Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 195. MAYO. Año 1982
SUMARIO
LA ALABANZA y el agradecimiento son un derecho
y un deber gozoso, que también ha de ser procla-
mado. Nosotros, los oratorianos, lo hacemos dando
gracias a Dios por haber os dado a san Felipe, cuya
festividad celebramos este mes. Somos una pequeña fami-
lia, en la Iglesia de Dios, que se alegra y se inspira en su
patrocinio, en su ejemplo y en su apostolado.
ANGELO G. RONCALLI Y SAN FELIPE NERI
LO PROPIO DEL ORATORIO
VIDAS DE SANTOS
¿QUÉ ES EL ORATORIO?
SAN FELIPE, APÓSTOL DE LA CONVERSIÓN
EL ORATORIO DE VALENCIA
ALMAS OXIDADAS
1 (81)
ANGELO GIUSEPPE RONCALLI
Y SAN FELIPE NERI
Traducimos unas palabras del Giornale dell'anima del futuro papa Juan
XXIII. Estamos en el año 1903 y hace pocas semanas que Angelo Giusep-
pe Roncalli ha sido ordenado subdiácono. Al llegar al 26 de mayo, festi-
vidad de san Felipe Neri, escribe en su diario espiritual:
«Hoy el pensamiento de san Felipe me ha sostenido suavemente du-
rante todo el día. He asistido a las solemnísimas funciones de la Val-
licella, he saboreado la música de Capocci, he visitado con religiosa
atención las habitaciones del Santo, y también las tan preciosas e
históricas de san Jerónimo de la Caridad; más que todo he vuelto
mis ojos, mi pensamiento, mi corazón a la gloriosa tumba, y he rezado
mucho.
¿Por qué no tengo tiempo ni una pluma fácil para escribir de este
Santo como quisiera y como me dicta el corazón?
San Felipe es uno de los santos que me es más familiar, a cuyo nom-
bre se unen tantos dulces recuerdos de mi historia íntima. Siento que
amo a san Felipe de un modo del todo particular, y me encomiendo
a él con toda confianza.
¡Oh, mi buen padre Felipe!, me entiendes sin que te hable. Se acerca
el tiempo: ¿dónde está en mí mismo la copia que he de hacer de ti?
donde el espejo de tus virtudes? Has que entienda los principios de
tu escuela mística para que aproveche a mi espíritu: la humildad, el
amor. Seriedad, bienaventurado Felipe, y alegría santa, pura, y un
impulso fecundo para realizar grandes obras...»
El diez de agosto del año siguiente, cuando fue ordenado sacerdote, vuel-
ve su recuerdo, en primer lugar, a san Felipe y le pide, junto a otros
santos también sepultados en las iglesias romanas, el fervor siempre en-
cendido de su corazón de nuevo sacerdote. Ya papa, se complació, varias
veces, en evocar su amor a san Felipe, desde sus años jóvenes, y también
a Baronio, el más amado de los discípulos del Santo.
2 (82)
Lo propio
del Oratorio
CUANDO vamos a los primeros discípulos de san Felipe, en busca de lo
esencial de aquello que vino a ser la misión propia y específica del
Oratorio, encontramos textos repetidos, y luego confirmados por la
mejor tradición oratoriana, que muestran constantemente los per-
nios en torno a los cuales se apoya y gira lo más característico de la
obra de san Felipe: la oración y la palabra de Dios. Y todavía, si hubiera
de ser una sola la fuente de la que mana todo lo demás, deberíamos poner
el énfasis en lo segundo, es decir, la palabra de Dios.
En efecto, Tarugi decía que «el pensamiento de nuestro fundador ha
sido que su Instituto tuviese por función propia y particular, la de anunciar
la palabra de Dios cada día de la semana, lo mismo que los domingos». Esa
palabra de Dios era el contenido principal de los «ragionamenti» sobre los
que giraban aquellos encuentros conocidos como «Oratorio de la tarde».
Esos «ragionamenti» disponían a la oración y, dice el mismo Tarugi, «consti-
tuían el principio y fundamento de la Congregación», fundada por el Santo.
Otro discípulo, también contemporáneo de san Felipe, el padre Talpa,
escribía: «que el Instituto del Oratorio consiste, principalmente, en discurrir
cotidianamente sobre la palabra de Dios, de modo sencillo, familiar y fruc-
tuoso, diverso de como suele hacerse en la predicación al uso, y en esto
consiste esencialmente el Instituto inventado por el bienaventurado Padre.
Y aun cuando la palabra de Dios ha introducido la frecuencia de los sacra-
mentos y otras prácticas, sin embargo hay que tener por propio y peculiar
de nuestro Instituto el haber elegido la palabra de Dios, porque es lo que lo
diferencia de los demás; pero no tomando la palabra de Dios como sola pa-
labra de Dios, sino como palabra cotidianamente y familiarmente tratada».
