Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 189. NOVIEMBRE. Año
1981 |
SUMARIO |
LA MUERTE parece triunfar
de la vida, pero el amor |
triunfa de la muerte,
cuando no traiciona lo que le |
es esencial: la
generosidad entusiasmada por el bien. |
Los santos son los que han
creído en el sumo Bien, |
en el solo Bueno, y se han
enamorado hasta hacer, de su |
de su muerte!, el
testimonio de su amor. Siempre |
ha habido, siempre habrá
esos testimonios, porque no po- |
drán apagarse jamás las
ansias de justicia, la búsqueda |
de la libertad y la sed de
amor, que, cuando apuntan a |
Dios, o a los intereses de
Dios, producen el santo. |
CRECIENDO HACIA LA TIERRA |
SANTOS |
LUIGI SCROSOPPI, NUEVO
BEATO |
COMPRENDER LA MUERTE |
LA FAMILIA Y LA ENTREGA A
DIOS |
LA MAYOR DIFICULTAD PARA
LA FE |
1 (145) |
CRECIENDO |
HACIA LA TIERRA |
Cuando llegue la noche y
sea la sombra un báculo, |
cuando la noche llegue tal
vez el mar se habrá dormido, |
tal vez toda su fuerza no
le podrá servir |
para mover sólo un grano
de arena, |
para cambiar de rostro una
sonrisa, |
y quizá entre sus olas
podrá nacer un niño |
cuando llegue la noche. |
Cuando la noche llegue |
y la verdad sea una
palabra igual a otra, |
cuando todos los muertos
cogidos de las manos |
formen una cadena
alrededor del mundo, |
quizás los hombres ciegos
comenzarán a caminar |
como caminan las raíces en
la tierra sonámbula; |
caminarán llevando el
corazón igual que un ramo de coral, |
y cuando al fin se
encuentren |
se tocarán los rostros y
los cuerpos |
en lugar de llamarse por
sus nombres, |
y sentirán una fe manual |
repartiendo entre todos su
savia, |
y crecerán los muertos y
los vivos, |
unos dentro de otros hasta
formar un solo árbol |
que llenará completamente
el mundo, |
cuando llegue la noche. |
LUIS ROSALES |
2 (146) |
Santos |
ACTUALMENTE poseemos un
sentido restringido de la palabra "santo". |
En los primeros tiempos
del cristianismo, esta palabra servía para la |
designación de todos los
cristianos. Era santo el purificado, el limpio, |
el bautizado en la fe
cristiana. Suponía la aceptación del Evangelio, |
el sentirse acogido en la
Iglesia en la que se perpetuaba misterio- |
samente y se desarrollaba
como un puro don la vida de Cristo, y suponía, |
además, la coherencia
ideal y práctica del fiel con esta vida. El cristiano, se |
decía, es otro Cristo
(«Christianus, alter Christus»), y el que es cristiano una |
vez ya lo es para siempre
(«Semel christianus, semper christianus»). Era |
entendido como una vida,
un carácter, una consagración. Es conocida la |
expresión paulina de «no
vivo yo, sino que vive Cristo en mín. Sólo por in- |
fluencias del pensamiento
helénico ―especialmente del estoicismo― se pudo |
enervar el vigor del
primer cristianismo mistérico, al darse la circunstancia |
de las conversiones
masivas, aunque el concepto primero se mantuvo y |
mantiene en los núcleos de
fieles más apegados al Evangelio. La masifica- |
ción cristiana llevó al
moralismo y al cultualismo, heredado éste, en parte, |
del gusto por la
ritualidad suplantada del olimpo pagano, y aquél de algún |
influjo de las mismas
filosofías éticas. La "huida del mundo" de aquellos |
cristianos disconformes
con tales efectos, dio lugar a las formas de vida |
evangélica, o
"apostólica" (finalmente se le llamó más en general "vida
reli- |
giosa"), de los que
huyeron al desierto y luego se organizaron en monaste- |
rios, si bien sin
desvincularse de la Iglesia, sino intentando influir en su |
cuerpo desde el Evangelio
que se intentaba vivir plenamente. |
Más tarde se reservó el
nombre de "santos" para designar solamente a |
los que habían dado
testimonio de la fe con el derramamiento de su sangre, |
es decir, a los mártires,
y se celebraban sus aniversarios. Más tarde se |
incluyeron además a los
obispos. Después de varias evoluciones, la Iglesia |
reserva este nombre sólo
para aquellos cristianos que han llevado una vida |
heroica de virtud y son
propuestos por ella como ejemplares e intercesores. |
En la lista oficial de los
santos (el Martirologio) figuran aproximadamente |
unos 35.000, pero el culto
litúrgico solamente incluye unos 150, además de |
algunos "santos"
y "beatos" cuya celebración solamente tiene lugar en al- |
guna ciudad o nación, o en
alguna comunidad. |
3 (147) |
LA santidad, no obstante,
debe ser la meta de todo fiel cristiano, no en |
el aspecto
―ciertamente secundario― de llegar a merecer esas veneraciones |
y recuerdos litúrgicos
externos. Por supuesto que ni todos los santos, ni |
siquiera todos los
"grandes santos" están en el calendario. La Iglesia sola- |
mente destaca los que cree
que es oportuno proponer para la general edi- |
ficación de los fieles.
