Publicación mensual del Oratorio
Núm. 181. DICIEMBRE. Año 1980.
SUMARIO
QUE SEAN de paz los días de todos los hombres, des-
de que Dios también se hizo Hombre. No de falsa
paz, que es imposición del equilibrio de violencias
opuestas inevitables; sino paz nacida de la justicia
de los corazones, del convencimiento de las mentes
serenas. Paz reparadora de ultrajes pasados que la per-
versidad cómoda quisiera olvidar, paz purificadora de
envidias disimuladas, paz que desmonta fáciles simplifi-
caciones sugeridas por la pereza mental y la mezquindad
humana, a veces vestidas de hipócrita mansedumbre. Paz
del corazón, del pensamiento, de la verdad, de la restitu-
ción, de la justicia, del respeto, de la intangibilidad de
todo derecho ajeno, aunque carezca del apoyo amenazante
de la fuerza. Paz de la Paz. Paz de Dios para todos los
hombres.
PASTORAL
LAS BUENAS NOTICIAS
LA INMACULADA DE MURILLO
NAVIDAD
EL ELEMENTO HUMANO
EL SACERDOCIO CRISTIANO
LA CONCIENCIA
1 (161)
Deseamos a todos
nuestros lectores y amigos
la bendición de la paz
y el gozo cristiano,
compartiendo
esfuerzos y esperanzas
para un mundo mejor.
2 (162)
Pastoral
PARA CREER en Dios debería
bastar con abrir los ojos, o con
sentir cómo late nuestro pro-
pio corazón. Para el que quiere
creer, sobran datos; para el
que rechaza el primer aldabonazo de
la fe, son inútiles todos los argumen-
tos. A veces, el hombre mira tanto a
sí mismo y se encierra tan egoísta-
mente en esta autocontemplación,
que se hace incapaz de admirarse
por nada. Y cuando el hombre es
incapaz para la admiración ―la ad-
miración que pedía Aristóteles no es
substituible por el embobamiento ig-
norantón, descuidado y perezoso―,
ni siquiera llega a las mínimas cotas
de lo humano, porque se convierte
en un ser maquinal, fatalmente es-
clavizado por la ceguera o visión
sin perspectiva del universo. Pare-
cido a lo que ocurre a quien pierde
el hábito de mirar lejos, de mirar
campos y montañas; a lo que ocurre
a tanta gente abocada sobre mesas
y pupitres, atrofiada de ojos, porque
no los utiliza. Los pastores y la gente
que ama la naturaleza y se mueve
en ella, no necesita gafas para ver,
salvo que esté enferma. Ven, entien-
den y se admiran. No pueden hacer-
lo, en cambio, las mentes, agudas tal
vez, pero atrofiadas, porque aunque
hablen de universo, de infinitos, no
se abren hacia fuera, y hasta cuan-
do, somnolentes, alcancen a pro-
nunciar el nombre de Dios, les sirve
de poco, porque no pasa de una
idea que brilla y muere en el mismo
instante, como una estrella caída,
fugaz, en el firmamento helado, con-
céntrico y acaparador del orgullo
posesivo de sí mismos.
Pero Dios está ahí, cerca de todos
los que miren y se admiren del orden
creado, evidente a la experiencia.
Y Dios mismo, sin hacerse directa-
mente evidente, pasa, no obstante, a
hacerse experiencia en el corazón
humano. ¡Qué bello es el mundo,
cuando lo sabemos mirar asomados,
y sin demasiada filosofía, desde la
pureza del orden y de la bondad que
refleja!
San Juan de la Cruz lo llamaría
reflejo y huella de Dios. Santo To-
más construiría teorías analógicas.
Y, cualquiera que supiera amar, des-
cubriría muestras continuas de la
dinámica de bien que lo mueve. Su
fuerza, su gravedad ―su peso― es el
amor. Amor, si se quiere, en formas
creadas, en dosis limitadas, pero que
quedan como signo, como referencia
sensible de lo que los solos sentidos
no podrían contener, es decir, la
bondad y la verdad de Dios.
Hasta en los animales se dan esas
"señalizaciones", para el que sabe y
quiere leerlas. Como hace unas se-
manas se nos refería desde los pe-
riódicos, junto a "sucesos" en los
que se reflejaba la tristeza de las
carencias de amor humano. Junto a
trampas, mentiras, robos y asesina-
tos que cometían hombres demen-
tes, se nos decía la historia de un
perro fiel a su amo, que era un pas-
tor de nuestra contigua sierra del
Segura, en la provincia de Jaén,
Habían caído los primeros nevazos
y, en el pinar Negro del término
de Santiago de la Espada, mientras
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cuidaba su rebaño, murió el pastor,
sobre la nieve y cuyo cuerpo, que
no presentaba signos de descompo-
sición, fue hallado al cabo de once
días. Las ovejas se habían dispersa-
do, pero junto al cadáver permanecía
el perro fiel que había defendido de
los ataques de las alimañas y aves
de carroña el cuerpo del amo, a costa
de sus propias heridas y casi exte-
nuado por la lucha.
