Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 184. MARZO. Año 1981
SUMARIO
NO PODEMOS cambiar, de repente, el mundo entero:
pero sí podemos, cada uno, dar a Dios la respuesta
que su gracia nos solicita. Esta respuesta equivale a
la conversión. Convertirse es, sencillamente, volver
otra vez a Dios, volver todavía más a Dios, para completar
la propia vida en él. El mundo se cambia de hombre en
hombre, de uno en uno. A veces perdidos, enajenados mi-
rando al mundo, nos olvidamos de lo cercano y posible
que está en nosotros.
SALMO II
UN PROYECTO DE DIOS PARA UNA PERSONA
EL EJEMPLO DE CRISTO
CRISTIANOS "LIBERADOS"
LOCURA Y ESCÁNDALO DEL CRISTIANISMO
TIEMPO DE CUARESMA
ESPÍRITU, PALABRA Y SACRAMENTOS
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SALMO II
Fe soberbia, impía,
la que no duda,
la que encadena a Dios a nuestra idea.
«Dios te habla por mi boca»,
dicen, impíos,
y sienten en su pecho:
"¡Por boca de Dios te hablo.!»
No te ama, oh Verdad, quien nunca duda,
quien piensa poseerte,
porque eres infinita y en nosotros,
Verdad, no cabes...
Tú eres el que eres:
si yo te conociera
dejaría de ser quien soy ahora,
y en Ti me fundiría
siendo Dios como Tú, Verdad suprema.
Lejos de mí el impío pensamiento
de tener tu verdad aquí en la vida,
pues sólo es tuyo
quien confiesa, Señor, no conocerte.
Lejos de mí, Señor, el pensamiento
de enterrarte en la idea,
la impiedad de querer con raciocinios
demostrar tu existencia.
Yo te siento. Señor, no te conozco,
tu Espíritu me envuelve,
si conozco contigo,
si eres la luz de mi conocimiento,
¿cómo he de conocerte, Incognoscible?
La luz por la que vemos
es invisible.
Creo, Señor, en Ti, sin conocerte.
Creo, confío en Ti, Señor ayuda
mi desconfianza.
Miguel de Unamuno
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Un proyecto de Dios
para una persona
ESTE TÍTULO también podría ser una definición, si nos es lícito hablar
del llamamiento de Dios a todo hombre, tal como nos resulta del lado
humano. Desde Dios es gracia; la respuesta a la gracia, desde el hom-
bre, es fe.
Un proyecto gratuito de Dios, para el hombre, es lo que podemos deno-
minar "vocación", porque en las obras de Dios nadie asume nada sin haber
sido antes llamado: incluso, convocado, porque aunque Dios llama uno a
uno, su llamamiento se produce frente a todos, en la Iglesia que a todos
hermana fase constructiva de su reino, diferente de los otros
reinos.
Este llamamiento es real y total, porque es toda la creación que ha de
ser restituida a Dios. Pero esta realización y la progresión de su alcance
es un misterio para cada hombre, porque se siente y experimenta, pero no
se puede medir; respeta la naturaleza, la supone, pero la supera. Por esto
la respuesta se produce a través del camino de la fe, no sujeta a la compu-
tación ni a las leyes físicas. Es inútil hablar de vocación si no hay, por lo
menos, una brizna de fe, una mínima apertura de buena voluntad hacia
Dios, o si Dios es sólo una idea, un absoluto moral, a semejanza del infi-
nito matemático. La fe no es una cuestión de filosofía, sino una experien-
cia vital y totalizadora, que nos abre a la trascendencia, a un Dios per-
sonal.
Dios llama a los hombres, a cada hombre; llama para el bien porque
quiere el bien de todos. Y los hombres vamos teniendo, cada vez, mayores
oportunidades de entenderle y de responder a su llamamiento. Se clari-
fican los caminos, se simplifica la lógica de la respuesta, se hacen más
puros los pensamientos que nos aproximan a él; aunque todo ello es a
costa de dolores, que padecemos juntos mientras hacemos historia, mien-
tras andamos y buscamos, mientras oímos y respondemos, mientras vemos
y seguimos. No importa si, do momento, las respuestas son todavía imper-
fectas y borrosas. Tal vez podrían darse, en ocasiones, respuestas más
contundentes, pero, con la misma facilidad, tal vez serían igualmente me-
nos asumidas y menos conscientes. Aunque no lleguemos a la perfección,
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no es poco si, en cada momento, nuestra respuesta es lo más sincera
puede ser en relación con la capacidad del progreso alcanzado. No hay
que favorecer el escepticismo agnóstico, pero hay formas de falta de te
que están cerca del acto de fe. De igual modo, hay formas de apariencias
de fe que son una idolatría.
Dios llama y hay que responderle. La vida del hombre, toda ella, es la
gran preparación para una respuesta al llamamiento de Dios, que está en
la misma puerta de la vida, y llama. Cuando le abramos nos mirará a los
ojos, y dependerá de la claridad y sinceridad de nuestra mirada que poda-
mos reconocerle y que no rechacemos o nos rebote ―absurdo, extraño.
incomprensible― su abrazo.
Dios ha hecho que solamente el hombre lleve su imagen, para que a
este le cueste menos reconocer su huella en sí. Dios está cerca. Dios toca
a cada hombre: Dios habla. Dios llama a las conciencias. Tiene un pro-
yecto para cada uno de nosotros. Reconocerlo os descubrir la propia voca-
ción. Seguirlo ce liberarse para la santidad; es responder al amor: es, de
algún modo: anticipar el encuentro, el abrazo definitivo. Dios tiene un pro-
yecto de amor para cada uno y ama a cada hombre sin detener el amor
en uno solo, amando a todos. Por esto responder a Dios es responder, un
poco, también en nombre de todos. Y reconocer su amor es disponerse a
amarle y a amar a todos.
