Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 185. ABRIL. Año 1981
SUMARIO
PASCUA contiene el significado completo del cristia-
nismo: desde su preparación, arrancando de los pa-
triarcas, hasta su consumación en Cristo. Pascua es
una semilla en la fe, es un dolor de crecimiento y
hasta de muerte temporal en la esperanza; pero es, sobre
todo, la culminación espiritual y transformadora, desde
el cuerpo y desde el tiempo, para más allá de las reali-
dades presentes, para pasar a la forma de Cristo, vivo y
glorioso.
MÁS DE UN MILLÓN
ANTICIPOS
EL ORATORIO
VIVIR EN COMUNIDAD
LA VIDA DE LOS PRIMEROS EREMITAS
1 (61)
MÁS DE UN MILLÓN
EN la Iglesia hay más de un
millón de personas ―mujeres
y hombres— que han consa-
grado su vida totalmente a Dios,
bien porque han abrazado el sacer-
docio, con o sin la profesión de la
vida evangélica (y son algo menos
de la tercera parte), bien porque to-
da su actividad y existencia esté de-
dicada a la entrega y servicio del
Evangelio: en este campo las muje-
res son, en conjunto, la mayoría,
pues suponen más del doble de los
hombres incluidos todos los que,
en la Iglesia, son sacerdotes.
Concretamente en España, y sin
contar a los diocesanos, hay cerca de
17.000 sacerdotes que pertenecen a
institutos de perfección evangélica,
y otros 14.000 hombres, pertenecien-
tes también a estos institutos, plena-
mente consagrados a Dios, pero sin
ser sacerdotes. En algunos lugares,
el número de sacerdotes religiosos
o pertenecientes a institutos de per-
fección, supera al de sacerdotes dio-
cesanos. Así en Barcelona hay 1.098
contra 964 diocesanos.
En la provincia de Albacete hay
9 conventos de hombres y 42 de
mujeres.
También en España, hay algo más
del doble de mujeres que de hom-
bres, pues ellas alcanzan la cifra de
65.000, de las cuales, un 20 por cien-
to están fuera de España dedicadas
a obras misionales. Pero, en el por-
centaje misional las superan los
hombres, pues de los 31.000 que su-
man en total redondo, un 32 por
ciento son misioneros.
Una descripción de los aspectos
activos de todas estas personas, no
puede condensarse en pocas pala-
bras, pues son muchas y variadas
las obras de apostolado, asistencia,
promoción humana, enseñanza a
todos los niveles (en colaboración o
en centros propios), en publicacio-
nes y editoriales, en medios de co-
municación social, en tareas especí-
ficas culturales, que no abarcan sólo
temas religiosos, sino aquellas que
pueden denominarse ciencias de la
Naturaleza y del Hombre, aunque
desde una óptica cristiana, y de las
cuales, el 90 por ciento son de insti-
tutos religiosos; también pertenecen
a ellos el 52,4 por ciento de los títu-
los de revistas de la Iglesia, además
de colaborar en las restantes.
En todo el mundo hay, además,
2.700 monasterios de contemplati-
vos. Pues bien, cerca del 37 por
ciento de ellos están establecidos en
España, con 24 de monjes y 929 de
monjas, que corresponden, en cifras
humanas, respectivamente, a 800 y
16.500.
Este casi millón y medio de hom-
bres y mujeres de todo el mundo,
que han elegido para sí a Dios, par-
ticipan de las inquietudes, de las
búsquedas y de las esperanzas de
esta época que nos ha tocado vivir
a todos, y permanecen activos y pa-
cíficos en la tensión del ideal por al-
canzar y asumir el Evangelio: pues
no sólo se han dado a Dios, sino
que, por Dios, se han dado también
al mundo.
2 (82)
Anticipos
EL CRISTIANISMO no es una religión para la muerte ―o para el más
allá―, sino para la vida, para "desde ahora mismo". Éste es un rasgo
que lo distingue de otras búsquedas que trascienden el tiempo o el
propio ser, y que han preocupado al hombre. Así lo entendieron los
primeros cristianos, para quienes el bautismo era y representaba la
incorporación a Cristo, sin aplazar referencias para el "más allá", sino to-
mándolo como una anticipación, aun antes de la muerte, que les insertaba
en la vida de Cristo ―superación y victoria en vida de la misma muerte―, de
modo germinal, por la gracia, que actuaba como semilla escondida en el
alma. La intima unción de la gracia iniciaba el desarrollo de una vida y
crecimiento en Cristo resucitado que, si bien comenzaba "desde ahora mis-
mo", no podía ceñirse a la estrechez del tiempo y quedaba, por esto mismo,
en virtud del carácter cristiano, inscrito en el marco escatológico del en-
cuentro definitivo con Cristo.
La realidad del martirio, presente en el despertar de la Iglesia, acen-
tuaba esta significación de victoria sobre la muerte porque se poseía, en
anticipo, la pascua de la gracia. En Cristo, el triunfo pascual era una con-
secuencia de la muerte; pero en la Iglesia la gracia pascual, como triunfo,
era anterior a la muerte temporal, derrotada.
