Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 196. JUNIO. Año 1982
SUMARIO
LA FE no es la contemplación ensoñada de la inmen-
sidad de Dios, sino nadar en ella, como en un mar
que no nos resignamos a mirar desde la quietud de
su orilla. Por esto la fe transforma la vida, porque
la libera de los límites de los intereses y del tiempo. La fe
todavía es tiempo, pero no es solamente tiempo. Cuando
la Iglesia, o los hijos más insignes de la Iglesia son juzga-
dos desde el mundo, o con criterios extraños al Evangelio,
suelen llamar "extraordinario" a lo que se inscribe, sim-
plemente, en la lógica del orden de la fe, a lo que es
"ordinario" si se tiene en cuenta a Dios, y al hombre y al
mundo referidos a Dios.
LA FE
UNA VERDAD VIVIENTE
LA FE FORMAL
«OBEDIENCIA Y PAZ»
DIOS, AMIGO DEL CORAZÓN HUMANO
LA FE Y LA CONCIENCIA EN NEWMAN
LA CULTURA PENDIENTE
FE E INTELIGENCIA
1 (101)
LA FE
La fe no es esperar,
la fe no está en los sueños;
la fe es lucha tenaz del hoy y del mañana;
la fe es la hoz en mano ante la mies,
la fe es abrir los brazos.
La fe no vive del recuerdo del pasado.
No esperes cosechas
que no hayas sembrado.
Ni el árbol da frutos si no lo han podado.
Hay que trabajar,
regar con sudores,
vencer el quebranto cansado de dar.
El viento arrastró
los sueños pasados
el sol nos marchita las flores del día.
Por eso es preciso que nazcan más flores.
Olvida la noche,
olvida los miedos.
Separa las nubes que ocultan la luz.
Abramos los ojos...
Es largo el camino.
No queda más tiempo al tanteo, al error.
Es preciso seguir adelante
sin dar pasos en falso.
Solamente el trabajo fecunda la tierra,
mientras nacen más flores, más flores...
LI. Llach,
(traducción)
2 (102)
Una verdad
viviente
LO DIFÍCIL no es llegar a conocer una verdad, sino vivirla. Esa verdad
vivida, para el cristiano, es la fe, y el espacio para vivirla es la Iglesia.
Con esas solas afirmaciones casi condensamos todo lo Newman
piensa sobre alma, Iglesia, vida y fe.
Pero, ¿cómo se llega a esa vida, a esa verdad y fe vivida? Espontánea-
mente imaginamos la fe como algo especulativo que, para el creyente, cons-
tituye el contenido intelectual de una adhesión mentalmente aceptada. Nos
cuesta bajar de la inteligencia, desmenuzar la contemplación conceptual
de Dios y de sus misterios, y por eso, desde el postulado absoluto de la bon-
dad divina, deducimos normas reflejadas en la conciencia humana, para un
ajuste moral de la conducta que ha de hacer al hombre bueno. Sin embargo,
Dios queda distante, a Dios seguimos contemplándole o refiriéndonos a él
desde lejos, cuando es evidente que lo inserido en la vida exige cercanía,
proximidad hasta moverse, de ser posible, con el mismo latido que con-
tacta.
Los seres humanos, cuando queremos acercarnos y elevarnos a esa
convivencia identificante, no ya en metáfora, sino en la realidad del modo
y la medida de como nos es posible, hablamos de amor y de amistad, por-
que es lo que más acerca las vidas, cuando estas se toman como bien reci-
proco, real y verdadero. La verdad del ser y del bien se vive en la amistad
y el amor. Así, Cristo, después de haber hablado de verdad y de vida, de
verdad que había de liberar, y de vida que había que participar desde el,
con él, dice a los suyos: «Vosotros sois mis amigos». Y fue en este momento
cuando echó las raíces a la Iglesia, porque la Iglesia iba a ser la fraterni-
dad de los "amigos" del Señor.
Si quisiéramos explicar de otro modo lo que es el Cristianismo a los hom-
bres del mundo, sólo podríamos hacerlo recortando o deformando su reali-
3 (103)
dad, y la información que recibirían sobre la Iglesia, no pasaría de tomar-
la como poco más que una sociedad moralizadora, o una internacional
de las almas y del culto, o una alianza para el espíritu, o un seguro de
salvación para los perseverantes... Cuando resulta que la Iglesia es más.
La Iglesia es el ámbito para vivir la fe, y la fe es la verdad del amor que
Cristo nos tiene ―«vosotros sois mis amigos»―, una verdad vital, que da vida,
que transforma la vida, que es para la vida y que es vida: «It is a living truth
which never can grow old»: es una verdad viviente que jamás podrá enve-
jecer. Una verdad que comenzó, que comienza, todavía, en la tierra y que,
por eso, ha de acabar y caber en el cielo: «Vosotros ―la Iglesia― sois mis
amigos». Ésa, centrada en Cristo, es la verdad viviente de la fraternidad de
sus "amigos", desde aquí y para la eternidad.
De la misma manera que no me creo en el deber
de emprender cosa alguna para debilitar a la Igle-
sia de Inglaterra tal y como está actualmente, es-
taría aún menos dispuesto a hacerlo con Oxford.
