Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 198. NOVIEMBRE. Año
1982 |
SUMARIO |
UNA COMUNIÓN en la fe, en
la oración y en la es- |
peranza, mientras el Papa
vuela por nuestros cielos |
demasiado rápidamente, a
pesar de todo. Sabemos |
que su afán apostólico y
nuestra vida cristiana, se |
expresan en una Iglesia
que busca crecer en la verdad, |
comprometerse en la
justicia, anunciar la libertad y entu- |
siasmar en el amor. Es la
Iglesia de siempre, sólo que nos |
parece más joven desde que
le abrió caminos de renova- |
ción Juan XXIII, y sus
sucesores y los fieles todos, se es- |
fuerzan en proseguir. Es
la Iglesia de siempre, desde Cris- |
to hasta nosotros. |
CANTO A LA MUERTE |
APARIENCIAS |
UNA IGLESIA PARA LAS
CORTES |
COMO AMIGOS DEL SEÑOR |
VIENE UN PAPA POETA |
DESDE LOS APÓSTOLES HASTA
NOSOTROS |
1 (141) |
CANTO |
A LA MUERTE |
Espero la Muerte, igual
que al Amado |
Ignoro el momento y cómo
vendrá. |
Mi espera es tranquila
sabiendo |
que basta con sólo
esperar. |
Un leve deseo tal vez, |
porque su belleza me
atrae; |
y un leve curioso asomarme
a la puerta |
que se abre al misterio de
lo inexplorado, |
si bien se presiente. |
Igual que el amor, |
la Muerte nos lleva más
lejos, |
inicia una vida distinta,
más alta. |
Espero la Muerte, igual
que al Amado. |
Llegado el momento |
sus brazos abiertos serán
mi reposo, |
su beso en mi frente |
semilla de un sueño
inmortal. |
Soñar y volver a nacer
para siempre, |
vivir y ser libre por
siempre jamás |
en todo, con todo el Amor. |
Maria Elena da Silveira, |
(1922-1970) |
2 (142) |
Apariencias |
SER Y PARECER, ser o
parecer: he ahí la difícil síntesis, o la falaz alter- |
nativa. Porque ¡cuántas
cosas se soportan, y hasta se sufren, con tal |
de mantener las
"apariencias"! La apariencia puede envolver una |
realidad, pero en
ocasiones resulta ser la construcción artificial de |
una corteza sin contenido
real, como ocurría con el pobre falso rico |
caballero del Lazarillo,
que ahorraba su último mendrugo para ir extra- |
yendo algunas migas que
colocar sobre los pelos de la barba, a fin de dar |
apariencia de haber comido
cuando, en realidad, seguía con el estómago |
vacío; seguía pasando más
hambre para mantener una apariencia que no |
lesionara su prestigio de
noble y hacendado, cuando en realidad era pobre |
y miserable. |
Cuando se trata del alma y
de la santidad, el ser es la verdad y la apa- |
riencia la ficción, y no
nos queda tiempo ni fuerzas si comenzamos em- |
pleando las pocas que
tenemos en aparentar más que en ser. Aunque lo |
hiciéramos con el
propósito de que a la apariencia le siguiera el esfuerzo |
para que se alcanzara la
realidad. Ese cambio de prioridades viciaría los |
caminos de la gracia y la
santidad verdadera se haría cada vez más lejana, |
hechos esclavos vanidosos
de tan absurda estrategia, porque nada nos |
distancia tanto de la
verdad como la vanidad asentada en la mente, ni na- |
da nos hace tan esclavos
como el error y la mentira. El mundo cultiva y se |
detiene en las
apariencias, incluso de las cosas santas, y rechaza o evita |
todo esfuerzo al que no
vaya aparejada la gratificación del aplauso. Las |
personas cambian de ideas
o se apuntan a las últimas de moda con tal de |
seguir siendo aplaudidas y
felicitadas o, por lo menos, no censuradas. No |
les importa ser, sino
parecer que son; no se esfuerzan en hacerse a sí mis- |
mas, sino en parecer bien
a los demás; no miran a Dios, sino al mundo, |
como el actor que necesita
del público. Y, para ello, basta con aparentar, |
representar. Sonrisas,
palabras, silencios, gestos, actitudes y obras simbó- |
licas, estrategias.. |
De todo, ―de
personas, de saberes, de capacidades...— nos interesa el |
cuánto, antes que el qué o
el quién; medimos el bulto de las cifras, o las |
exhibimos, antes que
atender a la densidad del espíritu; nos bastan las fór- |
3 (143) |
mulas y nos sobran los
contenidos... Irreflexivos, vanido109, sensualoides |
y perezosos, el bien puro
y la verdad desnuda nos quedan lejos, nos inte- |
resan poco o nada, a no
ser que nos resulten manejables como Adorno. El |
mismo pensamiento de Dios,
si logra ocupar por un momento la mente de |
muchos que nos llamamos
cristianos, no es para que acabemos aceptando |
que somos para Dios, sino
que Dios ―útil, consolador o prestigioso― ce de, |
O es para nosotros. Y por
eso no somos santos. Dios es un ser puro, único, |
gratuito, que nos resulta
extraño, cuando no podemos reducirlo. |
San Felipe Neri advertía
con insistencia, que lo que importa, por enci- |
ma de las apariencias, es
ser, ser verdaderamente ―«essere e non parere»―. |
Y no sólo, y no antes,
