Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 197. OCTUBRE. Año
1982 |
SUMARIO |
EN la Iglesia se trata más
de afirmar que de combatir, |
más de decir que de
discutir. Se trata de construir, |
de hacer, de ser en la
vida de la gracia. Porque no |
son los cálculos ni las
estrategias, no son las cifras |
ni los éxitos que aplaude
el mundo, sino el ir descubriendo |
que todo es un don de
Dios, que todo es gratuito y que |
no se nos pierde mientras
lo recibamos con sencillez lo |
correspondamos con
generosidad no calculada. Lo que |
vale es esta acogida; el
resto son apariencias, estorbos, |
retrasos, profanaciones y
hasta corrupciones del reino |
de Dios. |
TE DEUM |
SUPERAR LA LEY |
EL OTOÑO PREMATURO DE LOS
JÓVENES |
LA HISTORIA SIGUE |
LA RESONANCIA DEL PRIMER
LLANTO |
PAPA MONTINI Y EL ORATORIO |
CRISTIANOS SIN IGLESIA |
LOS MIEDOS, LOS MEDIOS |
1 (121) |
TE DEUM |
Te doy gracias, Señor,
porque me sacaste de la tierra de |
Egipto, de la tierra
opresora, y me condujiste por el camino |
más difícil hasta la
orilla misma de tu Palabra y de tu Verdad, |
para ungirme para siempre. |
Te doy gracias porque has
profundizado mi humanidad; |
porque con el dolor me has
cincelado; porque he podido amar |
siempre. |
Te doy gracias por la
música, la poesía la pintura y todas |
las artes; por el
pensamiento y por la alegría de los descubri- |
mientos, por el rumor de
las reprensiones amables, sin todo lo |
cual, como viejos amigos
que me acompañan siempre, no habría |
podido seguir viviendo
hasta hoy. |
Te doy gracias por tantas
horas de soledad... pues todas |
me llenaron o me liberaron
de algo. Las horas difíciles, las ho- |
ras perdidas. |
Te doy gracias por todos
los momentos en que, una sola |
palabra, una mirada, una
sola nota musical, me empujaron a |
seguir, a continuar y no
desfallecer jamás en mi difícil camino |
hacia ti, hacia mí mismo y
hacia todas las cosas. |
Te doy gracias por la
salud... |
Te doy gracias porque me
has dado la sonrisa, a pesar de |
tanto dolor circundante;
gracias por poder comunicar el gozo a |
los demás... |
Te doy gracias por la
tierra donde he nacido, y estoy orgu- |
lloso de ella y de su
historia, con gestas gloriosas y hechos estú- |
pidos, con hombres grandes
y hombres mezquinos, pero huma- |
nos al fin, muy humanos. |
Te doy gracias por el gozo
de poder ser dueño de un gato, |
de un perro, de un pájaro;
por las plantas y por las flores... Gra- |
cias por la playa, por la
montaña, por la luz del sol cuando se |
oculta al atardecer, por
las noches de verano de mi tierra, por |
los otoños de la ciudad
que amo, por la huerta, por el perfume |
embriagador de los
naranjales, por la luz, por el azul del cielo, |
por todo lo que vas
dejando que se nos haga nuestro... |
E. M. Boils, |
(traducción adaptada) |
2 (122) |
Superar |
la ley |
SI FUÉRAMOS simplemente
bien |
educados
―gentlemen", diría |
Newman— no harían falta
las |
leyes. Lo que pasa es que
no |
hemos acabado de
convertir- |
nos de ese fondo
primitivo, proclive |
al egoísmo, a la
irresponsabilidad. A |
la envidia, al orgullo, a
la ingratitud |
resentido que hace al
hombre salva- |
je y a la vez desconfiado
y miedoso, |
cuando se imagina fuera de
toda |
norma, o le asalta la
tentación de |
romper las que no le
acomodan. De |
donde, un mínimo de
preceptiva es |
necesario para la
regulación de las |
relaciones unos hombres
con |
otros, entre cristianos,
si |
agrupan en sociedad. |
También puede ocurrir que,
con |
el achaque de esta
necesidad ele- |
mental, ella sea invocada
no ya para |
ordenarla normal
convivencia, sino |
para crear verdaderas
estructuras |
de poder y situaciones de
privilegio. |
Los que han tenido o
soñado con |
imperios, no se han
limitado a do- |
minar sus conquistas con
la fuerza |
bruta de las armas, sino
que han |
puesto su celo, además, en
querer |
legitimar los éxitos de
sus violencias |
con la legalidad
subsiguientemente |
impuesta. Valga, por
todos, el ejem- |
plo de Napoleón. Más
lejano, y con |
los debidos matices, la
monumental |
obra de Justiniano. Todos
sabemos, |
además que Alfonso X el
Sabio, |
dejó incompletas las
Partidas ape- |
nas se le fueron abajo las
perspecti- |
vas de devenir
emperador... |
Pero en la Iglesia las
leyes no son |
esencialmente un
instrumento |
poder, o continuación, por
la fuerza |
social de su amenaza, del
rigor irra- |
cional del que venció en
la guerra o |
concluyó la conquista. Por
esta ra- |
zón, en un principio, la
Iglesia cani- |
no tenía leyes, y
solamente comenzó |
a admitirlas luego do
pasar las pri- |
meras generaciones
cristianas, tan |
dóciles al Espíritu...