Pues esta Universidad ha sido hasta ahora la cáte-
dra de las tradiciones que constituyen, de hecho,
todo el conjunto de doctrina y de principios cató-
licos que encontramos en la Iglesia anglicana. Sé
muy bien que en ella se encuentran también tra-
diciones erróneas. Igualmente sé que hay una co-
rriente reciente de escepticismo у de ateísmo; pero
mientras las cosas no cambien más, debilitando a
Oxford debilitaríamos a nuestros amigos, debilita-
ríamos lo que fue para nosotros, de hecho, el pe-
dagogo (ese servidor que en Grecia tenía el encar-
go de acompañar a los niños al maestro que debía
instruirlos) que nos condujo a la Iglesia. Porque no
son los católicos quienes nos han hecho católicos,
sino que es Oxford quien nos ha hecho católicos.
J. H. Newman, C. O.
4 (104)
LA FE FORMAL
NOS REFERIMOS a Newman.
Él entendía por fe formal la
que se podía llamar fe de la
inteligencia y de la conciencia, en
contraposición a la fe material o fe
de la rutina, que no se esfuerza en
iluminarse con la claridad sobrena-
tural de la verdad de Dios, ni saca
todas las consecuencias a que com-
promete la conciencia que abraza
la fe.
Pensaba también que las formas
con que se presentaba y exponía
la fe católica, resultaban inadmisi-
bles al espíritu crítico de los hom-
bres de ciencia, aun en el caso de
hombres honrados y serenos en su
negación de Dios. Le confirmaba
en esta convicción la amistad que
tenía con algunos de ellos, como
William Froude, Mark Pattison,
Blanco White...
Pero es que, además, estimaba
que, de no renovarse las formas de
exposición de las verdades cristia-
nas, se perjudicaba a los mismos
fieles católicos, que degeneraban
hacia una fe material, acomodaticia,
rutinaria. No comprendía el prurito
"apostólico" de ciertos católicos
―incluso de la jerarquía― preocu-
pados por batir récords de conver-
siones al catolicismo. Creía poco
en este celo y poco en las conver-
siones apresuradas: el celo mal en-
tendido era un ansia triunfalista
que quería imponerse, o un fana-
tismo que se contagiaba, y las con-
versiones no profundizadas, fruto
de la sugestión en un espíritu su-
perficial. Escribía a una persona
recién convertida, agobiada por
dudas: «Veo que usted ha entrado
demasiado pronto, porque otras
muchas personas son recibidas así.
No conocen aún su religión, y por
ello después surgen las dificultades
que deberían haber sido conside-
radas antes de convertirse al Cato-
licismo. La fe es un don de Dios, y
un mero deseo o una decisión de
incorporarse a la Iglesia no es sufi-
ciente para que equivalga a la fe...
Sin embargo, diga al Señor: "au-
menta mi fe", y vaya a Misa con
esta plegaria».
Newman insistía en un plantea-
miento más razonable de todo lo
5 (105)
que deba ayudar a la ilustración
de la fe. «Yo soy católico, escribió
en su Apología, a causa de mi fe
en Dios». La fe, la buena y verda-
dera fe, conduce al Catolicismo. Él
fue un buen católico porque había
sido un buen protestante. La fe no
es una cuestión de alistamiento, si-
no un compromiso con Dios que
transforma la vida del que lo acep-
ta honestamente, mirando a Dios.
Decía también: «Desde que me
convertí al Catolicismo... no tengo
conciencia de haber tenido ningún
cambio ni intelectual ni moral que
se haya impuesto a mi mente. No
soy consciente de haber adquirido
una fe más fuerte en las verdades
fundamentales de la Revelación, ni
de haber adquirido un mayor con-
Cuando un país hace mu-
cho caso de la religión
y se felicitan al ver el
interés general que se le
concede, cualquier espí-
ritu prudente se sentirá
inquieto, temiendo que
se trate de alguna falsi-
ficación y no de la ver-
dadera religión; de al-
sueño humano, y
no de las verdades de
la palabra de Dios.
J. H Newman, C.O.
trol de mí mismo; ni mayor fervor;
sino que ha sido como llegar al
puerto después de atravesar un mar
tormentoso; y la felicidad que de
ello se derivó permanece sin inte-
rrupción hasta el día de hoy».
No se tiene fe porque se acepta
una ideología que la Iglesia nos
impone u ofrece: «La Iglesia no
fuerza a aceptar la fe, sino que es
la fe la que me hace aceptar la
Iglesia. La fuerza es la fe. Pero la
fe es un don de Dios que sólo se
obtiene después de merecerlo con
mucha oración».
«Se quejan de mí porque no hago
conversiones... Antes de preparar
conversiones para la Iglesia, hay
que preparar a la Iglesia para las
conversiones».
Newman sufrió mucho, entre los
mismos católicos a causa de la in-
comprensión de sus ideas, que más
tarde se aceptarían como clarivi-
dentes y que siguen teniendo vali-
dez en nuestros días.
