Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 191. ENERO. Año 1982 |
SUMARIO |
QUEREMOS la paz negativa,
es decir, la que resul- |
ta de la mera ausencia de
males y miedos, la que |
asegura las posesiones y
goces; queremos la paz |
de las garantías, no la
paz de las virtudes. No quere- |
mos, todavía, la verdadera
paz cristiana, la paz positiva, |
creadora, manantial del
bien; la paz que nace de la justi- |
cia, la justicia que surge
de la plenitud del amor, |
que es vida y aliento de
Dios. Necesitamos esta paz, y ne- |
cesitamos anunciadores de
esta paz, que la asuman como |
un ideal para comunicar a
todos los hombres. |
O LOVING WISDOM! |
EL IDEAL Y LA AVENTURA |
LLAMAMIENTO A QUÉ Y PARA
QUÉ |
LA VOCACIÓN DE NEWMAN |
AQUELLOS FORASTEROS |
ARRUPE, UNA EXPERIENCIA
PROFÉTICA |
LA GUERRA, LA PAZ |
«NO CON LA ESPADA» |
1 |
O LOVING WISDOM! |
O loving wisdom of our
God! |
When all was sin and
shame, |
A second Adam to the fight |
And to the rescue came. |
O wisest love! that flesh
and blood |
Which did in Adam fail, |
Should strive afresh
against the foe, |
Should strive and should
prevail; |
And that a higher gift
than grace |
Should flesh and blood
refine, |
God's presence and His
very Self, |
And Essence all-divine. |
¡Sabiduría amable la de
Dios, |
cuando de la vergüenza y
el pecado |
nos vino a rescatar el
nuevo Adán, |
en lucha soportada en
favor nuestro! |
¡Oh deseado amor! La carne
y sangre |
que en el Adán primero
sucumbió |
de nuevo al enemigo
retaría |
hasta vencer del todo en
la batalla. |
Sería el don más alto de
la gracia |
que haría pura toda carne
y sangre, |
sería la presencia de Dios
mismo |
volcando entera la
divinidad. |
(traducción) |
J. H. Newman |
2 |
El ideal |
y la aventura |
EL IDEAL, como una meta
pretendida desde la vida, está al final del ca- |
mino, más allá del paso
que a hora damos. El ideal es incompatible con |
la instalación, aunque
pueda la mezquindad profanar su significado |
para decorar el egoísmo
del descanso, como renta consumible. Hay |
una estética de la
avaricio ―en el fondo, de la pereza― que pretende |
hermosear el esfuerzo
presente como credencial del derecho al descanso |
futuro: hay una búsqueda y
estudios preparación de las seguridades que |
se esperan como protección
exigible, previamente calculada, elegida. |
Pero el ideal, el ideal
completo, es más que la fidelidad a una elección. |
El verdadero idealista no
es el romántico que hace profesión de irracio- |
nalidad en sus proyectos,
sino el que conoce lo esencial del camino que |
emprendo, no sólo para
salir de su lugar al echar a andar, sino para salir, |
además, de sí mismo. No va
a buscar algo para sí, sino que va a entregar |
lúcidamente su vida y sus
fuerzas a algo que vale más que él mismo. No es |
la peregrinación estética
hacia una seguridad, sino la respuesta vocacional |
de una generosidad. Cuando
no es eso, se trata de una falsificación de la |
palabra demasiado noble
con la que se encubre un interés, un egoísmo o |
una vanidad. |
Ya se comprende, entonces,
que el motor del Ideal debe ser el amor. So- |
lamente anda, solamente se
mueve y camina el que ama. No hace falta re- |
petir la frase con que
Dante termina y condensa toda su triple, profunda |
y altísima peregrinación.
Pero el que ama y camina, se acerca al fin no |
solamente porque se mueve,
sino porque descubre paso a paso ―y compren- |
de― las incidencias
de su camino, como Anillos de una cadena que le vin- |
culan al fin, sin
esclavizarle, con un sentido de liberación creciente, en la |
medida en que comprenda
mejor y se sienta más cerca del ideal al que se ha |
consagrado. |
El idealista vive y se
mueve hacia lo siempre nuevo y, al mismo tiempo |
ya conocido, puesto que
pensamientos y convicciones se van convirtiendo |
en experiencia con sabor a
nuevo: novedad ya gozosa o dolorosa, que es |
3 |
lección y aliento todo de
una vez, mientras crece como una sabiduría que |
va identificándose con la
misma vida del que persevera. |
Parece una aventura, por
lo que tiene de valentía, por lo que tiene ade- |
más de enfrentamiento con
la novedad por la continua necesidad de reac- |
cionar ante las
imprevistas incidencias; pues cuando falta esa capacidad de |
reacción integradora,
transformadora y estimulante, se convierte el posible |
pequeño gozo en
instalación paralizante, y, alternativamente, la pequeña o |
grande dificultad, en
escándalo e infidelidad. Hace falta, por todo ello, mu- |
cho amor. Por eso suelen
decir, algunos, que el amor es una aventura. Pero |
el amor no es una
aventura, sino una sabiduría, un sabor de Dios, una vida; |
aunque sea cierto que
solamente aman los que no temen la aventura de vi- |
vir. El que siente miedo,
no puede amar, y tampoco puede tener un ideal. |
Porque la sabiduría no es
una aventura, no lo es tampoco el amor. La |
es responder a lo esencial
que hemos recibido, completándolo |
vocacionalmente: la
aventura, en definitiva, es haber nacido. Y luego darse |
cuenta, agradecerlo y
edificar sabiamente un ideal sobre la vida. |
Si el amor a Dios, en
frase, no siempre bien interpretada, de san |
Agustín, libera de toda
ley, el amor entre los hombres que sería con- |
secuencia de su reino en
este mundo convertiría en inútiles todas las |
leyes. Cada uno se
apresuraría a procurar el bien de los demás antes |
que preocuparse por el
propio; se descuidaría de sí mismo, pero habría |
miles que cuidarían de él.