Más tarde, cuando el martirio desaparece, o se hace menos frecuente,
y cuando cunde el peligro de olvidarse del misterio de la vida de Cristo en
el alma del bautizado, porque el cristianismo se culturiza y aparecen ten-
dencias de reduccionismo moral o de asegurar su establecimiento en ga-
rantías de prevalencia institucional jurídica, algunos cristianos buscan
modos más libres ―y más totales―, a costa de desprendimientos de incluso
lo que el mundo llamado cristiano acepta, para recuperar el sentido plena-
mente pascual de su bautismo cristiano, e inician formas de vida que les
aleja de aquella culturización, como si temieran ver sofocado por ella, ese
regreso o esfuerzo de conversión que se llamará vida evangélica o vida
apostólica, o incluso vida religiosa..., pero que sólo pretende mantener la
íntima tensión, "desde ahora mismo", para guardar como un anticipo, el
3 (63)
marco escatológico, pascual, del misterio cristiano abrazado por la entera
consagración de la vida propia.
En realidad no se trata de nada demasiado especial, desde el punto de
vista cristiano, sino simplemente de un intento de asunción del propio bau-
tismo, como una anticipación, por caminos de fidelidad y de gracia (a pesar
del inevitable reconocimiento de las propias limitaciones), de la vida con
Cristo. Como la de los primeros que le conocieron, que fueron llamados por
él, y que le siguieron, "desde entonces mismo", sin detenerse a esperar más
"lo que ha de venir", porque creyeron en él. Y la fe es anticipo, como la
esperanza, de los dones supremos y definitivos de Dios.
Conferencias
cuaresmales
SEÑORAS:
Días 7, 8, 10 de abril,
a las 5,30 de la tarde.
PARA TODOS:
Días 13, 14 y 15 de abril,
a las 8,30 de la tarde.
4 (64)
El Oratorio,
un estado de perfección
con mínima estructura jurídica
LOS CRISTIANOS que, en el
decurso de la historia de la
Iglesia, han querido asumir
una consagración especial de sus
vidas, por la práctica de los conse-
jos evangélicos, como una especial
forma de fidelidad al bautismo en
un esfuerzo de anticipación exis-
tencial del misterio cristiano de la
pascua, no siempre han recibido el
nombre con el cual, genéricamente,
ahora se les suele designar. Ahora
se les llama "religiosos" y el dere-
cho de la Iglesia los distingue por-
que se diferencian de los simples
laicos en que llevan vida común y
emiten los tres votos de obedien-
cia, castidad y pobreza, según reza
el Código de Derecho Canónico
(can. 487).
Pero no siempre fue así. En reali-
dad, la generalización preceptiva
de los tres votos (para los regulares
o "religiosos"), es inmediatamente
posterior al concilio de Trento
(1545-1563), y se debe al papa Pío
V, con la constitución "Lubricum
vitae" (1568). A esto se llegó, en
tiempos de reforma, tras un proceso
secular que, en sus orígenes, estaba
desprovisto de la minuciosa regla-
mentación que ahora conocemos.
Cuando en la Edad Media, en los
monasterios, se comenzaba a hablar
del voto de estabilidad, sólo implí-
citamente se hacía referencia a los
consejos evangélicos que ahora téc-
nicamente el derecho refiere a los
"religiosos"; en los cuales, por lo
demás, ni se agota el Evangelio, ni
su práctica puede considerarse mo-
nopolizada por la sola emisión de
los votos respectivos. En orden al
estado de perfección evangélica,
los votos tienen el valor de medio;
son un medio, ciertamente exce-
lente, pero no único ni exclusivo,
como reconocieron santo Tomás,
Suárez y, en general, todos los teó-
logos.
Pues bien, cuando el rigor de
Pío V implanta la generalización
de los votos a los estados de per-
fección evangélica, surge, al poco,
5 (65)
la Congregación del Oratorio de
san Felipe Neri... sin votos. Tal
vez la excepción de san Felipe no
lo es tanto, si se tienen en cuenta
las primeras formas de vida con-
sagrada o "apostólica", y hasta de
la que se llevaba en los principios
de la vida eremítica y monástica.
Pero no por ello es menos significa-
tiva. Durante el pontificado de san
Pío V el incipiente Oratorio había
pasado por momentos críticos a
causa de la desconfianza con que
era observada la actuación de san
Felipe, entre otras cosas, por la
que se estimaba, por las autorida-
des eclesiásticas, excesiva interven-
ción de los laicos en los ejercicios
y predicación en el Oratorio. El
equipo de san Felipe, formado casi
espontáneamente en torno a su per-
sonalidad y carisma en verdad ex-
traordinarios, a pesar del interés
del santo en no hacerse notar de-
masiado, llegó a ocupar la aten-
ción y los comentarios de Roma
entera; por otra parte, san Felipe
no demostraba excesivo interés en
legalizar su obra, que estimaba
más bien familiar que institucio-
nal. Pero cuando sucedió a Pío V
el papa Gregorio XIII, éste se fijó
enseguida en san Felipe y procedió
a su reconocimiento canónico eri-
giéndola en Congregación (1575).
El papa Gregorio XIII tiene una
especial significación, no solamente
porque introduce una mitigación
general a los primeros rigores que
Trento había despertado, sino por-
que era un insigne jurista, de los
que «no sacrifican el hombre al
sábado, sino que ponen el sábado
―es decir, la ley― al servicio del
hombre». Gregorio XIII no sola-
mente había nacido en Bolonia,
sino que había sido famoso maestro
de leyes en aquella universidad de
prestigio universal, precisamente
por el cultivo del Derecho. Y este
dato no debe pasar por alto, con el
fin de evitar cualquier superficial
valoración al descubrir que el Ora-
torio supone la primera gran ex-
cepción a la norma general que
poco ha estableciera el papa ante-
rior, Pío V, muy preocupado por
el sentido de la disciplina unifor-
madora, por el espíritu de cruzada
(Lepanto) frente a la hostigación
turca, heredero además del proble-
ma de Lutero. Gregorio XIII no en-
contró una Iglesia muy diferente,
pero afrontó sus problemas con
otro talante, favoreciendo los estu-
dios, no sólo teológicos, sino escri-
turísticos y de Derecho; su forma-
ción universitaria e intuición de
buen jurista supo descubrir inte-
ligentemente aquella singularidad
carismática propia de san Felipe y
quiso ampararla, aprobándola co-
mo una Congregación en la que se
llevaba vida según el Evangelio,
pero sin la profesión de votos de
ningún género.
