Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 190. DICIEMBRE. Año
1981 |
SUMARIO |
HACE veinte siglos que
Dios recomenzó la creación. |
Lo celebramos cada año, y
es la Navidad. No sería |
poco que todos los hombres
pusiéramos nuestra vo- |
luntad, y la hiciéramos
buena y constante para re- |
construir gozosamente el
mundo que tenemos entre manos, |
y en el que es posible
abrir caminos para la felicidad, si |
trabajamos, si nos damos
generosamente. Es preciso vol- |
ver a nacer para
recompensarlo todo. |
PARA SER FELICES |
ESE NINO ERES |
LOS DERECHOS DEL NIÑO |
LA MISA, ADVIENTO Y PASO
DE CRISTO |
LA REBELIÓN DE LOS PÁJAROS |
LA DIMENSIÓN CONTEMPLATIVA |
1 (165) |
PARA SER FELICES |
Amamos la música no
solamente por los sonidos, |
sino por los silencios que
contiene: |
sin la alternancia entre
el sonido y el silencio |
no habría ritmo. |
Si queremos ser felices, |
y llenamos de ruidos todos
los silencios de la vida, |
fecundos, |
colmando de trabajo los
descansos que nos da, |
reales, |
convirtiendo nuestro ser |
en máquina de actuaciones, |
no crearemos nada más
sobre la tierra |
que un infierno. |
Si no reservamos en
nosotros |
algunas zonas de silencio, |
no podremos jamás oír a
Dios |
en los intervalos de
nuestra música. |
Si no descansamos, |
Dios no bendecirá nuestro
trabajo. |
Si deformamos nuestra vida |
llenándola enteramente de
acciones y experiencia, |
Dios se apartará en
silencio |
de nuestro corazón, |
que se nos quedará vacío. |
E. Thomas Merton |
2 (166) |
Ese niño |
eres tú |
NACER. Siempre estamos
nacien- |
do, mientras crecemos,
mien- |
tras vivimos. Incluso la
muerte |
―única― será |
un nacimiento |
―«un mayor
nacimiento»―, como |
dijo el poeta
Maragall―. Por esto, en |
el hombre, nunca se acaba
de borrar |
al niño, y hasta parece
que como si |
la parábola de la vejez
buscara la |
inclinación de un regreso
a la infan- |
cia. Tal vez porque el
hombre nunca |
acaba de ser niño, Dios
mismo, cuan- |
do se hace hombre,
comienza siendo |
un niño. |
Cada vez que nace un
hombre, |
podemos los demás mirarnos
en él, |
porque estamos en el mismo
camino, |
paso más paso menos,
frente a la |
única meta del "gran
nacimiento". A |
lo mejor, en vez de
afirmar que el |
hombre es el único
viviente que "sa- |
be" que ha de morir,
deberíamos de- |
cir que es el único que
sabe |
de "nacer" a
Dios, que sabe, si tiene |
fe, que ya está naciendo
para Dios. |
Hasta el momento
culminante |
del definitivo encuentro
con Dios, en |
la Vida que no acaba, la
sed y el |
hambre de Dios son el
impulso que |
le mueve, mientras Dios le
va salien- |
do al encuentro. Dios se
le va insi- |
nuando, descubriendo,
manifestan- |
do, en una maturación de
fe, y el |
hombre va siendo como el
niño al |
que se le van abriendo los
ojos para |
reconocer, admirado, al
padre, a la |
madre. Como el niño, el
hombre nun- |
ca lo acaba de saber todo,
ni de su |
origen, ni de su destino,
respecto de |
Dios. Es un misterio
siempre en tran- |
ce de ser desvelado, y
cada manifes- |
tación de Dios excita más
el deseo |
para un mayor
descubrimiento. |
De Dios, el hombre, no
recibe más |
que manifestaciones
fragmentadas, |
incompletas, sucesivas,
reflejadas. |
No tenemos ningún acceso a
Dios |
fuera de sus
manifestaciones crea- |
das. No obstante, desde la
encarna- |
ción del Hijo de Dios, sí
tenemos |
integrado en ese misterio
la maravi- |
lla de la creación de la
naturaleza |
humana de Cristo, que la
más |
completa y magnífica de
las mani- |
festaciones creadas de
Dios. |
Pero Cristo comienza
siendo un |
niño, igual que comenzamos
noso- |
tros, y luego crece, como
crecemos |
todos, y llega hasta la
muerte; pero |
ya en ella, convierte el
fracaso en |
triunfo y la muerte en
vida nueva, |
como repitiendo el ciclo,
pero por |
encima de lo creado. |
Cristo es el tipo. Cristo
es noso- |
tros. Cristo es la cima de
un misterio |
que nos identifica con él,
aunque sin |
despersonalizarnos a
nosotros, ni |
atomizarle a él. Cristo es
la cima de |
la creación, y el
adelantado de la |
nueva creación, frente a
la cual to- |
davía somos niños, y
tenemos que |
crecer en gracia y
sabiduría, hasta |
llegar a la plena edad,
para abrirnos |
al "gran
nacimiento", a la transfor- |
mación gloriosa de
verdaderos hijos |
de Dios. |
Por esto, cuando nace un
niño, y |
cuando nace Cristo, ese
niño ―y ese |
Cristo― somos cada
uno de nosotros, |
soy yo y eres tú. |
3 (167) |
Feliz |
Navidad |
a todos |
nuestros amigos |
y lectores |
4 (168) |
Los derechos del niño |
y del adolescente |
TAL VEZ se abusa de la
pala- |
bra "derecho"
porque la re- |
volución concienciadora a |
la que asistimos en
nuestros días, |
levanta por doquier
reivindicacio- |
nes y proclamas, cada vez
más par- |
ticularizadas, las cuales,
a pesar del |
valor positivo que
contienen en sus |
declaraciones, con
frecuencia des- |
cuidan la simetría del
"deber", que |
suele más bien recordarse
a los de- |
más y olvidar en sí mismo
aun en- |
tre muchos de los bien
intenciona- |
dos reivindicadores. No
faltan, por |
ello, los que, con alguna
razón, de- |
searían que, además de los
"dere- |
chos" se proclamaran
del mismo |
modo los correlativos
"deberes". |
Pero existe un caso en el
que esta |
correlación queda
evidentemente |
disminuida, porque o no
puede exi- |
girse o ha de hacerse con
mitiga- |
ciones inevitables,
precisamente pa- |
ra respetar la justicia.