EL EJEMPLO DE CRISTO
Si buscas un ejemplo de caridad: Nadie tiene amor mayor que el
que da la vida por los amigos. Es lo que hizo Cristo en la cruz. Lue-
go, si él dio la vida por nosotros, no nos debe ser gravoso sufrir lo
que sea por él.
Si buscas un ejemplo de paciencia, la más excelente está en la cruz.
Dos son las excelencias de la paciencia: o bien que el sufrimiento
es muy grande, o bien que el sufriente podría evitar el propio dolor
y no lo hace.
Si buscas un ejemplo de humildad, mira a Cristo crucificado: Dios
aceptó ser juzgado por Poncio Pilato y aceptó morir.
Si buscas un ejemplo de obediencia, sigue al que se hizo obediente
al Padre hasta la muerte: Así como por la desobediencia de un hombre
solo (es decir, Adán) muchos se hicieron pecadores, del mismo modo,
por haber obedecido uno solo (Cristo), alcanzarán la justicia los demás.
Si buscas un ejemplo de desprendimiento de las cosas del mundo,
sigue al que es rey y señor de los que dominan, en el que están escon-
didos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, pero síguelo
cuando está desnudo en la cruz, escarnecido, escupido, azotado,
coronado de espinas y le dan de beber hiel y vinagre.
Santo Tomás de Aquino
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CRISTIANOS
"LIBERADOS"
EN ESTAS mismas páginas alu-
dimos al llamamiento de Dios
a cada hombre, y a la res-
puesta que éste debe darle desde
la fe. Pero se dan especiales llama-
mientos de Dios a los hombres que
llevan consigo la urgencia de una
determinada disposición identifica-
dora con la persona de Cristo y con
su misión, por la que, el llamado,
ya no se encuentra ―o no se en-
cuentra solamente― yendo hacia
Dios desde la propia vida, de los
propios intereses e ideales, desde
las contingencias terrenas, sino que
se encuentra yendo al mundo des-
de Dios, como compartiendo los
intereses y las miras de Dios por
todo lo que contempla frente a sí
en los caminos del mundo. En todo
cristiano "viador", en todo cami-
nante fiel se dan, sin duda, estas
dos tensiones; pero cuando aumen-
ta el énfasis o impresión identifica-
dora con Cristo, nos encontramos
con aquella forma de llamada de
la gracia y de respuesta de la fe
que los espirituales de la Edad
Media llamaban "vida apostóli-
ca", porque tenía los rasgos de
aquella que determinó la existen-
cia y la dedicación de los prime-
ros apóstoles y de sus inmediatos
seguidores cuando asumían la ple-
nitud de las exigencias evangéli-
cas para consagrarse a Dios, servir
a la Iglesia liberados de otras so-
licitudes, y dedicarse al anuncio
(con la vida y con la palabra)
del reino que no es de este mun-
do.
En todos los tiempos de la vida
de la Iglesia ha habido cristianos
que han percibido esa llamada es-
pecial de parte de Dios y la han
correspondido. También hoy Dios
sigue llamando y sigue obteniendo
respuestas de los que no endure-
cen el corazón al reclamo divino.
Y, aun cuando en la actualidad se
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habla de "crisis de vocaciones",
resulta siempre difícil medir el
alcance de las aparentes bajas, por-
que los efectos de la gracia de Dios
en la Iglesia (la "vocación" siempre
es una gracia) no son mensurables
ni con cifras ni con estadísticas. No
sería difícil, por otra parte, regis-
trar cómo, históricamente, las épo-
cas que parecían más infelices para
la vida de la Iglesia, dieron gran-
des santos y fundadores de obras
de apostolado y de formas y estilos
de consagración evangélica, que
compensaban de las crisis o eran
remedio de los males que en apa-
riencia asediaban a la Iglesia.
En la actualidad también se dice
que vivimos una época de crisis.
Asistimos a un mundo aquejado
por una profunda transformación
cultural, que a todos alcanza y, por
consiguiente, también a la Iglesia,
y también a los que pueden oír y
son llamados a responder a la invi-
tación de Dios en un seguimiento
de Cristo por la consagración de la
vida al Evangelio. Tampoco aquí
podemos medir la gracia. Aunque
nos sea lícito suponer que, si es
que realmente disminuyen las vo-
caciones, ello no redundará en da-
ño para la Iglesia, sino que será
para su purificación. Serán los mis-
mos cristianos los primeros que
deberán revisar sus propias ideas
referentes al sacerdocio cristiano y
a la vida de consagración evangé-
lica. Y acabaremos agradeciendo a
la Providencia que nos haya deja-
do vivir en esta época maravillosa,
desde la que se prepara el amane-
cer de tiempos para los cuales so-
mos nosotros llamados a disponer
formas y modos de presencia en el
mundo y de entrega a Dios que
sirvan de anuncio cristiano y de
estímulo para la fe de los hombres
de buena voluntad que también
viven en esta época nuestra. Por-
que Dios nos ha tenido esta con-
fianza.
