Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 187. OCTUBRE. Año 1981
SUMARIO
OTRA VEZ se procesa el esfuerzo, y se vuelca la se-
milla en los surcos, pan condensado de una cosecha
para otra cosecha. Otra vez la apuesta de las semi-
llas y el silencio de las raíces, mientras las lluvias
vienen a purificar el aire, para que la esperanza se haga
pura sobre los caminos limpios, por los que nos llegará,
cada dia, el pan de la vida que sigue, más silenciosa-si
cabe― y más escondida, pero para darnos, más allá del
ciclo de frio, cuando vueluu otra vez el verano, el milagro
de su multiplicación.
«LABOREM EXERCENS»
TERESAS
COMUNISMO Y CRISTIANISMO
EL PASO DE SANTA TERESA POR LA MANCHA
LOS LÍDERES DEL FUTURO
SAN FELIPE NERI Y SANTA TERESA DE ÁVILA
LA LIBERTAD Y LA IGLESIA
SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y EL MITO
DIÁCONOS
PARA EVITAR EL ANALFABETISMO CRISTIANO
1 (125)
"LABOREM EXERCENS",
UN PASO ADELANTE
EN LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
LOS PRIMEROS comentarios, especial-
mente provenientes desde Italia, in-
dican que este documento papal dará
pie a muchas reflexiones. Donde parece
que ha suscitado mayor interés, en el
ámbito europeo, c9 en Francia, donde
"La Croix" ha publicado el texto integro,
y "Le Figaro" y "Le Monde" amplios ex-
tractos. La prensa germano-occidental
insiste en la defensa que el Papa hace del
derecho al trabajo y, asimismo, que en el
documento se refleja la vida y experien-
cias del propio Papa en Polonia, donde
fue obrero en su juventud y pudo cono-
cer de cerca el sistema socialista.
A propósito de ello, el cardenal Koe-
ning, arzobispo de Viena, afirma que la
encíclica es objeto de optimismo y espe-
ranza, en particular porque contiene una
disposición al diálogo con el marxismo y
la idea fundamental de la prioridad del
hombre con respecto al capital. Marxis-
mo y capitalismo son igualmente recha-
zados ante la primacía del hombre, cuyo
ser y actividad no puede diluirse en una
socialización que lo sacrifica al capitalis-
mo de estado, ni en la mera utilidad
cuantitativa y monopolistica del concepto
de capital.
De América Latina vienen las prime-
ras reacciones de entusiasmo, especial-
mente de Brasil y Colombia. La Iglesia
brasileña cree que no podía haber llega-
do en mejor momento». El secretario ge-
neral de la Conferencia Episcopal del
Brasil ha destacado estas palabras del
pontifice: «En algunos países en vias de
desarrollo hay millones de hombres que
están obligados a cultivar las tierras lati-
fundistas, sin esperanza de poder alguna
vez llegar a la posesión siquiera de un
pedazo mínimo de tierra». Este párrafo
se refiere, sin duda, a lag «personas que
quedan sin defensa ante el "hambre de
tierra" de individuos o grupos podero-
sos.
La enciclica también ha fortificado el
movimiento sindical colombiano que se
balla en una difícil situación ante la
amenaza de un «paro cívico nacional
precisamente en este mes de octubre.
Las organizaciones sindicales colombia-
nas han presentado reclamaciones al pre-
sidente de la República que concuerdan
con los derechos que proclama la enci-
clica.
También en Argentina, el secretario
general de la Confederación Nacional del
Trabajo ha declarado que el documento
papal wresume las aspiraciones de todos
los trabajadores del mundo.
En España han sido pocas las reaccio-
nes. Sin embargo, Antonio Montalbán,
secretario general de CC. OO. del país
valenciano, afirmaba que el Papa reco-
noce una serie de principios y valores
sociales de aplicación universal con una
claridad nunca vista hasta ahora en los
documentos oficiales de la Iglesia cató-
lica.
2 (126)
Teresas
CUANDO a la santa de Ávila le impusieron el nombre de Teresa, acaba-
ban de elegir uno que no estaba en el santoral cristiano. Luego ella,
desde niña, lo echaría en falta y tomaría la resolución de una entrega
total a Dios cuando mirase al cielo pensando en aquella vida que en
Dios nos espera y que dura «para siempre, siempre, siempre...»
Mucho más tarde, otra niña que también se llamaría Teresa, se puso a
contemplar, arrobada, el firmamento y creyó ver escrito su nombre en lo
alto, con perlas encendidas, en la forma de la T de la constelación de Orión.
Y decidió igualmente hacerse santa. Ahora, una y otra, son como luces del
firmamento cristiano en el cielo del mes de octubre, en que la Iglesia hace
recuerdo de ambas.
Fue de tanto mirar al cielo y de pensar en el infinito desde el corazón.
La primera, andando por muchos caminos, pero recorriendo, sobre todo,
el interior del espíritu hasta la morada donde Dios habita y nos espera; la
segunda, sin moverse del claustro, cuyo umbral cruza en plena adolescen:
cia, aunque madurísima de gracia, y mirando y llevando en el corazón la
proyección apostólica del florido campo de las misiones.
