Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 178. JUNIO. Año 1980 |
SUMARIO |
LA IGLESIA de Cristo,
purificada, renovada, no para |
que sea el remedio de los
males del mundo ―la |
Iglesia no es una
solución, sino una levadura, |
ni porque las promesas de
Cristo nos hagan olvidar la |
dura realidad de la vida,
la Iglesia no es una enajena- |
ción, sino un lugar para
el compromiso de la fe―. La |
Iglesia purificada,
renovada, cada día y en cada época |
de la historia de la
humanidad, para que todos puedan |
entender el anuncio de la
fe y la invitación a la gracia |
que ofrece a los hombres
para gloria, en primer lugar, de |
Dios mismo y su reino. Las
añadiduras vendrán luego, sin |
pretenderlas. De ellas nos
basta con el pan de cada día. |
Sólo con este espíritu se
puede preparar el reino de Dios. |
EL VIENTO DEL ESPÍRITU |
EL MEDIO |
EL HIJO DIFÍCIL |
LA MÚSICA EN EL ORATORIO
DE ALBACETE |
ROMA |
LA PARADOJA DE UNA
REBELDÍA |
LA PAZ TODAVÍA ES POSIBLE |
«ESE HOMBRE ERES TÚ» |
1 (101) |
tiempo de oración: |
EL VIENTO DEL ESPÍRITU |
Más despacio hacia Ti,
pero seguros; |
pero seguros no, sino con
tiento: |
haciendo nudos a través
del viento |
para saber volver. Vamos
oscuros |
palpando a ciegas los
espesos muros |
de tus manos. El tiempo se
hace lento |
dentro del corazón:
presentimiento |
de que el mirar y el ver
caigan maduros. |
No hay camino hacia Ti; se
va inventando |
con presentir y amar y
estar atento |
al silencio de Dios que va
brotando |
debajo de los pies. Así te
invento: |
presiento, escucho, piso y
voy andando, |
y haciendo nudos a través
del viento. |
Jesús Tomé |
2 (102) |
El medio |
EL TEMPLO, aquí, es el
medio, y el medio es el sacramento, es decir, lo |
que se configura como
signo eficaz del encuentro gratuito con Dios. |
Ese medio y ese sacramento
se resume en la Iglesia, aunque la reco- |
nozcamos como construcción
terrena, que camina hacia su destruc- |
ción en favor de la Ciudad
nueva y definitiva. Ciudad nueva y cielo |
nuevo: última creación de
Dios. Ciudad que ya no necesita signo o sacra- |
mento, ni templo ni rito,
porque Dios mismo es su templo, sin más ritual que |
la libertad del amor. |
El templo definitivo de
Dios es Dios mismo: él se contiene en él se |
acogen las inteligencias
creadas que le invocamos. Y templo de Dios es |
cada conciencia. Lo que es
medio y signo, está fuera de Dios y fuera de nos- |
otros mismos, y es lo
provisional: santo porque se mueve en la búsqueda y |
por el camino de lo santo,
pero no perfecto o acabado en la santidad por- |
que todavía no la ha
podido alcanzar, porque todavía está en el camino. |
Ese medio, ese lugar o
signo donde se nos va descubriendo Dios y don- |
de podemos encontrarlo, es
la Iglesia peregrina por el mundo, a la que in- |
justamente exigimos
perfección definitiva, cuando confundimos el camino |
con la meta, idolatrando
el signo antes de alcanzar el fin que nos señala, o |
transfiriendo fuera de
nosotros ―y por lo tanto en ella― lo que debería ser |
propia exigencia sobre
nosotros mismos, pero que rechazamos hipócrita- |
mente por soberbia o
complejos histéricos de culpa no resueltos. |
La Iglesia es el medio y
el signo, la Iglesia es el sacramento gratuito de |
Dios cerca de nosotros; en
ella se encuentra a Dios y se crece en ese cono- |
cimiento que nos encauza
al fin, à la Ciudad definitiva y nueva de la vida y |
del amor, que es él mismo.
