Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 200. ENERO. Año 1983
SUMARIO
HISTORIA es tiempo, y en ella hay un injerto divino,
Jesucristo: hombre unido a la Divinidad del Verbo,
para ser palabra de Dios a los demás hombres, de
todos los tiempos. Como una resonancia o reverbe-
ración de este misterio, hay también un injerto de gracia
misericordiosa en cada hombre (que le hace parecer a
Cristo). Si, en su tiempo, el hombre lo recoge y desde la
profundidad de su conciencia mira a Dios, también el
hombre se hace palabra y habla a Dios como a Padre y
se une a él.
¿POR QUÉ MEDITO?
LAUS 200
EL SENTIDO DE DIOS
TIEMPO HUMANO
ESTILO DE DIOS Y ESTILO DEL MUNDO
PROFUNDIDAD Y TRASCENDENCIA
QUIEN BUSCA ENCUENTRA
LA MÚSICA Y EL ORATORIO
1
¿POR QUÉ MEDITO?
Para llegar a la paz y a la profundidad.
Para que no se agoste y entumezca mi corazón.
Para que sea cada vez más libre de toda clase de convulsión,
de toda tensión innecesaria y de toda mezquindad.
Para que de la vivencia de mi profundidad y mi totalidad
alcance la salvación.
Para ser verdaderamente hombre.
Para que me resulte cada vez más claro el sentido de mi
existencia.
Para ser justo y genuino y, de este modo, poder ayudar
a los demás.
Para poder hablar mejor de corazón a corazón.
Para ser sensible a lo que Dios quiere hacer en mí.
Para derribar todas las barreras del egoísmo
que se oponen a la acción de Dios.
Para hacer que ceda en mí toda resistencia al amor de Dios
que me busca, y entregarme a él sin reservas
hasta lo más intimo de mí mismo, y hacerle sitio.
Para contribuir en alguna medida a que la Iglesia de Dios
encuentre cada vez más profundamente
su propia identidad y sus propias fuentes.
Para que podamos afrontar con paciencia y con fe
las aflicciones que nos sobrevienen (cfr. Apoc 13, 10).
Porque la meditación es el inicio de la "vida eterna",
en la cual "contemplamos a Dios".
Porque es cierto que ningún pintor pinta, ningún poeta
compone, ningún hombre llega a ser hombre,
ningún cristiano es auténticamente cristiano,
sin meditación.
Klemens Tilman, C. O.
2
LAUS 200
LLEVAMOS algo más de veinte
años publicando «LAUS», y
hemos llegado, con la edi-
ción de este mes, al número
doscientos. No nos puede pa-
sar desapercibido el hecho de la
consolidación de la tarea mante-
nida hasta aquí, y por eso damos
gracias a Dios por haber podido
llevarla adelante, ciertamente no
sin esfuerzo, pero con
no menos ilusión, ya
que la preparación y
confección de cada
número ha represen-
tado, un mes tras otro,
el gozo siempre reno"
vado del que piensa
que va a decir algo a
los más amigos.
Conscientes de
nuestra limitación, no
nos hemos atrevido
a llamar «revista» a esas veinte
páginas impresas, que hemos he-
cho llegar a aquellos que las es-
peraban, como tendiéndoles un
saludo amable, mientras les dá-
bamos algún aviso sobre las acti-
vidades de la casa y les hablába-
mos algo de Dios, de la Iglesia y
―como no podía ser menos― de la
espiritualidad filipense, de acuer-
do con nuestra vocación, dentro
de la Iglesia de Dios. Nacidas al
cabo de poco de nuestra funda-
ción en Albacete, ellas también
contienen los hitos más salientes
de esta Congregación del Orato-
rio, y desde ellas pudimos hablar
primero del proyecto de la her-
mosa iglesia que constituye el co-
razón de nuestra casa, y luego
verter el gozo de la obra conclui-
da y amada por todos. Pero no es
éste el momento de hacer histo-
ria. Bástenos saber que hemos
nacido y crecido, casi con la cro-
nología de la diócesis afortuna-
damente creada en el año 1950,
y en el marco y al ritmo del lugar
y tiempo que nos ha cabido en
suerte.
