Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 194. ABRIL. Año 1982 |
SUMARIO |
BUSCAR y encontrar a
Cristo. Seguirle de cerca. Vivir |
su vida. Recordar sus
palabras y sus actitudes, no |
desde lejos, sino para
asumirlas desde la concien- |
cia... Todo esto que es
tan verdad y que nos hace |
tanta falta; todo esto que
exige cambiar desde dentro de |
nosotros mismos, para
"resucitarnos" a la gracia de Dios |
una vez por todas. |
LA PIRA
"PERDIDO" POR DIOS |
NO "PASA" NADA |
«ESTARÉ SIEMPRE CON
VOSOTROS» |
LA CONTRADICCIÓN DE LA
CRUZ |
LA PERVERSIÓN DE UN
PROCESO |
DE LA SANTA PASIÓN DE
JESUCRISTO |
«VETE Y HAZ LO QUE TENGAS
QUE HACER» |
1 (61) |
LA PIRA |
"PERDIDO" POR
DIOS |
TRABAJAR por la acción
católica, trabajar por la Iglesia en |
una obra de apostolado y
en la caridad espiritual y ma- |
terial se ha convertido en
la exigencia fundamental de mi |
vida. Tomar ocasión de
todas las circunstancias para procla- |
mar ante el mundo, que lo
ha olvidado, la dulce verdad de |
Jesucristo, de un Dios
hecho hombre y muerto por nosotros... |
Mi estado actual se dice
con una sola palabra: soy un |
apóstol libre del Señor,
feliz de poder amarle y poder procla- |
mar su inefable belleza y
su misericordia. |
Bajo este aspecto es tal
vez cierto el adjetivo que me po- |
nes de
"perdido". Es verdad, en mí late un corazón que se |
extiende hacia todos los
hermanos: hay como un deseo de al- |
canzar una sobrenatural
paternidad capaz de engendrar hijos |
para el Señor, por medio
de la palabra y de las obras buenas. |
Que el Señor haya puesto
en mi alma el deseo de las gra- |
cias sacerdotales no lo
puedo dudar: sólo que Él quiere, de |
mi parte, que yo
permanezca en mi condición de laico para |
poder trabajar más
fecundamente en el mundo laico alejado |
de ÉI. |
La finalidad de mi vida
está claramente señalada: ser en |
el mundo el misionero del
Señor: y esta obra de apostolado |
se desenvuelve en las
condiciones y en el ambiente en que el |
mismo Señor me ha
colocado. |
Giorgio La Pira, |
en respuesta un familiar
que pretendía frenar su celo. |
2 (62) |
No "pasa" nada |
VAMOS demasiado por
"pasador do pasado. Y no pasa nada desde que |
todo está inscrito en la
eternidad, en esa inefable, indescriptible, in- |
abarcable «presentidad»
que lo contiene todo, sin marchitar nada, sin |
relegar nada, sin olvidar
nada. Manejamos categorías temporales |
―fugacidades
inaprehensibles― para entendernos en ese balbuceo |
pretencioso e infantil con
que intentamos referirnos a lo que nos trascien- |
de, a nuestra misma
existencia espiritualmente imparable e inmortal, y a |
Dios de quien pende y
depende, en quien creemos y en quien esperamos, a |
quien tenemos y quien
buscamos, todavía. |
No pasa, no se relega ni
abandona nada. Ese Cristo que vivió, sigue vi- |
viendo, «no está entre los
muertos»; esa palabra que dijo era «de vida eter- |
na» y sigue resonando e
inquietando las conciencias o despertando y enar- |
deciendo corazones; ese
milagro, ese gesto, sigue iluminando el paisaje de |
los hombres, esparcidos
por los caminos del mundo, mientras esperan sig- |
nos extraordinarios,
divinos, para levantarlos como banderas pacíficas, |
nostálgicos, desde la
tristeza de sus miserias y sus dudas, de ideales que |
necesitan y que han de
ser, para que les lleven más lejos de los límites del |
horizonte que todos ven,
de los miedos que todos sienten, porque el bien, la |
justicia, la verdad y el
amor han de ser posibles. |
Cristo murió, pero su
muerte no pasó del todo. Su muerte y su triunfo |
fueron, y son todavía, la
síntesis de los fracasos de todos los justos, y la |
esperanza y recompensa que
hace pura y heroica la generosidad de los |
mártires de todas las
justicias, de todas las verdades y libertades que segui- |
rán proclamando la
redención, testificada con la entrega de la vida por lo |
que vale más que la vida. |
No pasa nada. Sigue el
martirio, tras las acusaciones de falsos testigos, |
tras las sentencias de
tribunales corrompidos, tras las traiciones de falsos |
hermanos, tras los
cobardes silencios de envidiosos oportunistas, tras la |
venta de los inocentes...