Es el caso del |
niño y hasta del
adolescente, los |
cuales, como seres
personales, son |
depositarios de más
derechos que |
deberes, ya que no han
alcanzado |
el desarrollo necesario
para asumir |
una total responsabilidad
autónoma. |
Navidad es un tiempo muy
ade- |
cuado para hablar de los
niños. Y |
no sólo porque Cristo
entra en el |
mundo como un niño, sino
porque, |
en nuestra vida, tal como
la tene- |
mos organizada, coinciden
las fies- |
tas navideñas con las
vacaciones |
más hogareñas que otras
veces, y |
los niños llenan la mayor
parte de |
las horas de la vida
familiar y festi- |
va. Es una ocasión para
pensar en |
ellos, aunque debamos
reconocer |
que, al hacer referencia a
sus "dere- |
chos" por fuerza es
preciso que |
apuntemos a la correlación
de "de- |
beres", pero
recayendo éstos en los |
mayores y en la sociedad
como tal. |
Ahorraremos prolijas
reflexiones |
para poder, con relativa
brevedad, |
seguir el índice de un
documento |
que, hace algunos años,
publicaba |
Mons. Ramón Masnou, obispo
de |
Vic, para instruir a sus
diocesanos. |
Él quería que esos
llamados "dere- |
chos" del niño fuesen
la ocasión del |
amor de los mayores hacia
ellos, |
para que ese amor fuese no
sólo |
sentimiento afectivo, sino
verdade- |
ramente efectivo, es
decir, traduci- |
do en la realización de lo
ordenado |
a colmar los derechos del
niño y |
del adolescente. |
5 (169) |
1. En primer lugar, el
niño tiene |
el DERECHO A LA VIDA, pri- |
mero y fundamental.
Resurgen, en |
nuestra época, teorías
justificadoras |
de raíz abiertamente
pagana, capa- |
ces de dar categoría de
buen talento |
práctico al crimen de
Herodes, ins- |
piradas en el egoísmo o la
lujuria. |
Son muchos los padres que
con- |
sideran al hijo como un
"estorbo". |
Llevados del materialismo,
ausen- |
tes de verdaderos ideales,
alejados |
de la religión, convierten
al placer |
en su ídolo. No faltan los
padres |
que, para deshacerse
siquiera mo- |
mentáneamente de sus
hijos, los lle- |
van antes de tiempo yantes
de edad |
a la escuela, porque les
"estorban". |
2. El niño tiene derecho,
además, |
a tener BUENOS PADRES,
pues |
de ellos deberán recibir
las primeras |
ideas, palabras y
ejemplos. Se pue- |
de decir que el futuro del
hijo de- |
penderá en proporción casi
defini- |
tiva del influjo de sus
padres, de la |
atención que éstos le
presten, de la |
convivencia nunca
apresurada ni |
elíptica con ellos.