Esta ausencia de votos ha sido
una de las notas características de
6 (66)
la fundación de san Felipe, y tam-
bién la piedra de tropiezo para
cuantos se han precipitado a juz-
garla, pero siendo desconocedores
de la historia de los estados de
perfección evangélica, por lo cual
se olvidan del carácter instrumen-
tal de las etapas que los componen,
reduciéndolos todos al común de-
nominador de la triple emisión de
votos.
No nos vamos a entretener en la
alabanza de la genialidad de san
Felipe y su sentido simplificador
al señalar medios para la conver-
sión a Cristo y la santidad. Pero de
poco le hubiera servido su buen
instinto cristiano, si aquel papa
que le observaba de cerca, pero
que era además un hombre muy
entendido en las leyes de la Iglesia,
no se hubiese adelantado demos-
trando más interés que el mismo
san Felipe tuviera para la legaliza-
ción canónica del Oratorio.
En pocas líneas no podemos re-
sumir todo lo que fueron, a través
de los tiempos, los movimientos de
vuelta al Evangelio, surgidos para
asegurar que su fermento prevale-
ciera al peligro de la mundaniza-
ción y así mantuviera la virtuali-
dad transformadora de la sal, la
luz, la levadura... en medio de los
hombres. La reacción simplificado-
ra de san Felipe y el reconocimien-
to que recibe casi sin pedirlo, de la
Iglesia, era en verdad evangélica-
mente oportuna inmediatamente
Hombres y mujeres
consagrados a Dios
en Europa.
Las cifras no lo son todo en la vida de
la Iglesia, pero tienen un valor humano
indicativo, que si bien no es medible
en gracia y santidad, puede servir, en
este caso, de dato esperanzador, como
manifestación de esa cantidad no in-
diferente, de hombres y mujeres que
mantienen dedicada a Dios toda su
vida.
Damos las cifras redondas respectivas
de hombres y mujeres enrolados en
obras de vida evangélica:
―ALEMANIA ... 10.000 y 70.000
— AUSTRIA .... 3.150 y 12.000
— BÉLGICA ... 7.750 y 35.000
―ESPANA .....31.000 y 65.000
―FRANCIA..... 20.800 y 100.000
―GRECIA ....... 300
―HOLANDA . . . . 11.000 y 22.750
―INGLATERRA .. 6.000 y 16.000
IRLANDA..... 8.000 y 18.000
―ITALIA ...... 20.600 y 138.000
— MALTA ....... 475 y 1.900
―POLONIA. . . . . 8.000 y 25.000
— PORTUGAL ... 2.600 y 8.700
―SUIZA ....... 3.350 y 6.000
―YUGOSLAVIA. 2.800 y 8.000
7 (67)
después de los rigores de la refor-
ma católica.
Hay que tener en cuenta, de to-
dos modos, que san Felipe siempre
tuvo en mucha estima el estado de
quienes profesan los votos religio-
sos. Sin embargo, no quiso, para
los suyos, voto alguno, aunque sí
la misma práctica de los consejos
evangélicos, con el deseo sincero de
mantenerla hasta la muerte, pero no
por el peso de ley alguna, sino por
sólo la caridad, que está por enci-
ma de toda ley, o que las resume to-
das, libre y espontáneamente.
Podemos decir que el Oratorio
representa dentro de la Iglesia, un
fenómeno algo singular. Es un es-
tado de perfección evangélica, de
derecho pontificio, que, desde los
mismos tiempos de san Felipe, co-
menzó a extenderse por el mundo,
si bien careciendo de una estruc-
tura centralizada, ya que las dis-
tintas casas ―parecidas a los mo-
nasterios benedictinos― son, entre
sí, autónomas o "sui-iuris" (can. 488,
8.°), aunque integradas en una con-
federación que asegura sus relacio-
nes fraternales. Los miembros que
las componen, después de un peri-
odo de formación, son admitidos
VIERNES
SANTO
de
mañana
VIA
CRUCIS
8 (68)
sin la profesión de votos, pero lle-
vando la vida común a tenor de
las propias constituciones.
Hay aspectos que requerirían
explicaciones pormenorizadas y re-
ferencias históricas a los orígenes
de las formas más simples de con-
sagración a Dios en las primeras
comunidades cristianas. El concep-
to moderno y político de los regí-
menes cada vez más centralizados
y preocupados por la eficacia y las
valoraciones cuantitativas, no fa-
vorece la comprensión de las ideas
y del estilo que caracterizaron el
ideal de san Felipe, para el Orato-
rio. Sin duda que las estructuras
apostólicas concebidas bajo la filo-
sofía de la eficacia, tienen un senti-
do en el apostolado de la Iglesia,
con tal que no imiten los estilos de
los poderes mundanos. Pero tam-
bién son necesarias esas obras más
modestas, más apegadas al lugar
donde se establecen, con tal que
superen los peligros de la atrofia
apostólica y mantengan, de la ne-
cesaria sencillez que debe carac-
terizarles, el testimonio de sinceri-
dad evangélica y de lugar de vida
y de cultura cristiana accesible a
todos. Un Oratorio, aunque mantie-
ne su relación fraternal con todos
los hogares que forman la gran
familia de los hijos de san Felipe,
distribuidos en diversos lugares de
la Iglesia, es siempre, desde la raíz,
una institución ciudadana y una
casa de oración para todos.
