Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 185. ABRIL. Año 1981 |
SUMARIO |
PASCUA contiene el
significado completo del cristia- |
nismo: desde su
preparación, arrancando de los pa- |
triarcas, hasta su
consumación en Cristo. Pascua es |
una semilla en la fe, es
un dolor de crecimiento y |
hasta de muerte temporal
en la esperanza; pero es, sobre |
todo, la culminación
espiritual y transformadora, desde |
el cuerpo y desde el
tiempo, para más allá de las reali- |
dades presentes, para
pasar a la forma de Cristo, vivo y |
glorioso. |
MÁS DE UN MILLÓN |
ANTICIPOS |
EL ORATORIO |
VIVIR EN COMUNIDAD |
LA VIDA DE LOS PRIMEROS
EREMITAS |
1 (61) |
MÁS DE UN MILLÓN |
EN la Iglesia hay más de
un |
millón de personas
―mujeres |
y hombres— que han consa- |
grado su vida totalmente a
Dios, |
bien porque han abrazado
el sacer- |
docio, con o sin la
profesión de la |
vida evangélica (y son
algo menos |
de la tercera parte), bien
porque to- |
da su actividad y
existencia esté de- |
dicada a la entrega y
servicio del |
Evangelio: en este campo
las muje- |
res son, en conjunto, la
mayoría, |
pues suponen más del doble
de los |
hombres incluidos todos
los que, |
en la Iglesia, son
sacerdotes. |
Concretamente en España, y
sin |
contar a los diocesanos,
hay cerca de |
17.000 sacerdotes que
pertenecen a |
institutos de perfección
evangélica, |
y otros 14.000 hombres,
pertenecien- |
tes también a estos
institutos, plena- |
mente consagrados a Dios,
pero sin |
ser sacerdotes. En algunos
lugares, |
el número de sacerdotes
religiosos |
o pertenecientes a
institutos de per- |
fección, supera al de
sacerdotes dio- |
cesanos. Así en Barcelona
hay 1.098 |
contra 964 diocesanos. |
En la provincia de
Albacete hay |
9 conventos de hombres y
42 de |
mujeres. |
También en España, hay
algo más |
del doble de mujeres que
de hom- |
bres, pues ellas alcanzan
la cifra de |
65.000, de las cuales, un
20 por cien- |
to están fuera de España
dedicadas |
a obras misionales. Pero,
en el por- |
centaje misional las
superan los |
hombres, pues de los
31.000 que su- |
man en total redondo, un
32 por |
ciento son misioneros. |
Una descripción de los
aspectos |
activos de todas estas
personas, no |
puede condensarse en pocas
pala- |
bras, pues son muchas y
variadas |
las obras de apostolado,
asistencia, |
promoción humana,
enseñanza a |
todos los niveles (en
colaboración o |
en centros propios), en
publicacio- |
nes y editoriales, en
medios de co- |
municación social, en
tareas especí- |
ficas culturales, que no
abarcan sólo |
temas religiosos, sino
aquellas que |
pueden denominarse
ciencias de la |
Naturaleza y del Hombre,
aunque |
desde una óptica
cristiana, y de las |
cuales, el 90 por ciento
son de insti- |
tutos religiosos; también
pertenecen |
a ellos el 52,4 por ciento
de los títu- |
los de revistas de la
Iglesia, además |
de colaborar en las
restantes. |
En todo el mundo hay,
además, |
2.700 monasterios de
contemplati- |
vos. Pues bien, cerca del
37 por |
ciento de ellos están
establecidos en |
España, con 24 de monjes y
929 de |
monjas, que corresponden,
en cifras |
humanas, respectivamente,
a 800 y |
16.500. |
Este casi millón y medio
de hom- |
bres y mujeres de todo el
mundo, |
que han elegido para sí a
Dios, par- |
ticipan de las
inquietudes, de las |
búsquedas y de las
esperanzas de |
esta época que nos ha
tocado vivir |
a todos, y permanecen
activos y pa- |
cíficos en la tensión del
ideal por al- |
canzar y asumir el
Evangelio: pues |
no sólo se han dado a
Dios, sino |
que, por Dios, se han dado
también |
al mundo. |
2 (82) |
Anticipos |
EL CRISTIANISMO no es una
religión para la muerte ―o para el más |
allá―, sino para la
vida, para "desde ahora mismo". Éste es un rasgo |
que lo distingue de otras
búsquedas que trascienden el tiempo o el |
propio ser, y que han
preocupado al hombre. Así lo entendieron los |
primeros cristianos, para
quienes el bautismo era y representaba la |
incorporación a Cristo,
sin aplazar referencias para el "más allá", sino to- |
mándolo como una
anticipación, aun antes de la muerte, que les insertaba |
en la vida de Cristo
―superación y victoria en vida de la misma muerte―, de |
modo germinal, por la
gracia, que actuaba como semilla escondida en el |
alma. La intima unción de
la gracia iniciaba el desarrollo de una vida y |
crecimiento en Cristo
resucitado que, si bien comenzaba "desde ahora mis- |
mo", no podía ceñirse
a la estrechez del tiempo y quedaba, por esto mismo, |
en virtud del carácter
cristiano, inscrito en el marco escatológico del en- |
cuentro definitivo con
Cristo. |
La realidad del martirio,
presente en el despertar de la Iglesia, acen- |
tuaba esta significación
de victoria sobre la muerte porque se poseía, en |
anticipo, la pascua de la
gracia. En Cristo, el triunfo pascual era una con- |
secuencia de la muerte;
pero en la Iglesia la gracia pascual, como triunfo, |
era anterior a la muerte
temporal, derrotada. |
Más tarde, cuando el
martirio desaparece, o se hace menos frecuente, |
y cuando cunde el peligro
de olvidarse del misterio de la vida de Cristo en |
el alma del bautizado,
porque el cristianismo se culturiza y aparecen ten- |
dencias de reduccionismo
moral o de asegurar su establecimiento en ga- |
rantías de prevalencia
institucional jurídica, algunos cristianos buscan |
modos más libres ―y
más totales―, a costa de desprendimientos de incluso |
lo que el mundo llamado
cristiano acepta, para recuperar el sentido plena- |
mente pascual de su
bautismo cristiano, e inician formas de vida que les |