Abundan los pa- |
dres que parecen
desconocer sus |
responsabilidades, para
quienes la |
paternidad resulta poco
menos que |
una sorpresa y luego un
enorme |
descuido. No solamente los
padres |
deben hacer bien a los
hijos, sino |
que ellos mismos, a causa
de ese |
deber que tienen como
exigencia |
hacia ellos, les debería
igualmente |
beneficiar
perfeccionándolos conti- |
nuamente. |
3. Otro derecho del niño
es UNA |
BUENA ESCUELA, comple- |
mentaria del influjo y de
los cuida- |
dos del hogar, sin que
pueda reem- |
plazarlos. La escuela no
solamente |
ha de proporcionarle
instrucción |
en los saberes científicos
y litera- |
rios útiles a la vida,
sino que debe, |
además, educar y formar a
la per- |
sona, pues solamente así
se prepa- |
rará debidamente para la
vida. El |
derecho del niño a recibir
esa ins- |
trucción y educación, no
se lo da |
el Estado, ni la sociedad,
ni los ma- |
estros, ni siquiera sus
padres, pues |
es anterior incluso a
éstos porque |
se lo da Dios. Por ello no
puede |
depender del gusto de los
padres la |
buena educación, la
formación y la |
instrucción que ha de
recibir el ni- |
ño; ni pueden los padres,
sin abuso, |
prohibir que se les enseñe
religión. |
4. EL DERECHO AL CATECIS- |
MO, correlativo al deber
de la |
Iglesia, de los padres, de
los maes- |
tros de enseñarle no sólo
lo que |
constituye el sistema
doctrinal rela- |
tivo a la fe, sino además
conducirle |
a la práctica progresiva,
sin descui- |
dar la oración y el trato
con Dios y |
la conducta que se refleja
en la vida, |
en el culto, en la
moralidad. Uno |
de los azotes mayores que
padece |
la sociedad todavía
llamada cris- |
tiana, es la ignorancia en
que están |
sumidos, respecto a las
verdades |
relativas a la fe, muchas
de las per- |
sonas que, sin embargo,
son o se |
precian de cultas en otros
aspectos. |
6 (170) |
5. EL DERECHO A LA EXPAN- |
SION o, si queremos, al
juego |
honesto y sano. La
preocupación |
por el futuro material,
queriendo |
asegurar al máximo el
porvenir |
bien remunerado, en no
pocas oca- |
siones se traduce en
sobrecarga de |
trabajos y estudios que
mantienen |
en angustia bajo amenaza
de exá- |
menes o evaluaciones que
exacer- |
ba al niño y al
adolescente. La vida |
se les presenta como una
competi- |
ción tremenda porque los
mayores |
les señalan metas de
acuerdo con |
aspiraciones desmesuradas,
contra- |
rias a la misma naturaleza
o posi- |
bilidad en perspectiva,
frente a la |
saturación de los
"mejores" pues- |
tos, a los que aspiran
demasiados |
candidatos. Se atropella
la que pu- |
diera ser la vocación
personal de |
cada uno, puesto que se
enseña a |
elegir lo aparentemente
mejor re- |
munerado o mejor
considerado. Or- |
gullo y egoísmo mezclado
que, ya |
en la juventud, se
transmite al que |
se asoma al mundo. |
Se le ofrecen
distracciones, pero |
no siempre las naturales y
sanas, |
sino las excitantes y
exageradas, las |
artificiales, y así caen y
pasan de |
una embriaguez a otra. |
6. EI DERECHO A UN PORVE- |
NIR, que no puede ser
inspi- |
rado por los egoísmos ni
codicias |
paternales intentando que
el hijo |
llegue" donde el
padre o la madre |
no pudieron y, de este
modo, se ve- |
an redimidos del complejo
de fra- |
«Cualquier |
renovación de la |
Iglesia consiste |
esencialmente en el |
aumento de la |
fidelidad a su |
vocación», |
se dice en el Decreto
sobre |
el Ecumenismo, nom. 6. Su |
vocación es la fiel
respuesta |
a la misión que Dios le ha |
confiado. Pero la Iglesia |
somos todos los fieles,
somos |
cada cristiano, somos tú y |
yo. Nosotros, cada uno, |
debemos responder. |
caso o de pobres con que
ellos se |
asomaron al mundo. El
porvenir |
se tendrá que edificar
enseñando a |
trabajar. Ni herencias ni
vagancia |
preparan para la vida y la
felici- |
dad; es el trabajo que
hace la vida |
fructífera y que introduce
esa ne- |
cesaria dosis de
austeridad bien en- |
tendida, sin la cual las
pasiones o |
los antojos acaban
haciendo desgra- |
ciado al hombre, e injusto
con los |
demás. |
7. EL DERECHO A LAS ATEN- |
CIONES CORPORALES, es |
decir, es espacio para
vivir, el |
alimento para crecer, los
cuidados |
7 (171) |
para proteger la salud.
Todo lo cual |
repercute en las
condiciones de vi- |
vienda, en la ordenación
de jardi- |
nes y lugares para el
juego, en los |
servicios de asistencia,
en la justi- |
cia económica y social. |
8. EI DERECHO A LA
AMISTAD, |
que significa una
extensión de |
la vida afectiva, hasta
más allá del |
círculo familiar. El
juego, la escuela |
es ocasión de conocer a
otras perso- |
nas. Los padres que
protegen exce- |
sivamente a sus hijos, los
hacen so- |
litarios, misántropos,
insociables, |
taciturnos, incapaces, en
definiti- |
va, para traducir en vida
la capaci- |
dad de querer y amar, de
ayudar y |
servir, serenamente,
constructiva- |
mente, cristianamente, a
los demás. |
No les duela a los padres
que sus |
hijos tengan amigos que,
si les edu- |
can bien, encontrarán en
la escuela, |
en la iglesia, en el
asociacionismo |
cultural o apostólico en
que puedan |
participar, en el
sacerdote que o- |
rienta su alma, en el
catequista, en |
el maestro generoso. |
9. EI DERECHO A UNA
SOCIEDAD {1}QUE LES COMPRENDA, |
además de que les quiera
educar. |
Comprender no significa
dar siem- |
pre la razón, incluso
significa tener |
que recurrir a la
necesaria correc- |
ción, pero no desde la
posición de- |
fensiva que se preocupa de
supri- |
mir molestias o peligros,
sino desde |
el bien del sujeto en
formación, que |
necesita ser orientado,
prevenido, |
enseñado, querido y
preparado ra- |
zonablemente para que
pueda al- |
canzar la madurez humana.
