Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 180. NOVIEMBRE. Año
1980 |
SUMARIO |
PARA ilustrar la tesis del
vitalismo humano y espiri- |
tual, manifestándose en la
plenitud de la edad, bas- |
taría la lista innúmera de
los santos ancianos de la |
antigüedad, y la de tantos
sabios, artistas y líderes |
contemporáneos...Pero,
para el cristiano, no existe diafrag- |
ma entre edades, ni entre
tiempo y eternidad, ni entre vida |
y muerte. La muerte se
despeja en la esperanza cristiana. |
Todo se afina, se purifica
y crece, mientras nos acercamos |
a Dios, sin dejar nada. Ni
tiene importancia la relación |
vida-tiempo, para añadir
tiempo a la vida, sino para lle- |
nar de vida el tiempo. |
LA FINALIDAD |
PURA FIDELIDAD |
LA MUERTE DE MAÑANA |
LA MUERTE Y EL "MÁS
ALLÁ" |
LA "MUERTE
DULCE" |
1 (141) |
LA FINALIDAD |
«YO no sé quién me ha
pues- |
to en el mundo, ni qué es |
el mundo, ni qué yo mis- |
mo; estoy en una
ignorancia terrible |
de todas las cosas; no sé
lo que es |
mi cuerpo, lo que son mis
sentidos, |
mi alma, y esta parte
misma de mí |
que piensa lo que digo,
que refle- |
xiona sobre todo y sobre
sí misma, |
y no se conoce más que al
resto. |
Veo estos terribles
espacios del uni- |
verso que me encierran, y
me en- |
cuentro unido a un rincón
de esta |
vastedad sin saber por qué
estoy |
colocado en este lugar y
no en otro, |
ni por qué este tiempo que
se me ha |
dado a vivir se me ha
asignado en |
este punto y no en otro de
toda la |
eternidad que me ha
precedido y |
de toda la que me sigue.
No veo por |
todas partes sino
infinitudes, que |
me encierran como un átomo
y co- |
mo una sombra que no dura
sino |
un instante sin retorno.
Todo lo que |
conozco es que debo morir,
pero lo |
que más ignoro es esta
muerte mis- |
ma que no podré evitar». |
«De igual manera que no sé
de |
dónde vengo, tampoco sé
adónde |
voy: sólo sé que, en
saliendo de este |
mundo, caigo para siempre
o en la |
nada o en las manos de
Dios, sin |
saber cuál de estas dos
condiciones |
me espera. Tal es mi
estado, lleno |
de debilidad y de
incertidumbre. Y |
de todo esto, concluyo que
debo |
pasar todos los días de mi
vida sin |
pensar en buscar lo que
debe ocu- |
rrirme. Tal vez pudiera
hallar algún |
esclarecimiento en mis
dudas; pero |
no quiero darme el
trabajo, ni ade- |
lantar un paso para
buscarlo, y des- |
pués, tratando con
desprecio a los |
que trabajan por esta
cuita, quiero |
ir sin previsión y sin
miedo a ten- |
tar un acontecimiento tan
grande, |
y dejarme conducir
muellemente |
hacia la muerte, en la
incertidum- |
bre de la eternidad de mi
condición |
futura». |
¿Quién desearía tener como
ami- |
go a un hombre que
discurre de es- |
ta manera? ¿Quién se
confiaría a él? |
¿A qué tarea de la vida se
le podría |
destinar?... |
De todos los extravíos es,
sin du- |
da, éste el que más los
convence de |
locura y de ceguera. La
conducta |
de los hombres
indiferentes es, por |
completo, la más
desrazonable, pues |
es imposible hacer nada
con senti- |
do y juicio mientras dura
la breve- |
dad de la vida presente,
si no es |
regulándola por la verdad
de este |
punto, que debe ser
nuestro fin úl- |
timo. |
Blaise Pascal |
2 (142) |
Pura |
fidelidad |
COMO CRISTIANOS no podemos
resignarnos a tomar la fidelidad como |
la simple firmeza con que
somos capaces de mantener la adhesión a |
la palabra dada. Al otro
cabo de la promesa puede haber un interés |
calculado, o un equilibrio
compensador de egoísmos, y hasta un con- |
trato al menos implícito,
que mantiene la espera, a corto o largo plazo, |
del vencimiento
gratificador, de la ventaja, de la suerte o del precio por el |
que valió la pena o se
justificó la necesidad del compromiso. |
La fidelidad tampoco es
una constancia o, si se prefiere llamarla de otro |
modo, no es la simple
perseverancia de persistir en un propósito o de man- |
tenerse en un lugar.
Momentáneamente complacido o, por lo menos, resig- |
nado, también se mantiene
perseverante en su puesto el empleado, mientras |
aguarda el ascenso a costa
de la aproximación o amortización eliminatoria |
de los que ocupan mejor
grado en el escalafón. Tal expectativa o interés |
no se puede llamar amor al
organismo o entidad en la que se espera y se |
obtiene la promoción, para
un mejor bienestar, para más alto honor o por |
vanidad humana, aunque sea
a través del simple y elemental hecho mecá- |
nico-temporal del ascenso
o la prescripción. |
Los mundanos llaman, a
veces, fidelidad y perseverancia a esas actitu- |
des en las que subyace un
interés. Pero lo que en el campo simplemente |
secular y temporal puede
encontrar una base de licitud, no es asumible, tan |
fácilmente, en el campo
cristiano, sin el riesgo de falsificación farisea, de |
lo que debe ser fidelidad
pura. Esta fidelidad viene de la fe, y no del interés |
ni de la vanidad. La
fidelidad es la respuesta de fe que da el fiel. Por eso el |
fiel no puede ser el
interesado, ni el terco, ni el estratega calculador. La |
respuesta de la fe
cristiana es siempre un acto de amor que compromete la |
vida, sin posibilidad para
reducciones calculadas. El cálculo se deja para |
el que no sabe amar, para
el que todavía necesita de códigos y ceñimientos, |
basculando entre el
sometimiento y la utilización. |
3 (143) |
La fidelidad cristiana es
una presencia de la fe, que se perpetúa como |
respuesta a Dios: es estar
siempre con Dios, en una apertura que solamente |
cierra la muerte, porque
es entonces cuando se sella el encuentro definitivo |
con él. La fidelidad tiene
que ver con la vida, porque está en su camino. V |
tiene que ver con la
muerte, porque es su cima, alcanzada no porque resis- |
te, no porque calcula, no
porque "persevera", casi no porque espera, salvo |
que la espera sea la
esperanza cristiana, que florece en amor. La fidelidad |
tiene que ver con el amor:
es fiel a alguien quien ama a alguien, y es fiel a |
Dios quien ama a Dios.