Ya anciano y cardenal, había
proyectado un viaje a Roma para
entrevistarse con León XIII y pro-
ponerle nuevas formas de que de-
bería valerse el sistema de educa-
ción entre los católicos». Él no era
un elitista, pero tenía gran confian-
za, como buen universitario, en la
buena formación de minorías: «To-
do cambio notable ha sido realiza-
do por pocos, no por la multitud...;
la multitud puede deshacer mu-
6 (106)
chas cosas, pero solamente hacen
aquellos que de un modo especial
están entrenados para la acción».
En otra ocasión, precisamente
chanceándose a propósito de su
reciente cardenalato y su posible
(?) "ascenso" al papado, dejando a
un lado la broma y centrando las
palabras sobre lo que juzgaba más
importante para el bien de la Igle-
sia y su apostolado, decía que «si
él fuese Papa, su primer acto de
gobierno consistiría en nombrar
una comisión encargada de com-
parar las conclusiones de la ciencia
con los datos que ofrecían las ense-
ñanzas tradicionales en lo que se
relacionaba con los estudios bíbli-
cos y la historia de los orígenes del
Cristianismo».
Creyó entrever el futuro no muy
lejano del mundo, polarizado en
dos grandes grupos humanos: por
una parte un Catolicismo renova-
do y, por otra, el mundo de la
incredulidad apoyado en argumen-
tos sacados de la ciencia. Los cri-
terios intermedios imaginables en-
tre estas dos posiciones extremas,
podrían mantenerse y gozar de
alguna representación durante el
curso del siglo XIX, pero luego
irían decayendo y acabarían, en
todo caso, por evolucionar de mo-
do que se integrarían en
otro de los dos polos radicalizados.
A medida que estos dos bandos se
destacasen, el Cristianismo llegaría
Renunciemos al amor
del mundo y sigamos
los preceptos del Señor
y de los apóstoles.
Pensemos luego dónde
estamos y cuál debe
ser la posición de la
Iglesia. De cualquier
modo será cierto,
creamos o no en ello,
que la fuerza de la
Iglesia reside, igual
que antiguamente, no
en leyes de la tierra, o
en una conducta
humana, o en una
posición pública, sino
en gracias particulares:
las grandes gracias que
el Señor ha declarado
bienaventuranzas:
Bienaventurados los
pobres de espíritu, los
que lloran, los mansos,
los misericordiosos, los
que tienen sed de
justicia, los limpios de
corazón, los pacíficos,
los perseguidos.
J. H. NEWMAN, C. O.
7 (107)
a considerarse como algo que no
hay que combatir, pero que ya fi-
guraría entre las corrientes supera-
das y decadentes. Y este parecer
partiría precisamente de las postu-
ras de la incredulidad bien inten-
cionada. Llegada a esta situación, a
la Iglesia no le quedaría otra op-
ción que la de "re-anunciar" el
Evangelio, mal aceptado o degene-
rado en la práctica de muchos ca-
tólicos y, por eso, mal interpretado
por los incrédulos de buena fe. En-
tonces, decía Newman, «no se trata-
rá de anunciar sino de reanunciar
el Evangelio a aquellos que lo ha-
bían conocido y luego abandonado
porque creyendo conocerlo lo juz-
garon inútil».
Esta tarea de reconversión, esta
especie de "reconquista" espiritual
será mucho más ardua que la pri-
mera evangelización. La primera
evangelización sirvió para roturar
y remover el campo del mundo; la
buena semilla de la fe cayó, en un
primer momento, sobre terrenos
no siempre buenos y, como en la
parábola del sembrador, el ciento
por uno se consigue solamente al
sembrar en tierra buena. El campo
es el mundo; pero el campo tam-
bién es la Iglesia. Según la teoría
de Newman, el apostolado no con-
siste tanto en aumentar las dimen-
siones del campo, como en mejorar
la calidad de su tierra para que re-
ciba la semilla codiciada.
La fe material newmaniana re-
presenta también esta dimensión
cuantitativa, en contraposición a la
fe formal, que representa y es la
calidad. Sin la restauración de esta
fe formal en el seno de la Iglesia,
en sus fieles, todo intento apostóli-
co, toda pretendida re-evangeliza-
ción, no pasaría de esfuerzos inú-
tiles, de tácticas humanas, capaces
de alcanzar, tal vez, progresos
cuantitativos, estadísticos, pero que
serían producto perecedero de las
prudencias, de las sabidurías y de
las políticas de los hombres que
habrían acomodado erróneamente,
otra vez, a la conveniencia muelle
de su vida y egoísmos terrenos, el
mensaje de Cristo, retardando más
y más el advenimiento de su reino.
Pero la lógica de los incrédulos
puede hacernos suponer que cada
vez será más difícil esa repetida
falsificación cristiana; los avances
del ateísmo, tan exigente y frío en
sus críticas y análisis, hacen me-
nos fácil el retraso hacia cualquier
representación inauténtica de la
verdad. Cada vez más, el Cristia-
nismo, o será evangélico con todas
las exigencias de la fe formal, o no
será nada.