Es verdad que este amanecer
doloroso y hermoso al mismo tiem-
po, no nos libra de los egoísmos
e ignorancias que aún tenemos y
arrastramos como lastre entorpece-
dor, que nos dificulta entender la
verdadera naturaleza del Reino de
Dios, apreciar el valor de la gracia,
conservar la pureza del Evangelio
y la vigencia de las palabras de
Cristo sobre "la mejor parte" elegi-
ble en su Reino de paz, abnegación
y amor, más que en el mundo y
más que la misma vida.
Pero sabemos que, como los hu-
bo en el pasado, también los hay
en nuestros días, y seguirá habien-
do en el futuro: corazones jóvenes
para quienes Dios, el apostolado,
el mundo que hay que santificar y
el Reino de Dios ni son un "hobby"
que les entretiene y divierte, ni
una compensación sentimental que
les distrae de peligros mundanos,
ni un refugio de protección segura
o de promoción fácil para ascensos
honorables que la vida civil hacía
más arduos, entre las ansias de los
triunfos humanos. Superando esas
tentaciones y miserias, la llamada
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crisis vocacional de nuestro tiem-
po, puede servir para que entre
todos descubramos y comprenda-
mos mejor que la respuesta al lla-
mamiento especial del Señor, no
basta que sea lógica, sino que debe
ser, además, enamorada. Solamente
el amor de quien sea capaz de
amar con la entrega total de la
vida, podrá dar respuesta cabal a
la invitación de Dios, desde la ori-
lla de los pequeños y grandes ma-
res de nuestro tiempo. Y responde-
rá afirmativamente y mantendrá
con gozo la fidelidad de la respues-
ta el que sea capaz de un amor de
entrega que supere la inmediatez
y exclusividad de las respuestas
que dan los amores de este mundo,
y que lo haga, no por inhibición o
incapacidad afectiva, sino por afi-
namiento espiritual y por genero-
sidad: porque sea capaz no sólo de
amor, sino de un súper-amor.
Esos serán los cristianos "libera-
dos", los de dedicación total al
Reino de Dios. Y no nos faltarán
en la medida en que el conjunto
de cristianos no los tomemos como
una especie de empleados de lo
santo, de burocracia sacristanera,
de casta clerical frente a la cual
simultaneamos la comodidad de
delegar en ella deberes simbólicos
que nuestra profanidad elude y la
mordacidad despectiva de críticas
miserables.
Cuando alguien se lamenta de la
escasez de vocaciones debe exami-
narse de lo que él mismo ha hecho
para remediarla. Si él mismo ha
sido llamado; si en su familia favo-
rece las condiciones en las que los
más jóvenes puedan percibir el
llamamiento divino y puedan se-
guirlo; si es respetado el sacerdocio
cristiano y la vida evangélica de
dedicación plena a Dios, en las
conversaciones domésticas... A me-
nudo se tiene en poca estima tanto
el sacerdocio como la vocación re-
ligiosa o, a lo sumo, se considera
como algo raro, muy poco proba-
ble para los propios o sólo para los
demás. Cuando se habla del porve-
nir de los jóvenes o a los jóvenes,
se nombra siempre el dinero, el
triunfo simplemente humano y
cómodo de una vida futura fácil
y asegurada materialmente. Si se
alude a algún sacrificio, se justifica
siempre para obtener luego la com-
pensación de un beneficio propio
(profesional, social, económico), y
casi nunca el de la abnegación pa-
ra emprender y mantenerse en una
tarea u ocupación que redunde en
servicio generoso a los demás. El
egoísmo inspira las planificaciones
para el futuro de los hijos, y de
egoísmo se les habla y con egoísmo
se les prepara para el futuro. De
donde, muchos jóvenes ya entran
en la vida prematuramente enve-
jecidos y sin capacidad para ver-
daderos ideales. Serán los egoístas
(más o menos "educados") de ma-
ñana, aunque tal vez barnizados
de una fe que no les servirá ni pa-
ra resolver su vida en el mundo,
ni para entenderlo desde una pers-
pectiva cristiana, ni menos para
7 (47)
CURSOS BÍBLICOS
A DISTANCIA
TRES CURSOS COMPLETOS
INTRODUCCIÓN
GENERAL
―Qué es la Biblia y Có-
mo leerla.
―El mundo de la Biblia.
ANTIGUO Y NUEVO
TESTAMENTO
―De Jesús a los Evange-
lios.
―La historiografía del
Antiguo Testamento.
―Los Evangelios Sinóp-
ticos.
―El Pentateuco.
2.°
ANTIGUO Y NUEVO
TESTAMENTO
―Profetismo y profetas
preexílicos.
―Hechos de los Apósto-
les. ―Profetas exílicos y
postexílicos.
―Escritos de San Juan.
―La lirica Sagrada.
―Hebreos y Cartas Cató-
licas.
3.º
ANTIGUO Y NUEVO
TESTAMENTO
―La literatura sapien-
cial.
―S. Pablo: Tesalonicen-
ses y grandes cartas.
―La literatura apocalíp-
tica.
―S. Pablo: cartas pasto-
rales y de la cautividad.
SÍNTESIS DE TEOLO-
GIA BÍBLICA
―Historia de la salva-
ción.
―Pueblo de Dios.
Información e inscripciones en:
CURSOS BÍBLICOS
A DISTANCIA
Enrique Jardiel Poncela, 4
Tel. 259 23 00 - Madrid-16
—La matrícula importa 5.000 ptas.
cada año.
—Los profesores son de la Casa de
la Biblia.
—La comunicación entre profeso-
res y alumnos se considera fun-
damental y está asegurada al
máximo.