Eso no quiere decir que san Felipe se aviniera con el descuido o que
justificara la ignorancia, pues fue siempre muy exigente. Por sencillez ora-
toriana, en lo que a palabra de Dios se refiere, tal vez podríamos entender
lo que un insigne oratoriano, Newman, nos dice en estas palabras: «Procu-
3 (83)
remos siempre comprender lo que decimos y hablemos sólo de lo que sabe-
mos». Esto, por lo que hace referencia a la inteligencia del que habla; en
cuanto al fervor y convicción, decía: «No nos limitemos a ser como un cris-
tal que se conforma con dejar pasar el calor y permanece frío»,
De la palabra de Dios, la oración de la oración, la sinceridad cristiana
de la vida y las obras.
Vidas de Santos
¡Leed las vidas de los Santos! Ellos han supe-
rado y vencido las tentaciones con decisión y
vigor, con prontitud y con éxito, mejor que
cualquiera. Sus acciones son bellas y ceñidas
como una fábula, y no obstante poseen la rea-
lidad de los hechos: abren la mente, propor-
cionándole nuevas ideas de las que carecía
antes, y mostrando a todos lo que Dios puede
hacer lo que el hombre puede ser. Aunque
no siempre podamos repetir los detalles del
ejemplo de los Santos, ellos nos presentan siem-
pre un modelo de justicia y de bondad, se ele-
van ante nosotros como enseñanzas vivientes
de monumental grandeza, nos llaman a Dios,
nos introducen en los misterios del mundo in-
visible, nos enseñan a conocer lo que Cristo
ama, trazando delante de nosotros el camino
que conduce al Cielo.
John Henry Newman, C. O.
4 (84)
¿Qué es el Oratorio?
Adaptación resumida de un folleto difundido por
los PP. del Oratorio de San Pablo, Tepetlapa,
México.
Muchas veces hemos oído ha-
blar del «Oratorio», de «los
padres del Oratorio». ¿Qué
es el Oratorio? Habría una respues-
ta genérica si dijéramos que «orato-
rio es el lugar para orar», con cuya
acepción quedaría afirmado que to-
das las iglesias y templos son "ora-
torios". Pero en ocasiones la pre-
gunta se nos hace directamente a
los oratorianos o filipenses y nos di-
cen: ¿A qué orden religiosa perte-
nece usted? Cuando esto ocurre he-
mos de dar una respuesta en el sen-
tido de aclarar que no somos una
"orden" ni somos "religiosos", sino
que somos una sociedad de vida
apostólica, compuesta por sacerdo-
tes y laicos, que hemos abrazado y
profesamos la vida evangélica inte-
gralmente, aunque sin emitir votos.
No debería de sorprender demasia-
do el hecho de que la adscripción
al Oratorio se produzca sin la me-
diación de los votos, puesto que
éstos, como forma jurídicamente
reconocida de consagración a Dios,
no se generalizaron hasta bien pro-
mediado el siglo XVI. En el Orato-
rio no tenemos los votos, pero te-
nemos, en cambio, la "estabilidad"
(tal como se perfiló en las primeras
comunidades de vida evangélica, a
partir del s. V, en Occidente), es
decir, que un miembro del Orato-
rio permanece, ordinariamente de
por vida, en el lugar y comunidad
donde fue recibido, con la sola ex-
cepción de que surjan razones de
apostolado (por ej. emprender una
nueva fundación) o de disciplina,
y siempre mediante intervención y
sanción, en cada caso, de la S. Sede.
Ello hace que se produzca una ver-
dadera hermandad con el clero
diocesano del lugar donde el Ora-
torio se halla establecido, y que el
Oratorio constituya un elemento
espiritualizador y apostólico que
se integra en la vida social diocesa-
na y ciudadana, sin interrupciones
que puedan dificultar el beneficio
de su presencia continuada. Tam-
bién se puede decir que un orato-
5 (85)
riano goza de mayor estabilidad
que un miembro del clero diocesa-
no, removible de una parroquia a
otra o de un cargo a otro, y hasta
que un religioso, fácilmente trans-
ferible de un convento a otro por
el simple mandato de un superior.
Cada casa o comunidad oratoria-
na, se llama «Congregación». Pre-
cisamente esta denominación nos
la dio la S. Sede para distinguirnos
de las órdenes", a pesar de obser-
var como ellas la vida evangélica
o, como se decía más antiguamente,
«la vida apostólicas. Luego, otras
obras parecidas, y aun diferentes al
Oratorio, también tomaron dicho
nombre, acuñado por Gregorio XIII
especialmente para nosotros. El
conjunto de todas las casas o comu-
nidades ―«Congregaciones del Ora-
torio»― esparcidas por el mundo,
forma la llamada «Confederación
del Oratorio de San Felipe Neri».
Tenemos dos principios funda-
mentales: el primero es el ya decla-
rado de la ausencia de votos, es de-
cir, que nos proponemos seguir la
vida evangélica y apostólica por el
vínculo de la caridad, con lo cual
la ausencia de votos no puede sig-
nificar olvido de las virtudes, sino
apertura libre a una generosidad
que supere la obligación mínima
de una interpretación legalista.
El segundo principio es que cada
casa o «Congregación del Oratorio»
se gobierna por sí misma, autóno-
ma respecto de las otras hermanas.
La autonomía de cada Congrega-
ción respecto de las demás, es pare-
cida a la autonomía de cada dióce-
sis, respecto de las demás diócesis
en la única Iglesia.