Dios está en la imperfección del signo, porque |
es misericordioso y, de
todos modos, entre todo lo que en la vida es signo |
y medio, la Iglesia es el
menos contaminado y el más sincero en señalar a |
Dios para quien
sinceramente lo busca. La Iglesia jamás ha borrado una |
3 (103) |
tilde de la Palabra de
Dios, ni se ha proclamando definitivamente santa, |
porque tiene conciencia de
la provisionalidad del bien que haya podido Al- |
canzar mientras peregrina,
porque jamás ha renunciado a la aspiración de |
un crecimiento que le
aproxima a la única fuente y completez de bien, que |
es Dios. Templo de Dios no
lo son las estructuras ―temporales, provisiona- |
les, perfectibles,
falibles―, sino él mismo, y, además, en el tiempo, cada con- |
ciencia. Tal vez en las
estructuras, pero solamente desde la conciencia se |
va a Dios. |
Por esto en el tiempo de
Pascua, mientras se nos ofrece la visión joáni- |
ca del Apocalipsis, donde
en Dios se resume toda la creación transformada |
para su gloria, no cesa la
Iglesia ―¡bendito signo y medio de la fe!― de ur- |
girnos a la propia
conversión, que equivale a acoger la presencia de Dios |
en nosotros, presencia que
no es compañía en los caminos, sino penetra- |
ción en las conciencias,
viento del espíritu en el alma, incandescencia de |
vida divina en el vértice
del ser del hombre, que os templo de Dios. Lo de- |
más son caminos, medios,
estructuras, signos y basta sacramento. Pero no |
son Dios mismo. De nada
vale pisarlos, o estar y seguir en ellos si el alma |
rueda hueca de Dios, sin
contacto con la realidad trascendente que seña- |
lan. Pero todo signo es
una gracia y, precisamente porque es gracia, debe |
ser correspondida con
reconocimiento. No podemos despreciar a la Iglesia, |
porque es una gracia y un
don de Dios a los hombres. Esa gratitud ya indi- |
ca que comenzamos a
entender ese estar de Dios en medio de nosotros. |
Por los caminos de este
conocimiento podemos seguir andando desde nues- |
tra conciencia al templo
definitivo de Dios: cielo nuevo y tierra nueva. Allí |
donde lo primero, donde
los medios ya no existirán, porque todo lo llenará |
y será Dios mismo, en
todos. |
Como pastor estoy obligado
por mandato divino a dar la vida por quienes |
amo, que son todos los
salvadoreños, aun por aquellos que vayan a ase- |
sinarme. Si llegaran a
cumplirse las amenazas, desde ahora ofrezco a |
Dios mi sangre por la
redención y la resurrección de El Salvador. |
El martirio es una gracia
de Dios que no creo merecer. Pero si acepta |
Dios el sacrificio de mi
vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la |
señal de que la esperanza
será pronto una realidad. |
Mi muerte, si es aceptada
por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y |
como un testimonio de
esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llega- |
sen a matarme, que perdono
y bendigo a quienes lo hagan. |
Ojalá así se convencieran
que perderán su tiempo. Un obispo morirá, |
pero la Iglesia de Dios,
que es el pueblo, no perecerá jamás. |
Mons. ÓSCAR ROMERO, |
en una declaraciones al
diario Mercurio, |
de México, poco antes de
su martirio. |
4 (104) |
EL HIJO DIFÍCIL |
EL HIJO difícil no es el
hijo re- |
belde ni, menos, el mal
hijo, |
ni, tampoco, el hijo
pródigo. |
El hijo difícil es el que
todavía |
ama ―incluso
precisamente por- |
que ama― y ha de ser
amado, o no |
podemos pasar de seguir
amándole. |
El hijo difícil es el que
no enten- |
demos o no nos entiende,
pero que |
insiste queriéndonos
entender y |
porfiamos en querer
entenderle a |
él. Todos los hijos son un
misterio |
para sus padres, pero el
hijo difícil |
lo es en mayor medida,
porque se |
constituye en reto
insoslayable que |
exige, que pide sin
palabras, pero |
con vehemente actitud, una
comu- |
nión necesaria y deseada. |
En las familias numerosas,
y has- |
ta en las reducidas, no es
extraño |
el tipo sorprendente del
hijo difícil, |
ese que da más quebraderos
de |
cabeza que ningún otro,
que se pa- |
rece, en la exigencia de
la atención |
y del amor que reclama, a
la oveja |
de la parábola que,
descarriada, |
absorbía la preferencia
momentá- |
nea que se hubiera de
haber repar- |
tido entre las restantes
noventa y |
nueve que no daban
problemas. |
El verdadero hijo difícil
no es, |
empero, el descarriado,
sino el que |
lleva por lo menos una
gran parte |
de bien intencionada
razón, aun- |
que no alcancen a
comprenderla |
los mismos que bien le
quieren. Y |
por eso sufre él y sufren
los demás, |
porque si no alcanzan a
compren- |
derle tampoco pueden
condenarle, |
ni despreciarle, ni
abandonarle. Se- |
ría demasiado simple, para
los que |
le tienen cerca,
calificarle de malo |
o rebelde, porque es
cierto que no |
traiciona el vínculo que
lo ha en- |
gendrado y que ama el
tronco de |
que procede, y no existe
en él asomo |
de aprovecharse
egoístamente de |
la savia que le ha nutrido
y man- |
tiene en el ser. Los hijos
aprove- |
chados no son difíciles:
basta con |
asignarles
convencionalmente la |
satisfacción de una
parcela concor- |
dante con la mediocridad
de sus, en |
general, raquíticas
capacidades, pa- |
ra que se consideren
relativamente |
satisfechos y sigan
vegetando entre |
disimulaciones de su
vanidad de |
titulares de la
troncalidad que les |
honra y en la que sigue
asegurada |
una suficiente ración de
egoísmos, |
5 (105) |
decorosamente barnizados
de reco- |
nocido prestigio o de
apariencia |
virtuosa. Calculadores,
evitan los |
riesgos; nunca exponen
nada, pero |
se adicionan, capitalizan
de otros |
para sí, heredan de la ley
y del |
tiempo, como en las
prescripciones |
jurídicas y, además, se
revisten con |
el título de
"buenos", como el hijo |
mayor de la parábola,
hermano del |
pródigo. |
La Iglesia, como toda
familia, y |
porque es una grande y
universal |
familia, también tiene
hijos difíci- |
les. Junto a esos hijos
difíciles tiene, |
también, los buenos y
fieles, los |
sencillos y perseverantes,
los que |
están siempre cerca del
corazón de |
la madre, pero igualmente
cerca |
de los hermanos. Tiene,
también, |
junto a los buenos, los
que ni son |
buenos ni son difíciles,
los que se |
limitan a buscar en ella
―como |
los hijos de familia para
los que |
siempre "paga
papa"― seguridad, |
decoro, y cuya fidelidad
blasonada |
u ostensible
perseverancia, cabría |
en los escalafones
vanidosos de las |
"esperanzas
cortesanas", equivalen- |
tes a las promociones
mundanas. |
Ese tipo de cristianos, si
los hubo, |
nunca fueron herejes. Ni
santos y, |
acaso, ni cristianos... |
Es claro que los hijos de
la Igle- |
sia no fueron santos
porque fueron |
difíciles, sino, al
contrario, porque |
eran santos, crearon, sin
preten- |
derlo, dificultades, al
chocar con la |
mediocridad, la rutina, el
conven- |
cionalismo, la prevalencia
del de- |
coro asegurado. Hijos
difíciles la |
Iglesia siempre los tuvo,
por for- |
tuna. Lo fueron Pablo de
Tarso, |
Agustín de Hipona, Tomás
de Aqui- |
no, Francisco de Asís,
Felipe Neri, |
José de Calasanz, Teilhard
de Char- |
din... Y también hoy los
hay, aun- |
que sea arriesgado
componer listas |
LAUS |
No se publica durante los
meses |
de julio, agosto y
septiembre. |
Reaparecerá el mes de
octubre. |
6 (106) |
de contemporáneos, e
igualmente |
peligroso sentirse
inclinado a figu- |
rar en la lista, por
aquello de la |
escurridiza tentación de
lo ambi- |
guo de la
autojustificación, que |
puede salvar las
apariencias aun |
escondiendo la corrupción.