La humanidad entera sería como una in- |
mensa familia bien avenida
en la cual todo sería común. La única |
ley sería el amor, y la
dulzura de la anarquía no procedería del odio |
a la ley, sino de haberla
hecho innecesaria, substituyéndola por algo |
infinitamente superior.
Sería, en una palabra, el reino del Padre- |
nuestro, el advenimiento
del reino de Dios y el cumplimiento, en la |
tierra y en el cielo, de
su voluntad. |
Pero ahora imaginad una
clase de liberalismo que pretendiera ofre- |
cernos la libertad como
resultado de la rebelión contra Dios, o un |
socialismo que pretendiera
llegar a la comunidad de bienes por la |
lucha de las clases, o al
anarquismo que quisiera suprimir la auto- |
ridad con la dinamita del
odio. ¡Lástima de esfuerzos perdidos! Por- |
que no existe otro
liberalismo posible que no resulte del respeto a |
la legalidad, ni otro
comunismo sincero que el que proceda de la |
caridad, ni otra verdadera
anarquía que la del amor. |
Carles Cardó |
4 |
Llamamiento |
qué y para qué |
ESTAS PALABRAS no se re- |
fieren a vocación
específica |
alguna, fuera de la común
de |
todo cristiano. Todo otro
llama- |
miento de Dios deberá, en
cual- |
quier caso, derivarse y
edificarse |
sobre éste. Además, todo
otro lla- |
mamiento específico será
debida- |
mente comprendido y
apoyado por |
los cristianos, en la
medida en que |
éstos comprendan su propio
llama- |
miento general, y de este
mismo |
modo participarán de su
beneficio. |
Cuando tanto se habla
ahora de |
crisis de vocaciones, tal
vez se olvi- |
da que dicha crisis, antes
que en |
los sujetos que hayan sido
o pudie- |
ran ser los llamados a un
camino |
o a una misión especial
dentro del |
conjunto cristiano, se ha
producido |
en la generalidad de los
cristianos |
en la respuesta común de
su fe. |
Cuando se habla de
vocaciones |
se suele entender,
corrientemente, |
del llamamiento especial
de Dios |
a alguien dentro de la
Iglesia o a |
una consagración
determinada en |
alguna de las formas
admitidas de |
vida evangélica. Sin
embargo Dios |
no hace solamente esta
clase de lla- |
mamientos. En el orden
actual de la |
gracia el llamamiento a la
vida y al |
bautismo es anterior a
todo llama- |
miento especial; la
crisis, si la hay, |
está más en esta vocación
general |
que en cualquier otra
especial. |
¿En qué consiste y a que
se nos |
llama a todos? |
En primer lugar, todo
llama- |
miento de Dios es un acto
de amor |
que se manifiesta y se
desarrolla |
en una realidad dinámica.
Realidad |
dinámica que no se agota
en quien |
es objeto de ella porque
está orde- |
nada a extenderse
benéficamente a |
los demás. No solamente,
cada uno |
de nosotros, no tenemos
nada que |
no nos haya venido del
amor de |
Dios, sino que no se nos
ha dado |
nada para nosotros solos.
Rechazar |
conscientemente ese amor o
dete- |
ner su expansión es lo que
llama- |
mos pecado. |
¿Cuáles son las etapas o
el pro- |
greso del llamamiento de
Dios en |
el cristiano, en todo
cristiano? |
5 |
Antes que nada, la
vocación di- |
vina se manifiesta en el
habernos |
llamado a la vida. Este
llamamien- |
to se ciñe en los límites
de la crea- |
ción pero inevitablemente,
desde |
la personalidad de cada
uno de los |
hombres, queda
necesariamente |
abierta la relación a los
demás con |
los que se forma la entera
humani- |
dad; exigencia de
solidaridad y |
participación en un
destino común, |
incluso desde el punto
simplemen- |
te natural y creado. |
Un segundo llamamiento que
su- |
pone, en realidad, la
culminación |
del llamamiento divino, es
la con- |
figuración con Cristo,
cuya vida se |
nos inserta con el
bautismo y que |
ha de ser desarrollada
progresiva- |
mente por la participación
en su |
vida de resucitado. |
Este llamamiento a la
configura- |
ción con Cristo, se
sacramentaliza |
y queda
"pluralizado" en la Iglesia; |
en su seno se actualiza el
encuen- |
tro con Cristo; en ella se
recibe y |
desde ella se comunica
todo don |
que nos viene de Dios y,
de la va- |
riedad de tantos dones,
surge la ri- |
queza espiritual de todos.
El prota- |
gonismo de cada uno
depende de |
la fidelidad con que
realice el bien |
para que ha sido llamado a
comu- |
nicar a los cristianos y a
todos los |
hombres. |
Es claro, en cuarto lugar,
que |
la voluntad positiva y
mantenida |
para una respuesta a estos
llama- |
mientos, equivale a la
santidad. La |
santidad es la
autenticidad de la |
respuesta a Dios que
llama. |
La realización plena de
esta vo- |
cación divina no cabe en
el tiempo |
ni en este mundo, aunque
se inicia |
ahora y aquí en cada uno y
en |
todos nosotros, y parte
desde la |
creación, apoyada en
nuestro ser y |
existir. A esta
realización misterio- |
sa que excede todo el
orden natu- |
ral y temporal, la
llamamos gloria |
y cielo. |
Hay que comenzar, pues,
con |
responder con gratitud a
la voca- |
ción a la vida, a la
vocación a la |
configuración con Cristo,
al llama- |
miento a la Iglesia, a la
santidad y |
a la gloria del cielo.