Distintas en el tiempo, el lugar, la edad, los temperamentos; pero seme-
jantes en la opción única por la santidad y en el medio esencial ―fidelidad
a la gracia por la oración, a través del cual la alcanzan. Semejantes tam-
bién porque ambas biografiaron sus experiencias y hablaron y escribieron,
por obediencia a sus superiores, de lo que realmente habían vivido.
La santidad es la fidelidad a la gracia, es recibir y guardar un don de
Dios, es reconocer y no despreciar a Dios que nos llama y nos bendice...
Pero todo esto no es posible sin mantener vivo el trato con él, porque es
más que una doctrina y que un saber teórico. Por ello exige la realidad del
trato personal con Dios y la sinceridad que limpia de impurezas la mirada
y el pensamiento cuando se descubre y reconoce su presencia en la pro-
fundidad del propio ser y en la realidad envolvente que todo lo
relaciona
3 (127)
con él. Todo lo demás tiene menos importancin, y hasta ninguna importan-
cia, si no so sumn A osta mirada, si no empuja este latido. Los caminos para
que sea Asi pueden ser distintog para cada santo y para cadn cristiano, pe-
ro todos llevan a la síntesis de esta contemplación y trato personal y cons-
ciente y a este movimiento que se proyecta total y serenamente hacia Dios-
como una mirada y como un latido que sólo a él busca y sólo en el descansa.
La Teresa española, por los caminos quemados de sol o quebrados de
hielos, y más tarde la Teresa francesa, desde las brumas normandas, mira-
ban hacia el alma y miraban hacia el cielo y querían para ellas y para to-
dos los hombres, que el mundo llegara A Ser camino de Dios. Recordarlas,
Procurando evitar la facilidad trivial del mito con que ―como a otros santos-
A veces se loa ha deformado, puede sernos un estímulo para agradecer los
dones de Dios y reconducir todo el impulso de la vida hacia él.
Comunismo y cristianismo
El dinamismo comunista es, para una pequeña aristocracia
intelectual, el resultado de una heroica tensión hacia el por-
venir más humano, que puede ser hoy una utopía, pero que
podría convertirse mañana en realidad ―para la masa es fie-
bre del odio que ha erigido lo que es parcial (lo económico)
en absoluto (lo divino). De hecho, los medios excogitados para
mantener enardecidas a las masas ininterrumpidamente, se
reducen a la presión que ejerce el odio: por la deformación
sistemática del pensamiento ajeno hasta transformar a los
hombres así manipulados en sombras agitadas, ebrias de
mentira, atrincheradas en el egoísmo, obcecadas por el mito
revolucionario que olvida que las revoluciones exteriores
son inútiles si el hombre interior no cambia; pues toda vio-
lencia genera violencia, toda herida abre mil más, cada gota
de sangre anuncia cataratas.
El cristianismo auténtico es hambre y sed de justicia; pero
hambre y sed de justicia total, que abraza a Dios y al hom-
bre, y que confiesa que le es imposible llegar a Dios si no es
a través de la realización de la justicia por el hombre.
Card. Giulio Bevilacqua, C. O.
4 (128)
EL PASO DE SANTA TERESA
POR LA MANCHA
HACEN BUENOS los caminos
los pies de los justos que los
pisin. Por eso, cuando recor-
damos que santa Teresa pisó cstas
tierras manchegas, podemos decir
que fueron bendecidas por ella,
porque se portaron sus gentes co-
To wi hubiesen sentido cs "bendi-
ción" a través de la ráfaga del paso
de la monja andariega y fundadora
de monasterios carmelitanos aun-
que ninguno fundara inmediata-
mente en el cerco de lo que ahora
constituye nuestra provincia alba-
cetense. Pero aun con parecer me-
nos trascendente, esa tierra que
reune polvo de todos los caminos
ibéricos, los arremolinó como nube
―por un momento de luz y de
alegría espontánea. En ninguna par-
te la Santa babía recibido mucstras
más vivas de afecto entre las rentes
del pueblo.
Era ya Teresa una "vejezucla*
enferma, y le faltaban sólo dos años
para seguir en este mundo. Iba, des-
de Malagón a la fundación del mo-
nasterio de Villanueva de la Jara,
en la provincia de Cuenca, casi al
linde de ésta de Albacete. Funda-
ción sobre la que dudo por algún
tiempo, como ella misma declara
en el libro de LAS FUNDACIONES,
cap. 28, pero que finalmente vio era
querer de Dios el llevarla adelante.
a pesar de lo arriesgado que pare-
cía en orden al futuro sustento ma-
terial de las monjas, todavía sin
casa y en un poblado de apenas
mil vecinos. Por otra parte, respec-
to a lo material, el Señor le había
hecho ver con qué tesoras se había
becho lo que estaba hecho hasta
aquím...
Así que, dice ella misma, wpun-
tualmente partimos de Malagón sá-
bado antes de cuaresma, a 13 dias
de febrero, año 1580. Fue Dios ser-
vido de hacer tan buen tiempo y
darme tanta salud, que parecía
nunca había tenido mal».