Pero el amor, que es lo único que verdaderamente |
enriquece la vida, es
también lo único que supera la muerte, cuando ha |
nacido la fe ―de la
fidelidad pura―. En términos que no son exactos, pero |
que sí son elocuentes, san
Pablo dice que Dios es fiel», que es lo mismo |
que decir que Dios nos
ama. Cuando alguien está con nosotros o nosotros |
estamos con-él, es como si
nos dijera o como si le dijéramos: «Tú no mori- |
rás» nos recordaría
Marcel. |
Todos los hombres hablan
de amor, todos los hombres piensan en |
la muerte, al menos para
temerla. Cuando desde la búsqueda limpia del |
bien, cuando desde la
libertad que nos salva de egoísmos, no utilizamos a |
Dios ni manoseamos sus
intereses, cuando por lo menos queremos since- |
ramente amarle, estamos en
el camino de la vida, aunque parezca que ca- |
minamos hacia la muerte.
Porque él nos dice: «Tú no morirás». Y cuando, |
desde él, amándole y
amados por él, amamos a otro, también decimos al |
amigo: «Tú, para mí, en
mí, no morirás». |
Sólo esto es pura
fidelidad. Lo demás, cualquiera que sea el nombre, |
queda para las técnicas,
los métodos, o las apariencias decorosas. La fide- |
lidad es el amor, el único
amor. Y «el amor es más fuerte que la muerte», y |
por eso vence a la muerte. |
He aquí un dilema: una fe
en Dios que no |
llevase en sí la fe en el
hombre resultaría |
ser una evasión y un opio;
una fe en el |
hombre que no se abriese
hacia lo que |
sobrepasa al mismo hombre,
la trascen- |
dencia, mutilaría su
dimensión específica- |
mente humana.- ROGER
GARAUDY |
|
4 (144) |
LA MUERTE |
DE MAÑANA |
MAÑANA no habrá muerte. |
Lo decimos los cristianos, |
porque creemos en la re- |
surrección. Lo dicen
también los |
marxistas, porque esperan
una so- |
ciedad perfecta, donde el
orden y |
la ciencia habrán
suprimido dolo- |
res y esclavitudes. |
Pero antes de este mañana
final, |
nos llega el futuro
próximo, ina- |
plazable, de la muerte que
es, para |
cada uno, una grande y
definitiva |
constatación que se ha de
producir |
como experiencia única e
irrepeti- |
ble en cada ser humano. La
visión |
la conciencia de ese
límite tem- |
poral condiciona el
sentido de cada |
existencia, de cada vida.
Si, por |
hipótesis, el hombre
ignorara que |
ha de morir, su vida sería
total- |
mente diferente y
existiría la posi- |
bilidad de una ideación
desde la |
cual se reconstruyeran y
ordena- |
ran todos los esfuerzos
humanos |
para vencer la mortalidad,
con la |
serenidad y el optimismo
que aho- |
ra nos faltan. Porque el
hombre |
se distingue de los demás
seres |
vivientes precisamente en
esto: en |
que sabe que ha de morir.
El mis- |
mo recurso desesperado a
las gue- |
rras ha sido, entre los
hombres, |
una apuesta irracional
para supe- |
rar la muerte de cada uno
en todos, |
y de cada hombre en el
resto de |
la humanidad supérstite,
después |
de las grandes violencias
y de los |
odios humanos. Por la vida
se ha |
perdido la vida: háyanse
llamado |
luchas entre pueblos, o
luchas de |
clases, siempre difíciles
de clasifi- |
car según criterios puros. |
Los modernos humanismos
han |
tenido que encararse con
el gran |
problema de la finitud
temporal |
del hombre. El marxismo
―último |
en llegar y en conmover el
mundo |
porque quiere abarcarlo en
su pro- |
yecto de vida
universal― no ha |
sido capaz, en principio,
de dar una |
5 (145) |
respuesta al gran
interrogante de |
la muerte. Posiblemente
sea ésta |
su gran laguna, porque, en
último |
análisis, no se puede
proclamar |
una ética libre de
enajenaciones |
simplistas, si se soslaya
la medida |
consciente del valor de la
vida, |
entendida, desde el
sujeto, como |
auténtica respuesta
personal tejida |
a través de la propia
existencia, |
trascendida por una
finalidad que |
la supera, pero que no la
elimina. |
El marxismo ortodoxo no
incluye |
en su diccionario la
palabra "muer- |
te". La raíz de esta
exclusión tal |
vez esté en Hegel, cuando
veía la |
muerte del ser singular
como posi- |
bilidad de un ser superior
o espí- |
ritu. También Feuerbach
resolvía |
la oposición
muerte-inmortalidad |
recurriendo al binomio
hombre-- |
humanidad, sacrificando el
prime- |
ro en función de la
supervivencia |
de ésta, la humanidad. Y
con seme- |
jante paralelismo Engels
recurre a |
la distinción muerte-vida,
y Marx |
influido por todos ellos,
al con- |
traste individuo-especie.