Quien no haya |
descubierto en sí mismo,
como al- |
dabonazos del amor de
Dios, todos |
estos llamamientos, no
sólo se sen- |
tiría extraño a cualquier
posible |
llamamiento divino
especial, sino |
que jamás sería capaz de
compren- |
der a otros que lo
hubieran recibi- |
do, salvo que lo
identificara como |
una afición o actividad
más o me- |
nos profesional o
burocratizada, o |
como una singularidad
sentimen- |
tal enajenante o
filantrópica, cho- |
cante o útil, según los
casos. |
Por esto decíamos que, si
hay |
crisis, antes que de y en
las voca- |
ciones específicas, la
crisis existe |
―y es causa de las
demás― en la |
vocación común de los
cristianos. |
Ideas sobre Dios, fe y
respuesta |
de la fe. El resto es una
consecuen- |
cia. |
6 |
El trabajo del tiempo |
en la vocación de Newman |
PARA QUIEN no sepulta la
fe, |
sino que desde ella
contem- |
pla la vida y la acepta
para |
responder a Dios
agradeciéndola, |
el tiempo ya es parte de
la eterni- |
dad, ya está inscrito en
los desig- |
nios de Dios, y no como
una fatali- |
dad, sino como un
dinamismo que, |
a la vez, procede de Dios
y vuelve |
a él, sin destruir nuestra
libertad, |
como sintiendo que
trabajamos con |
Dios. A esa "compañía
de Dios" en |
lo que hacemos y en lo que
aconte- |
ce, la llamamos
Providencia. Así |
la llamaba Newman, y la
escribía en |
mayúscula, cuando,
creyéndose in- |
merecedor de ella, decía:
«La divi- |
na Providencia ha sido
maravillo- |
sa conmigo durante toda mi
exis- |
tencia. Pienso que, cada
uno de no- |
sotros, tiene mucho que
decir de la |
Providencia». Y, más
claramente: |
«Estamos en las manos de
Dios, y |
debemos estar contentos de
ejecu- |
tar, día tras día, nuestra
tarea, sin |
preocuparnos de comprender
o de |
anticipar los proyectos
divinos y |
agradeciendo todas las
grandes mi- |
sericordias pasadas y
presentes». |
Pero si nos detuviéramos
en esos |
solos fragmentos de sus
cartas y |
anotaciones, pensaríamos,
tal vez, |
en un Newman nadando en
con- |
suelos sobrenaturales. Sin
embargo, |
cuando escribía esto,
hacía cuatro |
años que se había
explayado con |
estas palabras: «Cuando
era protes- |
tante, mi vida era
tranquila y mi |
oración infeliz; desde que
soy cató- |
lico, mi vida es infeliz y
mi oración |
tranquila» (21.1.1863).
Pronto iba a |
hacer veinte años de su
conversión, |
y no se lamentaba de haber
abraza- |
do el catolicismo, si bien
rondaba |
por su mente el
pensamiento de la |
muerte, imaginando que
esta estaba |
cercana, pero ésta no
llamaría a su |
puerta hasta mucho más
tarde (en |
1890), aunque el tenerla
presente |
confirió una serenidad
profunda a |
su espíritu, que le hizo
en ocasiones |
enigmático no sólo
respecto de sus |
antiguos hermanos
anglicanos, sino |
también de los católicos
que habían |
recibido su resonada
conversión. |
Cuando se retira a
Littelmore |
(1841) para disponer de
tiempo de- |
dicado a la oración y al
estudio, su |
obispo anglicano le pide
explicacio- |
nes, y él se las da
fielmente, para de- |
cirle que no hace más que
satisfacer |
un deseo de años sentido,
por nece- |
sidad espiritual y que
piensa que |
sería despreciar la
benevolencia de |
7 |
la Providencia si
rechazaba la opor- |
tunidad de aquel retiro.
Pasarán |
unos pocos años y llegará
a esta |
conclusión: «¿Podré, en el
futuro, |
disponer de mejor juicio
que en la |
actualidad? ¿Debo esperar
todavía? |
Si tengo ahora razones
para dar este |
paso (de la conversión),
no hay mo- |
tivo para demorarlo más.
Debo dar |
a mi obra mi fuerza, no mi
debili- |
dad; debo dar los años de
vida en |
los que aún puedo servir a
la causa |
que me está reservada, y
no las so- |
bras de mi vida...>
(1844). Un año |
más tarde se hace
católico. Al cabo |
de veinte años dirá:
«Cuando me |
convertí no experimenté la
sensa- |
ción de ningún cambio
intelectual o |
moral en mi espíritu... Me
encuen- |
tro en perfecta paz y
tranquilidad, |
y jamás he tenido ninguna
duda». |
Esta ausencia de
dramatismo, |
algunos católicos la
interpretaban |
como falta de entusiasmo,
como |
frialdad o desinterés por
la fe abra- |
zada. Le pedían
"conversiones", y él |
se lamentaba de que
creyeran que, |
por no dedicarse a
obtenerlas «no |
estaba haciendo nada...
