Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 182. ENERO. Año 1981
SUMARIO
LO EXTRAORDINARIO del Cristianismo es su espi-
ritualidad y su universalidad. Una espiritualidad
que es todo lo contrario de enajenación, porque con-
ciencia, sitúa e integra al hombre total, en su ser y
en su crecimiento y finalidad. Y una universalidad que
sin destruir la gran variedad de culturas y tiempos, las
conjuga porque tiene el encargo de llevar el mensaje de
Dios a todas y porque de todas recibe riqueza y plenitud
para ir aproximando a la novedad del reino de Dios los
ideales de todos los hombres y de todos los pueblos. Por
esto la Iglesia está en medio del mundo: va a él y desde él
glorifica a Dios y libera al hombre. No entenderán nunca
la verdadera Iglesia de Cristo, ni los sectarios ni los ma-
terialistas.
DESCONSUELO
ESTRELLA Y NO LÁMPARA
XV CENTENARIO DE SAN BENITO
LLULL, ECUMENISTA DEL SIGLO XIII
AMIGO Y AMADO
EXILIOS
EL EJEMPLO DE UNOS LAICOS
¿HAY QUE BAUTIZAR A LOS NIÑOS?
1 (181)
DESCONSUELO
OH DIOS de amor, con las fuerzas que me dais comienzo este
Desconsuelo, que compongo cantado para que me sirva de
consolación y para publicar la gran sinrazón y el agravio
que los hombres os hacen a vos, Señor, que en el angosto
paso de la muerte nos juzgáis. Y cuanto más me consuelo,
mayor flaqueza siento en mi corazón, porque, como en un
puerto, se remansa en mi alma el enojo y el dolor; por lo
cual el consuelo se me trueca en muy grande desconsuelo.
Y así estoy en placer, de una parte, y de otra, en dolor. No
tengo amigo que me consuele, sino sólo vos, Señor, por quien
sufro este gran peso... (al ver) cuan pocos son los cristianos
y muchos los incrédulos e infieles.
Yo dejé, por esto, esposa, hijos y heredades, y pasé trein-
ta años en trabajos y congojas. Cinco veces fui a la corte
romana, a mis expensas; he asistido a tres capítulos genera-
les de Predicadores y a otros tres capítulos generales de
Menores; y, si supieseis lo que he dicho a reyes y a grandes
señores y cuánto he trabajado... me compadeceríais...
Si yo, en mi ignorancia, falto por defecto de entendimien-
to y discreción, pido que me vengan compañeros que me
ayuden en la empresa; mas no los puedo hallar, ni pequeños
ni grandes, y me encuentro solo y desamparado; y en tan
poco me tienen, que se burlan de mí como de un loco.
El mundo queda en su deplorable error; y no se halla
apenas hombre alguno sobre la tierra que tenga interés en
alabar a Dios y que Dios sea alabado de los hombres, antes
cada uno se alaba sólo a sí mismo, a su hijo, a su caballo, a
su halcón y a sus cosas. ¿Quién, pues, podrá alegrarse de
cosa alguna? ¿Quién podrá dejar de entristecerse?
(Del Desconhort, de Ramón Llull, compuesto en
su vejez, al ver frustrados sus propósitos misione-
ros al exponerlos a los grandes a quienes acudió).
2 (182)
Estrella
y no lámpara
NO ES tras la seguridad de la muralla, sino sobre el polvo y A través de
los vientos de todos los caminos del mundo a los que Cristo nos lanza,
si hemos de ser fieles a sus mandatos. Ojalá entendiéramos su pala-
bra cuando nos dice: Id a todo el mundo.. Así no opondríamos resis-
tencia a las señales que nos fuerzan a ello, cuando los tiempos y el
acontecer histórico nos obligan a romper vallas y corlar amarras A seguri-
dades con las que somos propensos a construirnos ciudadelas cristianas-
en vez de perseverar andando, como peregrinos, hasta más allá del tiempo,
hasta que todo converja en Cristo.
El Cristianismo será universal, no porque vengan a él todos los hom-
bres, sino porque los cristianos sepamos vivir como hijos de Dios y en fra-
ternidad, en medio de todos los hombres. La Iglesia no estará cerca de to-
dos porque predique o legisle lo que se ha de hacer, sino porque, más allá
de la insistencia en predicar la doctrina y de la estética de su proclamación,
los cristianos vayamos entendiendo que la fe abrazada no es una seguridad,
ni un prestigio, sino un compromiso, que rebasa los intereses de lo provi-
sional.
Se trata de recoger y de repetir el estilo de Cristo. Qué y cómo.
Porque nos resistimos a la conversión, ante un mundo que se nos hace
demasiado nuevo, y que no Acabamos de entender desde el esquema de la
fe, señalamos crisis, lamentamos males y padecemos desalientos. Todavía
no hemos comprendido aquella frase sacada del Evangelio y repetida por
Juan XXIII: «Estad atentos a los signos de los tiempos». Seguimos pensando
que son los tiempos que han de cambiar amoldándose A 11090tros. Y no que
BOMOA nosotros que hemos de ser más cristianos (no menos), precisamente
para santificar lo nuevo que amanece. Se trata de asumir una proyección
redentora (no cómoda, negligente, hedonista), universalizadora del bien,
Activa y generosa. No de inhibirnos, no de excusarnos hipócritamente por
que ya no quedan espacios de vanidad y residuos de religión pagana, gra-
tificadores de pretendidos esfuerzos por la noble causa de Dios.