Allí donde, excepcionalmente, la
iglesia del Oratorio fuese también
parroquia, los asuntos parroquiales
constituirían una actividad que es-
taría sujeta al Obispo local, en la
forma recíprocamente acordada,
salvo si la Iglesia no fuese la propia
del Oratorio. Pero con relación al
régimen interno, cada Oratorio está
sujeto directamente a la S. Sede, es
decir, al Papa, quien aprobó las
Constituciones por las que se go-
biernan todas las Congregaciones.
Ningún cambio o revisión de las
Constituciones puede hacerse sin
la aprobación de la S. Sede.
San Felipe Neri
y la fundación del Oratorio
El Oratorio fue fundado por san
Felipe Neri (1515-1595) en R-
oma . Es uno de los grandes santos de
aquellos tiempos en que la Iglesia
emprendía su verdadera renova-
ción, en pleno siglo XVI. Aunque
nació en Florencia, se le llama
"Apóstol de Roma, y es venerado
6 (86)
como copatrono de la Ciudad Eter-
na, junto con los santos Pedro y Pa-
blo. Allí vivió sesenta años. Y pue-
de decirse que, mientras otros san-
tos emprendían grandes obras de
apostolado (san Ignacio) o de reno-
vación conventual (sta. Teresa), Fe-
lipe se empleó en la reforma de la
vida moral y religiosa de Roma.
Desde España podemos alegrarnos
de que, significativamente, estos
santos fueran canonizados junto
con san Felipe, en el mismo día del
año 1622, por Gregorio XIV.
Cuando se recuerda a san Felipe
es preciso no olvidarse de su vida
como apóstol seglar, pues se ordenó
de sacerdote sólo cuando estaba a
punto de cumplir los 36 años. Po-
dría llamarse, como ahora se dice,
una vocación tardía. Pero durante
su vida de laico se empleó en la asi-
dua oración y en obras de apostola-
do y caridad, como visitas a los
hospitales (pues entonces estaban
muy desatendidos), servicio de los
peregrinos y atención a los jóvenes.
El origen o principios del Orato-
rio puede fijarse en el año 1552,
cuando san Felipe empezó a reunir
en torno suyo a un pequeño grupo
de jóvenes laicos con quienes tenía
encuentros informales en su cuarto
para orar, leer y comentar la pala-
bra de Dios en forma dialogada. Es-
tos encuentros que gradualmente
asumieron una forma más definida
con la música y conferencias, fue-
ron más tarde llamados «Oratorio,
es decir, lugar para la oración y
modo especial de "orar". Éste es el
origen del nombre «Oratorios, que
más tarde se utilizó para aplicarlo
a la Congregación del Oratorio, es
decir, el nombre que actualmente
llevamos los que intentamos conti-
nuar su obra, ser fieles a su espíritu
y mantener su estilo. Cuando su fiel
discípulo, Tarugi, intenta resumir lo
que constituía la esencia del Orato-
rio, dice: «El pensamiento de nues-
tro santo fundador ha sido que su
Instituto tuviese por función propia
y particular la de anunciar la pala-
bra de Dios cada día de la semana,
como en los domingos». Y también
decía: «El Oratorio y la oración son
el fundamento de la Congregación».
Decíamos que tenía importancia
la vida de san Felipe como seglar y,
del mismo modo, decíamos que él,
en principio, no pensaba en funda-
ción alguna. Lo importante del lla-
mado espontáneamente «Oratorio
por sus primeros seguidores, eran
los laicos que se agrupaban en tor-
no a Felipe. Después se pensó en
que algunos recibieran el orden del
presbiterado con el fin de poderles
atender. Y es que el número de dis-
cípulos, especialmente jóvenes, fue
creciendo de tal modo, que le era
imposible atenderlos él solo. Fue
entonces cuando decidió que algu-
nos de sus discípulos se ordenaran
sacerdotes. Entre los primeros se
cuentan el citado Tarugi y Baronio,
Éste emprendió una expurgación
7 (87)
crítica del Martirologio Romano y
emprendió la monumental obra de
los Anales Eclesiásticos), compa-
rable, desde el lado de la Historia, a
la que antes legara a la Iglesia san-
to Tomás con la Suma, en Teología.
Poco hacía que un papa austero
y reformador, como lo fue Pío V,
había prohibido nuevas fundacio-
nes e impuesto votos a las existen-
tes, cuando otro papa, experto juris-
ta y lleno de sentido común, quiso,
sin que lo buscara el propio san
Felipe, que el Oratorio adquiriera
naturaleza institucional y lo erigió
en «Congregación del Oratorio,
por la que, directamente, entraba
en el derecho pontificio, mediante
la Bula de 15 de julio de 1575. El
mismo año se levantó una iglesia
nueva ―se llama todavía «la Chie-
sa Nuova»― donde reposa, en su
altar san Felipe, venerado por toda
Roma. Y, frente a ella, mana una
fuente de agua buenísima, que re-
cuerda el nombre antiguo del lu-
gar: «Santa Maria in pozzo bianco».