―Los textos (incluidos en el costo
de la matrícula), además de ser
auténticas obras puestas al día
de la última investigación bíbli-
ca, llevan una muy selecta bi-
bliografía.
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preparar luego a los demás. El con-
traste de egoísmos con que luego
se encontrarán, les enseñará tácti-
cas, y tal vez lleguen a ser hábiles,
pero no buenos. Hablarán de amor,
ciertamente, pero no sabrán lo que
es, porque lo cofundirán con sen-
timentalismos hueros o pasiones
egoístas.
Es posible no comprender qué
es la "vocación". Ciertamente, no
comprenderá nunca el que no sepa
amar. Quien no sea capaz de en-
tender qué es tratar con Dios, qué
es amarle personalmente, tampoco
comprenderá jamás qué es la vo-
cación. La Iglesia será, para él, una
organización para el culto, o una
entidad moralizante, o una agencia
benéfica, o un poder internacional,
o algo por el estilo, pero sin pro-
fundidad radical, aunque tal vez
útil, decoroso y complementario
para gentes llamadas "de bien". Y
seguirá aplaudiendo que "otros"
cuiden de ritos y ceremonias, o
prediquen decencia y sumisión, o
repartan bonos de pan a hambrien-
tos o recojan a los enfermos que
estorban en las familias o a los an-
cianos que abandonan los hijos...
Pero, de amor, nada. De amor no
entienden. Y seguirán siendo ego-
ístas hasta en lo que llamen "amor".
En la medida en que los cristia-
nos, conjuntamente, nos vayamos
liberando de estos males, de esta
visión pagana y deformadora del
cristianismo y de la Iglesia, no nos
faltarán buenas y santas "vocacio-
nes".
DECIR que la religión
cristiana es mística es
decir que es sacramen-
tal. Los sacramentos son
"misterios" con los que tra-
baja Dios, y nuestro espíri-
tu trabaja también con él,
bajo el impulso del amor di-
vino... Pero hemos de tener
en cuenta el no confundir el
misticismo sacramental cori
una especie de magia. El
sistema sacramental es ob-
jetivo en su funcionamient-
o, pero la gracia no se co-
munica a quien no está
dispuesto convenientemen-
te. Los sacramentos no pro-
ducen efecto allí donde no
hay amor. Así, un catecú-
meno es bautizado y queda
limpio y transformado por
el Espíritu Santo; pero ello
implica una elección y un
compromiso personal, im-
plica la aceptación de una
obligación y de la resolu-
ción de llevar una vida
cristiana. El bautismo no
produce fruto, a menos que
entendamos que se recibe
por él una nueva vida en
Cristo y que hemos de dar-
nos para siempre a Cristo,
y vivir como hijos de Dios.
Thomas Merton
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Documento:
LOCURA Y ESCÁNDALO DEL CRISTIANISMO
Con este título, José M.* Valverde dio una conferencia en el
monasterio de Montserrat, hace dos años, en Cuaresma. José M.
Valverde es catedrático de Estética en la Universidad Central de
Barcelona. Hombre cristiano, había abandonado voluntariamente
esta cátedra cuando acababa de ser cesado en la suya el profesor
Aranguren, catedrático de Ética de la de Madrid, solidarizándose
con él porque «cuando no es posible la Ética sobra la Estética».
El cambio de situación obrado en el régimen español ha restitui-
do a ambos a sus respectivas cátedras. Es también poeta y crítico
literario.
En la introducción a la conferencia cuyos párrafos esenciales
transcribimos, José M.ª Valverde decía que se proponía «desarro-
llar una suerte de consideraciones históricas que gira en torno a
unas palabras de san Pablo, las palabras famosas de que el cristia-
nismo es locura para los griegos y escándalo para los judíos; que
quiere decir más o menos: locura para los intelectuales, los sabios
y, al mismo tiempo, los hombres del Imperio que representaban y
constituían la sociedad en grande; por otro lado, escándalo para los
judíos es escándalo para los hombres de la piedad hecha institu-
ción, de la piedad unida a una raza, unida a un pueblo». Y dijo así:
PENSEMOS que la locura y el escándalo venían
ya no solamente desde la plenitud del cristia-
nismo, con Jesucristo, sino desde la promesa,
desde la constitución misma del pueblo de Dios,
que se establece con la llamada de Abraham. Abra-
ham, de una manera especial, entra en la alianza con
Dios cuando Dios le manda sacrificar a Isaac. Esto
era realmente locura y escándalo: locura en cuanto que
era una contradicción interna, aparentemente, en Dios,
porque le había dicho que en su hijo le daría la gloria y
descendencia, y ahora resultaba que le mandaba matarlo...
Sabemos ya cómo se resolvió la contradicción del man-
dato inesperado y paradójico.