No acabó con Cristo, ni el Evangelio, ni la Miseri- |
cordia de Dios, ni el
dolor de su Hijo y de los hijos de la fe, ni las muertes |
3 (63) |
fuera de la ciudad, ni la
vida que se espera tras el alba. No acabó, no pasó |
con Cristo. Sigue todavía,
porque Cristo se multiplica y vive, se desarrolla |
y expande, allí y más allá
de donde sólo parece encontrarse. Cristo se deja |
ver todavía; pero no todo
lo que parece es, ni todo lo que es parece. El mis- |
terio de su presencia
lleva el aliento del Espíritu de Dios —«...que os irá |
enseñando»―, como
levadura que está fermentando el mundo. Por eso no |
ha pasado: por eso sigue
presente. |
Cuaresma y cruces. Pero no
por las cruces, sino por el parecido a Cris- |
to, de Cristo, que
cambiará la cruz por gloria, la muerte por vida, la confu- |
sión por esperanza, la
mentira por verdad, la apariencia vanidosa por |
realidad inconsútil, por
novedad de vida, por aurora primaveral, por otro |
―el mismo, no
acabado― florecimiento de gracia, de regalo de Dios. |
Razón tenía santa Teresa
cuando escribía: «quien de verdad comienza |
A servir al Señor, lo
menos que le puede ofrecer es la vida» (Cam. c. XII). La |
vida, como semilla, para
que, sembrándola al pie de su cruz, germine en |
flor y en espiga, en gozo
y cosecha de gracia, en resurrección. |
CONFERENCIAS |
CUARESMALES |
PARA SEÑORAS: |
los días 29, 30, 31 de |
marzo y 1 de abril, |
A LAS 6 DE LA TARDE. |
PARA TODOS: |
los días 5, 6 y 7 de
abril, |
A LAS 8,30 DE LA TARDE. |
4 (64) |
«Estaré siempre con
vosotros» |
CUENTAN del obispo mártir |
san Fructuoso que, a punto |
de ser subido a la
hoguera, |
consolaba a los fieles que
podían |
oírle con estas palabras:
«No os an- |
gustiéis, que no os
faltará pastor». |
Murió con sus diáconos, el
21 de |
enero del año 259.
Aquellos tiem- |
pos en los que los papas,
los obis- |
pos sabían, al ocupar sus
sedes, que |
lo más probable era que
termina- |
ran teniendo que dar la
vida por |
la fe y por amor a sus
rebaños. Des- |
pués de Constantino
tampoco falta- |
ron obispos, papas,
pastores santos, |
e incluso mártires —¿hace
falta |
que recordemos los nombres
de al- |
gunos que nosotros mismos
hemos |
conocido (Huix, Irurita,
Polanco...), |
o el recentísimo monseñor
Rome- |
ro?—; tampoco faltaron, ni
faltan |
santos; pero la historia
de la Iglesia |
está salpicada de las
humillaciones |
que los poderes civiles
han causa |
do a obispos nombrados
burocráti- |
camente, casi como
empleados del |
Estado, y a sus fieles,
tratados des |
de la ambigüedad
político-religio- |
sa, causa seguramente
principal de |
la hoy lamentada
descristianización |
de España, por las
complicidades |
culpables con el
cesarismo. Al ac- |
tual Jefe de Estado le
corresponde |
el mérito ―que era
un deber…— |
de haber comprendido
enseguida |
que «había que dar a Dios
lo que |
era de Dios...»
Afortunadamente |
ya, los obispos, sin
componendas |
de artificiosidades
legales o excesi- |
vamente diplomáticas, nos
los nom- |
bra la Santa Sede; método
perfecti- |
ble porque todavía sería
preciso |
hallar el modo prudente de
hacer |
intervenir a los fieles
desde la base, |
pero método desde luego
preferible |
al anterior, que resultaba
humillan- |
te para los mismos
designados, igual |
que para sus fieles. |
El Señor, antes de ir a la
muerte, |
decía algo parecido a lo
de san |
Fructuoso, y decía más:
«Yo estaré |
siempre con vosotros;
quien os re- |
cibe a mí me recibe...» La
Iglesia, |
hija de su dolor, nacida
del Calva- |
rio, no puede evitar las
salpicadu- |
ras del mundo, pero
siempre rever- |
dece en la autenticidad
del primer |
mensaje de Cristo,
precisamente |
5 (65) |
después de cada dolor, de
cada |
prueba, de cada
humillación. La |
muerte se transforma en
vida, en |
vitalidad que le
rejuvenece y que |
se expande, dejando atrás
lo que |
envejeció la política, las
complici- |
dades de las ambiciones,
la mudez, |
la cobardía o el interés
personal. |
La Iglesia renace siempre
más pura |
y más libre, después de
haber su- |
frido o haber sido puesta
a precio. |
La Iglesia es el Cristo
que se hace |
misterio presente en la
historia de |
los hombres, y la fe nos
ayuda a |
entender, a través de los
contrastes |
que a los fanáticos
escandalizan o |
los mundanos desprecian,
cómo |
Dios conduce hacia su
reino, a tra- |
vés de un viacrucis de
pureza y |
esperanzas, a los que
comenzó a |
llamar desde Abraham hasta
el |
último fiel que siente la
necesidad |
de la conversión, fiado
totalmente |
en Dios. |
La Iglesia tiene pastores,
y tiene |
pastores buenos, y los
tendrá me- |
jores en la medida en que
así los |
merezcamos. Y los
mereceremos no |
ya ―o no sólo— por
lo que sean |
ellos, sino por lo que
desde la fe |
sepamos y entendamos y
espere- |
mos y queramos nosotros.