Es cierto que no nos han
faltado positivas sugerencias y
estímulos para introducir algún
cambio en la forma y economía
de esta modesta publicación; pe-
ro hemos creído que
debíamos mantener
inalterados algunos
criterios respecto
la dimensión, al tema-
rio y a la gratuidad,
tal como nos propu-
simos desde un prin-
cipio. Lo reducido de
sus dimensiones nos
obliga a ser más es-
pecíficos en su con-
tenido, y el propósito
de mantener su gratuidad, con
un poco más de trabajo por nues-
tra parte, nos permite que siga-
mos manteniendo esa prueba de
afecto cristiano, repetida cada
mes hacia todos nuestros amigos
lectores. Por otra parte, creemos
que el trabajo también es oración
además de caridad, cuando se le
da un sentido fraterno y se mira
a Dios. De tal manera que quisié-
ramos que el ejemplar que os lle-
ga cada mes, no sólo fuera para
vosotros esa mano amiga tendida
con la ofrenda de unas ideas o
pensamientos cristianos que os
puedan servir para la vida de fe,
sino, también, para nosotros, una
mano alzada en oración a Dios,
sobre el altar de prensas y como-
dines, en la liturgia total en la que
se integra el trabajo manual junto
a la dedicación a la palabra, a la
perseverancia en la oración y a la
consagración al ministerio.
3
EL SENTIDO DE DIOS
EL sentido de Dios en el mundo,
por el cual el hombre debe
aprender a discernir razo-
nablemente sobre todas las cosas y
sobre su propia vida, es capital pa-
ra que esta misma vida humana no
sea un absurdo, relegado al frenesí
de la locura. Descubrir a Dios y
encontrarlo en sus manifestaciones,
y luego tenerlas en cuenta, seguir-
las, como se sigue un camino ilu-
minado. Ese descubrimiento de las
manifestaciones de Dios no es un
fenómeno que se agota en un solo
acto, sino que progresa y se repite
dilatando la visión de su proyecto
sobre nosotros, en el marco de toda
la realidad que nos circunda, mien-
tras nos conduce adelante, hacia la
visión total, en su reino.
Porque Dios no ha creado el
mundo para olvidarse luego de él,
ni nos ha dado el ser a cada una
de sus criaturas inteligentes, para
abandonarnos luego a nuestra pro-
pia suerte, desinteresado de nuestro
camino por el tiempo. Hay una pre-
sencia primaria de Dios en todo lo
humano, que resuena en la con-
ciencia de cada hombre, como una
manifestación divina que remueve
los velos de su ocultación y que se
"actualiza" ―diría Zubiri― en la
inteligencia para constituirse en
verdad. Si el hombre se entrega a
esa verdad apenas descubierta, su
gesto se transforma en lo que lla-
mamos fe, algo suscitado por Dios
y correspondido por el hombre, y
que debe entenderse no ya como
la aceptación de un conjunto de
proposiciones o lista de "verdades"
divinas esenciales para acceder al
Supremo Ser, sino más bien como
una entrega, como una adhesión
personal del hombre al Dios vivo,
entendido también como persona.
La fe no es un conjunto de ideas
sobre Dios, ni es una ideología,
sino la entrega interpersonal, la
relación consciente del hombre con
Dios que se le ha manifestado. La
4
fe es ―valga la redundancia léxi-
ca― la fidelidad a Dios personal
que se abre al hombre, antes que
una especulación de la inteligencia
humana sobre el Ser trascendente.
Esos magos que encontraron fi-
nalmente a Cristo, vivieron, cada
uno, un proceso de descubrimien-
to, de encuentro intimo, consciente,
en su inteligencia. Antes que "ver
su estrella" en el cielo exterior del
universo, vieron la claridad divina
que invadía el universo interior de
su espíritu, del cielo de su propia
alma. Y eso fue lo que les puso en
camino. A partir de ese momento,
todo cambió de sentido en sus vi-
das, y ya cada encuentro fue el
punto de partida para una nueva
búsqueda, hasta llegar a Jesucristo.
Era una verdad y, como toda ver-
dad, no podían ocultarla a la pro-
pia conciencia, y fueron fieles a
ella. Por esto andaron, pregunta-
ron y, finalmente, hallaron. El ha-
llazgo de Cristo culminó el creci-
miento de la manifestación de la
verdad del Dios personal en quien
habían comenzado a creer bastante
antes, porque Cristo es la forma
más intensa de la manifestación de
Dios. Intensidad que invadió sus
espíritus, e intensidad que se ofre-
cería, en adelante, a todos los hom-
bres de todos los pueblos, de todas
las razas, de todos los tiempos.