Lo que es el hombre con relación a la criatura de provista de razón,
lo es la Iglesia con relación a las Escuelas filosóficas de este mundo.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
8 (108)
«OBEDIENCIA Y PAZ»
ESTA EXPRESIÓN era familiar al discípulo predilecto de san Feli-
pe, Baronio, y que tuvo la costumbre de repetirla a diario, cuando
solía visitar la basílica de san Pedro, al acercarse al altar de la
Confesión, y besar el pie de la imagen del Principe de los Apóstoles. El
papa Roncalli también imitó el gesto y la jaculatoria, que en cierta oca-
sión dijo que encerraba el secreto de su vida, compendiada en gracias que
el Señor le había concedido misericordiosamente. Nos parece oportuno
recordar estas gracias, en este mes, en el que se cumple el diecinueve ani-
versario de su santa muerte. Las reproducimos con sus mismas palabras:
PRIMERA GRACIA.— Aceptar con sen-
cillez el honor y el peso del pontificado,
con la alegría de poder decir que no hice
nada para provocarlo, absolutamente na-
da; es más, con un interés cuidadoso y
consciente por mi parte de no hacer nada
que pudiera atraer la atención sobre mi
persona: muy contento, en medio de las
variaciones del Cónclave, cuando veía al-
gunas posibilidades disiparse en mi hori-
zonte y centrarse en otras personas, a mi
juicio, verdaderamente dignas y venera-
bles.
SEGUNDA GRACIA.— Hacerme apare-
cer como sencillas y de inmediata ejecu-
ción algunas ideas nada complejas, sino
sencillísimas, pero de vasto alcance y res-
ponsabilidad frente al porvenir, y con
éxito inmediato. Qué expresiones éstas:
acoger las buenas inspiraciones del Señor
"simpliciter et confidenter"
Sin haber pensado antes en ello, sacar
a relucir en un primer diálogo con mi
Secretario de Estado, el 20 de enero de
1959, las palabras Concilio Ecuménico,
Sínodo diocesano, revisión del Código
Canónico, en contra de toda suposición o
imaginación mía en este punto.
El primer sorprendido en esta propues-
ta mía fui yo mismo, sin que nadie me
hiciera indicación al respecto.
Y decir que luego todo me pareció tan
natural en su inmediato y continuo des-
arrollo.
Después de tres años de preparación,
laboriosa ciertamente, pero también feliz
y tranquila, aquí estoy ya a los pies de la
santa montaña.
Que el Señor me sostenga para llevar
todo a buen término.
Éste es el misterio de mi vida. No bus-
quéis otras explicaciones. Siempre he re-
petido la frase de san Gregorio Nacian-
ceno: «Señor, tu voluntad es nuestra paz».
El mismo pensamiento se encierra en
aquellas otras palabras que siempre me
hicieron buena compañía: «Oboedientia
et pax». La imagen de san Pedro está
aquí aguardando siempre el obsequio de
todos nosotros, motivo incesante de gozo
y de bendición.
9 (109)
Dios, amigo del corazón humano
El título original de este fragmento de un sermón de New-
man, que damos a continuación, era The Thought of God,
the Stay of the Soul, que podría traducirse por El pensa-
miento de Dios, apoyo del alma. Fue publicado en el mes
de junio de 1839, antes, por lo tanto, de su conversión al
Catolicismo cuando todavía era el "vicar" de la iglesia uni-
versitaria oxfordiana de "Saint Mary the Virgin". Newman
no se convertiría hasta octubre de 1815, cuando contaba
cuarenta y cuatro años muy bien cumplidos.
YO SOSTENGO que la feli-
cidad del alma consiste en
el ejercicio del amor. No
puede darla el placer de los
sentidos, ni encontrarse en el tra-
bajo o en la agitación; ni siquiera
en la estima que tengamos compla-
ciéndonos en nosotros mismos, en
la conciencia de la propia fuerza o
en la cultura alcanzada. Nuestra
felicidad no radica en ninguna de
estas cosas, sino únicamente en el amor; y éste, cuando es esti-
mulado, puede crecer y ser intercambiado.
Lo mismo que el hambre, la sed, el gusto, el oído y el ol-
fato son los medios a través de los cuales le llega al cuerpo el
deleite gozoso que le produce la sensibilidad, de modo pareci-
do es a través de las facultades afectivas que se alcanza la ale-
gría y felicidad. El alma es feliz cuando sus afectos alcanzan
adecuadamente su desarrollo; por el contrario, cuando estos
afectos son mortificados, reprimidos o contrariados, es infeliz.
Nuestra verdadera dicha y bienaventuranza no está en el gra-
do de conocimientos alcanzados, en el ámbito del dominio
ejercido o de los objetivos perseguidos, sino más bien en la ca-
pacidad de amar, de alegrarnos, de admirar, de venerar, y de
adorar. Nuestra verdadera y real bienaventuranza está en lle-
gar a poseer aquellos bienes en los cuales el corazón puede
encontrar descanso y satisfacción cumplida.