Llegará |
un tiempo, en que también
los fie- |
les darán su parecer sobre
quienes |
les han de regir; y esto
llegará |
cuando será posible, sin
falsifica- |
ciones ni demagogias, sean
caci- |
quiles o llámense
"democráticas". |
Antes, sin embargo, es
preciso ejer- |
citarse en la fe, en la
pureza de |
las intenciones, en la
súplica a |
Dios, pastor único y
eterno. Por- |
VIERNES SANTO |
a las 8 de la mañana |
VIA CRUCIS |
6 (66) |
que todas las cosas hay
que mere- |
cerlas. |
Con ocasión de una sede
próxi- |
ma a proveer, hemos
encontrado |
una formulación de
esperanzas, es- |
critas por un hombre de
oración, |
sabio y prudente, el
benedictino |
Miquel Estradé. Las
reproducimos |
a sabiendas de que, por
fortuna, |
no hacen al caso para esta
diócesis |
nuestra; pero sirven para
ir sem- |
brando criterios, desde
una visión |
cristiana hacia el pastor,
cuando es |
esperado. Pasamos
directamente a |
los votos o deseos, y
respetamos su |
mismo título: |
COMO QUISIÉRAMOS QUE FUERA |
Yo quisiera |
—un hombre bueno, capaz de
hacerse |
amar de todos, obrador de
paz y de |
unidad, de quien en ningún
momento |
pudiera decir una facción:
¡es de los |
nuestros!; un hombre libre
de encan- |
dilamientos que le impidan
ver, de |
halagos que le debiliten,
de peligros |
que lo detengan; |
—un hombre que evite
ilusiones me- |
siánicas inspiradas en la
estrategia; |
un hombre que no se haga
trampa a |
sí mismo; que no busque
razones bo- |
nitas para justificar
acciones ambi- |
guas; —un hombre de fe que
no tema confe- |
sar la duda con el
inevitable tem- |
blor del alma ante las
verdades que |
le sobrepasan; |
—un hombre que sepa pedir
perdón |
incluso de los males que
haya podido |
cometer sin culpa, porque
de esta |
manera el perdón no sólo
le será |
descanso de la conciencia,
sino ex- |
presión de un pesar
sincero; |
—un hombre que no centre
su actua- |
ción en la manía de los
judaizantes |
que san Pablo reprobaba:
¡no toques, |
no comas, no cojas!; |
—un hombre con espíritu
crítico, que |
se pregunte el porqué de
las cosas |
y no se deje llevar
mansamente por |
ninguna propaganda, de
dondequie- |
ra que venga; un hombre
que no se |
fíe de etiquetas y que no
las coloque, |
ni para bien ni para mal; |
—un hombre que crea
firmemente que |
si la ley es un subsidio
para el amor, |
es también, solamente, un
tambor |
que ensordece; |
—un hombre de corazón
sencillo sin |
ironías protectoras; |
—un hombre que crea que
sus dere- |
chos dejan de serlo si son
realmente |
contrarios al amor; |
un hombre que no mienta,
ni para |
quedar bien, y que no crea
en las |
ambigüedades diplomáticas; |
—un hombre que sepa
distinguir entre |
hormigueros y montañas,
para no |
7 (67) |
romperse la cabeza, o
hacer que |
otros se descalabren, por
cuestiones |
sencillas; |
―un hombre que sea
bastante inteli- |
gente para no tomarse a sí
mismo |
con excesiva seriedad; |
―un hombre que hable
de lo que sabe |
y que sepa confesar que no
lo sabe |
todo y que, por lo tanto,
no puede |
hablar de todo; |
—un hombre piadoso, pero
sin postu- |
ras, ni gestos, ni
maneras, ni tonos, |
ni caras que escondan su
humanidad |
o que disimulen la
carencia de la |
misma; |
―un hombre que
inspire confianza por |
su debilidad vivida con
esperanza, |
porque solamente una
comunión con |
la debilidad puede llevar
a una co- |
munión en la confianza: |
―un hombre fuerte,
pero no duro, que |
sepa decir lo que ha de
decir a todos |
los que lo haya de decir y
de mane- |
ra que el decirlo sea un
acto de ser- |
vicio; un hombre que tema
ante el riesgo |
de escandalizar a los
pequeños, pero |
que no tema, si llega el
caso, escan- |
dalizar a los poderosos; |
―un hombre que, si
ha de enfrentarse |
con alguien (cosa casi
inevitable), |
sepa atacar el mal sin
dejar de amar |
a las personas; |
—un hombre con un corazón
de padre |
que no lo deja caer en la
tentación |
de cortesanía; |
―un hombre que sepa
responder no |
lo que ha de contentar al
que pre- |
gunta, sino lo que éste
necesita; |
―un hombre que
comulgue con nues- |
tras raíces, para no
precipitar a na- |
die a tener que elegir
entre Iglesia |
madre y madre tierra; |
—un hombre a quien podamos
decir: |
Padre, y nada más, y nada
menos; |
―un hombre que no
cifre su ideal en |
hacer de los fieles unos
buenos cum- |
plidores que la ley
protege y frena, |
sino personas libres en el
Espíritu; |
—un hombre sabedor de que
ni el ves- |
tido rojo ni el morado
hacen al obis- |
po, sino el espíritu de
servicio que |
es preciso poseer
profundamente; |
―un hombre servidor
fiel de las nece- |
sidades reales del pueblo,
y pues- |
to que ya hay tantas, que
no sienta |
la comezón de inventarse
otras nue- |
vas; ―un hombre que
sepa que Dios nos ha |
hecho suyos sin quitarnos
la grande- |
za, dignidad y la
responsabilidad |
de ser nosotros mismos;
que, por lo |
tanto, no utilice a Dios
como excuse |
para ninguna pereza; |
―un hombre que sepa
que la imagen |
de la Iglesia, no la da él
personal- |
mente, sino con frecuencia
sus cola- |
boradores; ―un
hombre que crea de verdad en |
Dios y que sepa que si
servicio no |
consiste tanto en
predicarlo como en |
hacerlo acoger; |
―un hombre
responsable, es decir: que |
esté convencido de que sus
fieles tie- |
nen el derecho a pedirle
cuentas, si |
no resulta como ha de ser,
y que |
él tiene el deber de
responder, si es |
cuestionado. |
8 (68) |
TEXTOS BÍBLICOS |
PARA EL SACRAMENTO DEL
BAUTISMO |
No se trata de emprender
un |
estudio académico, sino,
simple- |
mente, de acudir a algunos
capí- |
tulos o pasajes de la
Sagrada Es- |
critura, desde los cuales
cada |
uno, reposadamente,
elevemos |
nuestra propia meditación.
La Bi- |
blia es siempre sugerente,
siem- |
pre nueva, siempre
anunciadora |
de verdades y de promesas
que |
nos vienen de Dios.
