |
no es masa, el color no es
mancha, la luz no es llama de- |
voradora, la palabra no es
enigma jeroglífico... Toda bo- |
rrosidad se perfila, se
define, se afina, señala, conspira |
hacia el equilibrio
expresivo, elocuente y luminoso de |
belleza, conjugada en la
integridad simplificada de los |
medios elegidos para ser
transmitida. En aras de esa co- |
municabilidad el artista
ha de hacer previos y verdaderos |
esfuerzos de
simplificación ―de elección―, y lograr decir |
o expresar lo más posible
y lo más sinceramente posible, |
en lo memos y más
inteligible, añadiendo a su ofrenda la |
humildad de saberse
inacabado en la obra que brinda y |
que comunica, dejándola
abierta, para que la vayan com- |
pletando, en sí mismos,
los que la reciben gozándola; la |
obra del verdadero artista
es como levadura de belleza |
que crece, mientras se
reparte, y se hace social, difundida, |
como corresponde a lo
verdaderamente bueno. El que sea |
capaz de elegir el gesto,
el movimiento, el color, la luz, la |
forma y el volumen, el
sonido, la voz, la palabra, el silen- |
cio y el momento para
conseguir la mejor comunicación |
de la belleza, ése es un
artista. |
Creyentes y no creyentes
están generalmente de |
acuerdo en este punto:
todos los bienes de la tierra |
deben ordenarse en función
del hombre, centro y |
cima de todos
ellos.― CONCILIO VATICANO II, IM, 12 |
|
13 (73) |
Los que pasan de largo de
todo, ni son contemplativos |
ni fecundos, ni saben
recibir ni comunican nada, ni son |
agradecidos ni creadores.
Confundirán el letargo con la |
felicidad, el
atolondramiento con el esfuerzo, lo sensible- |
mente gratificante con lo
bueno, y el milo con el ideal. |
La belleza cercana |
Pero, con la belleza nos
sucede lo que con tantas cosas |
más o menos buenas: la
mitificamos en algún símbolo ex- |
terno a nosotros mismos,
pero que consideramos "nuestro" |
evitando, sin embargo,
identificaciones incómodas por |
exigentes, y demasiado
cercanas. Ser compatriotas de un |
pintor célebre o
espectadores de una competición deporti- |
va, ni nos hace artistas
ni deportistas. Lo bueno no debe |
ser ―ni puede
ser― lujo, mera exhibición, ni capricho. Con- |
fundir el bien del arle
con alguna de estas cosas denota |
plebeyez. El artista es el
evangelizador de la simplicidad, |
no de la dejadez embobada
y perezosa; de la sinceridad, |
no de la rudeza o el mal
gusto, que saben a insulto. La |
educación para captar y
transmitir lo bello que el brinda |
a la sociedad, no estriba
en hacernos visitadores asiduos |
de los museos, como quien
coloca etiquetas culturales a |
las propias conversaciones
vulgares, sino que debe ense- |
ñarnos a descubrir la
belleza de las cosas más cercanas, |
tanto de las que
encontramos como de las que tenemos |
que hacer, venciendo
rutinas, desprofesionalizando los |
esfuerzos hasta comunicar
a nuestro cotidiano quehacer |
el calor personal de una
armonía y generosidad interiores |
que nos hagan
descubridores y creadores de belleza en |
medio de lo pequeño como
de lo grande que puebla el |
camino que andamos,
mientras ofrecemos a los demás, |
capaces de reconocerlo y
aceptarlo, el legado puro y lu- |
Todo arte tiene un poco de
mística. Yo creo que el arte |
ha dejado de tener
importancia porque ha perdido ese |
sentido místico,
teológico. La pintura es una religión. |
El arte es una religión.