Cuando en ple- |
na Edad Media, ya
cerrándose, los |
descubrimientos
―beneméritos, por |
otra parte— de las
instituciones jurí- |
dicas romanas despertaban
una ex- |
cesiva confianza en la
fuerza de las |
leyes, el Dante advertía:
«Tenéis a |
mano el Viejo y el Nuevo
Testamen- |
to, y el Pastor de la
Iglesia que os |
conduce. Y eso basta para
vuestra |
salvación». Ciertamente
que luego se |
fueron complicando
humanamente |
las estructuras jurídicas
eclesiales: |
pero todavía la aparición
intermi- |
tente de los santos que
Dios manda- |
3 (123) |
ba, representaban otros
tantos eflu- |
vios de regreso a la
simplicidad y |
la espiritualidad del
Evangelio. |
Nuestro mismo Padre y
Fundador |
san Felipe Neri es uno de
los ejem- |
plos más ilustres de esta
vuelta al |
espíritu, pues con
prudencia descon- |
fiaba de las estructuras,
a pesar de |
su radical exigencia para
la virtud. |
En la actualidad, y cuando
ya han |
pasado un par de años
durante los |
cuales se han venido
anunciando, |
una tras otra, las fechas
para la |
promulgación del nuevo
Código de |
Derecho Canónico,
comprobamos no |
solamente el repetido
relegamiento |
de tal promulgación, sino
que estos |
sucesivos aplazamientos
tienen lu- |
gar durante el pontificado
de |
Papa, Juan Pablo II, que
por algunos |
ha sido calificado más
bien de con- |
servador. Pero lo cierto
es que, por |
las razones que sean, este
Papa no |
muestra prisa y colabora a
esa se- |
cundariedad de lo
humano-estructu- |
ral de la Iglesia, para
ceder a lo que |
es primero y anterior,
divino y supe- |
rior en ella, es decir, el
Espíritu. |
Nunca tanto como en
nuestra épo- |
ca se quiere una Iglesia
más espiri- |
tual. Espiritual porque se
sostiene |
por el Espíritu de Dios,
más que por |
las leyes de los hombres,
aun bien |
intencionados. |
Espiritual y, al mismo
tiempo, en |
la historia humana, donde
se hace |
Sacramento, es decir,
signo de la |
presencia divina que sale
al encuen- |
tro y acompaña a la
humanidad, |
para poder ser, en el
misterio de es- |
ta presencia, una realidad
salvífica. |
Será humanamente
necesaria, to- |
davía, alguna ley o norma,
pero ca- |
da vez menos como soporte
estruc- |
tural de poder, sino más
bien como |
proclamación de la
agilidad del Es- |
píritu, que hace libres a
los hombres |
para que puedan sentirse
hijos de |
Dios y amarle con una
generosidad |
que supere, en la entrega,
los míni- |
mos tolerados por las
leyes. |
LAUS |
les agradecerá que, si han
cambia- |
do de dirección, o se ha
modificado |
la numeración de su
domicilio en |
Albacete, tengan la bondad
de en- |
viarnos, cuanto antes y
por escrito, |
la corrección oportuna. |
4 (124) |
El otoño prematuro |
de los jóvenes |
ENTRE lo que se pierde o
se |
renuncia por una parte, y
lo |
que se presiente con temor
o |
con deseo por otra, hay
como un |
amago de otoño anticipado,
en ca- |
da crisis de crecimiento,
cuando |
ocurre que el ser humano
debe de |
afrontar el cambio que la
ley del |
desarrollo le impone y la
propia |
conciencia, en soledad, se
debate |
entre el desgarro y la
esperanza. |
Porque se trata de ir
hacia adelante, |
quemando antes las naves
de cual- |
quier regreso, mientras se
percibe |
la sensación de lo
inexplorado, del |
total empobrecimiento, de
la casi |
desnudez de lo que hasta
aquí se |
ha sido, para emprender,
sin baga- |
je alguno, un camino
completamen- |
te nuevo. |
Prescindiendo de la crisis
de la |
adolescencia, en la que la
expecta- |
tiva de lo que ofrece la
inaugura- |
ción de la juventud,
supera, a ojos |
vistas, lo que se pierde
con la re- |
nuncia de la niñez, la
primera y |
gran crisis interior se
puede produ- |
cir cuando, desde la
propia juven- |
tud, y en medio de su
vigor indis- |
cutible, el ser humano
experimenta |
el vértigo de la soledad
no superada |
O resuelta, mientras se
insinúa la |
sensación del ideal
frustrado o se |
duda de la verdad de su
descubri- |
miento. |
Merodeando la treintena,
el hom- |
bre o la mujer de
conciencia des- |
pierta y no resignada a
cualquier |
instalación, suele
interrogarse sobre |
el sentido de la propia
vida y busca |
la definición de los
compromisos |
que la elevan o la
consagran o, al |
menos, la justifican
frente a los coti- |
dianos cansancios
asumidos. Cuan- |
do se echa de menos la
respuesta |
satisfactoria, se pasa,
psicológica- |
mente, por ese amago
otoñal pre- |
maturo de desilusión, y
hasta de |
desolación, y se siente la
tentación |
de la huida, como árbol
del que |
han caído todas las hojas
y quiere |
hundirse en la tierra