Pero todas |
estas soluciones saben a
idealismo |
desencarnado, a olvido o
sacrificio |
del hombre concreto; ese
hombre |
que está ahí, y que somos
cada uno |
de nosotros. Puede darse
un siste- |
ma económico, o la base
para una |
estructura política, pero
nunca un |
verdadero humanismo,
mientras no |
se resuelvan, sin
sacrificio de la |
persona y sin negación del
hombre, |
las relaciones
individuo-sociedad |
y hombre-humanidad, por
encima |
de cualquier
simplificación idea- |
lista. |
Por esta razón, a pesar de
ser el |
marxismo una corriente
todavía no |
curtida por la evolución y
profun- |
dización que imponen los
siglos, ya |
ha visto surgir de entre
sus adeptos |
no meramente economistas o
buro- |
cratizados en la política,
la preocu- |
pación humanística. El
optimismo |
de los que han creído
poder afir- |
mar que, al fin
―mañana...―, la |
ciencia vencería toda
enfermedad |
o claudicación biológica,
y el orden |
socialista evitaría
cualquier acci- |
dente mortal (Lefévre
respondien- |
do a Jaspers y,
paralelamente, a |
Malraux), constituye una
utopía |
gratuita. |
Los filósofos marxistas
que no |
soslayan el realismo de
tal conflic- |
to, se esfuerzan, como
Bloch, en |
buscar más plausibles
razonamien- |
tos, a partir de una
ontología y |
antropología nuevas o, por
lo me- |
nos, revisadas. Rager
Garaudy dirá, |
honestamente, que «la sed,
por sí |
misma no prueba la
existencia de |
la fuente». Los polacos
Machovez |
y Gardavsky admiten,
frente a la |
muerte, que el hombre es
un miste- |
rio y que no es lícito
recortar la |
esperanza humana invocando
una |
comunidad en la que vivir
no fue- |
se digno del hombre, como
sujeto. |
Y junto a Machovez y
Gardavsky, |
hay que colocar a este
otro polaco |
¿qué tendrá Polonia?...,
Czeslaw |
6 (146) |
Milosz, recientemente
galardonado |
con el Premio Nobel de
Literatura, |
de quien se dice «que no
soportaba |
el aire de los círculos
polacos, en |
los que suponer que el
hombre es |
un misterio representaba
un insulto |
abominable», y por eso
abandono |
su carrera política, y
eligió el exi- |
lio, si bien, desde
Occidente, se |
muestra igualmente crítico
de la |
sociedad capitalista. Son
los teóri- |
cos del marxismo con
rostro hu- |
mano, en conflicto con la
ortodoxia, |
y no ocultan que, en una
sociedad |
sin clases ―cuando
llegue...— el |
problema de la muerte se
agudiza- |
rá, y que cualquier
técnica peda- |
gógica que pretenda
amortiguarlo, |
sería otra forma de
alienación. O |
bien, como sucede con
Milosz, no |
esperan tan fácilmente una
socie- |
dad sin clases, sino una
solución |
todavía en lo incierto,
mientras el |
hombre, en su soledad
incluso es- |
piritual, atraviesa
hundimientos y |
catástrofes culturales,
que le han |
de purificar de los vicios
de uno |
y otra sociedad en pugna
―mate- |
rialistas e inhumanas
ambas―, has- |
ta que recupere el paraíso
perdido |
de su destino universal. |
Los dogmáticos piden
demasiado |
de Marx. El mismo tenía
concien- |
cia de que era incompleto,
porque |
conocía su propia
limitación, y |
principiaba su sistema por
lo que |
juzgaba más urgente. Y así
vemos |
que le urgía más la
transformación |
de la realidad que su
interpretación |
INSTITUTO |
INTERNACIONAL |
DE TEOLOGIA |
A DISTANCIA |
PLANES DE FORMACIÓN
TEOLÓGICA |
• FORMACION TEOLOGICA.—
Comprende |
cinco cursos de estudio
sistemático |
de toda la teología. |
ACTUALIZACION TEOLOGICA.—
Abarca |
tres cursos de estudios
teológicos. |
Va dirigido a sacerdotes y
a quienes |
tengan cursados cuatro
años de teo- |
logía. |
LO NUCLEAR CRISTIANO.—
Incluye en |
un solo curso las verdades
más fun- |
damentales de la teología. |
CURSOS MONOGRÁFICOS.—
Áreas de |
los mismos: Biblia, Dios,
Cristo, Igle- |
sia, Moral, Sacramentos. |
Exposición profunda, viva
y actual |
de las ciencias teológicas
y los pro- |
blemas del hombre para su
propia |
formación y maduración de
fe que |
le capacita para una
acción apostó- |
lica en la Iglesia. |
El ritmo de estudio lo
marca usted |
mismo sin necesidad de
desplaza- |
miento. Los estudios se
pueden ini- |
ciar en cualquier época
del año. |
Contará con una asistencia
pedagó- |
gica individual y
personal. |
Pida Información a |
Plaza de Ramales. 2,
tercero. Izquierda |
teléfonos 241 16 63 0 247
95 92 |
MADRID-13 |
7 (147) |
y se lamentaba de tener
que emple- |
ar su tiempo en cuestiones
econó- |
micas, «cuando hay otras
cosas que |
interesan más». Tal vez le
ocurrió |
algo parecido a los
cristianos de la |
primera generación, con un
exceso |
de optimismo sobre el
advenimien- |
to, casi escatológico, de
la soñada |
sociedad perfecta, y por
ello no se |
detuvo, como hubiera
debido, en |
la reflexión sobre la
muerte de la |
persona singular,
dejándose llevar |
de un exceso de
simplificación, |
equivalente a una forma de