Los equipos de socorro se llevaron
el cadáver, que fue posteriormente
enterrado. Pero del perro no se ha
sabido más y han resultado infruc-
tuosos los esfuerzos de parientes y
amigos para encontrarlo. Los pe-
rros, cuando están tristes de añoran-
za y no tienen amo a quien seguir y
defender, ni mano amiga de quien
recibir un mendrugo, desaparecen
y van a morir en soledad.
Además, los perros de los pastores
no viven sólo del mendrugo recogi-
do, sino de la compañía del pastor.
Los perros de los pastores son los
amigos del pastor. La vida del pastor
es sencilla como la tierra de los ca-
minos y la hierba de los campos, y
conoce todas las luces del día y las
estrellas de la noche, y las lluvias
que limpian el aire y los aires que
multiplican voces y silbidos, que son
como un lenguaje con que hablan a
las cosas, y a los animales, y a los
hombres y a Dios. El perro del pas-
tor no podía haber conocido a Dios,
pero sí había conocido a un hombre,
a un buen hombre, a su amo. Sin él
ya no tenía sentido todo lo demás, y
desapareció, tal vez para morir tam-
bién y encenderse luego, como una
estrella, en el cielo del pastor ausen-
te, pero vivo ya en la eternidad.
Sin querer ser sentimentales. Pero
es bello que el nacimiento de Jesu-
cristo fuese anunciado a los pasto-
res, antes que a nadie, y que más
tarde, él mismo, se comparara a la
imagen del buen pastor. Lo bello,
cierto, no substituye a la verdad, pe-
ro la ilumina.
La nación judía es uno de los pocos pueblos orientales
que la historia presenta como susceptible de progreso,
y este progreso ha consistido, especialmente, en el des-
arrollo de la verdad religiosa. A este aspecto los judíos
se distinguen de otros pueblos, tanto de Occidente como
de Oriente. Su país es la patria clásica de la idea reli-
giosa, como Grecia lo es de la supremacía intelectual,
y Roma de la sabiduría política y práctica. El teísmo es
su vida; no lo han abandonado nunca, y gracias a él son
verdaderamente un pueblo.— Card. JOHN H. NEWMAN, C. O.
4 (164)
Las
buenas
noticias
LA CALIDAD o, si se prefiere,
el valor de una noticia, de-
pende de lo que constituye
su contenido objetivo, de su inter-
pretación subjetiva y de la adver-
bialización circunstancial en que se
conjuga la relación objetiva-subje-
tiva. Estos tres elementos concurren
en todo hecho noticioso, si bien
con diferentes grados de incidencia.
Desde el punto de vista subjetivo,
un mismo suceso puede ser "leído"
de diferente forma, según sea el
ánimo del sujeto que es informado:
hay personas que todo lo interpre-
tan mal, mientras otras se inclinan
por el lado bueno, aun oculto, que
incluso lo aparentemente desagra-
dable ha de contener, como capa-
cidad de reacción, o por sentido
relativizador, sin por ello querer
perderse en ambigüedades. Por otra
parte, desde el punto de vista obje-
tivo, es preciso rendirse a la evi-
dencia de los hechos innegables,
aunque queriendo llegar siempre
al sentido radical de donde par-
ten, precisamente para ser fieles al
esfuerzo integrador propio de la
construcción de la verdad, nunca
acabada. Las noticias que se nos
suministran o se nos venden, no
siempre, ni mucho menos, nos lle-
gan con toda pureza: ésta depende-
rá de cómo sepamos leerlas, enten-
derlas, interpretarlas. No basta leer
mucho, ni oír mucho, sino que es
preciso saber leer bien y saber en-
tender correctamente. Además, so-
breponiendo varios mensajes pro-
cedentes de un mismo informador,
podremos llegar a conocer qué in-
tereses se vehiculan a través de sus
informaciones, sin pecar de descon-
fianza sistemática ni de credibilis-
mo plebeyo, y quedándonos con
sólo lo que haya tamizado la serena
crítica. A veces la noticia, con inde-
pendencia de su valor objetivo, tiene
su principal importancia porque
sirve de pretexto a los intereses que
han sugerido su divulgación, y por
eso es importante conocer quién nos
informa y sus ideas e intereses.