Aspirar a este reconocimiento exterior fácilmente |
podría significar una
escondida vanidad de gloria póstuma. Hemos de ser |
santos no para recibir el
aplauso de los hombres, sino para dar gloria A |
Dios y crecer al máximo en
su conocimiento, en la gracia y en su amor. |
La llamada "crisis
religiosa" de nuestro tiempo, está en los caminos de |
la Providencia para
purificarnos de sedimentaciones paganas, de seguri- |
dades morales y de
anticipaciones triunfalistas y llevarnos, no a una élite, |
sino a un grupo cada vez
más extenso, a la pureza redescubierta del Evan- |
gelio y del misterio do
Jesús, intentando honestamente, sinceramente, vivir |
ahora y en nosotros, su
vida. De este modo deberíamos, todos, querer ser |
santos. |
MANIPULAR A LAS PERSONAS |
Y HACER DINERO CON COSAS
SAGRADAS. |
En el número 281 de la
revista INTERVIÚ (página 31 del suplemento Tiem- |
po de Hoy), y con ocasión
del congreso sobre teología y pobreza que tuvo |
lugar hace poco en Madrid,
apareció una entrevista conmigo, sobre la que |
quisiera informar de lo
siguiente: |
a) No concedí a INTERVIÚ
ningún género de entrevista, ni respondí |
para nada a las preguntas
que allí parecen dirigírseme, ni estaba informado |
de su aparición. La
revista compuso el diálogo con frases sacadas de mi |
ponencia en el congreso de
Madrid, aisladas de su contexto y ligeramente |
desfigurada, a veces, para
hacerlas empalmar con las preguntas que ella |
compuso. El lector podrá
constatar esas diferencias cuando se publiquen |
las ponencias del
congreso. |
b) Ya otra vez me negué a
ser entrevistado por INTERVIÚ, porque |
me duele su manera de
manipular a las personas, y su forma escandalosa de |
hacer dinero con cosas tan
sagradas como el dolor y la liberación de los |
hombres. Esta vez ya no se
me dio ni la oportunidad de decidir. Y aunque |
mi valoración fuese
equivocada, siguen siendo míos los derechos y la res- |
ponsabilidad de hablar o
callarme. |
c) En esta maltrecha
democracia, la misma libertad que parece tene- |
mos derecho a exigir, es
la libertad para callar. INTERVIU trata esa libertad |
exactamente igual que
trató el franquismo a la libertad de palabra. Como |
ser humano, quisiera
protestar por ese pequeño "tejerazo" informativo. |
Ante la práctica
imposibilidad de que ningún periódico publique este |
desmentido, recurro para
ello a las páginas de VIDA NUEVA. Gracias. |
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ
FAUS, Barcelona (V. N. 1.299) |
4 (148) |
Santoral oratoriano: |
Luigi Scrosoppi, |
nuevo Beato |
A PARTIR del pasado día
cua- |
tro de octubre, el
calendario |
del Oratorio cuenta con un |
nombre más: el del P.
Luigi Scro- |
soppi, beatificado por el
papa Juan |
Pablo II. La causa de su
beatifica- |
ción ha sido promovida por
el celo |
y la devoción filial de |
él fundó, la «Congregación
de Her- |
manas de la Providencia»,
en Udi- |
ne (Italia), en el siglo
pasado; una |
obra que le llevó la mayor
parte de |
sus energías, y que habría
bastado |
para colmar la plena
dedicación de |
su persona, pero que, como
ocurre |
con los seres
extraordinarios, espe- |
cialmente con los santos,
no podía |
agotar la generosidad sin
límites de |
su entrega, siempre pronta
y clari- |
vidente, a la hora de
hacer el bien, |
a partir de la solidez de
lo que per- |
manece, porque él no se
conforma- |
ba jamás con el gesto
aislado o el |
acto pasajero, tal vez
suficiente pa- |
ra el momentáneo consuelo
de las |
solas apariencias o de la
necesidad |
de justificación del
propio senti- |
miento. El bien se hace no
por me- |
dio de salpicadas acciones
bonda- |
dosas, ostentosas o, por
lo menos, |
descomprometidas, que
permiten |
seguir reservando lo mejor
y prin- |
cipal de nuestra vida,
amparada en |
apariencias de justicia y
de virtud; |
el bien se hace con la
entrega de la |
propia vida, arriesgando,
con ella, |
todo lo que tenemos. |
En el caso del P.
Scrosoppi esto |
fue así. Prescindimos de
detalles |
sobre su vida, porque se
alargaría |
más allá de la capacidad
de estas |
páginas el relato que
merecen; pero |
en él es cierto que,
siendo de fami- |
lia rica, dedicó toda su
hacienda, |
hasta empobrecerse, en el
apostola- |
do que emprendió y que, el
hacerse |
sacerdote, ni representó
para él una |
promoción, ni desde el
ambicionó |
cargos o lustres
eclesiales de nin- |
gún género. Si algo le
impidió en- |
trar en una orden
religiosa en bus- |
ca de garantías para una
más plena |
consagración evangélica,
fue el con- |
vencimiento de que,
permanecien- |
5 (149) |
do secular, podría hacer
más bien |
a los necesitados, para lo
cual no se |
reservó descanso alguno. |
Es cierto que no le faltó
el estí- |
mulo de los buenos
ejemplos: el de |
una madre ejemplar y
cristiana, lo |
mismo que el padre,
comprensivo y |
generoso, y el de un
hermano (de un |
primer matrimonio de su
madre), |
que le aventajaba en edad
18 años, |
y también sacerdote, al
que profesó |
un afecto y admiración
constante. |
Hasta cierto punto, se
podría decir |
que recogió las ideas y
propósitos de |
este virtuoso hermano
mayor y del |
que, acumulando a su buen
ejemplo |
el propio tesón, completo,
después |
que muriera, los proyectos
que ha- |
bían compartido en una
misma de- |
dicación y en parecidos
ideales de |
consagración al Evangelio