En la medida en que Cristo sea,
finalmente, hallado por los hom-
bres, culminando un proceso de
fidelidad a la cadena de pequeñas
y continuas "manifestaciones" di-
vinas y personales del Dios per-
sonal al hombre persona (inteli-
gencia, libertad, conciencia) los
hombres seremos invadidos por la
"verdad personal" de Dios, y ello
cambiará el sentido de nuestras vi-
das, que habrán quedado marca-
das, señaladas por la única señal,
Cristo, que cambia de forma la vi-
da del hombre al devenir creyente,
y da un nuevo sentido al mundo
5
en que el hombre se mueve. El sen-
tido de Dios.
Ese sentido no lo alcanzará nun-
ca el que se encierre o empane su
inteligencia y su conciencia, o se
niegue a andar, a preguntar, a bus-
car y a reconocer, humilde y pru-
dentemente, esa luz creciente que
parte de una insinuación gratuita
de Dios y que se va ampliando tras
sucesivas correspondencias, hasta
trabar una relación personal cada
vez más estrecha con él. Quien sue-
ñe con un Dios útil, o con sólo cate-
gorías universalizables para extraer
principios de moralidad o buen or-
den en el mundo, o decoro en las
apariencias personales, o prestigio,
o poder, o cualquier ventaja tempo-
ral..., ése podrá rondar por pala-
cios y templos, pero jamás llegará
al lugar donde la estrella se posó",
a la fe plena de la manifestación
personal de Dios, a la entrega go-
zosa —lo demás no son verdaderos
gozos― a Dios. Jamás descubrirá el
sentido del mundo y de su propia
vida, en Dios.
DESPUÉS DEL VIAJE.
Santidad:
Habéis pasado por Cataluña ―Montserrat y Barcelona― durante vuestro viaje
apostólico, en un día tempestuoso. Sin tiempo material ni condiciones aptas para
daros cuenta de todo lo que hubiéramos querido haceros saber en aquellas doce es-
casas horas que nos dedicasteis. Se dice que llegasteis mareado y se comprende.
Pero con toda sinceridad os queremos decir, ante todo, que os agradecemos de cora-
zón vuestra esperada visita a nuestras iglesias.
Sentimos como una necesidad de dirigiros estas líneas, que tal vez ni siquiera
llegaréis a leer, a no ser que se os de algún momento sobrante. Pero es igual...
Si no se os ha dicho antes, os lo decimos ahora: nos habría gustado otra suerte
de viaje. Pero hubo de ser así y lo aceptamos y estuvimos presentes. Tomad nues-
tra buena voluntad y sabed leer nuestras intencionalidades...
En conclusión retened esto:
Nadie se marginó del viaje. Todos los Movimientos y grupos acudieron a la
cita. En un lugar u otro, de una u otra manera.
Vuestro mensaje nos interpela porque tal vez nuestra fe no acaba de asumir
el misterio de la Iglesia como engendradora de esta misma fe. En modo alguno
quisiéramos sentirnos alejados de la comunión católica.
Cierto que nos vemos abocados a una lectura actualizada del mensaje cristiano
por el hecho de que vivimos en un país que justo antes de vuestra visita acaba de
votar mayoritariamente socialista: y por lo tanto está claro ―si es que no lo hubiese
sido antes de visitarnos― que partiendo de la realidad hemos de tener presente este
dato socio-cultural y político, sin confundirlo con el mensaje cristiano, pero sin
dejar de relacionarlo con él.
Santidad, hasta que nos podamos ver otra vez...
vez...
P. Antoni M. Serramona, C. O.
Delegado diocesano de Pastoral de Juventud de Barcelona.
6
TIEMPO
HUMANO
CADA AÑO, al estrenar calen-
dario, nos vuelve a impresio-
nar la idea del tiempo, esa
fugacidad natural ―una de las diez
categorías aristotélicas― deslizán-
dose inexorablemente, inaprehensi-
ble, frenada solamente por el tedio
cuando deforma nuestra más ínti-
ma percepción llevándonos hacia
la absurdidad y al cansancio de la
vida, y que sólo detiene y paraliza
la idea de la muerte.
¿Qué es el tiempo? ¿Para qué es
el tiempo? No el tiempo físico o
matemático, sino el tiempo vital.