Sin em- |
bargo es cierto que el
crecimiento |
de la Iglesia y el
esclarecimiento |
de la verdad divina que
anuncia, |
en medio de las
transformaciones |
y graves crisis del mundo,
se ha |
debido a la providencial
aparición |
de esos fieles hijos de
Dios, aunque |
difíciles hijos de la
Iglesia, los cua- |
les, porque la amaban, no
podían |
resignarse a no añadir o
modular |
una palabra, o un gesto
más a los |
que de ella habían
aprendido para |
que la única verdad fuese
mejor |
entendida por los demás
hermanos. |
Ni han pretendido, ni
pretenden |
despertar dudas ni
esparcir confu- |
siones, sino que, como
Newman de- |
cía, supieron y saben que
la fe que |
es un conocimiento
sobrenatural |
de Dios y de su proyecto
del hom- |
bre y del mundo solamente
pue- |
de ser posible en el
hombre que, al |
mismo tiempo, es capaz de
la duda. |
En realidad, aunque
sorprendieran |
y sorprendan a timoratos o
a los |
que confunden a la Iglesia
con una |
sociedad de seguros
eternos, les ha |
ocurrido y les ocurre que
no se |
resignan a interpretar a
Cristo des- |
de la Iglesia, sino que
quieren re- |
interpretar a la Iglesia
desde Cristo. |
Trabajo arduo, en el
pensamiento |
LA TRADICIÓN |
Una falsificación del
concepto |
de Tradición, rechaza el |
presente para agarrarse
sólo a |
un pasudo ya superado. La |
Iglesia, decía Juan XXIII
el 13 |
de noviembre de 1960, «no
es |
un museo de arqueología:
sino |
la antigua fuente de un
pueblo |
que da el agua a las |
generaciones de hoy, del
mismo |
modo que la suministró a
las |
del pasado». La Tradición
no es |
una cisterna, sino un río
que, |
desde su nacimiento, no
cesa de |
canalizarse y penetrar por |
países y tiempos, mientras |
continua incorporándose
otros |
afluentes, pequeños o
grandes. |
Es falsificar la idea de
la |
Tradición pretender |
identificarla, al
detenerla y |
fijarla, en uno de los
momentos |
del pasado... La Tradición
es |
la transmisión y entrega
en |
cada momento de la
historia y |
a cada variedad de
hombres, de |
lo que, después de haberse |
dado en el origen y
atravesado |
espacios y tiempos, se
hace |
actual, presente, joven y |
viviente aquí y ahora. |
YVES CONGAR. |
7 (107) |
Y en el amor, ciertamente
necesa- |
rio, aunque arriesgado. |
No hace falta que, al
buscar el |
tipo actual de hijo
difícil de la |
Iglesia, nos detengamos a
señalar |
a tal o cual teólogo de
nota, o que |
nos impresionemos por
noticias |
oídas o leídas de casos
demasiado |
concretos. El verdadero
hijo difícil |
de la Iglesia, hoy en día,
con algu- |
na que otra salvedad, es
ese mundo |
que tenemos delante y que
nos tie- |
ne y tenemos dentro. El
hijo di- |
fícil de la Iglesia es ese
mundo al |
que, nosotros mismos tal
vez, habí- |
amos calificado
precipitadamente |
—¡cómodo
triunfalismo!― de cris- |
tiano, sin habernos ni
haberlo con- |
vertido y que, de repente,
se nos |
torna crítico y pide con
implícita |
pero inequívoca exigencia,
que le |
demos la única respuesta
que po- |
dría curar sus males, pero
que so- |
lamente podrá entendernos
y sola- |
mente podríamos curarlo
si, antes, |
nos convertimos nosotros
—si nos |
re-convertimos― los
"buenos". |
Este mundo no es enemigo
de |
Dios. Es nuestro hijo y
muestro |
hermano
"difícil". Este mundo lo |
ha hecho Dios, pero
también lo |
hemos hecho nosotros,
aunque nos |
lo encontremos ahí. Lo
mismo que |
pasa con los hijos y con
los herma- |
nos. No podemos pasar de
amarlo |
y, en realidad, también
nos ama, |
aunque grita palabras
cambiadas. |
Es un misterio, pero
también una |
esperanza y un reto. |
LA MÚSICA |
EN EL ORATORIO |
DE ALBACETE |
NO TENEMOS costumbre |
de hacer balances de acti- |
vidades, en parte porque |
no lo requiere la modes- |
tia de nuestro ordinario |
quehacer, en parte
―o |
principalmente―
porque no es el es- |
tilo que gustaba a san
Felipe. Pero |
esta vez nos damos cuenta,
al cerrar |
el curso, que este último
período ha |
sido significativamente
marcado por |
la presencia de la música
en nuestro |
Oratorio, bien por los
actos que direc- |
tamente hemos organizado,
bien por |
los celebrados en casa en
colaboración |
con otras entidades u
organismos, lo |
cual, si es verdad que no
representaba |
una novedad, ha sido más
frecuente |
esta vez, puesto que, en
conjunto, |
hemos tenido hasta siete
conciertos, |
si incluimos el familiar
con que nos |
obsequió ―o, mejor,
con que nos |
obsequiamos― el
propio Coro del |
Oratorio, el día de la
fiesta de nuestro |
santo Padre Felipe Neri,
en el encuen- |
tro amigable que solemos
tener todos |
los años, después de
celebrar la Euca- |
ristía, cuando pasamos a
la Sala del |
Oratorio e,
inevitablemente, no pode- |
mos menos que recordar los
días no |
tan lejanos en que se
echaban los |
cimientos a esta todavía
joven inicia- |
tiva cristiana, que es el
Oratorio para |
esta ciudad de Albacete. |