y al a- |
postolado. Y ello, tanto
en la obra |
en favor de las huérfanas,
luego es- |
tructurada en
Congregación, como |
en el esfuerzo por
restaurar el Ora- |
torio en la ciudad de
Udine. |
La vida del P. Luigi
Scrosoppi |
transcurre en Udine desde
su naci- |
miento, el 4 de agosto de
1804 hasta |
su santa muerte, el 3 de
abril de |
1884. Pero el Oratorio se
había fun- |
dado allí en 1658. Corrían
malos |
tiempos para Italia, y muy
revuel- |
tos para Europa entera, no
sólo por |
el signo de la reciente
Revolución |
Francesa, sino desde la
aparición |
del fenómeno Napoleón
Bonaparte, |
que acababa de ser
coronado empe- |
rador en mayo de 1804, en
París, y |
que, un año más tarde,
afirmaba en |
Monza su realeza sobre
Italia. Mien- |
tras, la humillación del
papa Pío VII |
en Fontainebleau, al fin
su regreso |
a Roma, y por añadido el
fermento |
del nacionalismo italiano
hacia la |
"unitá". Guerras
de cambiados sig- |
nos, altibajos de la
política, libera- |
lismo secularizador,
inseguridad de |
las instituciones
religiosas, cambio |
de costumbres... E
inseguro se man- |
tenía el Oratorio de
Udine, amena- |
zado de incautaciones y de
disolu- |
ción. Fue precisamente en
medio de |
tal estado de cosas, que
el hermano |
mayor de Luigi, el
ejemplar Carlo |
―Carlo Filaferro,
del anterior ma- |
trimonio materno―,
decide no sólo |
hacerse sacerdote, sino
entrar ade- |
más en la amenazada
Congregación, |
del Oratorio. Su primera
Misa, cele- |
brada en la iglesia
(entonces del |
Oratorio) de santa María
Magdale- |
na, fue un acto íntimo,
profundo y |
casi escondido: el papa
seguía pri- |
sionero del emperador y no
había |
lugar a grandes
exaltaciones, sino a |
súplicas casi desde otras
catacum- |
bas. |
Pocos meses después, el
poder ci- |
vil expulsó de su casa a
los padres |
de la Congregación del
Oratorio |
(tres semanas de tiempo
les conce- |
día una orden del 15 de
mayo de |
1810), y se dispersaron
por la ciu- |
dad. La iglesia, no
obstante, perma- |
neció abierta al culto,
aunque di- |
suelta la comunidad
oratoriana. A |
esta iglesia, de santa
María Magda- |
6 (150) |
lena, acudió siempre,
desde niño, |
con su madre a oír la misa
de su |
admirado hermano sacerdote
y a |
comulgar de él, y de allí
mismo le |
vino su vocación
sacerdotal y, fi- |
nalmente, también
oratoriana. |
Los tiempos eran
difíciles. Los |
dos hermanos no cesaban en
su en- |
trega apostólica por el
bien espiri- |
tual y caritativo de la
ciudad: los |
estragos de las guerras y
de la peste, |
las costumbres cristianas
amenaza- |
das, las miserias humanas
por re- |
mediar... La idea de
restaurar el |
Oratorio seguía siempre
viva a pe- |
sar de las circunstancias
adversas, |
precisamente porque éstas
demos- |
traban más la necesidad de
apoyar- |
se en él, como forma que
institucio- |
nalizara el mantenimiento
de los |
ministerios y la
asistencia al apos- |
tolado y a la caridad
apremiante, |
que pretendía no sólo el
remedio de |
las carencias materiales,
sino tam- |
bién, y explícitamente, la
formación |
y elevación cultural y
religiosa de |
aquel marco social en el
que se mo- |
vían. |
El padre Carlo murió a
prin- |
cipios de 1854. Pero es
preciso aña- |
dir que otro hermano de
ambos, |
Giovanni, también
sacerdote, había |
muerto del cólera cinco
años antes, |
y fue el único, de los
tres hermanos |
sacerdotes, que tuvo
cargos parro- |
quiales, aunque estuvieron
unidos |
por un perfecto y
constante amor |
fraterno y apostólico
indefectible. |
Quedaba solo el menor de
los tres, |
TRES GRACIAS. |
Durante la pasada guerra
civil |
española, fue detenido el
magis- |
tral de la catedral de
Vic, Juan |
Lledó, y llevado a
fusilar, sin |
control ni juicio, por el
solo he- |
cho de ser sacerdote.
Antes que |
el pelotón disparara,
pidió que |
le concedieran siquiera un
mi- |
nuto para decirles unas
palabras, |
que fueron éstas: |
«Durante mi vida he pedido
a |
Dios tres gracias: In
primera, |
poder vivir y morir en
amistad |
con Dios, y creo que esto
me lo |
concede hoy, pues muero
con la |
conciencia tranquila. La
segun- |
da morir mártir, y creo
que |
esto también se me concede
en |
estos momentos, puesto que
vo- |
sotros me decís que mi
delito |
es ser sacerdote y que
esto sólo |
basta para que disparéis
sobre |
mí. Y la tercera, que por
lo me- |
nos, en toda mi vida,
pudiera |
hacer algún bien y salvar
el al- |
ma de otro, puesto que
para eso |
me hice sacerdote, y para
esto |
he trabajado y sufrido,
aunque |
no tenga la certeza de
haberlo |
logrado; pero en este
momento |
se lo pido de nuevo a Dios
y qui- |
siera que esta alma fuese
algu- |
na de las vuestras. Nada
más. |
Gracias». |
En aquel mismo instante,
uno de |
los milicianos arrojó su
fusil al |
suelo, corrió al lado del
sacerdo- |
te y dijo: «Padre, ése soy
yo. Yo |
también soy católico». |
Y hubo allí dos mártires. |
7 (151) |
nuestro Luigi Scrosoppi,
frisando |
los cincuenta años, y se
decide re- |
sueltamente a restaurar el
suprimi- |
do Oratorio. |
No le habían faltado
sufrimientos |
por amor a Dios, a las
almas y a la |
Iglesia. Pero ahora, ni
tendría al |
hermano mayor ni a la
dulce ma- |
dre, años ha muerta. Solo,
empren- |
dería una tarea que sería
como una |
herencia, no del fruto de
trabajos |
ajenos, sino del
compromiso de se- |
pultar en ella los suyos.