La Santa acababa de pasar gran-
des penas tras las que no tardaria
en recibir, después de ellas, algún
consuelo, como fue la tranquiliza-
dora noticia de que el libro de su
5 (129)
VIDA, llevado a la Inquisición hacía
algunos años, no contenía «en él
cosa que no sea muy buena», como
le dijera a ella misma el cardenal
Quiroga, inquisidor general, en To-
ledo, al regreso de la fundación de
Villanueva de la Jara. Y fue preci-
samente en medio de ese estado de
inquietud cuando itineró por tie-
rras manchegas, y por eso le supie-
ron tan a bien las bondades y el
afecto que aquí recogía sin buscar,
y que Dios le daba sin pedir, para
que un poco de confortación veni-
da de los más sencillos pusiera un
lenitivo sobre las heridas abiertas
por los malévolos, en la vida y en
la fama de aquella santa alma de
Dios.
Gabriel de la Asunción y Anto-
Dio de Jesús, eran los descalzos en-
cargados de recogerla, y vinieron
la víspera, del convento de La Ro-
da. Llegaron con «un coche y un
carro», y comenzó, al día siguiente,
la marcha que conmovería a todos
ellos, por el aire triunfal que la
gente les tributaba, no sólo porque
los descalzos eran conocidos en
aquella tierra, sino, principalmente,
por el anuncio que de boca en boca
se iba haciendo de que pasaría con
ellos y algunas monjas, una santa
de verdad, en carne y hueso, fun-
dadora de tantos conventos refor-
mados. Desde Malagón, por Fuente
del Fresno, Villarrubia, el paso del
Guadiana por Alameda de Cervera
hasta Socuéllamos, de donde parti-
rían «tres horas antes que amane-
ciera, para librarse de la gente».
Era de noche todavía y se les que-
bró el coche y les pareció milagro
que hubiesen podido andar con él
hasta el lugar no lejano de Villarro-
bledo y proceder a la reparación.
Allí, «una dueña muy honrada y
aficionada a las cosas de virtud»
acogió a la comitiva. Fue en este
lugar donde la gente se agolpó de
tal manera para ver a Teresa, que
rompió la puerta de la casa y las
ventanas, y tuvo que intervenir la
autoridad del pueblo, con alguaci-
les, custodiando la puerta para que
les dejasen siquiera algún tiempo
para comer; y ni esto bastó porque
«fue menester encarcelar alguna
gente para que pudieran salir, que
toda su ansia era ver a la Madre,
que hablarla no había remedio»,
dijo luego Ana de san Bartolomé.
Es gracias a los escritos de la pro-
pia santa Teresa, pero además por
los de esta fiel enfermera suya, y
secretaria, que sabemos tantos de-
talles de este paso de santa Teresa
por tierras de Albacete. Ana de gan
Bartolomé, mucho más joven que
Teresa, era una mujer de escasa
instrucción, pero de inteligencia
despierta, que aprendió a escribir
con soltura y corrección con sólo
el hecho de copiar las cartas que
Teresa debía mandar. Ella com-
prendía a Teresa y atenta cuidaba
hasta donde alcanzaba, de su salud
y de procurarle el remedio, el es-
6 (130)
caso descanso o el alimento que a la
Madre convenía.
De Villarrobledo fueron a Mina-
ya, luego pasaron por Santa Marta
y llegaron a La Roda. Legua y me-
dia más allá de La Roda estaba el
convento de los descalzos, en las
riberas del Júcar, entre Fuensanta
y Villalgordo, recostado sobre la
ribera opuesta. Y dice la M. Ana
de san Bartolomé: «Como supieron
que la santa Madre llegaba, salié-
ronla a recibir en procesión buen
trecho antes que llegásemos al mo-
nasterio... Llegaron de rodillas a
pedirle la bendición, y la llevaron
en procesión a la iglesia». Santa Te-
resa escribiría que «a mí me enter-
neció mucho, pareciéndome estar en
aquel florido tiempo de nuestros
santos padres. Parecían en aquel
campo unas flores blancas... Entra-
ron en la iglesia con un Te Deum..."
Estos frailes descalzos que así la
recibieron, eran los del monasterio
descalzo de Nuestra Señora del So-
corro; monasterio que Catalina de
Cardona hiciera levantar en lugar
desierto, por lo que los rodenses
llamaban a aquellos ejemplares
carmelitas, «los frailes de la buena
Mujer». Cuando Teresa llegó allí
hacía tres años que la Cardona ha-
bía muerto, después de llevar una
vida penitente de ermitaña, en una
cueva próxima a la iglesia, que las
gentes de las comarcas vecinas vi-
sitaban como lugar de peregrina-
ción. Cuando en 1603 los descalzos
Los líderes
del futuro.
El hombre crea falsas
divinidades, dioses, a su
medida. Idolos que surgen y
cuen; que se proclaman y se
olvidan en pocos momentos.
Fuegos fatuos que duran poco...
Fanatizaciones conseguidas a
base de la publicidad, sin dar
tiempo al razonamiento, sin
belleza durable de ideales...
El hombre, y el hombre de hoy,
espera, busca, se afana por
enamorarse de algo bueno,
elevado, ennoblecedor,
hermoso.
A tanta búsqueda, a tanta
fallida esperanza sucede, con
harta frecuencia, el desencanto,
la tristeza, la frustración.
