Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 193. MARZO. Año 1982
SUMARIO
CIERTO, no podemos hacer grandes cosas, pero cada
uno somos totalmente dueños del precioso acervo
de nuestras respectivas fuerzas. Bastaría con no
desperdiciar gracias, energías y tiempo en unos
pocos, para que los dones de Dios multiplicaran su efica-
cia en quienes le son fieles, y en los que están más cerca
de ellos. El mundo no cambia al hombre, sino que es el
hombre el que influye en el mundo, y lo transforma si el
hombre se abre a la conversión.
«TENGO UNA MISIÓN»
EN SERIO
LA REVISIÓN NECESARIA
LA CANONIZACIÓN DEL BEATO RAMÓN LLULL
NEWMAN Y EL LAICADO
1 (41)
«TENGO UNA MISIÓN»
DIOS me ha creado para hacerle algún servicio concreto;
me ha confiado una obra que no ha confiado a otro.
Tengo mi misión. Tal vez no llegue a conocerla mien-
tras viva, pero por lo menos me será revelada cuando llegue
a Dios.
De una u otra forma Dios cuenta conmigo para la ejecu-
ción de sus designios...; como cuenta con los ángeles, aunque
si le fallo puede llamar a otro que no sea yo, puesto que hasta
las mismas piedras puede cambiar en hijos de Abraham (Mt
3,9). Sin embargo, formo parte de esta gran obra: soy un ani-
llo de la cadena, un lazo de unión entre otros seres. Pues no
he sido creado en vano: haré el bien, cumpliré la obra, seré
un ángel de paz, un predicador de la verdad dondequiera que
me establezca, aun cuando no piense en ello, mientras guarde
sus mandamientos y no traicione mi vocación.
Mora en mí, Señor, y yo comenzaré a brillar como tú bri-
llas, a brillar de modo que sea luz para los demás.
La luz, oh Jesús, vendrá toda de ti, pues ninguno de sus
rayos será mío. Ni me puede caber mérito alguno. Serás tú
quien luzca a través de mi sobre los demás. Que te alabe,
pues, como más te guste, esto es, brillando por encima de
todos cuantos me rodean. Dales a ellos, también, la luz que
me das a mí; ilumínalos conmigo, por mí.
Enséñame a manifestar tu alabanza, tu verdad, tu volun-
tad. Hazme predicar sin predicación, sin palabras; que baste
mi ejemplo, la fuerza atractiva, la influencia amable de mis
actos, con el visible parecido de tus santos y la evidente ple-
nitud de amor que llenará mi corazón.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
2 (42)
En serio
SI LA IGLESIA impone ―¡tan benignamente!— algunas prácticas ascéticas
a la generalidad de los fieles, para el tiempo cuaresmal, no lo hace
para que sacralicemos una serie de actos materiales aflictivos y, con
ello, pasemos a convencernos de que hemos cumplido con el espíritu
penitencial que nos pregona, con particular insistencia, la liturgia de
este tiempo. Directamente la Cuaresma no es un tiempo para aflicciones,
sino un tiempo para la conversión, y lo que ocurre es que el realismo de la
condición humana nos advierte que difícilmente se produce el «volver a
nacer» del alma, la renovación sincera y espiritual, en quien, por sistema
se muestra reacio a los mínimos sacrificios, aun sensibles, que se encuen-
tran en los caminos de nuestra vida. Porque los sacrificios, las abnegacio-
nes espirituales, son todavía más difíciles.
Es posible ayunar, y hasta sacarle al ayuno la ventaja estética de una
cura de adelgazamiento; es posible abstenerse de fumar, y deducir del pro-
pio vencimiento las ventajas de evitar un gasto inútil y estúpido que además
perjudica la salud, poluciona el aire y daña a los que están con nosotros en
un mismo ambiente viciado... Pero estas ventajas no bastan al cristiano,
porque el fiel cristiano no se mortifica porque sí, no asume aflicciones ni
colecciona récords de austeridades. El cristiano es un ser en constante tran-
ce de conversión y, cuando emprende una pequeña o grande "penitencia",
no se detiene en la materialidad objetiva de la práctica que acepta o se im-
pone, sino que la asume como un soporte y un entrenamiento que se inscri-
be en la colaboración a la gracia para convertirse, para transformarse, Pue-
de ser que pueda y que deba, y que precisamente sean tales y tales obras ex-
ternas las que deba imponerse y asumir; pero no como una práctica que se
toma y se deja, como si se tratara de un ejercicio gimnástico para mantener
la elasticidad muscular, o para medir la capacidad de resistencia ―en reali-
dad sólo simbólica― de la propia fuerza de voluntad. Hay que convertirse…
un poco más, cada día, cada año, cada momento. Y lo prudente es que, si
se eligen austeridades, aunque mínimas, de dimensión sensible, no nos dis-
3 (43)
pensemos de ellas, pasada la Cuaresma, sino que las mantengamos. Pues
en la vida espiritual es inútil hacer una escalada, para luego volver a des-
cender al llano. La vida espiritual no es un deporte, sino una ascensión,
una conversión incesante, un asimilar, un poco más cada vez, a Cristo, asu-
mido para convertirlo en vida propia. Lo asumido debe perdurar, sin lo cual
el mismo esfuerzo ascético sería un juego, tal vez incluso una vanidad, pero
no otra etapa de nuestra conversión.