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Pero la contradicción vuelve a plantearse en Jesucristo
de una manera suprema. En el orden intelectual ya es
un grave escándalo el que Dios se haga un hombre, como
uno más, como un hombre que tuvo una cara, un cuerpo,
y que vivía como todos. Y entonces, cuando empieza a
hablar, encontramos que toma una actitud muy peculiar,
que también, como la actitud de Abraham, está más allá
de la moral y de la ética, hay, por ejemplo, un pasaje
del Evangelio en que se cuenta que se le acerca un hom-
bre y le dice algo muy legítimo: «Maestro, dile a mi her-
mano que me dé mi parte de la herencia». Es algo justo
y natural. Y, sin embargo, Jesucristo le rechaza, le dice:
«Hombre, ¿quién me ha puesto a mí como mediador entre
vosotros?». Yo recordaba esto hace poco, cuando ha habi-
do dos gobiernos en Sudamérica que han pedido la media-
ción pontificia para resolver no sé qué pequeña cuestión
de una islita. (Es triste establecer este paralelo). Jesucristo,
sorprendentemente, no hace hincapié en lo que suele ser
nuestra vida moral, lo da por supuesto ya., Naturalmente
que los padres deben amar a los hijos: cuando un hijo pide
a su padre pan, el padre no le va a dar una piedra, etc.,
etc. Pero esas cosas «ya les interesan a los paganos», no
hace falta que se insista en esto; para esto no hacía falla la
Encarnación de Dios en Jesucristo. Incluso en el terreno
de la familia, Jesucristo parece como descuidarla: quien
no prescindía de su padre y su madre no puede entrar en
el Reino de Dios... Y cuando a su madre a buscarle con
sus parientes, con sus hermanos, y le dicen: « Ahí está tu
madre y tus hermanos que te buscan», el contesta: a Mi
madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra
de Dios, la palabra de mi Padre».
Esto llega a su crisis en la muerte de Jesucristo, cuan-
do los judíos, muchos de ellos, han empezado a compren-
der que Jesús no iba a ser quien liberara al pueblo de Is-
rael, que es lo que ellos estaban esperando como unido a
la promesa. Entonces viene el abandono, viene incluso la
traición y gran equívoco de que a Jesucristo le infligen
una muerte política: la crucifixión, que era la pena que se
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daba a los rebeldes contra el poder imperial; siendo así
que Jesucristo en realidad no se había pronunciado en ese
aspecto. El conflicto, un conflicto muy difícil porque no lo
podemos reducir nunca a unidad, queda establecido así:
por un lado, sí, evidentemente, hay que amar lo bueno de
este mundo, hay que amar a nuestra familia, hay que res-
petar la ciudadanía de la sociedad en que estamos... pero
«esas cosas ya les interesan a los paganos». Como cristia-
nos, dirá san Pablo, «nuestra ciudadanía está en los cie-
los». Y esto algunas veces es difícil de conciliar. A veces
da lugar a conflictos, y en general resulta muy difícil de
pensar al mismo tiempo. Estamos como viviendo siempre
en dos mundos a la vez, en dos planos a la vez.
El drama
de san Pablo
Esta tensión, esta dualidad, la vive dramáticamente
san Pablo; ya en el episodio donde cuenta que le llaman
ante el procurador imperial Festo, vemos cómo empieza
de una manera muy elocuente ―Pablo era hombre culto,
hablaba muy bien el griego, era ciudadano imperial―,
hace su saludo imperial ante el procurador y empieza su
alegato, pero hay un momento que llega a decir que él
cree en un hombre que murió y que ha resucitado. El pro-
curador, que le había escuchado con mucho interés, se
echa a reír y le dice: «Las muchas lecturas, Pablo, te han
enloquecido». ―Vuelve aquí el tema de la locura―. Luego
hay el episodio importante, significativo, cuando llega a
Atenas y se encuentra en el Areópago, donde se reunían
tantos, diríamos hoy, "intelectuales", que se pasaban el
día discutiendo y charlando. Allí hace un discurso, tam-
bién muy bien preparado conforme a la retórica clásica,
aprovechando que ha visto un altar al dios desconocido;
les dice que él viene a hablarles de ese Dios descono-
cido; pero hay un momento en que les dice que él cree en
un hombre a quien mataron y resucitó... Y entonces se
echan a reír todos aquellos intelectuales le dicen: «Ya
te oiremos hablar de eso otro día». Sin embargo, se dice
en los Hechos de los Apóstoles: «algunos se convirtieron».
Pablo llega a decir en un momento dado, desengañado ya
de la posibilidad de encontrar una conciliación entre la
cultura clásica y el mensaje cristiano: «No os dejéis sedu-
cir por la filosofía y el vano engaño, siguiendo la tradición
de los hombres».
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La era
de Constantino
En todo caso, la tensión es muy fuerte. Es muy difícil
vivir en los dos mundos por separado, e inmediatamente
los primeros cristianos ya buscaron una unidad. Los pa-
dres apologetas buscan ser reconocidos como buenos ciu-
dadanos. Y hay ya inmediatamente Padres que quieren
recoger la filosofía griega para ponerla alrededor del cris-
tianismo. Y esto, luego, pronto, llega a tener una versión
social y política, cuando se declara al cristianismo reli-
gión oficial del Imperio, es decir, religión que en principio
se supone que profesa el emperador y profesan los fun-
cionarios y que el Imperio reconoce como única religión
importante. Más adelante surge la gran falsificación del
documento por el cual Constantino habría dejado a la
Iglesia en su testamento Roma y todas las propiedades y
dominios imperiales. Y es que, efectivamente, la civiliza-
ción y la cultura son unos valores positivos... Y ¿por qué
no habría que reunirlos con la fe cristiana?