hecho amar- |
gor de raíces, luego de
sucumbir al |
primer frío. |
5 (125) |
Es la hora de la primera
tristeza |
adulta. Pero la huida no
resolvería |
nada, aunque fuese para
protestar |
contra los egoísmos
circundantes |
evidentes. Estos egoísmos
no son un |
obstáculo, sino un reto,
apenas el |
espíritu recobra su
serenidad. El |
que permanece a la espera
de una |
situación óptima en sí
mismo o en |
los demás, para secundar o
empren- |
der una obra buena, nunca
hace |
nada bueno, y se pierde en
conti- |
nuas e íntimas
vacilaciones que le |
paralizan y le inhiben
frente a los |
inevitables riesgos para
una total |
abnegación. Y si no
reacciona en el |
sentido de dar y de darse
a sí mis- |
mo en respuesta generosa
para com- |
pensar lo que echa de
menos en los |
demás y en el mundo que le
toca |
vivir, él mismo sucumbirá
al egoís- |
mo que comenzó
despreciando, |
encerrándose en una
pervivencia |
aburguesada, e indolente
apenas |
disimulada por el decoro
de la es- |
tupidez bienestante. |
Es el caso de muchos de
los jóve- |
nes de esta generación,
cuando han |
superado cómodamente el
nivel so- |
cial y cultural de sus
padres, y se |
asoman al mundo todavía
limpios y |
capaces de ideales, pero
desentre- |
nados para exigirse una
radical ge- |
nerosidad. Se les ha
preparado para |
saber, para tener cosas,
pero no lo |
bastante para crear y para
comuni- |
carlas. Son herederos, no
creadores. |
Son más exigentes que
agradecidos, |
más orgullosos que
generosos. Si se |
han impuesto alguna
austeridad, ha |
sido siempre
posteriormente re- |
compensada, y por eso les
parece |
inútil el bien gratuito, a
pesar de |
que todo, o casi todo lo
han recibi- |
do gratuitamente. Entonces
es muy |
difícil que brote el amor,
y menos |
en un mundo en el que, con
este |
nombre, se falsifican
tantos intere- |
ses y conveniencias. A
pesar de |
todo, el amor sigue siendo
la voca- |
ción profunda y final del
ser hu- |
mano. |
Los que en ese trance se
sienten |
prematuramente viejos o
simple- |
mente cansados, no es que
hayan |
entrado ya en el otoño de
la vida, |
sino tan sólo en el de su
juventud. |
Si supieran comprender y
asumir |
la lección de lo que creen
sus pri- |
meros fracasos o de lo que
suponen |
sus frustraciones,
transformarían |
en verdadera esperanza ese
dolor |
otoñal, ciertamente
prematuro, y |
podrían hacer
"grandes cosas", li- |
berados de la inconstancia
que ca- |
racterizaba su
adolescencia, y for- |
talecidos, ya, con la
fuerza de la |
perseverancia, de la
lucidez, de la |
tenacidad, que no es lo
último ni |
lo decadente de la
juventud, sino el |
principio de la madurez,
realista y |
hermosa a la vez, no
instalada, sino |
creadora. Porque,
verdaderamente, |
se tiene, se es rico y
simplemente se |
es, no por lo que se
recibe, sino más |
bien por lo que se dé
cuando la res- |
ponsabilidad aflora, que
nunca es |
demasiado pronto. |
6 (126) |
LA HISTORIA SIGUE: |
Abraham, Ismael, Beguin... |
SERÍA mancillar la figura
de |
Abraham, «padre de todos
los |
creyentes» (como le llama
san |
Pablo), compararle sin más
con el |
siniestro jefe del
gobierno del esta- |
do de Israel, Menájem
Beguin; si |
bien resulta inevitable la
referen- |
cia bíblica, a partir de
la historia |
de Agar. |
El primer hijo de Abraham
había |
sido Ismael, nacido de la
esclava |
Agar, la que nada podía
exigir a |
cambio, ni siquiera en
razón de su |
maternidad; mientras que
Sara, la |
esposa legítima, segura en
su po- |
sición, un día se reiría
de Dios y |
ahora imponía la expulsión
de la |
sierva venida de lejos y
su hijo. |
Abraham, entristecido,
ejecuta el |
despido y deja a ambos en
el des- |
amparo del desierto. |
Esa madre y ese hijo son
la ima- |
gen bíblica de cada mujer
y de |
cada niño palestinos a
quienes se |
desposee del derecho de
ser un |
pueblo, echados de su
tierra bajo |
la lluvia de fuego de las
bombas y |
los cañones que dispara el
ejército |
judío. |
Una vez más la razón de la
fuerza |
niega el derecho a la
existencia de |
un pueblo que había nacido
antes |
que su verdugo y que
estorba a la |
ambición del más poderoso.
De |
nuevo, esta brutalidad, se
convierte |
en paradigma de tantos
otros atro- |
pellos históricos
padecidos por las |
víctimas de la ferocidad
de los físi- |
camente poderosos, que
luego re- |
gistrarán como gestas
gloriosas de |
su pasado lo que, con
fatal reitera- |
ción, no eran otra cosa
que expo- |
lios o destrucción de
hombres y |
culturas, cuya rivalidad
temían, |
cuyas virtudes envidiaban
o cuya |
riqueza codiciaban.