Y de eso se trata, de convertirnos. Que las pequeñas austeridades (por
llamarlas de algún modo...) que nos impongamos en Cuaresma, sean resul-
tado de una decisión precedida de razonamiento, para convertirla en fruto
de perseverancia, con sencillez y coherencia (perezas, vicios, vanidades...)
Como prácticas conjuntadas en un mejor orden de nuestro tiempo, para
atender a la palabra de Dios, para meditarla y para la participación sacra-
mental, que sabemos es el modo de «encontrarnos con Cristo». No se trata
de jugar a ascetismos, excitados por el repetido ciclo litúrgico anual; se trata
de crecer en la fe y en la amistad con el Señor, y de tomar más en serio esa
amistad, para transformar serenamente, sinceramente nuestra vida en él.
CONFERENCIAS
CUARESMALES
PARA SEÑORAS:
los días 29, 30, 31 de
marzo y 1 de abril.
PARA TODOS:
los días 5, 6 y 7 de abril.
4 (44)
LA REVISIÓN
NECESARIA
LA SIGNIFICACIÓN clásica del
tiempo cuaresmal cede, en la
actualidad, a la tarea de re-
conversión cristiana de los ya bau-
tizados, más bien que a la recupe-
ración cíclica de la idea del catecu-
menado histórico. O bien (cuando
éste se quiera revalorizar, pero su-
perando arqueologismos estético-
sentimentales, decorativos o pietis-
tas), adquiere con claridad un ca-
rácter de re-conversión a partir de
un "verdadero" encuentro con el
Cristo de la fe, tal como está en el
Evangelio y lo descubría la prime-
ra Iglesia.
Lo cierto es que, por el solo he-
cho de haber sido bautizados, no po-
demos confiar demasiado en nues-
tro verdadero cristianismo si, con
posterioridad a la herencia del rito
sacramental básico, no se produce
un consciente descubrimiento de
Cristo y nos lleva a dar a Dios, con
la vida, la respuesta total de la fe.
Cuando el bautismo se recibía en
edad adulta y representaba la cul-
minación de una etapa de conver-
sión personal, esa necesidad era me-
nos patente; pero en la actualidad,
en la que, por diversas circunstan-
cias, se deviene sociológicamente
cristiano y, para gran número de
bautizados, aquel primer sacramen-
to de la infancia, significa sólo o po-
co más que la fecha de la impo-
sición del nombre propio y de su
registro (confundido tantas veces
con otras formalidades de efectos
civiles), la revisión de lo que fue o
debió ser el bautismo, es de todo
punto necesaria, si se quiere recu-
perar el significado vivo y la fuerza
sobrenatural y transformadora de
la iniciación en la fe, de la vida
cristiana.
Por eso, para el cristiano de hoy,
la Cuaresma no es un mero recuer-
do histórico, literario o cultural,
evocador de los procedimientos es-
tético-pedagógicos y rituales, con
que la Iglesia preparaba y recibía
nuevas generaciones de fieles, o re-
cuperaba pecadores, sino la oportu-
nidad de —si se quiere― unir a ese
recuerdo ejemplar y típico, la pro-
pia revisión de vida y compromisos
cristianos, para despertar de los des-
cuidos y atopía de una pseudo-fe de
instalación, de herencia, y descu-
brir, una vez más, la necesidad de
re-convertirnos. O, simple y llana-
mente, de dejarnos de apariencias
y sugestiones, y convertirnos de una
vez y de verdad; porque toda ver-
dad que nos vuelve a Dios tiene,
para siempre, sentido de primicia.
Y ahí tenemos la mano que nos
tiende la Iglesia, con la liturgia es-
pecífica de este tiempo, que nos rea-
viva las ideas, nos acerca otra vez al
Evangelio, nos enseña a orar, nos es-
timula en la esperanza y generosi-
dad para que no temamos ese «vol-
ver a nacer» que nos asocia al Re-
sucitado, y nos promete juventud
de alma, vida nueva.