Desarrollo del Oratorio
EL Oratorio se extendió rápi-
damente en los siglos XVII y
XVIII, en los que ejerció considera-
ble influencia. Oratorios se funda-
ron en Italia, España, Portugal, Po-
lonia, Alemania, México, Sudamé-
rica, Estados Unidos, Malta, Ceilán,
Canadá. En Francia fue introduci-
do por Berulle, en 1611, como un
cuerpo centralizado, lo que le dis-
tingue del modelo original romano,
que es el adoptado en todas partes,
excepto en Francia, sin que ello im-
pida la relación fraternal con todos.
Tiene importancia la mención de
Inglaterra, donde en el siglo pasado
Newman encabezó el llamado «Mo-
vimiento de Oxford», que originó
gran cantidad de conversiones al
catolicismo y él mismo, una vez in-
gresado en la Iglesia romana, em-
prendió la fundación del Oratorio
en Inglaterra, donde con denodado
y generoso esfuerzo, hizo tanto por
reformar y renovar la vida intelec-
tual del catolicismo del siglo XIX y
cuya influencia se deja sentir aún
más en el siglo XX. Newman tie-
Para mí lo más importante no es hacer conversio-
nes, sino edificar la fe de los católicos.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
8 (88)
ne la talla, según el papa Pío XII,
de un Doctor de la Iglesia y de un
Santo.
Es verdad que las leyes de des-
amortización y de reforma fueron
particularmente perjudiciales para
muchos Oratorios, dada la autono-
mía que les caracteriza. Pero en la
actualidad nuestras leyes internas
contemplan la posibilidad de cons-
tituir Federaciones, con base regio-
nal, o cultural, o apostólica, que
permiten, sin menoscabo de la pro-
pia fisonomía de cada Congrega-
ción, mayores garantías apostólicas
e institucionales.
La vocación de un oratoriano
SI tenemos en cuenta a san Feli-
pe, es evidente que no se puede
tomar el Oratorio como una simple
fórmula de vida común entre cléri-
gos y laicos. El Oratorio no es una
pensión. Y por eso hay que enten-
der el espíritu de san Felipe como
algo verdaderamente especial a lo
que se quiere ser fiel, con el propó-
sito serio de entregarse a la vida
evangélica y apostólica en una de-
terminada comunidad o Congrega-
ción. Habrá que purificar las inten-
ciones y aplicar a ellas la generosi-
dad. Ello hará sencilla la entrega,
si se acompaña de confianza en la
gracia y ayuda de Dios.
En el Oratorio reina el orden y
la laboriosidad, si bien con mayo-
res oportunidades que en otras par-
tes para la oración, la lectura y el
estudio, lo cual no sólo facilita el
acercamiento a Dios, sino que pre-
para para una mejor semejanza a
Santo que queremos imitar y para
el servicio de la Iglesia y las almas.
Se equivocaría quien imaginara en-
contrar en el Oratorio un camino
que le llevara a la fama. San Felipe
fue muy estricto en lo que conside-
raba esencial para la vida en co-
mún. Más tarde, Newman, que ha-
bía fundado el Oratorio en Inglate-
rra, comentaba un texto paulino
aplicándolo a la vida de comunidad
en el Oratorio, y decía que ésta só-
lo es posible cuando se anuda a tres
ataduras: el amor, la obediencia y
el acuerdo de las mentes —"intel-
lectual agreement"— y acentuaba
la importancia de este tercer ele-
mento, sin el cual es inútil insistir
en los dos primeros.
Cualquiera que pensara venir al
Oratorio, debería considerarlo no
como una solución para su vida,
ni como un refugio, decía el padre
Faber. El que viniere al Oratorio
debería estudiar a san Felipe y
debería querer ser santo. Y sería,
además, feliz.
«Dadme diez hombres desprendi-
dos del mundo ―decía san Felipe―
y convertiré el mundo con ellos».
9 (89)
San Felipe, apóstol de la conversión
NO se puede comprender el apostolado de san Felipe
Neri en la Roma del s. XVI, con sólo considerarlo desde la
vertiente de su vida de sacerdote que, como sabemos, abarca
los últimos cuarenta y cuatro años de su vida, dado que fue
ordenado cuando le faltaba poco para cumplir los treinta y
seis. La figura de san Felipe sacerdote es importante porque
completa su personalidad apostólica; pero no se puede pres-
cindir de un precedente que la determina y marca profunda-
mente, con un estilo que hace de san Felipe un sacerdote del
todo especial: en su época muchos accedían al sacerdocio o
para huir del mundo en busca de una vía de más segura san-
tificación, o —incluso sin dejar de lado el sentido piadoso de
ejercer con rectitud los sagrados ministerios― para procurar-
se una sustentación decorosa y respetable dentro de la estruc-
tura clerical. Inimaginable esta segunda motivación, ni siquie-
ra remota. En cuanto a la primera, él mismo había repetido
muchas veces, «que no creía haber dejado el mundo nunca»,
y no lo aseveraba por pura exageración humilde, sino porque
¿dónde habría podido ejercer el bien o convertir a pecadores,
si no en medio del mundo? En efecto, durante su vida laical,
Felipe se mueve por calles y barrios romanos, por tiendas y
bancos, y trata espontáneamente con todo el mundo, no para
concesiones disipadoras de aquella tensión interior a que ha-
bía llegado por su intensa dedicación a la plegaria y al estu-
dio y meditación de Dios, sino para convertir a los que le tra-
10 (90)
tan, del pecado a la reconciliación con Dios, o de la tibieza al
fervor apostólico. «¿Qué hacéis? —solía decir―. Ya es hora
de despertar y convertirse y obrar el bien».