Todo lo cual nos alegra
porque res- |
ponde a la fidelidad de la
tradición |
oratoriana ―no
podemos olvidarnos |
de s. Felipe y Palestrina,
del Oratorio |
musical, ni del cultivo
siempre vivo |
que de la música hicieron
y hacen los |
Oratorios de Londres, de
Vicenza, de |
Barcelona, de
Roma...―, sino porque |
8 (108) |
significa que los
albacetenses son sen- |
sibles a los valores
espiritualizadores |
de la belleza y que
existen los que, en |
buena voluntad, quieren
cultivarla en |
alabanza de Dios. Al fin y
al cabo la |
belleza es el resplandor
de lo bueno, |
y el bien absoluto
coincide con Dios. |
Así, en este curso, hemos
tenido los |
conciertos navideños del
Orfeón de la |
Mancha y del Coro
Universitario de |
E.G.B. de Albacete; en
vísperas de la |
Semana Santa, el Concierto
polifónico |
de música sagrada del
siglo XVI, por |
el Cuarteto Neocantes; el
9 de mayo, |
el espléndido concierto de
arpa de M.ª |
Rosa Calvo Manzano; el 20
del mismo |
mes, el del Cuarteto de
Viento Acade- |
mia de Sevilla; el mismo
día de san |
Felipe, las canciones del
Coro del Ora- |
torio, y, el día 27, como
una extensión |
de la celebración gozosa
de la fiesta |
de nuestro santo Padre, el
concierto |
del Coro Universitario de
E.G.B. |
Esos grupos de cantores y
sus maes- |
tros, y los artistas que
han enriquecido |
y serenado nuestras almas
con la pure- |
za gozosa de la música,
nos han ayu- |
dado a alabar a Dios y,
para esta mis- |
ma alabanza ha surgido, a
impulso |
espontáneo de los mismos
fieles que |
frecuentan nuestro templo,
lo que lla- |
mamos ya el Coro del
Oratorio y que |
dirige José Reolid Lozano.
Con ello, |
la misa de cada domingo,
se envuelve |
en la resonancia de la
plegaria canta- |
da, que añade al unísono
del canto |
gregoriano con el que
participa el |
pueblo, la polifonía de
las voces de |
este grupo de amigos y
hermanos en |
la fe que, sin divismos,
con todos, |
quieren alabar a Dios y
hacer más |
gozoso nuestro encuentro
con él en la |
Eucaristía. |
En la medida en que todos,
seamos |
poco a poco más
participantes y no |
meros espectadores de lo
bueno, Y |
mantengamos la constancia
en el sen- |
cillo y continuado
esfuerzo por lo que |
vamos descubriendo como
bueno y |
mejor, creceremos en el
consuelo y |
la fuerza que lo bello y
lo puro dan |
al espíritu del hombre, en
su camino |
hacia Dios. Y no hay duda
que la |
música es la más pura y
universal |
de las expresiones
sensibles de la be- |
lleza. Por esto sirve tan
bien para |
alabar a Dios, y por esto
eleva y con- |
forta el espíritu humano. |
9 (109) |
ROMA |
TODOS los caminos |
de la sabiduría, de |
la belleza, y de la |
fe pasan por Roma, |
como por una en- |
crucijada eterna. Pero lo |
más bello de Roma es su |
crepúsculo de cada día
―un |
amanecer para
dentro―, cuando la luz resume, sin resignarse |
a morir, en silenciosa
síntesis, santa y profana a la vez, las cla- |
ridades que se apagan
sobre las cúpulas sagradas y los capiteles |
tronchados de las columnas
paganas, todavía enhiestas, por- |
tando la llama invisible
del tiempo, en el recuerdo, en el sue- |
ño, y en la fe. |
Allí sólo han decaído, del
antiguo esplendor, el poder |
militar y la hegemonía
política, de cuando Roma fue grande |
y única, circundando el
mar entre tierras finalmente suyas |
―"mare
mediterraneum", "mare nostrum"...— Pero subsiste, |
transformada, su grandeza
y su universalidad, porque, Roma, |
vencedora de pueblos, se
dejó vencer por sus mismos venci- |
dos, ―"vincta
vinctis"— La Roma grande, de las conquistas, |
de la eficacia y del
Derecho, no se cerró a la admiración de |
los tesoros que
descubrían, en orillas lejanas, sus generales |
victoriosos, y hubo de
reconocer su deuda a las civilizaciones |
sometidas. Roma, ciudad
abierta, escuchó las sabidurías de |
los filósofos vencidos,
adornó sus casas con las esculturas que |
cincelaron los
"graeculi" sometidos, y hasta edificó templos a |
las divinidades
orientales. Cerca de Grecia, con los pies en |
el mismo mar, se bañó en
la misma claridad, hasta que los |
primeros apóstoles de
Cristo llegaron pisando la via Apia |
o desembarcando en la
puerta que tenía el Tíber al mar, |
10 (110) |
y aunque siempre pareció |
más dominadora que inven- |
tora, más organizadora que |
artista, se transformó del
la- |
drillo al mármol, y, más
tar- |
de, mientras parecía que |
eran vencidos los
cristianos |
en el circo, el martirio
se |
convertía en victoria de
la fe y en triunfo perdurable, mayor |
que el pasado político,
mayor incluso que el de la belleza im- |
portada. Una vez más,
vencida por sus vencidos, se convertiría |
en centro y madre de
pueblos, lenguas y culturas, vehiculando |
por todas ellas la
proclamación de una buena noticia iniciada |
humildemente en Palestina,
pero hecha universal en Roma. |
Roma ha sido la madre de
Europa y, casi, la madre del mun- |
