Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 179. OCTUBRE. Año 1980
SUMARIO
CADA VEZ más, el año comienza en octubre, en lugar
de hacerlo en enero. Es ahora, cuando se juntan las
grandes cosechas y se dispone la sementera, que la
vida levanta un hilo, entre nosotros; hito que hasta
Los cambios sociales, los problemas económicos, los deba-
tes políticos, los programas culturales, las angustias y las
esperanzas colectivas, toman como referencia, marcando
caminos. Los que somos cristianos, desde la misma reali-
dad envolvente, levantamos a la visión de la fe todo el
panorama y, caminando con Dios, seguimos y buscamos
esperanzados hacia adelante.
LAS TRES VIRTUDES
LA SÍNTESIS NECESARIA
LA "RAZIONALE"
EL MATRIMONIO QUE VIENE
CARTA ABIERTA A EMMANUEL MOUNIER
LOS MATERIALISMOS
EL CRISTIANISMO CONTROVERTIDO
EL HOMBRE NUEVO
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LAS TRES VIRTUDES
Yo soy, dijo Dios, el Maestro de las Tres Virtudes.
La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña.
Yo soy, dijo Dios, El Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme
por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da
por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza
es la que levanta todas las mañanas.
Yo soy, dijo Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene tensa
por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se distingue
por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es
la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Charles Péguy
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La síntesis
necesaria
TESIS, antítesis, síntesis. Un pie, otro pie, y el salto. La síntesis es siem-
pre como el arco de un vuelo que conjuga oposiciones para supe-
rarlas en la novedad que a partir de ellas se edifica, del pasado, al
presente, hacia el futuro. Como en los ladrillos: uno, y otro y, encima,
asimétrico, el que los ata, creciendo la pared, hacia lo alto. Y ahora
estamos este "hacia", doloroso y apremiante: apremio para el mun-
do y, por lo tanto, también para la Iglesia y para cada hombre de este
tiempo.
Todo es hermoso y difícil; pero igualmente inaplazable dentro de esta
proyección "hacia" adelante, que Juan XXIII calificó de "irreversible",
es decir, necesaria. Tenemos los datos: una verdad y un plan de Dios, y
tenemos ―el otro dato este mundo en que vivimos. Y hay que hacer la
síntesis.
La urgencia es insoslayable; no podemos inhibirnos o excusarnos de
la misión que nos reclama con exigencias imposibles de ocultar. La gran
tentación del creyente de hoy sería la de intentar la huida, tanto si lo hicie-
ra ―como los modernos iconoclastas― rompiendo los datos para huir irra-
cionalmente hacia adelante, como si, imitando a la mujer de Loth, se negara
a mirar hacia adelante, pretendiendo refugiarse en la seguridad egoísta de
lo que la ilusión, falsamente modesta, considera inmutable, pero que en
realidad yace carcomido por la caducidad encenizada y estéril.
Ritos, estructuras profanizadas, politizaciones de la idea de Dios, mora-
lismos enjutos de Evangelio, sentimentalismos que distraen de alimentar la
fe, busca de seguridades que no comprometan, remedios para miedos que
apagan el entusiasmo para hacer el bien... Esas y otras tentaciones nos
rondan cercándonos: unas nos adormecen, otras nos aturden, y todas, si
prosperan, nos atan los pies para este salto que habría que dar hacia la
novedad cristiana que el mundo espera, necesita y podemos y debemos
darle, los que decimos que tenemos fe.
3 (123)
A veces, por un momento, creemos entender esto perfectamente, y nos
paramos en la serenidad pacificadora de este pensamiento y de su verdad
aceptada, pero enseguida delegamos en ―en transferencia ideal―
aquello que podemos y que, precisamente nosotros, deberíamos hacer,
cada uno. A pesar de criticar alguna vez a la Iglesia como "organización",
descargamos sobre esa misma organización el fardo de nuestro propio de-
ber, despersonalizándonos de responsabilidades. Pero entonces nos resulta
esta Iglesia demasiado "clerical" donde parece que sólo un pequeño grupo
de personas monopoliza su misión. Y llevamos alguna o mucha razón; pero
ha sido entre todos que hemos hinchado la necesidad de las exageraciones
que justamente lamentamos. Tal vez criticamos a los "beatos" que nos pa-
rece que acaparan la imagen de la Iglesia o de lo que entendemos, en su
corteza, la piedad cristiana, pero no nos damos cuenta de que ellos son los
más perseverantes, aunque esta perseverancia puede ser interesada y
menos pura, en varios casos. Nos cansan los ritos, pero asistimos indocu-
mentados a ellos, como espectadores y "cumplidores", en vez de hacerlo
como participantes; vamos a cumplir cada uno con Dios, en busca de la
propia paz y satisfacción, y no para edificar una hermandad que preside
Dios; no hacemos todo lo que podemos para corregir ese individualismo en
nuestros planteamientos frente a la vida y, por ello, tampoco cuando nos
presentamos ante Dios para glorificarle juntos en las asambleas de la fe.