Requiere, eso |
sí, un poco de calma
―como todo |
Lo bueno, como todo lo
gratuito— |
para que nos centremos
mirando |
―oyendo— a Dios, que
todavía |
nos habla, y al que
necesitamos |
atender, porque sólo en su
Pala- |
bra inspirada está la vida
que nos |
ha de llenar y dar razón a
toda |
la existencia. Somos
cristianos, y |
lo somos desde el
Bautismo, que |
es el gran sacramento
pascual. |
¿Qué mejor, pues, que
buscar en |
la Biblia, las imágenes,
los anun- |
cios y los efectos de este
prime- |
ro y principal sacramento?
¿Y qué |
ocasión mejor que la que
nos brin- |
da la cercanía de la
Pascua? Por |
esta razón ofrecemos
algunos de |
los textos que merecen ser
leídos |
y meditados en estos días. |
El agua que hace
desaparecer un mundo viejo: Génesis 6-7. |
El pueblo elegido que
atravesó el agua: Éxodo 14-15 y Josué 3. |
El agua que limpia la
lepra: 2° Reyes 5. |
Las vertientes de la
salvación: Isaías 12, 1; 51, 1. |
El agua que sale del
Templo: Ezeq 47; Zac 13, 1; Juan 20, 34. |
El bautismo de Jesús:
Mateo 3, 13; Marcos 1, 1-13. |
Bautismo en el Espíritu
Santo: Juan 3. |
Nacer del agua y del
Espíritu: Juan 3. |
Bautismo y conversión:
Hechos 2, 14; 8, 26; 10, 1. |
El ciego y el paralítico:
Juan 5, 1:9, 1. |
Muertos y resucitados con
Cristo: Romanos 6, 1; Colos 2, 11. |
La experiencia de la
"Iluminación": Hebreos 6, 1; 12, 18. |
Revestirse del hombre
nuevo: Efesios 4, 17; Gálatas 3, 26. |
Perseverancia en la fe: 1*
Ped 1 y 2; 3, 13; 4, 1; Apoc 2 y 3. |
Vivir como hijos de Dios:
1" Juan 3. |
Y los Salmos 8, 23, 24,
27, 42, 46, 62, 63, 65, 85, 146, 147. |
9 (69) |
LA CONTRADICCIÓN DE LA
CRUZ |
ES preciso morir al
equilibrio humano. ¿Esta muerte |
y esta vida en Cristo no
se convierte en pura lo- |
cura? Desde el principio
de la vida |
de Jesús, sus parientes
movían la ca- |
beza exclamando: está
fuera de sí (Mc 3,21). |
El fin de su camino estará
señalado por sus |
enemigos con el mismo
veredicto: ha perdi- |
do la razón, ¿por qué le
hacéis caso? (Jn 10, |
19). Para poder llevar,
sin ironía, el nombre de cristiano, |
es necesario encararse con
ese sello impreso en nuestra |
frente por los enemigos,
ya veces por los mismos pa- |
rientes: ha perdido la
razón. De hecho, penetrar en la |
biosfera de Cristo
equivale a renunciar a todo concepto |
de equilibrio y de medida.
Pablo habla de anchura y lon- |
gitud, de altura y
profundidad del misterio de Cristo (en |
Ef 3, 18); horizonte
infinito e inefable; pero nosotros, en |
este magnífico sistema
solar, afirmamos un centro: la |
cruz. Los judíos piden
milagros y los griegos sabiduría, |
pero nosotros
―escribe Pablo a los Corintios— predica- |
mos a Cristo crucificado,
que es escándalo para los judíos y lo- |
cura para los gentiles (1°
Cor 1, 22-23). Basta asegurar este eje |
del dogma, de la vida, del
culto cristiano para comprender |
el cristianismo es
negación total de todo equilibrio sim- |
plemente humano. «Está
loco». Pedro rechaza este centro con |
maravilla e indignación
apenas Cristo insinúa la cruz... |
La vida cristiana real no
puede ser otra cosa que la tra- |
ducción, la encarnación,
en la vida y en el tiempo, de este |
divino y misterioso
desequilibrio. Vida cristiana es tránsito |
desde la locura afirmada a
la locura vivida; tránsito desde |
la cruz adorada a la cruz
convertida en vida. El genio de los |
griegos —sentido de
medida― enseñaba la ética del honor, la |
10 (70) |
cual se fundamenta sobre
unos pocos principios perfecta- |
mente razonables:
comportarse como hombre, ser dueño |
de las propias pasiones,
soportar el dolor |
con dignidad. Salud
perfecta del cuerpo, del |
alma, de la ciudad. |
Jesús trastorna esta obra
maestra de |
racionalidad y de sanidad
vital llevando |
en el corazón mismo de la
vida la contra- |
dicción, la negación de
cualquier exigencia elemental de |
orden. Cuando se dice
«yugo ligero» no quiere decir |
que sea traducible por
«yugo fácil», Yugo ligero no sig- |
nifica precepto
comprensible y a primera vista realiza- |
ble. La cruz impone, a
todo el que entra en su esfera, |
un esfuerzo de unificación
capaz de elevar a tensiones |
heroicas de la voluntad:
amar con todo el corazón, con |
todo el ánimo, con toda la
mente, con todas las fuer- |
zas. La cruz alcanza a
toda la naturaleza, y a veces renie- |
ga de las exigencias que
parecen más evidentes; es nece- |
sario amar hasta más allá
(¿o contra?) de la misma natu- |
raleza, al extranjero, al
enemigo es necesario hacer el bien |
incluso a quien nos odia. |
Los lazos de la carne y de
la sangre que nos atan al pa- |
dre, a la madre, a la
esposa, a los propios hijos se deben rom- |
per si en la vida penetra
el signo de la contradicción: hasta |
odiar, incluso, la propia
vida (Jn 12, 25)... La vida cristiana es |
el paso pleno, generoso,
personal, sin retorno y sin lamentos, |
desde el equilibrio
clásico y humano, hacia el desequilibrio |
originado por el contacto
pleno del hombre con el amor infi- |
nito. |
Card. Giulio Bevilacqua,
C.O- |
en «L’uomo che conosce il
soffrire». |
11 (71) |
La perversión |
de un proceso |
CRISTO no tenía que haber
si- |
do juzgado según la ley
roma- |
na, sino según la judía.