Pues esto |
esperaban de mí. Pero yo
soy total- |
mente diverso; mis
objetivos, mi |
teoría de la acción, mis
posibilida- |
des se mueven en otra
dirección, |
dirección que ellos no
comprenden, |
ni alientan, sea Roma que
fuera... |
Para mí lo esencial no son
las con- |
versiones, sino la
edificación de los |
católicos... Diciendo
abiertamente |
que me aterra la idea de
tener que |
hacer conversiones
apresuradas de |
hombres cultos, porque
temo que |
no hubieran medido el
valor de sus |
pasos y que luego
encontraran difi- |
cultades en la Iglesia en
la que en- |
traban, quería decir lo
mismo, o sea, |
que la Iglesia debe
prepararse para |
recibir a los convertidos
como, por |
su parte, los convertidos
para la |
Iglesia... Desde el
principio hasta |
el final, la educación, en
el más am- |
plio significado de la
palabra, ha |
sido mi preocupación...» |
El gigantesco esfuerzo de
New- |
man en la fundación de la
Univer- |
sidad de Dublín no fue
comprendi- |
do ni por los mismos
católicos... y |
fracasó. «Me parece que he
tenido |
muchos fracasos, y lo que
he hecho |
no ha sido comprendido».
Después |
de pasar lista sobre sus
"fracasos" |
escribía: «Pero no me
sorprende: |
las pruebas son nuestra
suerte. Lo |
que me aflige no son estas
pruebas, |
sino lo poco que he hecho
en me- |
dio de ellas... Lo anoto
porque san |
Felipe pasó por cosas
semejantes... |
Soy un hombre en el ocaso;
no me- |
rezco confianza; me
consideran ex- |
traño: tengo mis maneras
persona- |
les y no me entiendo con
los de- |
más... Durante toda la
vida he |
dicado que era preciso
sufrir por |
la verdad; y ahora es mi
turno. No |
tengo derecho a
lamentarme». |
En 1879 el papa León XIII,
para |
proclamar el
reconocimiento de |
una vida consagrada a
multitud de |
trabajos en medio de una
ejempla- |
8 |
ridad intelectual y
espiritual que |
no era justo ocultar por
más tiem- |
po, le crea cardenal.
Newman se |
apresura a suplicar que no
le fuer- |
ce a abandonar el
Oratorio, "su ni- |
do", y le dice:
«...quisiera rogar |
Su Santidad que no me
aleje de san |
Felipe, mi Padre y mi
Patrono... Por |
compasión a mi timidez de
espíritu, |
en consideración de mi
salud, mi |
edad, mi inexperiencia...
ruego que |
me deje morir allí donde
he vivido |
por tanto tiempo». |
Once años más de vida le
conce- |
dió la Providencia. |
Newman, un hombre sincero, |
una verdad que crece a
través del |
tiempo de su vida. Sincero
sin he- |
rir a nadie, y también sin
adula- |
ción para nadie. Le
faltaba tiempo |
a aquello para lo que Dios
le que- |
ría, y tenía conciencia de
las exi- |
gencias divinas,
serenamente, pero |
con fidelidad, con
diligencia y per- |
severancia hasta el final.
Demasia- |
do inteligente para muchos
de los |
que le rodearon, más
encumbrados |
que él; demasiado
espiritual, dema- |
siado afinado en el alma
para la |
vulgaridad de otros que,
incluso sin |
mala intención, no le
pudieron en- |
tender; demasiado sencillo
frente a |
los estrategas o
envidiosos... Pero |
suficientemente
sobrenatural para |
comprenderlo todo y
acercarse más |
puramente a Dios y al
servicio de |
la Iglesia. |
León XIII, recién elegido,
cuando |
le preguntaron cuál sería
la línea |
de su pontificado,
contestó: «Espe- |
rar a ver cuál será mi
primer car- |
denal...» Y fue Newman.
También |
Pío XII decía a Jean
Guitton: «No |
dude usted de que Newman
será |
Santo y será Doctor de la
Iglesia». |
El influjo del pensamiento
de New- |
man en el Concilio
Vaticano II, en |
especial con relación al
ecumenis- |
mo, exigiría un largo
capítulo. Por |
lo demás, y no sólo en
cuestiones |
ecuménicas, está en la
lista de citas |
de todos los teólogos
contemporá- |
neos más esforzados en
buscar for- |
mulaciones mejor adecuadas
a la |
mentalidad del hombre
actual. |
El tiempo y su trabajo a
través |
del tiempo, y Dios
presente en su |
camino a través de la vida
—«my- |
self and my
Creator»― por cami- |
nos providenciales
honestamente |
andados, hasta poder
decir: «Yo no |
he pecado jamás contra la
luz». |
Porque no se olvidaría
nunca de |
los santos cuyas vidas
ejemplares |
le habían impresionado
siempre, |
aun desde que era
protestante, y |
el ejemplo del
cristianismo primi- |
tivo... «Una vez tuve el
confortador |
pensamiento, que me
dominaba to- |
talmente, del amor de Dios
que me |
elegía para él, y me
pareció que le |
pertenecía del todo». Tal
vez esta |
confidencia capital
contiene la ex- |
plicación, o substituye
cualquier |
indagación que pretendiera
aclarar |
la profundidad y
singularidad de |
su espíritu, de su obra y
de su per- |
sonalidad. |
9 |
AQUELLOS FORASTEROS |
AQUELLOS FORASTEROS
venidos de muy lejos, a los |
que se ha identificado
como fieles idealistas que responden |
con perseverancia a un
llamamiento divino, hicieron algo más |
que cumplir con esta
respuesta, aparentemente concluida a |
los pies de Jesús, el
Mesías, cuando por fin lo encuentran y lo |
adoran. Ni concluía su
camino, ni era sólo aquel camino. |
Una vocación ―es
decir, una actitud de respuesta y en- |