5 (165)
Pero todo esto son consideracio-
nes generales que debería siempre
tener en cuenta todo oyente o lec-
tor de noticias, si bien el cristiano,
por el concepto que tiene de la
vida y del mundo, está preparado
y dispuesto para entender mejor el
lado bueno, oculto aun en lo que
parece malo, porque la fe ayuda a
integrar en el orden providencial
y positivo todo acontecimiento, to-
da novedad. Por eso, sin falsificar
la realidad en que nos movemos,
los cristianos deberíamos ser por-
tadores de ese optimismo con que
miramos y aceptamos la existencia,
para convertir toda novedad en
buena noticia. Nosotros mismos de-
beríamos de ser la buena noticia,
la esperanza encarnada en nuestro
cotidiano vivir y por la que vale
la pena no perder la ilusión para
seguir viviendo, porque quedan to-
davía, por hacer, una inmensidad
de cosas buenas y bellas. La desa-
zón que el mal aparente causa, de-
muestra, precisamente, que la vo-
cación del hombre no es el mal,
sino el bien. Pero en el bien hay
que creer. Y esa fe está en noso-
tros.
Además, para redimir de pesi-
mismos el mundo en que nos mo-
vemos, no es preciso el continuo
esfuerzo filosófico para descubrir el
lado bueno, a primera vista eclip-
sado por los males aparentes; pues
podemos mantener despierta la in-
teligencia y cultivar el buen gusto
para elegir y saber apreciar, descu-
briéndolas a tiempo, las manifesta-
ciones de la bondad de la creación
y de las personas. Cierto que el mal
es más escandaloso que el bien,
sobre todo por la morbosidad no-
velera o la avidez pueblerina y
neurótica de mentes huecas o des-
prevenidas; pero la hermosura del
orden natural permanece constante
y los buenos ejemplos que ofrece
la humanidad no se agotan: basta
pararse y mirarlos. En otras pala-
bras: que es preciso, además del
esfuerzo integrador del lado bueno
en lo que es aparentemente malo,
la tarea higienizadora que selec-
ciona el objeto al que se atiende y
la limpieza subjetiva del que lo
contempla. Porque, en definitiva, se
nos dan ―o nos hacen mella―, so-
lamente, las noticias que queremos
o, por lo menos, nos las adverbiali-
zan de la manera que queremos.
El cristiano debería de ser, para
todos, en este mundo, y frente a
todos los aconteceres, el anuncio y
la buena noticia de Dios. Debiera
ser, espiritualmente, y debiera dar,
gozosamente, el buen sentido de
Dios frente a todo, para todos. I
Es limpio de corazón el hombre que ama a Dios
por encima de todo y que sabe ver a Dios presen-
te en todas las cosas.— TEILHARD DE CHARDIN
6 (166)
CÁDIZ, 1680.
La Inmaculada de Murillo
EN EL SUR de España, cerca
del mar, segregada de la tie-
rra, como en un ser y no ser
del continente, y mirando hacia to-
dos los caminos azules del agua,
hay una ciudad que tiene más de
tres mil años. En estas últimas se-
manas la prensa la convertía en
noticia porque, junto con otros ha-
llazgos arqueológicos importantes,
se ha podido confirmar, por fin, la
existencia y localización de un tea-
tro romano en su casco antiguo,
donde se encuentra la catedral
vieja, la Posada del Mesón, la casa
grande del Pópulo...
Cádiz se diferencia del resto de
Andalucía porque el influjo árabe
tuvo en ella menor incidencia. Pero
en cambio, había sido, en la anti-
güedad, una de las grandes encru-
cijadas de las comunicaciones mun-
diales y puerta de la penetración
púnica en el continente; tercera
ciudad en importancia y la primera,
entre todas, que se asomó al Atlán-
tico. Comerciantes fenicios, sabios
y artistas griegos más tarde y final-
mente romanos, le dieron un carác-
ter único que todavía pervive en
sus rasgos.
Tal vez por su singularidad fue
capaz de protagonizar el nacimien-
to del constitucionalismo español:
Cádiz no era sólo camino de ciuda-
des y de naciones, sino incluso de
continentes, a principios del siglo
XIX, y pudo ver pasar por sus
puertas las grandezas y las miserias
de invasiones, de descubrimientos,
de reinos y de dinastías, sin fana-
tismos centrípetos, porque ella
había vivido siempre abierta al
mundo.
En la historia contemporánea de
España, Cádiz es un nombre clave,
porque sugiere la Constitución de
1812, que pudo tener mejor suerte,
pero que la desgracia no mermó
la gloria de la ciudad donde se
gestó.