aleja de aquella
culturización, como si temieran ver sofocado por ella, ese |
regreso o esfuerzo de
conversión que se llamará vida evangélica o vida |
apostólica, o incluso vida
religiosa..., pero que sólo pretende mantener la |
íntima tensión,
"desde ahora mismo", para guardar como un anticipo, el |
3 (63) |
marco escatológico,
pascual, del misterio cristiano abrazado por la entera |
consagración de la vida
propia. |
En realidad no se trata de
nada demasiado especial, desde el punto de |
vista cristiano, sino
simplemente de un intento de asunción del propio bau- |
tismo, como una
anticipación, por caminos de fidelidad y de gracia (a pesar |
del inevitable
reconocimiento de las propias limitaciones), de la vida con |
Cristo. Como la de los
primeros que le conocieron, que fueron llamados por |
él, y que le siguieron,
"desde entonces mismo", sin detenerse a esperar más |
"lo que ha de
venir", porque creyeron en él. Y la fe es anticipo, como la |
esperanza, de los dones
supremos y definitivos de Dios. |
Conferencias |
cuaresmales |
SEÑORAS: |
Días 7, 8, 10 de abril, |
a las 5,30 de la tarde. |
PARA TODOS: |
Días 13, 14 y 15 de abril, |
a las 8,30 de la tarde. |
4 (64) |
El Oratorio, |
un estado de perfección |
con mínima estructura
jurídica |
LOS CRISTIANOS que, en el |
decurso de la historia de
la |
Iglesia, han querido
asumir |
una consagración especial
de sus |
vidas, por la práctica de
los conse- |
jos evangélicos, como una
especial |
forma de fidelidad al
bautismo en |
un esfuerzo de
anticipación exis- |
tencial del misterio
cristiano de la |
pascua, no siempre han
recibido el |
nombre con el cual,
genéricamente, |
ahora se les suele
designar. Ahora |
se les llama
"religiosos" y el dere- |
cho de la Iglesia los
distingue por- |
que se diferencian de los
simples |
laicos en que llevan vida
común y |
emiten los tres votos de
obedien- |
cia, castidad y pobreza,
según reza |
el Código de Derecho
Canónico |
(can. 487). |
Pero no siempre fue así.
En reali- |
dad, la generalización
preceptiva |
de los tres votos (para
los regulares |
o "religiosos"),
es inmediatamente |
posterior al concilio de
Trento |
(1545-1563), y se debe al
papa Pío |
V, con la constitución
"Lubricum |
vitae" (1568). A esto
se llegó, en |
tiempos de reforma, tras
un proceso |
secular que, en sus
orígenes, estaba |
desprovisto de la
minuciosa regla- |
mentación que ahora
conocemos. |
Cuando en la Edad Media,
en los |
monasterios, se comenzaba
a hablar |
del voto de estabilidad,
sólo implí- |
citamente se hacía
referencia a los |
consejos evangélicos que
ahora téc- |
nicamente el derecho
refiere a los |
"religiosos"; en
los cuales, por lo |
demás, ni se agota el
Evangelio, ni |
su práctica puede
considerarse mo- |
nopolizada por la sola
emisión de |
los votos respectivos. En
orden al |
estado de perfección
evangélica, |
los votos tienen el valor
de medio; |
son un medio, ciertamente
exce- |
lente, pero no único ni
exclusivo, |
como reconocieron santo
Tomás, |
Suárez y, en general,
todos los teó- |
logos. |
Pues bien, cuando el rigor
de |
Pío V implanta la
generalización |
de los votos a los estados
de per- |
fección evangélica, surge,
al poco, |
5 (65) |
la Congregación del
Oratorio de |
san Felipe Neri... sin
votos. Tal |
vez la excepción de san
Felipe no |
lo es tanto, si se tienen
en cuenta |
las primeras formas de
vida con- |
sagrada o
"apostólica", y hasta de |
la que se llevaba en los
principios |
de la vida eremítica y
monástica. |
Pero no por ello es menos
significa- |
tiva. Durante el
pontificado de san |
Pío V el incipiente
Oratorio había |
pasado por momentos
críticos a |
causa de la desconfianza
con que |
era observada la actuación
de san |
Felipe, entre otras cosas,
por la |
que se estimaba, por las
autorida- |
des eclesiásticas,
excesiva interven- |
ción de los laicos en los
ejercicios |
y predicación en el
Oratorio. El |
equipo de san Felipe,
formado casi |
espontáneamente en torno a
su per- |
sonalidad y carisma en
verdad ex- |
traordinarios, a pesar del
interés |
del santo en no hacerse
notar de- |
masiado, llegó a ocupar la
aten- |
ción y los comentarios de
Roma |
entera; por otra parte,
san Felipe |
no demostraba excesivo
interés en |
legalizar su obra, que
estimaba |
más bien familiar que
institucio- |
nal. Pero cuando sucedió a
Pío V |
el papa Gregorio XIII,
éste se fijó |
enseguida en san Felipe y
procedió |
a su reconocimiento
canónico eri- |
giéndola en Congregación
(1575). |
El papa Gregorio XIII
tiene una |
especial significación, no
solamente |
porque introduce una
mitigación |
general a los primeros
rigores que |
Trento había despertado,
sino por- |
que era un insigne
jurista, de los |
que «no sacrifican el
hombre al |
sábado, sino que ponen el
sábado |
―es decir, la
ley― al servicio del |
hombre». Gregorio XIII no
sola- |
mente había nacido en
Bolonia, |
sino que había sido famoso
maestro |
de leyes en aquella
universidad de |
prestigio universal,
precisamente |
por el cultivo del
Derecho. Y este |
dato no debe pasar por
alto, con el |
fin de evitar cualquier
superficial |
valoración al descubrir
que el Ora- |
torio supone la primera
gran ex- |
cepción a la norma general
que |
poco ha estableciera el
papa ante- |
rior, Pío V, muy
preocupado por |
el sentido de la
disciplina unifor- |
madora, por el espíritu de
cruzada |
(Lepanto) frente a la
hostigación |
turca, heredero además del
proble- |
ma de Lutero. Gregorio
XIII no en- |
contró una Iglesia muy
diferente, |
pero afrontó sus problemas
con |
otro talante, favoreciendo