idea- |
lismo heredada de Hegel,
como re- |
misión provisional y más
fácil, |
para dejar
"explicaciones" y empe- |
ñarse en la
"transformación", pues |
conocido es el reproche
que él hace |
a los filósofos: «los
filósofos no han |
hecho más que interpretar
de di- |
versos modos el mundo,
pero de lo |
que se trata es de
transformarlo». |
Así como el cristianismo
aportó a la |
humanidad la negación del
concep- |
to de hombre-esclavo como
uten- |
silio funcional, en base a
la her- |
mandad universal y la
paternidad |
única de Dios, la
aportación de |
Marx consistió en el
desenmascara- |
miento del sistema de
producción |
capitalista como máquina
que tri- |
tura el valor humano
reduciéndo- |
lo a mercancía
(Gardavsky), pero |
Marx, preocupado por
transformar |
las relaciones económicas,
no tuvo |
tiempo de detenerse en una
antro- |
pología desde la que se
resolviera |
y explicara cómo entendía
ese pro- |
tagonismo del hombre como
«suje- |
to de la historia». |
Tal vez sea también éste
el fallo |
de los marxistas
occidentales que |
se estrenan en política y,
por eso, |
demasiado pragmáticos, se
desinte- |
resan de esta corriente
humanista, |
para no tener que criticar
las ex- |
periencias precedentes de
totalita- |
Queremos deshacernos
constantemente del pensa- |
miento de la muerte, pero
a pesar de ello nos coge |
y, a un cierto momento,
nos damos cuenta de cuán |
impreparados estamos
frente a ella. Es un conoci- |
miento terrible con el
cual es difícil, muy difícil con- |
vivir. Si he de expresarme
con más sencillez, diría |
que somos capaces de
desarrollar una relación más |
amorosa con los demás sólo
cuando hemos alcanzado |
la sensibilidad necesaria
para comprender el sentido |
de nuestra muerte. Los
prisioneros de un campo de |
concentración pueden
llegar a sobrevivir solamente |
cuando entienden el
significado de sus penas, bien |
sea religioso, filosófico
o político.— WOODY ALLEN |
|
8 (148) |
rismos de signo marxista,
desde los |
que se olvida o sofoca al
hombre |
como ser personal, porque
no han |
superado, todavía, la
contradicción |
hombre-sistema. |
Hay que ver, pues, en la
búsque- |
da de éstos y otros
teóricos del |
marxismo con rostro
humano, el |
esfuerzo de completez
integradora |
todavía lejana, es cierto,
pero que |
apunta a los temas del
sentido de |
la vida en el hombre como
sujeto, |
al significado de la
historia, a la |
fundamentación de los
imperativos |
éticos (justicia,
libertad, dignidad |
humana), a la dialéctica
presente-- |
futuro y a su variante
individuo-- |
sociedad, de modo que ni
el futuro |
destruya, ni la sociedad
absorba, |
diluyéndola, la
trascendencia de la |
personalidad. |
Muerte, trascendencia,
Dios, son |
temas interrelacionados.
Como dice |
González de Cardenal, al
hombre |
no le queda otra
alternativa que |
reconocerse
(absolutizándose) a sí |
mismo Dios, o reconocer al
Dios |
verdadero. Más allá de
esta alter- |
nativa no hay sujeto de
atribución |
para imperativo moral
alguno; ni |
vale invocar la
personalización de |
la sociedad, porque sería
una fic- |
ción, muy difícil de
sostener, ni |
siquiera provisionalmente,
sin refe- |
rencias que la
trasciendan. |
Es posible que desde el
marxis- |
mo ortodoxo se haya
enfatizado la |
negación de Dios y, tal
vez, la |
cuestión inmediata
importante, en |
nuestros días, no consista
en re- |
crudecer polémicas entre
teísmo y |
ateísmo, sino en
clarificar y pro- |
fundizar posiciones entre
humanis- |
mo y anti-humanismo. Lo
cual, |
para el cristiano, no es
olvido de |
Dios, porque el
cristianismo se |
apoya, precisamente, en
Jesucristo, |
un Dios-hombre. Y es desde
este |
absoluto que asume lo
humano del |
que se desprende la
respuesta a |
todas las cuestiones de la
vida y de |
la muerte. |
Mañana, cuando el marxismo |
sea menos joven, podría
ser que |
admitiera de la
experiencia secular |
cristiana, esa necesidad
de recupe- |
rar al hombre, mortal e
inmortal, |
contingente y
trascendente, para |
la nueva humanidad en
ciernes, |
que, desde la fe, llamamos
Reino |
de Dios. |
La absolutización
materialista es |
peligrosa para el mismo
marxismo. |
Adorno no duda en afirmar
que |
allí donde el materialismo
es más |
materialista, su anhelo
sería la re- |
surrección de la carne y
que habría |
que dejar abierta la
puerta de la |
esperanza para una
resurrección |
corporal para superar la
injusticia |
de la muerte porque «la
imagen de |
la justicia consumada es
algo que |
jamás podrá realizarse en
la histo- |
ria de forma completa». |
Para los cristianos, esto,
no es un |
anhelo, sino sustancia de
la fe. |
9 (149) |
La muerte |
y el "más allá" |
CREO que más que
sobrevivir, segui- |
mos viviendo en la marcha
ince- |
sante del pueblo hacia
Dios, si |
bien después de la muerte
esta |