Esos |
violentos y gamberros que
rompen |
por romper, que queman
gasolina |
inútilmente y llenan de
ruidos y |
peligros calles y
ciudades, son mar- |
ginados afectivos, son
niños o jóve- |
nes no amados
efectivamente por |
sus padres, aunque éstos
les com- |
pren juguetes carísimos o
les com- |
plazcan en caprichos
estúpidos. |
10. EI DERECHO A LA CIUDA- |
DANIA CRISTIANA, es decir, |
a un lugar propio para
ellos en la |
Iglesia, que no es sólo de
los fieles |
mayores, sino también suya
y en la |
que han de sucedernos
heredando |
nuestras responsabilidades
en ella. |
Por ello, ya desde un
principio, tie- |
nen el derecho de
encontrar en ella |
todo lo que necesitan para
desarro- |
llar su vida de fe:
enseñanzas, ver- |
dades, ejemplos,
participación en el |
mismo organismo, por
derechos que |
arrancan del mismo
bautismo que |
a todos nos hermana en
Cristo. |
Podrían añadirse otros
puntos, |
como el derecho a la
modestia y al |
pudor, el derecho a la
delicadeza de |
sentimientos, el derecho a
ser res- |
petados, el derecho a
superar la |
vulgaridad para que su
vida, aspi- |
rando a los ideales más
nobles, |
crezca en valor por el
desarrollo |
de todas sus
posibilidades... |
Todos sus derechos son
exigen- |
cias de respuestas de amor
a ellos de |
los mayores. Ese amor no
les faltará |
si, antes, tenemos el amor
a Dios. |
8 (172) |
LA MISA, |
ADVIENTO |
DE CRISTO |
LA SANTA Misa no solamente
es una fórmula, sino una gran acción, |
la mayor que pueda tener
lugar en la tierra. No es la simple invo- |
cación, sino ―si me
es lícito usar esta palabra― la evocación del |
Eterno. Se hace presente
en el Altar, en cuerpo y sangre, Aquel ante |
el cual se inclinan los
Ángeles... Es ésta una realidad augusta y el |
fin y razón de cada parte
del rito eucarístico. |
Las palabras son
necesarias, pero como medio, no como fin; no |
se limitan a servir de
súplicas sino que son instrumento de algo que |
está por encima,
instrumento de la consagración y de la inmolación. |
Se producen y concatenan
como impacientes para completar del |
modo más rápido su misión.
Van derechas a su fin porque forman |
parte de una acción
integral... |
Pagan las palabras
rápidamente, y Cristo pasa con ellas, como |
cuando caminaba sobre las
aguas del lago, en los días de su vida |
mortal, llamando a uno y a
otro. Pasan rápidas, porque la venida |
del Hijo del Hombre es
semejante al relámpago que brilla de una |
parte a otra del cielo.
Son como las palabras de Moisés, cuando in- |
vocaba al Señor, que
seguía como nube a su pueblo, y, como Moisés |
en la montaña, también
nosotros nos acercamos a él, nos postramos |
y lo adoramos. De este
modo nosotros, cada cual desde su lugar, |
invocamos el gran
Adviento, esperamos el "movimiento del agua"… |
contemplando la acción que
se realiza sobre el Altar, acompañando |
su proceso y asociándonos
a su consumación, que es mucho más |
que seguir rutinariamente
y sin esperar nada una árida fórmula de |
plegaria del principio al
fin, sino formando como la integración de |
un concierto que conjuga
en la unidad armoniosa la diversidad de |
todos los reunidos. |
JOHN HENRY NEWMAN, C. O. |
9 (173) |
La |
rebelión |
de |
los |
pájaros |
LOS HOMBRES, poco a poco,
se olvidaron |
de mirar al cielo; se
olvidaron de |
esas flores de luz del
jardín del fir- |
mamento, y se hicieron
estrellas ar- |
tificiales y ruedas de
metal chirriantes sobre |
los caminos grises del
asfalto. Se encerra- |
ron, ellos mismos, en
espacios cúbicos que |
llenaron de ruidos, y ya
no tuvieron tiempo |
ni para abrir ventanas al
universo, hacia |
arriba, y admirarse de los
caminos rutilan- |
tes, silenciosos y puros
de las altísimas |
constelaciones que
condensan misterio y |
paz, de un trazo, en un
solo signo, mientras |
se pasean por los caminos
de las nebulosas |
espaciales. |
Los hombres se olvidaron
de los cam- |
pos, de los árboles, de
las flores; se olvida- |
ron de la triunfante y
esplendorosa benig- |
nidad de las auroras y las
puestas de sol, |
cuando la luz extiende las
manos de sus |
rayos para llegar a tocar
o para bendecir |
todas las cosas. |
Se olvidaron de las formas
y los colo- |
res originales de la
creación y de las músi- |
cas que hay en el
movimiento o en el alien- |
to de todos los seres. Y
fue entonces cuando |
también se olvidaron de
los pájaros. Los |
pájaros que, como
forasteros consentidos, |
alegraban la ciudad,
repitiendo, sobre las |
espirales del aire, los
trinos que habían tra- |
ído aprendidos de los
campos, preservando |
así, para el hombre, el
último recuerdo de |
la pureza de lo creado.