Todavía, esto, durará un poco
más. Hasta que nos
purifiquemos de las vanidades
pretenciosas y de las beaterías
insulsas, y nada substituya la
verdadera sed y hambre de
bien y de verdad. Entonces
iremos a buscar a los
verdaderos líderes. Estos
líderes serán los místicos.
7 (131)
se trasladaron de La Roda a Villa-
nueva de la Jara, llevaron consigo
los despojos de la venerable ermi-
taña, y allí estuvieron hasta que,
en 1936, fueron profanados y des-
truidos. Santa Teresa creyó ver en
la gloria a esta venerada ermitaña
rodense.
Ese cambio de paisaje que se
opera al cruzar el Júcar por Villal-
gordo, resumía de alguna manera
el modo de ser y el alma de la tie-
rra donde la Santa recibió las ma-
yores muestras de fervor popular,
a pesar del paisaje domado por el
frío y calcinado por el calor, de la
blanca, llana, enjuta, a veces de-
sértica planicie manchega. Pero
muy cerca de la costra, somera bajo
la tierra endurecida de los campos
y de los caminos sin sombra y de
ardores y lluvias sin cobijo, corren
ríos escondidos de miel y clarida-
des de agua en espera del bullicio,
que salta como plata un poco más
arriba por el cauce del Júcar, mien-
tras, súbitamente, el sorprendente
verdor de la vegetación inesperada,
milagrosa, se alza como manos co-
losales que baten palmas que peina
el viento y dora la luz al son impa-
ciente del canto del agua que ya
no se remansa ni cabe en el silen-
cio, y por eso revienta en cascada
de dulzura incontenible.
La Mancha, la buena Mancha,
rústica, dura por fuera como barro
cocido, pero dulce por dentro ―des-
de dentro― como la miel que se
guarda en las orzas, vergonzosa de
la propia dorada dulzura que se
multiplica en el misterio de la hu-
mildad, dio el mejor consuelo a
esa "vejezuela" santa, cargada de
penas y de trabajos por amor de
Jesús y de la Iglesia. Cuando, desde
Villanueva de la Jara, deshaciendo
el camino de ida, regresó a Toledo,
decía eufórica: «Aunque eran 30
leguas de donde vine, no traje
cansancio, sino más salud que sue-
lo». Y es que los consuelos también
descansan el alma. Solamente, me-
jor que éstos de la tierra, iba a te-
ner muy pronto los eternos del
cielo.
Napoleon Bonaparte, al final de su vida, con-
vencido ya de que por la fuerza o por la políti-
ca no podía llevar a cabo su sueño de trans-
formar el mundo, se dedicaba a la enseñanza
del catecismo cristiano a los niños.
8 (132)
SAN FELIPE NERI
Y SANTA TERESA
DE ÁVILA
PARA establecer una relación
entre san Felipe y santa Tere-
sa de Jesús, no es necesario
forzar ningún denominador común
sobre los principales aspectos de la
santidad (oración, alegría sobrena-
tural, caridad...), porque dispone-
mos de datos y curiosas coinciden-
cias que los aproximan, sin por ello
confundir o desfigurar sus caracte-
rísticas propias.
El gran rasgo común es que la
Providencia los quiso dar a la Igle-
sia en el mismo siglo y para que
fuesen agentes de su verdadera re-
forma y renovación, cada uno en
su lugar; pero, además, es que am-
bos nacieron el mismo año de 1515,
aunque san Felipe sobreviviría a la
santa de Avila en trece años.
Toda renovación o reforma ver-
dadera de la Iglesia le viene de sus
santos, y no cabe duda que lo fue-
ron Teresa y Felipe. Por lo inismo,
conocieron el sufrimiento y pade-
cieron grandes dificultades e in-
comprensiones; pero, curiosamente,
fueron finalmente reconocidos y
amparados en su obra renovadora
por el mismo papa, Gregorio XIII,
prudente y sabio en leyes, gracias
al cual, puede decirse que de pro-
pia iniciativa, se fundaba la Con-
gregación del Oratorio, ciertamente
de carácter jurídico singular y has-
ta excepcional al tener en cuenta la
anterior e inmediata rigurosa nor-
mativa de san Pío V, que acababa
de imponer los votos a todos los
estados de perfección, mientras que
Gregorio XIII los excluía para el
Oratorio. Y este mismo papa sería el
que zanjaría el doloroso antagonis-
mo y disputas entre carmelitas "cal-
zados" y "descalzos", concediendo a
éstos autonomía para subsistir y re-
girse en los conventos ya fundados
y en los que en el futuro surgieran.
Otra coincidencia lo constituye
la fecha de la común canonización,
que fue el 12 de marzo de 1622,
cuando en una misma ceremonia, el
papa Gregorio XV proclamó santos
a ambos. En tal ocasión, los roma-
nos, iban diciendo por Roma que el
Papa «canonizaba a cuatro españo-
les y a un Santos... Los españoles,
además de Teresa, eran, Isidro de
Madrid, Ignacio de Loyola y Fran-
cisco Javier. Los cuatro merecedo-
res del honor de la santidad, pero
menos populares, en Roma, que san
Felipe Neri, que se puede decir que
accedía a la canonización oficial co-
mo un reconocimiento postulado
por la aclamación del pueblo, mien-
tras que los cuatro españoles, a pesar
de sus indudables méritos y virtu-
des, eran inscritos en la lista de los
santos por influjo y recomendación
del entonces más poderoso rey de la
tierra, pues era la hora histórica del
esplendor español en el mundo.