marcha supone la llegada
al esta- |
dio de plenitud. El «venid
conmigo de |
Cristo dirigido a los |
que, aun sin recono- |
cerle en la figura de |
pobre, supieron darle |
de comer, de beber o |
le vistieron, la confian- |
za de que nos unimos |
al Padre de Cristo se- |
gún una plena conver- |
gencia histórica, gracias |
a su Encarnación y a |
su Redención, dan ple- |
no sentido a nuestra
esperanza escatológica. |
Ante el gravísimo
interrogante de la |
muerte, hemos contestado
con cuentos de |
hadas", con fábulas
mistificadoras. Hemos |
hecho toda clase de
espiritismo y de magia |
recubierta de "buena
doctrina". De lo que |
pasa en el "más
allá" nos habla muy poco |
la Revelación. Lo que
sabemos con certeza |
es que la muerte es un
fenómeno histórica- |
mente irreparable hacia el
que converge el |
sentido de nuestra
existencia. La Palabra |
evangélica nos pide
precisamente la fe en |
la comunión de los vivos y
de los muertos, |
fe en la comunión de los
santos. ¿Cómo es |
esa comunión? He aquí algo
sobre lo que |
poca cosa sabemos en
cuanto a la forma: |
creemos en la posibilidad
de redención y |
tratamos de intuir el
sentido transhistórico |
de nuestra redención, de
la comunión de |
los santos. |
La muerte, en suma, es la
gran mani- |
festación del mal, del
sufrimiento en la his- |
toria. Ante la muerte nos
sobrecogemos |
precisamente porque nada
podemos afirmar |
que no se repliegue a esta
verdad de fe: |
Dios se encarno
gratuitamente en la historia |
para morir por nosotros y
así la muerte del |
cristiano es un conmorir
en Cristo... La Es- |
peranza cristiana es una
esperanza crecien- |
te en la Historia. No se
desliga de ella. Y la |
pura respuesta hacia el
futuro, no basta. |
10 (150) |
Bonhoeffer subraya: «Si el
hombre con- |
sidera su sufrimiento como
la continuación |
de su acción, como la
realización de este |
sentido, la muerte es la
culminación de la |
libertad humana». (No
olvidemos que Bon- |
hoeffer escribía esto
desde un campo de |
concentración). Así el
cristiano puede con- |
siderar la muerte como la
coronación de la |
libertad del hombre,
porque tiene puesta |
su Esperanza en una
creciente liberación |
humana que conduce a todos
los hombres |
hacia la vivencia de |
una muerte liberadora. |
De aquí que la muerte |
sea paradójicamente, a |
la luz del Evangelio, la |
respuesta más radical |
al sentido del vivir: «Si |
la semilla no muere...) |
Nadie tiene amor ma- |
yor que el que da la |
vida por sus amigos... |
La historia de los pue- |
blos es una historia
tejida gracias a perso- |
nas que supieron morir por
los demás. |
Cierto ha escrito el padre
Arrupe |
que el amor al prójimo no
es distinto de la |
caridad con que amamos a
Dios. Tanto, que |
nadie puede tener el
hallarse un día sin |
Dios por haber dado la
vida por el prójimo, |
toda de una vez o día a
día, como a peda- |
zos». |
Cuando la historia nos
enseña esto, nos |
enseña al mismo tiempo la
irreductible per- |
manencia en el sacrificio
por los demás, la |
esencial inmortalidad del
hombre. La Cruz |
es, en suma, a un mismo
tiempo, de muerte |
y de Resurrección. |
11 (151) |
Si Cristo no fuera Dios,
mi creencia en Dios no podría ser |
lo que es. Sólo la
Encarnación de Dios en la historia me per- |
mite irme aproximando a la
densidad del gesto gratuito de |
aquella Encarnación
inagotable. La palabra revelada en el |
Evangelio, el anuncio de
la Buena Nueva son el contenido |
específico de mi fe en el
Dios de Abraham, de Isaac y de |
Jacob. Y es precisamente
la creencia en el Cristo-Dios, a la luz |
de la Palabra, lo que
impide radicalmente reducir a Dios al |
pulso de nuestros
intereses, para seguir descubriendo, a través |
de su presencia en la
Historia y en los hombres, el sentido |
eclesial de la dignidad y
de la libertad de los hijos de Dios. |
ALFONSO C. COMIN |
DIOS |
Y MAR |
Como nadando, abandonada |
al agua gruesa del mar. |
O mejor que si nadara:
flotando |
en ondas firmes, en ondas
fuerte, |
en la inmensa ola azul |
que se juntara |
con otra inmensa ola Azul.
Hasta los cielos. |
Así, en tu mano. |
Igual que en el mar, en la
mano cuya |
abierta, infinita mano
ilimitada, - |
que sostiene mi cuerpo sin
tensión... |
Tú, el mar. El mar. Tú. |
La ola, tu mano; la mano,
tu ola. |
Abandonándome a los dos,
ciega |
y sorda y vuestra. Con fe. |
¡No hay peligro de
ahogarse, |
ni de morir sin alegría de
que la muerte |
no yen bellísima
liberación |
hacia Ti! |
El misterio de la
confianza |
reside en nadar, en
flotar, en abandonarse |
plenamente a Ti, |
sola y eternamente a Ti. |
Al mar. |
Carmen Conde |
12 (152) |
Documento: |
LA "MUERTE
DULCE" |
REPRODUCIMOS la parte
sustancial de la Declaración de la S. Congre- |
gación para la Doctrina de
la Fe», sobre la Eutanasia, publicada el 5 |
de mayo de este año 1980.