MAZZINI
Y EL ORATORIO.
«Recuerdo muchas veces la Con-
gregación de san Felipe... ¡Quién sa-
be cuántos de los padres que yo reía
pasear por el patio de su convento,
en mis tiempos, habrán muerto! Me
acuerdo del órgano que añoro des-
de aquí, en Londres, donde sería
imposible oír otro igual. Hay dos
o tres iglesias, en Génova, de las
que me acuerdo en sus mínimos
detalles y entre ellas está precisa-
mente la de san Felipe. Me acuerdo
de la disposición de sus cuadros, de
la fisonomía de cada cosa. Aquellos
cuadros me son más simpáticos que
los demás por el carácter de su Ins-
tituto y por la amabilidad y la au-
sencia de ambiciones y de intrigas
que han sabido conservar».
Esto escribía Giuseppe Mazzini,
desde el exilio. Su testimonio no
es nada sospechoso, si conocemos
sus ideas revolucionarias. Es po-
sible que la comunidad oratoria-
na que él recordara hubiera sido
realmente fiel al espíritu original
de san Felipe y sus primeros dis-
cípulos, que jamás tomaron el sa-
cerdocio como un medio de as-
censo social o de promoción a
cargos y honores en la Iglesia.
Por otra parte, puede servir tam-
bién de argumento para sospechar
que, los excesivamente críticos,
desconocer lo que toman como
objeto de censura. Mazzini cono-
cía y trataba a los padres del
Oratorio; su casa colindaba con
la suya, y frecuentaba la iglesia.
9 (69)
VIVIR EN COMUNIDAD
Newman encontró en la forma de vida del Oratorio,
el modo de responder a su vocación sacerdotal en la
Iglesia católica. Si conversión y, enseguida, su
preparación al sacerdocio va paralela con el estudio
y preparación para abrazar la vida oratoriana. En
Roma, libros y maestros no le faltaron y, sobre todo,
largos espacios para dedicar a la oración. Después
tendría que transmitir a otros, entre sus primeros
discípulos, qué entendía por 'vocación oratoriana".
Las palabras que siguen son el fragmento de una
carta mandada a estos primeros discípulos, mientras
iba y venía de Irlanda (ocupado en la Universidad de
Dublín) a Birmingham, donde acababa de fundar el
Oratorio.
SAN FELIPE es un sacerdote secular, pero un sacerdote secular que
además "vive en comunidad". Pero conviene poner atención en
lo que implica la palabra "comunidad". Vivir en comunidad no
es estar simplemente en la misma casa, porque entonces los clien-
tes de un hotel formarían una comunidad. Tampoco el hecho de
coincidir a la mesa para comer juntos, porque entonces lo sería la casa
donde se está a pensión. Tampoco sería vida de comunidad la de un gru-
po de sacerdotes por el solo hecho de habitar en una misma casa parro-
quial donde cada uno tiene su habitación, aunque vivan juntos y coman
juntos.
Vivir en comunidad es formar un solo cuerpo, de modo que se admi-
ta el actuar y considerarse como una sola persona. Un Oratorio es una
individualidad; tiene un solo querer y una sola acción, y en este sentido
es una comunidad. Pero es obvio que una tal unión de voluntades y de
ánimos y opiniones y conductas es inalcanzable sin hacer importantes con-
cesiones que atañen al juicio privado de cada uno respecto de los demás.
Ahora bien, esa conformidad de voluntades y de acción, fundada
por lo demás sobre los afectos humanos, restringida al lugar y a la per-
sona, e incluso elevada dentro de sus límites a la plena dignidad de
la obediencia religiosa penetrada de abnegación, que constituye la B
esencia de uno de los tres votos de los religiosos, mientras crea el víncu-
lo de los miembros del Oratorio atándolos unos a otros, v transforma en
comunidad una casa en la que se habita, es también el índice especial
de su vocación y el instrumento especial de su perfección. Y he aquí por te
qué lo afirmo:
10 (70)
No todos los hombres tienen la capacidad de vivir en comunidad. No
cualquier alma santa, ni todo sacerdote secular sabe vivir en comunidad,
Incluso es posible que sean muy pocos los que realmente en vivir en
comunidad. No sabemos hacerlo los seculares y no saben hacerlo los religio-
sos. Tal vez digáis que, por lo menos los religiosos sí saben. No, os digo,
y ved por qué: ordinariamente los religioso: forman parte de un cuerpo
extensísimo, no le una casa o familia particular. Ellos no tienen un ho-
gar doméstico. Hoy están aquí, mañana allí... a veces incluso constituye
una característica y el que en rutan demasiado tiempo en un mismo
lugar. Otros por al menos un largo período de tiempo van a las misiones.
y luego vuelven, de modo que la casis más bien un refugio que un ho-
gar. Están, por supuesto, bajo dependencia de superiores y de reglas, pero
no son súbditos que no cambian de comunidad.
