Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 187. OCTUBRE. Año
1981 |
SUMARIO |
OTRA VEZ se procesa el
esfuerzo, y se vuelca la se- |
milla en los surcos, pan
condensado de una cosecha |
para otra cosecha. Otra
vez la apuesta de las semi- |
llas y el silencio de las
raíces, mientras las lluvias |
vienen a purificar el
aire, para que la esperanza se haga |
pura sobre los caminos
limpios, por los que nos llegará, |
cada dia, el pan de la
vida que sigue, más silenciosa-si |
cabe― y más
escondida, pero para darnos, más allá del |
ciclo de frio, cuando
vueluu otra vez el verano, el milagro |
de su multiplicación. |
«LABOREM EXERCENS» |
TERESAS |
COMUNISMO Y CRISTIANISMO |
EL PASO DE SANTA TERESA
POR LA MANCHA |
LOS LÍDERES DEL FUTURO |
SAN FELIPE NERI Y SANTA
TERESA DE ÁVILA |
LA LIBERTAD Y LA IGLESIA |
SANTA TERESA DEL NIÑO
JESÚS Y EL MITO |
DIÁCONOS |
PARA EVITAR EL
ANALFABETISMO CRISTIANO |
1 (125) |
"LABOREM
EXERCENS", |
UN PASO ADELANTE |
EN LA DOCTRINA SOCIAL DE
LA IGLESIA |
LOS PRIMEROS comentarios,
especial- |
mente provenientes desde
Italia, in- |
dican que este documento
papal dará |
pie a muchas reflexiones.
Donde parece |
que ha suscitado mayor
interés, en el |
ámbito europeo, c9 en
Francia, donde |
"La Croix" ha
publicado el texto integro, |
y "Le Figaro" y
"Le Monde" amplios ex- |
tractos. La prensa
germano-occidental |
insiste en la defensa que
el Papa hace del |
derecho al trabajo y,
asimismo, que en el |
documento se refleja la
vida y experien- |
cias del propio Papa en
Polonia, donde |
fue obrero en su juventud
y pudo cono- |
cer de cerca el sistema
socialista. |
A propósito de ello, el
cardenal Koe- |
ning, arzobispo de Viena,
afirma que la |
encíclica es objeto de
optimismo y espe- |
ranza, en particular
porque contiene una |
disposición al diálogo con
el marxismo y |
la idea fundamental de la
prioridad del |
hombre con respecto al
capital. Marxis- |
mo y capitalismo son
igualmente recha- |
zados ante la primacía del
hombre, cuyo |
ser y actividad no puede
diluirse en una |
socialización que lo
sacrifica al capitalis- |
mo de estado, ni en la
mera utilidad |
cuantitativa y
monopolistica del concepto |
de capital. |
De América Latina vienen
las prime- |
ras reacciones de
entusiasmo, especial- |
mente de Brasil y
Colombia. La Iglesia |
brasileña cree que no
podía haber llega- |
do en mejor momento». El
secretario ge- |
neral de la Conferencia
Episcopal del |
Brasil ha destacado estas
palabras del |
pontifice: «En algunos
países en vias de |
desarrollo hay millones de
hombres que |
están obligados a cultivar
las tierras lati- |
fundistas, sin esperanza
de poder alguna |
vez llegar a la posesión
siquiera de un |
pedazo mínimo de tierra».
Este párrafo |
se refiere, sin duda, a
lag «personas que |
quedan sin defensa ante el
"hambre de |
tierra" de individuos
o grupos podero- |
sos. |
La enciclica también ha
fortificado el |
movimiento sindical
colombiano que se |
balla en una difícil
situación ante la |
amenaza de un «paro cívico
nacional |
precisamente en este mes
de octubre. |
Las organizaciones
sindicales colombia- |
nas han presentado
reclamaciones al pre- |
sidente de la República
que concuerdan |
con los derechos que
proclama la enci- |
clica. |
También en Argentina, el
secretario |
general de la
Confederación Nacional del |
Trabajo ha declarado que
el documento |
papal wresume las
aspiraciones de todos |
los trabajadores del
mundo. |
En España han sido pocas
las reaccio- |
nes. Sin embargo, Antonio
Montalbán, |
secretario general de CC.