Cuando Persiano Rosa ―un sencillo y ejemplar sacerdo-
te― le convence para que reciba el presbiterado, no lo acep-
tan Felipe para cambiar de vida, sino para poder mejor
seguir haciendo lo que ya le ocupaba del todo en su vida de
seglar. Cuando, más tarde, siendo ya sacerdote, se encuentra
con que no alcanzaba a atender al grupo de adictos que tenía
que formar y educar en la fe y en la práctica de la oración,
y con que le van viniendo nuevos convertidos, que siempre
encontraba porque siempre buscaba, no le queda más re-
medio que hacer ordenar a alguno de los primeros conver-
tidos más fieles para que le ayuden e imiten en esa tarea
inaplazable y creciente. Lo que luego será la «Congregación
del Oratorio», no procedería de un proyecto fundacional pre-
determinado, sino que resultaría de su espontaneidad apostó-
lica, la cual, llegado el momento y sin pretenderlo directa-
mente el mismo san Felipe, el papa Gregorio XIII se apresu-
raría a legitimar dándole su original forma jurídica.
Desde su vida de seglar, por donde pasaba san Felipe ha-
cía el bien y convertía y comprometía sin concesiones para
el apostolado a los que se le acercaban. De sacerdote, hizo lo
mismo, y con más medios. Por esta razón no es exacto darle
al Santo otras calificaciones que no sean subsidiarias de ésta
11 (91)
que abarca todo el sentido de su vida y de su apostolado: la
oración para la conversión, los sacramentos para la conver-
sión, el ejercicio de las obras de caridad para la conversión,
el gozo y la alegría de hacer el bien para la conversión...
Ese vuelco del alma hacia Dios, en la oración, en la euca-
ristía, en la lectura de la palabra de Dios, en la obra de mise-
ricordia realizada sin ostentación, viendo a Jesucristo en el
pobre o en el desorientado... él la había experimentado y
hasta el final de su vida cada misa le sacudía de nuevo el co-
razón, y cuando perdonaba en el sacramento de la peniten-
cia, y cuando se perdía en el pensamiento elevado a Dios...
Solamente el que se ha convertido y se convierte todavía,
puede y sabe y sirve a Dios para convertir a otros; el que no
tiene experiencias de conversión propia o las olvida, no con-
vierte a otros, y sólo administra, si acaso, lo santo. Éste no era el
caso de san Felipe sacerdote, el gran convertidor de Roma, el
que transformó no sólo a docenas y cientos de pecadores, sino
la entera ciudad, entonces paganizada, y cambió en fervorosa.
Simpático y amigo especialmente de los jóvenes, a mu-
chos rescató de la vagancia y el pecado, sin tener que con-
descender, para atraerles, con profanidades o halagos disi-
padores. Es natural que los sacramentos, y también el de la
penitencia, entraran en el proceso de sus conversiones, y que
fue, además, un experto formador y orientador de conciencias,
pero sin perder el mismo ni hacer perder el tiempo a nadie
con evasiones sentimentales o cultivo de clientelas narcisistas.
Amó siempre a todos, y amo a Roma a pesar de no ser roma-
no, logrando con su larga dedicación, que admitiera la sinceri-
dad de una alternativa radical para pasar, entonces, la ciudad
de los Papas, de la mediocridad rutinaria e indolente hasta
pecadora, al fervor gozoso de la vida cristiana redescubierta,
en la oración, en la eucaristía, en la palabra de Dios, en las
obras de misericordia.
12 (92)
El primer Oratorio
de España: Valencia
EL PRIMER Oratorio español se fundó en la ciudad de
Valencia, en 1645. A partir de esta fundación, y en el
transcurso de casi dos siglos, se multiplicaron las Con-
gregaciones del Oratorio por la geografía española
hasta alcanzar la treintena. Pero la desamortización
de Mendizábal (1837) resultó sumamente perjudicial para las
casas del Oratorio como para otras comunidades, si bien luego
muchas de sus iglesias e incluso casas fueron recuperadas, pero,
al no existir un organismo que representara a todos los orato-
rianos (como existe en la actualidad, dado por la S. Sede, en
nuestras Constituciones y Estatutos), se desplazó la recupera-
ción de los bienes propios del Oratorio hacia las respectivas
diócesis en cuyo marco se hallaban establecidos; otras veces
fue una absorción para prevenir y evitar, precisamente, los efec-
tos desamortizadores. No muy lejos de nosotros se encuentran
nombres de ciudades que fueron sede de antiguos Oratorios
desaparecidos en la actualidad, por aquellas causas: Villena,
Madrid, Murcia, Granada, Córdoba, Valencia... Al de esta
última ciudad queremos referirnos ahora, porque fue el prime-
ro de los fundados en España, y el que dio lugar a las demás
fundaciones no sólo españolas, sino americanas. Respecto de
éstas, bien puede decirse, en honrosa compensación, que el pa-
dre Pérez de Espinosa, fundador del Oratorio de San Miguel
13 (93)
de Allende, en México, vino a restaurar el Oratorio español de
Córdoba y fundó luego (1742) el de Málaga.