Cuando se alude a la Constitu-
ción de Cádiz y a sus Cortes, es
preciso citar un lugar donde se re-
sume y condensa el símbolo de
aquella gesta histórica: es la iglesia
de la Congregación del Oratorio de
san Felipe Neri, cuya comunidad
7 (167)
cedió de grado el templo para lugar
de los debates parlamentarios de
aquellas Cortes constituyentes, en
tiempos del asedio francés.
Pero en estas líneas nosotros no
pretendemos extendernos en el co-
mentario a la generosidad cívica
con que nuestros antepasados ora-
torianos de Cádiz se unieron al
sentir general del pueblo y de sus
representantes; hacemos referencia
a esta iglesia del Oratorio, porque
en ella se contiene una joya de arte
y de amor a la Virgen que parece
oportuno recordar: se trata de la
última de las Inmaculadas pintadas
por Murillo, y que ocupa el centro
del retablo que decora el altar
mayor de la iglesia. El lienzo fue
pintado en 1680, es decir, hace
exactamente tres siglos, cuando
Bartolomé Esteban Murillo contaba
62 años de edad.
Cristo,
viniste a glorificar las lágrimas,
no a enjugarlas.
Viniste a abrir heridas,
no a cerrarlas.
Viniste a encender hogueras,
no a apagarlas.
Viniste a decir:
Que corra el llanto,
la sangre
y el fuego…
¡con el agua!
LEÓN PELIPE
Sabido es que Murillo pintó
varias Inmaculadas, y en el Museo
del Prado se conserva la llamada
de Soult (mariscal francés que se
apoderó de ella, yendo a parar
luego al Louvre, pero recuperada
en el año 1940 para el Prado), que
suele ser la más conocida. Pero los
entendidos califican la de san Felipe
Neri como "magnífica, insuperable
y casi definitiva". Además, es la
única que lleva la firma del propio
autor.
Murillo, en su última estancia
en Cádiz, se hospedaba en casa de
unos amigos suyos, la familia La-
sarte, que lo eran también de la
comunidad de los Padres del Ora-
torio, a los que donaron el precioso
lienzo.
La cara de la Virgen se dice que
es reproducción del rostro de la
hija de Murillo, Francisca María
que había profesado en el convento
de la "Madre de Dios" de Sevilla, a
la que el pintor tenía un especial
cariño, si es que, para volcar su
inspiración no bastara la profunda
religiosidad de Murillo, que estuvo
a punto de llevarle al sacerdocio.
En todas las iglesias del Oratorio
se ha mantenido siempre la tradi-
ción de un homenaje a la Virgen,
pero este templo gaditano supera
en valor artístico el de los demás,
con independencia de otros tesoros
de belleza que también contiene,
paralela al ya mencionado signifi-
cado histórico inseparable de aquel
recinto, que es un documento en
piedra.
8 (168)
NAVIDAD
«La noche de Navidad
―que es Noche de Alegría—»
... para tanta María
que es madre en el portal
es noche de agonía la noche de Navidad.
No duermas la nana,
Hijo del Hombre pobre.
Abre los ojos y abre
tu grito al mundo.
Hazlo despertar
de la fácil fiesta:
¡que no te cante en vano
ni cantos de protesta
ni gregoriano!
Lloramos la gasolina
mientras derramamos la sangre.
Hacemos la Paz divina
haciendo humana la guerra.
Proclamamos los Derechos
de unos muñecos de barro,
mientras hollamos la Tierra
y los Hombres concretos. ..
Hombre Nuevo, ¿dónde estás?
¿Dónde está la Alegría?
¿Qué hemos hecho de la Navidad
del Hijo de María
que ha nacido en el Portal?
Mons. CASAL D'ALIGA
9 (189)
EL ELEMENTO
HUMANO
NOS EQUIVOCAMOS
tantas veces, porque
todavía no conocemos
al hombre, y hasta
porque somos, todavía, ignoran-
tes de nosotros mismos. Nos ha-
cemos espejos para contemplar
nuestra superficie, pero apaga-
mos las luces que iluminarían
nuestra profundidad. Hay un
grito que clama por lo exterior,
y un gran miedo por todo lo
que los simples sentidos no re-
suelven con facilidad, o no ex-
plican o no suprimen. Hay mie-
do, mucho miedo en el hombre.
Miedo a la verdad, pero sobre
todo miedo a la verdad de sí
mismo.