Porque al |
fin acabaría con la
apariencia de un |
fracaso. Pero, ¿por
ventura no tuvo |
esa misma apariencia el
final de Je- |
sús, el Maestro? |
Casi con la diligencia con
que |
se cumple un testamento,
apenas |
muerto el padre Carlo,
Luigi consi- |
gue reunirse con otros
cinco sacer- |
dotes, todos mayores de 45
años, |
aunque dispuestos, al
parecer, a lle- |
var adelante la empresa.
Eran bue- |
nos eclesiásticos, píos y
cultos, pero |
después de los primeros
asentimien- |
tos a algunos pareció poco
prudente |
―¿de qué vivirían,
sin cargos pa- |
rroquiales, ni esperanza
cierta de |
remuneraciones?― sin
contar con |
suficientes medios
económicos para |
adecuar vivienda y
subsistencia. La |
confianza en la
Providencia a que |
se remitía el padre Luigi,
pareció, |
al más docto y sosegado,
que era un |
despropósito, quien dijo:
«Dios nos |
ha colocado la cabeza por
encima |
de todo nuestro ser, para
que la use- |
mos y nos rijamos por
ella»). Toda la |
experiencia precedente,
con la ca- |
ridad y el apostolado, que
pudiera |
aducir el padre Luigi,
sirvió de po- |
co al convencimiento de
los demás. |
Aquellos tiempos eran
malos pa- |
ra la ciudad de Udine y
para otras |
ciudades italianas, así
que otros |
Oratorios tampoco pudieron
man- |
darle más que un sacerdote
del |
Oratorio de Venecia, y
contó, ade- |
más, con uno —el único de
los |
primeros cinco convocados
―con |
lo que alcanzaban el
mínimo de |
tres sacerdotes, para la
constitución |
legal en Congregación:
«tres faciunt |
collegium», además de un
her- |
mano laico fidelísimo.
Estos cuatro |
hombres aventaron las
cenizas de |
un rescoldo que, muy
pronto, desató |
por la claridad y la
pureza de sus |
llamas, las envidias de
los malévo- |
los. Pero el bien se
hacía, porque |
resucitaba una corriente
de oración |
y la palabra del Evangelio
revivía |
con renovado vigor en
aquella igle- |
sia de santa María
Magdalena, que |
la ciudad tenía casi como
un símbo- |
Santo Tomás de Aquino,
yacía en su lecho de muerte. Su hermana |
quiso Acercarse para
hacerle una pregunta trascendental: ―Dime. |
Tomás, qué es lo principal
para poder alcanzar la santidad. |
Santo Tomás le contesto
con una sencillez que escondía la más pro- |
funda sabiduría; le dijo:
―Lo principal es desearlo, quererlo de verdad. |
8 (152) |
lo de piedad y de centro
de genero- |
so apostolado, gratuito,
desinteresa- |
do de recompensas y de
honores. |
El padre Luigi Scrosoppi
fue el |
único que ocupó el cargo
de Prepó- |
sito durante esta
restauración del |
Oratorio de Udine, a
partir de la |
reunión de los cuatro
miembros. |
Era difícil conseguir el
aumento de |
la comunidad, como exigía
la nece- |
sidad del apostolado y la
aceptación |
de los fieles que acudían
al Oratorio. |
Al fin, a últimos de 1865,
recibía la |
Congregación a un
sacerdote que, |
llevado poco después de
influencias |
extrañas, acusaba a su
Prepósito de |
injusto y celoso («porque
no le de- |
jaba dirigir el culto de
la Iglesia») |
ante las autoridades
diocesanas y |
ante otras casas del
Oratorio, con |
otros detalles injustos
que atenta- |
ban al prestigio y
espontánea esti- |
ma de que gozaba el buen
padre |
Luigi, a quien se lo debía
todo. Bajo |
apariencia de celo, mal
aconsejado, |
en realidad apasionado y
equivoca- |
do, constituyó, sin duda,
el dolor |
mayor con que se tropezó
la pacien- |
cia extraordinaria y el
amor al Ora- |
torio de nuestro recién
proclamado |
beato Scrosoppi. |
Pero, además, cuando
parecía un |
respiro la ausencia de
este miembro |
equivocado y
desagradecido, una |
nueva pena se abalanzó
sobre el pa- |
dre Scrosoppi: de nuevo,
no sólo fue |
disuelta la Congregación
del Orato- |
rio por el poder civil,
sino que éste |
se incautó, además de la
casa que |
habitaban los padres del
Oratorio, |
de la amada iglesia de
santa María |
Magdalena, que fue
execrada y des- |
tinada a fines profanos. |
El padre Luigi Scrosoppi
murió |
pobre 16 años más tarde.
Pobre por- |
que lo único que tenía por
vender, |
procedente de la herencia
familiar, |
lo liquido apenas muerto
su herma- |
no Carlo para emplearlo en
la res- |
tauración del Oratorio. Lo
demás |
había ido a parar, grano a
grano, co- |
mo de un racimo de uva, a
las "or- |
fanelle", o al diario
católico que se |
acababa de fundar en la
ciudad, o a |
sufragar los gastos de una
predica- |
ción masiva para una
misión gene- |
ral, o en el sostenimiento
y educa- |
ción de vocaciones... |
Tuvo más éxito ―que
jamás se |
atribuyó― con la
fundación feme- |
nina que ahora goza de
haberle |
procurado el honor de la
beatifica- |
ción. Pero los dolores y
los fracasos, |
no fueron debidos a la
malicia de |
los hombres o de los
tiempos ―co- |
mo suele decirse, sino más
bien a |
misteriosa disposición de
la Provi- |
dencia ―¡que siempre
invocaba!, |
para librarle de soberbias
y de an- |
ticipación indebida de paz
y de go- |
zo que tenía que recibir,
no de sus |
obras ni de las criaturas,
sino del |
Autor de todas ellas y de
su Crea- |
dor, es decir, de Dios.