La mística
del trabajo
Cuando se hunde el Imperio de Occidente, también ve-
mos al cristianismo cumpliendo una función civilizadora,
muy legítima, muy positiva. Pensemos en cómo en la vida
monacal aparece la idea del ora et labora ―reza y traba-
ja―. Y el dignificar el trabajo poniéndolo a la altura de
la oración representó entonces una gran revolución social,
un cambio de mentalidad. Si, efectivamente, "reza y tra-
baja". Pero el problema es el y. ¿Qué quiere decir ese "y"?:
¿que es lo mismo?, ¿que el trabajar forma parte de la ora-
ción?... Esto último es lo que se ha dado a pensar en el
mundo moderno. En esto quizá empezaron antes los pro-
testantes, sobre todo los calvinistas: la "ética del trabajo"
de que tanto se habla ahora en los Estados Unidos, y en el
ámbito católico lo que se ha dado a llamar "la santifica-
ción por el trabajo". Cosa ésta que es bastante discutible...
No olvidemos que el trabajo, tal como es en la realidad,
aparece en la Biblia como un castigo dado a raíz del pe-
cado original: Adán, sí, haría cosas, haría algo antes de
pecar; pero después del pecado, el trabajo se convierte en
un peso, un castigo. Y ésta es la situación en que estamos.
Además, esto tiene una consecuencia en cuanto a un terre-
no actualmente muy discutido: el terreno de la educación,
educación en cuanto institución objetiva, social. Se habla
mucho de "educación cristiana". Confieso que es un término-
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que yo no he llegado nunca a entender claramente, yo
que no he hecho otra cosa en mi vida más que enseriar.
Porque al fin y al cabo, la escuela, la universidad, son ins-
tituciones de la sociedad, instituciones que preparan para
la inserción en la sociedad, para ser una pieza dentro de
la gran máquina. Y esto no está mal; pero no es cristiano,
no es específicamente cristiano.
Esperanza
de liberación
Lo cristiano es precisamente la esperanza de libera-
ción respecto a las obligaciones a que estamos sujetos aquí
en este mundo, a las renuncias, a las claudicaciones, a las
alienaciones que impone la sociedad en el trabajo; y la
vuelta a la inmensa fiesta que esperamos y que debemos
procurar actualizar y vivir dentro de nuestros arios. ¿San-
tificamos las fiestas? Quizá no. Sí, nos queda el tiempo
libre, pero hemos perdido quizá el sentido auténtico de la
fiesta, el sentido del ocio cristiano, de que verdaderamente
nuestra vida de oración tiene que ser como un intermedio,
diríamos, corto un ámbito en que tomamos una cierta ven-
ganza respecto al tiempo ocupado, en que somos otros, en
que empezamos a ser algo más allá de las cadenas de
nuestras obligaciones.
Bien, la historia continúa, ya lo sabemos, con una ten-
sión constante entre la Iglesia como institución que forma
parte de las instituciones de este mundo y la Iglesia como
reunión de los creyentes en Cristo, entre los cuales a veces
surgen movimientos y personas que vuelven a llamarnos a
la radicalidad del mensaje cristiano, el mensaje original
de redención. Hay un momento en que esta situación llega
a entrar en crisis. Y creo que esto es parte de la crisis de
nuestro siglo. Como todas las crisis de nuestro siglo, se pre-
para en el siglo XIX, y quizá es Kierkegaard el pensador
que lo prepara.
Kierkegaard
En todas las revoluciones, sean políticas, intelectuales,
literarias o científicas de nuestro siglo, hay detrás un gran
hombre del siglo XIX. Y éste es el que yo querría recordar
aquí; un pensador que, por otra parte no se leyó hasta
principios del siglo XX y tal vez, diríamos, hasta la pri-
mera guerra mundial, removiendo las raíces de nuestra
situación cristiana, volviendo a llamarnos otra vez al
Evangelio. De él quiero únicamente recordar un par de
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cosas. El llamaba "reduplicación" a que lo que se dice so
tiene sentido cristiano cuando se vive y se hace al mismo
tiempo. La palabra que no va acompañada de la acción
no tale nada y muchas veces es incluso contraproducente
Pero, a la vez, hay otra cosa: que cuando decimos algo
muy importante, como es lo cristiano, puede ocurrir que
sed mejor que no lo digamos del todo abiertamente, sino
que lo insinuemos y a través de nuestra vida e indirecta-
mente en nuestras palabras llegue poco a poco a hacerse
presente a los demás, porque el mensaje puede ser quizá
demasiado grande para nuestra voz y para nuestra perso-
na. Kierkegaard fue un hombre que practicó lo que decía.
En su vida hay, para empezar, una gran renuncia: él iba
a ser párroco luterano, iba a casarse, iba a vivir tranqui-
lamente con su sueldo del Estado, con una mujer que le
quería, iba a tener su familia... Pero pensó: ¿qué sentido
tenía montar toda esa vida tranquila y feliz sobre el he-
cho que mil ochocientos años antes habían matado a un
hombre en la cruz? Le pareció monstruoso. Renunció si-
lenciosamente a su amor, a su proyecto de vida familiar,
a su proyecto de párroco, y se dedicó solamente a escribir.
Y ésta es la obra que ha tenido y que tiene eco en nuestro
tiempo, removiendo, como decía, primero algunos pensa-
dores protestantes, y luego también, hondamente, el mun-
do del pensamiento católico.