5 (45)
La canonización
del beato Ramón Llull
ES una crónica, desde las Baleares, mandada por
Manuel Soler Palá a la revista VIDA NUEVA, y
publicada en su número 1.313, de 30 de enero de
este año. Otras veces nos hemos referido a esta excepcio-
nal figura medieval, poco conocida, por desgracia, incluso
en ambientes cristianos tenidos por cultos, que no sola-
mente hay que situar en la cima de los místicos, y, como
hito de cultura, fue el primero que escribió de filosofía en
una lengua hija del latín, sino que le habrían tenido que
tener en cuenta al llegar la posterior etapa misionera y
expansiva de la evangelización que siguió a los descubri-
mientos del s. XVI, e incluso en nuestra época en la que,
más vivamente que nunca, se siente la necesidad y se vive
la dificultad del movimiento ecuménico. Pero sabemos
cómo en la historia de los encumbramientos y los olvidos
de las virtudes de los santos, han influido las convenien-
cias y la oportunidad política. Confiemos que, por fin, se
hará justicia y, sobre todo, servirá de estímulo y buen
ejemplo para los cristianos y la Iglesia de hoy el mejor
conocimiento que se difunda de este singular mallorquín,
universal de corazón, enamorado de Cristo y celoso del
bien y de la pureza de la Iglesia. Los que tuvieran algu-
na idea de su personalidad, la profundizarán; los que le
desconocían, lo descubrirán y hasta se sentirán rejuve-
necidos intelectual y espiritualmente, si se adentran en su
estudio.
6 (46)
La figura gigantesca de Ramón Llull ha sido verdadera piedra de contra-
dicción en la historia mallorquina y más allá de nuestras fronteras. Entre sus
enemigos viscerales se cuentan teólogos inquisidores y algún obispo. Pero
quienes le veneran como santo y le admiran por su categoría intelectual
humana han sido siempre más numerosos. Su actualidad permanente ha co-
brado todavía mayor relieve al ser restaurada la Causa Pía Luliana. En el le-
jano 1610 se había instaurado para promover su canonización.
Ramón Llull fue proclamado por
el poeta Llorenç Riber el "fil major
de la nostra raça". La expresión se
repite una y otra vez en los am-
bientes lulianos. La Iglesia mallor-
quina le considera el hijo más in-
signe de todos los tiempos. Oficial-
mente no se le ha declarado santo,
lo cual no deja de dolerle al pueblo,
pero se le venera como beato por
culto inmemorial, dando por su-
puesta y evidente su virtud evan-
gélica.
Se tiene muy presente que derra-
mó su sangre, su ciencia y su utopía
en favor de la fe. Se sabe de las
experiencias místicas transmitidas
hasta nosotros por manuscritos e
incunables. Se conoce su caminar
apresurado detrás de las bienaven-
turanzas, el deseo de convertir a
los musulmanes, de renovar la Igle-
sia de su tiempo, su pasión por
martirio. Es más que suficiente pa-
ra que se le rece y se le venere. El
olfato popular de los primeros si-
glos cristianos sigue en pie, aunque
no se le den muchas oportunidades.
Ramón Llull, por lo demás, po-
dría decir mucho a nuestro tiempo.
En el diálogo con otras religiones,
en ecumenismo, en la profundidad
intelectual al servicio de la fe, en
la lucha por el pacifismo, fue un
pionero al que habría que escu-
char. Por no hablar de las dimen-
7 (47)
siones menos eclesiales del Santo:
forjador de la lengua catalana, pro-
fundo filósofo, conocedor de la me-
dicina, el derecho, etc. Su biógrafo
inglés Alleson Peers, llega a decir
que su novela "Blanquerna" es la
obra cumbre de la literatura euro-
pea.
El 27 de noviembre último, fiesta
del Beato, D. Teodoro Úbeda, res-
tauró la Causa Pía Luliana. Rea-
nudaba la que el 15 de julio de
1610 el "Gran e General Consell
del Regne de Mallorca" ya había
instaurado ante el Papa para la ca-
nonización del Maestro. El camino
hacia la santidad oficial resultó ás-
pero. A veces por envidias de otras
escuelas filosóficas o teológicas. El
camino acaba de reemprenderse y
es de esperar que los siglos lo ha-
yan allanado.
Pere Llabrés, buen conocedor
del tema, dice al respecto que afor-
tunadamente se han eliminado las
suspicacias de racionalismo. Y
también que los estudios teológico--
históricos que Roma pide para la
beatificación formal ―es beato por
culto inmemorial― están listos.
Basta con ordenarlos adecuada-
mente.
La renovación de la Causa tiene
lugar cuando se celebra el centena-
rio de san Francisco de Asís, de
quien fue discípulo terciario. Y
cuando en Mallorca está en fun-
cionamiento una escuela lulística
que puede aportar muchos datos.
También existen dos revistas ma-
llorquinas con el objetivo "lulia-
na". Aunque quizás sus autores
extranjeros —principalmente cen-
troeuropeos― son quienes más se
preocupan en la actualidad de las
obras de Ramón Llull. Así lo da a
entender el Prior de La Real, Josep
Amengual, monasterio en el que el
santo se retiró por algún tiempo y
que custodia una buena biblioteca
lulista.