3 (183)
Al principio de la vida de Cristo, unos extranjeros fueron A Adorarle
pero luego, los primeros cristianos, se diseminaron por el mundo, llevados
por el acontecer histórico que aceptaron y de este modo, se convirtieron
en semilla evangelizadora.
Hemos reducido el concepto de Iglesia al conjunto de sus jerarcas, he-
mos extraído del Evangelio acomodaciones moralizantes, hemos burocrati-
zado el apostolado, y hemos dejado la transformación del mundo para los
milagros que haga Dios, y el recuerdo de la literalidad evangélica y de la
vida de los primeros cristianos para la poesía, distante, descomprometida,
pero útil PAFA Adecentar externamente el comodismo aburguesado del cris-
tianismo superficial que hace compatible la fe (?) con las actitudes residua-
les paganos.
Pero «los signos de los tiempos» nos fuerzan. Conmovidos por la nove-
dad que no deja en paz las conciencias, hemos encontrado una palabra.
"secularismo", que parece explicativa de todos los fenómenos que se nos
Antojan sorprendentes. No obstante, esta palabra se hará vieja enseguida,
porque ella sola no bastarán explicar lo que va a ser la Iglesia en diáspo-
ra que se nos viene encima, y en la que no sabríamos vivir sin la conver-
sión pendiente, pero indispensable. Como lo entendieron los Santos, y como
lo entienden, también en nuestros días, los cristiano9 perseguidos, los pue-
blos divididos, los pobres del Señor despreciados.
Los «signos de los tiempos» o, si queremos, esa estrella que es preciso
seguir para ser fieles a los caminos de Dios. Estrella elevada, en el espacio
universal; no lámpara encerrada, para el adorno doméstico.
A san Pablo le agradaban los escritores paganos, o lo que lla-
mamos ahora los clásicos, y esto es muy notable. El, el Apóstol
de los gentiles, era tan culto en literatura griega, como Moisés,
que dio la Ley a los judíos, lo era en el conocimiento de la sa-
biduría de los egipcios; y no abandonó esta ciencia hasta que
«aprendió a conocer a Cristo» (Ef 4, 20). No creo exagerar si
digo esto, puesto que por tres veces se aparta de su tema para
citar pasajes de estos autores... (Act 17, 18; 1 Cor 15, 32; Tito
1, 12). Y es tanto más notable cuanto que uno de los escritores
que cita parece ser autor de comedias que hubiera osado decir
que leía en gracia a su alta moralidad. ¿Cómo explicar esto?
San Pablo sentía un verdadero amor por las almas. Amaba
con un amor apasionado a la pobre criatura humana, y la lite-
ratura griega no era más que la expresión de esta naturaleza.
Card. JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
4 (184)
San Benito
y la presencia ecuménica
en Tierra Santa
EN LAS TIERRAS pisadas por
patriarcas y profetas y por
el mismo Jesucristo, existen
varias comunidades religiosas y,
entre ellas, siete (tres de monjas y
cuatro de monjes) pertenecientes
a la Orden Benedictina. Nos parece
oportuno, siquiera sea brevemente,
escribir unas pocas líneas como un
homenaje a san Benito de Nursia,
cuando en el año que acaba de fe-
necer, se cumplen quince siglos de
su nacimiento (480). Y queremos
nombrar especialmente a una de
estas comunidades: la que integra el
«Instituto Ecuménico de Tantur»,
la más reciente de todas y que se
debe al interés que tuvo el papa
Pablo VI para que fueran los mon-
jes benedictinos del Monasterio
de Montserrat quienes asumieran
la tarea de mantener allí no sola-
mente un lugar de encuentro, de
estudio y de investigación, sino el
lugar donde profesores y estudiosos
de las diversas confesiones cristia-
nas pudieran experimentar una
vida de trabajo en común y de
convivencia familiar y, sobre todo,
la participación diaria en las horas
de oración. Procurar que esto sea
posible es la misión de este grupo
de monjes benedictinos, que llevan
allí casi diez años.
La idea surgió del papa Montini,
a consecuencia del Concilio Vati-
cano II. Pensaba que precisamente
si de aquella tierra surgió el cris-
tianismo, desde allí se debía, con
mayor razón, facilitar el encuentro
y el diálogo, en la oración y el es-
tudio, de los cristianos interesados
en encontrarse en la fe y el amor a
Cristo.
El papa exponía con estas pala-
bras la misión que se confiaba a es-
tos monjes, cuando les decía, antes
de partir: «Vuestra misión es im-
portante. Se trata de algo entera-
mente nuevo. Es una nueva expe-
riencia que exigirá mucha pacien-
cia en un sitio y en unas circuns-
tancias difíciles. Vuestra presencia
ha de ser un símbolo, y vuestro
apostolado, vuestras mismas perso-
nas, vuestra vida. Sed transparen-
tes. Que vuestra vida sea una vida
5 (185)
de fe. Todo será nuevo. Tendréis
que inventar. Acoged y amad a to-
dos. Os metéis en un sitio como
en una tempestad. Sed hombres de
paz... Porque soy consciente que
se trata de algo difícil y original
siento la obligación de estar con
vosotros y de orar con vosotros.