Sobre el arco del |
vuelo eran como gotas de
música, como un |
desquite ingenuo
contrastando con las fal- |
sificaciones perecederas
de la organización |
ciudadana. |
10 (174) |
Pero llegó un día en que
la ciudad se |
hizo irrespirable para
todos, y especialmen- |
te para los pájaros, y
tuvieron que huir pa- |
ra poder sobrevivir. La
vida se marchitaba |
y nadie se daba
verdaderamente por ente- |
rado. Y ellos se fueron,
sobremontando |
la corrupción, hacia lo
alto, hasta hacerse |
invisibles, como si
hubiesen proyectado el |
intento de fundir su voz
aguda con la luz |
fulgurante de las
estrellas puras, hermanas |
suyas. |
En la tierra nadie se daba
cuenta de la |
desolación. Solamente los
niños añoraban |
la ausencia de los
pájaros. La gente mayor |
seguía multiplicando
máquinas y ruidos, |
imitando falsificaciones,
inventando ho- |
gueras, fabricando humos,
intoxicando es- |
túpidamente todo su
entorno, y caminaba, |
de cierto, hacia el
colapso y la muerte. |
¿Cómo podrían decir qué es
el pecado |
los que intentan
describirlo? |
Los niños, solamente
ellos, quisieron |
que los pájaros volvieran;
aunque les falta- |
ban fuerzas para poder
comenzar, desde |
ellos mismos, un mundo
nuevo, quisieron |
hacer todo lo posible para
intentarlo. Es |
verdad que, a veces, el
que quiere cosas |
más grandes no es el que
tiene mayores |
oportunidades, sino el que
pone en la em- |
presa toda su voluntad. |
Dentro de pocos días, en
este mismo |
mes de diciembre, en algún
lugar se estre- |
nará un filme que, en otra
lengua, llevará |
un título con este
significado: "La rebelión |
de los pájaros». El
argumento es sencillo: |
los pájaros huyen del
mundo que estrope- |
11 (176) |
an los mayores, pero los
niños, sólo ellos, quieren de verdad |
que vuelvan y sólo ellos
ponen todas sus fuerzas para con- |
seguirlo. Quiere ser una
apología de la fuerza de la infancia, |
tal vez de la posibilidad
de esperanza que todavía hay en ella |
para redimirnos de
amenazas que los mayores, nosotros solos, |
nos hemos construido. |
Navidad, para los
cristianos, tiene que ver con la infan- |
cia, porque en el misterio
de Dios humano, ahora recordamos |
la primera etapa, que es
su infancia. Pero sabemos que la in- |
fancia, incluso cuando es
alabada en el mismo Evangelio, |
no se reduce a la
inocencia, ingenuidad o incapacidad para la |
malicia, sino a la
simplicidad y generosidad de la mirada y |
de la voluntad puesta en
el bien totalmente elegido. También |
los niños de hoy pueden
salvar el mundo; pero no solos, sino |
con los mayores si no
despoblamos el cielo interior de sus |
mentes y les damos ideas
verdaderamente cristianas y el tes- |
timonio de nuestra
sinceridad en la fe. |
Solamente así volverá la
belleza y el bien a la vida. Y, |
por lo tanto, la paz. |
LAUS |
En relación con el
artículo 21 de la Ley 11-1966 de 19 de marzo, de |
Prensa e Imprenta, se hace
constar: |
―Que LAUS es una
publicación que pertenece a la Congre- |
gación del Oratorio de san
Felipe Neri. |
―Que, al igual que
las demás obras apostólicas del Oratorio, |
se mantiene con las
aportaciones espontáneas de los fieles |
y el trabajo de los
miembros de la Congregación. |
―Que el contenido
propagandístico y de anuncios que figu- |
ra en la publicación es
económicamente desinteresado. |
—Que el P. Ramón Mas
Cassanelles es el director de la re- |
vista y autor de los
artículos que van sin referencia. |
Agradecemos la constante
simpatía y apoyo de cuantos nos animan |
en nuestra tarea. |
12 (176) |
Documento: |
SOBRE LA DIMENSIÓN |
CONTEMPLATIVA |
DE LA EXISTENCIA |
SILENCIO, ORACIÓN Y
PERSONA |
REPRODUCIMOS sólo una
parte de |
la carta pastoral que
escribía al |
clero y pueblo de Milán,
en vistas |
al curso de actividades
que se reempren- |
dían en la diócesis
ambrosiana, el que |
Acababa de ser, desde
hacía poco, su |
nuevo arzobispo, designado
por muy ex- |
presa voluntad personal
del Papa, pues |
se trataba del padre
jesuita Carlo Martini, |
y ya sabemos que los
jesuitas solamente |
suelen ser designados para
ocupar sedes, |
en todo caso, en países de
misión, por lo |
cual (lo mismo que ocurre
con los demás |
religiosos) sólo raramente
acceden al |
episcopado. |
Esa carta a la que nos
referimos po- |
dría parecer, por lo
menos, Anticonfor- |
mista, puesto que se
dirigía a un clero y |
a un pueblo continuamente
expuestos a |
la tentación del activismo
y de la eficacia. |
En general, en el norte de
Italia y más |
concretamente en Milán y
la entera re- |
gión lombarda, se
concentra el núcleo |
más dinámico del progreso
industrial ita- |
liano, del interés por la
cultura europea |
y de la apertura
cosmopolita, en evidente |
contraste con otras zonas
más sosegadas, |
sobre todo del sur,
deprimido e indolen- |
te, con cierta propensión
al fatalismo, si |
bien compensado por la
corriente de un |
sentimiento religioso no
demasiado ilus- |
trado, folklórico, fácil y
popular, a veces |
cercano a la enajenación.