También el |
miedo, además de la
codicia, des- |
ata la injusticia de la
violencia, y |
la institucionaliza, allí
donde la |
seguridad y la grandeza
del hom- |
bre se apoya, de hecho, en
las |
solas garantías
materiales, en el |
7 (127) |
prestigio y en el orgullo
nacional |
de raza. |
Hoy la humanidad está como |
atónita, sin decir
palabra, como |
antaño Abraham en la
puerta de la |
tienda, despidiendo a Agar
y a Is- |
mael. No atiende siquiera
a tomar |
válidas medidas pacíficas
de no |
apoyo a los genocidas,
simplemente |
porque las víctimas no
tienen pozos |
de petróleo y, por lo
tanto, no po- |
drían cobrarse los
servicios, ni ru- |
sos ni americanos. Esa
humanidad |
que llamamos civilizada y
que, en |
Occidente, no se atreve a
negar a |
Dios, pero que deja que se
rían de |
él. |
Sara, la esposa legítima,
se reía |
de Dios. El estado de
Israel hoy |
también se ríe de Dios;
precisa- |
mente él, que tantas veces
lloró, |
desde los exilios
babilónicos hasta |
las recientes
exterminaciones nazis. |
Como si pretendiera
convertir en |
terrible abuso la
compasión que, |
con buena o mala
conciencia, le |
ofrecía el mundo entero
ayer mis- |
mo. |
Una vez más es cierto que
la |
fuerza la usa quien la
tiene, con |
independencia de la razón
que le |
asista. El que tiene armas
tiene efi- |
cacia, y la eficacia es lo
único que |
interesa, a corto plazo,
al hombre |
superficial y
materializado, Para él, |
la razón última de la
humanidad |
está muy lejos, o no
existe. |
A pesar de todo, el hombre
es un |
ser dialéctico, imposible
que se |
desarrolle en un solo
sentido, como |
se verifica en la misma
historia de |
la humanidad, en la que
las pre- |
tendidas grandezas y
seguridades |
de los "fuertes"
son efímeras y has- |
ta suicidas. |
Un día, ese Ismael lanzado
al |
desierto con escasa
provisión de |
agua, precisamente cuando
estará |
a punto de morir de sed,
apenas |
refugiado entre pobres
matorrales, |
descubrirá un pozo y a
partir de |
ahí recobrará su vigor, se
multipli- |
Qué cosa maravillosa es el
tiempo. |
La vida es cada día más
prodigiosa, |
El pasado es siempre
presente, |
y la vida es, a la vez, |
nada y todo en todo. |
J. H. NEWMAN |
8 (128) |
cará en tribus numerosas,
amantes |
de la libertad que el
mismo des- |
arraigo favoreció. Libre,
porque se |
acostumbró a necesitar
menos para |
vivir, porque no pudo
encandilarse |
ante bellezas artificiales
sino sólo |
admirar el rocío de la
mañana so- |
bre los tamarindos, porque
se sintió |
bañado y besado por la luz
del sol |
y porque tuvo la única
bendición |
y amparo de Dios, y de
nadie más. |
Y será más fuerte y más
sabio que |
sus verdugos. Es más libre
el que |
sólo ha de agradecer a
Dios, sin |
necesidad de ser ingrato
con los |
hombres. |
Sólo quisiéramos que, como
el |
Israel bíblico, ese en el
que hoy se |
repite su historia, no
albergara se- |
millas de rencor para la
posterior |
venganza cuando,
recuperada su |
grandeza de ser, más que
de poder, |
mire como hermanos, ojalá
conver- |
tidos, a los que ahora le
niegan el |
derecho elemental a ser un
pueblo. |
Agar, la esclava, fue, a
fin de cuen- |
tas, más libre que Sara,
la señora. |
En el desierto tuvo
tiempo, espacio |
y amor para hacer fuerte y
valiente |
el corazón de su hijo, y
le enseñó |
a recordar y a amar a su
padre y |
a los hijos de su padre
(cuyos des- |
cendientes traficarían
primogenitu- |
ras por platos de
lentejas...). Cuan- |
do Abraham muere, Ismael
está al |
pie del sepulcro llorando
por su |
padre. Y es que la
historia de la |
Biblia, con sus misterios,
todavía |
no ha terminado. |
La sed. |
Dejemos la sed de agua
para |
los abstemios, la ser de
la |
tierra para los campesinos
y |
la polémica de los
trasvases |
para los políticos, y
pensemos |
solamente en la sed de los
que |
tienen el hábito de
calmarla |
bebiendo y apurando vasos, |
jarras, botellas y
porrones de |
vino y otros alcohólicos. |
Según nos contaba un |
periódico local, en esta
ciudad |
de Albacete formada por
poco |
más de cien mil
habitantes, y |
durante la Feria de |
Septiembre, gastamos en |
bebidas alcohólicas, más
de |
doscientos millones de
pesetas. |
Solamente de ron, se |
consumen unas veinticinco |
mil botellas. A ello nos |
ayudan no pocos de los |
forasteros visitantes;
pero |
también hay que descontar
a |
La mayoría de los
ciudadanos |
ya los niños. En los demás |
meses del año, se bebe
menos, |
con equivalencia a una |
tercera parte de lo que se |
hace en el mes de
septiembre. |
Es decir, que en un año
entero |
se gasta en vino Y |
bebidas |
alcohólicas, no mucho más
de |
mil millones de pesetas. A |
pesar de la crisis, claro. |
9 (129) |
LA RESONANCIA DEL PRIMER
LLANTO |
1. Después de años y
milenios |
Te ofrecemos el exceso de
nuestros deseos, |
Te ofrecemos el exceso de
nuestras derrotas, |
mientras un llanto
primigenio cubre el fondo de la |
historia. |
Es Tu signo, el signo de
nuestras escisiones que deviene |
signo de nuestra riqueza. |
En este signo defiendes
nuestra libertad: |
la libertad que nos