Hemos sido enviados al mundo para algo; no hemos
nacido por azar, no estamos aquí para acostarnos por
la noche y levantarnos por la mañana, trabajar para
ganar el pan, comer y beber, reír y bromear, pecar
a gusto y enmendarnos cuando estamos cansados
de pecar, fundar un hogar, después morir... Como
Cristo tiene una tarea que realizar, también nosotros
tenemos la nuestra; e igual que él se regocijaba de
cumplir su obra, debemos nosotros alegrarnos de la
nuestra.— JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
8 (48)
Todas las semanas en
vida nueva
Una completa información
de la Iglesia en España y en el mundo
Un estudio del problema de mayor actualidad
Una visión cristiana
del mundo político, social, cultural y artístico
vida nueva
Revista semanal
de información general
y religiosa
P.P.C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
9 (49)
NEWMAN Y EL LAICADO
NEWMAN es diverso, inclasificable. A primera vista
parece fácil clasificarlo como apologista, o como
teólogo, pero también como historiador y como
filósofo, o como pedagogo, o como periodista, por
descontado también como poeta y acerado prosis-
ta, también como un emprendedor que persevera en el em-
peño asumido a pesar de las enormes dificultades que, sin
embargo, no le suponen pérdidas espirituales ni baches de
lucidez; era un orador cálido no desmelenado; era, segura-
mente sobre todo, un místico y un artista surcado de raciona-
lidad, ardiente, serena y ordenada; era un emprendedor perse-
verante. Newman era cada una de estas cosas, y es posible
trabajar una tesis sobre su figura tomando uno solo de estos
aspectos para sentirse, a primera vista, como saciado por su
grandeza; pero Newman era todo a la vez y era mucho más:
Newman es como un poliedro con el que podemos encandi-
larnos al detenernos ante una cualquiera de sus caras, pero es-
to sería reducir un cuerpo a superficie, porque Newman es una
síntesis mantiene constantemente la riqueza de una varie-
dad que, sin pretenderlo, admira y atrae y otras veces descon-
cierta. Por eso no fue fácilmente aceptado y fue incomprendido.
Como ejemplo, en el pasado Concilio Vaticano II, mien-
tras para los más lúcidos fue una de las referencias preceden-
tes para secundar la renovación proyectada, para otros no
10 (50)
pocos fue un descubrimiento. Podía decir uno de los consul-
tores ―Francis Davis— que «él fue más capaz de expresar
mejor que nosotros lo que ahora intentamos decir sobre lo
que creemos». Newman fue un adelantado. Los demás anda-
ban más despacio. Estas fueron su grandeza y sus fracasos, que
no buscaba, pero que tampoco le sorprendían. Él no era un
imprudente, pero tampoco era un táctico que aplicaba la as-
tucia del mundo, aprovechado o escurridizo, a las cosas de
Dios. Él era, esencialmente, un cristiano sincero. Esta sinceri-
dad le llevó a la Iglesia católica y, en ella, le ocasionó la in-
comprensión de los poco avisados, de los "prudentes" y de
los instalados, generalmente del lado clerical, con grandes y
notables excepciones (por ej. León XIII). Después de muerto
(aunque el Señor quiso darle, por dulce ironía, muchos años
de vida) y pasados los años, ha ido haciéndose sorprendente-
mente "actual", no sólo por el modesto conocimiento que los
oratorianos podamos difundir sobre él, sino que ya pasa a ser
patrimonio de todos los cristianos, católicos y no católicos,
porque con afecto lo recuerdan igualmente, y sin resentimien-
tos mezquinos, nuestros hermanos separados, a los que dejó
amándoles.
No faltan los que leen o incluso escriben citando a New-
man y ni saben que es oratoriano, porque se contentan con
ver en él un punto o una cara solamente del poliedro de su
11 (51)
personalidad; pero a nosotros nos alegra saber que fue en el
Oratorio donde encontró el modo de ser el mismo (what to be).
El Oratorio fue el lugar maravilloso en el que el estilo de san
Felipe le procuraba las condiciones más favorables para cum-
plir su misión en el catolicismo inglés del s. XIX, que no po-
día ser más que de anticipación, como reconoce un obispo
francés, Jean Honoré, admirador suyo. Newman no es la úni-
ca figura importante en la historia filipense, porque, como en
los demás institutos de la Iglesia, los siglos de existencia tam-
bién están jalonados con la ejemplaridad de algunos de sus
miembros que se distinguieron en la Iglesia de Dios porque
la fidelidad espiritual a los fundadores de las obras a que per-
tenecían, supieron combinarla con la debida respuesta al tiem-
po que les tocaba vivir, para ser ellos mismos, para amar a
Dios y para servir e iluminar a los hermanos. Lo cual no ocu-
rrió sin dolor, cuando quiso ser evangélico y no simplemente
propagandístico, como en el caso de Newman. «Oh Dios mío
―decía Newman― me has dado a san Felipe, esa gran crea-
ción de tu gracia, para que sea mi padre y mi maestro; y yo
me he sometido a él y él ha hecho para mí grandes cosas; de
muchos modos ha cumplido en mí todo cuanto legítimamente
podía contar que me hubiese prometido».
En este resumen que hacemos a
continuación, vamos a concatenar
algunos textos suyos, que hacen re-
ferencia especialmente al laicado.