Y ofreciéndoles un cáliz les dijo:
Será un recuerdo de este encuen-
tro y un símbolo de la presencia
del Papa en vuestra oración y en el
sacrificio eucarístico de cada día».
A la cabeza de esta comunidad
está el Padre Adalberto Franquesa,
uno de los liturgistas más prestigio-
sos y preparados, cuyas contribu-
ciones al Concilio y a las reformas
posteriores son bien conocidas por
cuantos han seguido las etapas de
renovación que vivimos en la Igle-
sia post-conciliar. Hace poco, a
quien le pedía el significado de
aquella presencia de los monjes de
Montserrat en Tierra Santa y con
la responsabilidad de la misión en-
cargada, el P. Franquesa recordaba
unas palabras que, a propósito del
ecumenismo, había pronunciado el
papa Juan XXIII; «El Señor, cuan-
do nos juzgue, no nos pedirá si
hemos hecho la unión, sino si he-
mos sufrido, orado y trabajado para
conseguirla».
San Benito, padre de Europa,
porque le debe la civilización y casi
la fe, que definen su cultura a par-
tir del Medioevo, en esa unidad
que le dio grandeza y capacidad
civilizadora para beneficiar a otras
zonas del mundo, es un símbolo
adecuado en la búsqueda de la
unión de todos los que creen en
Cristo e invocan al mismo Dios.
Aunque el camino sea arduo, como
los siglos.
El que busca a la Iglesia perfecta, al sacerdote
perfecto, al cristiano perfecto, quedará eterna-
mente desengañado. Padece una enfermedad
infantil cristiana, y lo peor es que no se da
cuenta de ello. Demuestra que todavía no se
conoce a sí mismo ni sus flaquezas. De lo
contrario, sería misericordioso, misericordioso
incluso con la Iglesia.— HANS J. RINDERKNECHT
6 (186)
Llull, ecumenista del siglo XIII
EN LOS TIEMPOS modernos
que nos toca vivir, las gran-
des síntesis del saber y de la
cultura humana, no las hace un
hombre solo, sino que son el fruto
de un trabajo elaborado en equipo.
Pero en la Edad Media, el esfuerzo
enciclopédico para recoger y orde-
nar la sabiduría y las experiencias
que había que transmitir a otros,
solía ser el producto de la intuición
y la tarea absorbente de toda una
vida. Se carecía de medios para
hacerlo de otro modo (por ejemplo
Justiniano con sus recopilaciones;
pero los sabios medievales no eran
ricos como los emperadores...) Así
Graciano y Ramón de Penyafort
con las leyes, Tomás de Aquino
con la teología, Ramón Llull en la
filosofía... El esfuerzo de este últi-
mo, para comprender su sentido,
podría compararse a lo que repre-
sentan en la actualidad las publi-
caciones de fascículos periódicos
de saberes enciclopédicos que luego
se encuadernan en libros; lo que
éstos representan como divulga-
ción de conocimientos, puede hacer
pensar en lo que supuso, en el caso
de Ramón Llull, la "democratiza-
ción" que intentaba en la forma
adoptada para la transmisión de su
saber. Porque él es el primero, en
Occidente, que escribe de filosofía,
en plan enciclopédico, sin valerse
del latín.
Llull es un sabio, un místico y
un utópico, que escribe sus libros
en el naciente catalán, al que con-
sagra definitivamente con una ri-
queza léxica que lo hace autónomo
del latín, porque quiere que todos
lo entiendan, y no solamente los sa-
bios e ilustrados, aunque él es una
de las mentes más relevantes de su
siglo. Además, le anima la esperan-
za utópica de lograr la unidad en la
fe, para todas las creencias que co-
noce, y se basa en procedimientos
racionales para llevar a las inteli-
gencias de todos a la ecuación lógi-
ca de la verdad del Dios único.
Es de notar que él ―probable-
mente terciario franciscano, des-
pués de su conversión― siempre
permaneció laico. Hasta entonces,
no sólo de fe y de mística y filoso-
fía se había escrito no más que en
latín, sino también, siempre, por
monjes o clérigos. Él escribe en len-
gua romance y es un laico. Pero un
laico que consagra toda su vida y
su gran sabiduría a la más audaz de
las empresas: la unión de todos los
hombres por la fe en el único Dios
verdadero. Y escribe libro tras li-
bro, y acude al solio de los papas
y a los palacios de los reyes para
7 (187)
buscar apoyo a sus proyectos, sin
cesar jamás en repetir sus súplicas.
En este sentido es todavía emocio-
nante la lectura actual de su canto
el «Desconhort».
No le hicieron demasiado caso.
No le faltaron enemigos, incluso
póstumos. No obstante, tuvo el con-
sejo y el estímulo de otro gran san-
to y otro gran sabio, Ramón de Pe-
nyafort, que le animó a permanecer
en su retiro de Mallorca, trabajan-
do en sus libros, abandonando el
proyecto de acudir a la Sorbona,
donde tal vez hubiera tenido ma-
yores dificultades.
En contacto con tres civilizacio-
nes ―cristiana, musulmana y he-
Todas las semanas en
vida nueva
Una completa información
de la Iglesia en España y en el mundo
Un estudio del problema de mayor actualidad
Una visión cristiana
del mundo político, social, cultural y artístico
vida nueva
Revista semanal
de información general
y religiosa
P.P.C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
8 (188)
brea―, concibe el proyecto de faci-
litarles la convergencia en la fe.
