Publicación
mensual del Oratorio |
Núm. 181. DICIEMBRE. Año
1980. |
SUMARIO |
QUE SEAN de paz los días
de todos los hombres, des- |
de que Dios también se
hizo Hombre. No de falsa |
paz, que es imposición del
equilibrio de violencias |
opuestas inevitables; sino
paz nacida de la justicia |
de los corazones, del
convencimiento de las mentes |
serenas. Paz reparadora de
ultrajes pasados que la per- |
versidad cómoda quisiera
olvidar, paz purificadora de |
envidias disimuladas, paz
que desmonta fáciles simplifi- |
caciones sugeridas por la
pereza mental y la mezquindad |
humana, a veces vestidas
de hipócrita mansedumbre. Paz |
del corazón, del
pensamiento, de la verdad, de la restitu- |
ción, de la justicia, del
respeto, de la intangibilidad de |
todo derecho ajeno, aunque
carezca del apoyo amenazante |
de la fuerza. Paz de la
Paz. Paz de Dios para todos los |
hombres. |
PASTORAL |
LAS BUENAS NOTICIAS |
LA INMACULADA DE MURILLO |
NAVIDAD |
EL ELEMENTO HUMANO |
EL SACERDOCIO CRISTIANO |
LA CONCIENCIA |
1 (161) |
Deseamos a todos |
nuestros lectores y amigos |
la bendición de la paz |
y el gozo cristiano, |
compartiendo |
esfuerzos y esperanzas |
para un mundo mejor. |
2 (162) |
Pastoral |
PARA CREER en Dios debería |
bastar con abrir los ojos,
o con |
sentir cómo late nuestro
pro- |
pio corazón. Para el que
quiere |
creer, sobran datos; para
el |
que rechaza el primer
aldabonazo de |
la fe, son inútiles todos
los argumen- |
tos. A veces, el hombre
mira tanto a |
sí mismo y se encierra tan
egoísta- |
mente en esta
autocontemplación, |
que se hace incapaz de
admirarse |
por nada. Y cuando el
hombre es |
incapaz para la admiración
―la ad- |
miración que pedía
Aristóteles no es |
substituible por el
embobamiento ig- |
norantón, descuidado y
perezoso―, |
ni siquiera llega a las
mínimas cotas |
de lo humano, porque se
convierte |
en un ser maquinal,
fatalmente es- |
clavizado por la ceguera o
visión |
sin perspectiva del
universo. Pare- |
cido a lo que ocurre a
quien pierde |
el hábito de mirar lejos,
de mirar |
campos y montañas; a lo
que ocurre |
a tanta gente abocada
sobre mesas |
y pupitres, atrofiada de
ojos, porque |
no los utiliza. Los
pastores y la gente |
que ama la naturaleza y se
mueve |
en ella, no necesita gafas
para ver, |
salvo que esté enferma.
Ven, entien- |
den y se admiran. No
pueden hacer- |
lo, en cambio, las mentes,
agudas tal |
vez, pero atrofiadas,
porque aunque |
hablen de universo, de
infinitos, no |
se abren hacia fuera, y
hasta cuan- |
do, somnolentes, alcancen
a pro- |
nunciar el nombre de Dios,
les sirve |
de poco, porque no pasa de
una |
idea que brilla y muere en
el mismo |
instante, como una
estrella caída, |
fugaz, en el firmamento
helado, con- |
céntrico y acaparador del
orgullo |
posesivo de sí mismos. |
Pero Dios está ahí, cerca
de todos |
los que miren y se admiren
del orden |
creado, evidente a la
experiencia. |
Y Dios mismo, sin hacerse
directa- |
mente evidente, pasa, no
obstante, a |
hacerse experiencia en el
corazón |
humano. ¡Qué bello es el
mundo, |
cuando lo sabemos mirar
asomados, |
y sin demasiada filosofía,
desde la |
pureza del orden y de la
bondad que |
refleja! |
San Juan de la Cruz lo
llamaría |
reflejo y huella de Dios.
Santo To- |
más construiría teorías
analógicas. |
Y, cualquiera que supiera
amar, des- |
cubriría muestras
continuas de la |
dinámica de bien que lo
mueve. Su |
fuerza, su gravedad
―su peso― es el |
amor. Amor, si se quiere,
en formas |
creadas, en dosis
limitadas, pero que |
quedan como signo, como
referencia |
sensible de lo que los
solos sentidos |
no podrían contener, es
decir, la |
bondad y la verdad de
Dios. |
Hasta en los animales se
dan esas |
"señalizaciones",
para el que sabe y |
quiere leerlas. Como hace
unas se- |
manas se nos refería desde
los pe- |
riódicos, junto a
"sucesos" en los |
que se reflejaba la
tristeza de las |
carencias de amor humano.