trega al compromiso de una
llamada que nos viene de Dios― |
exige ir más allá de
ningún hito que pueda detener el paso |
del peregrino. Incluso
encontrar a Dios no es detenerse en |
él para poseerlo, sino
volver a los caminos del mundo para |
anunciarlo, para
comunicarlo. Y ellos, que vinieron pregun- |
tando, se volvieron
anunciando, a pesar de que ya la pre- |
gunta de la búsqueda
causaba los trastornos del anuncio. |
Quien pregunta por Dios,
también anuncia a Dios. |
Mientras andaban, no
solamente andaban el camino de |
Oriente a Belén, sino que
sus pensamientos y sus sentimien- |
tos recorrían, noche y
día, los itinerarios de la mente y del |
espíritu, sin lo cual no
le hubieran podido reconocer al pasar |
el umbral de la "casa
donde habitaba". No se responde a una |
vocación, al llamamiento
para algo para lo que Dios nos lla- |
ma, con sólo enrolarnos en
alguna comitiva peregrinante, o |
ir a alguna parte, o
capacitarnos técnicamente para alguna |
10 |
tarea apostólica. Puede
ser |
que todo esto pueda compa- |
rarse con el lecho de un
río, |
que permanecería seco, sin |
el caudal de los
pensamien- |
tos, de los sentimientos,
del |
cristal de la fe y de la
fuerza |
del amor moviéndose sin |
estancamiento por los
cami- |
nos de las cosas, hacia
Dios, |
que es el mar que nos
reci- |
be sin cesar, abriéndonos
el |
abrazo infinito de su
inmen- |
sidad. |
La vocación es salir de
uno mismo. , e ir más lejos de uno |
mismo, pero no a la
deriva. Es mirar más alto, es llegar más |
hondo, es buscar
continuamente a Dios, con una búsqueda |
que también lo proclama. |
La fidelidad de esa
búsqueda y el gozo de esa proclama- |
ción, empobrece y
enriquece al mismo tiempo. Empobrece |
por caminos de
desprendimiento que nos purifica de la pose- |
sión de lo inútil, que nos
limpia del pesado bagaje de las co- |
dicias esclavizantes, que
nos libera de las envidias y del orgu- |
11 |
llo que se pudre en
frustraciones o desprecios. Y nos enrique- |
ce, precisamente porque
nos hace libres para el bien y así es |
posible consagrarse a lo
mejor, como una elección para lo |
que no puede morir. |
Tal vez por eso, a los
personajes que vinieron de Oriente |
a postrarse a los pies de
Cristo, el mito ha querido transfor- |
marlos en reyes. Pero más
que reyes eran sabios, sabios de |
una sabiduría que el
evangelista parece que quiere expresar |
en la rutilante estrella
que bendice de claridades el camino |
de peregrinaje, pero que,
seguramente, era sólo imagen de |
una claridad interior,
como de amanecer que invadía el alma, |
como de "un gran
gozo" incontenible, que tuvieron que ir a |
decir a los demás,
"por otros caminos", y no sólo para burlar |
la malicia de Herodes,
sino porque no les cabía en el corazón. |
Es la fe la que llama a
todos a este gozo, y la realización |
de cada camino dependerá
de lo que desde ella se deja entre- |
ver, solicitando que nos
pongamos en camino. Pero no con- |
vertiremos nuestra
existencia en una verdadera respuesta al |
llamamiento de Dios
(aunque mantengamos ese mínimo de |
creencias indispensables
que denominamos "fe"), si no hace- |
mos de nuestros pasos y de
nuestros pensamientos más hon- |
dos, una actitud sabia y
abierta a las claridades que conducen |
a Dios, con la sinceridad
de un deseo que las dificultades no |
extinguen, sino que hacen
puro y convierten en ideal. Quien |
no sea capaz de verdaderos
ideales nunca se pondrá en cami- |
no hacia Dios. |
Porque no he tratado de
pisar el terreno a los demás, |
porque no se me ha
ocurrido decir "vean lo que estoy |
haciendo y lo que he
hechos, porque no he traído ni |
llevado cuentos, adulando
a los grandes personajes, ni |
militado en uno u otro
partido, no soy nadie... Creo que |
digo todo esto sin
amargura.― JOHN HENRY NEWMAN, C. O. |
|
12 |
Documento: |
ARRUPE, |
UNA EXPERIENCIA |
PROFÉTICA |
HACE MUY poco que una
revista alemana (Orientierung) publicaba unos |
párrafos del Padre Pedro
Arrupe definitorios de una experiencia que |
tiene el valor de la
sinceridad que brota de la preocupación cristiana |
de la fe, frente a los
cambios de nuestro tiempo. Es posible que esas palabras |
seleccionadas para ser de
nuevo ofrecidas a los lectores, se hayan querido |
imprimir de nuevo como un
homenaje a quien las dijo tocado y transformado |
profundamente por la
experiencia excepcional a que le había llevado su mi- |
sión, como superior
general de la Compañía de Jesús, adelantada en el apos- |
tolado de la Iglesia y
comprometida, en este tiempo que nos toca vivir, en los |
campos más difíciles para
el apostolado. Nos ha parecido oportuno también a |
nosotros reproducir estas
palabras, que, además, hemos querido completar |
con otras que son parte de
una carta escrita poco antes del último viaje que |
el padre Arrupe emprendió
a Filipinas, el año pasado, y que dirigía como |
estímulo alentador, a una
de las revistas desde la cual la Compañía, con mayor |
preocupación, ha procurado
desde siempre estudiar la relación entre cristia- |
nismo cultura. Es claro