Hombre de pensamiento, pero ena-
morado de la naturaleza y lanzado
a una continua ascensión, volcará
su saber bien ordenado, encendido
de profunda vibración espiritual,
en sus escritos, que no sólo serán
las primicias en romance del saber
filosófico occidental, sino que le
situarán entre los más grandes es-
critores místicos de la Iglesia.
Su esfuerzo apasionado y lúcido
tiene la armonía de una catedral
bien trabada y la solidez ciclópea
de sillares ensamblados por la co-
hesión de la fe convertida en lla-
ma de amor a Dios. Entre amor y
desamor tiende un arco gigantes-
co que lo abarca todo: Dios, los
ángeles, los cielos, los elementos,
las plantas, los metales, los anima-
les, el hombre, el paraíso y el in-
fierno.
En tierras hispánicas y en otra
lengua, habrá luego otros místicos,
grandes santos (Juan de la Cruz,
Teresa de Jesús...), sacerdotes o re-
ligiosos; pero anterior a todos ellos,
y laico, del que los demás, directa
o indirectamente recibirán influjo,
está abriendo camino entre el ha-
blar de la gente corriente, fuera de
claustros y universidades, ese gran
sabio, filósofo, místico, idealista
utópico, amador maravilloso de
toda la creación, enamorado de
Dios que ejercerá un poderoso in-
flujo entre las gentes de su tiempo,
aunque muera mártir de su ideal y
sin ver realizada su divina utopía.
Suscríbase
a VIDA NUEVA
Muchos fieles andan
preocupados y hasta
desorientados ante noticias
turbadoras y comentarios no
siempre bien intencionados,
sobre la Iglesia de nuestros
días. En realidad lo que ocurre
es que les falta una buena
información a través de la cual
les llegue puntualmente la
noticia interesante y el recto
criterio cristiano que la sitúe
en el contexto vital
contemporáneo, Un cristiano de
hoy no puede resignarse a sólo
recordar el catecismo breve de
su infancia; no sólo necesita
otro mayor, acorde con su edad
y nivel de formación en otros
campos, sino que también debe
estar al día de cuanto sucede y
se relaciona con la vida de la
Iglesia en general. Por eso le
recomendaríamos que se
suscribiera a la óptima revista
cristiana VIDA NUEVA que
solemos anunciar en esta misma
revista. Hágalo y aconseje a
otros amigos que también se
suscriban. Le conviene a Vd. -
mismo y a los que estima.
9 (189)
Amigo y
Amado
Pensamientos del «Llibre
d'Amic e Amat» del Beato
Ramón Llull, místico,
misionero y ecumenista
utópico del s. XIII.
• Dijo el Amigo al Amado: ―Tú que llenas el sol de
resplandor, llena mi corazón de amor.
• Preguntó el Amado al Amigo: —¿Sabes aun lo que es
amor? ―Respondió el Amigo: ―Si no supiera qué es
amor, sabría qué es pena, tristeza y dolor.
• Entre el temor y la esperanza establece su morada el
Amor, en donde vive por pensamientos y muere por
olvido (cuando los cimientos se apoyaban en deleites de
este mundo).
• El Amigo preguntó al entendimiento y a la voluntad cuál
de los dos era más cercano de su Amado. Y corrieron los
dos, y llegó antes el entendimiento a su Amado que la
voluntad.
• Desobedeció el Amigo a su Amado, y lloró el Amigo, y el
Amado vino a morir con el vestido de su Amigo, para que
el Amigo recobrase lo que había perdido, y diole mayor
don que el que había perdido.
• Madrugó el Amigo e iba buscando a su Amado, y encontró
gente que iba por los caminos, y les preguntó si habían
visto a su Amado. Y respondiéronle diciendo: —¿Cuándo
fue la hora en que tu Amado estuvo ausente de tus
mentales ojos? ―Respondió el Amigo: ―Desde que vi a
10 (190)
mi Amado en mis pensamientos, nunca jamás estuvo
ausente de mis ojos corporales, porque todas las cosas
visibles me recuerdan a mi Amado.
• Deseaba la soledad el Amigo, y fuese a vivir solo para
lograr la compañía de su Amado, sin el cual se halla
solitario entre las gentes.
• Solo estaba el Amigo a la sombra de un bello árbol. Y
pasando varios hombres por aquel paraje, le preguntaron
por qué estaba solo. Respondioles el Amigo: —Ahora
estoy solo que os he visto y oído; pues antes tenía la
compañía del Amado.
• Al Amigo le preguntaron: ―¿Cuáles son tus riquezas?
―Respondioles: ―Las pobrezas que por mi Amado
padezco. ―Y cuál es tu descanso? ―El desfallecimiento
que por amor me da. —Y ¿quién es tu médico? ―La
confianza que tengo en mi Amado. —Y ¿quién es tu
maestro? ―Respondió que las significaciones que las
criaturas le dan a su Amado.
• Pensó el Amigo en la muerte, y temiola, hasta que se
acordó del Amado, y con alta voz dijo a los que tenía
presentes: ―¡Oh, señores: amad mucho, para que no temáis
la muerte ni los peligros en honrar y servir a mi Amado!
11 (191)
• Llamó el Amigo con voz alta a las gentes, y díjoles... que
en cualquier cosa que hiciesen amasen en todas, que así lo
mandaba el Amor.