parecer. Ésta es la primera condición, la primera dis- |
posición para la santidad. |
EL TESTIMONIO NECESARIO. |
En Europa, los marginados
y los pobres son una minoría. |
Pero en el Tercer Mundo la
situación está a la inversa: la in- |
mensa mayoría sufre estas
malas condiciones, y sólo una mino- |
ría vive bien. Por lo cual
hay que admitir que el sistema es |
malo, aunque tenga algo de
bueno. |
Los dolores allí son
incontables... por la imposibilidad de |
una salida, por la falta
de esperanza, porque quien pide una |
solución es asesinado o
torturado. No se pueden dar cuenta los |
que viven lejos. |
Cuando en América Central
se compra un tractor más ca- |
ro, se está pagando la
subida de sueldo, las mejoras de la segu- |
ridad social europea... y
no lo tienen en cuenta ni el agricultor |
francés ni el sindicato
obrero. Entonces alguien lo tiene que |
decir, y ha de ser la
Iglesia, si quiere ser fiel a uno de sus prin- |
cipios fundamentales:
desprender el corazón humano de las |
riquezas. El hombre no
puede buscar su felicidad consumien- |
do más. La plenitud del
hombre está en darse a los demás. |
Éste es el mensaje
cristiano, que tendrá que predicar tanto si |
se acepta como si se
rechaza. Tendrá que dar este testimonio, |
sin que basten las solas
palabras... Y éste es un punto profun- |
do de la reforma de la
Iglesia y de la Compañía. |
De una entrevista
publicada en ABC, el 28 de marzode 1982, hecha al P. IGNACIO ELLACURIA, |
Jesuita, rector de la
Universidad Centroamericana de San Salvador. |
4 (144) |
UNA IGLESIA |
PARA LAS CORTES |
EN otra ocasión (conf.
"LAUS" |
de diciembre de 1980,
página |
7), nos referíamos al
Oratorio |
de Cádiz, en cuya iglesia,
converti- |
da provisionalmente en
Congreso |
de Diputados, en tiempo
del asedio |
de las tropas francesas,
se elaboró |
el primer texto
constitucional de la |
historia de España, la
Constitución |
de 1812. La comunidad
filipense |
ofreció, de buen grado,
este servi- |
cio cívico. No nos
corresponde a |
nosotros hacer
valoraciones sobre |
el alcance político de
aquel primer |
texto; pero sí destacar el
espíritu |
de colaboración de los
oratorianos |
gaditanos, que no dudaron
en estar |
al lado del pueblo en
horas de tras- |
cendental dramatismo
histórico, |
cuando España se abría a
la moder- |
nidad e inauguraba su
trayectoria |
liberal, con el surgir de
otras clases |
sociales en el escenario
político es- |
pañol. No estábamos,
todavía, en el |
momento de la
industrialización de |
España, pero sí en los
albores de |
un cambio que imponían
tanto las |
corrientes europeas, como
el des- |
moronamiento colonial
español. In- |
cluso pudo parecer que, al
fin, se |
comenzaba a comprender la
necesi- |
dad de conceder autonomías
a los |
pueblos de ultramar, y la
bien in- |
tencionada burguesía
emergente en |
el protagonismo político,
venía a su- |
plir las dejaciones y
corrupciones |
de gran parte de la
aristocracia, del |
estamento militar y de la
misma |
monarquía que, en la
persona de |
Fernando VII, no supo
agradecer la |
defensa salvadora de su
institución, |
por aquel puñado de
patriotas libe- |
rales que se vieron
traicionados por |
la restauración del
absolutismo. |
Aquella Constitución de
1812 se |
abría a muchas
posibilidades para |
un cambio que parecía
necesario, |
pero que se vio frustrado,
aunque |
había intuiciones y
planteamientos, |
cuyo fracaso parece
evidentemente |
lamentable, desde la
perspectiva de |
nuestros días,
especialmente cuan- |
do miramos hacia América,
repre- |
sentada allí en una
tercera parte de |
los reunidos en las Cortes
de la |
Iglesia de san Felipe
Neri. Hoy esta |
5 (145) |
iglesia está en vuelta en
la perenni- |
dad del recuerdo de lo que
pudo |
haber sido un hito más
feliz para |
un pacífico y civilizado
desenvol- |
vimiento de la historia
política y |
social de España, desde
hace más |
de siglo y medio. El
pasado doce de |
octubre, el rey don Juan
Carlos I |
quiso recordarlo
solemnemente en |
el acto celebrado en aquel
mismo |
recinto. Y lo hizo
pensando en Amé- |
rica. No le costó
relacionar aquella |
libertad que desde allí se
iba a ten- |
der a los pueblos
americanos de |
habla española, porque
podía evo- |
car el nombre de Francisco
de Vi- |
toria que tan clara y
vigorosamen- |
te la había recordado al
emperador |
Carlos V, aunque sin
éxito, en ho- |
ras de esplendor para la
Conquista, |
y el nombre de Bartolomé
de las |
Casas, el gran defensor de
los indí- |
genas, sistemáticamente
silenciado |
desde la óptica del
triunfalismo na- |
cional y deformador. |
En estas semanas ha sido
abun- |
dante en la prensa la
referencia de |
los actos celebrados en la
iglesia de |
san Felipe Neri de Cádiz.