los estu- |
dios, no sólo teológicos,
sino escri- |
turísticos y de Derecho;
su forma- |
ción universitaria e
intuición de |
buen jurista supo
descubrir inte- |
ligentemente aquella
singularidad |
carismática propia de san
Felipe y |
quiso ampararla,
aprobándola co- |
mo una Congregación en la
que se |
llevaba vida según el
Evangelio, |
pero sin la profesión de
votos de |
ningún género. |
Esta ausencia de votos ha
sido |
una de las notas
características de |
6 (66) |
la fundación de san
Felipe, y tam- |
bién la piedra de tropiezo
para |
cuantos se han precipitado
a juz- |
garla, pero siendo
desconocedores |
de la historia de los
estados de |
perfección evangélica, por
lo cual |
se olvidan del carácter
instrumen- |
tal de las etapas que los
componen, |
reduciéndolos todos al
común de- |
nominador de la triple
emisión de |
votos. |
No nos vamos a entretener
en la |
alabanza de la genialidad
de san |
Felipe y su sentido
simplificador |
al señalar medios para la
conver- |
sión a Cristo y la
santidad. Pero de |
poco le hubiera servido su
buen |
instinto cristiano, si
aquel papa |
que le observaba de cerca,
pero |
que era además un hombre
muy |
entendido en las leyes de
la Iglesia, |
no se hubiese adelantado
demos- |
trando más interés que el
mismo |
san Felipe tuviera para la
legaliza- |
ción canónica del
Oratorio. |
En pocas líneas no podemos
re- |
sumir todo lo que fueron,
a través |
de los tiempos, los
movimientos de |
vuelta al Evangelio,
surgidos para |
asegurar que su fermento
prevale- |
ciera al peligro de la
mundaniza- |
ción y así mantuviera la
virtuali- |
dad transformadora de la
sal, la |
luz, la levadura... en
medio de los |
hombres. La reacción
simplificado- |
ra de san Felipe y el
reconocimien- |
to que recibe casi sin
pedirlo, de la |
Iglesia, era en verdad
evangélica- |
mente oportuna
inmediatamente |
Hombres y mujeres |
consagrados a Dios |
en Europa. |
Las cifras no lo son todo
en la vida de |
la Iglesia, pero tienen un
valor humano |
indicativo, que si bien no
es medible |
en gracia y santidad,
puede servir, en |
este caso, de dato
esperanzador, como |
manifestación de esa
cantidad no in- |
diferente, de hombres y
mujeres que |
mantienen dedicada a Dios
toda su |
vida. |
Damos las cifras redondas
respectivas |
de hombres y mujeres
enrolados en |
obras de vida evangélica: |
―ALEMANIA ... 10.000
y 70.000 |
— AUSTRIA .... 3.150 y
12.000 |
— BÉLGICA ... 7.750 y
35.000 |
―ESPANA .....31.000
y 65.000 |
―FRANCIA..... 20.800
y 100.000 |
―GRECIA ....... 300 |
―HOLANDA . . . .
11.000 y 22.750 |
―INGLATERRA .. 6.000
y 16.000 |
IRLANDA..... 8.000 y
18.000 |
―ITALIA ......
20.600 y 138.000 |
— MALTA ....... 475 y
1.900 |
―POLONIA. . . . .
8.000 y 25.000 |
— PORTUGAL ... 2.600 y
8.700 |
―SUIZA ....... 3.350
y 6.000 |
―YUGOSLAVIA. 2.800 y
8.000 |
7 (67) |
después de los rigores de
la refor- |
ma católica. |
Hay que tener en cuenta,
de to- |
dos modos, que san Felipe
siempre |
tuvo en mucha estima el
estado de |
quienes profesan los votos
religio- |
sos. Sin embargo, no
quiso, para |
los suyos, voto alguno,
aunque sí |
la misma práctica de los
consejos |
evangélicos, con el deseo
sincero de |
mantenerla hasta la
muerte, pero no |
por el peso de ley alguna,
sino por |
sólo la caridad, que está
por enci- |
ma de toda ley, o que las
resume to- |
das, libre y
espontáneamente. |
Podemos decir que el
Oratorio |
representa dentro de la
Iglesia, un |
fenómeno algo singular. Es
un es- |
tado de perfección
evangélica, de |
derecho pontificio, que,
desde los |
mismos tiempos de san
Felipe, co- |
menzó a extenderse por el
mundo, |
si bien careciendo de una
estruc- |
tura centralizada, ya que
las dis- |
tintas casas
―parecidas a los mo- |
nasterios
benedictinos― son, entre |
sí, autónomas o
"sui-iuris" (can. 488, |
8.°), aunque integradas en
una con- |
federación que asegura sus
relacio- |
nes fraternales. Los
miembros que |
las componen, después de
un peri- |
odo de formación, son
admitidos |
VIERNES |
SANTO |
de |
mañana |
VIA |
CRUCIS |
8 (68) |
sin la profesión de votos,
pero lle- |
vando la vida común a
tenor de |
las propias
constituciones. |
Hay aspectos que
requerirían |
explicaciones
pormenorizadas y re- |
ferencias históricas a los
orígenes |
de las formas más simples
de con- |
sagración a Dios en las
primeras |
comunidades cristianas. El
concep- |
to moderno y político de
los regí- |
menes cada vez más
centralizados |
y preocupados por la
eficacia y las |
valoraciones
cuantitativas, no fa- |
vorece la comprensión de
las ideas |
y del estilo que
caracterizaron el |
ideal de san Felipe, para
el Orato- |
rio. Sin duda que las
estructuras |
apostólicas concebidas
bajo la filo- |
sofía de la eficacia,
tienen un senti- |
do en el apostolado de la
Iglesia, |
con tal que no imiten los
estilos de |
los poderes mundanos. Pero
tam- |
bién son necesarias esas
obras más |
modestas, más apegadas al
lugar |
donde se establecen, con
tal que |
superen los peligros de la
atrofia |
apostólica y mantengan, de
la ne- |
cesaria sencillez que debe
carac- |
terizarles, el testimonio
de sinceri- |
dad evangélica y de lugar
de vida |
y de cultura cristiana
accesible a |
todos. Un Oratorio, aunque
mantie- |
ne su relación fraternal
con todos |
los hogares que forman la
gran |
familia de los hijos de
san Felipe, |
distribuidos en diversos
lugares de |
la Iglesia, es siempre,
desde la raíz, |
una institución ciudadana
y una |
casa de oración para
todos. |
MAZZINI |
Y EL ORATORIO. |
«Recuerdo muchas veces la
Con- |
gregación de san Felipe...