La conformidad con la congregación, y una sumisión amorosa las
manifestaciones de su voluntad y a su espíritu, lo es todo para un miem-
bro del Oratorio, y esto reemplaza el lugar que pudieran ocupar todos los
consejos. Por lo demás, él puede personal y privadamente vivir bajo los
Consejos que no estén en pugna con la propia regla (la pobreza, el ayu-
no...), pero, como oratoriano, esas observancias no le distinguen. Con ra-
zón decía el p. Consolino que «quien desee vivir a su aire, no sirve para del
miembro de la Congregación». Los primeros discípulos de san Felipe se
daban cuenta de que el permanecer firme en una buena resolución sin 15
voto alguno, constituía un mérito del todo particular, y que era un instru-
mento eficaz para elevar el grado general de la obediencia y para llevar a in:
la perfección, que es la plenitud de la caridad y de la felicidad del cielo.
11 (71)
Documento:
La vida de los primeros eremitas
como protesta
contra una Iglesia instalada en el mundo
EN el "Corpus iuris civilis" de Justiniano, no mucho después de que se
hubiese iniciado la experiencia, hay unas palabras de elogio sobre la
vida de los monjes del desierto, cuando dice (Nov. 133): «La vida tan
peculiar de los monjes es algo sagrado que aproxima las almas a Dios y que
es grandemente benéfica, no sólo para quien la abraza, sino también para to-
dos los demás, gracias a la pureza y a las súplicas que eleva a Dios por todos».
Pero es indudable que, aquella forma
de vida, por más que se busque su prece-
dente en modalidades pretéritas y pre-
cristianas (como por ejemplo los esenios),
representó una verdadera novedad fren-
te a la sociedad que ya ge comenzaba a
llamar "cristiana" y que acababa de salir
de las persecuciones. En los primeros mo-
mentos del cristianismo, los fieles más
fervorosos no habían llegado a sentir la
necesidad de alejarse del contexto social
común que les congregaba en la vida y
perseverancia cotidiana en la misma fe
en Cristo. Pero apenas se inicia una ge-
neralización sociológica que favorezca la
ambigüedad de su profesión, aparece ese
gesto de distanciamiento, que les hace
huir hacia marcos de genuinidad que les
permita la identificación evangélica, e in-
tentar evitar, de este modo, el ser absor-
bidos por las corrientes mundanas que se
introducen en los hábitos sociales y que
crean estilos capaces de desvirtuar el
espíritu y el testimonio cristiano. No se
puede decir que se trata de un movi-
miento contestatario que levante polémi-
cas parecidas a las que suscitan las pri-
meras discusiones teológicas. Es, si acaso,
una protesta pacífica, un camino de re-
nuncia y de humildad, que se apoya en
la libertad para la que Cristo nos ha li-
berador, si nos abrimos a su palabra y la
queremos hacer vida. Tampoco se trata
de desprestigiar, abandonándola, la pere-
grinación temporal de la Iglesia jerárqui-
ca, y prueba de ello lo serán los auxilios
que, en los momentos más críticos, preci-
samente log monjes le prestarán; pero el
que abrigan el deseo de estrenar la pure-
za de los medios con que quieren vivir el
Evangelio, lejos de las ambigüedades de
las técnicas y políticas organizativas o las
preocupaciones por la eficacia, que la
salpican con el mismo barro que mancha
a los poderes del mundo.
Esta reacción carismática ―esta gracia
especial, o remedio o fuerza de Dios para
su Iglesia― no solamente se produce en
este primer momento de la vida evangé-
lica en el desierto, sino que se repetirá,
con las variaciones que las circunstancias
históricas reclamen, en otros momentos
de la vida de la Iglesia, y no sólo en be-
neficio de esa Iglesia cuando tiende a je-
rarquizarse como un poder de ese mun-
do y que, por ello, necesita «otro regreso
12 (72)
al Evangelio» (que diría Pablo VI), sino
para revisar este mismas formas de "hui-
da" toda vez que, al institucionalizarse
(por necesidad y bien de su propio fun-
cionamiento), reciben también ellas su
ración de salpicaduras que tendrán nece-
sidad de sacudir atendiendo a los nuevos
carismas con los que Dios, providente,
no deja de estar presente entre sus hijos,
para que no desfallezcan en el camino de
la santidad. No costaría demostrarlo, ade-
más de la referencia al monaquismo, si-
guiendo con el surgir de las órdenes men-
dicantes, con las reformas del s. XVI y las
obras y congregaciones surgidas enton-
ces, con las más recientes de nuestros
tiempos... En conjunto todo ello nos ha
de llevar a la estima de la vida de consa-
gración a Dios.
Reproducimos unos párrafos de un tra-
bajo del profesor de Historia de la Vida
Religiosa, el P. Jesús Álvarez, ilustrativo
de la motivación carismática del primer
monaquismo.
Al concluirse la era de las persecuciones cruentas, con
el advenimiento de la paz constantiniana, lo lógico hubie-
ra parecido que los cristianos irás comprometidos con el
Evangelio se hubieran insertado en medio de la sociedad
para hacer realidad aquello de que los cristianos son el
alma del mundo, el fermento que hace crecer en cristiano
a toda la masa. Pero sucedió enteramente al revés. Los
cristianos especialmente fervorosos huyen de las ciudades,
abandonan las comunidades eclesiales tradicionales, y se
establecen al margen de las ciudades, en medio de la sole-
dad de los desiertos. ¿Por qué? ¿Dónde está la utilidad de
este carisma eclesial?