El hombre solo, ni es un ser
para la muerte, ni para la nada,
ni para el absurdo (Heidegger,
Sartre, Camus...); el hombre solo
es un ser para el miedo. Incluso
las religiones han sido adultera-
ciones pretenciosas para curar
los miedos humanos, cósmicos,
morales. Incluso en el Cristia-
nismo, tomamos la "redención"
enfatizando más la "salvación"
que la "liberación". Aunque pu-
diera decirse que la terminolo-
gía tiene poca importancia, si
no traicionara los conceptos.
Pensamos más en suprimir ma-
les, que en edificar bienes. Nos
pasamos más tiempo platicando
de moral, y midiendo el alcance
de las leyes, que contemplando
el bien, purificando la esperanza
y construyendo el amor. Para
amar hay que descender al fon-
do de uno mismo y será desde
ese centro de donde manará to-
do bien en libertad.
Ese que llamamos «descender
de Dios en el hombre» es una ac-
titud divina que debiera excitar
nuestra fe en lo que represen-
ta el misterio cristiano. Porque
no se trata de que Dios descien-
da al fondo del hombre para
conocerlo, porque ya sabemos
10 (170)
que el hombre es creación suya
y él, mejor todavía que el alfa-
rero, «conoce el barro con que
nos ha hecho». Lo que ocurre
es que, con el misterio cristiano
de la encarnación, el hombre
no queda solo, ni siquiera en la
historia. Es cierto que Cristo, per-
sonalmente, adquiere una "expe-
riencia" humana que le enri-
quece y que a nosotros, cuando
la meditamos, nos emociona,
porque se parece a ese descu-
brimiento que también nosotros
vamos haciendo del propio vivir
y del propio crecimiento. Pero
lo que ocurre, con la presencia
de Cristo en el mundo y con la
fe que nos vincula a él, es que
ya no estamos solos y que, cada
vez que profundizamos en nos-
otros mismos, penetramos en el
fondo de nuestro ser y se nos
hace transparente la conciencia
en compañía de él, y vamos des-
cubriendo no solamente nuestro
crecimiento personal, considera-
do individualmente, sino nues-
tro crecimiento "en él", por una
semejanza que imprime la gra-
cia, en un desarrollo configura-
do con él, que entra en la vida
de nuestra vida.
El miedo es siempre el grito
de la soledad; pero ya no esta-
mos solos. Es la compañía y la
presencia de Dios, pero no sólo
la presencia de Dios, porque
Dios se nos ha acercado para
andar nuestro propio camino,
introduciendo una naturaleza
que nos es común, la humana,
11 (171)
y es a través de este elemento humano, visible, cálido, incluso
limitado (pero puro), que se establece nuestro contacto gra-
tuito con él. Gratuito, para que sea posible el amor. Amoroso,
para que crezca en la libertad. Libre, para que tenga la sin-
ceridad que deja atrás las medidas porque se hace total en la
entrega.
Pero, mientras nos empeñemos en extraer solamente códi-
gos del Evangelio, o filosofías para las escuelas o sistemas para
las estructuras terrenas, y descuidemos la figura, la persona,
el ser Jesucristo, y no tendamos entre él y nosotros, y entre
él y cada uno de nosotros, un puente vital que discurra por
los pilares de la fe y de la gracia, no pasaremos ni vencere-
mos los miedos seculares de la humanidad, esclavizados en
nuestra propia miseria, en la soledad, aunque invoquemos a
dioses, cristianos o no, pero falsificados.
Cristo, el verdadero, vino para que tuviéramos vida en él,
vida abundante; para que fuéramos pobres, puros, libres y
pudiéramos conocerle; y para que el conocimiento de la ver-
dad, que se identificaba con él, nos hiciera libres, como hijos
de Dios. Nos lo dijo así mismo; es hermoso y es verdad. Pero
a veces no nos lo creemos.
Cristo se digna repetir, en cada uno de nosotros, en
figura y en misterio, cuanto hizo y sufrió en su car-
ne. Se forma en nosotros, nace en nosotros, sufre en
nosotros, resucita en nosotros, vive en nosotros; y
todo esto se obra, no por una sucesión de acon-
tecimientos, sino al mismo tiempo... En el último
día se reconocerá a sí mismo, recogerá su imagen
en nosotros como si la reflejáramos, y mirando a
todas partes discernirá inmediatamente a quienes
le pertenecen, es decir, a los que le devuelven su
propia imagen.— Card. JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
12 (172)
EL SACERDOCIO
CRISTIANO
AUNQUE el sacerdocio de Cristo tiene su acto principal y se consuma en
el holocausto de la Cruz, este sacerdocio comienza, según san Pablo
11 (Hebr. 10, 5-10), en la misma encarnación. Vino al mundo para ser me-
diador, y lo es en tanto que hombre, según dice san Agustín (Confes. X, 68).