que nos referimos a Razón y Fe. |
En conjunto nos parece que
se resume tanto el planteamiento problemá- |
tico de este momento de
nuestro mundo, como la actitud de respuesta que |
13 |
debemos intentar darle
desde el presupuesto de la fe cristiana. He aquí, pues, |
estas dos partes en las
que se contiene el pensamiento del Padre Arrupe: pen- |
samiento que cobra
importancia especial en este momento en que la enferme- |
dad y el relevo de su o,
han aumentado su valor significativo. |
I |
Visto y vivido |
Declaro abiertamente que
en los años en que he ac- |
tuado como superior
general de la Orden de los Jesuitas, |
he ido realizando un
proceso de aprendizaje. En efecto, |
antes había vivido 27 años
fuera de Europa, en Japón, y |
he conocido de este modo
el mundo oriental. Pero la ci- |
vilización del Japón,
marcada por la industrialización |
moderna tiene mucho de
común con Europa. En los últi- |
mos años, sin embargo, he
descubierto, de modo personal |
y como consecuencia de
múltiples conversaciones, toda |
la gran problemática del
tercer mundo: el mundo de la |
India, de los países
árabes, de África y de América lati- |
na. He experimentado la
pobreza y el hambre de estos |
países. |
Las cifras se manejan hoy
con tanta frecuencia y au- |
dacia que apenas producen
ya impresión alguna. Para |
mí fue decisivo
encontrarme con hombres hambrientos, y |
no fue un hallazgo
aislado, sino en grupo, masivamente, |
en todos los países. Me
afectó la falta de ayuda y de |
perspectivas en que se
encuentran estos seres humanos. |
Una pobreza pasajera ya es
cosa de mucho, pero la po- |
breza ininterrumpida marca
más profundamente y puede |
llegar a minar la
confianza en uno mismo. Tampoco ol- |
vidare jamás esto: la
profunda desconfianza y sospecha |
que habita en la mente de
estos hombres de que los países |
industriales tienen una
culpa esencial en el hecho del re- |
traso que les mantiene en
esta miseria. |
La riqueza |
del tercer |
mundo |
Pero también he
descubierto la riqueza de este tercer |
mundo: la riqueza de una
auténtica cultura humana ocul- |
ta bajo la pobreza y la
miseria. He vivido la fuerza natu- |
ral y la inquebrantable
vitalidad espiritual de estos pue- |
blos. Existe entre ellos
una capacidad para la experiencia |
14 |
de Dios y para la
fraternidad exenta de egoísmo, que en |
vano había buscado en
otras partes. |
He aprendido mucho de este
encuentro. He corregido |
las ideas que había tenido
hasta ahora, y he desplazado |
el centro de gravedad de
mi propia visión del mundo. |
Abrigo la más profunda
convicción de que el futuro de la |
humanidad se decidirá, en
gran parte, en estos países y, |
en todo caso, jamás será
posible prescindir de ellos en |
adelante. Y del mismo modo
esto y convencido de que nos |
otros tenemos mucho que
aprender de este mundo |
estos hombres. ¿No parece
evidente? Durante bastante |
tiempo también lo había
creído; pero finalmente he reco- |
nocido que una cosa es
saberlo teóricamente y a través |
de informaciones
tendenciosas, y otra muy distinta, ha- |
cer de esta realidad una
convicción y una decisión perso- |
nal y deducir de ella
todas las consecuencias. |
Tarea urgente |
La segunda característica
de mi proceso de aprendi- |
zaje es la experiencia del
tiempo que empuja con urgen- |
cia. La realidad de la
rápida transformación social es |
hoy universal. Pero en el
tercer mundo ha adquirido una |
insospechada dimensión, y
sigue su curso con fortísimas |
sacudidas. Nuestra cultura
europea, material, social y |
espiritual, se fue
desenvolviendo en procesos que duraron |
siglos. Pero en los países
del tercer mundo, da la impre- |
sión de una repentina
transformación que por esta misma |
razón se hace mucho más
intensa y explosiva. |
Se mantiene vivo todavía
el recuerdo de mis visitas a |
más de veinticinco
universidades y escuelas superiores de |
América latina que en gran
parte fundó nuestra Orden |
después de la segunda
guerra mundial. Teníamos enton- |
ces la impresión de que
aquí iba creciendo una genera- |
ción, que sabía lo que
quería, y que a partir de una res- |
ponsabilidad cristiana,
plasmaría de nuevo el futuro de |
su patria. Sin embargo
hoy, una buena parte de los estu- |
diantes son marxistas, y
nadie puede prever lo que va a |
ocurrir mañana. Por esto
es preciso actuar rápidamente |
si se quiere evitar una
catástrofe. |
África |
En África, nosotros, los
cristianos, por medio de un |
trabajo minucioso y duro
habíamos edificado un sistema |
escolar y habíamos formado
una clase dirigente intelec- |
tual. Actualmente las
escuelas, han estado en buena parte |
nacionalizadas, y el
cristianismo para no pocas personas, |
15 |
se considera como algo
extraño a la raza y como algo re- |
presivo. ¿Llegaremos a
tiempo para encontrar el camino |
de la cultura africana y
de una iglesia africana? |
India |
En la India, la Iglesia ha
alcanzado, a pesar de lo |
reducido de su número, a
asegurarse un lugar estable en |
la vida cultural y
espiritual de este pueblo gigantesco. Pe- |