Nosotros, |
después de las palabras
que prece- |
den, añadimos esas que
aparecían, |
junto a más amplia
información, en |
el periódico "EL
PAÍS", del 13 de |
octubre pasado: |
La iglesia Oratorio de San
Felipe Neri, en la calle de Santa Inés de |
Cádiz, fue el escenario en
1812, con la elaboración de la Constitución, de |
uno de los más serios
intentos de la época contemporánea española para |
acometer la modernización
de nuestro país. Sin embargo, las Cortes Cons- |
tituyentes comenzaron sus
reuniones en el teatro de la isla de León ―hoy |
la ciudad de San
Fernando― el 24 de septiembre de 1810. |
El acoso de las tropas
franceses aconsejó el traslado de las delibera- |
ciones de las Cortes a la
ciudad de Cádiz, pero el ambiente marcadamente |
liberal que se respiraba
en la ciudad retrasó la toma de la decisión, ya que |
los diputados
conservadores no deseaban elaborar la Constitución en un |
clima les era adverso. El
28 de noviembre de 1810, el Pleno conoce |
que ha sido enviada una
comisión para estudiar la instalación de las Cor- |
tes en la ciudad de Cádiz. |
Desde el primer momento se
piensa en la iglesia de San Felipe Neri, |
por su planta ovalada, sin
columnas, y la inexistencia de un teatro u otro |
lugar con suficiente
capacidad para acoger a los padres de la patria. No |
obstante, la decisión fue
bastante debatida, y así, el diputado Villagómez |
se opuso al traslado
aludiendo que en el convento de los filipenses, con- |
tiguo a la futura sede de
las Cortes, se habían dado casos de fiebre ama- |
rilla. Instalar el
Parlamento en un templo también fue uno de los argu- |
mentos del grupo que
rechazaba el traslado de la Asamblea. Por fin, el |
10 de enero de 1811, en
votación secreta ―60 votos contra 42―, triunfa |
definitivamente la tesis
del traslado a Cádiz. El 20 de febrero se celebra |
la última sesión en la
isla de León y el domingo 24 se celebra ya en San |
Felipe Neri la primera
sesión de las Cortes. |
6 (146) |
AMIGOS DEL SEÑOR |
"Os he amado como el
Padre me ha amado mí: permaneced en mi amor" Jn 15, 9-10 |
LA RAÍZ de la Iglesia no
está en las |
llamas pentecostales
posadas sobre |
las testas apostólicas.
Aquello fue |
como cuando se arranca el
velo |
que cubre la lámpara para
que se vea la luz, |
fue como el reventar de un
rescoldo guar- |
dado. No la maravilla de
un momento, sino |
el resultado de un
crecimiento que el don |
de la presencia del Señor
entre los suyos |
había preparado, como la
crecida de las |
aguas que nacen de lo
hondo y luego rebo- |
san por encima de las
márgenes. No fueron |
mojados de las lluvias de
las gracias, sino |
nacidos del don de Dios.
De otro modo, el |
Espíritu habría resbalado
sobre los apósto- |
les, lo mismo que la
presencia y compañía |
del Señor resbaló sobre
tantos que le tuvie- |
ron cerca y pasaron de
largo junto a él, |
profeta raro, exigente y
demasiado joven |
para los que tenían la
religión como privi- |
legio o como oficio. |
"Vosotros sois mis
amigos" Jn 15, 14 |
La raíz de la Iglesia es
anterior a Pente- |
costés; anterior a la
traición de Judas, al |
arrepentimiento de Pedro,
a la muerte de |
7 (147) |
Cristo... |
"Somos débiles como
el crucificado, pero viviremos como él de la fuerza de Dios" 2 Cor 13,
4. |
La raíz de la Iglesia se
puede entre- |
ver en la confidencia
culminante de aquella |
hora inmediata al supremo
dolor para la |
gran liberación, gozo y
fuerza para todos los |
que le quieren oír y
seguir, todavía ahora, |
rescatados de las miserias
del mundo y de |
los pobres planteamientos
solamente terre- |
nos. La raíz de la Iglesia
está en unas pala- |
bras que ya jamás podrían
morir, salidas del |
corazón de Cristo cuando
dijo a los suyos: |
«Vosotros sois mis
amigos». La Iglesia no es |
un resultado talismánico
de milagro o pro- |
digio alguno, sino el
fruto de la amistad sur- |
gida de su don, aceptado y
agradecido, que |
transforma y hace fecunda
la vida conver- |
tida en respuesta a ese
don. Después de eso |
podía nacer la Iglesia, y
el Espíritu pudo |
venir a los amigos y