• Buscando el Amigo a su Amado, encontró a un hombre que
moría sin amor y dijo: ―Ah, qué daño tan grande es que
los hombres, de cualquier suerte que mueran, mueran sin
amor! ―Por esto dijo el Amigo al moribundo: ―Dime, hom-
bre, por qué mueres sin amor? ―Respondió: —porque sin
amor vivía.
• Sembró el Amado en el corazón del Amigo deseos, suspiros,
virtudes y amores. Regó el Amigo aquellas semillas con la
grimas y llantos.
• Decía el Amigo: ―Si vosotros, amantes, queréis fuego, ve-
nid a mi corazón y encended en él vuestras lámparas; y si
queréis agua, venid a las fuentes de mis ojos, que corren en
lágrimas; y si queréis pensamientos de amor, venid a tomar-
los de mis recuerdos.
• Dime, insensato por amor: tienes dinero? —Respondió:
―Tengo a mi Amado. —¿Tienes villas, castillos o ciudades,
reinos, condados, baronías o dignidades? ―Respondió:
―Tengo amores, pensamientos, deseos, llantos, trabajos y
dolencias por mi Amado, que son mejores que imperios ni
reinos.
• Dime, amador: ¿tienes riquezas? ―Respondió: ―Sí, tengo
amor. —¿Tienes pobreza? —Sí, tengo amor.
• Dime, qué cosa es amor? ―Respondió que amor es aque-
lla cosa que pone en servidumbre a los libres y da libertad
a los siervos, de donde cabe preguntar si el amor es más
cercano a servidumbre o si a libertad.
• El Amado creó y el Amigo destruyó; juzgó el Amado y llo-
ró el Amigo; recreó el Amado, consolose el Amigo; acabó
el Amado su obra, y quedose el Amigo eternamente en
compañía de su Amado.
• Pensaba el Amigo en la muerte, y temía hasta que se acor-
dó de la ciudad de su Amado, de la cual son puerta y en-
trada la muerte y el amor.
12 (192)
Documento:
EXILIOS
LA IGLESIA no se derrumba. A veces nos cuesta comprender el acontecer
de lo extraordinario e inesperado, y un cierto aturdimiento nos llevaría
incluso a turbar la serenidad de la fe. Pero no. Los vientos del mundo
no pueden apagar la fe, sino, por el contrario, contribuyen a avivar su llama,
con tal que haya un poco de pureza en la claridad de los ojos del creyente; es
decir, con tal que, teniendo en cuenta hasta donde alcanza el proyecto cristiano
(que acaba en Dios), ordenemos los fenómenos de la experiencia, no ya para
que Dios nos sirva para la vida, sino para que la vida nos sirva para entender y
alcanzar a Dios. Cambios, crisis, sorpresas, novedades, problemas...El siguien-
te artículo de Joseph Thomas, publicado en la revista francesa «Christus», ha-
ce exactamente un año, nos puede ayudar en este esfuerzo por aplicar la fe,
purificando nuestra mirada, hacia Dios, frente a aconteceres que parecen sor-
prendentes en el mundo y la Iglesia de hoy.
He aquí que yo lo hago todo nuevo. Ap 21, 5
¿Por qué hablamos de exilio? La actualidad cotidiana
nos impone esta imagen. A pesar del deterioro de nuestra
sensibilidad, nos basta con abrir los ojos. Nuestras calles
están llenas de exiliados. Se expanden, sin cesar, nuevas
avalanchas arrojando su contingente de emigrados, de
refugiados políticos, de trabajadores en busca de trabajo.
Han sido condenados a abandonar su patria. Ya no
podían vivir en ella; era imposible. Han salido a la bús-
queda de medios de vida, sobre todo a la búsqueda de la
libertad. No salieron de buen grado, sino obligados por la
necesidad, forzados por la amenaza.
Nuestros recuerdos están llenos de todas las migracio-
nes que hemos conocido. No está lejos de nosotros el tiem-
po de las personas desplazadas, antes de estas hubo las
deportaciones masivas de la guerra, el éxodo de los años
cuarenta. Éxodo, exilio... que no acaban nunca, desde el
exilio del que nos habla la Biblia y desde el clamor que
se elevaba a la orilla de los ríos de Babilonia.
13 (183)
Y plugo Padre que en él habitase toda la plenitud por él reconciliar consigo todas las cosas, del cielo las de la tierra. Col 1, 19-20
Hay otro exilio. Porque, ¿cómo expresar de otro modo
la situación de tantos hombres y mujeres, nacidos y creci-
dos en la fe de la Iglesia, que un día decidieron abando-
narla? Esto es historia actual. Y la hemorragia continúa,
más discreta, tal vez, algunas veces. No obstante muchos
cristianos, laicos, sacerdotes, religiosos, religiosas, siguen
abandonándola. Es verdad que resulta imposible confun-
dirlos dentro de una óptica única, hacerlos entrar en el
esquema de un mismo modelo, pero de entre estas salidas
algunas rozan las partes más vivas, más comprometidas
de la Iglesia. Basta pensar, por ejemplo, en aquellos "mi-
litantes de origen cristiano" y, todavía más, en los hijos
de tantos militantes generosos.