ro la revolución social y
espiritual de este continente, es |
precisamente ahora que se
está implantando en grandes |
proporciones, y nos damos
cuenta palpablemente de la |
violencia del desafío que
interpela a los cristianos. |
Crisis de |
valentía |
En todas estas
experiencias y encuentros siempre me |
sobreviene el sentimiento
preocupante del tiempo que ur- |
ge. ¿Acaso permanecemos
vacilando nosotros, los cristia- |
nos, con exceso y por
demasiado tiempo? ¿No será que |
hacemos nuestros planes a
un plazo excesivamente largo |
y buscando demasiada
seguridad? No será que nos dete- |
nemos con excesiva
complacencia en lo que consideramos |
seguro y a toda prueba,
mientras nos replegamos luego |
de haber perdido la
valentía para abrirnos a nuevas ex- |
periencias y nuevos
riesgos? |
Yo no hubiera querido, en
verdad, pronunciar palabras |
capaces provocar un pánico
que no conduce a nada. |
Pero si, según la Sagrada
Escritura, estamos llamados a |
interpretar los signos de
los tiempos, entonces, según mi |
opinión, la conciencia de
que el plazo fijado es muy corto |
que es preciso estar
dispuestos para una acción rápi- |
da, constituye algo que
pertenece esencialmente a este |
momento de hoy. |
II |
El reto |
del futuro |
Es ya un tópico, pero un
tópico experimentado exis- |
tencialmente cada día en
nuestra vida, que el futuro se |
presenta como un reto
formidable en todos los campos. |
Y no es parte pequeña de
ese reto el que a pesar del |
avance científico y
tecnológico de nuestra civilización, el |
futuro resulte cada vez
más difícil de perfilar por la ace- |
leración de cambios que
caracteriza a nuestra sociedad, |
16 |
por las inmensas
posibilidades que continuamente se |
abren en todos los
aspectos del mundo que tocan a la vi- |
da del hombre, y por la
tremenda complejidad que todo |
este proceso encierra. |
Si podemos prever, sin
embargo, que determinados |
rasgos de nuestro tiempo
van a ser cada vez más acusa- |
dos en la civilización
occidental... Me refiero a la actitud |
critica, al esfuerzo por
la conquista de mayores libertades, |
al pluralismo
consiguiente, al difuminamiento del senti- |
miento religioso en una
sociedad progresivamente secula- |
rizada y al inevitable
flujo y reflujo de valores y contra- |
valores que todo ello
produce. |
La respuesta |
al reto |
La síntesis de los
factores enumerados, junto con otros |
muchos que no pueden
recogerse en tan breve espacio y |
que en parte, además, nos
son desconocidos, va a consti- |
tuir precisamente la
realidad del futuro. Esta síntesis, con |
todo, no está
predeterminada sin apelación posible. Será |
en gran medida el
resultado de nuestra forma de cons- |
truir el presente, de
nuestra previsión de futuro y de las |
premisas sobrenaturales y
humanas con que intentemos |
plantearlo y prepararlo. |
Inculturación |
y esperanza |
Hace ya algún tiempo que
se va abriendo camino con |
insistencia el concepto y
la palabra "inculturación". Su |
referencia a la
incorporación del cristiano como elemento |
que se integra
―activa o pasivamente― en determinadas |
culturas poco o nada
aceptadas por el mensaje específico |
de Cristo, no nos exime
del esfuerzo por mantenerlo vi- |
gente y vivo en esta
civilización occidental que no puede |
comprenderse sin él.
Especialmente ante un futuro que |
apunta la amenaza de una
cultura conformada en el des- |
prendimiento progresivo de
ese mensaje... |
David |
y Goliat |
No hay por qué creer que
el futuro va a ser necesaria- |
mente más difícil que el
pasado... Cuanto mayores difi- |
cultades puede presentar
un futuro, tanto más debe crecer |
nuestra esperanza. Ni la
misma escasez de medios puede |
dejar desfallecer a
quienes saben lo que se puede hacer con |
cinco cantos lisos cogidos
del torrente, cuando el brazo se |
mueve «en nombre de Yahveh
Sebaot» (1 Sam 17,40.45). I |
Todo el que reniega aquí
del hombre reniega |
del más allá de Dios.—
KARL BARTH |
|
17 |
La guerra, |
la paz |
EN la hipótesis de que los
españoles |
tuviéramos que pagar al
presi- |
dente Reagan lo que, sólo
en este |
año de 1982, tan a gastar
los Estados |
Unidos en armamento, nos
tocaría una |
contribución "per
cápita" que excedería |
el medio millón de
pesetas; cantidad |
que la inmensa mayoría no
alcanzamos |
a ganar en todo un año de
trabajo. Pero |
si tuviéramos que añadir a
este tributo |
que, por el mismo concepto |
van a gastar Rusia y el
resto del mundo, |
nos correspondería pagar,
cada uno de |
los empadronados en el
solar hispánico, |
la friolera de algo más de
dos millones |
de pesetas. Y recuérdese,
por persona, |
sólo para este año de
1982. |
Pero el escándalo de estas
enormes |
cantidades por si el odio
se desata, no |
incluye los gastos
presupuestarios que, |
con distinta etiqueta,
también van a pa- |
rar, finalmente, al
proceso armamentis- |
ta: obras públicas, planes
de investiga- |
ción y de enseñanza,
orientados al fin de |
la prevención o de la
utilidad bélica. |
Es fácil imaginar lo que
podría ser |
la vida de la humanidad si