9 (133)
La libertad y la Iglesia
Charles-René Forbes de Montalembert (1810-1870), liberal conven-
cido y fervoroso católico, pertenece a esa serie de figuras ilustres y
batalladoras francesas del siglo pasado: Lamennais, Lacordaire,
Ozanam... Las siguientes palabras las escribió en reacción contra
el régimen autoritario de Napoleón III, pero siguen teniendo valor
ante cualquier situación objetiva parecida a aquélla, en que deba
defenderse el derecho de la Iglesia a existir libremente.
OH, cuán rápidamente se ha echado en olvido la ver-
dad de que la religión tiene necesidad de la libertad
y la libertad de la religión! Breve es la vida, pero lo
es todavía más la memoria humana. A cualquier
hombre, dotado de la conciencia de un deber público, de una
misión, aunque modesta, hacia sus semejantes, le falta el tiem-
po para poder dedicarse a hacer lo esencial, y todavía más
para rehacer lo que es esencial. ¿Por qué ha de recomenzarse
siempre, sin tregua, volviendo a deberes que debían de haber-
se cumplido de sobras?
¿Hará falta que estemos obligados a demostrar, de nuevo,
una verdad que parecía haber entrado en el rango de los lu-
gares comunes; o que, entre todos los regímenes, el que ha
puesto a la Iglesia a mayores peligros ha sido el régimen abso-
lutista? Da igual que se trate de un absolutismo de masa o de
un hombre solo. Un poder sin freno, sin controles verdaderos,
es decir, un poder prácticamente omnipotente, es necesaria-
mente temible para la Iglesia por el solo hecho de poderlo
todo: la omnipotencia constituye una tensión demasiado fuerte
para la debilidad humana; pues quien lo puede todo, lo quiere
todo, y por eso se siente necesariamente inducido a invadir in-
cluso los dominios espirituales, aunque éste sea el solo que se
halla fuera de su órbita, el solo que permanece erguido frente a
10 (134)
él. En tales condiciones, cualquier régimen, si lo quiere, arre-
bata la libertad de la Iglesia, la engaña y la traiciona, para lue-
go oprimirla. Incluso cuando busca alianza con la Iglesia antes
de comenzar la inevitable lucha, el poder absoluto sólo puede
concederle favores, reposo, honores y privilegios; pero jamás
le dará ni derechos ni fuerza alguna. De tal modo que, cuando
la lucha comience, la Iglesia se encontrará ―humanamente
hablando― sin fuerzas y sin derechos...
La libertad es una de las fuerzas vitales de la humanidad:
existe siempre y en todas partes, por lo menos como estado de
nostalgia y de esperanza, cuando no es posible en la realidad.
Pero tiene dos enemigos: la revolución y el despotismo, o me-
jor se trata de uno solo aunque bajo dos formas distintas. La
religión es su salvaguardia y su contrapeso legítimo y natural.
Los que la empujan hacia alguna de estas dos fuerzas enemi-
gas, le causan un daño irreparable. Cuando ella parece que
bendice al despotismo, rechaza la libertad hacia la revolución,
el mundo consternado pierde su equilibrio.
Pero de todos los despotismos, el más intolerable en nues-
tros días es el que se ejerce o parece ejercerse con el concurso
de la religión. Entonces subleva los mejores sentimientos del
alma, porque nos damos cuenta que se aprovecha de lo santo
en ventaja de un interés profano. De una parte, fomenta en los
sacerdotes los males más difíciles de sanar en la naturaleza
humana, como es el orgullo y la blandura. De otra, ofrece a los
eternos enemigos de la verdad el pretexto más cómodo y más
fecundo, del que se sirven con infalible éxito. La Iglesia pierde
poco a poco la estima de las almas que le eran fieles; comien-
za siendo la burla, aparece como cómplice y acaba, siempre,
siendo la víctima.
11 (135)
Todas las semanas en
vida nueva
Una completa información
de la Iglesia en España y en el mundo
Un estudio del problema de mayor actualidad
Una visión cristiana
del mundo político, social, cultural y artístico
vida nueva
Revista semanal
de información general
y religiosa
P.P.C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
12 (138)
SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS
Y EL MITO
NO CABE duda que toda religión y todo héroe reli-
gioso ha tenido que ver con el mito. Esta posibili-
dad de añadir, desde fuera, lo ilusorio o ficticio,
o de elevar a la categoría de tipo una tradición
sagrada, un modelo ejemplar o una revelación pri-
migenia a un hecho o a su protagonista, se detecta en las
sociedades más arcaicas hasta en las que suponemos más evo-
lucionadas. Ni siempre el mito ―salvo cuando se alimenta de
ilusión o ficción, debe ser absolutamente rechazable. No obs-
tante, las primeras generaciones cristianas lo combatían como
falsificaciones de la verdad, incompatible con el contenido del
mensaje cristiano y con el ejemplo de la historia de Cristo y
de los santos.