10 (110)
Si es así, es evidente que exis-
te una razón para afirmar que el
pensamiento de Dios, y nada más
fuera de él, constituye la felicidad
del hombre. En efecto: aunque
existan tantas cosas que se puedan
convertir en objeto de conocimien-
to, en motivo de acción o fuente de
entusiasmo, a pesar de ello siempre
sobresale el amor como una exi-
gencia de algo mayor y más dura-
dero que el resto de bienes. Lo nuevo o imprevisto puede exci-
tar, pero no llega a la profundidad; lo divertido puede interesar,
pero no infunde respeto. Nuestro propio yo no suscita venera-
ción y el simple conocimiento no despierta el amor. Sólo quien
ha creado el corazón humano puede colmarlo.
Ciertamente que no es mi intención afirmar aquí que na-
da, excepto el Creador omnipotente, sea capaz de sacudirnos y
dar una respuesta a nuestra necesidad de amor, de veneración
y de confianza, puesto que el hombre puede hacer todo esto
por un semejante. Sin duda alguna que el hombre es capaz de
suscitar el afecto de su propio hermano y de correspondérselo
adecuadamente. Y más todavía: es un deber, uno de los debe-
res fundamentales de la religión, el amor al prójimo. Pero aquí
yo no estoy hablando de aquello que se puede o se debería ha-
cer, en el orden moral, sino de lo que es necesario para nues-
tra felicidad. Y por esto se puede afirmar que si bien el amor
11 (111)
hacia nuestros hermanos y a la humanidad entera representa
la gran parte de nuestros deberes, sin embargo, este amor ejer-
citado sólo por sí mismo (suponiendo que ello sea posible, sin
otra superior motivación), no llegará nunca a satisfacernos
completamente. Por esta razón, a falta de otra, resulta que
nuestro corazón pide algo más duradero y más permanente y
estable que el solo amor humano.
Puede ser que la amistad recíproca sea un gran auxilio. Que
sea como un descanso de aire fresco para quien esté acabándo-
se, como la comida y la bebida para quien está extenuado, co-
mo romper en llanto para quien tiene el corazón lleno de pena
incontenible. Es un gran consuelo encontrar a una persona en
quien poderse confiar, alguien a quien poder confesar los pro-
pios errores, o saber que queda algún amigo con el que es po-
sible contar todavía. En tales casos, el amor y la intimidad de
la familia bastan para que la vida sea soportable a la mayoría
de los hombres, pues de otro modo preferirían morir. Pero,
¿por ventura no mueren incluso aquellos en quienes creíamos
poder confiar? ¿Acaso no son efímeros como la hierba de los
campos?... Nada, si no es la contemplación de Dios, puede abrir
nuestro espíritu y elevarlo, dilatar nuestro corazón y colmarlo
ocupándolo internamente... Incluso los amigos más íntimos no
podrían colmar el alma y establecer en nosotros una comu-
nión permanente. Sólo el tener conciencia de una Presencia
total y continua dentro de nosotros nos puede colmar de ale-
gría. Si apartáis del corazón el verdadero Objeto de su paz lo
reduciréis a soledad y tristeza. En la misma medida en que es
coartado en sus afectos o permanece ansioso frente a la inse-
guridad de los mismos, el corazón se siente oprimido por la
angustia. Si no pareciese una afirmación demasiado osada se
podría decir que sólo el Infinito puede colmar el corazón hu-
mano y que sólo Dios puede dar una respuesta a sus más pro-
fundos y secretos sentimientos. Pues es verdad lo que dice san
Pablo: «Nada de lo creado puede permanecer oculto ante su
mirada, y todo permanece desnudo у manifiesto cuando él lo
mira, y por eso debemos rendirnos a él» (Hebr. 4, 13).
12 (112)
Documento:
La fe
y la conciencia
en Newman
LA revista «FOC NOU» publicaba, en su número 93, de este año, la parte
de un largo artículo de H. Fries, que traducimos aquí para nuestros
lectores. El artículo de referencia llevaba como titulo «El método teo-
lógico de J. H. Newman y el de K. Rahner», y es uno más entre los muchos
estudios que, especialmente a raíz del último Concilio, se han dedicado al
pensamiento del gran convertido de Oxford al reflexionar sobre el hecho re-
ligioso, desde actitudes mentales que entonces parecían novedosas, pero que
se han confirmado un siglo después y han sido recogidas por los teólogos más
en punta de esta época postconciliar, buscando, «entre sombras e imágenes»
que nos parecen nuevas y nos sorprenden en medio de los profundos cambios
culturales que nos toca vivir, el modo de consolidar nuestra fe, partiendo
de la conciencia ―«la corrección del corazón»― y, en definitiva, de la ver-
dad del amor, para anunciarla al mundo de hoy, ciertamente convulsiona-
do, pero no sin esperanzas, aunque no sepa definirlas. Al fondo del meritorio
trabajo de Fries, está la tácita referencia a la «GRAMMAR OF ASSENT» de
Newman.
La fe, dice Newman, no se fundamenta en pruebas,
de lo contrario los niños, los pobres, los aldeanos, los
hombres más sencillos no podrían creer ni llegar a la fe.