Junto a |
trampas, mentiras, robos y
asesina- |
tos que cometían hombres
demen- |
tes, se nos decía la
historia de un |
perro fiel a su amo, que
era un pas- |
tor de nuestra contigua
sierra del |
Segura, en la provincia de
Jaén, |
Habían caído los primeros
nevazos |
y, en el pinar Negro del
término |
de Santiago de la Espada,
mientras |
3 (163) |
cuidaba su rebaño, murió
el pastor, |
sobre la nieve y cuyo
cuerpo, que |
no presentaba signos de
descompo- |
sición, fue hallado al
cabo de once |
días. Las ovejas se habían
dispersa- |
do, pero junto al cadáver
permanecía |
el perro fiel que había
defendido de |
los ataques de las
alimañas y aves |
de carroña el cuerpo del
amo, a costa |
de sus propias heridas y
casi exte- |
nuado por la lucha. |
Los equipos de socorro se
llevaron |
el cadáver, que fue
posteriormente |
enterrado. Pero del perro
no se ha |
sabido más y han resultado
infruc- |
tuosos los esfuerzos de
parientes y |
amigos para encontrarlo.
Los pe- |
rros, cuando están tristes
de añoran- |
za y no tienen amo a quien
seguir y |
defender, ni mano amiga de
quien |
recibir un mendrugo,
desaparecen |
y van a morir en soledad. |
Además, los perros de los
pastores |
no viven sólo del mendrugo
recogi- |
do, sino de la compañía
del pastor. |
Los perros de los pastores
son los |
amigos del pastor. La vida
del pastor |
es sencilla como la tierra
de los ca- |
minos y la hierba de los
campos, y |
conoce todas las luces del
día y las |
estrellas de la noche, y
las lluvias |
que limpian el aire y los
aires que |
multiplican voces y
silbidos, que son |
como un lenguaje con que
hablan a |
las cosas, y a los
animales, y a los |
hombres y a Dios. El perro
del pas- |
tor no podía haber
conocido a Dios, |
pero sí había conocido a
un hombre, |
a un buen hombre, a su
amo. Sin él |
ya no tenía sentido todo
lo demás, y |
desapareció, tal vez para
morir tam- |
bién y encenderse luego,
como una |
estrella, en el cielo del
pastor ausen- |
te, pero vivo ya en la
eternidad. |
Sin querer ser
sentimentales. Pero |
es bello que el nacimiento
de Jesu- |
cristo fuese anunciado a
los pasto- |
res, antes que a nadie, y
que más |
tarde, él mismo, se
comparara a la |
imagen del buen pastor. Lo
bello, |
cierto, no substituye a la
verdad, pe- |
ro la ilumina. |
La nación judía es uno de
los pocos pueblos orientales |
que la historia presenta
como susceptible de progreso, |
y este progreso ha
consistido, especialmente, en el des- |
arrollo de la verdad
religiosa. A este aspecto los judíos |
se distinguen de otros
pueblos, tanto de Occidente como |
de Oriente. Su país es la
patria clásica de la idea reli- |
giosa, como Grecia lo es
de la supremacía intelectual, |
y Roma de la sabiduría
política y práctica. El teísmo es |
su vida; no lo han
abandonado nunca, y gracias a él son |
verdaderamente un pueblo.—
Card. JOHN H. NEWMAN, C. O. |
|
4 (164) |
Las |
buenas |
noticias |
LA CALIDAD o, si se
prefiere, |
el valor de una noticia,
de- |
pende de lo que constituye |
su contenido objetivo, de
su inter- |
pretación subjetiva y de
la adver- |
bialización circunstancial
en que se |
conjuga la relación
objetiva-subje- |
tiva. Estos tres elementos
concurren |
en todo hecho noticioso,
si bien |
con diferentes grados de
incidencia. |
Desde el punto de vista
subjetivo, |
un mismo suceso puede ser
"leído" |
de diferente forma, según
sea el |
ánimo del sujeto que es
informado: |
hay personas que todo lo
interpre- |
tan mal, mientras otras se
inclinan |
por el lado bueno, aun
oculto, que |
incluso lo aparentemente
desagra- |
dable ha de contener, como
capa- |
cidad de reacción, o por
sentido |
relativizador, sin por
ello querer |
perderse en ambigüedades.
Por otra |
parte, desde el punto de
vista obje- |
tivo, es preciso rendirse
a la evi- |
dencia de los hechos
innegables, |
aunque queriendo llegar
siempre |
al sentido radical de
donde par- |
ten, precisamente para ser
fieles al |
esfuerzo integrador propio
de la |
construcción de la verdad,
nunca |
acabada. Las noticias que
se nos |
suministran o se nos
venden, no |
siempre, ni mucho menos,
nos lle- |
gan con toda pureza: ésta
depende- |
rá de cómo sepamos
leerlas, enten- |
derlas, interpretarlas. No
basta leer |
mucho, ni oír mucho, sino
que es |
preciso saber leer bien y
saber en- |
tender correctamente.