Pero aquel esfuerzo de los primeros cristianos no bastó y,
más adelante, la Iglesia ha debido no solamente depurar de
fantasías las pretendidas historias de algunos santos, sino in-
cluso, en algún caso, ha llegado incluso a dudar de que hubie-
ran existido. Un ejemplo de ello lo tenemos en la reforma del
calendario cristiano llevada a cabo por Baronio, y la más re-
ciente de que podemos ser testigos, como consecuencia del Vati-
cano II y la subsiguiente reforma litúrgica.
Esto que comprendemos que ha sido posible con santos del
medioevo, de alguna manera también ha ocurrido con algún
13 (137)
santo más reciente. Lo cual a nadie debe escandalizar, en una
época, en la
que, por los motivos que aquí no vamos a anali-
zar, se opera en tantos otros campos, a nivel individual y co-
lectivo, esa proyección idealizada de transferencias con las que
el hombre tiende a admirarse a sí mismo, fuera de sí mismo,
para curarse o distraerse de las propias frustraciones, ávido
además de hallar la propia justificación en el ensueño del hé-
roe creado, o falsificado con exageraciones psicológicamente
interesadas. El cine, el deporte, la canción ligera, a veces un
político, han despertado mitos personales y colectivos que han
incidido en los tocados según fuese su psicologia, su soledad,
su ignorancia.
En santa Teresa del Niño Jesús
―juna gran santa!-tam-
bién se dio el mito, inmediatamente posterior a su canonización
por Pío XI. El mito surge cuando responde a las carencias psico-
lógicas de quien lo invoca, ávido de complementación ilusoria o
de autojustificación hipotecada en la transferencia hacia el
héroe.
Teresa, no Teresita
El mismo Pío XI quiso atajar uno de los mitos que ya
se insinuaban en la santa de Lisieux: a la hora de inscri-
bir su nombre en la lista oficial de los santos, pretendian
hacerlo con el diminutivo de "Teresita" del Niño Jesús, y
el Papa replicó: «No, Teresita, no; poned Teresa, porque
era una mujer entera». De todos modos, se hizo prácti-
camente inevitable el uso popular del diminutivo, y no
faltaron exageraciones panegiricas sobre la "niñez»>"} la
"infancia espiritual", que degeneraban hacia el mito
cuando no eran maneras de designar la humildad filial,
la sinceridad, la confianza y el amor a Dios como Padre.
Tampoco se tenía en cuenta que la Santa había dicho en
una ocasión «que la inocencia no es la ignorancia», a pro-
pósito del mundo y de la vida religiosa, y de los pecados y
las virtudes. Bastaría con contemplar algunas de las foto-
grafías que afortunadamente nos quedan para descubrir la
distancia que había entre la serenidad y la profundidad de
su mirada --por ejemplo la que está junto a la cruz del pa-
tio conventual, o la que tiene el cementerio al fondo...-
14 (138)
y el concepto melifluo y hojaldrado, sentimental y amune-
cado con que a veces se la ha descrito.
La enfermedad
de los Santos
Cuando, hace medio siglo, la tuberculosis preocupaba
más que el cáncer y el miedo a la guerra nuclear actua-
les, se dio la mitificación de aquella enfermedad que cau-
só la muerte de la santa carmelita. Se le llamó la "enfer-
medad de los santos" y - oh confusión de la terdadera
humildad cristiana!...— se produjo este curioso fenómeno,
que desde luego nos abstenemos de generalizar, pero que
sí tuvo algún relieve entre gentes más o menos dadas a
Dios, y en edad joven, y es que padecieron la sugestión
de descubrir en sí mismos síntomas — por supuesto más o
menos imaginarios... afortunadamente para ellos― de
tal enfermedad que, al cabo de poco, el médico desmentia
ante la evidencia de los exámenes radioscópicos y la irre-
levancia de que el candidato a santo o a santa, alcanzara
la temperatura de 37° centígrados y una décima, una vez
al mes..., y creyera tener gusto de sangre en la boca, al
levantarse. También se establecieron curiosas compara-
ciones entre la santa de Lisieur y nuestra Teresa de Avila,
en razón de la supuesta común enfermedad, porque en
ésta habían dicho los médicos que la trataron en sus
dolencias de joven, que «estaba ética...
Pero ha habido, por último, una exageración que entra
en el mito, ariadido a lo verdaderamente sobrenatural y
santo de la admirable Teresa del Niño Jesús, que hay que
afrontar porque tal vez sea el más grave, puesto que ya
no se reduce al riesgo de permitir que se tome a los con-
ventos y a los que abrazan seriamente la vida religiosa
como si fueran allí a jugar con el Niño Jestís, como ena-
jenación infantilizante, sino que llevaría a suponer que la
vida comunitaria es una especie de tortura soportada sólo
en aras de la tozudez del que aguanta las arbitrarieda-
des de sus superiores, y compensada solamente por la se-
guridad o por el prestigio social que a veces confieren, en
ciertos medios, los hábitos recibidos y el hecho de perte-
necer a una determinada comunidad. No cabe negar que
también los que profesan la vida religiosa están sujetos a
las debilidades propias de los hombres, pero éste no es el
caso para ser trasladado, en énfasis, al supuesto de santa
Tesesa del Niño Jesús, ni el de la mayoría, por desconta-
do.