Estos cristianos que huyen al desierto no constituyen
una contradicción viviente con aquello que el autor de la
Carta a Diogneto decía constituir el ideal de la vida cris-
tiana?: «Los cristianos dan el ejemplo de una vida social admirable, o
mejor, como dicen todos: paradójica. Viven en la carne, pero no
según la carne: habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo;
obedecen a las leyes vigente, pero con su vida superan las layes».
Los monjes del desierto ¿no vivirán en contra del pre-
cepto del Señor que expresamente ordenó a sus discípulos
no colocar la luz debajo del celemín, sino delante de los
hombres, para que éstos, viendo nuestras buenas obras,
glorifiquen al Padre que está en los cielos? (Mt 5, 16).
Vaticano II
Pues bien, si, como dice el Vaticano II, admitimos que
la Vida Religiosa es un carisma concedido por Dios a su
Iglesia (LG 43), habrá que aplicarle su definición, la defi-
nición paulina (1.ª Cor 12, 7), al monacato del desierto del
siglo IV que es la primera manifestación de Vida Religio-
sa que conocemos. Y, por tanto, en virtud de la definición
13 (73)
paulina de carisma, habrá que concluir que la Vida Mo-
nástica del Desierto fue un don del Espíritu concedido a
su Iglesia, a aquella concreta Iglesia del siglo IV, que em-
pezaba a caminar con un nuevo estilo de existencia, en el
que, sin duda, se estaba haciendo urgente una manifesta-
ción de vida cristiana como el de aquellos monjes del de-
sierto. Lo cual quiere decir que ese don, ese carisma que
es el concreto estilo de vida de los monjes del desierto, ha-
brá de responder a una urgencia, a un reto, que aquella
Iglesia tenía planteado.
EL NUEVO ESTILO DE VIDA DE LA IGLESIA
CON LA PAZ CONSTANTINIANA
Por el Edicto de Milán del año 313, la Iglesia dejó de
ser una religión ilícita para convertirse, por lo menos en
cierta medida, en una religión privilegiada. Resulta fá-
cilmente comprensible que al proclamarse la libertad reli-
giosa, se produjese en los cristianos, vejados y oprimidos
durante tanto tiempo, una euforia y un entusiasmo que
no acertaba a demostrar su agradecimiento hacia quien
consideraban el nuevo Moisés del Pueblo de Dios, Cons-
tantino. Es precisamente en este contexto de euforia y en-
tusiasmo, desde donde hay que explicar la nueva situación
que se inaugura para la Iglesia y que se conoce con el
apelativo de era constantiniana. La cual se podría definir
como un dinamismo colectivo al servicio de las esperan-
zas terrestres del Reino de Dios: un deseo de dominarlo
todo con una influencia sobre la marcha de la sociedad,
donde todo tenga un apellido cristiano.
Por supuesto, a esa situación no se llegó en tiempo del
primer Emperador cristiano, Constantino; pero él puso el
primer eslabón de una inmensa cadena que, con el correr
del tiempo, servirá para aprisionar al mismo Cristianismo.
La mutación que para la Iglesia supuso la conversión del
mismo Emperador fue de enorme trascendencia y se tra-
dujo en una serie de consecuencias que iban a afectar de
un modo directo al normal comportamiento de los cristia-
nos. Señalamos solamente algunas:
Conversiones
en masa
―Empiezan las conversiones en masa. Los paganos,
interpelados anteriormente, sin duda, por la presencia de
los cristianos, pero atemorizados al mismo tiempo por las
leyes que les perseguían, no se atrevían durante los tres
14 (74)
primeros siglos a pedir su ingreso en las filas cristianas.
Ahora, se sienten libres e incluso estimulados por el mis-
mo Emperador. Ahora, ser cristianos puede suponer una
facilidad para escalar puestos en la pirámide de la socie-
dad.
Descuido del
catecumenado
―Entran en la Iglesia, como consecuencia de lo an-
terior, gentes que no estaban preparadas ni espiritual ni
psicológicamente para el Bautismo. Al no existir ya el
peligro de la apostasía, por temor a las persecuciones, la
misma Iglesia descuida la preparación de los catecúme-
nos, de modo que, a partir del siglo IV, se va a dar lugar
a un tremendo contraste con la situación anterior: Duran-
te la época de las persecuciones, solamente se bautizaba a
los convertidos, de ahora en adelante, los Pastores tendrán
que preocuparse por convertir a los bautizados.
Fe y filosofía
―Si la Iglesia de los primeros siglos se había caracte-
rizado por la humildad del estamento social en el que
reclutaba sus adeptos, después de la paz constantiniana,
piden el ingreso en la Iglesia no sólo los miembros de las
familias senatoriales, sino también los intelectuales que
tan reacios se habían mostrado siempre hacia el cristia-
nismo. Y éstos van a ser ocasión de nuevos problemas. Con
la mejor intención, sin duda, querrán interpretar las ver-
dades de la fe desde sus concretas categorías filosóficas,
amenazando así con convertir al cristianismo en una es-
cuela filosófica más. No fue por un acaso el que desde co-
mienzos del siglo IV se inició una cadena ininterrumpida
de herejías que se prolongará hasta el siglo VII.
El espíritu
del mundo
— Consecuencia de todo lo que precede fue la creciente
penetración del espíritu mundano en la Iglesia, no sólo a
nivel de simples fieles, sino también en el mismo estamento
jerárquico. A finales del siglo IV, san Jerónimo hablaba ya
de obispos y de clérigos que más se parecían a galanes de
teatro que a pastores de almas:
«Cuya in preocupación era la de ir elegantemente vestidos,
perfumados, rizado, calzados con cuero muy flexible, y que más
parecían lechuguinos que clérigos».