Además, so- |
breponiendo varios
mensajes pro- |
cedentes de un mismo
informador, |
podremos llegar a conocer
qué in- |
tereses se vehiculan a
través de sus |
informaciones, sin pecar
de descon- |
fianza sistemática ni de
credibilis- |
mo plebeyo, y quedándonos
con |
sólo lo que haya tamizado
la serena |
crítica. A veces la
noticia, con inde- |
pendencia de su valor
objetivo, tiene |
su principal importancia
porque |
sirve de pretexto a los
intereses que |
han sugerido su
divulgación, y por |
eso es importante conocer
quién nos |
informa y sus ideas e
intereses. |
5 (165) |
Pero todo esto son
consideracio- |
nes generales que debería
siempre |
tener en cuenta todo
oyente o lec- |
tor de noticias, si bien
el cristiano, |
por el concepto que tiene
de la |
vida y del mundo, está
preparado |
y dispuesto para entender
mejor el |
lado bueno, oculto aun en
lo que |
parece malo, porque la fe
ayuda a |
integrar en el orden
providencial |
y positivo todo
acontecimiento, to- |
da novedad. Por eso, sin
falsificar |
la realidad en que nos
movemos, |
los cristianos deberíamos
ser por- |
tadores de ese optimismo
con que |
miramos y aceptamos la
existencia, |
para convertir toda
novedad en |
buena noticia. Nosotros
mismos de- |
beríamos de ser la buena
noticia, |
la esperanza encarnada en
nuestro |
cotidiano vivir y por la
que vale |
la pena no perder la
ilusión para |
seguir viviendo, porque
quedan to- |
davía, por hacer, una
inmensidad |
de cosas buenas y bellas.
La desa- |
zón que el mal aparente
causa, de- |
muestra, precisamente, que
la vo- |
cación del hombre no es el
mal, |
sino el bien. Pero en el
bien hay |
que creer. Y esa fe está
en noso- |
tros. |
Además, para redimir de
pesi- |
mismos el mundo en que nos
mo- |
vemos, no es preciso el
continuo |
esfuerzo filosófico para
descubrir el |
lado bueno, a primera
vista eclip- |
sado por los males
aparentes; pues |
podemos mantener despierta
la in- |
teligencia y cultivar el
buen gusto |
para elegir y saber
apreciar, descu- |
briéndolas a tiempo, las
manifesta- |
ciones de la bondad de la
creación |
y de las personas. Cierto
que el mal |
es más escandaloso que el
bien, |
sobre todo por la
morbosidad no- |
velera o la avidez
pueblerina y |
neurótica de mentes huecas
o des- |
prevenidas; pero la
hermosura del |
orden natural permanece
constante |
y los buenos ejemplos que
ofrece |
la humanidad no se agotan:
basta |
pararse y mirarlos. En
otras pala- |
bras: que es preciso,
además del |
esfuerzo integrador del
lado bueno |
en lo que es aparentemente
malo, |
la tarea higienizadora que
selec- |
ciona el objeto al que se
atiende y |
la limpieza subjetiva del
que lo |
contempla. Porque, en
definitiva, se |
nos dan ―o nos hacen
mella―, so- |
lamente, las noticias que
queremos |
o, por lo menos, nos las
adverbiali- |
zan de la manera que
queremos. |
El cristiano debería de
ser, para |
todos, en este mundo, y
frente a |
todos los aconteceres, el
anuncio y |
la buena noticia de Dios.
Debiera |
ser, espiritualmente, y
debiera dar, |
gozosamente, el buen
sentido de |
Dios frente a todo, para
todos. I |
Es limpio de corazón el
hombre que ama a Dios |
por encima de todo y que
sabe ver a Dios presen- |
te en todas las cosas.—
TEILHARD DE CHARDIN |
|
6 (166) |
CÁDIZ, 1680. |
La Inmaculada de Murillo |
EN EL SUR de España, cerca |
del mar, segregada de la
tie- |
rra, como en un ser y no
ser |
del continente, y mirando
hacia to- |
dos los caminos azules del
agua, |
hay una ciudad que tiene
más de |
tres mil años. En estas
últimas se- |
manas la prensa la
convertía en |
noticia porque, junto con
otros ha- |
llazgos arqueológicos
importantes, |
se ha podido confirmar,
por fin, la |
existencia y localización
de un tea- |
tro romano en su casco
antiguo, |
donde se encuentra la
catedral |
vieja, la Posada del
Mesón, la casa |
grande del Pópulo... |
Cádiz se diferencia del
resto de |
Andalucía porque el
influjo árabe |
tuvo en ella menor
incidencia. Pero |
en cambio, había sido, en
la anti- |
güedad, una de las grandes
encru- |
cijadas de las
comunicaciones mun- |
diales y puerta de la
penetración |
púnica en el continente;
tercera |
ciudad en importancia y la
primera, |
entre todas, que se asomó
al Atlán- |
tico. Comerciantes
fenicios, sabios |
y artistas griegos más
tarde y final- |
mente romanos, le dieron
un carác- |
ter único que todavía
pervive en |
sus rasgos. |
Tal vez por su
singularidad fue |
capaz de protagonizar el
nacimien- |
to del constitucionalismo
español: |
Cádiz no era sólo camino
de ciuda- |
des y de naciones, sino
incluso de |
continentes, a principios
del siglo |
XIX, y pudo ver pasar por
sus |