colmarlos de la incan- |
descencia de Dios. |
"Señor, ya ves que
nosotros lo hemos dejado todo te hemos seguido" Me 10, 28. |
Por eso, después de esto,
la Iglesia podría |
superar las constantes
embestida de los mie- |
dos, podría sobrevivir a
las persecuciones, |
rejuveneciéndose hasta en
los cansancios, |
y resurgir más pura
incluso después de las |
culpas, y crecer
constantemente en el cono- |
cimiento de la verdad con
la urgencia de |
seguir transmitiéndola a
los hombres, para |
que en cada uno de ellos,
en el cenáculo |
intimo de la conciencia,
se repitiera la reso- |
nancia de las palabras del
"Amigo", que no |
son sentimentalismo o
enajenación, sino |
que, superando todo límite
humano, viene a |
resolver, transformar y
comprometer la vida |
8 (148) |
de cada uno y de todos los
que le oigan con |
buena voluntad: «Vosotros
sois mis amigos». |
"Tú has cumplido mi
palabra y no has renegado de mi nombre Apoc 3,7. |
Por esta razón la Iglesia
es más que una |
sociedad, más que una
internacional de las |
almas, más que una alianza
espiritual o una |
empresa cultural, más que
un seguro de sal- |
vación. Por eso la Iglesia
es, en su raíz, fun- |
damentalmente, una
fraternidad de los "ami- |
gos" del Señor. Lo
demás... |
"Venid también
vosotros trabajar en ml vina" Mt 20,7. |
Cuesta de explicar lo
demás, y cada vez |
que nos esforzamos en
hacerlo para que el |
mundo nos comprenda o
acepte, caemos en |
la facilidad de
reducciones que mutilan o de- |
forman la realidad de este
misterio, que es la |
Iglesia. Cuando queremos
hacernos entender |
demasiado, ocurre que lo
que transmitimos |
a los mundanos sobre
nosotros, ya no es lo |
que somos. Nos oyen, nos
ven, y piensan que |
somos una organización,
cuando en realidad |
somos más bien un
organismo; piensan en |
sociedad y en poder, y
somos un misterio; |
nos suponen idealistas o
partidarios de filo- |
sofías espiritualistas, y
somos simplemente |
creyentes de una fe que no
cabe en el pensa- |
miento ceñido a la sola
doctrina ni al dogma |
porque es una verdad
vital... |
Habéis sido llamados
libertad Gál 5, 13 |
Por esto lo de- |
más cuesta mucho de decir,
como cuesta de |
decir lo inefable Es aquí
y es desde aquí; es |
real y vivo, pero
trasciende la realidad y la |
vida el corresponder a la
amistad del Señor |
y el caminar por la vida
juntos, como "ami- |
gos" del Señor. En la
realidad de la Iglesia, |
misterio de Cristo, lo
demás... es lo de menos. |
9 (149) |
VIENE UN PAPA POETA |
Los que sueñan un mundo en
regreso |
hacia un orden ya
periclitado, perfecto, |
no quisieran un papa
poeta, |
como el papa que viene, |
vencedor de las fórmulas
rígidas |
con palabras y gestos
rimados |
en la luz irisada del
tiempo, el espacio, |
donde el todo y la nada |
son el sístole y diástole |
del latir de la vida. |
Ellos aman los largos
discursos inútiles |
y alabanzas ociosas, |
o los juridicismos de
leyes |
para ser instrumento de
astucias |
en la agónica lucha del
estadio del mundo, |
de riquezas, poderes,
prestigios .. |
Ellos nunca sabrán recoger
la belleza |
ni siquiera del mito que
montan |
sobre base de cosas más
buenas |
para el gran espectáculo |
que divierte, entusiasma |
y enajena a los pobres |
todavía despiertos |
para alguna esperanza, |
pero no la engañosa de los
mitos solemnes. |
10 (150) |
Y ese papa poeta ha
llegado. |
Solamente nos falta
limpieza en los ojos |
y evitar que se pierda en
fragor de espectáculo |
el valor del anuncio que
proclama su paso, |
su presencia tan rápida, |
para que le dejemos que
sea sencillo, |
como fue Jesucristo. |
¡Que nos hable de vida y
entusiasmo por Dios, |
o nos hable de muerte de
los mártires nuevos |
de Polonia o América, |
y los nunca sabidos que se
esconden en Cristo, |
el testigo de todos los
justos y pobres del mundo! |
Y después de su paso |
que nos quede el camino
florido en silencio |
y una nube, una estrella, |
y el brillar del rocío
sobre yerbas del campo |
cuando el sol amanezca de
nuevo, |
y sigamos viviendo esta
vida sencilla |
de todos los días, |