OO. del país |
valenciano, afirmaba que
el Papa reco- |
noce una serie de
principios y valores |
sociales de aplicación
universal con una |
claridad nunca vista hasta
ahora en los |
documentos oficiales de la
Iglesia cató- |
lica. |
2 (126) |
Teresas |
CUANDO a la santa de Ávila
le impusieron el nombre de Teresa, acaba- |
ban de elegir uno que no
estaba en el santoral cristiano. Luego ella, |
desde niña, lo echaría en
falta y tomaría la resolución de una entrega |
total a Dios cuando mirase
al cielo pensando en aquella vida que en |
Dios nos espera y que dura
«para siempre, siempre, siempre...» |
Mucho más tarde, otra niña
que también se llamaría Teresa, se puso a |
contemplar, arrobada, el
firmamento y creyó ver escrito su nombre en lo |
alto, con perlas
encendidas, en la forma de la T de la constelación de Orión. |
Y decidió igualmente
hacerse santa. Ahora, una y otra, son como luces del |
firmamento cristiano en el
cielo del mes de octubre, en que la Iglesia hace |
recuerdo de ambas. |
Fue de tanto mirar al
cielo y de pensar en el infinito desde el corazón. |
La primera, andando por
muchos caminos, pero recorriendo, sobre todo, |
el interior del espíritu
hasta la morada donde Dios habita y nos espera; la |
segunda, sin moverse del
claustro, cuyo umbral cruza en plena adolescen: |
cia, aunque madurísima de
gracia, y mirando y llevando en el corazón la |
proyección apostólica del
florido campo de las misiones. |
Distintas en el tiempo, el
lugar, la edad, los temperamentos; pero seme- |
jantes en la opción única
por la santidad y en el medio esencial ―fidelidad |
a la gracia por la
oración, a través del cual la alcanzan. Semejantes tam- |
bién porque ambas
biografiaron sus experiencias y hablaron y escribieron, |
por obediencia a sus
superiores, de lo que realmente habían vivido. |
La santidad es la
fidelidad a la gracia, es recibir y guardar un don de |
Dios, es reconocer y no
despreciar a Dios que nos llama y nos bendice... |
Pero todo esto no es
posible sin mantener vivo el trato con él, porque es |
más que una doctrina y que
un saber teórico. Por ello exige la realidad del |
trato personal con Dios y
la sinceridad que limpia de impurezas la mirada |
y el pensamiento cuando se
descubre y reconoce su presencia en la pro- |
fundidad del propio ser y
en la realidad envolvente que todo lo |
relaciona |
3 (127) |
con él. Todo lo demás
tiene menos importancin, y hasta ninguna importan- |
cia, si no so sumn A osta
mirada, si no empuja este latido. Los caminos para |
que sea Asi pueden ser
distintog para cada santo y para cadn cristiano, pe- |
ro todos llevan a la
síntesis de esta contemplación y trato personal y cons- |
ciente y a este movimiento
que se proyecta total y serenamente hacia Dios- |
como una mirada y como un
latido que sólo a él busca y sólo en el descansa. |
La Teresa española, por
los caminos quemados de sol o quebrados de |
hielos, y más tarde la
Teresa francesa, desde las brumas normandas, mira- |
ban hacia el alma y
miraban hacia el cielo y querían para ellas y para to- |
dos los hombres, que el
mundo llegara A Ser camino de Dios. Recordarlas, |
Procurando evitar la
facilidad trivial del mito con que ―como a otros santos- |
A veces se loa ha
deformado, puede sernos un estímulo para agradecer los |
dones de Dios y reconducir
todo el impulso de la vida hacia él. |
Comunismo y cristianismo |
El dinamismo comunista es,
para una pequeña aristocracia |
intelectual, el resultado
de una heroica tensión hacia el por- |
venir más humano, que
puede ser hoy una utopía, pero que |
podría convertirse mañana
en realidad ―para la masa es fie- |
bre del odio que ha
erigido lo que es parcial (lo económico) |
en absoluto (lo divino).
De hecho, los medios excogitados para |
mantener enardecidas a las
masas ininterrumpidamente, se |
reducen a la presión que
ejerce el odio: por la deformación |
sistemática del
pensamiento ajeno hasta transformar a los |
hombres así manipulados en
sombras agitadas, ebrias de |
mentira, atrincheradas en
el egoísmo, obcecadas por el mito |
revolucionario que olvida
que las revoluciones exteriores |
son inútiles si el hombre
interior no cambia; pues toda vio- |
lencia genera violencia,
toda herida abre mil más, cada gota |
de sangre anuncia
cataratas. |
El cristianismo auténtico
es hambre y sed de justicia; pero |
hambre y sed de justicia
total, que abraza a Dios y al hom- |
bre, y que confiesa que le
es imposible llegar a Dios si no es |
a través de la realización
de la justicia por el hombre. |
Card. Giulio Bevilacqua,
C. O. |
4 (128) |
EL PASO DE SANTA TERESA |
POR LA MANCHA |
HACEN BUENOS los caminos |
los pies de los justos que
los |
pisin. Por eso, cuando
recor- |
damos que santa Teresa
pisó cstas |
tierras manchegas, podemos
decir |
que fueron bendecidas por
ella, |
porque se portaron sus
gentes co- |
To wi hubiesen sentido cs
"bendi- |
ción" a través de la
ráfaga del paso |
de la monja andariega y
fundadora |
de monasterios
carmelitanos aun- |
que ninguno fundara
inmediata- |
mente en el cerco de lo
que ahora |
constituye nuestra
provincia alba- |
cetense. Pero aun con
parecer me- |
nos trascendente, esa
tierra que |
reune polvo de todos los
caminos |
ibéricos, los arremolinó
como nube |
―por un momento de
luz y de |
alegría espontánea. En
ninguna par- |
te la Santa babía recibido
mucstras |
más vivas de afecto entre
las rentes |
del pueblo. |
Era ya Teresa una
"vejezucla* |
enferma, y le faltaban
sólo dos años |
para seguir en este mundo.
Iba, des- |
de Malagón a la fundación
del mo- |
nasterio de Villanueva de
la Jara, |
en la provincia de Cuenca,
casi al |
linde de ésta de Albacete.