El peligro actual de las reflexiones
que sobre este tema se hagan en la
Iglesia, está en repetir errores luego
muy difíciles de enmendar, mez-
clando o confundiendo categorías
jurídicas con otras teológicas, sobre
todo si se pretendiera partir de un
cierto nominalismo jurídico y lue-
go teologizarlo. En todo caso, mode-
radamente, debiera ser al revés; de
lo contrario se favorecería la pre-
valencia de lo estructural en per-
juicio de lo ontológico. Newman
no escribió tratados sobre los lai-
cos, pero piensa en ellos continua-
mente cuando recuerda las grandes
crisis de la Iglesia, los problemas
de la educación, la necesidad de
diálogo interior en la Iglesia, el
acercamiento entre los cristianos,
la evolución de las formulaciones
dogmáticas de la fe, la mitigación
12 (52)
del clericalismo como clase social...
La Iglesia no crecerá en Inglaterra
porque se maldiga a Enrique VIII
o se infame a Lutero; o porque se
huya de todo problema rezando y
esperando que Dios solo haga mila-
gros, pensando gozosos, y al mismo
tiempo engreídos e ignorantes que,
por lo menos, «nosotros somos de
los buenos» porque la verdad está
de nuestra parte. También lo estaba
de los judíos y, sin embargo, no re-
cibieron a Cristo, como éste pun-
tualizó con la mujer samaritana.
Newman piensa y actúa en Ingla-
terra, pero supera la visión local y
la urgencia temporal, y lo que dice
Valió entonces y vale todavía en
todas partes.
Nuestra referencia antológica es
necesariamente incompleta, pero
estimamos que puede resultar su-
ficientemente indicativa o, por lo
menos, servir de inicio elemental
en el descubrimiento del espíritu
de este hombre que buscaba la ver-
dad desde la raíz e intentaba edifi-
carla en los demás sin improvisa-
ciones, sino desde los cimientos,
teniendo en cuenta todo el hombre,
porque no es sólo la razón de Dios
lo que hay que defender o hacer
triunfar, sino la razón de Dios en
el hombre que Dios mismo quiere
ver crecer y hacer libre, porque es
precisamente él quien le ha dado
el ser y se lo ha dado para esto. No
era Newman el hombre para pre-
parar cruzadas, sino el cristiano
inteligente y ardoroso, el trabaja-
dor generoso e ilustrado, razonador
y enamorado, dispuesto a plantar
verdades, a hacerlas nacer y a fa-
vorecer y estimular su desarrollo,
desde una visión que podríamos
llamar, no sólo y esencialmente
cristiana, sino además humanista,
universal y universitaria. Después
de la primera avalancha de conver-
siones surgidas del llamado "Mo-
vimiento de Oxford", Newman po-
día decir que «la Universidad nos
ha hecho católicos», no el raquitis-
mo mentalmente perezoso de la ad-
hesión implícita pegada a cómodos
refugios construidos a costa de la fe.
Podemos guiarnos por tres epi-
sodios de la vida de Newman: a) su
intervención en la fundación de la
Universidad de Dublín, b) el inten-
to de la fundación de un Oratorio
en Oxford, y c) el asunto de "The
Rambler". Cada uno de estos capí-
tulos podría resultarnos apasionan-
te, y alguna vez tendremos que
volver sobre ellos; pero, de mo-
mento nos baste citarlos para dar
razón general del pensamiento
newmaniano sobre el laicado y la
Iglesia.
La Universidad de Dublín se
fundaba en 1851 y Newman era su
primer rector. Tanto en la prepara-
ción como en los primeros tiempos
de su actividad, tuvo ocasión de
exponer su concepto sobre la cul-
tura católica y del papel de la teo-
logía respecto de ella. Aunque no
13 (63)
Lo exprese con la misma intensidad,
Newman se proponía dos metas:
elevar, por lo menos en una selec-
ción, el nivel cultural del clero y
ofrecer, además, la oportunidad de
un acercamiento entre clero y lai-
cado, ambos educados; no hace fal-
ta destacar el acierto de las inten-
ciones de Newman. Explicaba en
una conferencia de 1855:
La universidad católica pretende hacer más que aco-
ger... Se compromete a admitir sin temor, sin perjuicios y
sin compromisos a cuantos se le presenten, si vienen en
nombre de la verdad; a ajustar las concepciones, experien-
cias, costumbres del espíritu más independientes y dispa-
res, dejar en libertad al pensamiento y la erudición en sus
formas más originales, en sus más excesivas expresiones
y en sus rodeos más amplios. Su función específica es
crear la unidad en la diversidad; y aprender a hacerlo,
no mediante reglas que se puedan reducir a fórmulas,
sino por la inteligencia, la sabiduría y la amplitud de espí-
ritu, basadas en un conocimiento profundo de la materia
a estudiar y en una cuidadosa represión de cualquier espí-
ritu de polémica o de cualquier intolerancia en un sector
cualquiera... porque toda verdad puede servir a la Verdad.