¡Quién sa- |
be cuántos de los padres
que yo reía |
pasear por el patio de su
convento, |
en mis tiempos, habrán
muerto! Me |
acuerdo del órgano que
añoro des- |
de aquí, en Londres, donde
sería |
imposible oír otro igual.
Hay dos |
o tres iglesias, en
Génova, de las |
que me acuerdo en sus
mínimos |
detalles y entre ellas
está precisa- |
mente la de san Felipe. Me
acuerdo |
de la disposición de sus
cuadros, de |
la fisonomía de cada cosa.
Aquellos |
cuadros me son más
simpáticos que |
los demás por el carácter
de su Ins- |
tituto y por la amabilidad
y la au- |
sencia de ambiciones y de
intrigas |
que han sabido conservar». |
Esto escribía Giuseppe
Mazzini, |
desde el exilio. Su
testimonio no |
es nada sospechoso, si
conocemos |
sus ideas revolucionarias.
Es po- |
sible que la comunidad
oratoria- |
na que él recordara
hubiera sido |
realmente fiel al espíritu
original |
de san Felipe y sus
primeros dis- |
cípulos, que jamás tomaron
el sa- |
cerdocio como un medio de
as- |
censo social o de
promoción a |
cargos y honores en la
Iglesia. |
Por otra parte, puede
servir tam- |
bién de argumento para
sospechar |
que, los excesivamente
críticos, |
desconocer lo que toman
como |
objeto de censura. Mazzini
cono- |
cía y trataba a los padres
del |
Oratorio; su casa
colindaba con |
la suya, y frecuentaba la
iglesia. |
9 (69) |
VIVIR EN COMUNIDAD |
Newman encontró en la
forma de vida del Oratorio, |
el modo de responder a su
vocación sacerdotal en la |
Iglesia católica. Si
conversión y, enseguida, su |
preparación al sacerdocio
va paralela con el estudio |
y preparación para abrazar
la vida oratoriana. En |
Roma, libros y maestros no
le faltaron y, sobre todo, |
largos espacios para
dedicar a la oración. Después |
tendría que transmitir a
otros, entre sus primeros |
discípulos, qué entendía
por 'vocación oratoriana". |
Las palabras que siguen
son el fragmento de una |
carta mandada a estos
primeros discípulos, mientras |
iba y venía de Irlanda
(ocupado en la Universidad de |
Dublín) a Birmingham,
donde acababa de fundar el |
Oratorio. |
SAN FELIPE es un sacerdote
secular, pero un sacerdote secular que |
además "vive en
comunidad". Pero conviene poner atención en |
lo que implica la palabra
"comunidad". Vivir en comunidad no |
es estar simplemente en la
misma casa, porque entonces los clien- |
tes de un hotel formarían
una comunidad. Tampoco el hecho de |
coincidir a la mesa para
comer juntos, porque entonces lo sería la casa |
donde se está a pensión.
Tampoco sería vida de comunidad la de un gru- |
po de sacerdotes por el
solo hecho de habitar en una misma casa parro- |
quial donde cada uno tiene
su habitación, aunque vivan juntos y coman |
juntos. |
Vivir en comunidad es
formar un solo cuerpo, de modo que se admi- |
ta el actuar y
considerarse como una sola persona. Un Oratorio es una |
individualidad; tiene un
solo querer y una sola acción, y en este sentido |
es una comunidad. Pero es
obvio que una tal unión de voluntades y de |
ánimos y opiniones y
conductas es inalcanzable sin hacer importantes con- |
cesiones que atañen al
juicio privado de cada uno respecto de los demás. |
Ahora bien, esa
conformidad de voluntades y de acción, fundada |
por lo demás sobre los
afectos humanos, restringida al lugar y a la per- |
sona, e incluso elevada
dentro de sus límites a la plena dignidad de |
la obediencia religiosa
penetrada de abnegación, que constituye la B |
esencia de uno de los tres
votos de los religiosos, mientras crea el víncu- |
lo de los miembros del
Oratorio atándolos unos a otros, v transforma en |
comunidad una casa en la
que se habita, es también el índice especial |
de su vocación y el
instrumento especial de su perfección. Y he aquí por te |
qué lo afirmo: |
10 (70) |
No todos los hombres
tienen la capacidad de vivir en comunidad. No |
cualquier alma santa, ni
todo sacerdote secular sabe vivir en comunidad, |
Incluso es posible que
sean muy pocos los que realmente en vivir en |
comunidad. No sabemos
hacerlo los seculares y no saben hacerlo los religio- |
sos. Tal vez digáis que,
por lo menos los religiosos sí saben. No, os digo, |
y ved por qué:
ordinariamente los religioso: forman parte de un cuerpo |
extensísimo, no le una
casa o familia particular. Ellos no tienen un ho- |
gar doméstico. Hoy están
aquí, mañana allí... a veces incluso constituye |
una característica y el
que en rutan demasiado tiempo en un mismo |
lugar. Otros por al menos
un largo período de tiempo van a las misiones. |
y luego vuelven, de modo
que la casis más bien un refugio que un ho- |
gar. Están, por supuesto,
bajo dependencia de superiores y de reglas, pero |
no son súbditos que no
cambian de comunidad. |
La conformidad con la
congregación, y una sumisión amorosa las |
manifestaciones de su
voluntad y a su espíritu, lo es todo para un miem- |
bro del Oratorio, y esto
reemplaza el lugar que pudieran ocupar todos los |
consejos. Por lo demás, él
puede personal y privadamente vivir bajo los |
Consejos que no estén en
pugna con la propia regla (la pobreza, el ayu- |
no...), pero, como
oratoriano, esas observancias no le distinguen. Con ra- |
zón decía el p. Consolino
que «quien desee vivir a su aire, no sirve para del |
miembro de la
Congregación». Los primeros discípulos de san Felipe se |
daban cuenta de que el
permanecer firme en una buena resolución sin 15 |
voto alguno, constituía un
mérito del todo particular, y que era un instru- |
mento eficaz para elevar
el grado general de la obediencia y para llevar a in: |
la perfección, que es la
plenitud de la caridad y de la felicidad del cielo. |
11 (71) |
Documento: |
La vida de los primeros