Funda- |
ción sobre la que dudo por
algún |
tiempo, como ella misma
declara |
en el libro de LAS
FUNDACIONES, |
cap. 28, pero que
finalmente vio era |
querer de Dios el llevarla
adelante. |
a pesar de lo arriesgado
que pare- |
cía en orden al futuro
sustento ma- |
terial de las monjas,
todavía sin |
casa y en un poblado de
apenas |
mil vecinos. Por otra
parte, respec- |
to a lo material, el Señor
le había |
hecho ver con qué tesoras
se había |
becho lo que estaba hecho
hasta |
aquím... |
Así que, dice ella misma,
wpun- |
tualmente partimos de
Malagón sá- |
bado antes de cuaresma, a
13 dias |
de febrero, año 1580. Fue
Dios ser- |
vido de hacer tan buen
tiempo y |
darme tanta salud, que
parecía |
nunca había tenido mal». |
La Santa acababa de pasar
gran- |
des penas tras las que no
tardaria |
en recibir, después de
ellas, algún |
consuelo, como fue la
tranquiliza- |
dora noticia de que el
libro de su |
5 (129) |
VIDA, llevado a la
Inquisición hacía |
algunos años, no contenía
«en él |
cosa que no sea muy
buena», como |
le dijera a ella misma el
cardenal |
Quiroga, inquisidor
general, en To- |
ledo, al regreso de la
fundación de |
Villanueva de la Jara. Y
fue preci- |
samente en medio de ese
estado de |
inquietud cuando itineró
por tie- |
rras manchegas, y por eso
le supie- |
ron tan a bien las
bondades y el |
afecto que aquí recogía
sin buscar, |
y que Dios le daba sin
pedir, para |
que un poco de
confortación veni- |
da de los más sencillos
pusiera un |
lenitivo sobre las heridas
abiertas |
por los malévolos, en la
vida y en |
la fama de aquella santa
alma de |
Dios. |
Gabriel de la Asunción y
Anto- |
Dio de Jesús, eran los
descalzos en- |
cargados de recogerla, y
vinieron |
la víspera, del convento
de La Ro- |
da. Llegaron con «un coche
y un |
carro», y comenzó, al día
siguiente, |
la marcha que conmovería a
todos |
ellos, por el aire
triunfal que la |
gente les tributaba, no
sólo porque |
los descalzos eran
conocidos en |
aquella tierra, sino,
principalmente, |
por el anuncio que de boca
en boca |
se iba haciendo de que
pasaría con |
ellos y algunas monjas,
una santa |
de verdad, en carne y
hueso, fun- |
dadora de tantos conventos
refor- |
mados. Desde Malagón, por
Fuente |
del Fresno, Villarrubia,
el paso del |
Guadiana por Alameda de
Cervera |
hasta Socuéllamos, de
donde parti- |
rían «tres horas antes que
amane- |
ciera, para librarse de la
gente». |
Era de noche todavía y se
les que- |
bró el coche y les pareció
milagro |
que hubiesen podido andar
con él |
hasta el lugar no lejano
de Villarro- |
bledo y proceder a la
reparación. |
Allí, «una dueña muy
honrada y |
aficionada a las cosas de
virtud» |
acogió a la comitiva. Fue
en este |
lugar donde la gente se
agolpó de |
tal manera para ver a
Teresa, que |
rompió la puerta de la
casa y las |
ventanas, y tuvo que
intervenir la |
autoridad del pueblo, con
alguaci- |
les, custodiando la puerta
para que |
les dejasen siquiera algún
tiempo |
para comer; y ni esto
bastó porque |
«fue menester encarcelar
alguna |
gente para que pudieran
salir, que |
toda su ansia era ver a la
Madre, |
que hablarla no había
remedio», |
dijo luego Ana de san
Bartolomé. |
Es gracias a los escritos
de la pro- |
pia santa Teresa, pero
además por |
los de esta fiel enfermera
suya, y |
secretaria, que sabemos
tantos de- |
talles de este paso de
santa Teresa |
por tierras de Albacete.
Ana de gan |
Bartolomé, mucho más joven
que |
Teresa, era una mujer de
escasa |
instrucción, pero de
inteligencia |
despierta, que aprendió a
escribir |
con soltura y corrección
con sólo |
el hecho de copiar las
cartas que |
Teresa debía mandar. Ella
com- |
prendía a Teresa y atenta
cuidaba |
hasta donde alcanzaba, de
su salud |
y de procurarle el
remedio, el es- |
6 (130) |
caso descanso o el
alimento que a la |
Madre convenía. |
De Villarrobledo fueron a
Mina- |
ya, luego pasaron por
Santa Marta |
y llegaron a La Roda.
Legua y me- |
dia más allá de La Roda
estaba el |
convento de los descalzos,
en las |
riberas del Júcar, entre
Fuensanta |
y Villalgordo, recostado
sobre la |
ribera opuesta. Y dice la
M. Ana |
de san Bartolomé: «Como
supieron |
que la santa Madre
llegaba, salié- |
ronla a recibir en
procesión buen |
trecho antes que
llegásemos al mo- |
nasterio... Llegaron de
rodillas a |
pedirle la bendición, y la
llevaron |
en procesión a la
iglesia». Santa Te- |
resa escribiría que «a mí
me enter- |
neció mucho, pareciéndome
estar en |
aquel florido tiempo de
nuestros |
santos padres. Parecían en
aquel |
campo unas flores
blancas... Entra- |
ron en la iglesia con un
Te Deum..." |
Estos frailes descalzos
que así la |
recibieron, eran los del
monasterio |
descalzo de Nuestra Señora
del So- |
corro; monasterio que
Catalina de |
Cardona hiciera levantar
en lugar |
desierto, por lo que los
rodenses |
llamaban a aquellos
ejemplares |
carmelitas, «los frailes
de la buena |
Mujer». Cuando Teresa
llegó allí |
hacía tres años que la
Cardona ha- |
bía muerto, después de
llevar una |
vida penitente de
ermitaña, en una |
cueva próxima a la
iglesia, que las |
gentes de las comarcas
vecinas vi- |
sitaban como lugar de
peregrina- |
ción. Cuando en 1603 los
descalzos |
Los líderes |
del futuro. |
El hombre crea falsas |
divinidades, dioses, a su |
medida. Idolos que surgen
y |
cuen; que se proclaman y
se |
olvidan en pocos momentos. |
Fuegos fatuos que duran
poco... |
Fanatizaciones conseguidas
a |
base de la publicidad, sin
dar |
tiempo al razonamiento,
sin |
belleza durable de
ideales... |
El hombre, y el hombre de
hoy, |
espera, busca, se afana
por |
enamorarse de algo bueno, |
elevado, ennoblecedor, |
hermoso. |
A tanta búsqueda, a tanta |
fallida esperanza sucede,
con |
harta frecuencia, el
desencanto, |
la tristeza, la
frustración. |
Todavía, esto, durará un
poco |
más. Hasta que nos |
purifiquemos de las
vanidades |
pretenciosas y de las
beaterías |
insulsas, y nada
substituya la |
verdadera sed y hambre de |
bien y de verdad. Entonces |
iremos a buscar a los |
verdaderos líderes. Estos |
líderes serán los
místicos. |
7 (131) |
se trasladaron de La Roda
a Villa- |
nueva de la Jara, llevaron
consigo |
los despojos de la
venerable ermi- |
taña, y allí estuvieron
hasta que, |
en 1936, fueron profanados
y des- |
truidos. Santa Teresa
creyó ver en |
la gloria a esta venerada
ermitaña |
rodense. |
Ese cambio de paisaje que
se |
opera al cruzar el Júcar
por Villal- |
gordo, resumía de alguna
manera |
el modo de ser y el alma
de la tie- |
rra donde la Santa recibió
las ma- |
yores muestras de fervor
popular, |
a pesar del paisaje domado
por el |
frío y calcinado por el
calor, de la |
blanca, llana, enjuta, a
veces de- |
sértica planicie manchega.