Andamos por la vida con el corazón embobado en las vanidades del mun-
do, o dividido por sus solicitudes, y no tenemos inconveniente en censurar
a una Iglesia que, decimos, llega siempre tarde a señalar las verdaderas
injusticias y vacila, a diferencia de los viejos profetas, a la hora de denun-
ciar las formas concretas de la malicia de nuestros días, de los grandes
pecadores actuales... retrasos y dudas a veces ciertos, pero que, a la debida
distancia y proporción, tenemos y mantenemos cada uno desde nuestras
decisiones, olvidándonos que también tenemos parte, por lo tanto, en las
responsabilidades que delegamos a otras instancias, dentro de la única
Iglesia que entre todos formamos... La Iglesia es imperfecta como los hom-
bres que la formamos y, a veces, menos imperfecta, pues vemos que no
cesa de predicarnos la esperanza y de proponernos la conversión. La
conversión es la síntesis necesaria, es el paso adelante, es la novedad del
sentido de Dios que hay que llevar a un mundo en transformación.
Pero, ¿queremos, de verdad, llegar a ello, cada uno, todos? ¿Dedicamos
tiempo, estudio y esfuerzo para entender a Dios y para cambiar ese mun-
do? Por ejemplo: ¿con qué constancia estudiamos reflexivamente un buen
Catecismo? ¿Cada cuándo leemos los Evangelios?... Mal si decimos que
queremos un mundo mejor, si no nos hacemos mejores y no nos capacita-
mos para llevar a él el sentido de Dios; pero mal, también, si nos prepara-
mos y capacitamos para muchas tareas sin pararnos a elegir las que mejor
nos han de servir para llevar al mundo la síntesis actualizada de lo divino.
Es lo único necesario.
Nuestro fin último no es la felicidad, el bienestar, la prosperidad de una
sociedad cómoda, sino la realización espiritual del hombre.― E. MOUNIER
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La "razionale"
LOS biógrafos clásicos de san
Felipe subrayan la importan-
cia que el santo daba a la
humildad y la obediencia, some-
tiendo el propio juicio a la volun-
tad manifestada de Dios, en los
cauces legítimos de su providencia,
especialmente a través de los supe-
riores y refieren que, cuando tra-
taba de ello, solía llevar su mano a
la frente mientras decía: «Toda la
santidad del hombre está en este
espacio de sólo tres dedos toda la
importancia está en mortificar la
racional...» Con esta palabra "ra-
cional", que le era muy familiar,
entendía el juicio propio, sede des-
de donde la voluntad esquiva toda
otra dependencia. Cualquier otra
mortificación le era sospechosa si
no partía precisamente de ahí, del
entendimiento y del propio juicio.
Las mortificaciones externas, las
posturas visibles de la ascética las
estimaba en poco si faltaba el ven-
cimiento del juicio y la disposición
interior del pensamiento ―la "ra-
zionale"―, a partir del cual tienen
valor las determinaciones de la vo-
luntad.
Por lo demás, san Felipe, al pro-
ceder así seguía la doctrina ascética
tradicional y el mismo Evangelio,
que pone en las ideas y en el cora-
zón la raíz de toda conversión y la
sinceridad de la piedad.
Pero podemos añadir un signifi-
cado a la citada expresión de san
Felipe, tomando el pensamiento y
la propia inteligencia, no como
punto de partida de todo movi-
miento desordenado de indepen-
dencia, sino como sede de la ver-
dad, de toda verdad que el hombre
percibe y guarda. También en este
sentido, sin necesidad de forzar los
significados, se puede decir que
«toda la santidad del hombre de-
pende de la verdad que tenga en
su mente» si la traduce en vida, en
sinceridad para con Dios. Es impo-
sible que el hombre sea bueno si
no sabe y no entiende que puede y
que ha de ser bueno; es imposible
amar a Dios, más allá de ilusiones,
distracciones o reducciones senti-
mentales o beatas, si las ideas, res-
pecto de Dios, no se depuran en
una fe que, precisamente a través
de la inteligencia, nos la descubre
5 (125)
mostrándonos hasta donde vamos
siendo capaces día tras día, quién
es él, qué quiere de nosotros y del
mundo que nos rodea. Allí donde
abunda la tontería beata, o donde
se pierden tiempo y energías en
engañosos devocionismos que nos
distraigan de la auténtica visión
cristiana del mundo y de la misión
en él de la Iglesia, o que nos entre-
tengan diciendo simplemente «Se-
ñor, Señor...» a ratos, pero en reali-
dad siguiendo absortos en nosotros
mismos, o sugestionados en disi-
muladas vanidades o en ridículos
cuidados de lo que es inútil para
nuestro bien espiritual y para el
reino de Dios, es que la "racional"
no funciona: huecos de ideas, sus-
tituimos las convicciones de que
carecemos por los sentimientos, las
ideas por las modas, el buen celo
apostólico por el oportunismo y
hasta a riesgo de hacer de la tierra
y el tiempo, no la hora y el espa-
cio desde donde ya preparamos el
reino de Dios, sino de convertir el
reino de Dios en una contingencia
o minimización terrena, recortada
a la medida de nuestra mezquin-
dad.
Toda la cantidad del hombre
está en la gracia que recibe de
Dios, y la primera gracia es la fe.
y la fe es una verdad, y la verdad
de Dios ha de comenzar cabiéndo-
nos en esos tres dedos de frente.
Incluso aquella mortificación inte-
rior y aquella humildad y obedien-
cia, sin esta fe, sin ideas cristianas
claras y sólidas, o no se daría, o
no pasaría de apariencia falsificada
de virtudes que tampoco existirían,
aunque nos engañara la estudiada
estética aparente del gesto que la
falsifica.