eremitas |
como protesta |
contra una Iglesia
instalada en el mundo |
EN el "Corpus iuris
civilis" de Justiniano, no mucho después de que se |
hubiese iniciado la
experiencia, hay unas palabras de elogio sobre la |
vida de los monjes del
desierto, cuando dice (Nov. 133): «La vida tan |
peculiar de los monjes es
algo sagrado que aproxima las almas a Dios y que |
es grandemente benéfica,
no sólo para quien la abraza, sino también para to- |
dos los demás, gracias a
la pureza y a las súplicas que eleva a Dios por todos». |
Pero es indudable que,
aquella forma |
de vida, por más que se
busque su prece- |
dente en modalidades
pretéritas y pre- |
cristianas (como por
ejemplo los esenios), |
representó una verdadera
novedad fren- |
te a la sociedad que ya ge
comenzaba a |
llamar
"cristiana" y que acababa de salir |
de las persecuciones. En
los primeros mo- |
mentos del cristianismo,
los fieles más |
fervorosos no habían
llegado a sentir la |
necesidad de alejarse del
contexto social |
común que les congregaba
en la vida y |
perseverancia cotidiana en
la misma fe |
en Cristo. Pero apenas se
inicia una ge- |
neralización sociológica
que favorezca la |
ambigüedad de su
profesión, aparece ese |
gesto de distanciamiento,
que les hace |
huir hacia marcos de
genuinidad que les |
permita la identificación
evangélica, e in- |
tentar evitar, de este
modo, el ser absor- |
bidos por las corrientes
mundanas que se |
introducen en los hábitos
sociales y que |
crean estilos capaces de
desvirtuar el |
espíritu y el testimonio
cristiano. No se |
puede decir que se trata
de un movi- |
miento contestatario que
levante polémi- |
cas parecidas a las que
suscitan las pri- |
meras discusiones
teológicas. Es, si acaso, |
una protesta pacífica, un
camino de re- |
nuncia y de humildad, que
se apoya en |
la libertad para la que
Cristo nos ha li- |
berador, si nos abrimos a
su palabra y la |
queremos hacer vida.
Tampoco se trata |
de desprestigiar,
abandonándola, la pere- |
grinación temporal de la
Iglesia jerárqui- |
ca, y prueba de ello lo
serán los auxilios |
que, en los momentos más
críticos, preci- |
samente log monjes le
prestarán; pero el |
que abrigan el deseo de
estrenar la pure- |
za de los medios con que
quieren vivir el |
Evangelio, lejos de las
ambigüedades de |
las técnicas y políticas
organizativas o las |
preocupaciones por la
eficacia, que la |
salpican con el mismo
barro que mancha |
a los poderes del mundo. |
Esta reacción carismática
―esta gracia |
especial, o remedio o
fuerza de Dios para |
su Iglesia― no
solamente se produce en |
este primer momento de la
vida evangé- |
lica en el desierto, sino
que se repetirá, |
con las variaciones que
las circunstancias |
históricas reclamen, en
otros momentos |
de la vida de la Iglesia,
y no sólo en be- |
neficio de esa Iglesia
cuando tiende a je- |
rarquizarse como un poder
de ese mun- |
do y que, por ello,
necesita «otro regreso |
12 (72) |
al Evangelio» (que diría
Pablo VI), sino |
para revisar este mismas
formas de "hui- |
da" toda vez que, al
institucionalizarse |
(por necesidad y bien de
su propio fun- |
cionamiento), reciben
también ellas su |
ración de salpicaduras que
tendrán nece- |
sidad de sacudir
atendiendo a los nuevos |
carismas con los que Dios,
providente, |
no deja de estar presente
entre sus hijos, |
para que no desfallezcan
en el camino de |
la santidad. No costaría
demostrarlo, ade- |
más de la referencia al
monaquismo, si- |
guiendo con el surgir de
las órdenes men- |
dicantes, con las reformas
del s. XVI y las |
obras y congregaciones
surgidas enton- |
ces, con las más recientes
de nuestros |
tiempos... En conjunto
todo ello nos ha |
de llevar a la estima de
la vida de consa- |
gración a Dios. |
Reproducimos unos párrafos
de un tra- |
bajo del profesor de
Historia de la Vida |
Religiosa, el P. Jesús
Álvarez, ilustrativo |
de la motivación
carismática del primer |
monaquismo. |
Al concluirse la era de
las persecuciones cruentas, con |
el advenimiento de la paz
constantiniana, lo lógico hubie- |
ra parecido que los
cristianos irás comprometidos con el |
Evangelio se hubieran
insertado en medio de la sociedad |
para hacer realidad
aquello de que los cristianos son el |
alma del mundo, el
fermento que hace crecer en cristiano |
a toda la masa. Pero
sucedió enteramente al revés. Los |
cristianos especialmente
fervorosos huyen de las ciudades, |
abandonan las comunidades
eclesiales tradicionales, y se |
establecen al margen de
las ciudades, en medio de la sole- |
dad de los desiertos. ¿Por
qué? ¿Dónde está la utilidad de |
este carisma eclesial? |
Estos cristianos que huyen
al desierto no constituyen |
una contradicción viviente
con aquello que el autor de la |
Carta a Diogneto decía
constituir el ideal de la vida cris- |
tiana?: «Los cristianos
dan el ejemplo de una vida social admirable, o |
mejor, como dicen todos:
paradójica. Viven en la carne, pero no |
según la carne: habitan en
la tierra, pero son ciudadanos del cielo; |
obedecen a las leyes
vigente, pero con su vida superan las layes». |
Los monjes del desierto
¿no vivirán en contra del pre- |
cepto del Señor que
expresamente ordenó a sus discípulos |
no colocar la luz debajo
del celemín, sino delante de los |
hombres, para que éstos,
viendo nuestras buenas obras, |
glorifiquen al Padre que
está en los cielos? (Mt 5, 16). |
Vaticano II |
Pues bien, si, como dice
el Vaticano II, admitimos que |
la Vida Religiosa es un
carisma concedido por Dios a su |
Iglesia (LG 43), habrá que
aplicarle su definición, la defi- |
nición paulina (1.ª Cor
12, 7), al monacato del desierto del |
siglo IV que es la primera