Su fin inmediato (el único que nos interesa aquí) es
garantizar las disposiciones de espíritu favorables según
un orden superior y mantener en este orden todas las es-
feras y métodos de pensamiento que la inteligencia hu-
mana haya podido crear.
Si hay un solo principio director de la filosofía del
universitario, es éste: que una verdad no puede ser contra-
ria a otra verdad... Quiero decir que el que cree en la
Revelación con fe total, que es privilegio del católico, no
es un individuo nervioso que se estremece por cualquier
ruido repentino y que se turba por cada imagen extraña o
nueva que se presenta a sus ojos.
Hemos acabado de repetir una
palabra de Newman que es capital:
la fe total. Esta expresión necesita-
ría un comentario que aquí no nos
cabe. Pues del mismo modo que en
el orden práctico damos por com-
pletadas tantas obras todavía im-
perfectas, tantos actos y deberes no
bien acabados, en el intelectual y
espiritual procedemos con la mis-
ma perezosa ligereza. Newman de-
cía en otra parte: «Hay personas
que lo creen todo, porque, en rea-
lidad, no creen en nada». Decía
también, acerca de la Universidad
(1856):
14 (54)
Cuando la Iglesia funda una universidad católica
quiere, pienso yo, reunir cosas unidas en su origen por
Dios, pero luego separados por el hombre. Algunos dirán
que pretendo limitar la vida del espíritu, para desviarla
de su camino natural y detenerla en su crecimiento me-
diante el control de la Iglesia. No tengo semejantes pen-
samientos. Tampoco se me ocurre crear un compromiso,
como si la religión tuviera que abandonar algo, y la cien-
cia también. Lo cierto es que deseo que el espíritu se ex-
pansione en la más completa libertad y que la religión
goce de idéntica libertad. Pero lo que anhelo expresamen-
te es que se pueda encontrar a las dos en el mismo sitio
y encarnadas en las mismas personalidades. Quiero des-
truir esta diversidad entre centros intelectuales que siem-
bra la confusión por todas partes merced a influencias
contrarias... Quiero que el mismo techo ampare a la vez
disciplinas intelectuales y morales. La piedad no es una
especie de barniz con que se cubre a la ciencia, ni la cien-
cia una especie de pluma de sombrero, permítaseme la
expresión, un adorno o un ornamento para la piedad.
Deseo que el laico intelectual sea religioso y que el ecle-
siástico piadoso sea intelectual. No se trata aquí de una
cuestión de terminología, ni de sutiles distinciones, pues
la santidad tiene su influencia, y la inteligencia tiene la
suya... La juventud necesita una religión viril, tanto para
cautivar su imaginación inquieta y su inteligencia impe-
tuosa, como para conmover su corazón sensible.
Los buenos obispos irlandeses se
asustaban con estas ideas, y otras
parecidas. Ellos querían a Newman
para su prestigio y por el beneficio
de su generosidad y dedicación,
porque la creación de la Universi-
dad de Dublín fue una gesta, a pesar
de que terminara en fracaso o, me-
jor dicho, en desaprobación prácti-
ca; mas aquellos prelados, de menta-
lidad muy diferente, desconfiaban
del "convertido", que precisamen-
te a causa de su conversión, tra-
tándose de un hombre de saber y
de prestigio intelectual bien cono-
cido, podían capitalizar para gloria
del catolicismo; pero ellos hubieran
querido, cierto, una Universidad
que hubiese sido equivalente, por
el personal docente, por los méto-
dos y por los estilos, a una especie
de seminario con frontispicio dife-
rente. No podían comprender a
Newman. Ni de Inglaterra podían
sumársele apoyos clericales o de la
jerarquía católica suficientemente
vigorosos para contrarrestar aquel
provincianismo religioso, pues pa-
15 (55)
ra los irlandeses, la gloria de pen-
sar que estaban en la verdadera
Iglesia les compensaba del desnivel
social ―y aquí se abriría otro ca-
pítulo en que política e historia
nos explicarían algo sobre resen-
timientos, injusticias y complejos
colectivos, entre país pobre y país
rico, país culto y país menos culto,
país agrícola y país industrial…
entre Irlanda e Inglaterra, todavía
no cerrado—; les compensaba, de-
cimos, el pensar que por lo menos
ellos, los irlandeses, constituían un
pueblo católico, frente a Inglaterra
donde el catolicismo representaba
una parte mínima de la población
que, en cualquier caso, "necesitaba"
ser misionada precisamente por los
más seguros de la fe, los irlandeses.