Es decir, el tiempo humano o, como
puntualizaría Séneca, "el tiempo
nuestro", para el cual no basta en-
tenderlo, como Aristóteles, como la
medida de lo que se mueve se-
gún un "antes" y un "después" sino
más bien admitiendo, con Kant,
que es la forma subjetiva y previa
de nuestra sensibilidad interna,
única que da a nuestros fenómenos
interiores su apariencia de dura-
ción sucesiva. Pues en esa concien-
cia consiste, y en esta duración se
contiene toda nuestra vida, como
una capacidad extensiva que se di-
lata para ser colmada.
Tiempo nuestro, tiempo humano,
porque Dios no tiene tiempo, si
bien lo envuelve en su eternidad,
que es la total, simultánea y per-
fecta posesión de la vida sin fin,
según Boecio. En la eternidad hay
plenitud de vida, pero no sucesión.
No hay tiempo. En nosotros sí, y
es como un misterio fluyente, que
la conciencia contempla como mar-
co y capacidad vital; un misterio
natural más espiritual que el del
espacio infinito; una transparente
sensación de nuestro ser mientras
crecemos caminando hacia el infi-
nito de Dios, que se injerta en nos-
otros sin absorbernos, y que nos
7
lleva a rozar su eternidad, en la
que finalmente se inscribe también
nuestro tiempo.
Ese injerto de Dios en nosotros,
nos diría san Agustín, es la gracia,
y por medio de ella ordenamos
cristianamente nuestro tiempo hu-
mano en la eternidad divina, supe-
rando el ciclo repetitivo del eterno
retorno de los griegos, para elevar-
nos en la trascendencia lineal de
un crecimiento colmado de vida,
que desemboca en Dios, y que, por-
que supera todos los fatalismos, es
siempre nuevo y gozoso. Es de esta
manera que el hombre trasciende
su tiempo, a través de sí mismo,
desde lo intimo de su conciencia,
teniendo a Dios y buscándolo.
Mas esto es oración, elevación de
la mente a Dios, búsqueda del Ser
infinito. Santo Tomás dice que para
esto ha sido creado el hombre inte-
ligente y libre, espiritual, para que
pueda buscar y ser destinado a
contemplar a Dios, ya desde esta
vida temporal, como un ensayo de
la contemplación eterna.
Cuando nos aproximamos a las
figuras humanas que primeramente
se encontraron con Cristo, compro-
bamos que aquel encuentro histó-
rico y personal, no pudo ser pro-
ducto sorprendente e inesperado de
coincidencia alguna, sino que se
nos presentan como la culminación
de una etapa de esperanza y de
búsqueda elaborada desde la inti-
midad de la conciencia, a través
del tiempo humano empleado en
la oración, en la elevación de la-
mente a Dios. Así en María, José,
los pastores, los magos, Simeón,
Ana. Hubo una preparación íntima,
serena, de un tiempo espiritual, de
una actitud de plegaria, de una es-
peranza sobrenatural.
La existencia temporalizada de
la conciencia es para mirar a Dios
desde la propia, intima y próxima
realidad, mientras percibe la expe-
riencia de la duración, que se abre
para ser colmada. El tiempo es pa-
ra eso. La sabiduría del hombre
consiste en entenderlo de este mo-
do y, si lo tiene en cuenta, no de-
berá temer nada cuando se paralice
su tiempo, porque habrá colmado
su vida. No sabemos si Séneca ha-
bía leído a san Pablo, pero el filó-
sofo teísta de Córdoba también es-
Nada existe en el mundo que no pueda desacreditarse
si no se mira más que por un lado, porque las cosas mi-
radas así son falsas, o en otros términos, no son las mis-
mas cosas. Todo cuerpo tiene tres dimensiones; quien
no atiende a más que a una, no se forma idea del cuer-
po, sino de una cantidad que es muy diferente de él.
Jaime Balmes
8
cribió que «Dios está cerca de ti,
contigo, dentro de ti» y en ese tiem-
po humano, tuyo el tuyo, y mío el
mío. Además, «él está presente en
nuestras almas e interviene en
nuestros pensamientos». Y aún nos
añadiría un consejo: «Vive con los
hombres como si Dios te viera; ha-
bla a Dios como si los hombres te
oyeran». Ese podría ser un buen
lema, no sólo para el principio de
año, sino para toda una vida. Por-
que «todos los años son míos; no
hay tiempo cerrado a los grandes
espíritus; ni edad inaccesible al
pensamiento humano...» Pues «ese
día que tanto temes por ser el últi-
mo, es la aurora del día eterno».