Como orato- |
riano fue parecido a la
semilla que, |
apenas germinada, muere
sofocada |
por las espinas. Pero la
culpa no fue |
de la semilla, ni del
sembrador. |
9 (153) |
Comprender la muerte |
«El que duda es más iluso |
que el que cree». |
Elías Canetti. |
EL ÚLTIMO Nobel de
literatura, entre tímido y osado, |
confunde a quien se acerca
a hablarle o a recorrer, |
saltando líneas, el
pensamiento escueto de sus libros. |
Nosotros hemos buscado
palabras suyas sobre el |
hombre y la muerte y, como
respondiendo a nuestra |
imaginaria pregunta, nos
dice que esa mezcla de ternura y de |
amenaza mezclados un poco
como el amor y el celo de las de |
los viejos profetas, salen
de su sinceridad profunda, y «de la pa- |
sión que él siente por la
humanidad», y quiere despertarla de |
su letargo «porque es
necesario que comprenda la muerte». |
La muerte resume todas las
limitaciones temporales y |
sensibles de lo humano. No
faltan los que hablan de la muer- |
te, ni faltan los que
matan y dejan matar. A veces da la impre- |
sión de que se organizan
legitimaciones de poder y de fuerzas |
para que exista la
necesidad de matar a fin de satisfacer el |
sentimiento patológico de
sobrevivir. «Hay héroes que sa- |
ben siempre quién asiste a
su espectáculo», hay heroísmos |
que se montan a sí mismos.
Y hay personajes que, aunque |
recuerden y digan que
honran a los muertos, los recuerdan |
como Napoleón, «porque son
hombres que han hecho el ho- |
locausto de su vida para
que ellos le saquen provecho». |
Y hay la muerte de los
contrarios. De los que se eliminan |
y se maldicen para
edificar sobre su derrota la triste victoria |
10 (154) |
del llamado vencedor. Pero
el pretexto de bien o de restaura- |
ción de lo que ellos
definen como justicia, no puede legitimar |
la atrocidad de la
violencia sobre la que montan la irraciona- |
lidad que llaman heroísmo.
El enemigo que ha sido necesario |
matar, nunca da ninguna
victoria. «Me subleva el corazón |
un combate con armas
distintas de las solas armas del es- |
píritu. El adversario
muerto no prueba nada». |
Sin embargo, parece como
si los hombres de hoy sólo |
obedecieran al estímulo de
lo que multiplica y organiza la |
violencia. ¿Para qué se
utiliza la ciencia de los sabios, el tra- |
bajo de los técnicos, las
riquezas de los estados más industria- |
lizados? «La ciencia se ha
traicionado a sí misma y se ha |
convertido en religión, en
religión para matar, y tiene la |
pretensión de querer
convencernos de que ha habido un |
progreso que va desde las
religiones que enseñan a morir |
a esta nueva religión que
enseña a matar. Será urgente, |
por lo tanto, poner la
ciencia bajo la soberanía de un |
poder superior que, sin
destruirla, la reduzca a la condi- |
ción de sierva. Y queda
muy poco tiempo para dedicarse |
a hacerlo así. Pues se
complace en presentarse como una |
religión y se apresura a
exterminar a los hombres aun an- |
tes de que reaccionemos
con valentía para destronarla. |
Resulta así que, saber
equivale a poder; pero se trata ya |
11 (165) |
de un poder dirigente e
impúdicamente adorado: sus ado- |
radores se satisfacen con
cubrirse con su pelo, con sus es- |
camas y, cuando ni eso
alcanzan, les basta aunque sea sólo |
las huellas de sus pesados
pies artificiales». |
Por esto vienen las
guerras que, «se hacen más largas |
desde cuando los hombres
se sientan en poltronas y comen |
en la mesa». Esta época en
la que tantos hombres «intentan |
serlo todo, menos aquello
precisamente que podrían ser. |
Sí, viajan en automóvil a
través de los paisajes de su alma, |
y como quiera que
solamente se detienen en las gasoline- |
ras, creen que no existe
nada más». |
Queda como posibilidad la
fuerza del amor, si tenemos fe, |
si abandonamos el refugio
de la cómoda irresponsabilidad |
que ofrece la duda. El que
duda no es más sabio, sino un iluso |
y la ilusión que edifica
su vanidad y su egoísmo nunca le po- |
drá dar la difícil y
limpia fuerza de la fe. |
Queda el amor y la fe.