Después de dos intentos de armonizar ambas liberta-
des personal y comunitaria ―lo Antiguo y lo cristiano
(me limito a Occidente)―, se formó un primer humanis-
mo abstracto A raíz del Renacimiento, dominado por la
mística del individuo; un segundo humanismo, igual-
mente abstracto y no menos inhumano, se ha formado
hoy en la URSS, dominado por la mística de "lo colec-
tivo". La lucha gigante que se libra ante nuestros ojos
no es por motivo de alguna paz o de alguna distribu-
ción de bienestar. Se encara con el primer Renaci-
miento que se derrumba, y con el segundo que se pre-
para. Lo trágico del combate es que el hombre está
en los dos campos, y que si uno aplasta al otro, pierde
una mitad inalienable de sí mismo.— EMNANUEL MOUNIER
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EL MATRIMONIO
QUE VIENE
SE ha acusado a la Iglesia de
ejercer una excesiva inter-
vención en la institución ma-
trimonial. Tal vez estas acusacio-
nes serían menores si se tuviera en
cuenta el descuido del poder civil,
en su esfera, durante toda la Edad
Media... Pero, para ser justos, ten-
dríamos que admitir que el pecado
ha sido tanto por exceso, si acaso,
como por defecto. Ha habido un
exceso de condescendencia al su-
poner, implícitamente, en demasia-
dos casos, una fe y una disposición
de las que carecían los contrayen-
tes que, a pesar de ello, creían que
podían exigir para ellos un matri-
monio canónico. Este matrimonio
ni se puede conceder, ni se puede
imponer a los no creyentes o a los
que se acercan a él con muy gra-
ves objeciones a la fe, o con grande
ignorancia de lo que es y significa
el sacramento matrimonial. La Igle-
sia debía de haber intervenido,
precisamente, más, y haber exigi-
do, antes de ahora, esa indispensa-
ble clarificación para evitar al má-
ximo tantos errores y simulaciones,
inspirados en conveniencias mun-
danas y sociales, y que luego han
podido dar lugar, más todavía de
cuanto ha ocurrido, a serias dudas
sobre la misma validez del acto que
sancionaba.
La presión sociológica ha preten-
dido tener por más moral una for-
ma de matrimonio que, en deter-
minados casos, no pasaba de lo
ambiguo.
Por otra parte, tampoco exigía
la Iglesia, a aquellos que podían
comprender mejor el sacramento
que iban a recibir, una preparación
más de acuerdo con los criterios
que deben presidir una buena con-
ciencia cristiana que se dispone
religiosamente a una unión sellada
ante Dios. A los que ahora se que-
jan de ciertos conatos de prepa-
ración pastoral para parejas que
quieren recibir el matrimonio cris-
tiano, todavía se les exige poco, y
se verá muy pronto cuando la laici-
zación progresiva de las leyes vaya
7 (127)
incidiendo en esta institución bási-
ca de la sociedad.
Leyes que no son de temer para
los fieles, pero que, indudablemen-
te, tendrán repercusión sociológica,
desplazando, por sustitución, estilos
de apariencia ritual o de conven-
cionalismos cristianos, que ya no
será mal visto amortizar.
Para algunos, el hecho de que
desaparezca o disminuya la presión
sociológica religiosa, les parece un
mal para la Iglesia; pero, en reali-
dad, no lo es tanto. Lo que ocurre
es que ésta, no tendrá que tener
tanta preocupación en testimoniar,
por el rito matrimonial, la legiti-
mación del inicio de vida de fami-
lia entre un hombre y una mujer
que se casan, sino que tendrá que
preocuparse y dedicarse más inten-
samente, en hacer, primaria y esen-
cialmente, cristianos mejores, y más
ilustrados y conocedores del cate-
cismo, que tantas veces dicen creer,
pero que desconocen en parte o
tienen olvidado cuando más falta
les hace, precisamente en el mo-
mento de emprender responsable-
mente, desde la propia autonomía,
la creación de un hogar.
No hay que temer en demasía
por las leyes que vengan. Los cris-
tianos convencidos y maduros en
la fe bien cimentada, serán indife-
rentes a las leyes laicas y sacarán
más provecho y comprenderán me-
jor, entonces, las leyes de la Iglesia,
liberados de ambigüedades, presio-
nes y malentendidos.
En adelante, cada vez más, cuan-
do una pareja cristiana pida cele-
brar y recibir el sacramento del
matrimonio, no será ya para cum-
plir el trámite social de legitimar
una convivencia entre hombre y
mujer, que sería mal vista sin pasar
por la parroquia, sino que sabrán
que el matrimonio es el sacramento
del amor, y no de cualquier amor,
sino del amor entre hombre y mu-
jer, que se comprometen a ser sig-
no, ante todos, del grande e infinito
amor de Cristo a su Iglesia, y de
Dios a todos los hombres.
Ese es el matrimonio cristiano
que hemos de desear, porque es el
único que podemos llamar cristia-
no. Otras formas de matrimonio
pueden ser igualmente legítimas,
pero de ellas no se podrían decir
como de ésta, estas palabras de
Cristo: «Lo que Dios ha unido...),
y «donde están dos reunidos en
mi nombre yo estoy en medio de
ellos.