de todos los hombres, |
de cada momento. |
11 (151) |
Documento: |
DESDE LOS APÓSTOLES |
HASTA NOSOTROS |
Es una buena síntesis,
extraída de las páginas que introducen a la lectura |
de las ediciones de «LA
NUEVA BIBLIA LATINOAMERICANA», pre- |
parada en Chile y de uso
común en la mayoría de las comunidades |
cristianas de
Latinoamérica, y que transcribimos respetando los modismos |
peculiares de allí (por
ej. "ustedes" por "vosotros"...), que en nada dificultan |
el sentido y frescor
expresivo del lenguaje de aquellos pueblos hermanos. |
Diecinueve siglos han
transcurrido desde que los após- |
toles de Jesús escribieron
los últimos libros de la Biblia. |
En realidad, no se
dedicaron tanto a escribir esos libros, |
como a proclamar a Cristo
y a hacerle discípulos, consti- |
tuyendo así la Iglesia. |
Setenta generaciones de
cristianos se han sucedido |
desde el tiempo de los
apóstoles. Hablar de la Iglesia es |
hablar de estos hermanos
nuestros; es fácil criticarlos o |
pensar que debían haber
sido mejores; es más difícil |
conocer el mundo en que
vivieron, muy diferente del |
nuestro, y comprender lo
que trataron de realizar, llevados |
por su fe, pero
paralizados por sus defectos de hombres, |
como nosotros mismos. «No
condenen», dice Jesús. |
Hombres libres, |
vírgenes |
y mártires |
Los cristianos de los
primeros siglos gozaron al sen- |
tirse liberados: liberados
de las supersticiones paganas |
como de su propio temor y
egoísmo. Pero pagaron cara |
esta libertad. En su
tiempo no había ley superior a la vo- |
12 (152) |
luntad del emperador a las
costumbres de pueblo, |
ello ponían a Cristo por
encima de los autoridades |
humanas y por ser
opositores de conciencia, los trataron |
como a malhechores. El
amor cristiano y lo virginidad |
insultaban los vicios del
mundo pagano. |
De ahí que los cristianos
fueron perseguidos. Durante |
tres siglos hubo represión
y mártires, a cera en un pro- |
vincia del imperio, a
veces en otra. En algunos periodos to- |
das las fuerza del poder
se desencadenaron contra ellos y |
pensaron acabar con el
nombre de Cristo. Pero las mul- |
titudes que para
divertirse iban a contemplar los suplicios |
infligidos a los
cristianos volvían avergonzadas de su pro- |
pia maldad y convencidas
de que la verdadera humani- |
dad estaba en los
perseguidos. |
La conversión |
de Constantino |
Mientras tanto el mundo
romano entraba en decaden- |
cia. Antes que fuera
vencido por sus enemigos se debilita- |
ron las fuerzas
espirituales que lo habían encumbrado: ya |
no tenían vida las
creencias antiguas. En el año 315 el |
propio emperador
Constantino pidió ser bautizado y, des- |
pués de él, los
gobernantes fueron cristianos. Este fue un |
acontecimiento decisivo
para la Iglesia, que pasaba a ser |
protegida en vez de
perseguida. |
Pero este triunfo trajo
consigo desventajas que se iban |
a medir con el tiempo. En
adelante la Iglesia debió ser la |
fuerza espiritual que
necesitaban esos pueblos del impe- |
rio romano, reemplazando a
las falsas religiones, y sus |
puertas se abrieron para
recibir a las muchedumbres en |
busca del bautismo. La
Iglesia ya no se limitaba a creyen- |
tes bautizados después de
ser convertidos y probados: tuvo |
que hacerse la educadora
de un "pueblo cristiano" que no |
difería mucho del anterior
"pueblo pagano". Lo que se |
ganaba en cantidad se
perdía en calidad. Los emperado- |
res "cristianos"
tampoco diferían de sus predecesores. Así |
como éstos habían sido la
suma autoridad en la religión |
pagana, ellos también
quisieron dirigir la Iglesia, nombrar |
y controlar a sus obispos:
protegían la fe y sometían las |
conciencias. |
Por otra parte, al salir
de la clandestinidad o de una |
situación postergada, los
cristianos tuvieron que meterse |
más en los problemas del
mundo. ¿Cómo podían conciliar |
la cultura de su tiempo
con la fe? Ése fue el tiempo en que |
los obispos a los que
llaman "los Santos Padres" hicieron |
13 (153) |
una amplia exposición de
la fe respondiendo a las pregun- |
tas de sus contemporáneos.