El mismo atraso |
y monotonía cultural
impide que sean |
demasiado profundos los
problemas del |
espíritu y los
planteamientos de la fe. |
Éstos surgen más bien allí
donde el ritmo |
acelerado del progreso
reta al hombre |
entero, en especial cuando
éste cede a la |
fácil tentación
estandardizante y mate- |
rialista de la eficacia y
la deshumaniza- |
ción, en la que el hombre,
puesto a crecer, |
lo hace
unidimensionalmente, hacia la |
sola e inmediata economía
y comodidad |
de lo sensible, olvidado
del necesario de- |
sarrollo paralelo de la
actividad interior |
y profunda del espíritu.
Cuando este peli- |
gro acecha, se impone la
necesidad de la |
reflexión contemplativa,
para no quedar- |
nos con un hombre
aparentemente bien |
13 (177) |
vestido, gozando del
confort de la técnica, |
aséptico y organizado,
pero espiritual- |
mente vacío. Por esto
resulta oportuna |
la invitación del
arzobispo de Milán a sus |
fieles. El remedio no
estaría en huir otra |
vez al campo, o en
renunciar al progreso, |
sino en equilibrar, en
mantener parale- |
lamente los avances
materiales con los |
ascensos espirituales, en
mirar fuera pro- |
fundizando dentro. En
rigor se podría |
decir que se trata de un
esfuerzo de "en- |
carnación" en el
sentido más justo, por- |
que el bien al que Dios
nos llama no está |
en otro tiempo ni en otro
lugar del nues- |
tro, ni sería lícito
frenar el progreso hu- |
mano, sino que debe
estarse presente en |
él, debe ser asumido y
dominado para ele- |
varlo sin destruirlo, como
el Verbo trans- |
formó la naturaleza humana
de Cristo, sin |
destruirla, al asumirla en
la Encarnación. |
He aquí la segunda parte
del escrito |
de referencia, encabezada
con el signifi- |
cativo epígrafe de
«SILENCIO, ORACIÓN |
Y PERSONA». |
Recuperación |
de valores |
La propuesta de
reflexionar sobre la dimensión con- |
templativa de la vida
intenta provocar implícitamente la |
recuperación de algunas
certezas que en los años, confu- |
sos pero fecundos, que
acaban de transcurrir, han ido |
esfumándose o sufrido
algún eclipse. |
Tales son la importancia
religiosa del silencio, la pri- |
macía de la persona
humana, la del ser sobre el tener, so- |
bre el decir, sobre el
hacer; la justa relación entre persona |
у comunidad. |
Naturalmente, la
recuperación de estos valores no pue- |
de significar abandono o
desconocimiento de aquellos que |
el pasado reciente ha
destacado justamente, como la ple- |
garia de la comunidad que
coralmente canta y habla con |
Dios, la necesidad que a
la profesión de fe y a la alaban- |
za siga la coherencia del
testimonio y de las obras, la im- |
portancia de la dimensión
eclesial en todos los ámbitos de |
la existencia cristiana. |
Mas parece que ha llegado
el momento de recordar, en |
vista a un seguimiento de
Cristo más intenso y armonioso, |
que el entregarse a la
contemplación y al silencio fecunda |
y enriquece la plegaria
vocal y comunitaria; que no se da |
acción o compromiso que no
surja de la verdad del ser |
profundo del hombre que en
Cristo ha sido renovado y |
exaltado; que es
precisamente la conciencia de la libertad |
de cada persona, con sus
convicciones, con sus esperanzas |
y sus propósitos, que
constituyen la autenticidad y el mé- |
rito de toda existencia
asociada al nombre del Señor, |
14 (178) |
1. El silencio. |
Miedo y |
fascinación |
del silencio |
Si en un principio existía
la Palabra y por la Palabra, |
venida a nosotros, comenzó
a realizarse nuestra redención, |
resulta claro que, de
nuestra parte, en el inicio de la his- |
toria personal de nuestra
salvación, debe haber el silencio: |
el silencio que escucha,
que acoge, que se deja animar. |
Cierto que, a la Palabra
que se manifiesta tendrán que |
corresponder luego
nuestras palabras de agradecimiento, |
de adoración, de súplica;
pero antes ha de haber el silen- |
cio. |
Si, tal como sucedió a
Zacarías, el padre de Juan Bau- |
tista, el segundo milagro
del Verbo de Dios es hacer ha- |
blar a los mudos, es
decir, desatar la lengua del hombre |
terrenal vuelto sobre sí
mismo para cantar las maravillas |
del Señor, el primero es
el de hacer enmudecer al hombre |
charlatán y disperso (cf.