do. Tal vez de su mismo
universalismo le ha venido que sus |
gentes, desde siempre, sin
abdicar del recuerdo de sus glorias |
pasadas, se hayan
abstenido de blasonar la mezquindad de pa- |
triotismos pedantes y
rencorosos y han permitido que sea, su |
ciudad, el centro y cabeza
de una Iglesia, la de Cristo, que quie- |
re ser de todos, por
encima de cualquier nacionalismo, raza o |
civilización. |
Roma es eterna y es
universal, a pesar de los pecados de |
los mortales y de las
miserias humanas que le hayan salpicado. |
Roma, ciudad de santos,
dejó que, finalmente, fuese la fe |
cristiana que prevaleciera
para convertirla en signo, todavía |
terreno, de la Jerusalén
nueva. Y aunque soporta, incómoda, |
la apariencia fastuosa de
grandezas humanas transformadas |
en signo religioso, tiene
todavía el frescor y el latido de las |
corrientes subterráneas de
sus mártires cristianos, y los ejem- |
plos de los mil santos que
han iluminado sus calles y el sepul- |
cro de los primeros que
siguieron a Cristo y anunciaron la fe. |
11 (111) |
Todas las semanas en |
vida nueva |
―Una completa
información de la |
Iglesia en España y en el
mundo |
—Un estudio del problema
de ma- |
yor actualidad |
―Una visión
cristiana del mundo |
político, social, cultural
y artístico |
vida |
nueva |
Revista semanal de |
información general |
y religiosa |
P.P.C. - E. Jardiel
Poncela, 4 |
Apartado 19.049 - Madrid
(16) |
12 (112) |
Documento: |
LA PARADOJA |
DE UNA REBELDÍA |
EL caso Lefebvre, que
tanto dolor causó al pontífice Pablo VI, ha vuelto |
a la actualidad, entre
nosotros, por el paso del obispo rebelde por Ma- |
drid y sus palabras
incitantes a la desobediencia en la Iglesia, frente |
a la renovación que parte
del Concilio Vaticano II. Es curioso cómo los que |
se rebelan contra la
Iglesia, cualquiera que sea su pretexto, acaban por con- |
denarse con sus propias
palabras, aparentemente celosas del bien que dicen |
defender, pero en
contradicción inmediata con los actos que las rubrican. |
En realidad esos fenómenos
no son nuevos en la Iglesia, y en cada momento his- |
tórico en que se produce
un intento eclesial de renovación, aparece alguna forma de |
resistencia
tradicionalista, dispuesta a frenar el impulso de apertura que se inicia. |
Ya, en la primera
generación cristiana, san Pablo hubo de sufrir la pertinaz obstacu- |
lización de los
judaizantes y, Oposiciones parecidas, se han ido produciendo a través |
de los tiempos, cada vez
que, en la historia de la Iglesia, se ha impuesto una renova- |
ción para responder al
mandato de anunciar, con palabras nuevas o a hombres nue- |
vos, la misma y permanente
verdad de Cristo. |
Lefebvre, el rebelde de
Ecome, con el pretexto de su misa en latín y su anti-ecu- |
menismo, resucita el
tradicionalismo francés del siglo pasado, hijo de un romanticis- |
mo ciego y fanático,
alimentado por la temeridad y la desobediencia. Ciertamente |
que es lamentable esa ya,
por lo visto, irreparable ruptura del obispo Lefebvre, para |
él mismo y para los que
puede desorientar hasta acabar en la esterilidad del cisma. |
Pero, por otra parte, de
su misma contradicción, surge la necesidad de insistir en la |
renovación que el Vaticano
II preconizó y que el tradicionalismo teme o frente a la |
cual vacila: este mundo
que amanece está ahí y espera y necesita una palabra inteli- |
gible y sincera que sólo
la voz y el gesto renovado de la Iglesia le puede hacer llegar |
comprensiblemente. |
Jean Guitton, de la
Academia Francesa, en un artículo aparecido en LE FIGARO, |
tiempo atrás, le hacía
seguramente demasiado honor a monseñor Lefebvre, al com- |
parar este caso con la
crisis del Movimiento de Oxford, en el siglo pasado, que con- |
movió el Anglicanismo;
movimiento del que fue principal protagonista John H. New- |
man, pero que, más
iluminado y profundo que el protagonista de Ecome, le condujo, |
13 (113) |
de conversión en
conversión, a la Iglesia católica, mientras que Lefebvre, de rebelión |
en rebelión, se consolida
en una posición cismática, que cada vez parece menos recu- |
perable. |
He aquí el artículo de
Jean Guitton, que no pierde actualidad, aunque fuese es- |
crito durante el
pontificado de Pablo VI. |
El amor y el dolor |
del ecumenismo |
Todos nos damos cuenta,
por lo menos confusamente, |
que bajo el pretexto o con
ocasión de una misa en latín |
y de un seminario, se
ventila una cuestión capital, que |
compromete el futuro del
Concilio. |
El ecumenismo tiene dos
caras, una de ellas radiante |
y llena de esperanza, que
es la de un amor que quiere es- |
tar por encima de los
conflictos de los cristianos (como |
decía Leibniz, en su
tiempo, a Bossuet); la otra es doloro- |
sa y llena de angustia, y
obliga a las altas conciencias |
amantes de la verdad, ya a
condenar ya a separarse. Re- |
sulta fácil buscar
explicación a estos resquebrajamientos |