Pero |
muy cerca de la costra,
somera bajo |
la tierra endurecida de
los campos |
y de los caminos sin
sombra y de |
ardores y lluvias sin
cobijo, corren |
ríos escondidos de miel y
clarida- |
des de agua en espera del
bullicio, |
que salta como plata un
poco más |
arriba por el cauce del
Júcar, mien- |
tras, súbitamente, el
sorprendente |
verdor de la vegetación
inesperada, |
milagrosa, se alza como
manos co- |
losales que baten palmas
que peina |
el viento y dora la luz al
son impa- |
ciente del canto del agua
que ya |
no se remansa ni cabe en
el silen- |
cio, y por eso revienta en
cascada |
de dulzura incontenible. |
La Mancha, la buena
Mancha, |
rústica, dura por fuera
como barro |
cocido, pero dulce por
dentro ―des- |
de dentro― como la
miel que se |
guarda en las orzas,
vergonzosa de |
la propia dorada dulzura
que se |
multiplica en el misterio
de la hu- |
mildad, dio el mejor
consuelo a |
esa "vejezuela"
santa, cargada de |
penas y de trabajos por
amor de |
Jesús y de la Iglesia.
Cuando, desde |
Villanueva de la Jara,
deshaciendo |
el camino de ida, regresó
a Toledo, |
decía eufórica: «Aunque
eran 30 |
leguas de donde vine, no
traje |
cansancio, sino más salud
que sue- |
lo». Y es que los
consuelos también |
descansan el alma.
Solamente, me- |
jor que éstos de la
tierra, iba a te- |
ner muy pronto los eternos
del |
cielo. |
Napoleon Bonaparte, al
final de su vida, con- |
vencido ya de que por la
fuerza o por la políti- |
ca no podía llevar a cabo
su sueño de trans- |
formar el mundo, se
dedicaba a la enseñanza |
del catecismo cristiano a
los niños. |
8 (132) |
SAN FELIPE NERI |
Y SANTA TERESA |
DE ÁVILA |
PARA establecer una
relación |
entre san Felipe y santa
Tere- |
sa de Jesús, no es
necesario |
forzar ningún denominador
común |
sobre los principales
aspectos de la |
santidad (oración, alegría
sobrena- |
tural, caridad...), porque
dispone- |
mos de datos y curiosas
coinciden- |
cias que los aproximan,
sin por ello |
confundir o desfigurar sus
caracte- |
rísticas propias. |
El gran rasgo común es que
la |
Providencia los quiso dar
a la Igle- |
sia en el mismo siglo y
para que |
fuesen agentes de su
verdadera re- |
forma y renovación, cada
uno en |
su lugar; pero, además, es
que am- |
bos nacieron el mismo año
de 1515, |
aunque san Felipe
sobreviviría a la |
santa de Avila en trece
años. |
Toda renovación o reforma
ver- |
dadera de la Iglesia le
viene de sus |
santos, y no cabe duda que
lo fue- |
ron Teresa y Felipe. Por
lo inismo, |
conocieron el sufrimiento
y pade- |
cieron grandes
dificultades e in- |
comprensiones; pero,
curiosamente, |
fueron finalmente
reconocidos y |
amparados en su obra
renovadora |
por el mismo papa,
Gregorio XIII, |
prudente y sabio en leyes,
gracias |
al cual, puede decirse que
de pro- |
pia iniciativa, se fundaba
la Con- |
gregación del Oratorio,
ciertamente |
de carácter jurídico
singular y has- |
ta excepcional al tener en
cuenta la |
anterior e inmediata
rigurosa nor- |
mativa de san Pío V, que
acababa |
de imponer los votos a
todos los |
estados de perfección,
mientras que |
Gregorio XIII los excluía
para el |
Oratorio. Y este mismo
papa sería el |
que zanjaría el doloroso
antagonis- |
mo y disputas entre
carmelitas "cal- |
zados" y
"descalzos", concediendo a |
éstos autonomía para
subsistir y re- |
girse en los conventos ya
fundados |
y en los que en el futuro
surgieran. |
Otra coincidencia lo
constituye |
la fecha de la común
canonización, |
que fue el 12 de marzo de
1622, |
cuando en una misma
ceremonia, el |
papa Gregorio XV proclamó
santos |
a ambos. En tal ocasión,
los roma- |
nos, iban diciendo por
Roma que el |
Papa «canonizaba a cuatro
españo- |
les y a un Santos... Los
españoles, |
además de Teresa, eran,
Isidro de |
Madrid, Ignacio de Loyola
y Fran- |
cisco Javier. Los cuatro
merecedo- |
res del honor de la
santidad, pero |
menos populares, en Roma,
que san |
Felipe Neri, que se puede
decir que |
accedía a la canonización
oficial co- |
mo un reconocimiento
postulado |
por la aclamación del
pueblo, mien- |
tras que los cuatro
españoles, a pesar |
de sus indudables méritos
y virtu- |
des, eran inscritos en la
lista de los |
santos por influjo y
recomendación |
del entonces más poderoso
rey de la |
tierra, pues era la hora
histórica del |
esplendor español en el
mundo. |
9 (133) |
La libertad y la Iglesia |
Charles-René Forbes de
Montalembert (1810-1870), liberal conven- |
cido y fervoroso católico,
pertenece a esa serie de figuras ilustres y |
batalladoras francesas del
siglo pasado: Lamennais, Lacordaire, |
Ozanam... Las siguientes
palabras las escribió en reacción contra |
el régimen autoritario de
Napoleón III, pero siguen teniendo valor |
ante cualquier situación
objetiva parecida a aquélla, en que deba |
defenderse el derecho de
la Iglesia a existir libremente. |
OH, cuán rápidamente se ha
echado en olvido la ver- |
dad de que la religión
tiene necesidad de la libertad |