Lc 1, 20-22). «Que la Palabra |
haga enmudecer mi
verborrea», como dice Clemente Re- |
bora, noble espíritu de
poeta milanés de nuestros tiempos, |
cuando describe con
desnuda claridad los inicios de su |
conversión. |
Podemos decir, incluso,
que la capacidad de vivir un |
poco del silencio interior
connota al verdadero creyente |
y lo libera del mundo de
la incredulidad. |
El ruido |
enajenador |
El hombre que, según los
dictados de la cultura domi- |
nante, ha excluido de sus
pensamientos al Dios vivo que |
llena todo espacio, no
puede soportar el silencio. Para él, |
que pretende vivir en los
márgenes de la nada, el silencio |
es la serial terrificante
de la nada. Todo ruido, por más |
atormentador y obsesivo
que sea, le resulta más agradable; |
cualquier palabra, incluso
la más insípida, le parece libe- |
radora de una pesadilla;
cuando las voces callan, cual- |
quier cosa le parece
preferible ante el horror de ser colo- |
cado implacablemente ante
la nada. Toda palabrería, |
todo grito, toda
estridencia es bien aceptada si de algún |
modo y por breve tiempo
consigue distraer la mente de la |
conciencia espantosa del
universo desierto. |
El hombre
"nuevo" ―al cual la fe le ha dado un ojo |
penetrante que ve más allá
de la escena y la caridad un |
corazón capaz de amar al
Invisible― sabe que el vacío no |
existe y que la nada ha
sido eternamente vencida por la |
Infinidad divina; sabe que
el universo está poblado de → |
15 (178) |
Hombre "nuevo" |
y silencio |
criaturas gozosas; sabe
que es, a la vez, espectador y, de |
algún modo, partícipe de
la exultación cósmica, reverbe- |
ración del misterio de
luz, de amor, de felicidad que cons- |
tituye la sustancia de la
vida inagotable de Dios Trino. |
Por esto el hombre nuevo,
como el Señor Jesús que en |
el albor del día subía
solitario a la cima de los montes |
(cf. Mc 1, 35; Lc 4, 42;
6, 12; 9, 28), aspira a tener para sí |
mismo algún espacio inmune
de ruidos enajenantes, don- |
de sea posible prestar
oído a la percepción de algo de la |
fiesta eterna y de la voz
del Padre. |
Pero que nadie se
equivoque: el hombre "viejo", que |
tiene miedo del silencio,
y el hombre "nuevo" conviven |
normalmente, en diferente
medida, en cada uno de nos- |
otros. Cada uno de
nosotros se ve agredido exteriormente |
por hordas de palabras, de
sonidos, de clamores, que en- |
sordecen nuestro día y
nuestra noche; cada uno se ve in- |
sidiado interiormente por
el multiloquio mundano que, |
con mil futilidades nos
distrae y nos dispersa. |
Silencio |
y comunión |
En este ruido, el hombre
nuevo que hay en nosotros de- |
be luchar para asegurar en
el cielo de su alma aquel pro- |
digio de «un silencio como
de media hora» del que nos |
habla el Apocalipsis (8,
1); que sea un silencio verdadero, |
colmado de la presencia,
resonante de la Palabra, atento |
a la audición, abierto a
la comunión. |
2. Oración y ser del
hombre. |
El ser |
que se hace |
consciente |
ante Dios |
Considerada en su
naturaleza profunda y en su movi- |
miento original, la
plegaria no es una actitud que se yux- |
tapone extrínsecamente al
hombre: brota del ser, se destila |
y fluye de la realidad de
cada hombre. |
Podríamos decir que la
plegaria es, de algún modo, |
el mismo ser del hombre
que se pone en transparencia |
ante la luz de Dios, que
se reconoce por lo |
que es y, reco- |
nociéndose, reconoce la
grandeza de Dios, su santidad, su |
amor, su voluntad de
misericordia. En una palabra, toda |
la realidad divina y el
designio divino de salvación tal |
como han sido revelados en
el Señor Jesús crucificado y |
resucitado. |
Todavía antes que palabra,
antes todavía que pensa- |
miento formulado, la
plegaria es percepción de la reali- |
16 (180) |
dad dad que inmediatamente
florece en la alabanza, en la ado- |
ración, en la acción de
gracias, en la petición de piedad |
a aquel que es la fuente
del ser. |
Percepción |
de lo presente |
y trascendente |
Emergen y se configuran
como contenidos fundamen- |
tales, en esta experiencia
global, sintética, espiritualmente |
concreta: |
―la percepción de
las cosas que están al margen del |
proyecto de Dios,
percepción que se transforma en súplica |
para ser nosotros mismos
salvados de la insidia de la in- |
significancia y la
vaciedad; |
―la percepción de la
presencia de aquel que es pleni- |
tud y jamás ausente o
lejano de donde haya algo que |
exista de verdad; |
— la percepción de Cristo
vivo en el cual se resume y |
personaliza todo el
proyecto divino («Ubi Christus, ibi |
regnum», dice san
Ambrosio), que fundamenta el recono- |
cimiento y la verificación
de la relación de comunión con |
aquel que es el único
Señor y Salvador; |
―la percepción, en
Cristo, de la voluntad del Padre |
como norma absoluta de
vida, de tal modo que la oración |
ya no es una tentativa
para doblegar la voluntad divina |
a la nuestra, sino la
tentativa siempre renovada de confor- |
mar nuestro querer al del
Padre (cf. Mt 6, 10; 26, 39-42); |
―la percepción de la
realidad del Espíritu, fuente |
de toda la vida eclesial,
que ruega en nosotros (cf. Rm 8, |
19-27), de modo que la
plegaria se convierte en anhelo |