La primera noticia
de s. Felipe Neri
en España
El doce de marzo de 1622 el papa Gregorio XV cano-
nizaba a nuestro Padre san Felipe Neri, que era aclamado
por todo el pueblo romano, como Patrono de la ciudad
de los Papas. En aquella primavera se hallaba en la ciu-
dad de Valencia un noble florentino, llamado Paolo Anto-
nio Giuliani, quien al recibir la noticia de que su paisano
acababa de ser elevado al honor de los altares, se creyó
obligado a celebrarlo dedicándole tres días de culto en
la iglesia de san Andrés. Acudió a las celebraciones gran
cantidad de gente, tanto de la nobleza como del pueblo
sencillo, y muchos eclesiásticos. No satisfecho con ello, el
Giuliani quiso sufragar la construcción de un hermoso
altar dedicado a san Felipe.
La primera "vida"
de san Felipe
publicada en España
Pero la Providencia iba tejiendo el modo de difundir
todavía más, entre el noble pueblo valenciano, el interés
y la devoción por el nuevo Santo. Por el año 1611, el joven
Luis Beltrán Marco, nacido en la ciudad del Turia, hubo
de trasladarse a Roma para resolver asuntos profanos.
Ali luto noticia de san Felipe, ya popular y famoso por
su santidad, a pesar de no haber alcanzado todavía la
canonización. Luis Beltrán se sintió atraído por la figura
de Felipe, hasta entrarle deseos de mudar su vida, dema-
siado mundana, y consagrarse enteramente a Dios. Así lo
hizo tomando el hábito de dominico, y poniéndose a escri-
bir la Vida de san Felipe, como agradecimiento a la pro-
pia conversión, que le atribuía. Esta Vida de san Felipe
es la primera que se imprimió en España (1625) y su au-
tor la dedicó al compatricio de san Felipe y huésped va-
lenciano Paolo Antonio Giuliani, que inauguró el culto al
Santo en España, y precisamente en Valencia.
Los fundadores
La difusión de este libro despertó una corriente de in-
terés y devoción, que concitaba, al poco tiempo, a cuatro
ejemplares valencianos, dispuestos a fundar un Oratorio
en Valencia, para imitar al Santo y repetir allí su acción
apostólica. Tres de ellos eran sacerdotes doctos virtuo-
sos, y se llamaban Felipe Pesantes, Francisco Sorela y
Juan García. El cuarto era un hombre insigne por su no-
14 (94)
bleza bleza y ejemplaridad cristiana, y se llamaba Miguel Cer-
vellón, casado con Vicenta Mompalau, hija de los barones
de Gestalgar. Lo singular de este matrimonio de la noble-
za valenciana, fue que se pusieron de acuerdo para en-
tregarse cada uno enteramente a Dios, y mientras él se
preparaba para el sacerdocio en vistas a la proyectada
fundación, ella tomó el hábito franciscano en el convento
de la Trinidad de Valencia.
Ya estaban dispuestos los cuatro candidatos para la
fundación, pero carecían de experiencia para aquel nuevo
método de vida, tan diferente del comúnmente tenido por
los religiosos. Tampoco fue posible obtener el traslado a
Valencia de algún padre experimentado del Oratorio de
Roma, o del de Nápoles, para que les iniciara y acompa-
ñara en aquella santa aventura. Pero mientras buscaban
cómo resolver ésta y otras dificultades, Dios preparaba
el modo para dar un comienzo sólido al tan elevado pro-
yecto.
Luís Crespi
de Borja
Un pavorde de la iglesia metropolitana de Valencia,
Don Luís Crespi de Borja, hubo de pasar a Roma con el
encargo de resolver un problema de aquel cabildo, y a
Roma partió el año 1633, donde no tardó en establecer
un contacto espontáneo con la Congregación del Oratorio
de Roma, y tan asiduo se mostraba en la asistencia a los
ejercicios del Oratorio y en la amistad con algunos de los
Padres que casi lo confundían con ellos. Contaba a la sa-
zón veintiséis años y ya estaba dispuesto a pedir el ingre-
so en el Oratorio romano, cuando, con buen sentido, el
padre Giacomo Bacci (célebre por la biografía que escri-
bió de san Felipe) le disuadió para que volviera a España
«porque será grande el fruto que sacaréis en Valencia».
El crucifijo
de san Felipe
Al regresar a Valencia, no se habían enfriado los áni-
mos de los proyectos allí nacidos, aunque sí había falleci-
do el admirable y generoso don Miguel de Cervellón. Pero
don Luís Crespi regresaba precisamente en el momento
en que ya se disponía a partir para Roma, con objeto de
practicar una experiencia de la vida oratoriana, el más
entusiasta de los candidatos, el presbítero Felipe Pesantes.