Que es lo mismo que dice, con pa-
recidas palabras, Juan Ramón Ji-
ménez: «...saber que amanece / en
mi corazón, / oír en el alba / una
sola voz». Oír una voz después de
haber emitido la tuya, después de
haber usado la voz del alma para
Dios, para hablarle, convertido en
oración el gesto del alma que va
colmando la vida mientras se ele-
va hacia él. Entonces se muere sin
morir» —«¡tan alta vida espero!»―
porque, como dice Unamuno, «se
puede morir sin agonía», si la vida
se convierte en palabra, cuando,
desde la oración en el tiempo, se
pasa a la contemplación de la eter-
nidad, porque «el alma respira con
palabras». Ojalá, la última, más
allá del tiempo, sea una palabra
para Dios.
DIÁLOGO
ENTRE DIOS PADRE
Y EL ÁNGEL DE BELÉN.
¿La mula?
―Señor, la mula
está cansada y se duerme,
ya no puede darle al niño
un aliento que no tiene.
¿La paja?
―Señor, la paja
bajo el cuerpo se endurece
como una pequeña cruz
dorada, pero crujiente.
¿La Virgen?
―Señor, la Virgen
sigue llorando―
¿La nieve?
―Sigue cayendo: hace frío
entre la mula y el buey.
¿Y el niño?
―Señor, el niño
ya empieza a fortalecerse
y está temblando en la cuna
como un junco en la corriente.
―Todo está bien.
―Señor, pero...
―Todo está bien.
Lentamente
el ángel plegó sus alas
y volvió junto al pesebre.
Luis Rosales
9
ESTILO DE DIOS
Y ESTILO DEL MUNDO
DIOS habría podido rodear el misterio de la Encarna-
ción de circunstancias diferentes de las que nos
muestra el Evangelio, que sabemos que no es simple
poesía. Podríamos, sin embargo, intentar hacer un
esfuerzo de abstracción para prescindir de todo lo que en el
se nos dice, como si nada de lo narrado hubiese jamás ocurri-
do, como si fuese posible olvidarlo por completo, y acto segui-
do imaginar que Dios se nos acerca para pedirnos consejo de
cómo habría de ser su entrada en la historia de los hombres y
de cómo tendría que manifestarse a ellos para redimirlos, pa-
ra liberarlos de todo mal, es decir del pecado y de la muerte,
puesto que todo mal y toda esclavitud se condensa, para el
hombre, en el pecado y en la muerte. No deberíamos olvidar
que se trata de una liberación que no puede anular la propia
libertad del hombre, sometido por ello a las inevitables opcio-
nes de su ejercicio, por el que se desarrolla y crece como per-
sona, por lo cual la libertad constituye la esencia de la gran-
deza y de la dignidad humana.
Situados en el tiempo del nacimiento de Jesucristo, segu-
ramente que nosotros no habríamos sido partidarios de que
hubiese tenido lugar en Belén, ni la pobreza hubiera sido el
marco de su entrada en el mundo, ni el trabajo el modo de
subsistir. Y, si lo de comenzar por Belén hubiese sido un deta-
10
lle imprescindible, por lo escrito
en Miqueas, etc..., nosotros no le
hubiésemos aconsejado que lue-
go, a la hora de manifestarse, mal-
gastara fuerzas porfiando entre
gente humilde e ignorante, aprovechada y desagradecida, pedi-
güeña y mezquina, o deseosa de «ver milagros» hasta pervertir
la fe en Dios... Nosotros no habríamos pensado que esto pudiera
compensarse situándole cerca a María, y a alguien más que no
estuviera demasiado lejos del reino de Dios... Nosotros le hubié-
ramos aconsejado que debía haber iniciado su manifestación
entre los sabios y poderosos, forzando la conversión de éstos
con algún milagro o ejemplo insigne para que, con mayor efi-
cacia, emplearan luego sus conocimientos, sus técnicas y la pre-
sión de su poder social, económico y político sobre las masas
dominadas, fáciles a entusiasmarse por el primer éxito aparen-
te; nosotros, tratándose de la causa más noble, habríamos acon-
sejado los medios y métodos más eficaces, pensando que ven-
dría después el espíritu. Según nosotros, la geografía de Jesucris-
to no habría tenido los nombres de la pobreza de Belén, del or-
gullo religioso de Jerusalén, de la vulgaridad de Nazaret, de la
ignorancia de Galilea, ni la rudeza de los primeros que, sin
saber bien por qué, le siguieron como discípulos. Nosotros no
11
habríamos borrado Jerusalén, pero habríamos incluido, inme-
diatamente, la necesidad de hacer propicio el poder de Roma,
у el esplendor griego, aunque decadente entonces, y el saber
alejandrino...