También a la fe puede sustituir la |
duda, y también el amor
puede padecer amenazas. Pero «para |
destruir el amor de que es
capaz un hombre se necesitan |
muchos años; aunque es
verdad que ninguna vida sería |
bastante larga para llorar
la desgracia de este amor asesi- |
nado, porque matar el amor
es más que un asesinato». |
Comprender la muerte es
comprender la vida, y creer es |
hacer pura la vida. Si,
además, hemos de ser felices ante la |
idea de la muerte y hemos
de tener paz ante su presencia, es |
preciso comprenderlo todo
desde la verdad que nos alcanza, |
para mirar y mirarnos sin
miedo. Porque «vil, verdadera- |
mente vil, lo es solamente
el que tiene miedo a sus propios |
recuerdos. |
«Cuando trabajes, no mires
nunca la hora. Ten en cuenta que los san- |
tos no llevaban reloj,
dijo una vez Pablo Picasso a Joan Miró, que aca- |
baba de estrenar uno muy
chic. |
12 (156) |
LA FAMILIA |
Y LA ENTREGA A DIOS |
NO SE TRATA de hacer una
apología más de la fa- |
milia, que podría parecer
oportuna ahora, cuando |
nuevas leyes civiles van a
influir sobre ella. Incluso, |
cuando decimos
"familia" tendremos que extender |
el concepto a algo más que
al círculo estricto del |
propio hogar, para
comprender el ambiente precedente o con- |
comitante que lo acompaña
o completa. De todos modos no se |
puede negar que el hombre,
todavía, como ambiente primero y |
humano que le entorna,
tiene a la familia: padres, hermanos, |
parientes, primeras
relaciones humanas que disponen los víncu- |
los de la sangre,
enucleados desde el ámbito familiar. |
Santos |
del Evangelio |
Cuando nos referimos al
santo por excelencia, a Jesu- |
cristo, vemos que no
podemos prescindir de su pertenencia |
a un núcleo familiar;
núcleo que, en Jesucristo, ya no |
comprende la extensión
antigua del patriarcado Israelita. |
También comprobamos que,
la piedad cristiana, desde |
muy pronto asocia a las
figuras típicas de la santidad del |
Nuevo Testamento, los
rasgos supuestamente virtuosos y |
santos de las personas
que, históricamente se entroncan |
de inmediato con el santo
que se glorifica: no sólo Jesús |
con María y José, sino el
Bautista y sus padres Isabel y |
Zacarías; igualmente se
asocian otras figuras evangélicas |
emparentadas (parientas de
la Virgen, primos del Señor, |
hermanos de Betania...); y
esto se repite en los siglos in- |
mediatos posteriores, en
la era de los mártires, en los san- |
tos Padres... |
13 (157) |
Los padres |
de los Santos |
Cuando en nuestros días
dirigimos la mirada y nos |
detenemos en el estudio
biográfico de los santos, tampoco |
podemos dejar de comprobar
el influjo predisposición |
que éstos recibieron, en
general de sus padres e inmediatos |
familiares, o de aquellos
que los suplieron o complemen- |
taron amigos,
maestros...), aunque luego no aparezcan |
glorificados oficialmente
en la lista en que la Iglesia re- |
gistra a sus héroes, es
decir, a los santos cuya ejemplari- |
dad propone al resto de
los fieles. Alguien, alguna vez, |
tendría que entretenerse
en el reseguimiento "de los padres |
de los santos": seria
posible suponer, incluso desde ahora |
mismo y sin profundizar
demasiado en la búsqueda, que |
algunos de estos
antecesores o progenitores de los santos, |
hayan sido tan santos como
sus hijos o discípulos y que |
tal vez ―¿ quién
sabe?― les hayan aparentemente superado |
en alguna ocasión: la
madre de san Juan de la Cruz, la |
"matrigna" de
san Felipe Neri, la esposa de san Isidro, |
el hermano de santa Teresa
de Ávila, los padres de santa |
Teresa del Niño Jesús... |
Padres santos |
e hijos |
pecadores |
Se tendrá que reconocer
que, en ocasiones, de padres |
virtuosos han salido hijos
pecadores, y viceversa. Pero |
incluso en muchos casos se
puede ver que lo que pareciera |
un mal, actuaba como
estímulo para una reacción en bon- |
dad cuando la gracia
intervenía y la nobleza heredada o |
aprendida no se hacia
atrás, por ejemplo en el caso de san |
Francisco de Asís y su
padre, que no comprendió al hijo |
(al contrario de la
madre). |
A reces, de familias que
parecían menos fervorosas o |
incluso distanciadas de la
asiduidad de prácticas religio- |
sas, salieron hijos
virtuosos y hasta verdaderas y grandes |
vocaciones evangélicas:
pero, acercándonos más de cerca |
al núcleo familiar que
suponemos aparentemente menos |
cristiano, descubrimos un
acervo de virtudes que a reces |
son algo más que buenos
hábitos humanos, porque signi- |
fican austeridad,
honradez, puntualidad, fidelidad, justi- |
cia, desprendimiento,
veracidad, generosidad... que otros, |
aparentemente más
piadosos, dejan de tener, a pesar de |
las apariencias con las
que mal disimulan egoísmo y es- |
trecheces de miras, porque
toman el cristianismo más bien |
como un seguro de
eternidad que les salve de males en |
el mundo y condenaciones
en la otra vida, que como un |
compromiso para
transformar la propia existencia en una |
14 (158) |
entrega a Dios, más allá
de la protección de los moralis- |
mos o del prestigio de las
apariencias mantenidas y gra- |
tificadas incluso en esta
vida, como si «se pudiera servir |
a dos señores». |
Los valores |
humanos |
De padres en apariencia
menos cristianos, de los que |
han surgido a veces
entregas totales a la vida apostólica, |
en algunos de sus hijos,
se han dado casos en los que, si |
bien al principio
opusieron resistencia más bien por fal- |
ta de formación cristiana,
a las vocaciones de estos hijos |
que se iban a dedicar
totalmente a Dios, luego, en cambio, |
cuando precisamente por
haberles afectado tan de lleno |
el llamamiento divino, han
tenido que encararse con la |
realidad del cristianismo
entendido sin ambigüedades, |
han acabado