HUYENDO DE UN CONTEXTO
DE MEDIOCRIDAD ECLESIAL
El contraste que ofrece la Iglesia del siglo IV en com-
paración con la Iglesia de los tres primeros siglos, sin que
tampoco de esta Iglesia se pueda eliminar toda dimensión
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de pecado porque, realmente lo hubo, era demasiado evi-
dente. A una sociedad que rechazaba, por principio, a los
cristianos, le la sucedido otra que, también por principio,
los acoge y los mima. A un mundo que ponía a los cristia-
nos en la alternativa de tener que elegir entre la fidelidad
a Cristo o la muerte, le ha sucedido otro que halaga, que
favorece las apetencias de mando y de dominio.
El riesgo
de la mediocridad
En este contexto de mediocridad que se inaugura en la
Iglesia con la paz constantiniana es donde hay que situar
el nacimiento de la vida monástica, y desde el intentar
explicar la utilidad carismática que el Espíritu ha querido
aportar a su Iglesia al suscitar ahora, y no antes, esta mo-
dalidad de vida cristiana. El monacato aparece como una
reacción, como una protesta contra esa degradación del
ideal cristiano primitivo. Por eso, Dom German Morín ha
podido decir algo que, a primera vista, podría parecer un
contrasentido: No es precisamente la vida monástica la
que constituye una novedad en la Iglesia de comienzos del
siglo IV, sino más bien la vida acomodada a las exigencias
de este mundo, en el momento misino en que cesan las per-
secuciones. Los monjes no hacen más que guardar en me-
dio de las nuevas circunstancias el ideal intacto de la vida
cristiana del comienzo de la Iglesia.
Los cristianos de verdad, en medio de un mundo que ya
no los trata como a enemigos, se sienten en la obligación
de comportarse como enemigos del mundo. Se han dado
cuenta de que si no se comportan así, se convertirían muy
pronto en esclavos de ese mundo excesivamente acogedor.
Por eso, huyen. Se marchan a la soledad del desierto.
Se podría decir que la Iglesia, en el momento en que
experimenta por primera vez en su historia una profunda
crisis de identidad, al verse enfrentada a una época his-
tórica diferente, vuelve instintivamente los ojos a los orí-
genes, a fin de buscar allí las analogías que le permitan
adoptar una línea de conducta más adecuada frente a la
nueva situación socio-cultural.
La situación de hoy
Todo paralelismo puede resultar engañoso, pero si te-
nemos en cuenta la necesidad que tiene la Iglesia de en-
carnarse realmente en cada nueva situación histórica, no
es de extrañar que se le encuentren fuertes semejanzas a
la Iglesia de nuestros días con aquella Iglesia de comien-
zos del siglo IV. Lo mismo que los cristianos de hoy, ante
este mundo tan radicalmente diferente al mundo de no ha-
16 (76)
ce todavía muchos años, los cristianos del siglo IV tuvie-
ron que plantearse también, en el giro de muy pocos años
el tremendo problema de la ortodoxia y de la ortopraxis.
Pero los hechos reales no fueron tan sencillos como los
pintan los Manuales de Historia de la Iglesia.
Esta fue la gran tarea de los catequistas y Pastores de
aquel tiempo: definir el estilo de vida que en aquella nueva
etapa postconstantiniana habrían de asumir los cristianos.
LA "HUIDA AL DESIERTO".
RESPUESTA SUSCITADA POR EL ESPÍRITU
AL RETO DE LA NUEVA SOCIEDAD ECLESIAL
Es en este contexto que acabamos de describir donde
hay que situar la gran aventura del monacato primitivo.
Un monacato tan exultante y tumultuoso como pudo ser
la búsqueda de las fórmulas de fe. La finalidad de la vida
monástica era bien sencilla: Buscar el desprendimiento y
el fervor que ya no se podía encontrar en ese mundo que
ahora se les había tornado demasiado acogedor. Estos cris-
tianos huyen a la soledad del desierto porque quieren ser
en el corazón de la Iglesia lo que antes habían sido los
mártires: Una llamada permanente a la condición escato-
lógica del cristiano que debe vivir en este mundo como de
paso, sin ciudad permanente. Esta fue la gran utilidad, la
respuesta que el Espíritu suscitó al reto que aquella Igle-
sia de comienzos del siglo IV tenía planteado: el instalarse
en este mundo como en un lugar cómodo y definitivo.
Pero ahora cabe preguntarse si la comunidad eclesial
fue consciente de esa respuesta y si la aceptó como venida
del Espíritu. La pregunta no es ociosa, porque el género
de vida de los monjes rompía con toda una manera de ser
y de sentirse cristianos. Para ser cristianos de verdad, na-
die hasta entonces había experimentado la necesidad de
alejarse de la convivencia con los hermanos. Por tanto,
cabía que la Comunidad cristiana, lejos de sentirse edifi-
cada, interpretase ese gesto de separación y de huida en
un sentido negativo.