Pero |
las autoridades judías
pervirtieron |
el planteamiento del
proceso ini- |
ciado con la acusación de
blasfe- |
mia, porque «siendo
hombre, Jesús |
se había declarado Hijo de
Dios». |
Pero esta acusación no se
mantuvo. |
Todavía antes de que los
sayones |
romanos le desnudaran en
el Cal- |
vario, los acusadores
judíos —trai- |
cionando los propios
ideales nacio- |
nalistas—, le desnudaron
de la apa- |
riencia profética,
aterrorizados de |
que, en el futuro, cuando
se recor- |
dara aquella muerte,
pudiera tener |
algún parecido con las
ejecuciones |
que consumaron los
asesinos de los |
profetas antiguos. En
pocos momen- |
tos rechazaron, contra la
débil re- |
sistencia de la autoridad
coloniza- |
dora y ante la veleidad de
la ma- |
yoría del pueblo
superficial y apa- |
sionado, todo rastro
teológico. |
Cualquier referencia a la
divinidad |
delataba, si acaso, la
locura del acu- |
sado. No fue lapidado,
según la ley |
judía, como blasfemo, sino
crucifi- |
cado, según la ley romana,
cuando |
aplicaba su rigor a los
extranjeros |
rebeldes y sediciosos. |
La verdadera causa de su
muerte |
era religiosa, pero sus
enemigos la |
transformaron
maliciosamente en |
política. |
Esa perversidad se estrenó
con |
Cristo, tal vez para
consolación uni- |
versal de todos los que,
después de |
él, también verían
falsificadas las |
acusaciones que el odio o
la envi- |
dia levantaría en medio
del venda- |
val insidioso del mundo
contra los |
justos, que serían
―y son― acusa- |
dos, difamados y
suprimidos, si apa- |
recen como verdaderos
profetas de |
Dios, de la verdad, de la
justicia. ¡A |
cuántos llaman
"políticos" precisa- |
mente porque no lo son!
Había un |
anuncio hacer por parte de |
Dios, había una verdad
entera que |
decir o una justicia que
recordar a |
los prepotentes, y
entonces se repi- |
tió la perversión del
proceso del |
Gran Mártir, para decir
otra menti- |
ra contra el mártir
pequeño de ca- |
da día, para que no le
cupiera ni la |
mínima parte de gloria de
la pureza |
pacífica con que proclamó
su ver- |
dad o reclamó la justicia
ultrajada. |
Y era el espíritu del
Señor que re- |
sucitaba para dar otra vez
testimo- |
nio, que no supo ni quiso
fingir con |
elegancias diplomáticas ni
silencios |
tácticos, ni recursos a la
ambigüe- |
dad que evita los
verdaderos com- |
promisos y mantiene
despejado el |
camino del ascenso dentro
del or- |
den/desorden que perdura o
el |
aplauso fácil del foro
inmediato |
que salva el prestigio de
la imagen |
cuidada. |
Esos mártires, también de
hoy, se |
parecen a Cristo, si no se
buscan a |
sí mismos, si dan
testimonio de la |
Verdad del Evangelio, no
desde le- |
jos, sino allí donde hace
más falta. |
Esos mártires son la
presencia de |
Cristo, que no abandona el
mundo. |
12 (72) |
Documento: |
DE LA SANTA PASIÓN |
DE NUESTRO SEÑOR |
JESUCRISTO |
FUE por el año 88 u 89 del
s. XIII, y |
en París, cuando Ramón
Llull es- |
cribió su Llibre de
meravelles, |
mientras enseñaba su
«Arte» en los Estu- |
dios Generales de la
ciudad del Sena. El |
«Llibre de meravelles es
la obra luliana |
más conocida y difundida,
después del |
*Blanquerna»; pero a
diferencia de casi |
toda su producción, no fue
traducida al |
latín. Nosotros ofrecemos
aquí un frag- |
mento relativo a la Pasión
de Cristo, tra- |
ducido recientemente al
castellano por |
Pere Gimferrer, que supera
en calidad |
las primeras traducciones
que se hicieron |
a partir del siglo XVIII.