Ahora bien, en Cristo no ocurrió así. Y nos parece bien,
sólo que no hemos reflexionado bastante del porqué de su esti-
lo, tal vez porque no hemos descubierto, del todo, de qué cosas
vino a liberarnos o, como diría san Pablo, «qué libertad es la
que Cristo ha venido a darnos».
Hemos de agradecer a la Iglesia que, en sus palabras y en
el ejemplo de sus santos, la verdad y el estilo de Cristo se
hayan mantenido. No obstante, muchas veces, los cristianos, o
рог falta de fe o porque nos ha comido la prisa por la eficacia,
hemos adoptado estilos de seguimiento y modos de anunciar el
mensaje cristiano, que han cedido a la tentación mundana que
él soslayó y de la que advirtió a su Iglesia, a Pedro: «Te lleva-
rán adonde tú no querrás». Advertencia que en la historia de
la Iglesia ha podido significar no sólo el sacrificio testimonial
de la fe mantenida y la fidelidad al Maestro, sino también el
desfiguramiento de la Iglesia conducida por las corrientes
mundanas hacia estilos que pugnan con el Evangelio.
La Navidad una vez más ―esta Navidad― no puede ser un
simple recuerdo emocional del pasado, de veinte siglos atrás,
de cuando Cristo nació y cuando la Iglesia, también naciente,
daba los primeros pasos, como extensión y desarrollo del mis-
terio cristiano en medio de la vida de los hombres, para con-
ducirlos hacia la libertad de hijos de Dios. Por eso Navidad es
más que una memoria, es una exigencia presente para cada
cristiano y para el conjunto de los cristianos, la Iglesia, en or-
den a mantener la fidelidad al estilo o, si queremos, al espíritu
que las "circunstancias" evangélicas del nacimiento de Cristo y
de toda su vida y palabras, nos imponen. No por razones estéti-
cas o románticas, sino para que nos lleven a la verdadera liber-
tad de hijos de Dios. Otros estilos no llevan a esa libertad cris-
tiana, sino que cambian en esclavitud y falsean la imagen de la
Iglesia.
12
PROFUNDIDAD
Y TRASCENDENCIA.
A PROPÓSITO DE UN LIBRO DEL P. KLEMENS
TILMAN, DEL ORATORIO DE MÜNCHEN
EL ÚLTIMO libro del P. Klemens
Tilman, traducido al castellano
y editado en España, lleva por
título el de Temes y ejercicios de me-
ditación profundas, y acaba de salir
a la luz pública por la editorial «Sal
Terrae». Ello nos sugiere la oportuni-
dad de referirnos a la labor del P. Til-
man, en el campo de la pedagogía y la
catequética, y también el hacer men-
ción de nuestros hermanos del Oratorio
de München que constituyen, junto con
el ambiente universitario, el marco de
sus trabajos y actividades apostólicas
y ministeriales.
Ya existía la traducción castellana
de varias obras de este autor (1); pero
es preciso hacer referencia, sobre todo,
al «Catecismo católico» (2), que es el
oficial de la Conferencia Episcopal Ale-
mana, cuyos autores principales ―tanto
en el texto primitivo, anterior al Vati-
cano II, como del nuevo, acomodado al
Concilio― han sido los Padres Klemens
Tilman y Franz Schreibmayr, ambos
del mismo Oratorio, por cuya razón,
aunque hubo otras aportaciones, no se
ha dudado en proclamarlos "padres"
de dicho Catecismo alemán (3), tradu-
cido en la actualidad a más de treinta
Idiomas, y que ha suscitado asimismo
abundante literatura y comentarios en
torno a e.
No es por demás indicar que, ya an-
tes de esta labor de Tilman y Schreib-
mayr en servicio del episcopado germa-
no, el Oratorio de München se había
distinguido en el campo litúrgico y pas-
toral, y puede ser muestra de ello la
participación que tuvieron, en tiempo
de Pío XII, en los estudios para la res-
tauración de la liturgia de la Vigilia
Pascual, rescatada de aquella reduc-
ción matutina y atrofiada, apenas fre-
cuentada por los fieles, que no expresa-
ba bien, por imperfecta y desplazada,
la grandeza de la más densa de las cele-
braciones cristianas, puesto que en ella
se condensa y proyecta sacramental-
mente, la Pascua de Cristo para una
vida nueva: Palabra, Bautismo, Euca-
ristía.