Entre los de más genio se des- |
tacó San Agustín. |
Hay gente que prefiere no
ver los puntos difíciles de la |
fe. Pero los que se
atreven a profundizarlos, como se debe, |
no siempre se cuidan de
los errores. El error que más se |
difundió y por poco
arrastró a la Iglesia fue el "arrianis- |
mo": por miedo a
dividir el Dios único, los arrianos nega- |
ban que Cristo fuera el
Hijo igual al Padre; lo considera- |
ban solamente como el
primero entre los hombres y entre |
los seres de toda la
creación. Los emperadores arrianos |
designaban obispos
arrianos: pero como lo había prometi- |
do Jesús, el Espíritu
Santo mantuvo la fe del pueblo cris- |
tiano en Cristo Hijo de
Dios y el error retrocedió. |
En esos tiempos los
cristianos deseosos de perfección, |
al ver que la Iglesia no
era ya la comunidad fervorosa del |
tiempo de los mártires,
empezaron a organizarse en comu- |
nidades austeras y
exigentes. Les pareció necesario aislar- |
se de la vida cómoda para
buscar a Dios con toda el alma, |
y así, en los desiertos de
Egipto primero, y luego por todo |
el mundo cristiano hubo
monjes y ermitaños. Al apartarse |
de la gente común corrían
el riesgo de perder los benefi- |
cios de la solidaridad
humana y caer en la tentación de |
soberbia, pero, por otra
parte, con su fe y su generosa en- |
trega mantuvieron el ideal
de vida enteramente consagra- |
da a Cristo, que debe ser
lo distintivo de todo bautizado. |
El fermento |
en la masa |
Cuando se derrumbó el
Imperio romano invadido por |
los bárbaros, devastado,
arruinado, despedazado, pareció |
que fuera el fin del
mundo. (Hablamos siempre del Impe- |
rio romano, no porque
fuera el único lugar poblado en el |
mundo sino porque, de
hecho, los predicadores cristianos |
no habían salido, o poco,
de sus fronteras). |
Pero, en realidad, esta
destrucción anunciada por Juan |
en el Apocalipsis dio la
partida para otros tiempos; la Igle- |
sia no pereció en ese
torbellino, sino que descubrió una ta- |
rea nueva: evangelizar y
educar a los pueblos que, después |
de las invasiones
bárbaras, habían vuelto a una sociedad |
más pobre, muy inculta y
totalmente desorganizada. |
Estos pueblos no conocían
otra fuerza moral u otra ins- |
titución firme que la de
la Iglesia. Muchas veces el obispo |
había sido el único que se
constituyera en «Defensor del |
pueblo» frente a los
invasores. No había otros que los cléri- |
14 (154) |
gos para educar al pueblo;
en los monasterios se guarda- |
ban al lado de las
Escrituras Sagradas los libros de la cul- |
tura antigua. La Iglesia
fue el alma de esos pueblos pri- |
mitivos, crueles,
generosos y excesivos en todo. Y mientras |
luchaba perseverantemente
para limitar guerras y vengan- |
zas, proteger a la mujer y
al niño, desarrollar el sentido |
del trabajo constructivo,
ella misma se dejó penetrar por |
las supersticiones y la
corrupción. A pesar de que, por |
momentos, pareció hundida
en los vicios del mundo, lo |
sembrado entre lágrimas
floreció con el tiempo. Nació una |
civilización nueva cuya
cultura, arte y, más que todo, |
ideales, eran fruto de la
fe; ésta fue por unos siglos la |
"cristiandad". |
La parte oriental del
Imperio romano había resistido a |
las invasiones bárbaras,
en los territorios donde están aho- |
ra Turquía, Grecia, Siria
y Egipto. Esta parte de la Iglesia, |
llamada Griega u Ortodoxa,
y que luego evangelizaría a |
Rusia, se apartó poco a
poco de la parte occidental ocu- |
pada por los bárbaros y
animada por la Iglesia de Roma. |
Hubo dos Iglesias
diferentes por la cultura, el idioma y las |
prácticas religiosas, a
pesar de que guardaban la misma |
fe, y esto no era malo.
Pero ambas cometieron el pecado |
de fijarse más en sus
propias costumbres que en la fe co- |
mún, así, la Iglesia
oriental se apartó del Papa, sucesor |
de Pedro en Roma. |
La Iglesia |
y la Biblia |
En el año 1460 los
descubrimientos de Gutenberg per- |
mitieron imprimir libros.
En tiempos anteriores no había |
sino libros escritos a
mano, caros y escasos. No estaba al |
alcance del hombre común
tener una Biblia ni siquiera un |
Evangelio. La Biblia se
leía en la Iglesia y servía de base |
para la predicación. Y
para que estuviera más presente en |
la memoria de los fieles,
no se construían templos sin |
adornarlos |
por todas partes con
pinturas, esculturas o vi- |
trales que reproducían
escenas bíblicas. |
Pero en adelante cada uno
podría tener las Escrituras |
Sagradas con tal que
supiera leer. Este descubrimiento |
técnico iba a precipitar
una crisis latente en la Iglesia. |
Porque durante siglos, las
instituciones de la Iglesia, su |
clero, sus religiosos,
habían forjado la cultura y la unidad |
del mundo cristiano,
siendo sus guías en lo político como |
en lo espiritual, las
preocupaciones materiales superaban |
muy a menudo la dedicación
por el Evangelio. Muchos |
hombres destacados,
religiosos, santos, habían protestado |
15 (155) |
pidiendo reformas. Pero
las reformas no salían adelante. |
Con la impresión de la
Biblia, varios pensaron que la úni- |
ca solución para reformar