El Llibre de me- |
ravelles es una novela
—anterior a las |
de estilo caballeresco o
arcádico―, en la |
que, como advierte el
sabio jesuita Mi- |
quel Batllori, «por
doquier late un fuerte |
aliento: tras las idílicas
descripciones pai- |
sajísticas, en las
lecciones científicas que |
los sabios ermitaños
explican a Félix, en |
los pintorescos ejemplos
que las confir- |
man y colorean
gustosamente. Y todo ello |
a través de un viaje
fantástico e irreal, |
en el que el joven
viajero, siempre mara- |
villado, se encuentra
siempre en idéntico |
ambiente, como si el telón
de fondo reco- |
rriera el mismo camino que
él: un bello |
bosque, junto a una clara
fuente, ante un |
santo ermitaño, siempre el
mismo tam- |
bién, llámese Blanquerna o
permanezca |
en el anonimato, con sus
libros y su sabi- |
duría. Este ermitaño
múltiple y único, |
que contempla y adora a
Dios constante- |
mente, revela al joven
impaciente, con |
lentitud eterna, las
maravillas de Dios, |
del mundo y del hombre, al
cual dedica |
más de la mitad del
libro». |
Nosotros hemos elegido, de
las "mara- |
villas" de Dios, el
capítulo VIII, dedicado |
a la Pasión de Cristo, que
transcribimos. |
―Señor ―dijo
Félix―, me tengo por muy bien pagado |
con la prueba que me
habéis hecho de la santa encarna- |
ción de Hijo de Dios, que
he entendido por ejemplos que |
significan aquella
encarnación. Pero mucho me maravillo |
por qué la naturaleza
divina dejó crucificar, atormen- |
13 (73) |
tar y matar a la
humanidad, con la cual es una sola per- |
sona, como sea que la
deidad ame a la naturaleza huma- |
na sobre todas las
criaturas, y amor tenga naturaleza de |
evitar na y muerte a
aquello que ama. |
Blanquerna respondió y
dijo que en la santa humani- |
dad de Jesucristo ha
puesto la naturaleza divina más |
bondad que en todas las
demás criaturas; y la grandeza |
de aquella naturaleza
humana es mayor en virtud de du- |
rar, de poder, entender y
amar, que toda la otra virtud |
que Dios ha creado. Y por
eso convino que así como la |
bondad de Dios exaltó la
bondad de la humana natura- |
leza de Jesucristo sobre
toda bondad creada, así la bon- |
dad de la humanidad de
Jesucristo se entregase a sufrir |
gran mal de pena, para
honrar la bondad divina; y este |
mal de pena con vino que
fuese mayor que ninguna pena |
que pudiese ser sentida. |
La exaltación |
y la humildad |
de Cristo |
―Hijo amado — dijo
Blanquerna―, así como Dios |
Hijo exaltó la humanidad
de Cristo en la mayor grandeza |
que pudo, al hacerla ser
una sola persona consigo mismo, |
así la humanidad de Cristo
se quiso humillar en la mayor |
poquedad en la que pudo
humillarse. Y eso hizo por hon- |
rar a la gran grandeza del
Hijo de Dios, y esta mayor |
poquedad residió en que
Cristo quiso encarnarse en pobre |
hembra, y quiso nacer y
ser criado pobremente, y quiso |
tener privanza de pocos y
pobres hombres, y poco quiso |
predicar, poco quiso ser
honrado, pocos milagros hizo por |
los muchos que pudiera
hacer, pobre quiso ser y poco qui- |
so vivir; y, según el
honor que le tocaba, menos honor tuvo |
que ningún hombre en este
mundo, y a la muerte se quiso |
humillar, con la que
poquedad conviene; y todas estas co- |
sas hizo por honrar a la
gran grandeza del Hijo de Dios. |
Porque Dios quiso ser
hombre, quiso que todos los hom- |
bres que son, o fueron, o
serán, sean perdurables sin fin, |
para que la humanidad de
Cristo sea honrada en gloria |
sin fin, y sea amada,
conocida por todos los santos de la |
gloria, los cuales tengan
gloria en la gloria de aquella |
naturaleza divina y humana
de Cristo. Y por eso la natu- |
raleza humana de Cristo
quiso pasar muchos trabajos en |
este mundo: para que a la
naturaleza eterna diese honor |
en este mundo. |
El rey y el conde |
Dijo Blanquerna: ―Un
rey tenía guerra con un conde |
al cual había quitado su
tierra, excepto un fuerte castillo |
14 (74) |
en el que estaba el conde.
Aquel conde era hombre muy |
malo y muy orgulloso, y
había hecho al rey, que era su s- |
eñor, muchas villanías e
injurias. Un día ocurrió que |
de oía hablar de la santa
pasión de Jesucristo, la cual pre- |
dicaba un santo hombre.
Después del sermón, el conde se |
fue al palacio, y mientras
él se iba a su palacio, un lebrel |
suyo al que mucho amaba
corrió tras un can pequeño, el |
cual se echó al suelo para
que el lebrel no le hiciera da- |
ño. Aquel lebrel mató y
despedazo al can pequeño ante el |
conde. El conde se airó
tanto contra el lebrel que le hizo |
matar, y dijo a sus
caballeros estas palabras: Nunca vi |
ni oí decir que ningún
animal hiciera tan gran crueldad |
como el lebrel que ha
matado al can pequeño, que se hu- |
millaba para que no le
matara. |
El conde |
y el caballero |
Aquel conde tenía un sabio
caballero, antiguo de días, |
y que era hombre de santa
vida, y este caballero dijo al |
conde estas palabras:
«Señor conde, la más noble criat- |
ura, y la que tiene mayor
poder que todo cuanto ha sido |
creado, es Jesús, hijo de
nuestra señora santa María; y el |
mas menguado animal que
haya en el mundo es el hom- |
bre pecador. Jesucristo,
que tiene mayor grandeza de |
poder que ninguna otra
criatura, se entregó y se humilló |
a muerte para salvar a los
judíos y a todos nosotros. |
Aquellos judíos eran
pecadores, e hicieron crucificar y |
matar, con la más grave
muerte que pudieron, a Jesucris- |
to». Mucho pensó el conde
en las palabras que le había |
dicho el caballero, y por
virtud de la santa pasión de Je- |
sucristo concibió en su
ánimo humildad y contrición de |
corazón. Aquel conde subió
a su caballo; se fue solo a ver |
al rey; a los pies de
aquel rey se arrojó el conde, y pidió |
al rey que por merced le
perdonara. El ronde dijo sus |
culpas ante el rey y ante
su consejo, pidiendo merced. |
El caballero |
y el escudero |
Mucho se maravilló el rey
de la venida del conde y |
de las palabras que decía.