puertas las grandezas y
las miserias |
de invasiones, de
descubrimientos, |
de reinos y de dinastías,
sin fana- |
tismos centrípetos, porque
ella |
había vivido siempre
abierta al |
mundo. |
En la historia
contemporánea de |
España, Cádiz es un nombre
clave, |
porque sugiere la
Constitución de |
1812, que pudo tener mejor
suerte, |
pero que la desgracia no
mermó |
la gloria de la ciudad
donde se |
gestó. |
Cuando se alude a la
Constitu- |
ción de Cádiz y a sus
Cortes, es |
preciso citar un lugar
donde se re- |
sume y condensa el símbolo
de |
aquella gesta histórica:
es la iglesia |
de la Congregación del
Oratorio de |
san Felipe Neri, cuya
comunidad |
7 (167) |
cedió de grado el templo
para lugar |
de los debates
parlamentarios de |
aquellas Cortes
constituyentes, en |
tiempos del asedio
francés. |
Pero en estas líneas
nosotros no |
pretendemos extendernos en
el co- |
mentario a la generosidad
cívica |
con que nuestros
antepasados ora- |
torianos de Cádiz se
unieron al |
sentir general del pueblo
y de sus |
representantes; hacemos
referencia |
a esta iglesia del
Oratorio, porque |
en ella se contiene una
joya de arte |
y de amor a la Virgen que
parece |
oportuno recordar: se
trata de la |
última de las Inmaculadas
pintadas |
por Murillo, y que ocupa
el centro |
del retablo que decora el
altar |
mayor de la iglesia. El
lienzo fue |
pintado en 1680, es decir,
hace |
exactamente tres siglos,
cuando |
Bartolomé Esteban Murillo
contaba |
62 años de edad. |
Cristo, |
viniste a glorificar las
lágrimas, |
no a enjugarlas. |
Viniste a abrir heridas, |
no a cerrarlas. |
Viniste a encender
hogueras, |
no a apagarlas. |
Viniste a decir: |
Que corra el llanto, |
la sangre |
y el fuego… |
¡con el agua! |
LEÓN PELIPE |
Sabido es que Murillo
pintó |
varias Inmaculadas, y en
el Museo |
del Prado se conserva la
llamada |
de Soult (mariscal francés
que se |
apoderó de ella, yendo a
parar |
luego al Louvre, pero
recuperada |
en el año 1940 para el
Prado), que |
suele ser la más conocida.
Pero los |
entendidos califican la de
san Felipe |
Neri como "magnífica,
insuperable |
y casi definitiva".
Además, es la |
única que lleva la firma
del propio |
autor. |
Murillo, en su última
estancia |
en Cádiz, se hospedaba en
casa de |
unos amigos suyos, la
familia La- |
sarte, que lo eran también
de la |
comunidad de los Padres
del Ora- |
torio, a los que donaron
el precioso |
lienzo. |
La cara de la Virgen se
dice que |
es reproducción del rostro
de la |
hija de Murillo, Francisca
María |
que había profesado en el
convento |
de la "Madre de
Dios" de Sevilla, a |
la que el pintor tenía un
especial |
cariño, si es que, para
volcar su |
inspiración no bastara la
profunda |
religiosidad de Murillo,
que estuvo |
a punto de llevarle al
sacerdocio. |
En todas las iglesias del
Oratorio |
se ha mantenido siempre la
tradi- |
ción de un homenaje a la
Virgen, |
pero este templo gaditano
supera |
en valor artístico el de
los demás, |
con independencia de otros
tesoros |
de belleza que también
contiene, |
paralela al ya mencionado
signifi- |
cado histórico inseparable
de aquel |
recinto, que es un
documento en |
piedra. |
8 (168) |
NAVIDAD |
«La noche de Navidad |
―que es Noche de
Alegría—» |
... para tanta María |
que es madre en el portal |
es noche de agonía la
noche de Navidad. |
No duermas la nana, |
Hijo del Hombre pobre. |
Abre los ojos y abre |
tu grito al mundo. |
Hazlo despertar |
de la fácil fiesta: |
¡que no te cante en vano |
ni cantos de protesta |
ni gregoriano! |
Lloramos la gasolina |
mientras derramamos la
sangre. |
Hacemos la Paz divina |
haciendo humana la guerra. |
Proclamamos los Derechos |
de unos muñecos de barro, |
mientras hollamos la
Tierra |
y los Hombres concretos.
.. |
Hombre Nuevo, ¿dónde
estás? |
¿Dónde está la Alegría? |
¿Qué hemos hecho de la
Navidad |
del Hijo de María |
que ha nacido en el
Portal? |
Mons. CASAL D'ALIGA |
9 (189) |
EL ELEMENTO |
HUMANO |
NOS EQUIVOCAMOS |
tantas veces, porque |
todavía no conocemos |
al hombre, y hasta |
porque somos, todavía,
ignoran- |
tes de nosotros mismos.
Nos ha- |
cemos espejos para
contemplar |
nuestra superficie, pero
apaga- |
mos las luces que
iluminarían |
nuestra profundidad. Hay
un |
grito que clama por lo
exterior, |
y un gran miedo por todo
lo |
que los simples sentidos
no re- |
suelven con facilidad, o
no ex- |
plican o no suprimen. Hay
mie- |
do, mucho miedo en el
hombre. |
Miedo a la verdad, pero
sobre |
todo miedo a la verdad de
sí |
mismo. |
El hombre solo, ni es un
ser |
para la muerte, ni para la
nada, |
ni para el absurdo
(Heidegger, |
Sartre, Camus...); el
hombre solo |
es un ser para el miedo.