Por esta razón, al acercarnos a la celebración del misterio de la encarnación
de Cristo, es oportuno que tengamos un pensamiento para el sacerdocio cris-
tiano, es decir, para Cristo y para sus sucesores, que Bossuet no dudaba en
envolver en la hermosa metáfora de «extensión de la encarnación de Cristo», a
pesar de las limitaciones y de la falibilidad del soporte humano, en contraste
con la perfección y grandeza única de Cristo-Sacerdote, que preside el mun-
do y libera al hombre.
Otra razón para su oportunidad, es el
hecho de que, a pesar de la real corriente
secularizadora existente, el hecho religio-
so y, más concretamente, la Iglesia y el sa-
cerdocio cristiano, suelen ser tema o cu-
riosidad de casi todas las publicaciones
en circulación. A pesar de todos los equí-
vocos y ligerezas, a veces incluso crasas
y malévolas, el hecho demuestra ―como
observaba hace algún tiempo el cardenal
Pellegrino―, que «en la conciencia de los
hombres de hoy el sacerdote ocupa un
puesto relevante». Lo lamentable, en este
fenómeno, es la frecuencia con que, buena
parte de los que le observan y critican
―igual cuando lo hacen con la Iglesia―, no
saben ponerse siempre en el punto de
vista exacto para juzgar su realidad y,
en general, la realidad religiosa. Hay
oportunismo y demagogia, que llega a
veces a impresionar a creyentes poco
ilustrados y a turbar a conciencias débi-
les, y la Iglesia no puede siempre, en el
marco de las condiciones terrenas en que
se desenvuelve, acudir a tiempo para
aclarar dudas y defender su verdad. Por
lo demás, compuesta de hombres, no tie-
ne inconveniente en descubrir y recono-
cer los errores externos posibles y come-
tidos realmente, y se somete a la ascesis
de la historia. Pero la tarea más impor-
tante al respecto, no consiste, para ella,
ni en ocultar o esconder sus fallos, ni en
el vencer dialécticamente a sus contra-
rios, sino en ser fiel en la búsqueda de
esa verdad creciente, paralela a su pro-
pio desarrollo en el misterio cristiano,
imposible de captar o de retener cuan-
do se la mira al margen de la óptica de
la fe.
13 (173)
Hay toda una evolución y, desde ella,
todo un progreso purificador y espiritua-
lizador, hasta llegar a Cristo, y un desglo-
samiento a partir de él, que es ilustrativo
recordar.
Con independencia de la fundamenta-
ción evangélica del sacerdocio cristiano,
existen imágenes históricas, no solamente
eclesiásticas, sino también paganas y ju-
días de las que no se está totalmente pu-
rificado y, a través de las cuales, se mira
y confunde la verdadera realidad cristia-
na. Pueden seguirse, a través de la histo-
ria de la Iglesia, todos los esfuerzos que, a
partir del Evangelio, se han realizado
para acercarse a esta realidad: el celo de
los pastores, la vida de los santos, las
órdenes religiosas y los movimientos que
despertaron nos lo atestiguarían. A pesar
de todo, el sacerdocio cristiano se mueve
en medio de una realidad humana, que
le condiciona e influye, a la vez que tam-
bién él influye y penetra esta misma rea-
lidad en evolución, marcada ya inevita-
blemente por el cristianismo. Aunque se
erijan criticando o atacando a la Iglesia,
cada vez que al hacerlo también defien-
dan ideas de "libertad", "igualdad", fra-
ternidad", "paz", "justicia", "unión", "pa-
tria universal", "hermandad de todos los
hombres", y otras, no pueden hacerlo sin
reproducir ideas cristianas, bien que no
explicitadas. Al final, inevitablemente, los
caminos volverán a encontrarse. Lo dijo
Cristo: «Otros vendrán de Oriente y Oc-
cidente...».
Sacerdocio
pagano
Primitivamente, las funciones cultuales y proféticas
eran realizadas por los jefes de los clanes o tribus, o por
carismáticos esporádicos. En la civilización agrícola, al
tener que dividirse el trabajo, surgió la "clase" sacerdotal.