No se trata de pintar santos y |
santas, sino de comprender
la naturaleza con ese sen- |
tido teológico. Por eso el
arte ha bajado tanto y está |
por los suelos. El arte
tiene que volver a comprender |
ese mundo para llegar a
ser grande.. BENJAMÍM PALENCIA. |
|
14 (74) |
minoso, como un acto de
amor, de la experiencia pro- |
pia, pero inacabada, que
se transmite como enriqueci- |
miento, solamente
corruptible si no se hace inmediata- |
mente activo. El bien, la
belleza que de él destella, no se |
comunica ni refulge más en
el mundo, tanto por fallos |
o ineptitud del que debe
comunicarlos, como por falta |
de receptividad ―que
es lucidez, y no "aprovechamie- |
to"― para que
«lo más precioso, no sea destinado a la |
inmundicie ni pisoteado»,
como nos diría Cristo en su |
Evangelio. |
Se nace artista |
Dicen que el arte se
estudia; pero en las escuelas pue- |
den enseñar a descubrir la
generosidad creadora, pueden |
disciplinar en una ascesis
depuradora, pero no pueden |
hacer creadores, como
deben ser los artistas. El artista |
no se hace, nace. De
donde, todos nacemos, más o menos, |
artistas; todos podemos
depurarnos, más o menos, en la |
expresión y transmisión
pura del bien; todos debemos |
intentarlo... Los más
adelantados, esos que llamamos |
"artistas", nos
preceden como un estímulo ejemplar, no |
como meras figuras míticas
a las que basta aplaudir sin |
imitar. |
Dios mismo, supremo
artífice, nos ha hecho a todos |
un poco artistas, pero
artistas en tanto que también crea- |
dores. En nuestra época
corremos el riesgo de anquilosar |
la creatividad de la
mayoría, porque no falta quien, subs- |
tituyendo la quincalla por
la obra bella, invita a suprimir |
esfuerzos inventivos a la
creatividad humana, para que |
se limite a consumir lo
que le da hecho, sin experiencia |
de alumbramiento por el
propio esfuerzo que extrae de la |
contemplación, la belleza
proyectada del hombre, mien- |
tras camina por la vida.
Incluso se tiende a hacer creer |
que la belleza, el arte,
es gozo privilegiado de la riqueza |
y tesoro de los poderosos.
Parece como si hubiese pasado |
la época en que el arte
era para la comunidad y la calle. |
Ahora en la calle queda la
especulación y, la comunidad |
humana, interesa como
acervo de donde se extraen cliente- |
s Es triste tener que
ponerle precio a una obra |
de arte.― FRANCISCO
RUIZ OLIVAS, escultor. |
|
15 (75) |
o consumidores. El resto
interesa menos. Hemos de |
regresar a las plazas y
monumentos medievales o rena- |
centistas para podernos
admirar de la generosidad en el |
arte. Ahora lo catalogamos
todo, lo encerramos en nidos |
privados o nos basta con
saber que se guarda en museos |
que nos guardamos de
visitar, porque el tiempo que en |
ello emplearíamos no nos
sería rentable, porque nos he- |
mos convencido, aunque sea
por error, que lo que importa |
es asegurarnos lo útil,
material y económico, incapaci- |
tados para actos de
generosidad en los que compartir lo |
gratificante y espiritual. |
La pobreza |
Y, no obstante,
necesitamos del arte. El hartazón ple- |
beyo del consumismo, el
espíritu quincallero por poseer |
mil cosas y trapos con que
cubrir el cuerpo para esconder |
la vaciedad interior del
alma, no nos puede hacer felices, |
y sólo suministra datos al
psicólogo para diagnosticar la |
falta de ideal y de
firmeza para algún propósito verdade- |
ramente elevado, que no
puede ser substituido, ni cons- |
ciente ni
inconscientemente, por la transferencia que nos |
separa del deber, de la
capacidad humana todavía laten- |
te por desarrollar, por
más que nos distanciemos empeña- |
dos en ignorarla. |
La réplica al mal del
consumismo, es la pobreza. Ella |
purifica para lo
auténtico, porque ayuda a recuperar la |
capacidad de admirarnos
por lo verdadero y bueno, por |
lo amable y hermoso. |
No será en la abundancia
de medios y de recursos |
donde hallaremos los
mejores estímulos para esa recupe- |
ración, sino en la
sencillez de la vida diaria, cuando de |
ella alejamos el afán de
posesividad y de ostentación, la |
vanidad de trapería
perfumada y, vueltos a lo sencillo, |
comencemos a ser artistas
en el buen gusto por realizar |
las tareas cotidianas y
los mismos quehaceres profesio- |
nales o domésticos. |
Los artistas que, llevados
por su ingenio, desean |
glorificar a Dios en la
santa Iglesia, recuerden siem- |
pre que su trabajo es una
cierta imitación sagrada |
de Dios Creador.―
CONCILIO VATICANO II, L, 127. |
|
16 (76) |
Antonio Gaudí había dicho
al final de una reunión, |
casi ritual, de artistas,
como si despertara de una profun- |
da meditación: «Estoy
convencido de que la verdadera |