enriquece. |
Has colmado Tu signo con
nuestra libertad. |
Ésta ¿puede hacerse,
acaso, enemiga nuestra? |
Desde hace muchas
generaciones caminamos, |
camina cada uno, al
encuentro de una libertad |
que no niegue el amor,
sino que de amor sea colmada. |
Desde hace muchas
generaciones caminamos, |
camina cada uno, en busca
de una libertad. |
La libertad parece un
vacío inmenso... |
2. Un vacío inmenso del
hombre y de la historia, |
y en este vacío
convergieron |
riqueza y pobreza, |
victoria y derrota, |
verticales y
horizontales... |
10 (130) |
límites de la libertad, |
de la libertad siempre
afirmada, |
superando la fuerza de los
hombres |
que no advertían el abuso
de su resistencia, |
o que si lo advertían,
huían de ella |
agobiados por el sentido
de la culpa, |
y la libertad permanecía
abandonada |
como un vacío para llenar. |
Pero con nuestra libertad
Tú has colmado Tu signo. |
3. Déjame contemplar con
mis ojos y a través de mi ser: |
mi pueblo, una afinidad
inefable, |
un salto |
que se hace profundo en
los siglos, |
que permite extraer del
fondo de los tiempos |
no una idea sino la
persona, |
y medir su vida con la
mía, y descubrir la analogía. |
Admirado descubro que
alguien más |
se ha convertido en mi
medida. |
Karol Wojtila, |
en venda arrítmica |
11 (131) |
PAPA MONTINI Y EL ORATORIO |
HACE veinte años, también
en el mes de octubre, el papa Pablo VI DO |
podía reprimir el recuerdo
y la gratitud de sus años jóvenes, frente |
a un grupo de ciudadanos
de Brescia, su ciudad o, más exactamen- |
te, el ambiente donde
cristalizó su personalidad cristiana, siendo todavía |
estudiante. Decía en aquel
otoño, entre los aplausos que le interrumpían: |
le recibido tanto, tanto
de los padres de «La Pace», que me siento |
infinitamente obligado al
agradecimiento, por el bien que me hicieron |
y que siguen haciendo
todavía a miles de jóvenes y a tantas otras per- |
sonas de aquel lugar,
trascendiendo sus mismos confines. ¡Que el Señor |
los bendiga! |
Pablo VI se refería al
Oratorio de Brescia, conocido popularmente con el |
nombre de La Pace. Alguna
vez tendremos que ilustrar el paralelo entre |
Newman y la primera
vocación al apostolado del Giovanni-Battista Mon- |
tini, surgida a la sombra
del Oratorio de Brescia. De momento, como com- |
plemento de la efemérides
de las palabras citadas, podemos añadir otras |
más recientes de un
hermano de Pablo VI, Ludovico Montini, que evo- |
cando el mismo recuerdo
escribía: |
.. |
«Nuestra vida entonces, de
Battista (el Papa), de nuestros amigos, de |
mi hermano Francesco, y
mía, tenía un centro fijo y amado: el Orato- |
rio de los Padres
Filipenses, «La Pace». Allí encontramos un grupo de |
sacerdotes que fueron
nuestros verdaderos educadores. Me acuerdo |
de Cotinelli, Carli, de
Giulio Bevilacqua (el futuro cardenal). Me acuer- |
do distintamente de una
ocasión en que, siendo yo todavía un mucha- |
cho, mi abuela decía a mi
padre: hoy en La Pace he oído predicar a un |
Padre joven que no hay que
perder de vista, porque vale mucho. Era |
Bevilacqua. Lo que para
nosotros, jóvenes, era La Pace es difícil ex- |
plicarlo con facilidad o
imaginarlo. Baste decir que en los años trágicos |
de la guerra, cuando
gozábamos de algún permiso para estar fugaz- |
mente en casa, apenas
saludábamos a la familia, nos íbamos corriendo |
a La Pace. Era nuestra
segunda casa. Queríamos noticias de los amigos, |
y solamente allí teníamos
la seguridad de obtenerlas en un clima ade- |
cuado. Recuerdo que había
un cuadro en el que, a cada visita aumen- |
taba tristemente la lista
de los que habían muerto en la guerra, y allí |
poníamos, junto al nombre,
la fotografía de cada uno de los amigos que |
habían perdido la vida. En
La Pace nos enseñaron un cristianismo vi- |
ril, sin evasiones
sentimentales, sin hipocresías o cálculos, un cristia- |
nismo que nos sentíamos
valientes de profesar sin triunfalismos y sin |
complejos de
inferioridad». |
12 (132) |
CRISTIANOS |
SIN IGLESIA |
DEJAMOS de lado a los
críticos de todo y hacedores de nada; a los que |
atacan a la Iglesia, como
si gozaran encontrándole fallos humanos, |
puesto que no les mueve el
celo por una reforma en santidad, sino el |
interés por descubrir
razones en que excusarse mientras se encierran en su |
egoísmo de siempre,
indolentes, injustos y desagradecidos. |
En el artículo que
reproducimos, publicado hace poco en el diario «AVUI». |
Joan Baqué, profesor de
Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de |
Barcelona, analiza el
fenómeno del abandono de la Iglesia por parte de muchos |
que, sin embargo, no
quisieran renegar de la fe cristiana. Nos parece acertado |
lo que dice y por eso lo
reproducimos aquí. |
Para designar a esta clase
de creyentes que causan |
perplejidad, extrañeza o
paradoja cuando se intenta cata- |
logarlos, en Francia se
les llama «créliens qui s'ignoren». |
Hace poco, un político
español de izquierdas que decía |
tener «muchos mosqueos con
la Iglesia», se consideraba, |
por otra parte, un hombre