¿Por qué se han ido? ¿Es que no se puede decir que,
para un gran número de ellos, la casa ya resultaba inha-
bitable? Poco a poco han ido marcando distancias respecto
a la institución. Se han ido desligando con el sentimiento
de que ella se había desentendido de ellos. Otras treces,
la ruptura ha sido más radical, pues algunos se han con-
vertido en extraños a todo el sistema cultural cristiano,
y han sido conducidos hacia otros universos culturales
para ellos más habitables. A veces, entre su pasado y su
presente, entre su lenguaje materno y el nuevo lenguaje
asumido, la deriva ha sido lenta, la desviación progresiva.
A veces la ruptura se ha impuesto de una vez, como una
evidencia fulgurante. Las creencias de otros tiempos se
les han hecho, de repente, increíbles. Las prácticas, in-
significantes. Para algunos sacerdotes, el sentimiento de
esfuerzos pastorales desproporcionados con la gravedad
de un desafío que llevaban muy profundamente; también
la fatiga frente a tantas fatigas interiores, el gravoso
peso de una imagen que se ha fijado sobre ellos y que los
paraliza, y también la seducción para una misión hasta
las fronteras de la fe, más allá de los caminos estableci-
dos de antemano.
También hay otros dramas. Como el de este antiguo
sacerdote "fidei donum" vuelto de Latinoamérica. Deteni-
do por la policía, ha tenido finalmente que abandonar el
país. Su obispo no ha hecho nada por retenerle, más bien
lo contrario. Ha vivido allá un tal combate, que ya no se
siente capaz de soportar el clima de su Iglesia de origen
(Francia). No puede celebrar la eucaristía. Está dema-
14 (195)
siado separada, aquí, del lavatorio de los pies, del servi-
cio, de la liberación de un pueblo. Su fe y su combate
están en otro lugar. Prefiere seguir luchando por un pueblo
que necesita ser liberado. Para ello se sumerge en la clan-
destinidad. Como hombre subterráneo sigue, de todos mo-
dos, amando a la Iglesia. Se mantiene sacerdote. Siente te-
mor por ser recuperado, pero también de que duden de su
sacerdocio, aunque no pueda ya celebrar la eucaristía. Y
este otro, sacerdote de origen americano, refugiado político
o religioso. La Iglesia y el Estado se han unido para que
se exilie. Vuelto a París ha pedido la reducción al estado
laical. Y tantos casos difíciles, incluyendo a estos sacer-
dotes jóvenes, venidos de lejos, bien formados, pero que
no han podido soportar la vida en su país, en medio de
una Iglesia decadente. Han huido para poder seguir vi-
viendo.
Se convertirán Yavé los confines de la tierra, se postrarán delante de todas las familias de las gentes, presidirá todos los pueblos. Sal 22, 28-29
La hemorragia sigue, tal vez menos espectacularmente
que tiempos atrás. En lo que se refiere a los laicos, el éxo-
do de la Iglesia se produce sin alborotos. La operación
se realiza en silencio. En lo que se refiere a sacerdotes,
religiosos y religiosas, el mínimo de procedimientos dis-
cretos no siempre es respetado. Conozco a algunos que
han preferido desaparecer en la noche, con los cuerpos y
los bienes hundidos en el naufragio, sin testimonio alguno.
Huyen de sí mismos. A veces ha podido ser el resultado
de un acuerdo tácito: «Tanto para ti como para mí es
mejor que nos separemos». Se sienten incómodos; tal vez
desde tiempo que su acción provocaba malestar en los
responsables... Se prefieren las situaciones claras. El des-
enlace suscita, a veces, un aligeramiento para los que se
quedan, un aligeramiento ambiguo, por cierto. A veces
incluso un aligeramiento vergonzoso.
Ahora están en otro lugar. No es un lugar cristiano.
Han partido muy lejos de nuestras carreteras bien pavi-
mentadas. Utilizan otro lenguaje. Crean otras relaciones.
En realidad, dónde están? Imposible decirlo con ex-
actitud. La distancia en relación con la institución tal vez
pueda más o menos repararse; pero que puede decirse
en relación con la fe? ¿Quién puede juzgar la fe del her-
mano? ¿Quién puede decir que, en tal o cual situación,
ya no quedan vestigios de fe? Estos hombres subterráneos,
perdidos en el anonimato de las grandes ciudades, ¿siguen
15 (195)
perteneciendo, todavía, a la Iglesia? Creen haber vivido
el final de una cultura, de una organización eclesial: ¿es
esto el fin de la fe?
Dios más alto que los cielos, es más profundo que el abismo, es más extenso que la tierra, más ancho que el mar. Job 11, 7-14
Alguien, que ha mantenido contacto con alguno de
ellos ha escrito: «Me han hecho descubrir un determinado
misterio que yo llamaría "misterio de la kénosis"). Es
una palabra silenciosa que se oculta, que está allí, en el
corazón del mundo, en el corazón de los pobres, sin hacer
ruido, y que sigue humildemente su camino sin ser reco-
nocida por nadie... Pasan de largo a través de las ruinas
de nuestras discusiones estériles. Se acerca la hora en que
nos darán ―algunos ya lo han hecho― una palabra de
resurrección... Algunos hacer una experiencia de Evan-
gelio que, en el momento en que se imaginaban que del
sacerdocio lo habían abandonado todo, descubren, preci-
samente allí, que son sacerdotes... Están allí, desconoci-
dos, sin apoyo de nadie... A través de ellos se ofrece a la
Iglesia una experiencia del todo nueva.