en la pasión, la
ignorancia o el orgullo. La última razón |
de la división entre los
cristianos es la convicción de que |
son fieles a la voluntad
de Jesucristo. Toda la moral ecu- |
ménica exige este respeto
reciproco de las opciones últi- |
mas y desgarradoras, tal
como lo ha puesto de manifiesto |
con fuerza el último
Concilio. |
Yo deseo llevar el
problema lo más elevado posible |
dentro de la Luz, fuera de
toda polémica. He pasado bas- |
tantes arios escrutando la
historia de un convertido ilustre, |
el cardenal Newman. Ella
ilumina seguramente el drama |
de Ecome. ¿De qué se
trataba?. |
Newman se convirtió |
La Iglesia anglicana,
separada de Roma en el siglo |
XVI, había intentado
amalgamar protestantismo y catoli- |
cismo. Newman, de 1837 a
1845, fue el líder de la Alta |
Iglesia anglicana, la que
se acercaba a Roma. Pero el |
echaba en cara a Roma el
haber "corrompido" el catoli- |
cismo de los primeros
siglos al añadir nuevos dogmas y |
nuevos ritos. En resumen,
era la posición de Ecome. |
En 1845 Newman se
convirtió. Y la razón que nos dio |
fue ésta: La Iglesia, ha
de unir en alla la verdad y la vida. |
Por consiguiente, debe
cambiar. Rejuvenecerse, renovarse, |
con el fin de mantener, a
través del cambio, su identidad |
fundamental: la bellota,
para salvar su identidad, ha de |
convertirse en encina.
Resumiendo, es la posición del Va- |
14 (114) |
ticano II. Y, para decirlo
de paso, con frecuencia he pen- |
sado que un gran concilio
debía recibir la inspiración de |
un solo espíritu: Atanasio
por Nicea, Tomás de Aquino |
por Trento; el Vaticano II
lo fue por Newman. |
Los que inspiraron |
los concilios |
Luego de haber recordado
esto, he aquí que me repre- |
sento el doble monólogo
del obispo y el papa. |
Monseñor Lefebvre se cree
a sí mismo el defensor de |
la fe. El juzga que esta
fe se halla comprometida, desde |
hace diez años, no porque
haya sido atacada desde fuera, |
sino porque parece dudar
de sí misma y de su identidad. |
Se caricaturiza al obispo
de Tulle presentándolo como un |
"depassé", un
retrasado, pero él entiende que defiende la |
fe permanente de ayer, de
hoy y de mariana. En un prin- |
cipio se limitaba a decir
que aceptaba el Concilio, pero |
que no admitía ciertas
consecuencias deducidas indebi- |
damente del Concilio.
Luego, pasado algún tiempo, no sé |
por qué, ha cedido a un
vértigo lógico: ha pretendido que |
el Vaticano II era un
concilio cismático, cosa aberrante |
y fuera de razón. |
Respecto a Pablo VI, se
juzga responsable ante la his- |
toria de este Concilio que
él ha presidido, dirigido y |
clausurado. Y exige del
obispo la obediencia al sucesor |
de Pedro, al Vicario de
Jesucristo. No porque se crea in- |
falible en su conducta,
sino porque en él reside la autori- |
dad suprema para hacer
aplicar el Concilio. |
Un concilio |
desarrolla la fe |
El Papa piensa, en efecto,
que el Concilio abre a la |
Iglesia una inmensa
esperanza en un momento decisivo |
de la historia humana, en
el cual la Iglesia católica tiene |
la suerte (tan rara) de
ser respetada, escuchada por el |
mundo, ante el cual
aparece como un factor de unidad y |
de salvación. El Concilio,
según la relectura que hace de |
Newman, desarrolla la fe
de siempre bajo el impulso del |
Espíritu. Explica ciertos
rasgos siempre presentes en el |
depósito de la fe que, en
el curso de los siglos pasados, |
habían permanecido
implícitos u obscurecidos. Así, la li- |
bertad de la conciencia
que es indispensable al mérito de |
la fe, las bases comunes a
las religiones monoteístas y a |
las confesiones
cristianas, etc. Es el espíritu de este Pablo |
del que ha elegido el
nombre, apóstol de los de fuera, |
haciéndose todo para todos
para que en el último dia |
Dios sea «todo en todos». |
15 (115) |
Las crisis del mundo |
y de la Iglesia |
Ciertamente que Pablo VI
mide mejor que cualquier |
otro observador toda la
crisis de la civilización, la crisis |
de la Iglesia, la
aceleración de las crisis. Se da cuenta |
del descenso de la vida
espiritual, de la fe. Conoce estas |
extravagancias de la
liturgia sobre las cuales se guarda |
silencio, pero que
conmueven la confianza del pueblo y |
dan ocasión al alejamiento
silencioso de algunos selectos. |
El mismo ha hablado con
espanto de la "autodestrucción" |
de la Iglesia... Pero él
no pierde la confianza en el Espí- |
ritu, porque sabe que «las
fuerzas del mal no prevalece- |
rán», y espera que,
después de una crisis inevitable (la |
que siguió al Concilio de
Nicea duró un siglo), la Iglesia |
recuperará su ritmo de
andadura normal al mismo tiem- |
po que habrá ayudado a la
humanidad a sobrepasar una |
frontera temible. |
Polémica de rituales |
Se opone la misa de Pio V
a la misa de Pablo VI, de |
modo muy abusivo. Los dos
pontífices han querido codifi- |
car unas tradiciones que