profundamente religioso... |
Partir de |
conceptos |
Para mejor entendernos
deberíamos comenzar partien- |
do del concepto de
"cristiano" y de "Iglesia". El primero |
que definió ambos términos
fue san Pablo, y lo hizo tan |
categóricamente que ya no
es posible la rectificación. Pa- |
ra san Pablo ―el
primer gran teólogo― la Iglesia es el |
Cuerpo de Cristo y un
cristiano un miembro de este |
Cuerpo. Desde la
perspectiva paulina, pues, existe la Igle- |
sia si existen cristianos;
porque son éstos quienes la for- |
man. La Iglesia no es una
entidad pública preexistente al |
cristiano. |
13 (133) |
Por lo tanto puede verse
que, según la teología de san |
Pablo, no puede haber
cristianos sin Iglesia, porque tal |
afirmación encerraría una
contradicción: es decir, que un |
cristiano lo seria al
mismo tiempo que no lo sería. Lo |
que ocurre es que, con el
transcurso de los tiempos y con |
la malicia de las cosas y
sobre todo de los hombres―, |
de la Iglesia se ha
querido hacer un ente público como |
la Televisión Española, o
la Real Academia de la Len- |
gua, o un club
deportivo...— preexistente a todos y a cada |
uno de los miembros que la
componen, con el derecho de |
admitir o excluir socios
según los gustos de quienes en |
ella detentan la autoridad
y el gobierno. Pero, en la Igle- |
sia, al principio no fue
así. Según san Juan y san Pablo, |
solamente queda excluido
de la Iglesia el no cristiano, es |
decir, el que no confiesa
a Cristo, el que no lo ama. |
La perspectiva |
paulina |
Es lamentable que esta
perspectiva paulina o neotes- |
tamentaria sobre la
Iglesia, a pesar de ser tan esclarece- |
dora, haya caído en olvido
y que, por el contrario, el |
autoritarismo jerárquico
cause a muchos creyentes un tan |
mal gusto de boca que les
haga sentirse alejados de la |
Iglesia, cuando los que
precisamente están alejados son |
los que se creen con poder
para hacer y deshacer: «Ay |
de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas, que cerráis a |
los hombres el Reino de
los Cielos. Ni entráis vosotros |
ni permitís la entrada a
quienes quisieran entrar». San |
Clemente romano nos dice
taxativamente: «Si cumplimos |
la voluntad del Padre,
nuestro Dios, pertenecemos a la |
Iglesia primera, la
espiritual, la que fue fundada antes |
que el sol y la luna; pero
si no cumplimos la voluntad |
del Señor, seremos de los
que la Escritura dice: "Mi casa |
se ha convertido en cueva
de ladrones". Escojamos, pues, |
el pertenecer a la Iglesia
de la vida, para que podamos |
ser salvados» (Segunda
carta, XIV). Yo, personalmente, |
no tengo la menor duda de
que santa Juana de Arco, por |
La Iglesia lucha y sufre
en la medida en que representa debi- |
damente su popel, y si
cesa de sufrir es porque dormita. Su |
doctrina y que preceptos
no son agradables nunca a gusto del |
mundo, y si el mundo no la
persigue os señal de que no predica. |
John H. Newman, C. O. |
14 (134) |
ejemplo, aunque muriera en
la hoguera, condenada por |
la sacrosanta Inquisición,
pertenecía a esta Iglesia. |
"Sal de la
tierra" |
Pero el caso de «los
cristianos sin Iglesia» nos puede |
conducir a otra clase de
reflexión. La Iglesia, si quiere |
cumplir con su misión, no
sólo debe ser «luz del mundo» |
sino «sal de la tierra», y
la sal no logra su finalidad si |
no es a costa de la
pérdida de la propia identidad en |
beneficio de los alimentos
y materias que ha de conservar, |
salándolas. Es decir,
dándoles el propio ser. |
Salida de su sencillez
primigenia ―tan alejada de la |
complejidad de las
estructuras―, la Iglesia ha ido compli- |
cando su organización a
través de los siglos e identificán- |
dose, cada vez más, sobre
todo en la Edad Media, con |
la maliciosa sociedad
civil. Cierto que se han producido |
siempre protestas por
parte de los cristianos contrarios a |
este desnaturalizado
estado de cosas, pero la de los cris- |
tianos sin Iglesia de
nuestros días lleva quizá el peso de |
una reflexión muy parecida
a la de los objetores de con- |
ciencia frente al servicio
militar. Puede ser que una Igle- |
sia autoritaria sea hoy
menos tolerada, dado el progreso |
mental de muchos
cristianos. Por creerla menos asimila- |
da al Cuerpo de Cristo,
podemos decir. Del mismo modo |
que los procesos
pacifistas de muchos les han llevado a |
ter con más horror el
hecho de la guerra. |
La obra |
del Espíritu |
En consecuencia, lo que
estos cristianos anhelan es |
poder sentirse liberados
de unas estructuras eclesiales |
llamadas a desaparecer a
medida que el Espíritu va ga- |
nando corazones. Porque la
Iglesia, antes que ser estruc- |
tura, es obra del Espíritu
Santo, y «allí donde esté el |
Espíritu del Señor, allí
habita la libertad». |
Se da, sobre todo entre
los jóvenes, el sentimiento Y |
manifestación de una
simpatía por Jesucristo, pero a ello |
se añade la visión de la
Iglesia como un juego de intere- |
ses nada convincente. Ante
lo cual son inútiles las dialéc- |
ticas, las conminaciones o
las condenaciones, que no les |
arrancan de su convicción.