La Declaración se dirige, en primer lugar, |
a los fieles católicos,
también a los creyentes de otras confesiones y, en gene- |
ral, a los hombres de
buena voluntad: a todos cuantos mantengan todavía vi- |
va la conciencia de los
derechos de la persona humana. Derechos sobre los |
cuales ya se han
pronunciado antes, no sólo algunas conferencias episcopales, |
sino que también figuran
en la recomendación 779 (1976), relativa a los dere- |
chos de los enfermos y de
los moribundos, de la Asamblea parlamentaria del |
Consejo de Europa en su
XXVII sesión ordinaria. |
Valor de la |
vida humana |
LA VIDA humana es el
fundamento de todos los |
bienes, la fuente y la
condición necesaria de toda |
actividad humana y de toda
convivencia social. Si |
la mayoría de los hombres
consideran que la vida tiene |
un carácter sagrado y que
a nadie le es licito disponer de |
ella a su antojo, los
creyentes reconocemos también en ella |
un don del amor de Dios,
con el encargo de conservarlo |
y hacerlo fructificar. De
esta última consideración, se |
desprenden algunas
consecuencias: |
1. Nadie puede atentar
contra la vida de un hombre |
inocente sin oponerse, al
mismo tiempo, al amor de Dios |
por él, sin violar un
derecho fundamental, inadmisible e |
inalienable, sin cometer,
por lo tanto, un crimen de ex- |
trema gravedad.
(Prescindimos de las cuestiones sobre la |
pena de muerte y la
guerra, que requerirían consideracio- |
nes específicas ajenas al
tema de esta Declaración). |
13 (153) |
2. Todo hombre tiene
derecho a conformar su vida |
con el designio de Dios.
La vida le ha sido confiada como |
un bien que ha de producir
sus frutos ya aquí en la tierra, |
aunque encuentre su plena
perfección sólo en la vida |
eterna. |
3. La muerte voluntaria, o
sea el suicidio, es, pues, |
tan inaceptable como el
homicidio; un acto de este género |
constituye, en efecto, por
parte del hombre, el rechazo de |
la soberanía de Dios y de
su designio de amor. El suici- |
dio, además, conlleva a
menudo el rechazo del amor de- |
bido a sí mismo, que es la
negación de la aspiración na- |
tural a la vida, la
renuncia frente a los deberes de justicia |
y de caridad hacia el
prójimo, hacia las diversas comu- |
nidades y hacia toda la
sociedad, aunque eventualmente |
concurran ―como se
sabe― factores psicológicos que pue- |
den atenuar o incluso
anular totalmente la responsabili- |
dad. |
De todos modos, será
preciso establecer una clara dis- |
tinción entre el suicidio
y aquel sacrificio con el cual, por |
una causa superior
―como la gloria de Dios, la salvación |
de las almas o el servicio
a los hermanos― se ofrece o |
pone en peligro la propia
vida. |
La eutanasia |
Para tratar adecuadamente
el problema de la eutana- |
sia, es necesario
precisar, en primer lugar, el vocabulario. |
Etimológicamente, la
palabra eutanasia significaba, |
antiguamente, una muerte
dulce sin sufrimientos terri- |
bles. Hoy ya no se limita
a este significado original, sino |
que más bien hace
referencia a la intervención de la me- |
dicina en orden a atenuar
los dolores de la enfermedad |
y de la agonía, y a veces
también al riesgo de suprimir |
prematuramente la vida.
Además, el término es usado en |
un sentido más restringido
con el significado de "procu- |
rar la muerte por
piedad", con la finalidad de eliminar |
radicalmente los últimos
sufrimientos o de evitar el alum- |
bramiento de hijos
anormales, enfermos mentales o incu- |
rables, la prolongación de
una vida infeliz tal vez dilata- |
da, que podría imponer
cargas demasiado gravosas a las |
familias o a la sociedad. |
Es, pues, necesario decir
en qué sentido se entiende el |
término en este Documento. |
Por eutanasia entendemos
una acción o una omisión |
que por su propia
naturaleza, o por su intencionalidad, |
14 (164) |
procura la muerte, con el
objeto de eliminar el dolor. La |
eutanasia se coloca, pues,
al nivel de las intenciones y de |
los métodos utilizados. |
Es preciso insistir, pues,
con toda firmeza, que nada |
ni nadie puede autorizar
la muerte de un ser humano |
inocente, aunque se trate
de un feto o de un embrión, de |
un niño o de un adulto, un
viejo, un enfermo incurable o |
agonizante. Nadie, además,
puede pedir este gesto homi- |
cida para sí mismo o para
otro confiado a su responsabili- |
dad, ni puede consentir en
ello explícita o implícitamente. |
No existe autoridad alguna
que pueda legítimamente im- |
ponerlo o permitirlo. Pues
se trata, en efecto, de una vio- |
lación de la ley divina,
de una ofensa a la dignidad de |
La persona humana, de un
crimen contra la vida, de un |
atentado contra la
humanidad. |
El dolor |
Insoportable |
Podría darse también el
caso en que el dolor prolon- |