Inglaterra debía ser un apostolado
de Irlanda. Pero lo que ocurría es
que Inglaterra era una tierra de
promoción, primera etapa para
huir de la pobreza irlandesa e, in-
cluso, para que un clérigo despierto
alcanzara una promoción prelati-
cia. Lo cual no implica una conde-
nación de todos los emigrantes
irlandeses, a Inglaterra y a otras
partes —¡Estados Unidos de Amé-
rica!—; pero el que emigra, al tener
que abandonar sus raíces, no elige
el peor lugar y busca razones sóli-
das para garantizar su derecho a
establecerse y sacar provecho de
él. La organización de la Iglesia, y
"a fin de bien", también puede ser
un cauce para ello. Pero es claro
que lo que así se haga como misión
o como apostolado ayuda poco a
la verdadera Iglesia, tanto para su
propia vida, como dar una imagen
fiel de su ser a quien la desconoce
y la observa desde fuera, y no
digamos cuando es observada con
recelo por una sociedad que no es
mayoritariamente católica. El re-
medio era ordenar las ideas, dejar
que fueran los irlandeses, por lo
menos en parte, quienes volcaran
o siguieran volcando su apostolado,
pero con la debida previa ilustra-
ción... No basta una peregrinación
más, una procesión más, un himno
más; hacen falta ideas bien organi-
zadas, también sobre la fe y sobre
el mundo y la fe. Solamente de
este modo Inglaterra podría acer-
carse, en sus mejores hombres, en
sus mentes más claras y nobles, a
la verdad de Dios, a su verdadera
Iglesia. Es demasiado simple espe-
rar las emocionalidades de conver-
siones sentimentales. Newman sa-
bía bien qué significaba conver-
tirse, y quería y deseaba para los
futuros conversos que pudieran en-
contrar una acogida adecuada in-
telectual y culturalmente. No se
trataba de elevar la estadística de
las conversiones, sino de elevar a
la misma Iglesia. Escandalizaba, a
los seguros del privilegio de su
verdad cuando decía que «había
que preparar a la Iglesia para que
pudiera recibir conversiones; que
había que convertir a la Iglesia,
16 (56)
para que pudiera recibir converti-
dos...» También decía: «El fin de la
Iglesia no es el cuidar de su pare-
cido, sino el de cumplir una obra».
¿No es claro como la luz del día, que el conjunto de
personas que defienden los privilegios legítimos de la Igle-
sia, lo hacen no tanto porque se preocupan del reino de
los santos, sino porque creen que la ruina de la Iglesia
representaría la ruina de nuestras instituciones públicas?
No quiero decir que no amen a la Iglesia, sino que lo que
ocurre es que aman todavía más la prosperidad temporal.
Su amor a la Iglesia depende de su amor al mundo, de
modo que si la paz de este mundo y el bienestar de la
Iglesia llegaran a contradecirse, se verían inducidos a
ponerse a favor del mundo en contra de la Iglesia.
Esto lo experimentaba Newman
todavía anglicano, y de seguro que,
con otros matices, se reproducía en
sus dificultades con la Universidad
de Irlanda. Allí el problema se mo-
vía en torno a la necesaria confianza
en el hombre y a la libertad nece-
saria para razonar los conocimien-
tos, aunque la fe, en su esencia, no
fuera un resultado de la ciencia.
No se puede obligar a creer a las personas por la fuer-
za o con amenazas. Si la Santa Sede tuviera un poder
temporal tan grande como hace tres siglos, la increduli-
dad sería igualmente real, pero secreta en vez de publica,
y sería mucho peor... ¿Cómo se comprende que las escue-
las de teología de la Edad Media hayan sido tan flore-
cientes? Porque se les dejaba el campo libre, porque no se
forzaba a los controversistas a sentir el freno en su boca
a cada palabra que pronunciaban... Roma intervenía al
final, no al principio de la discusión. La verdad es obra
de numerosos espíritus que trabajan juntos libremente. Se-
gún lo que alcanzó a recordar, ésta ha sido siempre la re-
gla de la actuación de la Iglesia hasta nuestra época, en
que habiendo sido aniquiladas las escuelas teológicas de
Europa por la Revolución Francesa, se estableció una es-
pecie de centralización en el cuartel general de la Iglesia;
y el pensador individual, en Francia, en Inglaterra o en
Alemania, se ve impelido a tropezar con las autoridades
supremas del gobierno eclesiástico.
Es necesario, a mi juicio, que nos vaya todavía un po-
co mal antes de que empiece a irnos mejor, pues no nos
damos cuenta de la gravedad de nuestro caso.
17 (57)
Este texto es de una carta de
1868, posterior al fracaso de Du-
blín; pero ilustra lo que allí pasó.
Parecidamente, en el mismo año,
escribía a otra persona amiga:
En las escuelas de la Iglesia primitiva o medieval,
existía un verdadero "juicio privado"; ahora no hay ni
escuelas ni juicio privado (en el sentido religioso de la pa-
labra), ni libertad (entendida como libertad de opinión).
Es decir, que no se hace ya obra intelectual. La institu-
ción sigue las tradiciones del pensamiento de los tiempos.
Se trata de un sistema que en el tiempo prescrito por Dios
se corregirá por sí mismo: y no es necesario que nos ator-
mentemos por un estado de cosas que, por penoso que sea
para nosotros, es infinitamente menos doloroso que el es-
tado de la Iglesia antes de Hildebrando (Gregorio VII) en
el siglo XI, y después en el siglo XV.