Más bien, lo que con ello se |
conseguiría seria la total
extinción de la mecha todavía |
humeante, resto de una
mínima credibilidad en una hu- |
mana necesidad de las
estructuras, pero en modo alguno |
entusiasmarlos en la plena
adhesión a la Iglesia institu- |
ción. |
El dilema |
Frente a la realidad de
este hecho y teniendo en |
cuenta la buena voluntad
que existe en muchos, no creo |
15 (135) |
que deba ser motivo de
desesperación, sino de confianza |
la comprobación de la
posición crítica de tales cristianos. |
Una confianza muy
impregnada de paciencia, puesto que, |
a fin de cuentas, y tal
como marchan las cosas, es preferi- |
ble que existan cristianos
sin Iglesia que no acabar que- |
dándonos con una Iglesia
sin cristianos. |
NO HAY DICHA PARA MI FUERA
DE TI! |
SALMO 15 |
Y yo le dije: |
no hay dicha para mí fuera
de ti! |
Yo no rindo culto a las
estrellas de cine |
ni a los líderes políticos |
y no adoro dictadores |
No estamos suscritos a sus
periódicos |
ni inscritos en sus
partidos |
ni hablamos con slogans |
ni seguimos sus consignas |
No escuchamos sus
programas |
ni creemos sus anuncios |
No nos vestimos con sus
modas |
ni compramos sus productos |
No somos socios de sus
clubs |
ni comemos en sus
restaurantes |
Yo no envidio el menú de
sus banquetes |
ni libaré yo sus
sangrientas libaciones! |
El Señor es mi parcela de
tierra en la Tierra Prometida |
Me tocó en suerte bella
tierra |
en la repartición agraria
de la Tierra Prometida |
Siempre estás tú delante
de mí |
Aun de noche mientras
duermo |
Y aun en el subconsciente |
te bendigo! |
Ernesto Cardenal |
16 (136) |
Los miedos, |
los medios |
LO PEOR de nuestros miedos |
no es la turbación de la
men- |
te a causa de la sensación
de |
mal inminente y
amenazante. Más |
allá de ese terror, y
dolor intimo |
del alma, lo más grave es
que pue- |
de llegar a destruir la
serenidad |
que nos hace falta para no
confun- |
dirnos cuando hemos de dar
el paso |
siguiente y tomar una
decisión o |
asumir la actitud justa
que frente a |
la vida Dios nos reclama. |
Con independencia del mal
temi- |
do, el mayor peligro no
está en la |
entidad del mismo, sino en
la cali- |
dad de la reacción con que
le res- |
pondemos. Pues los males
que real- |
mente podamos temer no
superan |
la cantidad de las cosas
de este |
mundo; por lo cual, desde
la posi- |
ción de la fe, el
verdadero peligro |
para el creyente —y para
la Iglesia, |
comunión de los creyentes
en Cris- |
to Jesús— está, en
cualquier caso, en |
el riesgo de ceder al
primer terror |
y descender a reacciones
igualmen- |
te mundanas, aunque sean
de signo |
contrario a la amenaza
temida. El |
mal estaría en que el
miedo nos lle- |
vara a olvidar o relegar
los medios |
propios del Evangelio para
adoptar |
los medios del mundo
cuando, ate- |
rrorizados y reducida la
fe a con- |
cepto o ideología (pero
sin que se |
pudiera llamar vida), y la
esperan- |
za a preocupación por la
eficacia |
aparente o inmediata,
opusiéramos, |
sólo o principalmente,
argumentos |
apologéticos, como si de
una guerra |
de ideas se tratara, o
violencia di- |
suasiva, como si el estilo
del mundo |
(amenazas de quien detenta
la fuer- |
za, presión del que goza
de prestigio |
y poder, corrupción del
que maneja |
el dinero) fuera
igualmente válido |
para la apología o la
proclamación |
del Evangelio. |
Para legitimar
cristianamente es- |
tos medios, no bastaría
jamás la in- |
vocación de la eficacia
urgente, y |
significaría el
desconocimiento o el |
olvido de las enseñanzas y
el estilo |
de Cristo, o que
llegáramos a admi- |
tir que él mismo se
equivocó o nos |
engañó cuando nos
aseguraba que |
su reino no era de este
mundo y que |
no tenía necesidad, para
ser estable- |
cido y defendido, ni de la
espada de |
los hombres, ni de los
poderosos de |
este mundo, ni de legiones
de ánge- |
les; que sólo los
sencillos de corazón |
alcanzarían su reino y que
los pe- |
queños y desprendidos
entrarían en |
él: que no tuviéramos
miedo a este |
mundo porque él lo había
vencido. |
Si todo esto, y más cosas
que nos |
dijo, eran verdad, y no
sólo poesía, |
es claro que hay que
aceptar sus |
palabras seriamente. No
hay que |
17 (137) |
buscar ni es preciso
elegir el peli- |
gro, pero no hay que temer
a este |
mundo con sus miedos, sus
errores, |
sus guerras, sus egoísmos
y sus pe- |
cados. Se trata de estar y
entender |
nuestro estar aquí sin
pretender fin- |
gidos equilibrios
«sirviendo a dos |
señores». |
El miedo lleva al
fariseísmo, por |
que busca la falsa
seguridad y no |
la libertad comprometida
del amor, |
que exigiría demasiado. |
En la vida de cada
cristiano ha |
de haber habido la
superación de |
las tentaciones del miedo
que tuer- |
ce el medio de estar con
Dios y ser |
de Dios. |
También en la historia de
la Igle- |
sia, en cuyo caudal
temporal se re- |
mansan, con las virtudes
de sus hi- |
jos santos, los pecados de
sus hijos |
pecadores y las
desviaciones de los |
descarriados. Aunque no
sea menos |
cierto que, en sus ciclos
históricos, |
se manifiestan, sucediendo
a las de- |
cadencias otoñales e
invernales de |
sus crisis y tristezas,
las promesas y |
esplendores de sus
primaveras y |
cosechas espirituales, que
jalonan |
los hitos de su
crecimiento purifi- |
cado. |
Declinaba la edad
histórica que |
llamamos Antigua, y el
imperio ro- |
mano se hundía, como
arrasando en |
su crisis al mundo
civilizado cono- |
cido, y todas sus
estructuras socia- |
les, políticas, económicas
y hasta |
culturales. Parecía que
todo se aca- |
baba; pero un santo surge
en todo |
aquel contexto y emprende
la pri- |
mera gran reflexión sobre
los suce- |
sos históricos que forman
como el |
río de la vida de la
humanidad, y |
los enjuicia a la vista de
la fe. Es |
san Agustín que, en su
obra LA CIU- |
DAD DE DIOS, interpreta,
sin huir de |
la realidad, el sentido de
Dios en el |
hombre, mientras supera
los miedos |
temporales, convertido en
parte del |
cauce que busca el océano
de la |
eternidad. En efecto, las
invasiones |
de los bárbaros no
acabaron con el |
mundo, ni colapsaron la
vida de la |
Iglesia, sino que se
transformaron |
en la Edad Media
cristiana. |
Pero ese cansancio otoñal
que ha- |
bía pesado sobre Roma, se
repite |
unos siglos más tarde
sobre el Me- |
dioevo, casi convencido de
que con |
él se acaba el mundo. Hay
los gran- |
des miedos milenaristas.