entusiasmándose porque Dios les había |
bendecido con aquel hijo o
aquella hija, o hermano o her- |
mana... que el Señor
quería totalmente para sí a fin de |
dedicarse plenamente a la
propia santificación y al apos- |
tolado. |
Los padres |
convertidos |
Allí donde la nobleza
precedente, la claridad de ideas |
aceptadas y la
purificación de los egoísmos familiares ha |
sido posible, esas
transformaciones se han dado. En cam- |
bio, a pesar de mantener
apariencias de cristianismo, allí |
donde el egoísmo materno o
paterno ha querido retener |
al hijo o a la hija que
iniciaban la entrega a Dios, esta |
entrega se ha visto
interferida por apegos, sentimentalis- |
mos, intereses, egoísmos y
deformaciones que han dado |
al traste con la vocación
en ciernes o ya iniciada, y han |
impedido que superara la
ambigüedad de lo simple y so- |
lamente humano,
convirtiendo en apariencia mediocre un |
rutinarismo o disimulo de
perfección que nunca llegaría, |
por desgracia, a la
santidad a la que había sido llamado. |
Y no digamos del caso en
que se cayera en la tentación |
de pretender sacar
utilidad material, o entretenimiento |
sentimental, del que Dios
llamaba para sí, porque, por más |
que se etiquetara de otra
manera, sería menos santidad |
ésta que la de un buen
cristiano de los de a pie, que se |
mantiene en la vida de
gracia y asume sus deberes con |
mayor sacrificio y menos
protección. |
El Evangelio |
exigente |
Cada vez que en el
Evangelio sale la introducción de |
«si quieres ser
perfecto... si quieres venir en pos de mí, |
si quieres entrar en el
reino...», es preciso no perderse lo |
que sigue. Y no son pocas
las palabras que dedica a la |
15 (159) |
relación entre entrega y
familia. Ahí Jesús no ahorra exi- |
gencias, que no son para
menospreciar los lazos familia- |
res, pero si que impone
sobre ellos la necesidad de una |
radical purificación, que
nos libre de engaños. |
Porque queremos un cielo
para este mundo y un Dios |
útil y dócil a nuestros
intereses y deseos, utilizamos la |
degradación de muchas
cosas nobles con tal de establecer, |
aunque sean sólo
aparentes, razones justas a nuestras |
reclamaciones egoístas. En
general, por ejemplo, cuando |
se trata de Dios y la
familia, se reconoce menos derecho |
al que se entrega a Dios
que al que abandona la familia |
para otra dedicación
secular u otra vocación humana. |
En disculpa de esta
apreciación injusta hay solamente el |
error de pensar que la
vida de dedicación a Dios es una |
vida perezosa, cuyos
deberes siempre se pueden aplazar |
aun cuando opongamos a los
mismos, no otros deberes ni |
superiores ni inferiores,
sino solos intereses o caprichos, |
para los que apenas
discutiríamos si el que concurriera |
no fuera Dios. |
Los derechos |
de Dios |
Para una profesión que sea
remunerada en más de lo |
que bastaría para vivir
decorosamente, o para que un hijo |
o hija "se
coloque" en matrimonio ventajoso, padres y ma- |
dres estarían, con harta
frecuencia, dispuestos a largas y |
prolongadas separaciones,
aun a destiempo. Esa conformi- |
dad a veces se pretende
enmascarar de amor cristiano, pe- |
ro es sólo interés o/y
vanidad o poco más. Y gastan y se |
endeudan y se afanan para
lograrlo. Pero si se trata de al- |
go que pertenece a una
dedicación, que aunque sea de |
valor superior y
espiritual no exige más en tiempo, au- |
sencias y aspectos
materiales que la profana, enseguida |
se construyen argumentos
egoístas y retenciones senti- |
mentales a las que, por
tratarse de Dios, ya no se transi- |
ge. O, si no hay más
remedio, se admite con gran drama- |
tismo y, posteriormente,
se va entorpeciendo, a no ser que |
una verdadera conversión
―difícil cuando no existía aque- |
lla precedente nobleza y
claridad de ideas de base huma- |
na se opere y sitie todo
en su lugar. |
En general no puede
hablarse de disposición para la |
santidad sin un previo
empobrecimiento material y afec- |
tivo que nos haga puros
para que Dios pueda disponer de |
nosotros y podamos ser
moldeados por los medios que el |
mismo pone a nuestro
alcance en el ámbito de la Iglesia. |
16 (160) |
"Déjalo todo |
y ven..." |
«Si quieres ser santo, ve,
véndelo todo, déjalo todo, y |
luego ven... », se dice en
el Evangelio; pero si a lo que |
decimos que hemos dejado,
le tenemos puesto un lazo |
―«aunque sea un hilo
fino», dice santa Teresa―, no podre- |
mos volar hacia y donde
Dios nos llama. |
«Si alguien ama más a su
padre, su madre, su... ―es |
decir, da su tiempo, su
energía, su actividad, su dedica- |
ción, cuando no es
necesario para el reino de Dios― no es |
digno de mí». |
Maestro, voy enseguida,
pero déjame ir al entierro de |
mi padre... Y Jesús le
responde: «Deja que los muertos |
entierren a sus muertos;
tú dedícate al reino de Dios». |
Cuando le dicen que fuera
le esperan la Madre y |
parientes, contesta que
«son los que oyen sus palabras y |
las ponen por obra los que
se pueden llamar madre y pa- |
rientes suyos»... Con lo
cual no pronunciaba desprecio |
alguno hacia la Virgen
sino todo lo contrario, puesto que |
proclamaba que era su gran
discípula, porque nadie oyó |
mejor ni cumplió con
fidelidad mayor que ella sus pala- |
bras. |
El corazón |
partido |
Todos los hombres nos
interesan y, sin duda alguna, |
los familiares, no para
que nos distraigamos de la san- |
tidad y nos perdamos o
entretengamos en disipaciones de |
tiempo, fuerzas y
sentimientos que hemos de dedicar al |
reino de Dios, sino para
llevarlos a ellos a este reino, co- |
mo la Virgen que fue
colaboradora insigne de la obra del |
Señor. No se puede servir
a muchos señores ―¡ni a dos!― |
al mismo tiempo; no se
puede partir el corazón; no se pue- |
de pluriemplear la vida.