Si a estas ideas añadimos que
Newman no comprendía por qué
no podían haber profesores segla-
res en la universidad católica, nos
explicamos la alarma de los con-
servadores. Él quería ver mezcla-
dos sacerdotes y laicos, en un en-
cuentro constructivo. Poco después
de dimitir del rectorado dublinés
(1858), tuvo ocasión de hacer públi-
ca y razonada su tesis sobre el lai-
cado, y fue con ocasión de ser de-
signado director de la revista "The
Rambler". Revista minoritaria (800
ejemplares), pero de gran influjo
sobre los más despiertos entre los
universitarios ingleses. Era más
científica y cultural, reconoce Guit-
ton, que política, y en sus páginas
encontraban acogida las ideas más
avanzadas, no siempre gratas a la
contemporánea jerarquía inglesa.
Se pensó en nombrar a Newman di-
rector para atemperar a sus redac-
tores. El relevo de la Universidad de
Dublín podía darle el tiempo para
dedicarse a ese grupo inquieto, inci-
sivo, aunque noblemente preocupa-
do por la vertencia cultura-religión.
Newman fracaso. Él no podía trai-
cionar su convicción sobre lo que
el laicado había sido y era en la
Iglesia. Quedaba atrás su estudio
sobre el arrianismo, que le llevó a
la conversión; pero de aquél con-
servaba una deducción incontesta-
ble: hubo un momento, en la Igle-
sia, mucho más grave que el tan re-
cordado de la escisión protestante,
en el que la mayoría de los obispos
eran herejes, pero que ello no im-
pidió que se salvase la integridad de
la fe, merced a tres claros apoyos
convergentes: el Papa, san Atanasio
el laicado católico. El artículo del
"Rambler" que determinó aquella
18 (58)
desaprobación dolorísima, que pro-
vocaría un largo silencio, sólo roto
cuatro años más tarde con la "Apo-
logía", tenía por tema «Sobre la ne-
cesidad de consultar a los laicos en
materias de doctrina».
Hay que hacer notar que, aunque, históricamente ha-
blando el s. IV sea el siglo de los doctores (Atanasio, Hi-
lario, Gregorio, Basilio, Crisóstomo, Ambrosio, Jerónimo,
Agustín)... no obstante, en esta misma época, la tradición
divina confiada a la Iglesia infalible fue proclamada y
mantenida mucho más por los fieles que por el episcopa-
do...; el cuerpo de los obispos fue infiel a su misión, mien-
tras que el cuerpo de los laicos fue fiel a su bautismo.
Él cita a aquellos obispos y aque-
lla época que tan bien estudiada
tenía. Él no niega la labor de la
"Ecclesia docens", pero destaca el
papel no relegable de la "Ecclesia
docta", enseñada, o de los fieles
bautizados. Busca un apoyo en la
Él cita a aquellos obispos y aque-
lla época que tan bien estudiada
tenía. Él no niega la labor de la
"Ecclesia docens", pero destaca el
papel no relegable de la "Ecclesia
docta", enseñada, o de los fieles
bautizados. Busca un apoyo en la
Teología del P. Perrone, quien afir-
ma «que la voz de la tradición pue-
de, en algunos casos, hacerse oír, no
por los concilios, ni por los Padres,
ni por los obispos, sino por el "com-
munis fideliun sensus", e ilustra es-
to recurriendo a la historia».
Si incluso en la preparación de la verdad dogmática
son consultados los fieles, como se ha hecho recientemente
con la Inmaculada Concepción, es natural al menos espe-
rar un acto parecido de bondad y de simpatía cuando se
trata de cuestiones prácticas.
Este texto fue denunciado a Ro-
ma. No querían bien a Newman los
que lo hicieron, y dio lugar a rece-
los dolorosos e inútiles, pues hubo
interés en los estratos intermedios,
en dificultar sus explicaciones so-
bre el sentido que daba a sus pala-
bras. Hoy no ocurriría, o sería me-
nor el drama. En cualquier caso, se
trataba de un pensamiento, el de
Newman, que venía de más lejos,
era más profundo e iba también
más allá de las mentalidades que le
rodeaban. No había podido evitar
un temor presentido, del que había
advertido al director de la revista,
Capes, a quien prevenía de la cle-
ricalización de aquel asunto del
"Rambler". El mérito y la generosi-
dad de Newman estuvo en que, a
pesar de ese presentimiento, no de-
samparó a aquellos hombres deseo-
sos de preparar los mejores cami-
nos para el acceso a la Iglesia en
Inglaterra. No pudo "preparar" In-
glaterra pero, de algún modo, pre-
paró ―cierto, no sólo él— el Vati-
cano II y algunos de los destellos
de su espíritu renovador, que ya no
es posible extinguir.
19 (59)
formación
cristiana
de gente joven
(de 9 a 16 años)
TODOS LOS DOMINGOS
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
A LAS 12,45
Para ayudar a los padres
a dar ideas cristianas a sus hijos
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de sua Felipe Neri, 1 - Apartado 162 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 1.10
20 (60)