Ahora no |
son los pueblos del Norte
sino, con |
otras calamidades y
cansancios, son |
las amenazas de los
árabes. Y aquí |
el miedo también inspira
medios no |
siempre evangélicamente
justifica- |
bles, como fueron las
Cruzadas y, |
con ellas, las órdenes
militares, cu- |
ya ambigüedad se
manifiesta, por |
lo menos, en el caso de
los Templa- |
rios, que tanta gente
favorece por- |
que encuentra seguridad y
sin que |
La primera necesidad de
nuestra época es la instrucción de la juventud y formar |
el corazón en la práctica
de la religión y moral.— Francisco G. Tejero, C. O. |
|
18 (138) |
ellos mismos, o muchos de
ellos, de- |
jaran de ser caballeros
con nobilí- |
simas intenciones. Pero
tan rápido |
éxito generalizado en el
mundo en- |
tonces conocido, coincidió
con el |
control de poderes y una
riqueza |
que les convertía en
banqueros de |
reyes y de pontífices,
hasta que tu- |
vieron que ser disueltos y
destinada |
su enorme fortuna a obras
de bene- |
ficencia, allí donde la
codicia del |
poder político no se
anticipó incau- |
tándose de sus bienes. El
miedo mu- |
sulmán había inspirado
medios no |
cristianos. |
Del Renacimiento podríamos
de- |
cir otro tanto, cuando el
miedo sus- |
citado por la crisis
protestante (sólo |
comparable a la arriana
del s. IV), |
sugiere empresas casi
comparables |
a una cruzada mental...que
después |
no se puede llevar a cabo,
porque |
se opusieron, por interés
político, |
los mismos príncipes
católicos inte- |
resados, y así, un
ejército o "compa- |
ñía" especialmente
adiestrada para |
ello por el ex militar
Ignacio de Lo- |
yola, y puesto de modo muy
parti- |
cular bajo la dependencia
y dispo- |
nibilidad del Papa, tendrá
que cam- |
biar sus miras y estrenar
el camino |
de las misiones (¡y no sin
más con- |
troles e interferencias de
los reyes |
llamados cristianos!) por
tierras de |
América, de Asia y de
Oceanía. Hoy |
en día, aquella
"compañía" tenida |
otrora como retrógrada o
conserva- |
dora resulta ser la fuerza
de la Igle- |
sia que está más en
vanguardia y |
mejor preparada y
testimonia a |
Cristo en los lugares más
conflicti- |
vos entre los pobres del
mundo |
que nos toca vivir. |
En nuestra época también
tene- |
mos miedos, como antaño me
tuvo |
de la herejía, o de lo
musulmanes, |
o de los protestantes. Hoy
tenemos |
miedo al materialismo y al
comu- |
nismo. Intentar vencer
esos miedos |
no supone ser materialista
ni afi- |
liarse al marxismo, sino
volver una |
vez más al Evangelio, a
las palabras, |
a los hechos y al estilo
de Cristo, |
intentar convertirlos en
vida, lo |
que significa más que
reducirlos a |
moral o estilizarlos en
filosofía. Hoy |
hay que volver a hacer lo
que hi- |
cieron los verdaderamente
santos, |
sin propagandas sectarias,
sino en- |
tendiendo el sentido
cristiano de la |
presencia del hombre sobre
la tie- |
rra, camino de Dios. Como
Atana- |
sio, Agustín, Benito,
Francisco, Ra- |
món Llull, Teresa, Felipe
Neri, Ig- |
nacio de Loyola, Newman
(la Igle- |
sia como desarrollo del
Evangelio), |
Juan XXIII (la Iglesia al
día, para |
el hombre de hoy)... Y
tantos san- |
tos desconocidos, que no
están ni |
nadie ha cuidado que estén
en las |
listas oficiales de
glorias que llama- |
mos santas, pero que
usamos para |
prestigios terrenos. |
No tengáis miedo, que yo
he ven- |
cido al mundo. Pero tened
miedo de |
seguir los criterios del
mundo, y de |
las alabanzas de los
hombres, por- |
que no basta decir «Señor,
Señor». |
19 (139) |
formación |
cristiana |
de gente joven |
(de 9 a 16 años) |
TODOS LOS DOMINGOS A LAS
12,45 |
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO |
A PARTIR DEL 17 DE OCTUBRE |
para ayudar a los padres |
a dar ideas cristianas a
sus hijos |
LAUS |
Director Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, I
. Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 17.10.82 |
20 (140) |
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