13
Pero volvamos al P. Tilman ya su
libro. Fiel hijo de san Felipe, no podía
dejar de lado, con la pedagogía de la
fe y la sacramentalidad para la inicia-
ción cristiana, lo que se ha reconocido
siempre como esencial para el creyente,
la oración. Suyas son las siguientes pa-
labras: La meditación es un fenómeno primordial y elemental de la vida
humana... Meditar es uno de los fenómenos más naturales del mun-
do. Responde a una de las necesidades intimas del hombre, que se
pregunte por el sentido de la vida y de su vida: lo encontramos en
la vida de cualquier hombre no cultivado y ni siquiera está ausen-
te de la vida interior de los mismos niños... La necesidad de orien-
tar y dirigir a los niños y a los jóvenes en el arte de la meditación
es hoy especialmente apremiante (4).
Todo esquema de incorporación cris-
tiana se ha entendido, desde siempre,
como una apertura a la gracia primera
de la fe que ilumina y como una res-
puesta en la oración que asume, por
otra parte, la totalidad de la vida diri-
gida a Dios. Los sacramentos inician y
desarrollan la profunda simplicidad de
este proceso, que se apoya en la natu-
raleza, pero que la supera.
«...La vida cristiana no nace de un mandamiento que desde fuera
se nos impone, sino de la realidad y los actos del Dios revelado, di-
rigidos al hombre y a los cuales éste responde. Lo que se impone
no es precisamente la orden: «¡Harás!» o «¡No harás!», sino esta
otra: «¡Mira a Dios y responde!»... La vida cristiana no es sólo una
respuesta a otro que se halla ante nosotros, sino también el des-
arrollo de la fuerza vital que Dios nos ha infundido: la vida de la
gracia, la filiación divina, las virtudes teologales. El estímulo de la
vida cristiana es: Vive! ¡Desarrolla y fomenta lo que hay en ti!» (5).
Tratar de la oración en nuestros días,
podría parecer, a algunos, ocioso o des-
fasado. Pero lo cierto es que sigue te-
niendo actualidad, y no precisamente
como remedo residual y perezoso de es-
píritus anquilosados o negadores de los
valores de la vida, sino que precisa-
mente entre los jóvenes se suscita su in-
terés, cuando algunos de ellos intuyen
la insatisfacción de las perspectivas
simplemente temporales reducidas a
convencionalismos y esclavitudes eco-
nómicas, o a disimulos y ocultaciones
injustas, sin que los esteticismos prefa-
bricados y quincalleros consigan dis-
traer de la profunda sed existencial del
ser humano, llamado a ser consciente y
Libre, para alcanzar su madurez espi-
ritual. Hay una exigencia vitalista que
empuja al espíritu hacia más allá de lo
temporal: hay una búsqueda sincera
que insiste en vencer los límites de la
duda, en desenmascarar los aplaza-
mientos de la mentira; pues aun los que
se profesan agnósticos y pretenden pres-
cindir de Dios, tienen necesidad de es-
piritualizar el ansia profunda de luz en
sus mentes, hasta donde alcance la esté-
14
tica tica o intentando incluso superar lo
estético, y por eso construyen teorías
razonadas o filosofías en que funda
mentar ese ritualismo irrenunciable que
la sola dimensión material y biológi-
ca del ser humano no alcanzaría jus-
tificar.
Otros, pretextando oscurantismos o
fariseísmos de pedagogías de lo santo,
padecidas o imaginadas por ellos, ha-
cen borrón y cuenta nueva de toda he-
rencia cultural cristiana, y emprender
incursiones en otras espiritualidades
que les sugieran alguna aproximación
a la trascendencia ―generalmente entre
orientalismos, como moda, o como hui-
da hacia adelante, después de abando-
nar el cristianismo...―, y es que sienten
que no podrían seguir con la miseria
de los solos parámetros naturales de la
existencia material y corpórea. Otros
buscan un más allá de sí mismos aun
a costa de destruirse en esa falsa tras-
cendencia conseguida a base de esti-
mulaciones que aceleran y queman los
afanes profundos del ser, creando la
dependencia esclavizadora de la droga.
Todos, en fin, confirman que el hom-
bre es un ser solitario, a pesar de que
le acompañen otros hombres que, como
él, transitan por el camino del tiempo.