Incluso |
las religiones han sido
adultera- |
ciones pretenciosas para
curar |
los miedos humanos,
cósmicos, |
morales. Incluso en el
Cristia- |
nismo, tomamos la
"redención" |
enfatizando más la
"salvación" |
que la
"liberación". Aunque pu- |
diera decirse que la
terminolo- |
gía tiene poca
importancia, si |
no traicionara los
conceptos. |
Pensamos más en suprimir
ma- |
les, que en edificar
bienes. Nos |
pasamos más tiempo
platicando |
de moral, y midiendo el
alcance |
de las leyes, que
contemplando |
el bien, purificando la
esperanza |
y construyendo el amor.
Para |
amar hay que descender al
fon- |
do de uno mismo y será
desde |
ese centro de donde manará
to- |
do bien en libertad. |
Ese que llamamos
«descender |
de Dios en el hombre» es
una ac- |
titud divina que debiera
excitar |
nuestra fe en lo que
represen- |
ta el misterio cristiano.
Porque |
no se trata de que Dios
descien- |
da al fondo del hombre
para |
conocerlo, porque ya
sabemos |
10 (170) |
que el hombre es creación
suya |
y él, mejor todavía que el
alfa- |
rero, «conoce el barro con
que |
nos ha hecho». Lo que
ocurre |
es que, con el misterio
cristiano |
de la encarnación, el
hombre |
no queda solo, ni siquiera
en la |
historia. Es cierto que
Cristo, per- |
sonalmente, adquiere una
"expe- |
riencia" humana que
le enri- |
quece y que a nosotros,
cuando |
la meditamos, nos
emociona, |
porque se parece a ese
descu- |
brimiento que también
nosotros |
vamos haciendo del propio
vivir |
y del propio crecimiento.
Pero |
lo que ocurre, con la
presencia |
de Cristo en el mundo y
con la |
fe que nos vincula a él,
es que |
ya no estamos solos y que,
cada |
vez que profundizamos en
nos- |
otros mismos, penetramos
en el |
fondo de nuestro ser y se
nos |
hace transparente la
conciencia |
en compañía de él, y vamos
des- |
cubriendo no solamente
nuestro |
crecimiento personal,
considera- |
do individualmente, sino
nues- |
tro crecimiento "en
él", por una |
semejanza que imprime la
gra- |
cia, en un desarrollo
configura- |
do con él, que entra en la
vida |
de nuestra vida. |
El miedo es siempre el
grito |
de la soledad; pero ya no
esta- |
mos solos. Es la compañía
y la |
presencia de Dios, pero no
sólo |
la presencia de Dios,
porque |
Dios se nos ha acercado
para |
andar nuestro propio
camino, |
introduciendo una
naturaleza |
que nos es común, la
humana, |
11 (171) |
y es a través de este
elemento humano, visible, cálido, incluso |
limitado (pero puro), que
se establece nuestro contacto gra- |
tuito con él. Gratuito,
para que sea posible el amor. Amoroso, |
para que crezca en la
libertad. Libre, para que tenga la sin- |
ceridad que deja atrás las
medidas porque se hace total en la |
entrega. |
Pero, mientras nos
empeñemos en extraer solamente códi- |
gos del Evangelio, o
filosofías para las escuelas o sistemas para |
las estructuras terrenas,
y descuidemos la figura, la persona, |
el ser Jesucristo, y no
tendamos entre él y nosotros, y entre |
él y cada uno de nosotros,
un puente vital que discurra por |
los pilares de la fe y de
la gracia, no pasaremos ni vencere- |
mos los miedos seculares
de la humanidad, esclavizados en |
nuestra propia miseria, en
la soledad, aunque invoquemos a |
dioses, cristianos o no,
pero falsificados. |
Cristo, el verdadero, vino
para que tuviéramos vida en él, |
vida abundante; para que
fuéramos pobres, puros, libres y |
pudiéramos conocerle; y
para que el conocimiento de la ver- |
dad, que se identificaba
con él, nos hiciera libres, como hijos |
de Dios. Nos lo dijo así
mismo; es hermoso y es verdad. Pero |
a veces no nos lo creemos. |
Cristo se digna repetir,
en cada uno de nosotros, en |
figura y en misterio,
cuanto hizo y sufrió en su car- |
ne. Se forma en nosotros,
nace en nosotros, sufre en |
nosotros, resucita en
nosotros, vive en nosotros; y |
todo esto se obra, no por
una sucesión de acon- |
tecimientos, sino al mismo
tiempo... En el último |
día se reconocerá a sí
mismo, recogerá su imagen |
en nosotros como si la
reflejáramos, y mirando a |
todas partes discernirá
inmediatamente a quienes |
le pertenecen, es decir, a
los que le devuelven su |
propia imagen.— Card. JOHN
HENRY NEWMAN, C. O. |
|
12 (172) |
EL SACERDOCIO |
CRISTIANO |
AUNQUE el sacerdocio de
Cristo tiene su acto principal y se consuma en |
el holocausto de la Cruz,
este sacerdocio comienza, según san Pablo |