y la libertad de la
religión! Breve es la vida, pero lo |
es todavía más la memoria
humana. A cualquier |
hombre, dotado de la
conciencia de un deber público, de una |
misión, aunque modesta,
hacia sus semejantes, le falta el tiem- |
po para poder dedicarse a
hacer lo esencial, y todavía más |
para rehacer lo que es
esencial. ¿Por qué ha de recomenzarse |
siempre, sin tregua,
volviendo a deberes que debían de haber- |
se cumplido de sobras? |
¿Hará falta que estemos
obligados a demostrar, de nuevo, |
una verdad que parecía
haber entrado en el rango de los lu- |
gares comunes; o que,
entre todos los regímenes, el que ha |
puesto a la Iglesia a
mayores peligros ha sido el régimen abso- |
lutista? Da igual que se
trate de un absolutismo de masa o de |
un hombre solo. Un poder
sin freno, sin controles verdaderos, |
es decir, un poder
prácticamente omnipotente, es necesaria- |
mente temible para la
Iglesia por el solo hecho de poderlo |
todo: la omnipotencia
constituye una tensión demasiado fuerte |
para la debilidad humana;
pues quien lo puede todo, lo quiere |
todo, y por eso se siente
necesariamente inducido a invadir in- |
cluso los dominios
espirituales, aunque éste sea el solo que se |
halla fuera de su órbita,
el solo que permanece erguido frente a |
10 (134) |
él. En tales condiciones,
cualquier régimen, si lo quiere, arre- |
bata la libertad de la
Iglesia, la engaña y la traiciona, para lue- |
go oprimirla. Incluso
cuando busca alianza con la Iglesia antes |
de comenzar la inevitable
lucha, el poder absoluto sólo puede |
concederle favores,
reposo, honores y privilegios; pero jamás |
le dará ni derechos ni
fuerza alguna. De tal modo que, cuando |
la lucha comience, la
Iglesia se encontrará ―humanamente |
hablando― sin
fuerzas y sin derechos... |
La libertad es una de las
fuerzas vitales de la humanidad: |
existe siempre y en todas
partes, por lo menos como estado de |
nostalgia y de esperanza,
cuando no es posible en la realidad. |
Pero tiene dos enemigos:
la revolución y el despotismo, o me- |
jor se trata de uno solo
aunque bajo dos formas distintas. La |
religión es su
salvaguardia y su contrapeso legítimo y natural. |
Los que la empujan hacia
alguna de estas dos fuerzas enemi- |
gas, le causan un daño
irreparable. Cuando ella parece que |
bendice al despotismo,
rechaza la libertad hacia la revolución, |
el mundo consternado
pierde su equilibrio. |
Pero de todos los
despotismos, el más intolerable en nues- |
tros días es el que se
ejerce o parece ejercerse con el concurso |
de la religión. Entonces
subleva los mejores sentimientos del |
alma, porque nos damos
cuenta que se aprovecha de lo santo |
en ventaja de un interés
profano. De una parte, fomenta en los |
sacerdotes los males más
difíciles de sanar en la naturaleza |
humana, como es el orgullo
y la blandura. De otra, ofrece a los |
eternos enemigos de la
verdad el pretexto más cómodo y más |
fecundo, del que se sirven
con infalible éxito. La Iglesia pierde |
poco a poco la estima de
las almas que le eran fieles; comien- |
za siendo la burla,
aparece como cómplice y acaba, siempre, |
siendo la víctima. |
11 (135) |
Todas las semanas en |
vida nueva |
Una completa información |
de la Iglesia en España y
en el mundo |
Un estudio del problema de
mayor actualidad |
Una visión cristiana |
del mundo político,
social, cultural y artístico |
vida nueva |
Revista semanal |
de información general |
y religiosa |
P.P.C. - E. Jardiel
Poncela, 4 |
Apartado 19.049 - Madrid
(16) |
12 (138) |
SANTA TERESA DEL NIÑO
JESÚS |
Y EL MITO |
NO CABE duda que toda
religión y todo héroe reli- |
gioso ha tenido que ver
con el mito. Esta posibili- |
dad de añadir, desde
fuera, lo ilusorio o ficticio, |
o de elevar a la categoría
de tipo una tradición |
sagrada, un modelo
ejemplar o una revelación pri- |
migenia a un hecho o a su
protagonista, se detecta en las |
sociedades más arcaicas
hasta en las que suponemos más evo- |
lucionadas. Ni siempre el
mito ―salvo cuando se alimenta de |
ilusión o ficción, debe
ser absolutamente rechazable. No obs- |
tante, las primeras
generaciones cristianas lo combatían como |
falsificaciones de la
verdad, incompatible con el contenido del |
mensaje cristiano y con el
ejemplo de la historia de Cristo y |
de los santos. |
Pero aquel esfuerzo de los
primeros cristianos no bastó y, |
más adelante, la Iglesia
ha debido no solamente depurar de |
fantasías las pretendidas
historias de algunos santos, sino in- |
cluso, en algún caso, ha
llegado incluso a dudar de que hubie- |
ran existido. Un ejemplo
de ello lo tenemos en la reforma del |
calendario cristiano
llevada a cabo por Baronio, y la más re- |
ciente de que podemos ser
testigos, como consecuencia del Vati- |
cano II y la subsiguiente
reforma litúrgica. |
Esto que comprendemos que
ha sido posible con santos del |
medioevo, de alguna manera
también ha ocurrido con algún |
13 (137) |
santo más reciente. Lo