elegancia se descubre en
la pobreza». Gaudí será un ar- |
tista inmortal, pero la
generación consumidora sonreirá |
escéptica porque ella, sin
personalidad, "necesita" ser |
continuamente seducida por
la novedad de las mil modas |
de todos los escaparates
para los ojos del cuerpo de quie- |
nes los tienen cegados en
el alma. |
Gaudí, el modernista,
supo, precisamente de acuerdo |
con esta tendencia
artística, mostrarse respetuoso con los |
trozos desechables de
cristal, de azulejo, de cascote... y |
supo combinarlos para
convertirlos ―creativamente― en |
elemento decorativo,
imperecedero. |
Más recientemente,
Pasolini supo plasmar en una |
deliciosa fábula ―Le
Streghe― la relación entre pobreza |
y belleza: en aquella
escena en que la pobre sordomuda, |
recién casada, llega a su
nuevo hogar, la choza inmunda |
de su marido, cierra los
ojos a éste y al hijastro, que le |
obedecen mientras, en unos
momentos, ella transforma el |
paupérrimo recinto, por la
magia de su trabajo y destreza |
en limpiarlo, en el
resplandor ingenuo de la pobreza or- |
denada y limpia, como el
heno de la campiña romana, |
sin añadir nada más que la
simplicidad ordenadora del |
amor y la alegría de hacer
felices a los demás, cuando |
abren los ojos. |
EL arte y el amor |
Nosotros, en cambio,
pensamos que el arte depende |
de la riqueza, y que el
ambiente de la felicidad es el |
espacio suntuoso. Pero el
arte es siempre engendro de |
La Iglesia reconoce el
canto gregoriano como propio |
de la liturgia romana, el
cual, en igualdad de con- |
diciones, debe ocupar el
primer lugar en las cele- |
braciones litúrgicas. Los
demás géneros de música |
sagrada, y en particular
la polifonía, de ninguna |
manera han de excluirse de
la celebración de los |
divinos oficios, con tal
que respondan al espíritu |
de la acción
litúrgica.― CONCILIO VATICANO II, L 116. |
17 (77) |
amor, es creación del
bien. Tanto la riqueza, como el |
despecho que origina la
envidia ―al fin y al cabo es otra |
forma de riqueza, más
cobarde, aunque envuelta en cor- |
tezas de fingida
humildad―, hacen degenerar lo bello |
hacia el esplendor
quincallero, brillante y facilón. Donde |
no hay tradición y cultivo
de belleza tampoco hay amor |
ni espíritu creativo: a lo
sumo se vive el aprovechamiento |
de una renta a extinguir y
deformada, que acaba en re- |
cuerdo arqueológico, útil
solamente para alguna cita que |
adorne la vanidad de quien
la recuerde. De modo pareci- |
do a como la palabra
"amor" se aplica abusivamente pa- |
ra encubrir tantas
variedades del egoísmo, también se |
llama "arte",
con frecuencia, a residuos del mal gusto, a |
falsedades del buen orden
estético, a quincalla dorada. |
El arte es el esplendor
del bien y de la verdad. Donde |
no haya búsqueda de ese
bien y afán de autenticidad, no |
bastarán jamás artistas ni
podrá hallarse, en la masa que |
forma la sociedad, ese
nivel medio de buen gusto que le |
ayude a aureolar la vida
con la unción de la belleza que |
Dios ha repartido en toda
la creación. Esta es la razón |
por la que Dios, el
Cristianismo, tienen que ver con el |
arte. Sin Dios, o sólo con
ídolos ―deformaciones de Dios― |
en el alma, no se puede
ser artista, ni descubrir belleza. |
Sólo en el afán de
Absoluto en el espíritu se puede leer, |
con los sentidos, o acusar
en las vibraciones profundas |
del alma, el bien
traducible en expresión lúcida que se |
ofrece con generosidad y
aumenta con su ofrenda. |
Bien, verdad, belleza,
arte, Dios: son palabras siem- |
pre relacionadas,
convergentes del amor. Tal vez del arte |
no pueda decirse que es el
mismo amor; pero es su signo |
o su lenguaje, o la
modulación de este lenguaje. De todas |
formas, si no es el mismo
amor, por lo menos sí es, siem- |
pre, adverbio del amor, si
el amor lo entendemos como el |
verbo, como el movimiento
creativo, como la dinámica |
del bien. |
La Iglesia aprueba y
admite en el culto divino |
todas las formas de arte
auténtico que posean - |
las debidas
cualidades.― VATICANO II, L 112. |
|
18 (78) |
SON muchos, en nuestro
tiempo, |
los hombres que se
preguntan |
por el sentido de esta
vida. |
Nos admiramos al
contemplar la |
grandeza del universo ante
la pe- |
queñez e insignificancia
del hom- |
bre. ¿Puede ser cierto
que, en el |
universo, se desenvuelve
un proce- |
so ciego merced al cual,
sobre el |
pequeño planeta que
habitamos, en |
virtud de determinadas
leyes, han |
aparecido la vida y los
hombres? |
Hombres que son presa del
sufri- |
miento, de la enfermedad y
de la |
muerte; hombres que, a
veces, diri- |
gen sus esfuerzos incluso
a darse |
muerte unos a otros. No.