11 (Hebr. 10, 5-10), en la
misma encarnación. Vino al mundo para ser me- |
diador, y lo es en tanto
que hombre, según dice san Agustín (Confes. X, 68). |
Por esta razón, al
acercarnos a la celebración del misterio de la encarnación |
de Cristo, es oportuno que
tengamos un pensamiento para el sacerdocio cris- |
tiano, es decir, para
Cristo y para sus sucesores, que Bossuet no dudaba en |
envolver en la hermosa
metáfora de «extensión de la encarnación de Cristo», a |
pesar de las limitaciones
y de la falibilidad del soporte humano, en contraste |
con la perfección y
grandeza única de Cristo-Sacerdote, que preside el mun- |
do y libera al hombre. |
Otra razón para su
oportunidad, es el |
hecho de que, a pesar de
la real corriente |
secularizadora existente,
el hecho religio- |
so y, más concretamente,
la Iglesia y el sa- |
cerdocio cristiano, suelen
ser tema o cu- |
riosidad de casi todas las
publicaciones |
en circulación. A pesar de
todos los equí- |
vocos y ligerezas, a veces
incluso crasas |
y malévolas, el hecho
demuestra ―como |
observaba hace algún
tiempo el cardenal |
Pellegrino―, que «en
la conciencia de los |
hombres de hoy el
sacerdote ocupa un |
puesto relevante». Lo
lamentable, en este |
fenómeno, es la frecuencia
con que, buena |
parte de los que le
observan y critican |
―igual cuando lo
hacen con la Iglesia―, no |
saben ponerse siempre en
el punto de |
vista exacto para juzgar
su realidad y, |
en general, la realidad
religiosa. Hay |
oportunismo y demagogia,
que llega a |
veces a impresionar a
creyentes poco |
ilustrados y a turbar a
conciencias débi- |
les, y la Iglesia no puede
siempre, en el |
marco de las condiciones
terrenas en que |
se desenvuelve, acudir a
tiempo para |
aclarar dudas y defender
su verdad. Por |
lo demás, compuesta de
hombres, no tie- |
ne inconveniente en
descubrir y recono- |
cer los errores externos
posibles y come- |
tidos realmente, y se
somete a la ascesis |
de la historia. Pero la
tarea más impor- |
tante al respecto, no
consiste, para ella, |
ni en ocultar o esconder
sus fallos, ni en |
el vencer dialécticamente
a sus contra- |
rios, sino en ser fiel en
la búsqueda de |
esa verdad creciente,
paralela a su pro- |
pio desarrollo en el
misterio cristiano, |
imposible de captar o de
retener cuan- |
do se la mira al margen de
la óptica de |
la fe. |
13 (173) |
Hay toda una evolución y,
desde ella, |
todo un progreso
purificador y espiritua- |
lizador, hasta llegar a
Cristo, y un desglo- |
samiento a partir de él,
que es ilustrativo |
recordar. |
Con independencia de la
fundamenta- |
ción evangélica del
sacerdocio cristiano, |
existen imágenes
históricas, no solamente |
eclesiásticas, sino
también paganas y ju- |
días de las que no se está
totalmente pu- |
rificado y, a través de
las cuales, se mira |
y confunde la verdadera
realidad cristia- |
na. Pueden seguirse, a
través de la histo- |
ria de la Iglesia, todos
los esfuerzos que, a |
partir del Evangelio, se
han realizado |
para acercarse a esta
realidad: el celo de |
los pastores, la vida de
los santos, las |
órdenes religiosas y los
movimientos que |
despertaron nos lo
atestiguarían. A pesar |
de todo, el sacerdocio
cristiano se mueve |
en medio de una realidad
humana, que |
le condiciona e influye, a
la vez que tam- |
bién él influye y penetra
esta misma rea- |
lidad en evolución,
marcada ya inevita- |
blemente por el
cristianismo. Aunque se |
erijan criticando o
atacando a la Iglesia, |
cada vez que al hacerlo
también defien- |
dan ideas de
"libertad", "igualdad", fra- |
ternidad",
"paz", "justicia", "unión", "pa- |
tria universal",
"hermandad de todos los |
hombres", y otras, no
pueden hacerlo sin |
reproducir ideas
cristianas, bien que no |
explicitadas. Al final,
inevitablemente, los |
caminos volverán a
encontrarse. Lo dijo |
Cristo: «Otros vendrán de
Oriente y Oc- |
cidente...». |
Sacerdocio |
pagano |
Primitivamente, las
funciones cultuales y proféticas |
eran realizadas por los
jefes de los clanes o tribus, o por |
carismáticos esporádicos.
En la civilización agrícola, al |
tener que dividirse el
trabajo, surgió la "clase" sacerdotal. |
Era competencia de la
misma ocuparse de los mitos, del |
derecho y de la
organización de la vida social. Función |
muy relacionada con el
ejercicio del poder; y como el |
poder va unido a la
riqueza, el sacerdocio pagano cons- |
tituía una clase rica.