manifestación de Vida Religio- |
sa que conocemos. Y, por
tanto, en virtud de la definición |
13 (73) |
paulina de carisma, habrá
que concluir que la Vida Mo- |
nástica del Desierto fue
un don del Espíritu concedido a |
su Iglesia, a aquella
concreta Iglesia del siglo IV, que em- |
pezaba a caminar con un
nuevo estilo de existencia, en el |
que, sin duda, se estaba
haciendo urgente una manifesta- |
ción de vida cristiana
como el de aquellos monjes del de- |
sierto. Lo cual quiere
decir que ese don, ese carisma que |
es el concreto estilo de
vida de los monjes del desierto, ha- |
brá de responder a una
urgencia, a un reto, que aquella |
Iglesia tenía planteado. |
EL NUEVO ESTILO DE VIDA DE
LA IGLESIA |
CON LA PAZ CONSTANTINIANA |
Por el Edicto de Milán del
año 313, la Iglesia dejó de |
ser una religión ilícita
para convertirse, por lo menos en |
cierta medida, en una
religión privilegiada. Resulta fá- |
cilmente comprensible que
al proclamarse la libertad reli- |
giosa, se produjese en los
cristianos, vejados y oprimidos |
durante tanto tiempo, una
euforia y un entusiasmo que |
no acertaba a demostrar su
agradecimiento hacia quien |
consideraban el nuevo
Moisés del Pueblo de Dios, Cons- |
tantino. Es precisamente
en este contexto de euforia y en- |
tusiasmo, desde donde hay
que explicar la nueva situación |
que se inaugura para la
Iglesia y que se conoce con el |
apelativo de era
constantiniana. La cual se podría definir |
como un dinamismo
colectivo al servicio de las esperan- |
zas terrestres del Reino
de Dios: un deseo de dominarlo |
todo con una influencia
sobre la marcha de la sociedad, |
donde todo tenga un
apellido cristiano. |
Por supuesto, a esa
situación no se llegó en tiempo del |
primer Emperador
cristiano, Constantino; pero él puso el |
primer eslabón de una
inmensa cadena que, con el correr |
del tiempo, servirá para
aprisionar al mismo Cristianismo. |
La mutación que para la
Iglesia supuso la conversión del |
mismo Emperador fue de
enorme trascendencia y se tra- |
dujo en una serie de
consecuencias que iban a afectar de |
un modo directo al normal
comportamiento de los cristia- |
nos. Señalamos solamente
algunas: |
Conversiones |
en masa |
―Empiezan las
conversiones en masa. Los paganos, |
interpelados
anteriormente, sin duda, por la presencia de |
los cristianos, pero
atemorizados al mismo tiempo por las |
leyes que les perseguían,
no se atrevían durante los tres |
14 (74) |
primeros siglos a pedir su
ingreso en las filas cristianas. |
Ahora, se sienten libres e
incluso estimulados por el mis- |
mo Emperador. Ahora, ser
cristianos puede suponer una |
facilidad para escalar
puestos en la pirámide de la socie- |
dad. |
Descuido del |
catecumenado |
―Entran en la
Iglesia, como consecuencia de lo an- |
terior, gentes que no
estaban preparadas ni espiritual ni |
psicológicamente para el
Bautismo. Al no existir ya el |
peligro de la apostasía,
por temor a las persecuciones, la |
misma Iglesia descuida la
preparación de los catecúme- |
nos, de modo que, a partir
del siglo IV, se va a dar lugar |
a un tremendo contraste
con la situación anterior: Duran- |
te la época de las
persecuciones, solamente se bautizaba a |
los convertidos, de ahora
en adelante, los Pastores tendrán |
que preocuparse por
convertir a los bautizados. |
Fe y filosofía |
―Si la Iglesia de
los primeros siglos se había caracte- |
rizado por la humildad del
estamento social en el que |
reclutaba sus adeptos,
después de la paz constantiniana, |
piden el ingreso en la
Iglesia no sólo los miembros de las |
familias senatoriales,
sino también los intelectuales que |
tan reacios se habían
mostrado siempre hacia el cristia- |
nismo. Y éstos van a ser
ocasión de nuevos problemas. Con |
la mejor intención, sin
duda, querrán interpretar las ver- |
dades de la fe desde sus
concretas categorías filosóficas, |
amenazando así con
convertir al cristianismo en una es- |
cuela filosófica más. No
fue por un acaso el que desde co- |
mienzos del siglo IV se
inició una cadena ininterrumpida |
de herejías que se
prolongará hasta el siglo VII. |
El espíritu |
del mundo |
— Consecuencia de todo lo
que precede fue la creciente |
penetración del espíritu
mundano en la Iglesia, no sólo a |
nivel de simples fieles,
sino también en el mismo estamento |
jerárquico. A finales del
siglo IV, san Jerónimo hablaba ya |
de obispos y de clérigos
que más se parecían a galanes de |
teatro que a pastores de
almas: |
«Cuya in preocupación era
la de ir elegantemente vestidos, |
perfumados, rizado,
calzados con cuero muy flexible, y que más |
parecían lechuguinos que
clérigos». |
HUYENDO DE UN CONTEXTO |
DE MEDIOCRIDAD ECLESIAL |
El contraste que ofrece la
Iglesia del siglo IV en com- |
paración con la Iglesia de
los tres primeros siglos, sin que |
tampoco de esta Iglesia se
pueda eliminar toda dimensión |
15 (75) |
de pecado porque,
realmente lo hubo, era demasiado evi- |
dente. A una sociedad que
rechazaba, por principio, a los |
cristianos, le la sucedido
otra que, también por principio, |
los acoge y los mima. A un
mundo que ponía a los cristia- |
nos en la alternativa de
tener que elegir entre la fidelidad |
a Cristo o la muerte, le
ha sucedido otro que halaga, que |
favorece las apetencias de
mando y de dominio. |
El riesgo |
de la mediocridad |
En este contexto de
mediocridad que se inaugura en la |
Iglesia con la paz
constantiniana es donde hay que situar |
el nacimiento de la vida
monástica, y desde el intentar |
explicar la utilidad
carismática que el Espíritu ha querido |
aportar a su Iglesia al
suscitar ahora, y no antes, esta mo- |
dalidad de vida cristiana.