Nosotros |
tenemos una gran alegría
para |
anunciaros. El Señor ha
vencido el |
sufrimiento y la muerte;
ha triunfa- |
do del mal. Por la
resurrección del |
Señor, ha nacido una nueva
espe- |
ranza en el mundo. La
vida, la bon- |
dad y la alegría pueden
acabar con |
el pecado, con la malicia,
con la |
muerte. Hemos conocido a
hombres |
como Juan XXIII, como
Martin |
Luther King...― que
han vivido de |
esta esperanza, y que han
hecho |
posible el acercamiento
entre los |
hombres de este mundo
dividido. |
Estaban convencidos de que
el bien |
es mucho más fuerte que el
mal. Un |
cristiano cree que el mal,
por más |
poderoso que parezca, es
impotente |
frente al bien. Cree que
la opresión |
y la miseria, que la
indigencia y el |
hambre pueden ser
superados, in- |
cluso a la muerte se le ha
arranca- |
do el aguijón. |
Hermanos y hermanas:
nosotros |
que escribimos esta carta,
y voso- |
tros que la leéis o que
escucháis |
su lectura: nosotros
vivimos para |
siempre. El Señor ha
muerto y ha |
resucitado como primero
entre una |
multitud de hermanos.
Nosotros |
moriremos, pero después de
nuestra |
muerte reviviremos con
Cristo. A |
pesar de que la fe en la
vida eterna |
se esté debilitando. A
pesar de que |
no falten quienes duden
respecto |
de ella, o se debatan
entre incerti- |
dumbres. Nos hacemos cargo
de |
estas crisis: también
nosotros somos |
hombres y conocemos la
incerti- |
dumbre y la duda. No somos
capa- |
ces de edificar la
representación de |
una nueva vida y por eso
nos cues- |
ta tanto aceptarla. Aunque
la fe exi- |
ge que podamos admitir que
existe |
algo más allá de lo que
alcanzamos |
a ver u oír, y que está
por encima de |
lo que podemos palpar con
nuestras |
propias manos o definir
exactamen- |
te por medio de métodos
científicos. |
La incredulidad atiende
sólo a la |
forma de este mundo, y
sólo acepta |
lo que se puede
representar. La Sa- |
grada Escritura lo dice
claramente: |
la fe es el fundamento de
lo que |
esperamos, es la prueba de
la reali- |
dad de lo que es invisible
(Hebreos, |
11, 1). Ni existe ojo
humano que |
haya visto jamás, ni oído
que haya |
oído, ni corazón que haya
percibi- |
do lo que se nos tiene
preparado. |
No nos lo podemos
representar, |
pero lo podemos creer. |
De una carta pastoral
colectiva de |
Cuaresma, de los obispos
de Holanda. |
19 (79) |
TRIDUO PASCUAL |
JUEVES SANTO |
Tarde, a las 8, |
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR. |
Podrá visitarse el
Santísimo Sacramento |
sólo hasta medianoche. |
VIERNES SANTO |
Mañana, a las 8,
VÍA-CRUCIS por el Parque. |
Tarde, a las 8, |
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN
DEL SEÑOR. |
VIGILIA PASCUAL |
Noche del sábado, a las
11. |
La celebración pascual se
completa |
participando en la
liturgia del DOMINGO. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 30. 3. 80 |
20 (80) |
|