No era abandono
Pues bien, en contraste con lo que habitualmente suce-
de en cualquier sociedad, los cristianos que constituían la
Gran Comunidad Eclesial que era abandonada, contesta-
da, en un gesto exterior de ruptura, por aquellos cristianos
que se marchaban a la soledad del desierto, no vieron en
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éstos a gentes pagadas de sí mismas, infatuadas con su
perfeccionismo y con su vida ejemplar. Todo lo contrario,
no hay en las comunidades cristianas ninguna animosidad
contra aquellos separatistas y contestatarios, sino que los
rodean con su más profunda admiración y simpatía. Es
más, si los monjes se ocultaban en la soledad de los desier-
tos, en los lugares más inaccesibles, los fieles fueron en su
busca. El entusiasmo cristiano que animaba a los monjes
se hizo contagioso para los fieles. La santidad que logra-
ron alcanzar aquellos portadores del Espíritu, la heroici-
dad de sus virtudes, los carismas personales de que fueron
investidos; en una palabra, el espectáculo de aquel cristia-
nismo vivo, entero y heroico, llevado hasta la locura de la
cruz, en los desiertos, atrajo y sedujo a los fieles de aquel
tiempo como atraerá siempre a los cristianos de todos los
tiempos la santidad, allí donde quiera que ésta se encuen-
tre y se vislumbre.
Ejercieron
un saludable
influjo
Esa atracción y simpatía se tradujo no solamente en el
número creciente de hombres y mujeres que se fueron su-
mando a los primeros que iniciaron el desfile hacia los de-
siertos, hasta convertirse en un auténtico fenómeno social
que llegó a preocupar a las mismas autoridades civiles, si-
no también en aquellos otros cristianos a quienes su propio
estilo de vida mantenía en medio del mundo, al lado de su
familia, pero cuyo estímulo se fortalecía con visitas fre-
cuentes a los lugares prototípicos del monacato. Muchos
fueron, en efecto, los peregrinos que acudieron al desierto,
a aquellos lugares sagrados donde habitaban los monjes,
en busca de una palabra, para aprovecharse de los conse-
jos y de la dirección espiritual de aquellos hombres solita-
rios a quienes gozosamente se identificaba en la imagina-
ción y en la devoción popular con los mismos ángeles.
Y si muchos fueron los cristianos que se aprovecharon
con este contacto directo, muchos más aún fueron los que
se sintieron influidos benéficamente con la lectura de los
libros que narraban las heroicidades de los nuevos campe-
ones del Cristianismo. También en esta admiración los
La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de
Albacete no recibe ninguna paga o subvención del Es-
tado ni tampoco de ninguna otra entidad u organismo.
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monjes fueron los herederos y sustitutos de los mártires, por-
que las Actas martiriales dejaron su puesto, en las prefe-
rencias de la devoción popular, a las narraciones monás-
ticas. No sólo en las casas cristianas humildes, sino en la
misma Corte imperial de Bizancio se leían y comentaban
las vidas de los Padres del Desierto. Para uno de los más
altos funcionarios imperiales escribió precisamente el
monje, y después Obispo, Paladio, la Historia Lausíaca.
San Juan Crisóstomo que, como pastor de almas, se-
guía muy de cerca aquel pulular incontenible de los mon-
jes de finales del siglo IV, es buen testigo de la utilidad
eclesial de la vida monástica. Refiriéndose a la impresión
que los monjes causaban en las comunidades cristianas,
describe la popularidad que tenía un monje llamado Ju-
lián, pero éste no era caso único, sino muy frecuente:
«Cuando Julián entraba en la ciudades ―lo que sucedía raramen-
te―, el fluir de person99 & du alrededor era mayor que si se tratase
de un sofista, de un orador o de un gran personaje. Si tales hombres
son objeto de tanto honor durante una parada, donde no están más
que de paso, ¿de qué gloria no disfrutarlo en su verdadera patria?..
La síntesis
Si quisiéramos sintetizar y explicar en clave moderna
la utilidad de la Vida Monástica en la Iglesia del siglo IV,
se podría decir que los monjes se presentan como cristianos
contestatarios ante la pavorosa pérdida del espíritu cris-
tiano de los orígenes. Pero se trataba de una contestación
que no se expresaba en palabras, sino en un modo de vivir
diferente. Además, esa contestación y denuncia no se que-
dó en algo meramente negativo, porque después de la de-
nuncia de una situación de decadencia de la vida cristia-
na, se intentó recuperar los auténticos valores cristianos en
la propia vida personal. Y ese ejemplo de vida cristiana
auténtica redundó en un incremento de la vida interior de
la Iglesia. H. Marrou ha sintetizado muy bien la utilidad
permanente que para la Iglesia de todos los tiempos ha
supuesto aquella primera forma de vida religiosa que fue
el Monacato en el Desierto: «Cuando el Cristianismo co-
rría el riesgo de instalarse demasiado confortablemente en
el mundo, surge en el seno de la Iglesia un movimiento que
está llamado a mantener siempre vivo y actuante en ella
el ideal evangélico, sin compromisos ni concesiones de nin-
guna clase. Tal fue el Monacato. Con él reaparece con to-
da su fuerza la negativa a dejarse limitar por el horizonte
terreno, actitud que tan profundamente había marcado a
la primera generación cristiana».
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PASCUA DE JESUCRISTO
JUEVES SANTO
TARDE, A LAS 8,
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR.
VIERNES SANTO
MANANA, A LAS 8.
VÍA-CRUCIS.
TARDE, A LAS 8,
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR.
VIGILIA PASCUAL
NOCHE DEL SÁBADO, A LAS 11.
LA CELEBRACIÓN PASCUAL SE COMPLETA
PARTICIPANDO EN LA LITURGIA DEL DOMINGO.
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 29.3. 81
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