Yo creo que el gran defecto de hoy es el egoísmo. La
gente no apoya su vida en aspiraciones de tipo inte-
lectual o espiritual sino que centra su objetivo en dis-
frutar de todos los placeres posibles con la mayor inten-
sidad; y esto es algo transitorio.— MIGUEL DELIBES
8 (128)
Carta abierta
a Emmanuel Mounier
(fragmento)
MUCHAS COSAS de esta Iglesia nuestra de cada día nos parecen
hoy nuevas... Y todo lo nuevo es nuevo y fuente, tiene raíces
profundas. Lo nuevo siempre es un poquito descubrimiento de
mediterráneos. No importa que a veces nos quedemos momentá-
neamente boquiabiertos, si al cerrar la boca sabemos penetrar
las raíces profundas que nos enseñan la tarea de quienes nos
precedieron. Nada fecunda sin un profundo enraizamiento. En-
raizamiento en la propia tierra, enraizamiento en la propia y
común historia, enraizamiento en la deseada Iglesia. Decía, con
Rugama y Cardenal, que «con la muerte damos vida». Tú la diste
y ahora eres raíz inamovible de esa vida que fluye, corre, salta,
mueve montañas, de esa vida que llamamos fe. De esa vida que
sopla más allá de toda prudencia y medida en este mundo, donde
los creyentes buscan su identidad, su puesto secular, su palabra
colectiva junto a la de otros hombres. De esa vida que llamamos fe.
Raíz-Emmanuel Mounier, te acompaño, me acompañas.
Tú creías en los hombres en lucha, especialmente en los
réprobos, no dejaste de bregar un solo minuto de tu vida por
ellos, por todos. Cárcel, enfermedad, separaciones, dolor y trans-
figuración...
«...Sólo los muertos resucitan».
Raíz-Emmanuel Mounier, hace ya muchos años que estás
resucitando.
De hermano a hermano, de compañero a compañero... deseaba
escribirte esta carta mientras nos encontramos en la Ciudad de la
Comunión. Donde serán nuevas todas las cosas.
Hasta siempre, Raíz-Emmanuel Mounier.
Alfonso C. Comín
9 (129)
LOS MATERIALISMOS
LA PREOCUPACIÓN del mundo occidental por defen-
derse del socialismo en su forma más radical, ha
dado origen a los fascismos que, si bien han preten-
dido, en origen, atajar los males del comunismo, por
una parte, y del liberalismo, por otra, han acabado
prácticamente absorbidos y mantenidos por el capitalismo
mundial que los ha utilizado como servidores para su defensa.
Ahí está la tragedia de América Latina.
El socialismo podría ser cristiano (cada cual según su
capacidad; a cada cual según sus necesidades), si no recu-
rriera al medio radical de la dictadura de clase, para impo-
nerse. Pero frente a esta descalificación, no hay que olvidar
la contradicción feroz que el liberalismo capitalista encarna y
mantiene todavía, Economías de guerra y guerras de econ-
omía que, uno y otro bando, asumen sin escrúpulos, puestos
los ojo sólo en la ventaja material; magnificación de la lucha
y la rivalidad primitiva de hombre con hombre.
Ese mundo triste y roto del que nos lamentamos es hijo
y obra del liberalismo surgido a fines del siglo XVIII que,
partiendo del naturalismo y del racionalismo a ultranza, des
emboca en la libertad económica estimulada y hasta justifi-
cada por el lucro, la competitividad selectiva en las ganancias
que margina a los menos audaces y escrupulosos, o a los
menos capaces, y que pone su finalidad en el dominio y goce
incondicionado de los bienes materiales. Todo lo demás —la
10 (130)
misma religión, que no se rechaza cuando se presta a ser
domesticada― es un medio utilizado para este fin egoísta.
Pues no hay que olvidar que el laicismo, como actitud escép-
tica y aun opuesta a la religión, surgió del liberalismo, y sólo
tardíamente aparece en el socialismo, cuando éste creyó iden-
tificar la interesada defensa del materialismo con las exage-
raciones de las tesis cristianas sobre la intangibilidad del
derecho de propiedad; tesis que eran falsificación de la esco-
lástica, si bien utilizada por los liberales al convertir la reli-
gión en ideología de apoyo. Pues para la doctrina escolástica
Dios es el único verdadero dueño de todo, la criatura racio-
nal es sólo administradora de la obra de Dios, todas las cosas
son para todos los hombres, habrá que dar cuenta a Dios del
uso de los bienes creados... etcétera.
La violencia de la dictadura que implanta el socialismo
radical contra el liberalismo, ha degenerado en capitalismo
de estado, aunque éste se admita sólo como situación transi-
toria. Pero también, el llamado neoliberalismo, aunque pre-
tende corregir los excesos del liberalismo puro, en realidad
surge de la preocupación por restaurarlo y así conjurar el
progreso del socialismo aparentemente irreversible, por lo
menos en su forma moderada.