Además: la fe no aumenta en razón del aumento del nú-
mero de sus "pruebas". La fe va por delante de la prueba
13 (113)
y la supera. Los tiempos de las pruebas de la existencia
de Dios son tiempos de fe defectuosa y de amor decadente.
También dice Newman que es una tontería la pretensión
de llevar a alguien a la fe por medio de las "pruebas", lo
cual equivale casi a pretenderlo como si se hiciera por
medio de torturas.
Incondicionalidad
del acto de fe
Según la formulación de Newman la fe es un acto
de asentimiento real; se distingue por la incondicionali-
dad en el campo de la secuencia conceptual (inferencia o
argumentación); lo cual indica tanto la realidad del suje-
to que asiente como la realidad de aquel a quien se dirige
el asentimiento: la realidad del Dios vivo y la realidad de
la comunicación que de sí mismo hace y que culmina en
Cristo.
Newman describe su labor teológica de este modo:
busquemos la realidad en lo concreto. Pero esta verdad
no se alcanza mediante un procedimiento lógico y con-
clusivo, que se dirige sólo al concepto y a lo abstracto.
Presupuesto
del asentimiento
Se ha de notar que un asentimiento, para que sea ló-
gico, debe partir de un presupuesto. Como es bien sabido,
Newman pregunta: ¿el presupuesto del asentimiento real
descansa, por ejemplo, en una secuencia de argumentos,
de los cuales el asentimiento brota como la fruta madura
de un árbol? La dificultad formulada aquí por Newman,
radica en el hecho de que los procesos de argumentos per-
tenecen al ámbito de la lógica conceptual, y no llegan a
la realidad. Por lo cual, un argumento conceptual no pue-
de ser el presupuesto que corresponde a un asentimiento
real, «porque la cadena de las conclusiones lógicas cae en
el vacío por sus dos extremos: tanto el punto de partida
de la prueba como el punto al que ha de llegar están
situados más allá de su propio ámbito: pues no llegan a
ser ni primer principios ni resultados concretos».
Los primeros
principios
Los primeros principios ―«the first principless»― son,
según Newman, el punto de partida del pensamiento,
están en los orígenes y son las fuentes escondidas de
todas las actividades humanas. «Son nuestros guías y
dan la pauta para argumentar, juzgar, reflexionar, deci-
dir actuar. Son para el espíritu lo que la sangre es para
el cuerpo. Son las condiciones de nuestra vida espiritual.
En una palabra: son el hombre». Pero estos «primeros
principios», que pertenecen a la realidad del sujeto, no
14 (114)
caen dentro del ámbito del pensamiento conceptual, sino
que son aceptados y supuestos por él. La lógica no sumi-
nistra prueba alguna de los «primeros principios». No
obstante en ellos radica todo el problema para la obten-
ción de la verdad, y también la problemática del asenti-
miento real, pero no en la disposición de unas pruebas.
La realidad
concreta
Además, la inferencia conceptual no puede ser el asen-
timiento real porque no alcanza la realidad concreta,
porque se abstrae de ella de una manera consciente y
necesaria. Newman dice que transforma la realidad en
un fantasma o en un logaritmo.
Los argumentos sobre cosas abstractas no pueden ma-
nejar ni determinar nada concreto. Para obtener pruebas
auténticas sobre temas concretos necesitamos un «orga-
num» más delicado, más flexible y elástico que el de la
simple demostración verbal.
Newman tropieza aquí con una aporía. El asentimien-
to necesita una base y un presupuesto. El acto que prece-
de al asentimiento es el argumento, pero el argumento no
carece de conceptualidad.
La Inferencia
natural
Newman resuelve la dificultad contraponiendo al ar-
gumento que para todo el mundo representa el conoci-
miento conceptual. Esa nueva y distinta clase de argu-
mento es la inferencia natural, real e informal ―«natural,
real, informal inference»―, por un procedimiento que cir-
cula de la realidad a la realidad, de lo concreto a lo
concreto.
De este modo explica Newman la posibilidad de un
asentimiento real: como inferencia que da la justifica-
ción al asentimiento; como real que permanece en el ám-
bito de la realidad, en el cual ha de producirse el asenti-
miento.
Convergencia de probabilidades
y sentido ilativo
El asentimiento real posee un método propio. No es
éste un procedimiento probatorio matemático o lógico,
sino que es una convergencia de probabilidades ―«pro-
babilities:―, una acumulación de aceptabilidades, lo cual
significa, en el lenguaje de Newman, un conjunto de ar-
15 (116)
gumentos bien fundados. Tales argumentos son demasia-
do delicados para que puedan ser de utilidad a los hom-
bres, considerados uno por uno, son «demasiado sutiles y
demasiado prolijos para transformarse en silogismos, y
demasiado numerosos diversos para alcanzar semejante
transformación, de modo total, incluso si cada uno en si
fuesen transformables».