Aquel rey dijo al conde estas |
palabras: «Un escudero
había ofendido a un caballero, |
que era señor del
escudero. Aquel escudero tuvo gran con- |
trición y arrepentimiento
de la culpa que había cometido |
contra su señor. El
caballero hacía buscar al escudero que |
había huido por temor de
muerte. Un día ocurrió que el |
caballero regresaba de
cazar, y pasó ante una posada en |
la cual estaba escondido
el escudero. Aquel escudero salió |
de la posada y se fue a
arrodillar y humillar ante el |
15 (75) |
caballero, al cual pidió
merced diciendo estas palabras: |
«Señor, falsedad y engaño
me inclinaron a culpa, que |
cometí contra vos. Temor
de muerte me hizo huir: vuelto |
a mi ánimo está el buen
amor que mucho tiempo os tuve. |
No pido merced para vivir,
sino que me acuso por digno |
de muerte. Merced pido
para que mi alma perdonéis y al |
cuerpo hagáis morir con la
muerte que ha merecido». |
Con gran maravilla se
maravilló el caballero del escude- |
ro, pues nunca había visto
a nadie que tan bien pidiera |
merced como lo hizo el
escudero. El caballero bajó de su |
caballo besó al escudero,
que lloraba, en los ojos y en |
la boca, porque
verdaderamente pedía merced. El caba- |
llero hizo caballero al
escudero, al cual dio grandes do- |
nes, y le hizo muy
principal en toda su tierra». |
La humillación |
del rey |
Cuando el rey hubo acabado
estas palabras, el conde |
que merced le pedía contó
al rey la razón por la que ha- |
bía ido a su corte a pedir
merced, y contó el sermón que |
había oído de la pasión de
Cristo, y la muerte del lebrel |
y del can pequeño, y contó
las palabras que le había di- |
cho el caballero de la
pasión de Jesucristo. Después que |
el conde hubo contado
todas estas cosas, dijo al rey ya |
su corte estas palabras:
«En tan gran soberbia ha estado |
mi ánimo orgulloso, que no
lo pude humillar hasta que |
con el poder de la santa
pasión de Jesucristo lo humille |
al pedir merced y estarme
a hinojos ante vos y vuestra |
corte; porque si Cristo,
que es Dios y hombre, se humilló |
ante la muerte y ante
hombres pecadores, sin tener culpa |
ni haber cometido agravio,
harto digno soy de ofrecerme |
a morir, porque digno soy
de muerte por mi ánimo orgu- |
lloso, falso, que muchas
veces me ha hecho cometer trai- |
ción y engaño contra mi
leal señor y contra su leal con- |
sejo». Mucho pluguieron al
rey y a todo su consejo las |
palabras del conde, al
cual perdonó, y le devolvió toda |
su tierra y le hizo
miembro de su consejo. Y el rey y su |
corte alabaron el poder de
Dios, que con humildad vencía |
todo ánimo orgulloso. |
El conde |
y el hortelano |
Un día ocurrió que aquel
conde pasaba cerca de un |
noble monasterio donde
había muchos buenos hombres |
de penitencia. Un buen
hombre hortelano se había dedi- |
cado a servir a aquellos
santos hombres llevaba estiér- |
col al huerto. Mientras el
conde pasaba por el camino, el |
conde recordó la santa
pasión de Cristo y la santa vida |
16 (78) |
que los santos hombres
llevaban en aquel monasterio; y |
tuvo devoción de que así
como Jesucristo se dio a la hu- |
mildad y despreció la
vanidad de este mundo, así dejaría |
este mundo y se daría al
más vil oficio que encontrase. |
Aquel conde bajó de su
caballo, y dijo al hortelano que |
le diera su capazo, donde
llevaba el estiércol y sus vesti- |
dos, y que tomara su
caballo y sus vestiduras, que le dio. |
Aquel hortelano respondió
y dijo al conde estas palabras: |
«Señor conde ¿recordáis
que un sobrino vuestro estuvo |
perdido mucho tiempo, y
vos le habíais armado caballero, |
y queríais prohijarle en
todo cuanto tenéis?» El conde |
respondió y dijo que
recordaba aquello que de su sobrino |
le contaba, y dijo que
muchas veces le había hecho buscar |
por varios reinos, y que
nunca tuvo nuevas algunas de él. |
«Señor», dijo el
hortelano, «yo soy aquél a quien vos tan- |
to solíais amar». El conde
conoció que el hortelano era |
su sobrino, pero porque
hacía mucho tiempo que no le |
había visto, y porque
estaba flaco por la gran penitencia |
que pasaba, no le había
conocido al acercársele. Mucho |
plugo al conde haber
encontrado a su sobrino, y maravi- |
llose de que a tan vil
oficio se hubiera dado. Mientras el |
conde así se maravillaba,
recordó que él mismo quería |
tener aquel oficio en el
cual estaba su sobrino, y maravi- |
llábase de sí mismo, de
que se maravillase en otro de |
aquello que en sí mismo
tener quería. «Amable sobrino», |
dijo el conde, «quiero que
de hoy en adelante seas conde |
y señor de toda mi tierra,
y yo quiero ser hortelano todos |
los días de mi vida». El
hortelano respondió y dijo al |
conde estas palabras:
Señor conde, aquel día que vos me |
armasteis caballero, oí
predicar a un santo hombre que |
mejor cosa era, en
sabiduría humana, saber humildad y |
saberse a sí mismo en
oficio que sea de servir a Dios, que |
ser rey de Francia. Y por
eso, señor conde, tal saber no |
quiero desterrar de mi
alma por vuestro condado ni por |
todo cuanto darme podíais;
pues más quiero este capacho |
y estas pobres vestiduras
que vuestro caballo o vuestros |
vestidos; porque con mi
capacho y con mis pobres vesti- |
dos soy más agradable a la
sabiduría de Dios de lo que |
sería con vuestro caballo
o con vuestros vestidos). |
El noble burgués |
En una ciudad había un
noble burgués, que tenía mu- |
jer e hijos y grandes
riquezas. Aquel burgués deseaba |
muy vivamente ser servidor