En todo el espectro de posiciones y posibilidades, aparece
la preocupación de lo material, como algo primario que gene-
11 (131)
ra, al fin y al cabo, a un hombre con más sensaciones que
sentimientos y que verdaderos ideales, el cual contempla el
mundo y, en el mejor de los casos, lo concibe como un lugar
para el placer y el bienestar, sin espacio para la generosidad
y el espíritu; aunque esta carencia espiritual se pretenda
reemplazar por fantasiosas excursiones hacia el exotismo,
donde todo compromiso queda relajado, o la invocación de
una estética fugaz y falaz que diluye cualquier saber. Buena
prueba de ello son los ejemplos ―los malos ejemplos― de
tantos jóvenes de extracción social o mental burguesa, educa-
dos en el placer y el egoísmo, en los que se personifica la
contradicción humana de la sociedad materialista en que han
nacido y en la que se mueven, indolentes o irritados, pero
ferozmente egoístas y aprovechados, porque para ellos la pa-
labra amor solamente significa sexo, la felicidad dinero, y la
mejor suerte vivir en holganza. No saben amar: la poca y
mala educación recibida les sirve sólo de envoltorio para
disimular cínicamente su gran pobreza humana. Son el des-
hecho del materialismo liberal y los escandalosos legitimado-
res del materialismo marxista que, desde otra vertiente, se
asume sin reflexión ni estudio, como reacción airada que re-
acciona contra la vagancia, el privilegio y la injusticia.
Afortunadamente, los que en la austeridad y el trabajo,
los que en la escuela de la generosidad hayan vivido —y no
son pocos― capaces de ideales que les trasciendan, hombres
y cristianos de una pieza, también existen, y hacen menos
ruido que los materialistas cínicos de cualquier ideología o
clamoroso desencanto. Existen, y por ellos merece vivir: son
portadores de ideales que transmitirán a generaciones poste-
riores: ideales que valen tanto como el hombre y hasta más
que el hombre: ideales que hacen al hombre persona y, supe-
rando la tentación o la indolencia de los materialismos, con-
vierten al ser personal humano en hijo de Dios.
12 (132)
Documento:
EL CRISTIANISMO
CONTROVERTIDO
ESTE verano murió un cristiano de esos para quienes el Evangelio es
causa de incesante inquietud para sí mismos, y ellos lo son para los
demás; murió Alfonso Carlos Comín, un cristiano controvertido, de fe
sincera y de un compromiso evangélico asumido plenamente ante el mundo.
Interesa menos el matiz de su opción, que la actitud de la que partía. Y es
esa actitud personal, reflexiva, responsable, abierta a los problemas más vivos
de esta hora del mundo, convertida en respuesta de fe, con el enorme esfuer-
zo de hacerse concreta, como una valiente encarnación de los principios que
él creyó más puros, partiendo del Evangelio, a la hora de edificar la justicia,
de proclamar la verdad y de vivir el amor, para que alcanzara a muchos y a
los más necesitados.
Los comentarios de la prensa cristiana
mejor informada no pasaron inadverti-
dos a los lectores medianamente interesa-
dos en el fenómeno cristiano y su reper-
cusión en la sociedad que nos toca vivir,
cuando se refirieron al personaje desapa-
recido. Por lo demás, los que desde las
ultimas décadas hayan estado algo aten-
tos al movimiento renovador suscitado
en la Iglesia, más de una vez han dado
con el artículo, o han asistido a una con-
ferencia, o han leído un libro de Alfonso
Carlos Comín, y les habrá quedado el
reflejo de aquella vibración serena, en-
tusiasta. esperanzadora y dolorosa al
mismo tiempo, que era a la vez llama y
rescoldo en la palabra, en los ojos, en el
gesto, hasta en la dulce ironía, en la leal-
tad y en la inteligencia de aquel hombre
todavía joven, de rostro como de Cristo
secularizado, que hablaba mucho, que
pensaba más, y que siempre daba la
impresión de que todavía le quedaban
muchas más cosas por decir, tanto si su
verbo discurría frente a cenáculos inte-
lectuales como si se dirigía a obreros y
gentes de pueblo. Y que pensaba en Dios
y que hablaba con Dios. Si las palabras
no se nos gastaran tan deprisa, podríamos
decir de él que era un seglar cristiano
comprometido con su tiempo y con sus
hermanos de camino.
Sin esfuerzo alguno para tender para-
lelos, resulta inevitable compararlo con
13 (133)
la necesaria figura del casi reciente Em-
manuel Mounier, el malogrado fundador
de «Esprit», lúcidamente inspirado en
superar el materialismo marxista y la
desesperación existencialista, levantando
la bandera de un cristianismo radical,
que él llamaría personalismo cristiano, y
que ya han tenido que asimilar, por lo
menos teóricamente o en parte, cualquier
doctrina o propósito político-social, for-
mulado con posterioridad, si ha preten-
dido llamarse además cristiano. Pero
tanto para entender a Mounier como a
Comín, habrá que relacionarlos, en su
filiación ideológica, testimonial y tras-
cendente, con nombres como el de Char-
les Péguy, Jacques Maritain, Gabriel Mar-
cel, Teilhard de Chardin, Yves Congar,
Henri de Lubac... todos los cuales, como
precedente, no tuvieron poco que ver
con el movimiento católico desatado a
partir del Concilio Vaticano II, convoca-
do por Juan XXIII.