El siglo XX
Entramos aquí en el terreno de nuestro siglo. En nues-
tro siglo, sobre todo los primeros veinte o veinticinco años
han sido de una radicalidad enorme en cuanto a cambiar
los supuestos de nuestra mente, de nuestra vida. Me limito
a aludir simplemente a hechos como el de la gran revolu-
ción política en la que se demostró que la sociedad podía
fundarse sobre algo diferente a lo que había venido siendo
su fundamento acostumbrado: la propiedad privada. Pen-
semos también en la ciencia: sencillamente, se vuelve in-
comprensible, deja de utilizar el lenguaje humano y sólo
emplea un arcano sistema de signos matemáticos, que los
científicos entienden pero que a los demás no nos dicen
nada, y en que se plantean paradojas absolutamente sor-
prendentes para los demás; es decir, la ciencia se vuelve
algo misterioso; y ésta es, vista desde fuera, su revolución,
aparte de sus consecuencias prácticas también revolu-
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cionarias, como por ejemplo: la energía nuclear. Aparece
también una inmensa revolución en el arte: aparece un
sistema nuevo de pintura, un sistema nuevo de arquitec-
tura, construido absolutamente sin tener en cuenta la tra-
dición. También hay un sentido nuevo de la literatura,
hecha desde lo que es quizá el punto central de todo cam-
bio de mentalidad: la conciencia del lenguaje, la concien-
cia de que la vida mental es lenguaje, siempre tiene que
ser lenguaje y no sirve para nada apelar a un mundo de
conceptos anteriores. Esto cambia por completo La situa-
ción del pensamiento, la situación de la filosofía. Eso pa-
ra el cristianismo representa una profunda perspectiva
porque nosotros precisamente estábamos preparados para
entender esto: porque nosotros creemos que Dios es Pala-
bra, que la Palabra se hizo carne y estuvo entre nosotros
y habló entre nosotros... y toda nuestra fe es el relato de
la historia de la salvación, aceptado tal como la rezamos
en el Credo y como lo vivimos en la repetición de la li-
turgia.
Reacciones frente
a la nueva cultura
Dentro de estos cambios, tan enormes que todavía no
los hemos llegado a asimilar y a aceptar bien, el cristia-
nismo encuentra que la cultura está en un momento en
que sabe lo que es, y en que no tiene una consistencia
propia; un momento quizá, de nihilismo cultural, aparte
que las instituciones y la sociedad estén todas puestas en
cuestión. Es decir, por un lado, la crisis de la cultura se
retine con esta suerte de crisis de la conciencia del cris-
tianismo que ya no quiere seguir siendo simplemente lo
que había venido siendo desde hace más de mil quinien-
tos años. Entonces, ¿qué puede pasar con el cristianismo?
Hay diversas actitudes. Yo voy a elegir tres fundamen-
talmente, actitudes que me parecen plausibles, admira-
bles, pero que quizá no sean lo suficientemente radicales
desde el punto de vista cristiano:
Conservadurismo
cristiano-occidental
Una es la actitud tradicional, la conservadora, el de-
cir: «Bueno, las cosas han venido siendo así, vamos a
continuarlas, aunque ya en fondo sabemos que esto no
tiene completamente sentido; ya sabemos que la civiliza-
ción y la cultura quizá no sean buenos vehículos para el
mensaje de la redención cristiana; pero esto puede ser un
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mal menor; más vale continuar, apurar las consecuencias;
al fin y al cabo los peligros son muy grandes, y si aban-
donamos el sistema, de lo que se llama la civilización
cristiano-occidental, no sabemos que podría pasar; en-
tonces continuemos...».
Reducción
a la justicia
Otra segunda actitud, por la que tal vez yo, personal-
mente, sienta mayor simpatía, pero con la que tampoco
estoy completamente de acuerdo, es la que podríamos
llamar "reducción a la justicia". «El mundo está en una
situación intolerable; ya no podemos consentir tranquila-
mente la sociedad como está establecida en este planeta,
con todo lo que tiene de violencia, de explotación, de robo
sistemático; vemos a los países pobres hundirse cada vez
más en la miseria, mientras los ricos cada vez se aprove-
chan más de ellos...» Esto realmente "clama al cielo",
cuanto más que no podemos menos de recordar ciertos
pasajes evangélicos; por ejemplo, el Juicio Final tal como
aparece descrito en el capítulo XXV de Mateo: «Venid a
mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dis-
teis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve des-
nudo y me vestisteis...» Creo yo que el cristiano, en este
sentido, debe estar con todos los que sienten la inquietud
a favor de la justicia; pero como uno más entre ellos,
simplemente colaborando con ellos, y sin reducir su fe al
ejercicio y la defensa de la justicia.
Reducción
a un nuevo
humanismo
cristiano
Cabe también otra tercera vía: la "tercera fuerza",
diríamos, el ideal de un humanismo cristiano, el afirmar:
«El cristianismo tiene mucho que decir, no tiene necesi-
dad de unirse a otros, ni capitalismo ni comunismo; el
cristianismo puede dar sus propias fórmulas sociales,
puede dar su propia moral», etc., etc. Yo también admiro
y respeto esta tercera posición. Hay altísimas figuras en
la Iglesia que la profesan. Pero creo que tal vez falta ahí
un último alcance de radicalidad cristiana. Hay también
algo de deseo de reducirlo lodo a unidad, de ver el plano
de la fe y el plano de todo lo bueno de este mundo como
una sola cosa, en una sola perspectiva: es decir, es el
intento de superar esa extraña dialéctica a que aludía
antes. Esa incomodidad de que tengamos que vivir al
mismo tiempo en dos planos puede tener un aspecto lige-
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ramente patológico. Se puede decir que el cristiano en
ese sentido es un poco esquizofrénico: por un lado, entre-
gándose sin reservas a todo lo que haya de bueno en este
mundo, en colaboración e incluso a las órdenes de aque-
llos que no son cristianos y trabajan en esa causa; y al
mismo tiempo, reservándose otra perspectiva desde la
cual todo lo bueno que se haga aquí no es absolutamente
nada. Esto es muy difícil, sobre todo si queremos man-
tener un cierto optimismo histórico.