Era competencia de la misma ocuparse de los mitos, del
derecho y de la organización de la vida social. Función
muy relacionada con el ejercicio del poder; y como el
poder va unido a la riqueza, el sacerdocio pagano cons-
tituía una clase rica. Presidía; pero estaba separado del
pueblo, no sólo por esta diferencia social ―el pueblo siem-
pre ha sido pobre―, sino de acuerdo con la tendencia a
la separación acusada entre lo considerado sacro y lo
profano: el mundo era considerado cada vez más impuro
y dependiente de fuerzas misteriosas y fatales. En medio
de esta visión pesimista, la clase sacerdotal, y solamente
ella tenía acceso a lo sagrado y desde allí ejercía su
poder mágico. En realidad era el reflejo de la situación
del mundo, anterior a Jesucristo: un mundo roto, separa-
do de Dios.
Sacerdocio
Judío
El sacerdocio judío, frente al pagano, supone un
cambio trascendental: en él existe un poder personal de
Dios, de modo que el hombre no puede disponer de sí
mismo de manera mágica: es él el que está a disposición
14 (174)
de Dios y abierto totalmente a su poder. Ciertamente que
el sacerdocio judío no estará libre de las tentaciones
paganas; pero la profecía lo advierte y salva de caer,
una y otra vez, en el sacerdocio mágico-ritualista del
paganismo.
Existe además, una visión optimista de lo sagrado:
todo el pueblo de Israel es "el pueblo santo de Jahve".
Ello no obstante existen limitaciones, como la de una
casta sacerdotal vinculada a la tribu de Leví, al linaje
de Aarón y a la familia de Sadoc (el sumo pontífice);
existe, todavía, la separación entre sagrado y profano; el
ejercicio del poder no está ajeno a la institución sacerdo-
tal, de modo que, cuando desaparece la monarquía es la
clase sacerdotal la que toma el poder total sobre el pue-
blo y da lugar al régimen teocrático.
Sacerdocio
de Cristo
En el Nuevo Testamento se nos presenta una figura
de Cristo radicalmente diferente de la del sacerdote judío:
Jesús no pertenece a la casta sacerdotal ni a la tribu de
Leví; aparece independiente del poder sacral tanto co-
mo del político; se opone a una interpretación abusiva de
la Ley; posee una dimensión profética inaudita y habla
con el poder de Dios; rompe la anquilosis farisaica y es
rechazado como un cuerpo extraño por los que habían
"organizado" la predilección divina de su pueblo.
Se trata de un sacerdocio único y eterno; es Él este
único sacerdote. No ofrece en sacrificio cosas materiales
ni externas: se ofrece a sí mismo y se da por amor. Este
amor causa la reconciliación del mundo con Dios. El
mundo ya está salvado, el pueblo ya puede penetrar en
el santuario, y desaparece, así, la separación entre sagra-
do y profano, porque ya todo queda santificado, porque
toda la vida, como dirá san Pablo (Romanos, 12, 1), ente-
ra, se hace materia de sacrificio y todo el pueblo se hace
sacerdotal, profético y señor.
Pero, para el servicio de este pueblo sacerdotal ha de
existir un ministerio visible, desde el mismo inicio de la
vida de la Iglesia. El Nuevo Testamento, singularmente el
libro de los Hechos de los Apóstoles, nos habla de este
ministerio que fue la primera figura histórica del sacer-
docio cristiano. Esta figura sacerdotal, administradora de
los beneficios inmutables obtenidos por Cristo, irá evo-
15 (175)
Todas las semanas en
vida nueva
—Una completa información de la
Iglesia en España y en el mundo
―Un estudio del problema de ma-
yor actualidad
—Una visión cristiana del mundo
político, social, cultural y artístico
vida
nueva
Revista semanal de
información general
y religiosa
P.P.C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
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lucionando en matices importantes, aunque no esenciales
a su carácter radical; evolución arriesgada, pero benéfica,
asociada vehicularmente a la extensión del reino de Cris-
to, que no es como los reinos de este mundo.
La historia
La última figura histórica que ha llegado hasta nos-
otros de este ministerio o sacerdocio cristiano es, en con-
junto, la que salió del concilio de Trento, portadora,
ciertamente, de muchos valores contingentes estimables,
positivos, pero que, a medida que ha prosperado la gran
crisis de secularización del mundo, también ella ha entra-
do en la necesidad de evolucionar, a pesar de los cuatro
siglos de actitudes prevalentemente "defensivas" hasta
desembocar en el Concilio Vaticano II, el cual, por un
lado, habla de la función profética del ministerio sacer-
dotal y, por otro, del sacerdocio de los fieles.
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS
En relación con el artículo 24 de la Ley 14-1966 de 19 de marzo, de
Prensa e Imprenta, se hace constar:
—Que LAUS es una publicación que pertenece a la Congre-
gación del Oratorio de san Felipe Neri.
―Que, al igual que las demás obras apostólicas del Oratorio,
se mantiene con las aportaciones espontáneas de los fieles
y el trabajo de los miembros de la Congregación.