Presidía; pero estaba separado del |
pueblo, no sólo por esta
diferencia social ―el pueblo siem- |
pre ha sido pobre―,
sino de acuerdo con la tendencia a |
la separación acusada
entre lo considerado sacro y lo |
profano: el mundo era
considerado cada vez más impuro |
y dependiente de fuerzas
misteriosas y fatales. En medio |
de esta visión pesimista,
la clase sacerdotal, y solamente |
ella tenía acceso a lo
sagrado y desde allí ejercía su |
poder mágico. En realidad
era el reflejo de la situación |
del mundo, anterior a
Jesucristo: un mundo roto, separa- |
do de Dios. |
Sacerdocio |
Judío |
El sacerdocio judío,
frente al pagano, supone un |
cambio trascendental: en
él existe un poder personal de |
Dios, de modo que el
hombre no puede disponer de sí |
mismo de manera mágica: es
él el que está a disposición |
14 (174) |
de Dios y abierto
totalmente a su poder. Ciertamente que |
el sacerdocio judío no
estará libre de las tentaciones |
paganas; pero la profecía
lo advierte y salva de caer, |
una y otra vez, en el
sacerdocio mágico-ritualista del |
paganismo. |
Existe además, una visión
optimista de lo sagrado: |
todo el pueblo de Israel
es "el pueblo santo de Jahve". |
Ello no obstante existen
limitaciones, como la de una |
casta sacerdotal vinculada
a la tribu de Leví, al linaje |
de Aarón y a la familia de
Sadoc (el sumo pontífice); |
existe, todavía, la
separación entre sagrado y profano; el |
ejercicio del poder no
está ajeno a la institución sacerdo- |
tal, de modo que, cuando
desaparece la monarquía es la |
clase sacerdotal la que
toma el poder total sobre el pue- |
blo y da lugar al régimen
teocrático. |
Sacerdocio |
de Cristo |
En el Nuevo Testamento se
nos presenta una figura |
de Cristo radicalmente
diferente de la del sacerdote judío: |
Jesús no pertenece a la
casta sacerdotal ni a la tribu de |
Leví; aparece
independiente del poder sacral tanto co- |
mo del político; se opone
a una interpretación abusiva de |
la Ley; posee una
dimensión profética inaudita y habla |
con el poder de Dios;
rompe la anquilosis farisaica y es |
rechazado como un cuerpo
extraño por los que habían |
"organizado" la
predilección divina de su pueblo. |
Se trata de un sacerdocio
único y eterno; es Él este |
único sacerdote. No ofrece
en sacrificio cosas materiales |
ni externas: se ofrece a
sí mismo y se da por amor. Este |
amor causa la
reconciliación del mundo con Dios. El |
mundo ya está salvado, el
pueblo ya puede penetrar en |
el santuario, y
desaparece, así, la separación entre sagra- |
do y profano, porque ya
todo queda santificado, porque |
toda la vida, como dirá
san Pablo (Romanos, 12, 1), ente- |
ra, se hace materia de
sacrificio y todo el pueblo se hace |
sacerdotal, profético y
señor. |
Pero, para el servicio de
este pueblo sacerdotal ha de |
existir un ministerio
visible, desde el mismo inicio de la |
vida de la Iglesia. El
Nuevo Testamento, singularmente el |
libro de los Hechos de los
Apóstoles, nos habla de este |
ministerio que fue la
primera figura histórica del sacer- |
docio cristiano. Esta
figura sacerdotal, administradora de |
los beneficios inmutables
obtenidos por Cristo, irá evo- |
15 (175) |
Todas las semanas en |
vida nueva |
—Una completa información
de la |
Iglesia en España y en el
mundo |
―Un estudio del
problema de ma- |
yor actualidad |
—Una visión cristiana del
mundo |
político, social, cultural
y artístico |
vida |
nueva |
Revista semanal de |
información general |
y religiosa |
P.P.C. - E. Jardiel
Poncela, 4 |
Apartado 19.049 - Madrid
(16) |
16 (176) |
lucionando en matices
importantes, aunque no esenciales |
a su carácter radical;
evolución arriesgada, pero benéfica, |
asociada vehicularmente a
la extensión del reino de Cris- |
to, que no es como los
reinos de este mundo. |
La historia |
La última figura histórica
que ha llegado hasta nos- |
otros de este ministerio o
sacerdocio cristiano es, en con- |
junto, la que salió del
concilio de Trento, portadora, |
ciertamente, de muchos
valores contingentes estimables, |
positivos, pero que, a
medida que ha prosperado la gran |
crisis de secularización
del mundo, también ella ha entra- |
do en la necesidad de
evolucionar, a pesar de los cuatro |
siglos de actitudes
prevalentemente "defensivas" hasta |
desembocar en el Concilio
Vaticano II, el cual, por un |
lado, habla de la función
profética del ministerio sacer- |
dotal y, por otro, del
sacerdocio de los fieles. |
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS |
En relación con el
artículo 24 de la Ley 14-1966 de 19 de marzo, de |
Prensa e Imprenta, se hace
constar: |
—Que LAUS es una
publicación que pertenece a la Congre- |
gación del Oratorio de san
Felipe Neri. |
―Que, al igual que
las demás obras apostólicas del Oratorio, |
se mantiene con las
aportaciones espontáneas de los fieles |
y el trabajo de los
miembros de la Congregación. |
―Que el contenido
propagandístico y de anuncios que figu- |
ra en la publicación es
económicamente desinteresado. |
—Que el P. Ramón Mas
Cassanelles es el director de la re- |
vista y autor de los
artículos que van sin referencia. |
Agradecemos la constante
simpatía y apoyo de cuantos nos animan |
en nuestra tarea. |
17 (177) |
La figura tridentina,
"barroca", del sacerdote como |
persona relevante en la
sociedad, como personaje, desa- |
parece; desaparecen
igualmente ciertas funciones sociales |
con los honores y
privilegios que les acompañaban; des- |
aparece la apariencia de
casta comprometida con el poder |
político, desaparece el
altar que sostiene al trono. Se |
va, en cambio, hacia una
"presencia" o inserción en la |
vida: se trata de una
opción de la Iglesia (basta repa- |
sar la Gaudium et Spes),
que está más de acuerdo con |
el fundamento evangélico.