eran anteriores a ellos. El ritual |
de Pío V confirmaba unas
plegarias que se remontaban |
a los primeros siglos,
como no podía menos de reconocer |
quien leía aquellos bellos
textos tan simples. Pablo VI ha |
simplificado la tradición
anterior al tiempo que también |
ha ensanchado sus
posibilidades. Ha propuesto cuatro |
"cánones", el
primero de los cuales es, precisamente, el |
canon antiguo. Respecto a
esta polémica, el público ha |
sido mal informado y,
consiguientemente, se ha descon- |
certado. ¿Cómo hacer
admitir a los sencillos y a los sabios |
de este país razonable que
la misa única celebrada por |
Los Padres del Concilio se
convertiría en la única misa |
prohibida? ¿Cómo hacer
comprender a los franceses, tan |
coherentes y tolerantes,
que el pluralismo sería respetuoso |
frente a todas las
tendencias, menos con la que pretendie- |
ra continuar con las
formas litúrgicas observadas durante |
tantos siglos? Para que
eche raíces una reforma exige |
una lenta y larga
conjunción de madurez, indulgencia y |
paciencia. Ya es hora de
que nuestro episcopado reafirme |
sin ambages la licitud de
lo que Roma mantiene. |
La reforma no sirve de
nada si se hace con sangre. |
Mons. ROMERO |
16 (116) |
Las paradojas de la |
auto-excomunión |
Y uno de los resultados
paradójicos de tantas para- |
dojas, será que la crisis
acentuará el poder arbitral de la |
Santa Sede, en tanto que
garantiza la identidad de la fe. |
En ella reside la
responsabilidad suprema de la fe de |
ayer, de hoy y de mañana,
y es menos influida por las |
variantes opiniones que no
lo son los episcopados de las |
naciones. |
Y bien, es preciso
considerar una consecuencia casi |
fatal. Si la Sede romana
interviene severamente contra |
Ecome, blanco visible y
provocador, la lógica llevará a |
condenar todavía con mayor
energía, a aquellos que, bajo |
la capa del Concilio,
ponen en entredicho la causa de la |
fe. Y, en este tiempo de
reconciliación en que los católicos |
se están acercando a sus
hermanos, corren el riesgo de |
encontrarse separados en
tres familias diferentes. ¿Quién |
no haría todo lo posible
por evitar tal consecuencia? |
Pero, que ocurriría si
Ecome se encontrara, sin admi- |
tirlo, fuera de la
comunión eclesial? |
En tal caso, el único
obispo de Dakar y de Tull ya no |
podría sentarse al lado de
sus hermanos. Estaría en una |
situación parecida a la
del arzobispo de Canterbury. Es- |
taría en juego el honor
ecuménico, el reconocimiento de |
los mutuos errores, la
puerta siempre abierta a la recon- |
ciliación, la parábola del
hijo pródigo. Monseñor Lefebvre |
ha pedido siempre ser
recibido solo y sin testigos por el |
Santo Padre, como el hijo
por el padre. Una vez fuera, la |
audiencia le sería
acordada. |
Relego a la esperanza |
ecuménica |
No es posible huir al amor
ecuménico. Como todo |
amor absoluto, el
ecumenismo triunfará siempre: tanto en |
la alegría como en el
dolor, tanto en las comuniones que |
unen como en las
separaciones que rasgan. ¿Ha de ser |
despedazado Cristo hasta
el fin? ¿Y hallará entonces fe |
sobre la tierra? |
Pero la esperanza
ecuménica, que es una «esperanza |
contra toda esperanza»,
sabe que llegará a la unidad, en |
este mundo o en el futuro. |
El Concilio, que ha
definido la apertura, supone, toda- |
vía más, la fidelidad... |
Lo peor, por desgracia,
siempre es posible. Pero nos- |
otros sabemos que lo
mejor, un día, será realidad. Me |
complacía esta palabra,
tan modesta y tan pura, de un |
amigo incrédulo: «Yo no sé
nada. Me cuesta creer. Lo es- |
pero todo». |
17 (117) |
LA PAZ |
TODAVÍA |
ES POSIBLE |
EL MIEDO lleva a los
hombres |
a la injusticia y a la
mentira. |
A la injusticia porque el
mie- |
doso vive preocupado por
acumu- |
lar seguridades a costa de
la inse- |
guridad ajena. Es incapaz
de ver a |
los demás hombres como
herma- |
nos, aunque tal vez se
atreva a lla- |
marlos así, en inútil
elegancia de |
lenguaje con que adornarse
a si |
mismo. Miente, además,
porque pa- |
ra legitimar la aberración
de su |
egoísmo, ha de inventar
filosofías, |
o falsificar verdades,
para autosu- |
gestionarse de la licitud
de su posi- |
ción y bloquear, además,
la razón |
de los otros. |
Al miedoso, no le basta
ser injus- |
to y mentir. Necesita
también re- |
currir a la violencia: ha
de mante- |
ner su seguridad a la
fuerza, con |
la fuerza, por la fuerza,
y ha de |
fabricar leyes y falsos
dioses que |
sublimen hasta la neurosis
la lici- |
tud de las violencias
fratricidas. Y |
la fuerza se rompe en
guerras, que |
siempre han sido para
defender |
intereses (es decir,
seguridades, es |
decir, injusticias, es
decir, menti- |
ras...) El que más
provecho saque |
del sacrificio ajeno
llamará héroes |
a los inmolados. Y
comenzará, de |
nuevo, el ciclo de los
egoísmos y la |
carrera por la posesión y
por el |
pedestal de las vanidades.