cual a nadie debe escandalizar, en una |
época, en la |
que, por los motivos que
aquí no vamos a anali- |
zar, se opera en tantos
otros campos, a nivel individual y co- |
lectivo, esa proyección
idealizada de transferencias con las que |
el hombre tiende a
admirarse a sí mismo, fuera de sí mismo, |
para curarse o distraerse
de las propias frustraciones, ávido |
además de hallar la propia
justificación en el ensueño del hé- |
roe creado, o falsificado
con exageraciones psicológicamente |
interesadas. El cine, el
deporte, la canción ligera, a veces un |
político, han despertado
mitos personales y colectivos que han |
incidido en los tocados
según fuese su psicologia, su soledad, |
su ignorancia. |
En santa Teresa del Niño
Jesús |
―juna gran
santa!-tam- |
bién se dio el mito,
inmediatamente posterior a su canonización |
por Pío XI. El mito surge
cuando responde a las carencias psico- |
lógicas de quien lo
invoca, ávido de complementación ilusoria o |
de autojustificación
hipotecada en la transferencia hacia el |
héroe. |
Teresa, no Teresita |
El mismo Pío XI quiso
atajar uno de los mitos que ya |
se insinuaban en la santa
de Lisieux: a la hora de inscri- |
bir su nombre en la lista
oficial de los santos, pretendian |
hacerlo con el diminutivo
de "Teresita" del Niño Jesús, y |
el Papa replicó: «No,
Teresita, no; poned Teresa, porque |
era una mujer entera». De
todos modos, se hizo prácti- |
camente inevitable el uso
popular del diminutivo, y no |
faltaron exageraciones
panegiricas sobre la "niñez»>"} la |
"infancia
espiritual", que degeneraban hacia el mito |
cuando no eran maneras de
designar la humildad filial, |
la sinceridad, la
confianza y el amor a Dios como Padre. |
Tampoco se tenía en cuenta
que la Santa había dicho en |
una ocasión «que la
inocencia no es la ignorancia», a pro- |
pósito del mundo y de la
vida religiosa, y de los pecados y |
las virtudes. Bastaría con
contemplar algunas de las foto- |
grafías que
afortunadamente nos quedan para descubrir la |
distancia que había entre
la serenidad y la profundidad de |
su mirada --por ejemplo la
que está junto a la cruz del pa- |
tio conventual, o la que
tiene el cementerio al fondo...- |
14 (138) |
y el concepto melifluo y
hojaldrado, sentimental y amune- |
cado con que a veces se la
ha descrito. |
La enfermedad |
de los Santos |
Cuando, hace medio siglo,
la tuberculosis preocupaba |
más que el cáncer y el
miedo a la guerra nuclear actua- |
les, se dio la
mitificación de aquella enfermedad que cau- |
só la muerte de la santa
carmelita. Se le llamó la "enfer- |
medad de los santos"
y - oh confusión de la terdadera |
humildad cristiana!...— se
produjo este curioso fenómeno, |
que desde luego nos
abstenemos de generalizar, pero que |
sí tuvo algún relieve
entre gentes más o menos dadas a |
Dios, y en edad joven, y
es que padecieron la sugestión |
de descubrir en sí mismos
síntomas — por supuesto más o |
menos imaginarios...
afortunadamente para ellos― de |
tal enfermedad que, al
cabo de poco, el médico desmentia |
ante la evidencia de los
exámenes radioscópicos y la irre- |
levancia de que el
candidato a santo o a santa, alcanzara |
la temperatura de 37°
centígrados y una décima, una vez |
al mes..., y creyera tener
gusto de sangre en la boca, al |
levantarse. También se
establecieron curiosas compara- |
ciones entre la santa de
Lisieur y nuestra Teresa de Avila, |
en razón de la supuesta
común enfermedad, porque en |
ésta habían dicho los
médicos que la trataron en sus |
dolencias de joven, que
«estaba ética... |
Pero ha habido, por
último, una exageración que entra |
en el mito, ariadido a lo
verdaderamente sobrenatural y |
santo de la admirable
Teresa del Niño Jesús, que hay que |
afrontar porque tal vez
sea el más grave, puesto que ya |
no se reduce al riesgo de
permitir que se tome a los con- |
ventos y a los que abrazan
seriamente la vida religiosa |
como si fueran allí a
jugar con el Niño Jestís, como ena- |
jenación infantilizante,
sino que llevaría a suponer que la |
vida comunitaria es una
especie de tortura soportada sólo |
en aras de la tozudez del
que aguanta las arbitrarieda- |
des de sus superiores, y
compensada solamente por la se- |
guridad o por el prestigio
social que a veces confieren, en |
ciertos medios, los
hábitos recibidos y el hecho de perte- |
necer a una determinada
comunidad. No cabe negar que |
también los que profesan
la vida religiosa están sujetos a |
las debilidades propias de
los hombres, pero éste no es el |
caso para ser trasladado,
en énfasis, al supuesto de santa |
Tesesa del Niño Jesús, ni
el de la mayoría, por desconta- |
do. |
|
amaron y |
|
En honor de la vida
comunitaria en general, y del |
15 (139) |
caso que nos ocupa en
particular, se ha de desmentir el |
supuesto de que los
superiores que le cupieron en suerte |
a la santa francesa, la
sometieran a heroísmo alguno de |
obediencia difícil,
extraordinaria o humillante; sino más |
bien todo lo contrario.