Ironía
del radicalismo
Cristiano
Es decir, creo que hay tres perspectivas, las tres con
mucho de positivo, las tres admirables. Pero yo no lle-
go a identificarme con ninguna de ellas. Me temo que el
cristianismo, si quiere ser radical, tiene que aceptar esta
suerte de vacío, esta suerte, si se quiere, de nihilismo…
no, no es una buena palabra; más bien diría esta suerte
de ironía. Sí, por un lado, a todo lo bueno de este mundo;
pero, por otro lado, pensemos que nuestra patria tampoco
está aquí. Pensemos que nuestro Dios es un Dios miste-
rioso, libre, con esa locura propia del amor. El amor es
siempre algo que se resiste a toda razón, a toda justifica-
ción... Ése es nuestro Dios, ése es el Dios en el que no
cabe que nosotros establezcamos ninguna explicación y
ninguna interpretación de la sociedad y del porvenir histó-
rico, por mucho que militemos en todo lo que nos parezca
justo y razonable.
Tiempo de Cuaresma.
¿Qué menos que tratar de ordenar mejor el propio tiem-
po, y lograr un espacio para poder acudir y participar,
diariamente a ser posible, en la Eucaristía? Atender a la
Palabra de Dios, y revisar nuestras actitudes frente a la
vida, desde la fe, como una respuesta agradecida al llama-
miento del Señor. Y hacerlo con el tiempo debido, sin
recortar la atención que se merece la preferencia de la
gracia y de la propia santificación.
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Espíritu,
Palabra
y sacramentos
SOLAMENTE podemos convencer-
nos, racionalmente, de que la fe
no se opone a la razón; pero no
podemos, desde la razón, llegar por me-
dio de mecanismos lógicos, a la fe. La fe
primera siempre es una gracia, un don
de Dios. El hombre solamente puede re-
mover obstáculos a esa acción de Dios.
Dios no obliga al hombre; lo ha creado li-
bre e, incluso para hacerlo santo, respeta
la libertad de la criatura. Esa libertad llega
a ser solicitada por Dios, pero no vio-
lentada ni substituida. Aunque Dios inter-
viene gratuitamente en el bien y en la
elevación sobrenatural del ser humano,
quiere que todo paso hacia la purifica-
ción y cada momento de su proceso, se
lleve a cabo concurriendo la voluntad
humana. Es como un sobreañadido de
generosidad a la misma gratuidad divina,
para que, el bien que nos hace, sea a la
vez de Dios y del hombre. Es difícil re-
ducir a leyes la exquisitez de la acción
de Dios en cada hombre: es espiritual, es
inefable, es profunda y misteriosa; pero
es verdadera y real como la historia mis-
ma de cada libertad.
Se equivocaría quien pensara que,
frente a Dios, le basta al hombre alcan-
zar esos mínimos de decoro espiritual
que solemos definir como "ausencia de
pecado grave" o "conversión a las creen-
cias cristianas". No se es cristiano porque,
superado un obstáculo moral, y hecha
una confesión, se entre descansar en
la posesión de lo que también llamamos
demasiado fácilmente "estado de gracia",
como gozando de una renta de bendicio-
nes en la que a veces no se sabe bien si
el hombre ha dejado los pecados o si los
pecados han dejado al hombre. Sería muis
adecuado decir de quien quiere ser un
buen cristiano, no que vive en "estado de
gracia", sino que vive en "estado de con-
versión". El tiempo que nos va durando
la vida y todo lo que encontramos en la
sucesión de nuestro camino por el mundo
está ordenado al proceso de esa acción
transformadora que no cesa, en nosotros,
del Dios gratuito y de nuestra libertad
abierta a su influjo. Es el Espíritu de Dios
en nosotros, que no debemos extinguir,
porque su como un rescoldo interior que
nos va purificando, iluminando, transfor-
mando.
Es correcto valernos de la metáfora
del fuego para referirnos al Espíritu. Y
la completamos si, aventando cenizas que
lo envejecerían, alimentamos su calor y
su resplandor con la Palabra de Dios,
para que se haga llama de pensamientos
y claridad de verdades divinas en nos-
otros. Es entonces cuando los 9ucrlmen-
tog ―que son inicio o hitos de santifica-
ción, "encuentros con Cristo", como dice
Schillebeeckx―, no nos resbalan, superan
el estricto ritualismo repetitivo y nos ha-
cen profundizar en el misterio cristiano,
especialmente en la celebración y parti-
cipación eucarística.
19 (59)
La organización social sólo existe
para el servicio del hombre
Ni siquiera en situaciones excepcionales que pueden surgir a
veces, puede justificarse nunca violación alguna de la dignidad
de la persona humana o de los derechos básicos que garantizan
su dignidad. La legítima preocupación por la seguridad del
país, según las exigencias del bien común, podría llevar a la
tentación de subordinar al Estado la dignidad y los derechos
del ser humano. Cualquier aparente conflicto entre las exigen-
cias de la seguridad y las de los derechos básicos de los ciuda-
danos debe resolverse según el principio fundamental, siempre
defendido por la Iglesia, de que la organización social sólo
existe para el servicio del hombre y la protección de su dig-
nidad, sin que se pueda pretender que sirve al bien común
cuando no están garantizados los derechos humanos.
JUAN PABLO II,
en Manila, 17. 2. 1981
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 22.2. 81
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