Certeza
moral
Pero el resultado de este procedimiento no es la pro-
babilidad sino la certidumbre. Se trata de una certidum-
bre sui generis, que corresponde a un tipo especial de ob-
jetos: como «certidumbre moral» o certeza no matemática,
no es inferior en absoluto a la certeza matemática o me-
tafísica. Newman ilustra su pensamiento con una imagen
feliz: «Lo que yo digo se puede explicar por la imagen de
un cable compuesto por un cierto número de alambres,
los cuales, cada uno de ellos, es en sí mismo, poco resis-
tente, pero que todos juntos resultan tan fuertes como una
barra de hierro». Una barra de hierro sería la demostra-
ción matemática o estricta; un cable representa la demos-
tración moral, que consiste en una acumulación de pro-
babilidades, cada una por si sola insuficiente para ofrecer
la seguridad del conocimiento, pero que, tomadas en su
conjunto, son inamovibles.
Es a partir de aquí desde donde hay que entender la
conocida formulación de Newman, que desde joven reco-
gió de la «Analogía» de Butler y en la que se apoyó todo
el resto de su vida: «La probabilidad es la guía de la vi-
da; la certeza de lo concreto proviene de las probabi-
lidades convergentes».
El sentido
Ilativo
Al órgano que realiza el acto de la influencia real
Newman lo denomina «sentido ilativo». Es la capacidad
que posee el espíritu humano para ser guiado en aspectos
de la vida práctica, y la de llegar a un conocimiento se-
guro, merced al uso del procedimiento de convergencia, en
LAUS. NO SE PUBLICA DURANTE LOS MESES DE JULIO, AGOSTO
Y SEPTIEMBRE. VOLVERÁ A APARECER EL MES DE OCTUBRE.
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el encuentro con las realidades concretas de la vida, con
las situaciones, las realidades y los hombres. Newman
consigue la verificación de esta teoría aludiendo a la pra-
xis: médicos, jueces, psicólogos, pastores de almas e his-
toriadores no pueden actuar de otro modo para llegar a
sus conclusiones. Los grandes problemas de la vida con-
creta, como el de elegir una profesión, un estado de vida,
o mujer o marido, se resuelven y deciden de esta forma.
La conciencia, camino hacia Dios
La recta
conciencia
La aplicación de estas reflexiones a la fe en Dios en
el sentido real se lleva a cabo, según Newman, tal como
sigue: los "primeros principios, los presupuestos básicos
de la fe en Dios no son pruebas racionales sino el estado
correcto del corazón, el amor. Por esto son estas dispo-
siciones, y no unas pruebas, lo que protege la fe. Por esta
razón la incredulidad brota, primariamente, de un defec-
to del corazón más que de una insuficiencia intelectual.
Es en este sentido que resulta válida la siguiente afirma-
ción: «los presupuestos de la fe en Dios significan con-
cretamente: que debes seguir tu propia conciencia».
Por esto dice Newman que la conciencia dada a cada
hombre es la luz que ilumina a todos los hombres que
vienen a este mundo, en el sentido de la teología del Lo-
gos del prólogo de san Juan. La obediencia a la concien-
cia ―incluso a la conciencia errónea (que no es lo mismo
que mala y culpable)― es, según Newman, el camino que
conduce a la luz de la fe. Según él, la conciencia despier-
ta, ante todo, el afán por alcanzar una cosa que, de modo
pleno, no se alcanza por sí sola. Si un hombre determina-
do ya no deseara poseer la verdad, esto mismo sería la
señal de que no ha utilizado la cualidad que tenía para
alcanzarla, o que la ha usado mal.
Razón y hecho
contemplado
En segundo lugar, para Newman, la conciencia alcan-
za no solamente la base y los presupuestos de los cuales
depende la fe, sino que llega también a la meta del asen-
17 (117)
timiento real, al Dios viviente en quien se cree, la reali-
dad del cual, su imagen concreta, descubre y entiende el
hombre en su conciencia, y precisamente en sus funcio-
nes precursoras y sancionadoras, el distintivo de las cua-
les es siempre la incondicionalidad. Esta realidad se da
en todos los hombres y es anterior a toda reflexión y a
toda teología. Según Newman, la razón actúa como quien
contempla lo que ya está hecho.
Argumentos
"reales"
Si el acto de la fe, como asentimiento real, ha de ser
completo y justificado, debe ir precedido por argumentos.
Tales argumentos han de ser reales; el sentido ilativo en
lo que se refiere a materia de religión, ha de ser, a la vez, la
conciencia. Y esto se demuestra por el hecho de que la con-
ciencia, en sus experiencias, manifestaciones, testimonios
y reacciones de toda clase, nos propone una plenitud de
rectitud que trasciende la misma conciencia y orienta ha-
cia Dios.
La conciencia
aceptante
Newman dice que la conciencia es nuestro gran maes-
tro interior, sin que exija otra compañía, y por ello resulta
adecuado que ella proporcione a todo hombre el conoci-
miento que para el resulta más importante, para lo cual
está plenamente dotada, en orden al fin a alcanzar. Todo
hombre tiene el testimonio de la conciencia, que puede
ser aceptado ―por desgracia también rechazado― y rea-
lizado: de ella surgen las afirmaciones más claras ella
proporciona la experiencia concreta del Dios vivo.