Y se |
inventarán más filosofías,
para más |
injusticias, para más
violencias, |
para otras guerras. Y los
hombres |
llamarán a los dolores y a
los ase- |
sinatos colectivos,
Historia humana. |
Se inventarán sistemas
políticos, |
no por servir a la
humanidad, sino |
para ver quién consigue el
poder |
hegemónico sobre todos y
edificar |
su exclusiva seguridad
sobre el fra- |
caso y derrota ajena. Y
habrá esta- |
dos capitalistas que dirán
que defiende- |
n la libertad, y
capitalismos |
de estado que dirán que
defienden |
la democracia. Pero la
seguridad |
será solamente para unos
pocos: los |
del partido, o los más
ricos... |
Y el mundo seguirá
esperando |
una época de paz. Paz
difícil, mien- |
tras haya jóvenes ahora
críticos, |
pero fácilmente seducibles
a la pri- |
mera tentación corruptora.
Pero |
paz esperanzadora, porque
no fal- |
tan los que se preparan
para la vi- |
da con ideales de
justicia, de ver- |
dad y de servicio. Esos
construirán |
la paz de mañana, si de
verdad no |
renuncian, a pesar de las
seduccio- |
nes y de los malos
ejemplos, a ser |
honestos, sencillos, a
usar la inteli- |
gencia, a trabajar
austeramente, a |
mantenerse libres. Esos
prepararán |
un mundo mejor. Y, si son
cris- |
tianos, prepararán un
mundo que |
será, ya en ciernes, el
reino de |
Dios. |
La paz todavía es posible. |
18 (118) |
«ESE HOMBRE ERES TÚ» |
EN el número de mayo de la
revista "Noticias Obreras", órga- |
no de la Hermandad Obrera
de Acción Católica (HOAC). |
ha aparecido un artículo
del jesuita José I. González Faus, |
profesor de la Facultad de
Teología de Barcelona (sección de san |
Francisco de Borja), en el
que se hace referencia a los asesinatos |
de monseñor Romero y del
padre Espinal. El artículo acusa y ha- |
ce responsable al
capitalismo norteamericano de estos crímenes, y |
toma el símil de la
célebre parábola bíblica con la que el profeta |
Natán reprendió al rey
David por el doble delito de seducción de |
Bet-Sebah y muerte de su
esposo Urías (2.0 Sam 12, 1-12), para |
acusar a "Tío
Sam", diciéndole: |
«Pues ese hombre eres tú.
Tú, que |
quieres boicotear
olimpíadas en |
nombre de los derechos
humanos, |
pero tienes en América
Latina tu |
propio Afganistán, al que
no te es |
ni siquiera preciso mandar
solda- |
dos porque el hambre, la
CIA o la |
ITT matan mejor, mejor que
los |
soldados. Tú, que hiciste
de Guate- |
mala una finca particular
de la |
United Fruit, y de las
catorce fami- |
lias que poseen la tierra
entera de |
El Salvador una especie de
aparce- |
ros bien pagados por tus
multina- |
cionales. Tú, que posees
miles de |
campesinos en la necesidad
de no |
poder plantar ni siquiera
la mise- |
rable ración de legumbres
con que |
malviven, porque su país
necesita |
plantas exóticas para
vendértelas, |
a ti y a tus secuaces, y
poder de esta |
manera enjugar la usura
con que |
los tienes sometidos. Tú,
que crees |
que clama al cielo el
fanatismo de |
unos jóvenes que no
respetan ni |
los más elementales
acuerdos esta- |
blecidos para la
convivencia (como |
es el caso de la
inviolabilidad de |
las embajadas), pero no
respetas ni |
las más elementales
exigencias mo- |
rales de esta convivencia
(como es |
ahora la inviolabilidad de
los dere- |
chos de los pueblos de la
tierra). Tú, |
que dices que rezas por
Khomeiny, |
pero consideras evidente
que el |
petróleo del Golfo Pérsico
te perte- |
nece hasta el extremo de
poderlo |
defender con armas
atómicas... Tú |
eres ese hombre. Y no hace
falta |
culpar de la muerte de
Espinal o de |
la muerte de Romero a
cuatro pis- |
toleros a sueldo, pagados
por "al- |
guien", armados por
"alguien", y |
defensores, a fin de
cuentas, de los |
intereses de
"alguien". |
19 (119) |
La violencia se cierra en
el círculo vicioso |
y mortal de la injusticia,
de la venganza, |
del egoísmo, del orgullo.
No se erradica |
con ninguna suerte de
endurecimiento ni |
de rigor; sino con la
verdadera justicia, |
con el sincero perdón, con
el desprendi- |
miento, con la sencillez y
el respeto ajeno. |
La fuerza nunca es razón
en el hombre: |
sólo la razón es la única
y lícita fuerza. Lo |
demás es irracionalidad,
mentira, o inven- |
to de dioses falsos; lo
demás es diabólico. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 21. 5. 80 |
20 (120) |
|