Sino que toda la prudencia del |
cristiano debe orientarse
a integrar en Dios, lo más direc- |
tamente posible, sin
vanidades, ni distracciones, ni ocios, |
ni condescendencias, las
fuerzas y la vida. |
Los mundanos, los que
"triunfan" lo hacen así, para |
llegar a ser un gran
político, o un cantante de fama, o un |
rico en poco tiempo... no
dudan en sacrificar lo que para |
Dios jamás harían. La
diferencia está en que ellos, mien- |
tras se desprenden y
sacrifican en aras de sus ambiciones, |
no aman a los demás,
mientras que el cristiano que quie- |
re hacerse santo, está
siempre abierto al amor para hacer |
el bien espiritual a
todos, sin excluir a los parientes, y |
que éstos, con tal que lo
entiendan un poco así, recibirán |
sin duda ese bien
espiritual y verán cómo se abre para |
17 (161) |
ellos un camino de
felicidad al hacerse más amigos de |
Dios. Si esto no lo
entendieran así, se sentirían continua- |
mente extraños respecto
del miembro de su familia que, |
eventualmente, se hubiese
entregado a Dios, o se equivo- |
carían exigiendo y
esperando de él poco más que benefi- |
cios materiales o
gratificaciones perecederas. |
La Iglesia |
y las buenas |
Vocaciones |
evangélicas |
Es claro que todo ese
relato parece dirigido a la con- |
sideración de las
vocaciones a la vida evangélica; pero |
no hay duda que éstas no
faltarán a la Iglesia, y las que |
se mantienen serán
efectivamente de gran beneficio al |
reino de Dios, en la
medida en que, desde la familia se |
disponen las
circunstancias de la vida doméstica у las |
perspectivas de la vida de
modo que la respuesta al ideal |
evangélico sea posible y,
además, cuando, de haberse da- |
do en algún miembro tal
llamamiento, surge y se mantie- |
ne la comprensión de lo
que significa esa entrega, para |
que se convierta en
elemento vivo, vivificador y dinámico |
del crecimiento eclesial.
Cuando esto ocurre así, no sólo |
se hace santo el llamado o
llamada, sino que la vocación |
alcanza, en su beneficio
(espiritual) a la entera familia |
que secunda, entiende,
ruega y se desprende con genero- |
sidad, como lo haría, por
lo menos con otra actividad o |
vocación de esas que el
mundo aplaude, aunque no duren |
para la vida eterna. |
Ejemplo |
del Beato |
Scrosoppi |
Hace poco ―un
mes― ha sido beatificado un oratoria- |
no del que hacemos memoria
en estas mismas páginas, el |
padre Luigi Scrosoppi.
Aparentemente, no dejó familia, |
en un principio, ni su
ciudad, ni su riqueza (que la tenía); |
pero todo lo empleó para
el reino de Dios, todo lo integró |
en el ideal de su
apostolado y de su caridad. Hubiera po- |
dido ocurrir al revés: no
pasar de sacerdote relativamente |
pio, enmadrado y de
merienda doméstica para paladar |
regalado, con limosnas más
o menos esparcidas y decoro |
clerical externo
mantenido... Pero esto hubiera sido muy |
poco para la grandeza a
que Dios le llamaba. Otros, para |
dejar el porvenir mundano
o los afectos que retienen — «co- |
mo el hilo al pajarillo»,
que decía santa Teresa― hubieron |
de alejarse de sus
circunstancias; en cambio, el beato |
Scrosoppi, no se alejó,
pero transformó todo, y lo polarizó |
todo en Cristo у los
intereses de Cristo. Y fue santo; segu- |
ramente también lo fueron
sus hermanos, y su padre, y su |
madre... |
18 (162) |
La mayor dificultad para
la fe |
La culminación de la obra
divina es el hombre. Él es la flor |
y la perfección de la
actividad creadora, hecho para servir y |
adorar a su Creador. Sin
embargo, miradle, los que os creéis |
sabios y despreciáis la
Palabra revelada; observadle atenta- |
mente, y decid con
sinceridad si lo consideráis ofrenda apta |
para ser presentada a
Dios. No voy a referirme al pecado, por- |
que vosotros no
aceptaríais el término. Os invito simplemente |
a que os fijéis en el
hombre tal y como se le ve en el mundo, y |
reconociendo, como debéis
reconocer, que la multitud no se |
guía por regla alguna y
que son muy pocos los que veneran a |
su Creador; viendo, como
veis, que la enemistad, el fraude, la |
crueldad, la opresión y la
injuria constituyen el contenido de |
la vida humana; conociendo
además las estupendas capacida- |
des del hombre y su
frustración en una existencia tan breve, |
¿podéis aventuraros a
afirmar que el yugo de la Iglesia es pesa- |
do, cuando vosotros
mismos, observadores del universo, os cre- |
éis racionalmente
impelidos a confesar que Dios no ha creado |
ninguna cosa perfecta,
sino un mundo material muerto y co- |
rruptible y un mundo de
espíritus inmortales que se ha decla- |
rado en rebelión? |
Debo concluir que si he de
someter mi razón a unos mis- |
terios, no tiene gran
importancia que se trate de un misterio |
más o menos. La mayor
dificultad es sencillamente creer. La |
mayor dificultad es
aceptar firmemente la existencia de un |
Dios vivo ―Creador,
Testigo y Juez de los hombres―, a pesar |
de la penumbra que le
rodea. |
Una vez que la mente se ha
abierto como debe a la creen- |
cia en un poder que está
por encima de ella; una vez que com- |
prende que no es la medida
de todas las cosas en el cielo y en |
la tierra, experimentará
pocas dificultades para seguir adelan- |
te. No digo que deba
aceptar la fe católica sin motivos. Simple- |
mente digo que cuando crea
en Dios se habrá removido el gran |
obstáculo para la fe, es
decir, un espíritu orgulloso y autosu- |
ficiente. |
JOHN H. NEWMAN, C. O. |
19 (183) |
formación |
cristiana |
de gente joven |
(de 8 a 16 años) |
TODOS LOS DOMINGOS |
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO |
A LAS 12.45 |
Para ayudar a los padres |
a dar ideas cristianas a
sus hijos |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 8. 11. 81 |
20 (160) |
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