Así se desprende no solamente de |
la autobiografía, o
«Historia de un Alma», y de los dos |
gruesos volúmenes,
recientemente publicados y anotados, |
de toda la correspondencia
de la santa y de la relativa |
de sus corresponsales y
amigos y allegados que la nom- |
bran. |
Predilecta |
en un hogar |
cristiano |
Santa Tesesa del Niño
Jesús tuvo la suerte de nacer |
en un hogar profundamente
cristiano y de haber sido tra- |
tada con exquisito afecto
y mimo, aun cuando quedara |
huérfana de madre muy
pronto. Fue la "reina" de su pa- |
dre y complacida siempre
por todas sus hermanas, y por |
los Guérin, tíos y
sobrinos por parte de madre, de los que |
una prima, predilecta como
hermana, entraría finalmente |
en el mismo carmelo de
Lisieux |
y |
De todos es sabido que,
siendo la menor de las herma- |
nas, insistió por entrar
en el convento a los quince años, |
para lo cual fue preciso
hacerle una excepción totalmente |
fuera de costumbre en las
leyes de la Iglesia. Finalmente |
consiguió su propósito,
pero conoció oposiciones, perfecta- |
mente comprensibles y
tampoco puede sorprender que, |
una vez en el convento,
que fue generoso en admitirla a |
tan tierna edad, hubiera
algún comentario sobre "esa ni- |
ña de quince años"
cuando, aun inculpablemente, come- |
tiera algún error en las
tareas o deberes encargados. No |
se olvide que, para que
ella pudiera entrar a esa edad, |
fue preciso que su hermana
Celina, cuatro años mayor |
que Tesesa y también con
vocación de carmelita, perma- |
neciera al lado de su
padre, anciano y enfermo, hasta que |
éste muriera. Las dos
hermanas mayores eran ya carme- |
litas, y la tercera
visitandina. |
"Las cuatro |
hermanas" |
Cuando finalmente entra
Celina en el Carmel, son |
cuatro hermanas en un
mismo convento, a las que se jun- |
taría la prima Guérin:
cinco de una misma familia, en un |
grupo comunitario de
veinticuatro personas, por fuerza se |
ha de notar, y era deber
de la priora cuidar que, por en- |
cima de las solas
afecciones naturales, aquellas cinco car- |
melitas fueran tratadas al
igual que las demás, en el re- |
16 (140) |
parto de tareas y
trabajos. En realidad, la facilidad para |
la admisión de tantos
miembros pertenecientes a una mis- |
ma familia, se debió al
influjo de la priora. Madre Maria |
de Gonzaga, de quien
algunos han querido resaltar aspec- |
tos negativos: pero fue
ella precisamente que abrió a Te- |
resa al interés por las
misiones y le confió el trato episto- |
lar de vocaciones y
sacerdotes misioneros; ella también |
que la propuso para
Maestra de Novicias: y ella que le |
mando que escribiera la
Historia de un Alma, cuya |
primera parte, como
recuerdos de infancia, la habia ya |
escrito por mandato de la
anterior priora, Madre Inés de |
Jestis, Paulina, hermana
de Teresa, que sucedió a la M. |
María de Gonzago, y
alternó el priorato con ella. |
La M. María |
de Gonzaga |
Es la |
M. Maria de Gonzaga la que
escribirá esta alabanza pós- |
tuma en el acta de
profesión de la santa: Modelo acaba- |
do de humildad, de
obediencia, de caridad, de prudencia, |
de desprendimiento y de
regularidad que colmo la dificil |
tarea de Maestra de
Novicias con una prudencia y una |
perfección solamente igual
a su amor por Dios». |
El hecho de que esta misma
priora, al terminar Teresa |
el noviciado, propusiera
esperar medio año para su pro- |
fesión, no puede tomarse
como rechazo, sino como acción |
prudente, puesto que
Teresa contaba a la sazón sólo 16 |
años y el compromiso a que
se obligaba, según entonces |
eran las leyes de la
Iglesia, no era temporal y renovable, |
sino perpetuo y
definitito. Todos coinciden en reconocer |
a la M. María de Gonzaga
una gran personalidad e inte- |
ligencia y una visión algo
abierta respecto a la misma |
vida contemplativa. Y
seguramente a esta óptica hay que |
llevar la propuesta para
enviar a la ultima entrada de |
las hermanas Martin, al
Carmel de Saigón, que pedía |
refuerzos de vocaciones,
lo cual, ciertamente, pudo no |
agradar a Tesesa, pero no
se trataba de su persona, aun- |
que la contrariara. Sin
embargo, el proyecto no llegó a |
prosperar. |
Las penas |
de familia |
Cuando la Santa escribía
que «hay páginas de la his- |
toria de su alma que no se
leerían nunca en esta tierra», |
es muy arriesgado suponer,
sin otros motivos, que se |
quejara de los superiores.