Mas ya no era necesario tal viaje al reunirse el recién lle-
gado con el pequeño grupo original, que comenzaba a ver
los cielos abiertos a sus esperanzas. Por motivos parecidos
a los que llevaron al Crespi a Roma en su primer viaje, →
15 (95)
hubo de hacerlo, al poco, por segunda vez, lo cual conso-
lidó la preparación que era necesaria para que todo se
hiciera del mejor modo, en aquella fundación. Los Padres
del Oratorio romano regalaron al Crespi un crucifijo de
san Felipe que luego sería colocado en el altar mayor de
la iglesia del Oratorio de Valencia.
Comunidad
valenciana
del Oratorio
Ya en Valencia, no fueron fáciles los primeros pasos
de la fundación del Oratorio, pues la novedad de modo
de vida consagrada a Dios, tan diferente de la de los re-
ligiosos, no parecía que ofreciera garantías ni para el sus-
tento, ni para la perseverancia de sus miembros, ni para
la eficacia de sus virtuosos propósitos. Finalmente, y aun
careciendo de iglesia propia, se allanaron las dificultades,
y el 8 de septiembre de 1645, quedaba establecida la Con-
gregación del Oratorio, que nacía, por decirlo así, en casa
ajena, pues el Sr. Arzobispo, Fr. Isidoro Aliaga, les cedía
provisionalmente la iglesia de san Juan.
La peste de 1647
En este momento constituían la comunidad, junto a
Luís Crespi de Borja, los también sacerdotes Felipe Pe-
santes y Boil, Luís Escribá y Zapata, y Juan Jerónimo
Perlusa; pero enseguida se les agregaron Luís de Liñán,
Gaspar Tagüenga y Felipe Bresa. Iniciaron la vida común
en una casa que adquirieron en las inmediaciones de san
Juan del Hospital. Iban a iniciar la construcción de una
iglesia propia y casa más adecuada, cuando, en 1647, una
epidemia de peste se abatió sobre la ciudad. Lo que pare-
cía un gran impedimento para la consolidación del na-
ciente Oratorio, se convirtió, en cambio, en ocasión de ge-
neroso y ejemplar apostolado de sus miembros, los cuales
se prodigaron en trabajos y obras de misericordia y cari-
dad, que les granjearon la estima y veneración de pueblo
y autoridades. El mismo Crespi fue solicitado por el mo-
ribund Arzobispo para que le asistiera en su agonía y
piadosa muerte.
"Els Santets"
Pasada la calamidad de la peste, se dispusieron a lle-
var adelante la construcción de iglesia y casa para la jo-
ven Congregación del Oratorio, y encontraron lugar cerca
de la calle del Mar, en un barrio llamado de los "Santets"
(por la tradición de las escenificaciones populares, toda-
vía conservadas, relativas a la vida de san Vicente Már-
tir). Un historiador de la época ―Fr. Tomás de la Resu-
rrección, trinitario―, se complace en comentar como muy
16 (96)
apropiado el nombre del barrio ("Santets": santitos) con
la ejemplaridad y virtudes de aquellos nuevos moradores,
pequeños en numero, pero humildes y laboriosos en la
caridad y la predicación de la palabra de Dios. Algunos
quisieron interpretar la edificación de la nueva iglesia y
la presencia de aquellos ejemplares sacerdotes, precisa-
mente en aquel lugar, como si Dios hubiese querido puri-
ficar y santificar, de esta manera, un lugar de la ciudad
hasta entonces demasiado profano, como si "una casa de
oración" (Oratorio) viniera a substituir los excesos del
jolgorio de tascas, casas de juego y lugar de las "come-
dias", pues el emplazamiento de la nueva casa e iglesia
se situaba ―y continua en pie― al final de la calle de las
Comedias en la plaza llamada entonces de la Congrega-
ción (porque estaba frente a la Congregación del Orato-
rio), aunque luego ha recibido otros nombres.
Otros, sin embargo, han querido relacionar lo de las
"comedias" con la alegría, con el arte y la festividad, tan
peculiar del espíritu de san Felipe, quien con gran maes-
tría supo combinar el gozo y disfrute de lo bello (poesía,
música, arquitectura... naturaleza), con la oración y el
amor a Dios, al fin y al cabo autor de la vida, cuya bon-
dad y hermosura solamente destruye la malicia y lo que
verdaderamente sea pecado.
Oratorio y
Universidad
Otro detalle tiene especial importancia, y es la proxi-
midad del nuevo Oratorio a la Universidad de Valencia.
No es el lugar de exponer las biografías de los primeros
miembros del Oratorio valenciano; la mayoría de ellos se
habían doctorado en aquella Universidad y, en concreto,
dos de ellos (el propio Crespi y el padre Domingo Sarrió,
que convivió con él en la Congregación, al poco de funda-
da), ocuparon cátedras de teología y sagrados cánones en
la Universidad. Pero más importante que esta docencia,
fueron las actividades y trato con la juventud estudiantil
y el apostolado y orientación humana y cristiana a la que
se mostraban abiertos.