la Iglesia era entregar a todos |
el Libro Sagrado para que,
al leerlo, bebieran el mensaje |
en su misma fuente y
corrigieran los desvíos y malas cos- |
tumbres establecidas. |
Cuando Martin Lutero tomó
la iniciativa de una Igle- |
sia reformada, apartándose
de la Iglesia oficial, acometió |
la obra de traducir toda
la Biblia al idioma de su pueblo, |
el alemán, pues hasta
entonces se publicaba casi siempre |
en latín. |
Es que, en la Iglesia, la
mayoría de los clérigos, des- |
conociendo el provecho que
se sacaría de la lectura indi- |
vidual de la Palabra de
Dios, se fijaban más bien en los |
peligros de que cada uno
se creyera capacitado para com- |
prenderlo todo sin error
si se entregaba al Libro Sagrado |
a todos. No se equivocaban
totalmente, pues apenas Lu- |
tero hubo traducido la
Biblia, sus seguidores empezaron |
a pelear entre ellos y a
fundar Iglesias opuestas, segura |
cada una de retener sola
la verdad. |
Cuando, años después, la
Iglesia se reformó a sí mis- |
ma, no por eso se promovió
suficientemente el interés por |
La Biblia. Predicadores y
misioneros no dejaban de ense- |
riar el Evangelio, pero
todo llegaba al pueblo desde arriba |
sin que fuera estimulado a
buscar personalmente la ver- |
dad. |
Conquistadores |
y misioneros |
Desde los Apóstoles, los
creyentes se han preocupado |
por transmitir su fe a los
demás. También hubo misione- |
ros que se aventuraron
entre los pueblos enemigos o de |
otro idioma, para predicar
el Evangelio. Pero cuando |
toda Europa se encontró
más o menos reunida en la cris- |
tiandad, o sea en el área
cultural y social animada por la |
Iglesia, creyeron que se
había cumplido la tarea misione- |
ra. ¿Qué había fuera de
los países cristianos? Ellos hubie- |
ran contestado: «Los
moros, nada más». Los moros, es |
decir, los pueblos árabes
de religión musulmana, enemi- |
gos encarnizados de los
países cristianos. Y no pensaban |
que hubiera pueblos más
allá. |
Algunos profetas como
Francisco de Asís o Ramón |
Llull comprendieron que
sería mejor anunciar a Cristo |
entre los musulmanes que
luchar contra ellos con armas. |
También misioneros como
Juan de Mortecorvino recorrie- |
16 (156) |
ron toda Asia a pie, hasta
China. Pero fueron excepcio- |
nes. Ya en estos tiempos,
que nos parecen lejanos, las Igle- |
sias de Europa tenían
siglos de tradición; tenían su cul- |
tura, su manera propia de
reflexionar la fe y de vivir el |
Evangelio. Y para los
hombres de ese tiempo era muy |
costoso comprender a
pueblos de otra cultura transmi- |
tirles el Evangelio de
manera que pudieran organizarse |
en Iglesia según su
temperamento propio y conforme a su |
idiosincrasia. Por esto
las Iglesias fundadas en los extre- |
mos del mundo no
prosperaron y la Iglesia se confundió |
con la cristiandad
europea. |
Pero cuando Marco Polo,
Vasco de Gama y Cristóbal |
Colón abrieron el muro de
ignorancia que protegía a la |
cristiandad, la Iglesia
conoció la dimensión real del mun- |
do que no había recibido
todavía el Evangelio: África, |
Asia y América. |
Eran aventureros los
conquistadores, pues la gente |
tranquila no suele
arriesgarse en tales cosas. Pero apenas |
descubrieron el Nuevo
Mundo los acompañaron los aven- |
tureros de la fe, ansiosos
por conquistar para Cristo a los |
que todavía no lo
conocían, y entre los que partieron así |
sin armas, sin otra
preparación que su fe, no faltaron los |
santos ni los mártires. |
La misión en América
pareció que sería muy fácil y |
fecunda. Los españoles
habían destruido las naciones in- |
dígenas y, a veces,
arrasado su cultura. Los indios no se |
resistieron a la fe, y en
varios lugares se concedieron pri- |
vilegios a los que se
hacían cristianos. Poca gente se dio |
cuenta de que la
cristianización era muy superficial. Bajo |
la película delgada de las
prácticas católicas los pueblos |
indios guardaban sus
creencias paganas. Seguían muy |
religiosos como lo eran
antes, pero a su manera, y, si bien |
es cierto que la Iglesia
suprimió costumbres inhumanas e |
hizo obra de educación
moral, los hombres, en su mayo- |
ría, no se encontraron con
Cristo ni se convirtieron a su |
mensaje en forma
responsable. Recibían las enseñanzas y |
los beneficios de "la
Iglesia", pero no se consideraban a |
sí mismos como
"Iglesia", es decir, comunidades reunidas |
en torno a la Palabra de
Dios. |
La rebeldía |
de los laicos |
Al hablar de la
cristiandad dijimos que la Iglesia se |
había hecho responsable de
muchos sectores de la vida |
pública, y esto, por
necesidad, porque no había autoridad → |
17 (157) |
civil o militar que se
encargara de ello. El clero fundaba |
y atendía las escuelas y
universidades, los religiosos se |
hacían cargo de la Salud
Pública: hospitales, hospicios, |
orfanatos. Los monjes
colonizaban y valorizaban las tie- |
rras sin cultivar. |
Pero llegó el día en que
el mismo progreso social de |
la cristiandad despertó un
concepto nuevo de la vida. Los |
más conscientes entre los
dirigentes e intelectuales com- |
prendieron que todas estas
tareas debían ser devueltas a |
las autoridades civiles.