Santa Teresa tuvo penas muy |
grandes, por lo que
objetivamente eran y por su gran |
sensibilidad, que ya en la
infancia se había descubierlo a |
través de su enfermedad de
escrúpulos. Dos de esas penas-> |
17 (141) |
nos pueden ser fácilmente
conocidas: su hermana Leóni- |
da, de difícil carácter,
que sólo después de tres intentos |
de vida claustral,
consigue estabilizarse en la Visitación |
de Caen. La otra pena es
la que padece por la enferme- |
dad de su padre, que ha de
ser recluido en una casa de |
cura mental, como una
especie de oprobio, como una ver- |
güenza ante la que se
derrumba toda aquella honorabili- |
dad y reconocimiento
público de que antes gozaba, como |
caballero y como
cristiano. Era como una muerte у más |
que una muerte, a
compartir apenas sólo entre las cuatro |
hermanas (tres en el
Carmel, y Celina todavía yendo y |
viniendo de ver al padre
enajenado y al locutorio conven- |
tual) у, la quinta,
en el apartado convento de las visitan- |
dinas. |
Santa desde |
la libertad |
Ya muerto el señor Martin,
en el convento eran «las |
cuatro hermanas», pero
además, hermanas debían de serlo |
de todas, pues el Señor no
las obligaba a quererse menos |
entre ellas, pero sí a
querer más a las demás. Pero esto no |
fue una pena, sino la
tarea de un ideal libremente abra- |
zado y, en conjunto,
prudentemente conducido por quie- |
nes el Señor ponía a
presidir. |
Decir con ligereza otra
cosa, sería querer dar a la gen- |
te un falso concepto de lo
que es la vida religiosa. El que |
lo hiciera demostraría
desconocerla, o estar necesitando |
construir o valerse de un
mito para amparar la pobreza |
de sus pensamientos. |
DIÁCONOS |
En la ciudad de Kønigstein
(Alemania Federal), tuvo lugar en los |
últimos días del pasado
mes de agosto, un encuentro internacional |
de diáconos, con
representación de dos miembros de la diócesis de |
Barcelona, que, como se
sabe, es pionera en España de la experien- |
cia en la inserción del
diaconado permanente en los ministerios de |
la Iglesia. El hecho puede
haber pasado inadvertido para muchos; |
pero es útil hacerlo
notar, porque forma parte de los proyectos y |
esperanzas positivas de
una renovación, seguramente de alcance |
todavía mucho más amplio,
pero que ya se insinúa en los tiempos |
nuevos que nos va tocando
vivir. |
18 (142) |
PARA EVITAR |
EL ANALFABETISMO |
CRISTIANO |
COMIENZA el curso, y con
él el |
tema de los colegios
vuelve a ser |
conversación diaria en las
fami- |
lias. Es lógico que todos
nos preocupe- |
mos por la enseñanza,
especialmente de |
los más jóvenes. Si,
además, somos cris- |
tianos, no podemos
descuidar la impor- |
tancia que tiene, incluso
por encima de |
los demás conocimientos
que se impar- |
ten en las escuelas, que
los niños y jóve- |
nes adquieran, en esta
misma edad, una |
debida y adecuada
instrucción cristia- |
na. Por desgracia, aun
entre los mismos |
que se llaman cristianos,
no se siente |
igualmente esta necesidad,
y se deja el |
capítulo de la formación
cristiana de |
los que se han de preparar
para la vida, |
a un segundo orden, como
de adorno, o |
simplemente como de
costumbre trans- |
mitida de practicar
algunos ritos o rezos |
más o menos mal
entendidos. Más tar- |
de, al tropezar con estos
adultos que só- |
lo se pueden llamar
cristianos por ads- |
cripción sociológica, pero
que, práctica- |
mente, son analfabelos, o
poco menos, |
en las verdades
fundamentales del cris- |
tianismo, nos encontramos,
a lo sumo, |
con partidarios de un
Cristo desconoci- |
do, y respecto de los
cuales podría la- |
mentarse lo mismo que
Orígenes, en el |
siglo III, decía de los
hombres que se |
maravillan cuando
consideran los acon- |
tecimientos de la vida de
Jesús, pero se |
muestran escépticos cuando
se les revela |
la significación profunda
que contiene, |
y que se niegan a
aceptar). |
La razón de este descuido
puede ser |
que, el egoísmo humano,
quiere dedicar |
poco tiempo a lo que no le
prepara para |
ganar dinero o no le
divierte o halaga. |
Pensamos, sin embargo, que
hay mu- |
chos padres,
verdaderamente cristianos, |
que si se preocupan de la
formación |
cristiana de sus hijos y
que ellos mismos |
les dedican, en casa, un
tiempo debido, |
y que piden para ellos, en
los colegios, |
y revisan luego por sí
mismos este as- |
pecto fundamental de la
formación per- |
sonal de los que tienen el
deber de pre- |
parar para una vida que
pueda ser de |
cristianos. Para ayudar a
estos padres |
nosotros tenemos, en el
Oratorio, durante |
te el curso, todos los
domingos, y tal co- |
mo anunciamos en estas
mismas pági- |
nas, unos encuentros
catequéticos para |
niños y adolescentes. |
Además, queremos pedir a
las perso- |
nas mayores que quieran
ayudarnos en |
esta tarea, que se
acerquen a nosotros |
para ofrecerse a dedicar,
también ellas, |
una parte de su tiempo,
tanto para for- |
marse a sí mismas como
para ayudar- |
nos en esta labor, tal vez
poco relevante, |
pero en verdad importante
si la dedica- |
ción se mantiene con
perseverancia, de- |
sinterés y buena voluntad.
¡Se dedica |
tánto tiempo a
conocimientos y curiosi- |
dades inútiles! Si sólo
una parte de esa |
energía perdida se
empleara en profun- |
dizar las verdades de la
fe y en enseñar- |
las, seríamos santos y
remediaríamos la |
mayoría de las cosas que
lamentamos. |
19 (143) |
formación |
cristiana |
de gente joven |
(de 8 a 16 años) |
TODOS LOS DOMINGOS |
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO |
A LAS 12.45 |
A PARTIR DEL 18 DE OCTUBRE |
Para ayudar a los padres |
a dar ideas cristianas a
sus hijos |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 — 11. 10. 81 |
20 (144) |
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