gado o insoportable,
razones de orden afectivo u otros |
motivos diversos indujeran
a alguien a considerar que |
puede pedir la muerte o
procurarla a otros. Aun cuando |
en casos parecidos la
responsabilidad personal pueda |
estar disminuida o incluso
no existir, sin embargo, el error |
de juicio de la conciencia
―aunque fuera incluso de buena |
fe― no modifica la
naturaleza del acto homicida, que en si |
sigue siendo siempre
inadmisible. Las súplicas de los |
enfermos muy graves que
alguna vez invocan la muerte |
no deben ser entendidas
como expresión de una verdadera |
voluntad de eutanasia;
éstas, en efecto, son casi siempre |
peticiones angustiadas de
asistencia y de afecto. Además |
de los cuidados médicos,
lo que necesita el enfermo es el |
amor, el calor humano y
sobrenatural, con el que pueden |
y deben rodearle todos
aquellos que están cercanos, pa- |
dres e hijos, médicos y
enfermeros. |
El cristiano ante |
el sufrimiento |
y el uso de |
los analgésicos |
La muerte no sobreviene
siempre en condiciones dra- |
máticas, al final de
sufrimientos insoportables. No debe |
pensarse únicamente en los
casos extremos. Numerosos |
testimonios concordes
hacen pensar que la misma natura- |
leza facilita en el
momento de la muerte una separación |
que sería terriblemente
dolorosa para un hombre en plena |
salud. Por lo cual, una
enfermedad prolongada, una an- |
cianidad avanzada, una
situación de soledad y de aban- |
dono, pueden determinar
tales condiciones psicológicas |
que faciliten la
aceptación de la muerte. |
15 (155) |
Sin embargo, se debe
reconocer que la muerte precedida |
o acompañada a menudo de
sufrimientos atroces y pro- |
longados es un
acontecimiento que naturalmente angustia |
el corazón del hombre. |
El dolor físico es,
ciertamente, un elemento inevitable |
de la condición humana; a
nivel biológico, constituye un |
signo cuya utilidad es
innegable; pero puesto que atañe |
a la vida psicológica del
hombre, a menudo supera su |
utilidad biológica y por
ello puede asumir una dimensión |
tal que suscite el deseo
de eliminarlo a cualquier precio. |
El dolor y la |
salvación |
Sin embargo, según la
doctrina cristiana, el dolor, |
sobre todo el de los
últimos momentos de la vida, asume |
un significado particular
en el plan salvífico de Dios: en |
efecto, es una
participación en la Pasión de Cristo y una |
unión con el sacrificio
redentor que él ha ofrecido en obe- |
diencia a la voluntad del
Padre. No debe, pues, maravi- |
llar si algunos cristianos
desean moderar el uso de los |
analgésicos para aceptar
voluntariamente al menos una |
parte de sus sufrimientos
y asociarse así, de modo cons- |
ciente a los sufrimientos
de Cristo crucificado (cf. Mi, 27, |
34). No sería, sin
embargo, prudente imponer como norma |
general un comportamiento
heroico determinado. Al con- |
trario, la prudencia
humana y cristiana sugiere para la |
mayor parte de los
enfermos el uso de las medicinas que |
sean adecuadas para
aliviar o suprimir el dolor, aunque |
de ello se deriven, como
efectos secundarios, entorpeci- |
miento o menor lucidez. En
cuanto a las personas que no |
están en condiciones de
expresarse, se podrá razonable- |
mente presumir que desean
tomar tales calmantes y sumi- |
nistrárseles según los
consejos del médico. |
Uso de |
analgésicos |
Pero el uso intensivo de
analgésicos no está exento de |
dificultades, ya que el
fenómeno de acostumbrarse a ellos |
obliga generalmente a
aumentar la dosis para mantener |
su eficacia. Es
conveniente recordar una declaración de |
Pío XII que conserva aún
toda su validez. Un grupo de |
médicos le había planteado
esta pregunta: «La supresión |
del dolor y de la
conciencia por medio de narcóticos… |
¿está permitida al médico
y al paciente por la religión y |
la moral (incluso cuando
la muerte se aproxima o cuando |
se prevé que el uso de
narcóticos abreviará la vida)?» El |
papa respondió: "Si
no hay otros medios y si en tales |
circunstancias ello no
impide el cumplimiento de otros |
16 (156) |
deberes religiosos y
morales, sí» En este caso, en efecto, |
está claro que la muerte
no es querida o buscada de nin- |
gún modo, por más que se
corra el riesgo por una causa |
razonable; simplemente se
intenta mitigar el dolor de ma- |
nera eficaz, usando a tal
fin los analgésicos a disposición |
de la medicina. |
Los analgésicos que
producen la pérdida de la con- |
ciencia en los enfermos
merecen, en cambio, una conside- |
ración particular. Es
sumamente importante, en efecto, |
que los hombres no sólo
puedan satisfacer sus deberes |
morales y sus obligaciones
familiares, sino también y |
sobre todo que puedan
prepararse con plena conciencia |
al encuentro con Cristo.