En cada edad de la historia hay cierto número de almas esparcidas
por el mundo, conocidas de Dios y desconocidas por nosotros, que
obedecen a la verdad desde el momento en que les ha sido presen-
tada... Estas almas son objeto especial de la atención de Dios; todo
en para ellas. Forman la verdadera Iglesia, creciendo y reuniéndo-
se  sin cesar por todas partes, a medida que transcurre el tiempo.
Con ellas se crea la comunión de los santos: forman parte del poder
de Dios, son sus fuerzas, la muchedumbre que «sigue al Cordero»
(Apoc 14.4), que confunde a los poderosos y encumbrados de la tie-
rra (1ª Cor 6, 2)... Este ha sido el verdadero triunfo del Evangelio:
elevar por encima de si mismos y por encima de la naturaleza hu-
mana. cualquiera que sea su clase y condición, a aquellos cuya vo-
luntad coopera misteriosamente con la gracia de Dios y que, desde
que Dios llega A ellos, le respetan y se le entregan totalmente..
John Henry Newman, C. O.
18 (118)
La cultura
pendiente
CORREMOS tras lo inmediato
y aparentemente más útil, y
ello nos puede llevar a olvi-
darnos incautamente de lo más
esencial. En realidad, cuando se
trata del conocimiento de las ver-
dades fundamentales de nuestra fe,
comprobamos el desfase que pade-
cemos si comparamos el escaso, im-
perfecto, infantil y remoto conoci-
miento que tenemos sobre lo más
importante de nuestro bagaje cul-
tural cristiano, en contraste con el
nivel relativo a otros conocimien-
tos que nos acompañan o maneja-
mos en la vida, bien sea porque son
debidos a nuestra profesión, a nues-
tras aficiones y diversiones, o a
otras experiencias. Cuando esto
ocurre, tampoco somos humildes
para reconocer nuestra ignorancia,
y somos perezosos para subsanarla.
Así, los conocimientos relativos a
la vida de fe o religiosos, son ridí-
culos en comparación con los que
nos exigimos profesionalmente o
en otros ámbitos. Nos queda ese
"algo" de adhesión implícita, o una
conciencia mortecina apenas salva-
da por intermitencias sentimenta-
les demasiado alejadas de la recie-
dumbre de la fe auténtica.
Lo más grave es que algo pareci-
do comienza a manifestarse en los
jóvenes de nuestra sociedad llama-
da todavía cristiana. Los mayores
les preparan para el materialismo,
premiándoles o mimándoles con tal
que funcionen como buenas máqui-
nas para aprobar lo que sea de
saberes profanos, inmediatamente
productivos o prometedores de pro-
moción económica o social, dejan-
do muy en segundo lado el estudio
paralelo de materias que equili-
bren los conocimientos de la pro-
pia religión con los profanos, pro-
fesionales y rentables.
No sería poco, comenzando por
los mayores, y sin excluir a los
jóvenes, aprovechar la calma del
verano, si se nos concede alguna
vacación, para emprender o recu-
perar este desfase cultural. En tal
sentido, nos atreveríamos a sugerir
un par de textos útiles a la mayoría
―¡inútiles para nadie!―, cuya lec-
tura nunca debiera dejarse del to-
do: en primer lugar, el llamado
«Nuevo Catecismo para Adultos»,
de la Editorial Herder, para su lec-
tura, desde el principio, reposada y
continua (sin prescindir de los pró-
logos, notas, referencias, índices...),
acompañado de la del Nuevo Testa-
mento, en una edición manual (B.A.
C., Jerusalén, Cristiandad...) que
contenga introducciones, comenta-
rios y notas no excesivamente par-
cas, para que pudiéramos familiari-
zarnos con la figura y las palabras de
Cristo y la vida de la primera Igle-
sia y los escritos de los Apóstoles...
Con ser esto muy poco, podría re-
presentar el punto de partida para
la recuperación de nuestra olvida-
da cultura cristiana elemental pen-
diente.
19 (119)
Fe e inteligencia
NUESTRA fe es una fides quaerens intellectum,
una fe que exige ser pensada y como desposada
con la inteligencia del hombre, de este hombre
histórico y concreto. Por esto seríamos infieles a
nuestra misión si creyéramos poder eximirnos de
tener en cuenta la tarea cotidiana que os corres-
ponde. Tal como nos han mostrado las dolorosas
experiencias históricas de la falta de diálogo entre
la fe y la ciencia, sería demasiado grande el daño
que se causaría si la Iglesia pronunciase respues-
tas a las cuestiones humanas, que no dieran satis-
facción a los interrogantes que hoy se plantea el
hombre mientras asciende responsablemente en
la adquisición de nuevos grados de verdad. Por
esto la Iglesia se muestra solidaria con la Univer-
sidad y con sus problemas, porque sabe que tiene
necesidad de ella para que, desde la fe, pueda en-
carnarse y convertirse en cultura; y porque la
Iglesia afirma que la búsqueda de la verdad forma
parte de la vocación propia del hombre.
JUAN PABLO II,
a los universitarios en Bolonia, abril de 1982                                                 
LAUS
Director: Ramon Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de van Felipe Neri. I - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/02 - 1.6.13
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