 
amaron y
 
En honor de la vida comunitaria en general, y del
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caso que nos ocupa en particular, se ha de desmentir el
supuesto de que los superiores que le cupieron en suerte
a la santa francesa, la sometieran a heroísmo alguno de
obediencia difícil, extraordinaria o humillante; sino más
bien todo lo contrario. Así se desprende no solamente de
la autobiografía, o «Historia de un Alma», y de los dos
gruesos volúmenes, recientemente publicados y anotados,
de toda la correspondencia de la santa y de la relativa
de sus corresponsales y amigos y allegados que la nom-
bran.
Predilecta
en un hogar
cristiano
Santa Tesesa del Niño Jesús tuvo la suerte de nacer
en un hogar profundamente cristiano y de haber sido tra-
tada con exquisito afecto y mimo, aun cuando quedara
huérfana de madre muy pronto. Fue la "reina" de su pa-
dre y complacida siempre por todas sus hermanas, y por
los Guérin, tíos y sobrinos por parte de madre, de los que
una prima, predilecta como hermana, entraría finalmente
en el mismo carmelo de Lisieux
y
De todos es sabido que, siendo la menor de las herma-
nas, insistió por entrar en el convento a los quince años,
para lo cual fue preciso hacerle una excepción totalmente
fuera de costumbre en las leyes de la Iglesia. Finalmente
consiguió su propósito, pero conoció oposiciones, perfecta-
mente comprensibles y tampoco puede sorprender que,
una vez en el convento, que fue generoso en admitirla a
tan tierna edad, hubiera algún comentario sobre "esa ni-
ña de quince años" cuando, aun inculpablemente, come-
tiera algún error en las tareas o deberes encargados. No
se olvide que, para que ella pudiera entrar a esa edad,
fue preciso que su hermana Celina, cuatro años mayor
que Tesesa y también con vocación de carmelita, perma-
neciera al lado de su padre, anciano y enfermo, hasta que
éste muriera. Las dos hermanas mayores eran ya carme-
litas, y la tercera visitandina.
"Las cuatro
hermanas"
Cuando finalmente entra Celina en el Carmel, son
cuatro hermanas en un mismo convento, a las que se jun-
taría la prima Guérin: cinco de una misma familia, en un
grupo comunitario de veinticuatro personas, por fuerza se
ha de notar, y era deber de la priora cuidar que, por en-
cima de las solas afecciones naturales, aquellas cinco car-
melitas fueran tratadas al igual que las demás, en el re-
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parto de tareas y trabajos. En realidad, la facilidad para
la admisión de tantos miembros pertenecientes a una mis-
ma familia, se debió al influjo de la priora. Madre Maria
de Gonzaga, de quien algunos han querido resaltar aspec-
tos negativos: pero fue ella precisamente que abrió a Te-
resa al interés por las misiones y le confió el trato episto-
lar de vocaciones y sacerdotes misioneros; ella también
que la propuso para Maestra de Novicias: y ella que le
mando que escribiera la Historia de un Alma, cuya
primera parte, como recuerdos de infancia, la habia ya
escrito por mandato de la anterior priora, Madre Inés de
Jestis, Paulina, hermana de Teresa, que sucedió a la M.
María de Gonzago, y alternó el priorato con ella.
La M. María
de Gonzaga
Es la
M. Maria de Gonzaga la que escribirá esta alabanza pós-
tuma en el acta de profesión de la santa: Modelo acaba-
do de humildad, de obediencia, de caridad, de prudencia,
de desprendimiento y de regularidad que colmo la dificil
tarea de Maestra de Novicias con una prudencia y una
perfección solamente igual a su amor por Dios».
El hecho de que esta misma priora, al terminar Teresa
el noviciado, propusiera esperar medio año para su pro-
fesión, no puede tomarse como rechazo, sino como acción
prudente, puesto que Teresa contaba a la sazón sólo 16
años y el compromiso a que se obligaba, según entonces
eran las leyes de la Iglesia, no era temporal y renovable,
sino perpetuo y definitito. Todos coinciden en reconocer
a la M. María de Gonzaga una gran personalidad e inte-
ligencia y una visión algo abierta respecto a la misma
vida contemplativa. Y seguramente a esta óptica hay que
llevar la propuesta para enviar a la ultima entrada de
las hermanas Martin, al Carmel de Saigón, que pedía
refuerzos de vocaciones, lo cual, ciertamente, pudo no
agradar a Tesesa, pero no se trataba de su persona, aun-
que la contrariara. Sin embargo, el proyecto no llegó a
prosperar.
Las penas
de familia
Cuando la Santa escribía que «hay páginas de la his-
toria de su alma que no se leerían nunca en esta tierra»,
es muy arriesgado suponer, sin otros motivos, que se
quejara de los superiores. Santa Teresa tuvo penas muy
grandes, por lo que objetivamente eran y por su gran
sensibilidad, que ya en la infancia se había descubierlo a
través de su enfermedad de escrúpulos. Dos de esas penas->
17 (141)
nos pueden ser fácilmente conocidas: su hermana Leóni-
da, de difícil carácter, que sólo después de tres intentos
de vida claustral, consigue estabilizarse en la Visitación
de Caen. La otra pena es la que padece por la enferme-
dad de su padre, que ha de ser recluido en una casa de
cura mental, como una especie de oprobio, como una ver-
güenza ante la que se derrumba toda aquella honorabili-
dad y reconocimiento público de que antes gozaba, como
caballero y como cristiano. Era como una muerte у más
que una muerte, a compartir apenas sólo entre las cuatro
hermanas (tres en el Carmel, y Celina todavía yendo y
viniendo de ver al padre enajenado y al locutorio conven-
tual) у, la quinta, en el apartado convento de las visitan-
dinas.