todos estos |
gastos para proyectos de
defensa y fa- |
bricación de armamento,
que enseguida |
hay que renovar o venderlo
a países |
más pobres para sus
guerras ―las lla- |
madas guerras periféricas,
que nunca |
han cesado...― se
dedicaran al verda- |
dero progreso humano y
pacífico, a lo |
cultura, a la sanidad, al
bienestar que |
no fuese solamente de unos
pocos, sino |
generalizado. |
Pero no es solamente lo
negativo de |
estas energías materiales
y dineraria: |
empleadas para la
absurdidad de las |
guerras. Hay un daño que
hiere al hom- |
bre, deformándolo en su
espíritu, tanto |
si se piensa en los pobres
que padecer |
las guerras, pequeñas o
grandes, con |
las vejaciones,
injusticias y odios y ven- |
ganzas que perpetúan,
condenándolo |
al desasosiego y al miedo,
a la insegu- |
ridad dolorosa y miserable
de la ame- |
naza real o latente, como
si, por otra |
parte, se piensa en otra
forma de defor- |
mación que se establece,
prospera y |
consolida por parte de los
opresores |
que fomentan y mantienen
la filosofía |
diabólica de la necesidad
de la violen- |
cia como medio de una
falsa justicia |
que les sirve de amparo
farisaico para |
perpetuar el crimen de las
vejaciones y |
abusos sobre los que
edifican sus privi- |
legios o su desprecio de
los demás. |
En un mundo que, desde
esta infer- |
nal perspectiva, no habría
espacio para |
la verdad, la justicia y
el amor, los cris- |
tianos tenemos la urgente
misión de |
denunciar incesantemente
ese gran pe- |
cado colectivo, causa de
los males y las |
miserias de nuestra
humanidad y de |
hacer el gran esfuerzo de
asimilar las |
actitudes sociales y
humanas que se |
desprenden del ejemplo y
de las ense- |
ñanzas de Cristo. El
hombre no está to- |
talmente corrompido, y el
ejemplo y la |
vida de los cristianos
puede y debe per- |
petuar el anuncio de la
posibilidad de |
salvación para todos. |
18 |
«NO CON LA ESPADA» |
CUANDO estas palabras
aparez- |
can impresas, pueden haber |
sucedido muchas cosas,
pero |
cualquiera que sea el
resultado a |
que desemboque el rigor de
las es- |
padas levantadas en
Polonia, se ha- |
brá demostrado, una vez
más, con |
escándalo para la historia
humana, |
que la injusticia de una
minoría |
―el
"partido", esta vez el comunista |
polaco... o ruso―
puede imponerse |
como legalidad aparente,
por la |
brutalidad del poder
físico, por la |
intimidación de las armas.
Es el ex- |
polio de la libertad, que
puede ha- |
cer mártires a los
sojuzgados, pero |
que humilla para siempre a
los tira- |
nos. Es la razón de la
fuerza para |
los que carecen de la
fuerza de la |
razón. Es el pecado del
diablo, por- |
que es el desprecio de la
obra de |
Dios, el hombre. Ese
hombre de |
nuestro tiempo, que se
ultraja y ex- |
plota por los absolutismos
minori- |
tarios que saltan a la
palestra de los |
egoísmos y orgullos
temporales, |
después de haber acumulado
los |
instrumentos de la muerte
y de es- |
grimir la dialéctica de la
amenaza. |
El mundo es de las
minorías, pe- |
ro por desgracia no es de
las mino- |
rías más inteligentes, ni
más hones- |
tas, ni más cultas, ni más
santas..., |
sino de las minorías mejor
armadas. |
Y el que quiera tener de
sobra o te- |
ner de más para pasar un
día, ten- |
drá que pagarse un
guardaespaldas |
o comprarse un ejército.
Esa es la |
maldición del egoísmo
humano, y |
ésa la humillación de la
soberbia de |
todo poder de este mundo. |
Cuando el Señor dijo «No
con la |
espada», impidiendo a
Pedro que le |
defendiera con violencia
física, a |
pesar de llevar razón y de
ser ino- |
cente, condenó todas las
violencias, |
pues ninguna causa era más
digna |
que la suya. La fuerza la
usan los |
que no llevan razón, o los
que sir- |
ven a falsos dioses, o los
que dudan |
de la justicia que les
asiste. La vio- |
lencia de este mundo es
hija del pe- |
cado, el infierno son las
guerras y |
diablos quienes las
desatan. |
Los hijos de Dios, los
pacíficos, |
luchan con el arma de la
palabra. |
―«...Id, y predicad
a todos los pue- |
blos― Las palabras
son el vehícu- |
lo de la verdad,
instrumento de la |
inteligencia que se
comunica y, por |
lo tanto, medio para
encontrar y |
hacer la justicia. Cuando
esta justi- |
cia no se limita a los
mínimos de la |
tolerancia indispensable
para no |
dañar, sino que busca la
plenitud |
de todo lo que hay de
positivo en |
el hombre, la justicia se
identifica |
con el amor, y la palabra
es su can- |
to. Cuando además,
descubre a Dios, |
se adhiere a Dios, y lleva
hacia él la |
vida, el amor es santidad,
y la pala- |
bra que la proclama es la
gloria de |
Dios y la gloria del
hombre. |
19 |
Domingo, 17 de enero, a
las 8 de la tarde, |
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO |
CANCIONES |
DE |
NAVIDAD |
por |
el |
CORO |
UNIVERSITARIO |
DE E.G.B. |
Director: RAMÓN SANZ
VADILLO |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de san Felipe
Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/12 - 1.1.82 |
20 |
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