¿Qué son éstos, sino exiliados? Pero, tal vez, en ese
lugar en que se encuentran, y a causa de ellos, el Evan-
gelio podrá despertar a una conciencia nueva.
¿Podemos resignarnos con la espera de su "retorno"?
Ciertamente no. Y, a pesar de ello, los necesitamos. Sería
muy grave que siguiéramos nuestro camino olvidados de
ellos, como se olvidan los muertos. Ausentes, lejanos, todos
estos amigos perdidos siguen interrogándonos. La verda-
dera cuestión que nos plantean no se refiere a nuestras
responsabilidades pasadas respecto a ellos, o a la vejez
y anquilosamiento de nuestra cultura y nuestra organi-
zación cristianas. Se refiere a la manera como vivimos
nuestra fe, como vivimos en la Iglesia. Dudan del sentido
real de nuestra fe, del sentido verdadero de la Iglesia.
El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.
Sólo podrá descansar su cabeza sobre el leño de la cruz.
Hasta allí, con él, estaremos siempre en camino. No se
nos permite el sueño de que antes encontraremos un lugar
confortable en la seguridad de las certezas adquiridas de
una vez por todas, en la posesión tranquila de verdades
incontestables.
Pasamos como extranjeros. Los exiliados somos noso-
tros. Porque la patria siempre está hacia delante. Podemos
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pensar que la tenemos solamente en la imagen del camino
marchando hacia ella. Creer no es ver, ni poseer. Lo
mismo que la fe, la Biblia está toda ella penetrada por
un adelantamiento que la precipita hacia el final. Es el
fin lo que trae. Un cielo nuevo, una tierra nueva, todavía
no lo hemos alcanzado, todavía no hemos llegado a la
casa.
Sucederá al fin de los tiempos que correrán la cima que ocupa Yavé todas las gentes, vendrán muchedumbres de pueblos. Is 2, 2-3
Creer quiere decir cruzar una tierra que nos es extran-
jera. Quiere decir preferir el riesgo del descubrimiento al
hastío de la posesión. Quiere decir descubrir el secreto de
cómo respirar en la fatiga de la marcha. Quiere decir
aprender a ser feliz en la movilidad. El vino que se ofrece
siempre es vino nuevo. El que quiera guardarlo en odres
viejos, lo perderá todo, continente y contenido. Entonces
los cristianos no serían otra cosa que los guardianes de
un museo, un museo de cosas muertas.
Creer quiere decir vivir el exilio. Las referencias fami-
liares se borran. Es preciso aprender a descifrar, una vez
cruzada la frontera, los signos nuevos sobre indicadores
que marcan los caminos. Solamente es válida la carretera
que conduce a otra parte. Hay que olvidar el camino
andado. Cada día la Palabra me invita a dejar la tierra.
Jamás podrá ser encarcelada en mi sabiduría la Verdad
que me atrae.
Y nunca será la Iglesia, este cerco, este corral cerrado
en el que se refugiaba Israel, encarcelado en la Ley. Jesús
abrió una brecha en este muro. Ya no hay cerco donde
sea preciso conducir y encerrar a la fuerza, a las ovejas
errantes. «No son las paredes, sino la fe lo que edifica a
la Iglesia», es el refrán medieval que todavía nos aleccio-
na en nuestro tiempo.
A pesar de todo, la tentación es grande. Nos persigue
la nostalgia de un Templo que se ha de reconstruir. Con
grandes paredes ¡cómo se simplificarían las cosas! No sería
posible dudar de quién está fuera y quién está dentro. Pero,
en el fondo del templo acabaría por no haber más que
un Lázaro pudriéndose. Sólo él estaba siempre dentro;
Jesús, en cambio, estaba fuera.
La Iglesia no es un lugar. El templo no se construye
para nosotros. Se construye de nosotros, de las piedras
vivas de nuestros cuerpos abujardados, cincelados a lo
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largo de nuestra historia. No estamos dentro del Templo.
No ocupamos la Iglesia. Igual que en Saint-Nicolas-du--
Chardonnel, la Iglesia está siempre fuera de las paredes.
Pero, ¿estamos seguros de que no quedan todavía un nu-
mero mayor de iglesias "ocupadas"? Hay todavía tantos
cristianos que se sienten tan bien en su casa, en su parro-
quia, en su capilla, en su grupito, que nos hacen pensar
en el pueblo de Cafarnaúm, que llenaba la casa, bloque-
ando todos los accesos. Para llegar hasta Jesús, aquel día,
fue preciso desmontar el techo. Sólo entonces consiguieron
hacer entrar al paralítico. Que luego volvió solo a su
casa, pasando por la puerta. Toda la Iglesia verdadera
es de este modo, un lugar de paso en el acontecer de
la fe. La Iglesia no es una resistencia, ni principal ni
secundaria. No encerramos a nadie dentro, y menos a
Cristo.
Una luz viva iluminará toda la tierra, pueblos numerosos vendrán de lejos, a fin de habitar junto Señor.
A pesar de todo, Cristo se refirió a los que «están fue-
ra» (Mc 4, 11). Para éstos el misterio del Reino permanece
todavía velado. De repente, cada suceso, para ellos es co-
mo una parábola de la cual no saben descifrar el sentido.