El monacato aparece como una |
reacción, como una
protesta contra esa degradación del |
ideal cristiano primitivo.
Por eso, Dom German Morín ha |
podido decir algo que, a
primera vista, podría parecer un |
contrasentido: No es
precisamente la vida monástica la |
que constituye una novedad
en la Iglesia de comienzos del |
siglo IV, sino más bien la
vida acomodada a las exigencias |
de este mundo, en el
momento misino en que cesan las per- |
secuciones. Los monjes no
hacen más que guardar en me- |
dio de las nuevas
circunstancias el ideal intacto de la vida |
cristiana del comienzo de
la Iglesia. |
Los cristianos de verdad,
en medio de un mundo que ya |
no los trata como a
enemigos, se sienten en la obligación |
de comportarse como
enemigos del mundo. Se han dado |
cuenta de que si no se
comportan así, se convertirían muy |
pronto en esclavos de ese
mundo excesivamente acogedor. |
Por eso, huyen. Se marchan
a la soledad del desierto. |
Se podría decir que la
Iglesia, en el momento en que |
experimenta por primera
vez en su historia una profunda |
crisis de identidad, al
verse enfrentada a una época his- |
tórica diferente, vuelve
instintivamente los ojos a los orí- |
genes, a fin de buscar
allí las analogías que le permitan |
adoptar una línea de
conducta más adecuada frente a la |
nueva situación
socio-cultural. |
La situación de hoy |
Todo paralelismo puede
resultar engañoso, pero si te- |
nemos en cuenta la
necesidad que tiene la Iglesia de en- |
carnarse realmente en cada
nueva situación histórica, no |
es de extrañar que se le
encuentren fuertes semejanzas a |
la Iglesia de nuestros
días con aquella Iglesia de comien- |
zos del siglo IV. Lo mismo
que los cristianos de hoy, ante |
este mundo tan
radicalmente diferente al mundo de no ha- |
16 (76) |
ce todavía muchos años,
los cristianos del siglo IV tuvie- |
ron que plantearse
también, en el giro de muy pocos años |
el tremendo problema de la
ortodoxia y de la ortopraxis. |
Pero los hechos reales no
fueron tan sencillos como los |
pintan los Manuales de
Historia de la Iglesia. |
Esta fue la gran tarea de
los catequistas y Pastores de |
aquel tiempo: definir el
estilo de vida que en aquella nueva |
etapa postconstantiniana
habrían de asumir los cristianos. |
LA "HUIDA AL
DESIERTO". |
RESPUESTA SUSCITADA POR EL
ESPÍRITU |
AL RETO DE LA NUEVA
SOCIEDAD ECLESIAL |
Es en este contexto que
acabamos de describir donde |
hay que situar la gran
aventura del monacato primitivo. |
Un monacato tan exultante
y tumultuoso como pudo ser |
la búsqueda de las
fórmulas de fe. La finalidad de la vida |
monástica era bien
sencilla: Buscar el desprendimiento y |
el fervor que ya no se
podía encontrar en ese mundo que |
ahora se les había tornado
demasiado acogedor. Estos cris- |
tianos huyen a la soledad
del desierto porque quieren ser |
en el corazón de la
Iglesia lo que antes habían sido los |
mártires: Una llamada
permanente a la condición escato- |
lógica del cristiano que
debe vivir en este mundo como de |
paso, sin ciudad
permanente. Esta fue la gran utilidad, la |
respuesta que el Espíritu
suscitó al reto que aquella Igle- |
sia de comienzos del siglo
IV tenía planteado: el instalarse |
en este mundo como en un
lugar cómodo y definitivo. |
Pero ahora cabe
preguntarse si la comunidad eclesial |
fue consciente de esa
respuesta y si la aceptó como venida |
del Espíritu. La pregunta
no es ociosa, porque el género |
de vida de los monjes
rompía con toda una manera de ser |
y de sentirse cristianos.