―Que el contenido propagandístico y de anuncios que figu-
ra en la publicación es económicamente desinteresado.
—Que el P. Ramón Mas Cassanelles es el director de la re-
vista y autor de los artículos que van sin referencia.
Agradecemos la constante simpatía y apoyo de cuantos nos animan
en nuestra tarea.
17 (177)
La figura tridentina, "barroca", del sacerdote como
persona relevante en la sociedad, como personaje, desa-
parece; desaparecen igualmente ciertas funciones sociales
con los honores y privilegios que les acompañaban; des-
aparece la apariencia de casta comprometida con el poder
político, desaparece el altar que sostiene al trono. Se
va, en cambio, hacia una "presencia" o inserción en la
vida: se trata de una opción de la Iglesia (basta repa-
sar la Gaudium et Spes), que está más de acuerdo con
el fundamento evangélico. Se camina hacia una figu-
ra de sacerdocio cristiano que vive más cerca de los
hombres, no para mundanizarse, sino para ser "sal de la
tierra".
LA CONCIENCIA.
La conciencia no es ni un egoísmo ciego, ni el deseo de ser lógico
consigo mismo. Pero es un mensajero de quien tanto en el mundo
de la naturaleza como en el de la gracia, nos habla a través de un
velo, instruyéndonos y gobernándonos por medio de sus repre-
sentantes. La conciencia es el vicario natural de Cristo; profeta
por sus instrucciones, monarca por su absolutismo, sacerdote por
sus bendiciones y sus anatemas, e incluso si el sacerdocio eterno
pudiera dejar de existir en la Iglesia, este principio sacerdotal
permanecería y ejercería su soberanía ...
Pero ¿qué queda actualmente de la noción de conciencia en el
espíritu del pueblo? Ni en él ni en el mundo intelectual, la pala-
bra "conciencia" ha guardado su antigua significación, verdadera
y católica. En él, esta palabra que se emplea a menudo y con insis-
tencia, no evoca en absoluto la idea y la presencia de un Maestro
del mundo moral. Cuando los hombres invocan los derechos de
la conciencia, no quieren en modo alguno hablar de los derechos
del Creador, ni de los deberes de las criaturas en sus pensamien-
tos y en sus acciones; sino del derecho a pensar, hablar, escribir
y obrar según su opinión o su humor, sin preocuparse lo más
mínimo de Dios. Entienden la conciencia como el derecho de la
propia voluntad.
Card. JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
18 (178)
Después de la Pascua de Cristo ya no hay razón para
separaciones, excepto el pecado. Y se vislumbra un plu-
ralismo de figuras que, lejos de reducir la eficacia del
ministerio sacerdotal cristiano, la enriquecerá notable-
mente.
Basta leer despacio el sermón de la montaña, o medi-
tar en las tentaciones del desierto, que venció el primer
Sacerdote, Cristo, para darse cuenta de lo que ha de ser
el sacerdocio de hoy. Caen conceptos paganos, anacro-
nismos judíos y polvo de los siglos; pero cada vez es
más nítida, si la referimos al Evangelio, la figura del
sacerdote.
Antes de juzgar
Los que se atreven a juzgar y a exigir a los sacerdotes
de hoy, que miren cerca, en su misma casa, en su familia:
que revisen su conducta, sus ideas, sus palabras, y deduz-
can si, como consecuencia de la rectitud que las inspira,
puede allí despertarse una auténtica vocación entre los
que todavía no han elegido camino en la vida.
Consagrarse a Dios es todavía más hermoso hoy, que
siglos atrás, cuando lo hicieron san Benito, o san Fran-
cisco, o santo Domingo, o san Felipe, o san Bernardo,
o santa Teresa, y tantos otros. Éstos, dígase lo que se
diga, no huyeron del mundo, sino que lo santificaron.
Y eran épocas parecidas a la nuestra, que llamamos
de crisis.
Cristo es el Sacerdote único, siempre próxi-
mo, siempre apenas partido y siempre casi
vuelto a venir. Es el único Soberano y Padre
de su Iglesia, dispensando sus dones, sin de-
signar a nadie para que le reemplazase, por-
que partió solamente para poco tiempo.
Card. JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
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NAVIDAD
DE
JESUCRISTO
MISA
DE MEDIANOCHE
* * *
TAMBIÉN, EN LA NOCHE DE AÑO NUEVO,
OCTAVA DE NAVIDAD,
SOLEMNIDAD
DE
SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta San Felipe Neri, 1 - Apartado 182. Albacete - D.L. AB 103/02.1.1
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