Alfonso Carlos Comín, como Mounier,
es un ejemplo para los seglares cristianos,
de la misma manera que, lejanamente,
en el siglo II, ya lo fuera san Justino,
aquel intrépido filósofo seglar que hubie-
ra querido armonizar su cristianismo
total con las últimas corrientes del pen-
samiento de su época. Ejemplos todos
que no seguirán jamás los que, a pesar
de llamarse creyentes, tomen la fe como
una seguridad desde la que extraigan la
fórmula cómoda que legitime su posición
establecida; no podrán seguir su ejemplo
los que, como diría Newman, ya lo creen
todo porque... no creen nada. Pero sí
que será un estímulo confortador a tan-
tos seglares, que no faltan también en
nuestros días, todavía creyentes y espe-
ranzados, que aman a Cristo y aman este
mundo, y están dispuestos a hacer algo
por él, con toda la sinceridad de una vida
inteligente y generosamente comprome-
tida.
De las muchas cosas leídas sobre la
muerte de Alfonso C. Comín, elegimos el
artículo de otro seglar católico, Joaquín
Ruiz Giménez, aparecido en «El País»,
el 14 de agosto de 1980, que con el título
«Las razones de aquel inmenso corazón»,
dedicaba al amigo en su permanente
cumpleaños. Decía así:
Toda la humanidad es una inmensa cons-
piración de amor sobre cada uno de sus
miembros.― EMMANUEL MOUNIER
No pude estar, Alfonso, junto a tu cuerpo, ya sin la-
tido, en la hora de tu marcha. Sabía demasiado que las
heridas de tu carne, todavía joven, eran inexorables, y
que cada atardecer o cada madrugada podía llegarnos la
noticia que no queríamos oír. Pero confiaba ciegamente
en la fuerza de tu espíritu, capaz de vencer todas las
leyes de la materia. ¡Te había visto resurgir tantas veces!
La última fue en Madrid, durante el pasado otoño, cuan-
do nos reunimos en Majadahonda para participar en el
« Foro del hecho religioso». Simplemente un año antes
nos habías sobrecogido en el mismo lugar, con tu ser mal-
trecho y aquel como desmayo que movió a María Luisa
a regresar contigo sin tardanza a Barcelona. Y, sin em-
bargo, ganaste el pulso a la cruel enfermedad con tu in-
creíble coraje interior y acudiste a la nueva convocatoria,
meses después, lúcido y penetrante, como en tus mejores
14 (134)
tiempos. Cómo sonaron tus palabras, hondas, claras, irre-
sistibles, cuando irrumpiste en el coloquio, rebosando vida,
v disipaste ―para mí, para muchos― el aparente dilema
de la fe-juego y la fe-compromiso hasta la muerte!
Luego, el largo silencio de un difícil invierno y una
primavera sin gracia, con referencias indirectas sobre las
recaídas y fugaces recuperaciones; pero, al mismo tiempo,
la inagotable esperanza de una nueva victoria. ¡No llegó!
(¿Por qué, Señor, por qué, cuando Alfonso era uno de tus
testigos más necesarios? «No hay respuesta», sólo supe
decir un día a aquella alumna de mi facultad, de aguda
inteligencia y de sazonante sensibilidad, que me pregun-
taba por la razón del mal y del sufrimiento en el mundo:
«No hay respuesta, joven amiga; sólo hay la aceptación
transitoria del dolor y la espera en la otra ―y definitiva―
esperanza).
Allí, en el Madrid atosigante de finales de julio, y
secos los labios y más seca el alma, no acerté a escri-
bir una línea sobre lo que has sido ―sobre lo que eres, ya
sin mudanza, y sobre tu huella en esta España nuestra,
que queríamos sin vencedores ni vencidos. Pero tú me
entiendes, Alfonso, y sabes que tu nombre, tu perfil, tu
acción, tu ensueño me crecían dentro, minuto a minuto,
y me empujaban a decir, cara a todos, mi devoción por ti
―¡mi devoción, no tengo otra palabra!, y mi radical gra-
titud por el bien que me hiciste.
Por eso, a la altura de Poblet, camino del Ampurdán
―¡tierras tuyas!―, mi mujer y yo te buscamos junto al es-
tremecedor monasterio, y en la persona de María Luisa
y de vuestros estupendos hijos ―¡qué entrañable imagen
tuya y de ella!― te abrazamos con un nudo en la gargan-
ta y una irresistible alegría en el alma.
El trabajo no puede ser erigido en religión de la producción o en religión del sudor. Su dignidad no viene del
rendimiento o del esfuerzo; no viene de sus consecuencias económicas, sino de sus consecuencias humanas.
EMMANUEL MOUNIER
Ahora, en la víspera de tu cumpleaños, que festejaremos
en Castellterçol, tu rincón amado ―porque ti los seguirás
cumpliendo puntualmente desde tu paz sin fronteras!―,
me arreglo como puedo, torpemente, para publicar desde
aquí, (desde Sant Antoni de Calonge, donde tantas veces
dialogamos sobre el drama y la utopía de nuestros pue-
blos) el testimonio abierto de la amistad fraterna que nos
ligó años y años ―y que nos seguirá ligando hasta el
reencuentro definitivo―, pero también de mi solidaridad
inequívoca con todo lo sustancial de tu vida, más allá de
15 (135)
diferencias necesarias o de opciones políticas diversas y
complementarias.