de Dios, y no quería tener en |
su corazón ningún otro
amor sino el amor de Dios; pero, |
17 (77) |
por su mujer y sus hijos,
y las honras y riquezas que te- |
nía, no podía amar a Dios
según amarlo deseaba. Aquel |
burgués acabó con su
mujer, a la que dio franquicia, y |
les dio a ella y a sus
hijos todo cuanto tenía, excepto una |
casa y una viña, que
retuvo para la necesidad de su |
cuerpo. Mucho más pudo el
burgués entonces contemplar |
a Dios que antes; pero a
veces la casa y la viña que po- |
seía le estorbaban de
pensar en Dios. El burgués dio la |
casa y la viña que poseía,
por amor de Dios, y entonces |
pudo pensar en Dios más
que antes. Pero sus hijos y sus |
parientes le estorbaban a
las veces; y el burgués no pudo |
satisfacer y amar bien a
Dios según su voluntad hasta |
que se fue a tierra
extraña. Y fue tan pobre, que ninguna |
cosa tuvo; y entonces
tenía a Dios en toda su voluntad, y |
nada le estorbaba de amar
a Dios. |
Alabanza de Dios |
Cuando Blanquerna hubo
contado con semejanzas a |
Félix la razón por la cual
la deidad quiso que la humani- |
dad de Cristo estuviese en
este mundo en pobreza, pasión, |
deshonor y muerte, Félix
conoció la razón por estas seme- |
janzas que Blanquerna
dicho había, y alabó y bendijo a |
Dios, y en su corazón se
propuso ser pobre todos los días |
de su vida, y deseó morir
por dar conocimiento y amor |
del Hijo de Dios, que, por
la santa humanidad que tomó, |
quiso ser tan conocido y
amado. |
LA CUARESMA. |
La Cuaresma es un tiempo
para adentrarse en la verdad |
de Jesucristo: |
Dios y hombre, |
amigo y maestro, |
predicador de un evangelio
de paz y de justicia. |
Jesús comparte las
esperanzas y las angustias del pueblo; |
da la vida por sus amigos |
y vence a la muerte con su
resurrección. |
Cristo está vivo y
presente |
en la Iglesia |
y en el mundo. |
Desde que principia la
Cuaresma hasta Pascua, |
Cristo nos invita a la
conversión |
y al gozo de la
resurrección. |
18 (78) |
«Vete y haz lo que tengas
que hacer» |
LO PEOR no es faltar; lo
peor es |
sobrar. Cuando Cristo
estaba |
muriendo en la cruz,
faltaban |
algunos, pero no sobraba
nadie. Era |
la hora de la suprema,
augusta y |
santa verdad de su muerte,
y nadie |
fingía nada. Todo era
patente y to- |
do quedaba explicado con
los que |
estaban. Había los
acusadores, los |
verdugos, el populacho, y
había un |
puñado de fieles que no
disimula- |
ban su dolor incontenible,
y estaba |
la Virgen y el apóstol más
querido: |
Cristo no quiso privarse
de estos |
últimos consuelos. Con
todo, sabe- |
mos los que faltaban, y
que no ha- |
brían sobrado... Aunque
uno no |
estaba, porque habría sido
de más, |
Judas. El Señor lo
despidió a tiem- |
po, en el mismo cenáculo.
No fue |
un desprecio al traidor e
ingrato. |
El Señor tenía derecho a
ahorrarse |
aquel fingimiento, en
aquellos mo- |
mentos supremos de su
vida. ¿Por |
qué había de estar allí,
en silencio, |
disimulando o mintiendo?
¿Por |
qué, sobre todo, tenía que
estar en la |
muerte, que es la cima más
sagrada |
de la vida de un hombre?
Cristo |
evitó esta falsificación
al único que |
habría podido estar en el
Calvario |
sin temor alguno de haber
sido acu- |
sado de amigo del
condenado. Aun- |
que sí habría podido estar
con una |
sola condición, que
desaprovechó |
a la hora del beso en el
huerto: si |
hubiese ido a
arrepentirse. |
El Señor, hasta donde le
deja- |
ron, solemnizó y respetó
su propia |
muerte. Tal vez para que
también |
nosotros preparemos mejor
la nues- |
tra y respetemos los males
y la |
muerte de los demás. En un
mundo |
de cumplidos y de
untuosidades hi- |
pócritas, donde es
aplaudido el que |
cultiva la propia imagen y
salva |
del mejor modo posible las
apa- |
riencias, se cometen,
rutinariamen- |
te o por simple prudencia
humana, |
muchos fingimientos,
innumerables |
hipocresías, a costa,
incluso, del do- |
lor ajeno y de lo santo:
pésames de |
conveniencia sociológica,
visitas |
simbólicas a enfermos que
han de |
añadir a la paciencia de
los propios |
males el aguante de la
curiosidad o |
el cumplido de visitas
estáticas o de |
presencias inútiles e
indeseadas, |
porque no se hacen por
interés del |
enfermo ni por auxilio de
ninguna |
tribulación, sino para
quedar bien |
con sus familiares, o
vecinos o, in- |
cluso —¡la imagen!— con
los que |
nos suponen amigos u
obligados ha- |
cia la víctima que nos ha
de aguan- |
tar. Es el espíritu del
mundo, calcu- |
lador y cruel, disfrazado
de obra de |
misericordia o de
cumplimiento de |
un deber que no se siente. |
Recemos por los enfermos y
acor- |
démonos del momento de la
muerte |
ajena, teniendo presente
la muerte |
de Cristo, y sin
olvidarnos de nues- |
tra propia hora.
Respetemos al en- |
fermo y, aún más, al
moribundo, por |
encima de cumplidos,
intereses o |
fingimientos. El dolor, la
necesidad |
ajena y la muerte son
sagrados. |
19 (79) |
PASCUA |
DE |
JESUCRISTO |
JUEVES SANTO |
a las 8 de la tarde, |
Misa de la Cena del Señor. |
VIERNES SANTO |
a las 8 de la mañana, |
Vía-crucis; |
a las 8 de la tarde, |
Celebración de la Pasión |
del Señor. |
SÁBADO SANTO |
a las 11 de la noche, |
Solemne Vigilia Pascual. |
La celebración pascual se
completa |
participando en la
Liturgia del Domingo. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de sua Felipe
Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - L.4.82 |
20 (80) |
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