para salir de la soledad y
del encerramiento del indivi- |
dualismo y petición para
abrirnos cada vez más al reino |
de Dios que se va
instaurando en los corazones y entre los |
hombres, es decir, en la
Iglesia; |
―la percepción de la
cruz como victoria sobre el mal |
que hay en nosotros y
fuera de nosotros, que hace de la |
plegaria una actitud de
contestación del pecado, de la |
injusticia, del
mundo", y nostalgia de la Jerusalén celes- |
tial donde todo es santo. |
3. La persona, |
protagonista de toda
plegaria. |
El misterio |
de la persona |
Sin duda es justo y
necesario subrayar la vocación |
social que permanece
inscrita en cada acto del hombre y |
17 (181) |
la índole eclesial de la
totalidad de la vida cristiana. Pe- |
ro nunca podemos olvidar
que en la fuente de todo está |
el misterio de la persona,
misterio siempre singular y sin- |
gularmente inédito, que no
es sumable ni confrontable. |
Aunque esté constituido en
una condición y en una na- |
turaleza que recibe por
generación y que comparte con to- |
dos sus semejantes, el
hombre encuentra la primera razón |
de su grandeza en el hecho
de provenir, según el núcleo |
originario e inconfundible
de su ser, inmediatamente de |
Dios creador, que desde la
eternidad lo ha llamado por |
su nombre; y en el hecho
de tener que volver a aquel que |
es, al mismo tiempo, su
principio y su destino, con una |
decisión (o mejor, con una
serie de decisiones) de la cual |
es totalmente responsable,
porque no es condicionable de |
una manera determinante
por ninguna criatura, fuera de |
él mismo. |
Dios nos libre de los
sabios... |
Dios nos libre de la
ignorancia disimulada con |
presunciones de falsa
sabiduría y nos libre, tam- |
bién, lo antes posible, de
la ignorancia a secas. |
Pero Dios nos libre,
además, de la sabiduría que |
sólo es sabiduría de este
mundo y para este mun- |
do, porque aquellos a los
que ella hace sabios, |
sólo adquieren, atesoran y
ostentan saberes para |
su vanidad y para
compensar, así, la ausencia de |
verdaderos y profundos
valores humanos y espi- |
rituales, para olvidarse
del tremendo complejo |
de vergüenza o de los
miedos que los consumen. |
Por todo eso Dios ha
bendecido a los pobres de |
espíritu y ha elegido para
su reino a los sencillos |
de corazón y hasta a los
que parecen ignorantes |
a los ojos del mundo.
Estos son capaces de ser |
felices haciendo puramente
el bien, porque son |
los únicos que saben ser
generosos, |
y no es poca sabiduría. |
18 (182) |
Hijo de Dios |
A pesar de haber sido
generado y nutrido en una co- |
munión universal de vida
que es la Iglesia, el cristiano |
tiene un valor inestimable
porque ha sido amado perso- |
nalmente por el Padre, que
lo ha querido hacer hijo suyo; |
ha sido alcanzado
personalmente por la acción redentora |
de Cristo, que ha
derramado su sangre por él; es guiado |
por el Espíritu santo en
la respuesta personal positiva a |
la llamada divina de
salvación. Del "nosotros" y sobre el |
"nosotros" de la
Iglesia emerge y se define el yo del cre- |
yente, el cual se abre al
"todo" de la catolicidad. |
De este modo, la plegaria
―incluso cuando es vocal, |
Litúrgica o, del modo que
sea, asociada― recibe verdad y |
valor únicamente si
encuentra su constante inspiración |
en el misterio personal y
concreto de la adhesión de fe, |
de esperanza, de caridad
que alimenta y caracteriza la |
vida renovada. |
Ante el Padre, que es la
fuente de mi vida y mi meta, |
ante el drama de un
destino que se ventila una vez por |
todas, ante el sí y los no
que deciden mi suerte eterna, |
estoy yo, no el grupo, la
clase, la comunidad. Cierto que |
no estoy solo porque el
Espíritu ruega en mí y por mi lo |
que yo no sé pedir, y mi
Salvador está a mi vera, me une |
a él, y me hace participar
de sus sentimientos filiales. Pe- |
ro nadie puede
substituirme en esta empresa. |
Comunidad |
y persona |
Aunque vivo, decido, ruego
en una comunidad de her- |
manos que me sostiene, me
reanima y espiritualmente |
me dilata, permanezco
siempre yo viviendo, y mío es el |
riesgo de la decisión, y
mía la tarea de emprender la |
aventura difícil y
embriagadora de la vida de oración. |
Detenernos a considerar la
oración en el momento |
preciso en que brota
silenciosamente y secretamente del |
corazón del hombre,
significa, por lo tanto, meditar sobre |
el misterio mismo de toda
oración cristiana. |
Tanto si se mantiene
tácita y solitaria, como si se |
reviste de palabras
exteriormente e incluso públicamente |
proferidas, o si adquiere
la dignidad de plegaria litúrgica |
a través del canto y de la
imploración de la Iglesia, toda |
invocación sincera hecha a
Dios encuentra siempre en el |
ser personal, que antecede
y fundamenta toda comunica- |
ción extrínseca, la fuente
primera que mana de la vida |
personal de fe, de
esperanza y de caridad de su alma ne- |
cesaria e insustituible. |
19 (183) |
NAVIDAD |
DE |
JESUCRISTO |
MISA |
DE MEDIANOCHE |
TAMBIÉN, EN LA NOCHE DE
AÑO NUEVO, |
OCTAVA DE NAVIDAD, |
SOLEMNIDAD |
DE |
SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 1. 12. 81 |
20 (184) |
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