Pero, por contra, una vez que Juan pretende impedir que
alguien libere de demonios en nombre de Jesus «porque
no viene con nosotros» (Mc 9, 38), porque no era del par-
tido, Jesús declara, rechazando tal discriminación: «Quien
no está en contra de nosotros, está con nosotros». Lo esen-
cial está en que, incluso alejados del grupo visible, el
nombre de Jesus todavía habla.
Sin embargo, será preciso trazar, en algún lugar, una
frontera. La Iglesia ha de guardar su cohesión en la fide-
lidad al Evangelio. Ha recibido la misión y el poder para
ello. Las llaves que se le entregaron, bien que permiten
abrir y cerrar una puerta. Es verdad. La comunidad a la
cual Mateo destinaba su evangelio ya lo habían experi-
mentado. Pero la fórmula de "excomunión" es rara: «Si
tampoco hace caso de la Iglesia, que sea para ti como un
pagano y un publicano» (Mt 18, 17).
El publicano, al lado de la prostituta, era el preferido
de Jesús. Jesús no excluye a nadie. Existen ciertamente
un "dentro" y un "fuera" de la Iglesia, pero el "fuera"
está en manos de Cristo. Cristo es mayor que la Iglesia. Y
Dios puede bendecir cosas que la Iglesia no puede acep-
tar. Pero esto es un secreto de Dios. No nuestro.
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» EL EJEMPLO
DE UNOS LAICOS
SEIS PADRES de familia de la
diócesis de Málaga, se han
ofrecido al obispo, monseñor
Buxarrais, solicitando ser ordena-
dos diáconos para mejor poder ser-
vir en el apostolado, si el obispo lo
juzga oportuno. Presentan la solici-
tud después de haber cursado cinco
años de estudios eclesiásticos en el
Centro de Teología de la diócesis
de Málaga.
Comentamos la ejemplaridad de
este ofrecimiento, que podría ser
imitado por otros cristianos, y que,
sin duda, lo será por algunos. Lo
ejemplar no es solamente el hecho
de ofrecerse para participar en ta-
reas y responsabilidades apostóli-
cas, sino el haberse preparado, pre-
viamente, con estudios realizados
perseverantemente con este fin. Pa-
ra el ejercicio más intenso del apos-
tolado lo único que es preciso no
son los estudios, ciertamente. Ante
todo, es indispensable una aptitud
y disponibilidad física y espiritual,
sobre la que se edifica el resto de
cualidades que disponen al sujeto
para su llamamiento a una mayor
entrega apostólica. Pero no hace fal-
ta mucha imaginación para poderse
dar cuenta de que el haber cursado
cinco años de estudios especiales,
sin por ello haber descuidado los
respectivos deberes profesionales en
el ámbito de su vida y trabajo civil,
ha tenido que suponer para estos
cinco cristianos malagueños, mu-
chas renuncias, en las que habrán
participado, sin duda, otros miem-
bros de sus respectivas familias.
En general se comprende y admi-
te que un adulto estudie para mejo-
rar su calificación profesional o
ascender a otro trabajo mejor retri-
buido; pero no es tan frecuente que
se tome como normal una dedica-
ción a estudios que carecen de pers-
pectivas o calificaciones gratifica-
bles. Aunque sea cierto que muchos
cristianos podrían hacer otro tanto,
no es demasiado frecuente que nos
resignemos a renunciar a tantas
cosas inútiles, y hasta perjudiciales,
a las que dedicamos, para perderlo,
tiempo y energías que merecerían
mejor causa. Y, si algún esfuerzo
nos proponemos, suele ser más por
el estímulo del egoísmo que pone
precio a todo o de la vanidad que
busca y espera el halago, que por el
de la generosidad y entrega a los
hermanos y a la Iglesia, que necesi-
ta ser servida con sencillez, perse-
verancia e inteligencia.
¡Cuántos gastos inútiles, cuánto
tiempo perdido, cuántos esfuerzos
en sólo mantener apariencias, cuán-
tas "relaciones públicas", cuánto
novelerismo, cuántos prejuicios va-
nos... entre los mismos que nos lla-
mamos cristianos! Debiéramos dar-
nos cuenta de que faltan apóstoles,
nuevos apóstoles, sin que espere-
mos que vengan de lejos. Debiéra-
mos pensar: «Yo mismo, tal vez...»
Y prepararnos espiritualmente, y
no sólo espiritualmente, sino tam-
bién la inteligencia y las costum-
bres, y poder decirle al Señor, de
verdad: «Heme aquí, Señor».
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¿Hay que bautizar a los niños?
Una reciente "Instrucción" de la S. C. de la Doc-
trina de la Fe, de 20 de octubre del año pasado,
viene a responder a esta pregunta, que ha de ser
afirmativa cuando los padres son cristianos. Pero
«deben asegurarse unas garantías para que este
don (el bautismo es una gracia, no una coerción)
pueda desarrollarse mediante una verdadera edu-
cación de la fe y de la vida cristiana, de manera
que el sacramento alcance su "verdad" total. Estas
garantías normalmente son proporcionadas por los
padres o la familia cercana, aunque diversas su-
plencias sean posibles en la comunidad cristiana.
Pero si estas garantías no son serias, podrá llegarse
a diferir el sacramento y deberá también rehusarse,
si éstas son ciertamente nulas».
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 28. 12. 81
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