Santa desde
la libertad
Ya muerto el señor Martin, en el convento eran «las
cuatro hermanas», pero además, hermanas debían de serlo
de todas, pues el Señor no las obligaba a quererse menos
entre ellas, pero sí a querer más a las demás. Pero esto no
fue una pena, sino la tarea de un ideal libremente abra-
zado y, en conjunto, prudentemente conducido por quie-
nes el Señor ponía a presidir.
Decir con ligereza otra cosa, sería querer dar a la gen-
te un falso concepto de lo que es la vida religiosa. El que
lo hiciera demostraría desconocerla, o estar necesitando
construir o valerse de un mito para amparar la pobreza
de sus pensamientos.
DIÁCONOS
En la ciudad de Kønigstein (Alemania Federal), tuvo lugar en los
últimos días del pasado mes de agosto, un encuentro internacional
de diáconos, con representación de dos miembros de la diócesis de
Barcelona, que, como se sabe, es pionera en España de la experien-
cia en la inserción del diaconado permanente en los ministerios de
la Iglesia. El hecho puede haber pasado inadvertido para muchos;
pero es útil hacerlo notar, porque forma parte de los proyectos y
esperanzas positivas de una renovación, seguramente de alcance
todavía mucho más amplio, pero que ya se insinúa en los tiempos
nuevos que nos va tocando vivir.
18 (142)
PARA EVITAR
EL ANALFABETISMO
CRISTIANO
COMIENZA el curso, y con él el
tema de los colegios vuelve a ser
conversación diaria en las fami-
lias. Es lógico que todos nos preocupe-
mos por la enseñanza, especialmente de
los más jóvenes. Si, además, somos cris-
tianos, no podemos descuidar la impor-
tancia que tiene, incluso por encima de
los demás conocimientos que se impar-
ten en las escuelas, que los niños y jóve-
nes adquieran, en esta misma edad, una
debida y adecuada instrucción cristia-
na. Por desgracia, aun entre los mismos
que se llaman cristianos, no se siente
igualmente esta necesidad, y se deja el
capítulo de la formación cristiana de
los que se han de preparar para la vida,
a un segundo orden, como de adorno, o
simplemente como de costumbre trans-
mitida de practicar algunos ritos o rezos
más o menos mal entendidos. Más tar-
de, al tropezar con estos adultos que só-
lo se pueden llamar cristianos por ads-
cripción sociológica, pero que, práctica-
mente, son analfabelos, o poco menos,
en las verdades fundamentales del cris-
tianismo, nos encontramos, a lo sumo,
con partidarios de un Cristo desconoci-
do, y respecto de los cuales podría la-
mentarse lo mismo que Orígenes, en el
siglo III, decía de los hombres que se
maravillan cuando consideran los acon-
tecimientos de la vida de Jesús, pero se
muestran escépticos cuando se les revela
la significación profunda que contiene,
y que se niegan a aceptar).
La razón de este descuido puede ser
que, el egoísmo humano, quiere dedicar
poco tiempo a lo que no le prepara para
ganar dinero o no le divierte o halaga.
Pensamos, sin embargo, que hay mu-
chos padres, verdaderamente cristianos,
que si se preocupan de la formación
cristiana de sus hijos y que ellos mismos
les dedican, en casa, un tiempo debido,
y que piden para ellos, en los colegios,
y revisan luego por sí mismos este as-
pecto fundamental de la formación per-
sonal de los que tienen el deber de pre-
parar para una vida que pueda ser de
cristianos. Para ayudar a estos padres
nosotros tenemos, en el Oratorio, durante
te el curso, todos los domingos, y tal co-
mo anunciamos en estas mismas pági-
nas, unos encuentros catequéticos para
niños y adolescentes.
Además, queremos pedir a las perso-
nas mayores que quieran ayudarnos en
esta tarea, que se acerquen a nosotros
para ofrecerse a dedicar, también ellas,
una parte de su tiempo, tanto para for-
marse a sí mismas como para ayudar-
nos en esta labor, tal vez poco relevante,
pero en verdad importante si la dedica-
ción se mantiene con perseverancia, de-
sinterés y buena voluntad. ¡Se dedica
tánto tiempo a conocimientos y curiosi-
dades inútiles! Si sólo una parte de esa
energía perdida se empleara en profun-
dizar las verdades de la fe y en enseñar-
las, seríamos santos y remediaríamos la
mayoría de las cosas que lamentamos.
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formación
cristiana
de gente joven
(de 8 a 16 años)
TODOS LOS DOMINGOS
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
A LAS 12.45
A PARTIR DEL 18 DE OCTUBRE
Para ayudar a los padres
a dar ideas cristianas a sus hijos
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 — 11. 10. 81
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