¡De pronto, se me agolpan en el recuerdo ―y en la
imaginación del mañana― tantas cosas cuyas, Alfonso,
tantas cosas nuestras!
La cultura no consiste en el tasamiento del saber, sino en una transformación profunda del sujeto, que le dispone a unas posibilidades. 
Quien no ama, aunque sepa mucho, es un erudito (en latín "erudiscere" significa quitar la corteza, arañarla), un hombre 
o mujer que se contenta con barnices, que araña, pero que jamás defenderá con su vida lo que los libros le han ensenado.
EMMANUEL MOUNIER
Andalucía y Cataluña, distantes e inseparables: la
herencia amorosamente renovada de Emmanuel Mounier;
Cuadernos para el Diálogo y El Ciervo; Justicia y Pas
―y a su calor, el anhelo de reconciliación nacional, las
firmas por la amnistía, los objetores de conciencia, la lu-
cha contra la pena de muerte y las torturas―, los encuen-
tros de Montserrat o las «Conversaciones culturales» de
La Coruña, de la mano de nuestra admirable Berta Gui-
meraes; o Coordinación Democrática y la Plataforma de
las nacionalidades y regiones, en la prueba del verdadero
consenso, y Taula de Canvi o tus artículos y tus libros,
uno a uno, a cual mus incitante, provocativo, liberador, y
los coloquios en torno a ellos, con amigos coincidentes o
polémicos, de las más opuestas ideologías, pero congre-
gados en y por ti (aquella tarde de noviembre de 1977,
en el Club Mundo, de Barcelona, dialogando contigo, en
alta voz, Verdura, Borres, Manuel Sacristán y yo mismo,
sobre «Cristianos en el partido y comunistas en la Igle-
sia»! Y por doquier tu rostro, tallado a cincel, de lucha-
dor de manos limpias y abiertas, sin armas de las que
hieren y matan, profeta de un tiempo nuevo, con la negra
cabellera al aire ―seguidor del Cristo rebelde, buscado
por los agentes del "desorden establecido"― y siempre tu
vivificante viento de humanidad.
Te confieso, Alfonso, que cuando me puse a garrapa-
tear estas sencillas reflexiones tuve la tentación de enca-
bezarlas con este titulo: Con Alfonso Comín, la izquierda
se sienta a la derecha del Padre. Y evocar luego, paso a
paso, los esenciales versículos del evangelista Mateo (25,
31-46), sobre el final destino de los que bregaron ―o no
bregaron― aquí abajo, con el pan, el agua, el vestido, la
salud, la libertad de los pobres, los enfermos, los margi-
nados, los presos, los oprimidos por lodos los poderes. Tú
ya has pasado ese examen en el amor ―en el amor y en
la justicia, ya sabemos dónde estás―. Y que, de algún
modo, contigo están también ―o lo estarán― las legiones
de hombres y mujeres con quienes, a lo largo de los siglos,
compartiste eso decisiva aventura.
16 (136)
El cristianismo de nuestros países se convierte rápidamente en una religión de mujeres, de viejos y de pequeños burgueses,
siendo como es la religión de los violentos, la religión de los pobres, la religión de la comunión universal en la que todos
los miembros deben ser prójimo y hermano.
EMMANUEL MOUNIER
Y aunque ahora no me adentre en esa meditación
(para no politizar más allá de lo indispensable este diá-
logo contigo), escrito queda lo escrito, y algún día, bajo
tu impulso, habrá que ahondar sobre ello y sacar todas
las consecuencias.
Vuelvo, en cambio, a la idea que en este instante
más me interpela y que, por algo, preside estas cuar-
tillas.
Más de una vez dije, Alfonso, que cada día iba com-
prendiendo mejor la atracción ejercida sobre tu espíritu
por lectura no dogmática y pluralista del marxismo (co-
mo interpretación de la realidad colectiva y como impul-
so para una acción transformadora de la sociedad), hasta
llevarte a la opción concreta ―la del PSUC―, que signo
tu tenaz andadura, al tiempo que se hacía más pura y
más liberadora tu fe cristiana, en la segunda y definitiva
singladura de tu existencia.
Y te alegró oír que esa experiencia tuya me incitaba
como creyente ―y, sin ambigüedades, como cristiano de
la Iglesia católica― a estrechar los vínculos de diálogo y
de cooperación con los socialistas cristianos y también
con los marxistas agnósticos o ateos, respetuosos para
nuestra fe, en la construcción de un mundo más libre,
más justo, más humano.
Es cierto que con la misma lealtad te confesé que no
acertaba todavía a ver, en el plano intelectual, el engarce
armónico del "materialismo histórico" (al menos, en lo
que éste concierne a la auténtica dimensión humana de
religiosidad y a su proyección ultrahistórica) con la vi-
sión cristiana de la vida, incluso en su formulación más
evangélica, más consciente de las alienaciones y más
emancipadora frente a todas las injusticias (para ser
honesto, te añado ahora, Alfonso, que tampoco logro
ver doctrinalmente el punto de conjugación de la omni-
potencia divina y el de la libertad interior del hombre,
y, sin embargo, creo en ellas y vivo en ellas, con espe-
ranza).
La verdad es que tú, con enorme delicadeza, respetaste
siempre esa dificultad teórica de mi mente, te abstuviste
de argumentaciones y confiaste en mi buena voluntad a
la hora de actuar.