Se camina hacia una figu- |
ra de sacerdocio cristiano
que vive más cerca de los |
hombres, no para
mundanizarse, sino para ser "sal de la |
tierra". |
LA CONCIENCIA. |
La conciencia no es ni un
egoísmo ciego, ni el deseo de ser lógico |
consigo mismo. Pero es un
mensajero de quien tanto en el mundo |
de la naturaleza como en
el de la gracia, nos habla a través de un |
velo, instruyéndonos y
gobernándonos por medio de sus repre- |
sentantes. La conciencia
es el vicario natural de Cristo; profeta |
por sus instrucciones,
monarca por su absolutismo, sacerdote por |
sus bendiciones y sus
anatemas, e incluso si el sacerdocio eterno |
pudiera dejar de existir
en la Iglesia, este principio sacerdotal |
permanecería y ejercería
su soberanía ... |
Pero ¿qué queda
actualmente de la noción de conciencia en el |
espíritu del pueblo? Ni en
él ni en el mundo intelectual, la pala- |
bra "conciencia"
ha guardado su antigua significación, verdadera |
y católica. En él, esta
palabra que se emplea a menudo y con insis- |
tencia, no evoca en
absoluto la idea y la presencia de un Maestro |
del mundo moral. Cuando
los hombres invocan los derechos de |
la conciencia, no quieren
en modo alguno hablar de los derechos |
del Creador, ni de los
deberes de las criaturas en sus pensamien- |
tos y en sus acciones;
sino del derecho a pensar, hablar, escribir |
y obrar según su opinión o
su humor, sin preocuparse lo más |
mínimo de Dios. Entienden
la conciencia como el derecho de la |
propia voluntad. |
Card. JOHN HENRY NEWMAN,
C. O. |
18 (178) |
Después de la Pascua de
Cristo ya no hay razón para |
separaciones, excepto el
pecado. Y se vislumbra un plu- |
ralismo de figuras que,
lejos de reducir la eficacia del |
ministerio sacerdotal
cristiano, la enriquecerá notable- |
mente. |
Basta leer despacio el
sermón de la montaña, o medi- |
tar en las tentaciones del
desierto, que venció el primer |
Sacerdote, Cristo, para
darse cuenta de lo que ha de ser |
el sacerdocio de hoy. Caen
conceptos paganos, anacro- |
nismos judíos y polvo de
los siglos; pero cada vez es |
más nítida, si la
referimos al Evangelio, la figura del |
sacerdote. |
Antes de juzgar |
Los que se atreven a
juzgar y a exigir a los sacerdotes |
de hoy, que miren cerca,
en su misma casa, en su familia: |
que revisen su conducta,
sus ideas, sus palabras, y deduz- |
can si, como consecuencia
de la rectitud que las inspira, |
puede allí despertarse una
auténtica vocación entre los |
que todavía no han elegido
camino en la vida. |
Consagrarse a Dios es
todavía más hermoso hoy, que |
siglos atrás, cuando lo
hicieron san Benito, o san Fran- |
cisco, o santo Domingo, o
san Felipe, o san Bernardo, |
o santa Teresa, y tantos
otros. Éstos, dígase lo que se |
diga, no huyeron del
mundo, sino que lo santificaron. |
Y eran épocas parecidas a
la nuestra, que llamamos |
de crisis. |
Cristo es el Sacerdote
único, siempre próxi- |
mo, siempre apenas partido
y siempre casi |
vuelto a venir. Es el
único Soberano y Padre |
de su Iglesia, dispensando
sus dones, sin de- |
signar a nadie para que le
reemplazase, por- |
que partió solamente para
poco tiempo. |
Card. JOHN HENRY NEWMAN,
C. O. |
19 (179) |
NAVIDAD |
DE |
JESUCRISTO |
MISA |
DE MEDIANOCHE |
* * * |
TAMBIÉN, EN LA NOCHE DE
AÑO NUEVO, |
OCTAVA DE NAVIDAD, |
SOLEMNIDAD |
DE |
SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, 1
- Apartado 182. Albacete - D.L. AB 103/02.1.1 |
20 (180) |
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