El padre Tosca
A este espíritu cristiano y sentido cultural, que ya dis-
tinguid al primer Oratorio de san Felipe ―¡no se puede
olvidar que era un florentino, aunque santo, del Rena-
cimiento!― habría que añadir otros nombres posteriores
que, en el Oratorio de Valencia, junto a una vida apostó-
lica, fueron fieles a la propia ciudad y luminosos por la
17 (97)
proyección de su saber, generalmente con sentido marca-
damente renovador. Bástenos citar el nombre del padre
Tomas Vicente Tosca (1651-1725), filósofo, matemático,
astrónomo..., conocido más generalmente por haber dise-
ñado el plano de la ciudad de Valencia, con una perfec-
ción que le sitúa a la cabeza de los que, en Europa, hi-
cieron algo parecido con otras ciudades. Aunque lo más
destacado del padre Tosca ―que también profesó en la
Universidad de Valencia― seguramente fuera la aporta-
ción que hace en su «Compendio Mathematico» al pre-
sentar la física como una disciplina "positiva" y no ―ha-
ce notar el Dr. José M." López Piñero― como un tratado
filosófico al uso de entonces, con criterios escolásticos,
sino como una síntesis de las «ciencias que tratan de la
cantidad».
... "Días llenos"
Pero el padre Tomás Vicente Tosca es una figura su-
ficientemente importante para que, en otra ocasión, le de-
diquemos alguna página especial. Y lo mismo cabría
decir del primer Prepósito del Oratorio de Valencia, el
padre Felipe Pesantes, y, sobre todo, del padre Luís Cres-
pi de Borja que, si murió en edad todavía temprana para
ser llamada vejez, mereció en su epitafio ―que puede leer-
se en su sepulcro, en la iglesia del Oratorio de Valencia
(ahora en posesión de la mitra, y conocida como iglesia
parroquial de santo Tomás y san Felipe)― cuando se dice
que «murió a los cincuenta y cinco años, no lleno de días,
pero sí de días llenos».
La conciencia tiene derechos porque tiene obli-
gaciones, pero en nuestra época para una gran
parte del público, el derecho mismo y la liber-
tad de conciencia consiste en acabar con la
conciencia e ignorar al Legislador y Juez, y sen-
tirse independiente de toda obliga-
ción que no se ve.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
18 (98)
Almas
oxidadas
MUCHOS hombres son abier-
tamente contrarios a la
religión o desobedecen de
modo manifiesto sus preceptos: pe-
ro fijémonos más bien en aquellos
que tienen costumbres más sobrias
o una actitud mental más concien-
ciosa. Estos poseen alguna buena
cualidad e incluso son, en un cierto
sentido religiosos; pero no están des-
piertos y vigilantes. En pocas pala-
bras, su concepto de la religión es
éste: amar a Dios, está bien, pero
también amar este mundo.... sirven
a Dios y lo buscan, pero consideran
este mundo como si fuese eterno y
no solamente el escenario temporal
de sus deberes y de sus privilegios,
y jamás toman en consideración la
posibilidad de ser separados de él...
Su error consiste en identificar a
Dios con este mundo, y consiguien-
temente permanecer en un estado
de idolatría respecto a este mundo;
y de este modo se desembarazan de
la molestia y de la fatiga de tener
que buscar a su Dios, desde el mo-
mento en que ya lo han encontrado
en los bienes de esta tierra, o al me-
nos así lo creen... Están pegados al
dinero, a su posición social, al buen
nombre que conservan frente a los
demás, a la propia influencia. Es
posible que mejoren en su conduc-
ta, pero no en sus radicales aspira-
ciones; caminan, pero no se elevan:
se mueven a ras de tierra y, aunque
caminaran durante siglos, no se
colocarían jamás por encima de la
atmósfera de este mundo...
Sin pretender negar a tales per-
sonas un elogio por sus buenas cos-
tumbres y por sus prácticas religio-
sas, hay que decir que les falta un
corazón capaz de sensibilizarse pa-
ra dirigir el pensamiento a Cristo y
vivir en su amor. El aire del mundo
tiene un terrible poder, un poder
que se puede decir que oxida el
alma... Y como un óxido que ataca
el metal y lo corroe, de este mismo
modo el espíritu mundano penetra
cada vez más profundamente en el
alma que lo acoge…
Hermanos míos, pedid a Cristo
que os dé un corazón para buscarle
a él con sinceridad; no os dejéis
engañar por lo que son solamente
sombras de religión., palabras,
disputas, nociones, declaraciones y,
más que nada, excusas... Pedirle
que os dé un corazón como dicen
las Escrituras «sincero y bueno» o
también «un corazón perfecto» y,
sin perder tiempo, empezad ense-
guida a obedecerle con ese corazón
renovado.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
19 (99)
MIÉRCOLES, DÍA 26 DE MAYO,
FIESTA DE
SAN FELIPE NERI
FUNDADOR DEL ORATORIO
DAREMOS GRACIAS A DIOS
EN LA MISA DE LAS 8 DE LA TARDE
CON TODOS LOS AMIGOS QUE NOS ACOMPAÑEN
EN TAN GOZOSA CELEBRACIÓN.
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de san Felipe Neri, 1 - Apartado 182. Albacete - D.L. AB 108/62 - 1.5.82
20 (100)