En esto estaban de acuerdo con el |
Evangelio, que distinguió
lo que es del César y lo que es |
de Dios. Pero también en
esto se enfrentaron con las ideas |
tradicionales. Raras veces
nos convencemos que debe- |
mos transmitir a otro una
responsabilidad nuestra. Así |
pasó con las autoridades
de la Iglesia. De tal manera que |
los cambios necesarios
para que la cristiandad decadente |
diera lugar a naciones
modernas, a instituciones laicas, a |
ciencias independientes,
se hicieron en forma de lucha. To- |
dos saben el proceso
ridículo hecho al físico Galileo y los |
conflictos políticos que
hubo entre los papas y los reyes. |
Durante siglos la Iglesia
había constituido la cristian- |
dad y luego fueron
necesarios cuatro siglos de luchas es- |
tériles para que se diera
cuenta que, al perder sus recursos, |
su poder político y su
monopolio cultural iba a encontrar |
su verdadera misión, que
es la de ser en el mundo una |
fuente de amor y de
unidad, la levadura en la masa. |
El amor |
nunca |
pasará |
Es fácil ver que muchas
dificultades encontradas por |
la Iglesia en los últimos
siglos se deben a que los obispos |
y sacerdotes habían pasado
a dirigirlo todo en la Iglesia |
y en la sociedad. Pues la
función propia de ellos es la de |
mantener la fe y la unidad
de la Iglesia y no siempre |
tienen el espíritu
"profético" que permite orientar la Iglesia |
hacia nuevos rumbos. De
hecho, no comprendieron que la |
transformación social que
iba despojando a la Iglesia ser- |
vía a los planes de Dios. |
Pero, si bien faltó en la
Iglesia la visión del porvenir, |
nunca le faltó lo más
precioso y que es su razón de ser: |
el amor. |
El hombre débil teme la
muerte; el desgraciado, la llama; |
el valentón la provoca, y
el hombre sensato la espera. |
Franklin |
18 (158) |
No nos detengamos en los
errores propios de cada si- |
glo. Nuestros hermanos del
siglo XVI arriesgaban su vida |
sin temor por el servicio
de Dios y, con la misma pronti- |
tud, mataban al que no
compartía su fe. Tampoco nos de |
tengamos en la mediocridad
de la mayoría de los bautiza- |
dos: ésa es la condición
humana. Pero no hubo siglo ni |
generación en que no se
vieran por todas partes hombres y |
mujeres llevados por el
amor a los sacrificios más grandes; |
que buscaron a Dios y
quisieron devolverle a Cristo su |
amor hasta el heroísmo:
pensemos en una Teresa de Ávila |
o una Rosa de Lima; en los
Mercedarios que se hicieron |
esclavos para rescatar a
sus hermanos esclavos. |
Los que |
supieron |
amar |
Al recorrer la historia
encontramos varias clases de |
hombres que han levantado
la humanidad: los pensadores, |
los artistas, los
libertadores..., y no todos eran cristianos. |
Pero si nos fijamos en la
raza de los que supieron amar, |
no hubo nunca nadie más
grande que los santos: ellos fue- |
ron los que más amaron y
los más apasionados. |
El amor es humilde,
paciente y servicial, dice san Pa- |
blo. Así la Iglesia, al
mismo tiempo que favorecía las ins- |
tituciones más exigentes y
más fervorosas se negó a ser un |
grupo de
"perfectos". Nunca rechazo a los pecadores, a los |
débiles; nunca despreció a
la humanidad común y medio- |
cre. Pues sabia que no hay
otra perfección ante Dios que |
el amor, y no hay amor sin
humildad, y no llega uno a ser |
humilde sin humillación, y
la humillación le viene a uno |
de sus mismos pecados. |
Al resucitar, Cristo dijo
a sus apóstoles: «Perdonen los |
pecados», y al cabo de
veinte siglos de historia cristiana |
la Iglesia se destaca como
el lugar en que los hombres en- |
contraron el perdón y en
que aprendieron a perdonar. |
El Espíritu |
Pero también Cristo dijo:
«Reciban el Espíritu Santo». |
En los años presentes se
desmorona el prestigio que la Igle- |
sia se mereció en el
pasado, su clero disminuye, sus escue- |
las y sus hospitales pasan
a ser del gobierno, ¿acaso va a |
desaparecer? Más bien, al
perder los recursos y medios en |
que los hombres suelen
confiar, se dispone a que la dirija |
y empuje más eficazmente
el Espíritu de Dios. Más que en |
el pasado la Iglesia
entrega la Biblia a todos los fieles. En |
su último encuentro
mundial, el Concilio Vaticano insistió |
en que todos pudieran
leer, meditar y rezar las Escrituras |
Sagradas, para que en todo
y siempre seamos conducidos |
por el Espíritu de Cristo. |
19 (159) |
«Somos muy dados todos los
hombres ―especial- |
mente los católicos
españoles― a buscar en las |
palabras del Papa las
razones que apoyen nuestra |
"ideología" o
nuestra "postura", tomada previa- |
mente para afirmar después
rotundamente ―y de |
ordinario utilizando sus
textos contra otros cristia- |
nos― que el Papa es
"nuestro", que está con nos- |
otros y condena a los que
no piensan |
de la misma manera». |
Card. VICENTE ENRIQUE
TARANCÓN, |
en un artículo publicado
recientemente en el "Osservatore Romano". |
LAUS |
Director Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprimo: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, 1
- Apartado 182 - Albacete D.L. AB 103/62 - 7.11.82 |
20 (160) |
|