17 (137)
Sería una falsedad decir: con los comunistas yo arreglo los proble-
mas de la tierra, con mi fe los problemas del cielo.― E. NOUNIER
¿Me dejas, Alfonso, que te pague con la misma mone-
da? Nunca durante tu vida discrepé de tu opción ni se
me ocurrió alejarte de ella (lo que, además, hubiera sido
intento inútil, y lo digo en tu honor). Más aún, admiré
siempre tu valentía para afrontar sin hiel las incompren-
siones y los riesgos, y tu sobrecogedor ejemplo de peregri-
no de la fe en campo extraño.
Ahora, cuando tú ya ves todo, cara a cara, y te sobran
la gramática, y la lógica, y la metafísica, y hasta la teo-
logía, de uso en estos barrios, nos contemplas y nos acom-
pañas a todos ―amigos y adversarios― con tu inagotable
sonrisa de comprensión y de amor.
De algún modo, tu viejo compañero de andanzas es-
pirituales Blas Pascal, adivinó tu peripecia y nos enseñó
para siempre, que hay razones del corazón que la razón
no conoce. Las tuyas, las razones de tu corazón sin lími-
tes, quedan aquí, más vivas que nunca, ligadas a tu ima-
gen, y nos aguijonean hacia la libertad, la justicia y la
Y cuando los sueños" de nuestra pobre razón razo-
nante amenacen con "engendrar monstruos" y nos arras-
tren hacia el conformismo o el desencanto, guárdennos
siempre, Alfonso, las impalpables y hermosas razones de
tu inmerso corazón.
No es rico solamente quien tiene mucho dinero.
Es rico el pequeño empleado que se avergüenza
de su abrigo cosido, de su calle. Es rico el em-
pleado que acepta el mundo a causa de los
favores del patrón, la vendedora que toma par-
te en los objetos de lujo, el proletario que devo-
ra el ideal de ser empleado de banca, el joven
antimilitarista que sueña en secreto en llegar a
teniente coronel de reserva.— Emmanuel Mounier
18 (138)
EL HOMBRE NUEVO
EL hombre "nuevo" es un hom-
bre cristiano. Emmanuel Mou-
nier lo había entendido así
cuando afirmaba lapidariamente:
«el cristiano es un hombre que se
asume», un hombre que acepta ser-
lo, que para ello parte de su misma
naturaleza, añadiendo a ella todo el
esfuerzo de su capacidad latente,
para aportarlo al acervo común,
que llamamos cultura, es decir, eso
que añadimos a la naturaleza y que
transmitimos como enriquecimien-
to que perfecciona a la humanidad.
Que es decir tanto como que es pre-
ciso trabajar —pensar y hacer―,
porque «cuando la cultura se para,
se hace incultura: academicismo,
pedantería, tópicos».
Pero todo este esfuerzo que pare-
ce énfasis de naturalismo, viene
promovido, alentado, según Mou-
nier, por la presión de un compro-
miso interior y superior que toca la
naturaleza, pero que la supera, por-
que «se trata de volver a las fuentes
del amor de Cristo, de abandonar la
soberbia y el poder, la riqueza y
todo lo demás, para mantener la
pureza de lo sobrenatural».
Sin la apertura a este amor, fraca-
sa el esfuerzo únicamente natural.
Un hombre egoísta nunca com-
prenderá ni aceptará votarse a ese
amor. En general nos cuesta mucho
curarnos del propio egoísmo, a no
mediar circunstancias que nos obli-
guen a superarlo. Él había conoci-
do, en propia experiencia, cómo la
adversidad podía convertirse en es-
cuela de desprendimiento y por lo
tanto, de purificación, para encami-
narnos a la propia realización como
seres humanos previa a la crista-
lización de la personalidad cristia-
na y había dicho: «un hombre
que no conoce la enfermedad o la
cárcel es un hombre incompleto».
Para Mounier «toda la humani-
dad es una inmensa conspiración de
amor sobre cada uno de sus miem-
bros». Pero el amor se hace puro y
total en el cristianismo, porque de
él parte toda esa fuerza transforma-
dora, resucitadora del hombre a
una vida nueva.
Los que aspiran a profundas re-
novaciones sociales de la humani-
dad y lo hacen desde la posición de
la fe en Cristo, no pueden pasar por
alto las reflexiones humanístico--
cristianas de Maritain, las existen-
cialístico-cristianas de Marcel y las
personalistas de Mounier. Ellos han
desbrozado un camino todavía por
terminar y seguir, hoy, para el mun-
do que amanece, en el que se afirma
el hombre, la vida y la persona.
Las esforzadas voluntades de los
que con entusiasmo trabajan y se
comprometen como fieles cristianos
en la lucha por el bien de la huma-
nidad que necesita cambios estruc-
turales, saben que, cuando quieren
ilustrar y fundamentar sus posturas
y convicciones, necesariamente de-
ben acudir con la inteligencia al es-
tudio de estos tres maestros contem-
poráneos, apenas desaparecidos.
19 (139)
formación
cristiana
de gente joven
(de 8 a 16 años)
TODOS LOS DOMINGOS
A LAS 12,45
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
A PARTIR DEL 12 DE OCTUBRE
Para ayudar a los padres
a dar ideas cristianas a sus hijos
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 12. 10. 80
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