Por esto, Pío XII advierte que |
«no es lícito privar al
moribundo de la conciencia propia |
sin grave motivo». |
El uso |
proporcionado |
de los medios |
terapéuticos |
Es muy importante hoy día
proteger, en el momento |
de la muerte, la dignidad
de la persona humana y la |
concepción cristiana de la
vida contra un tecnicismo que |
corre el riesgo de hacerse
abusivo. De hecho, algunos ha- |
blan del "derecho a
morir", expresión que no designa el |
derecho de procurarse o
hacerse procurar la muerte como |
se quiere, sino el derecho
de morir con toda serenidad, |
con dignidad humana y
cristiana. Desde este punto de |
vista, el uso de los
medios terapéuticos puede plantear a |
veces algunos problemas. |
En muchos casos, la
complejidad de las situaciones |
puede ser tal que haga
surgir duras sobre el modo de |
aplicar los principios de
la moral. Tomar decisiones |
corresponderá en último
análisis a la conciencia del |
enfermo o de las personas
cualificadas para hablar en su |
nombre, o incluso de las
médicos, a la luz de las obliga- |
ciones morales y de los
distintos aspectos del caso. |
*Cada uno tiene el deber
de curarse y de hacerse curar. |
Los que tienen a su
cuidado los enfermos deben prestarles |
su servicio con toda
diligencia y suministrarles los reme- |
dios que consideren
necesarios o útiles. |
Pero ¿se deberá recurrir,
en todas las circunstancias, |
a toda clase de remedios
posibles? |
Moral y medios |
terapéuticos |
Hasta ahora los moralistas
respondían que no se está |
obligado nunca al uso de
los medios "extraordinarios". |
Hoy, en cambio, tal
respuesta, siempre válida en princi- |
pio, puede parecer tal vez
menos clara tanto por la impre- |
17 (157) |
cisión del término como
por los rápidos progresos de la |
terapia. Debido a esto,
algunos prefieren hablar de reme- |
dios
"proporcionados" y "desproporcionados". En cada |
caso, se podrán valorar
bien los medios poniendo en com- |
paración el tipo de
terapia, el grado de dificultad y de |
riesgo que comporta, los
gastos necesarios y las posibili- |
dades de aplicación con el
resultado que se puede esperar |
de todo ello, teniendo en
cuenta las condiciones del enfer- |
mo y sus fuerzas físicas y
morales. |
Principios |
Para facilitar la
aplicación de estos principios gene- |
rales se pueden añadir las
siguientes puntualizaciones: |
—A falta de otros
remedios, es lícito recurrir, con el |
consentimiento del
enfermo, a los medios puestos a dispo- |
sición por la medicina más
avanzada aunque estén toda- |
vía en fase experimental y
no estén libres de todo riesgo. |
Aceptándolos, el enfermo
podrá dar así ejemplo de gene- |
rosidad para el bien de la
humanidad. |
―Es también lícito
interrumpir la aplicación de tales |
medios, cuando los
resultados defraudan las esperanzas |
puestas en ellos. Pero, al
tomar una tal decisión, deberá |
tenerse en cuenta el justo
deseo del enfermo y de sus |
familiares, así como el
parecer de médicos verdadera- |
mente competentes; éstos
podrán, sin duda, juzgar mejor |
que otra persona si el
empleo de instrumentos y personal |
es desproporcionado a los
resultados previsibles y si las |
técnicas empleadas imponen
al paciente sufrimientos y |
molestias mayores que los
beneficios que se pueden obte- |
ner de los mismos. |
Solamente mueren los
hombres que no dejan |
nada; mueren solamente los
que dejan tras de |
su vida el vacío y el mal
ejemplo. Los que dejan |
una obra, no mueren jamás:
queda su obra. Y |
cuando esa obra no se ha
podido terminar, |
todavía pueden morir
menos.— VENTURA GASSOL |
|
18 (158) |
Es siempre lícito
contentarse con los medios normales |
que la medicina puede
ofrecer. No se puede, por lo tanto, |
imponer a nadie la
obligación de recurrir a un tipo de |
cura que, aunque ya esté
en uso, todavía no está libre de |
peligro o es demasiado
costosa. Su rechazo no equivale |
al suicidio: significa más
bien o simple aceptación de la |
condición humana, o deseo
de evitar la puesta en práctica |
de un dispositivo médico
desproporcionado a los resulta- |
dos que se podrían
esperar, o bien una voluntad de no |
imponer gastos
excesivamente pesados a la familia o a la |
colectividad. |
―Ante la inminencia
de una muerte inevitable, a |
pesar de los medios
empleados, es lícito en conciencia |
tomar la decisión de
renunciar a unos tratamientos que |
procurarían únicamente una
prolongación precaria y |
penosa de la existencia,
sin interrumpir, sin embargo, las |
curas normales debidas al
enfermo en casos similares. |
Por esto el médico no ha
de tener motivo de angustia, |
como si no hubiera
prestado asistencia a una persona en |
peligro. |
Conclusión |
Las normas contenidas en
la presente Declaración |
están inspiradas por un
profundo deseo de servir al hom- |
bre según el designio del
Creador. Si, por una parte, la |
vida es un don de Dios,
por otra, la muerte es ineludible; |
es necesario, por lo
tanto, que nosotros, sin prevenir en |
modo alguno la hora de la
muerte, sepamos aceptarla |
con plena conciencia de
nuestra responsabilidad y con |
toda dignidad. Es verdad,
en efecto, que la muerte pone |
fin a nuestra existencia
terrenal, pero al mismo tiempo |
abre el camino a la vida
inmortal. Por eso todos los hom- |
bres deben prepararse para
este acontecimiento a la luz |
de los valores humanos, y
los cristianos, más aún, a la |
luz de su fe. |
Los que se dedican al
cuidado de la salud pública no |
omitan nada, a fin de
poner al servicio de los enfermos |
y moribundos toda su
competencia, y acuérdense también |
de prestarles el consuelo
todavía más necesario de una |
inmensa bondad y de una
caridad ardiente. Tal servicio |
prestado a los hombres es
también un servicio prestado al |
mismo Señor, que ha dicho:
«... cuantas veces hicisteis |
eso a cada uno de estos
mis hermanos menores, a mí me |
lo hicisteis» (Mt, 25,
40). |
19 (159) |
Todo proceso es dialéctico
y problemático, y no lo será |
menos, para los ciudadanos
españoles, el de la evolución |
política y legislativa que
nos afectan. Pero, a fin de |
cuentas, lo mejor o lo
peor no nos vendrá ―aunque no |
nos pueden ser
indiferentes― de las formas de poder que |
se establezcan o de las
leyes que se promulguen, sino, |
muy principalmente, de que
seamos siempre, y sin fana- |
tismos neurotizantes,
cristianos convencidos, lúcidos, |
ávidos de conocer,
estudiar y vivir cada vez más inten- |
samente la fe que
profesamos, de modo que ni las pre- |
siones sociales, ni la
seducción de las propagandas, sino |
el buen sentido del
criterio personal ilustrado y desarro- |
llado en la Iglesia,
lleguen a ser la fuerza y el estímulo |
sereno y cohesivo de los
que aman a Cristo, se purifican |
en la esperanza y trabajan
por un mundo mejor. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 1. 11. 80 |
20 (160) |
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