Para ser cristianos de verdad, na- |
die hasta entonces había
experimentado la necesidad de |
alejarse de la convivencia
con los hermanos. Por tanto, |
cabía que la Comunidad
cristiana, lejos de sentirse edifi- |
cada, interpretase ese
gesto de separación y de huida en |
un sentido negativo. |
No era abandono |
Pues bien, en contraste
con lo que habitualmente suce- |
de en cualquier sociedad,
los cristianos que constituían la |
Gran Comunidad Eclesial
que era abandonada, contesta- |
da, en un gesto exterior
de ruptura, por aquellos cristianos |
que se marchaban a la
soledad del desierto, no vieron en |
17 (77) |
éstos a gentes pagadas de
sí mismas, infatuadas con su |
perfeccionismo y con su
vida ejemplar. Todo lo contrario, |
no hay en las comunidades
cristianas ninguna animosidad |
contra aquellos
separatistas y contestatarios, sino que los |
rodean con su más profunda
admiración y simpatía. Es |
más, si los monjes se
ocultaban en la soledad de los desier- |
tos, en los lugares más
inaccesibles, los fieles fueron en su |
busca. El entusiasmo
cristiano que animaba a los monjes |
se hizo contagioso para
los fieles. La santidad que logra- |
ron alcanzar aquellos
portadores del Espíritu, la heroici- |
dad de sus virtudes, los
carismas personales de que fueron |
investidos; en una
palabra, el espectáculo de aquel cristia- |
nismo vivo, entero y
heroico, llevado hasta la locura de la |
cruz, en los desiertos,
atrajo y sedujo a los fieles de aquel |
tiempo como atraerá
siempre a los cristianos de todos los |
tiempos la santidad, allí
donde quiera que ésta se encuen- |
tre y se vislumbre. |
Ejercieron |
un saludable |
influjo |
Esa atracción y simpatía
se tradujo no solamente en el |
número creciente de
hombres y mujeres que se fueron su- |
mando a los primeros que
iniciaron el desfile hacia los de- |
siertos, hasta convertirse
en un auténtico fenómeno social |
que llegó a preocupar a
las mismas autoridades civiles, si- |
no también en aquellos
otros cristianos a quienes su propio |
estilo de vida mantenía en
medio del mundo, al lado de su |
familia, pero cuyo
estímulo se fortalecía con visitas fre- |
cuentes a los lugares
prototípicos del monacato. Muchos |
fueron, en efecto, los
peregrinos que acudieron al desierto, |
a aquellos lugares
sagrados donde habitaban los monjes, |
en busca de una palabra,
para aprovecharse de los conse- |
jos y de la dirección
espiritual de aquellos hombres solita- |
rios a quienes gozosamente
se identificaba en la imagina- |
ción y en la devoción
popular con los mismos ángeles. |
Y si muchos fueron los
cristianos que se aprovecharon |
con este contacto directo,
muchos más aún fueron los que |
se sintieron influidos
benéficamente con la lectura de los |
libros que narraban las
heroicidades de los nuevos campe- |
ones del Cristianismo.
También en esta admiración los |
La Congregación del
Oratorio de San Felipe Neri de |
Albacete no recibe ninguna
paga o subvención del Es- |
tado ni tampoco de ninguna
otra entidad u organismo. |
18 (78) |
monjes fueron los
herederos y sustitutos de los mártires, por- |
que las Actas martiriales
dejaron su puesto, en las prefe- |
rencias de la devoción
popular, a las narraciones monás- |
ticas. No sólo en las
casas cristianas humildes, sino en la |
misma Corte imperial de
Bizancio se leían y comentaban |
las vidas de los Padres
del Desierto. Para uno de los más |
altos funcionarios
imperiales escribió precisamente el |
monje, y después Obispo,
Paladio, la Historia Lausíaca. |
San Juan Crisóstomo que,
como pastor de almas, se- |
guía muy de cerca aquel
pulular incontenible de los mon- |
jes de finales del siglo
IV, es buen testigo de la utilidad |
eclesial de la vida
monástica. Refiriéndose a la impresión |
que los monjes causaban en
las comunidades cristianas, |
describe la popularidad
que tenía un monje llamado Ju- |
lián, pero éste no era
caso único, sino muy frecuente: |
«Cuando Julián entraba en
la ciudades ―lo que sucedía raramen- |
te―, el fluir de
person99 & du alrededor era mayor que si se tratase |
de un sofista, de un
orador o de un gran personaje. Si tales hombres |
son objeto de tanto honor
durante una parada, donde no están más |
que de paso, ¿de qué
gloria no disfrutarlo en su verdadera patria?.. |
La síntesis |
Si quisiéramos sintetizar
y explicar en clave moderna |
la utilidad de la Vida
Monástica en la Iglesia del siglo IV, |
se podría decir que los
monjes se presentan como cristianos |
contestatarios ante la
pavorosa pérdida del espíritu cris- |
tiano de los orígenes.
Pero se trataba de una contestación |
que no se expresaba en
palabras, sino en un modo de vivir |
diferente. Además, esa
contestación y denuncia no se que- |
dó en algo meramente
negativo, porque después de la de- |
nuncia de una situación de
decadencia de la vida cristia- |
na, se intentó recuperar
los auténticos valores cristianos en |
la propia vida personal. Y
ese ejemplo de vida cristiana |
auténtica redundó en un
incremento de la vida interior de |
la Iglesia. H. Marrou ha
sintetizado muy bien la utilidad |
permanente que para la
Iglesia de todos los tiempos ha |
supuesto aquella primera
forma de vida religiosa que fue |
el Monacato en el
Desierto: «Cuando el Cristianismo co- |
rría el riesgo de
instalarse demasiado confortablemente en |
el mundo, surge en el seno
de la Iglesia un movimiento que |
está llamado a mantener
siempre vivo y actuante en ella |
el ideal evangélico, sin
compromisos ni concesiones de nin- |
guna clase. Tal fue el
Monacato. Con él reaparece con to- |
da su fuerza la negativa a
dejarse limitar por el horizonte |
terreno, actitud que tan
profundamente había marcado a |
la primera generación
cristiana». |
19 (79) |
PASCUA DE JESUCRISTO |
JUEVES SANTO |
TARDE, A LAS 8, |
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR. |
VIERNES SANTO |
MANANA, A LAS 8. |
VÍA-CRUCIS. |
TARDE, A LAS 8, |
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN
DEL SEÑOR. |
VIGILIA PASCUAL |
NOCHE DEL SÁBADO, A LAS
11. |
LA CELEBRACIÓN PASCUAL SE
COMPLETA |
PARTICIPANDO EN LA
LITURGIA DEL DOMINGO. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 29.3. 81 |
20 (80) |
|