Completamente e intimamente solo, sal-
vo cuando levanta su conciencia des-
pierta y se abre al verdadero ser tras-
cendente, Dios.
Hace pocas semanas, de paso por
España, el teólogo Karl Rahner (6), ad-
mitía que el interés religioso entre los
jóvenes aumentaba, por el auge de los
libros de teología y por el hecho de la
multiplicación de las meditaciones tras-
cendentales; si bien advertía que era
preciso purificar este interés de cual-
quier inhibición o desentendimiento de
los problemas de la miseria del mundo,
pues toda conversión radical del hom-
bre debe llevarle a abrirse hacia los
problemas de los demás hombres.
Otro fenómeno de nuestros días, que
puede ser índice de esa tendencia espi-
ritualista, es el de la elevación estética
a través del lenguaje, no solamente
como "divertimento" o juego literario,
sino atendiendo a los conceptos poéticos
de cada ves más jóvenes escritores, de
los que con frecuencia nos dan cuenta
revistas y periódicos.
Tampoco han faltado los que han
creído posible referirse a la mística pa-
ra ensayar un balance que permitiera
a la vez la doble calificación de "sagra-
da y profana" (7), a partir de la base
de una philosophia perennis, para la
investigación de todos los fenómenos
preternaturales (más exacto que "sobre-
naturales"), de los místicos de las prin-
cipales religiones, sin dejar fuera los
efectos obtenidos por el estímulo de las
drogas, hasta las "Iluminaciones" de
Rimbaud y las "experiencias" memo-
riadas de Proust. Pero no: habrían bas-
tado, fuera del cristianismo, ejemplos
como los de Buber y de Tagore. Pues
la verdadera búsqueda de la trascen-
dencia es más simple, porque Dios no
puede ser inalcanzable a la mayoría
de los sencillos de corazón. Dios está
más cerca, sin que sea licito ni prove-
choso hurgar en deformaciones o reduc-
ciones enfermizas o fantasiosas de la
divinidad, y sin que el hombre que me-
dita deba desplazar a Dios para conver-
tirse en dios de sí mismo. La búsqueda
ha de ser más serena.
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Dios está cerca, en lo más íntimo de
nosotros mismos, y en esta intimidad
resplandece, como en un espejo, el Ser
Supremo. Sólo que para poder llegar a
esta profundidad:
«… es preciso ejercitar constantemente la mirada hacia el valor, hacia
lo auténtico, lo esencial, lo justo, lo hermoso, lo grande, lo sano y lo salu-
dable: hacia lo que restaura, refuerza y construye» (B).
Se trata, pues, de una actividad, de
un ejercicio. Yo basta la lucidez crítica
que se emplea en juzgar a otros y más
fugazmente, a nosotros mismos, con lo
que tantas veces nos resignamos y tran-
quilizamos, como si comenzar a enten-
der ya bastara. De muy poco sirven
esas intermitencias lúcidas sin el esfuer-
zo ordenado y perseverante. Y en vano
podemos mantener perseverancia para
lo bueno si solo persistimos mientras
perdura el halago de la propia vanidad,
o el engañoso gusto con que nos recrea-
mos en lo nuevo.
El P. Tilman, en este libro no dema-
siado largo, logra recoger y resumir
una técnica fundamental para que, a
partir de la meditación como ejercicio
natural, podamos ser conducidos hasta
La adoración del divino. Con razón
está contenido de que su ofrecimiento
interesa a los hombres de nuestro tiem-
po, si toman en serio la realidad de la
vida y del propio existir y si, desde la
fe, buscan el contacto personal con el
Ser Supremo, Dios. Sólo Dios disipa la
soledad del hombre: sólo Dios colma
las exigencias más profundas del ser y
del corazón humano; sólo Dios es padre
y amigo.
En los hombres de nuestro tiempo se da un fenómeno sorprendente:
aspiran a la meditación. Cualquiera que ser su ideología y su fe, se
dan cuenta de que, debido a la tensión, al carácter estrepitoso y febril de
La vida, están en peligro de perder la mejor y más auténtica parte de si
mismos, de sentirse frustrados en lo más hondo, destruidos en su inte-
rioridad. Por ello aspiran a encontrar una guía que les conduzca hacia
esa profundidad. En muchos, además, se advierte un nuevo modo de pre-
guntar y buscar el sentido de la vida. Querrían estar preparados para
afrontar realidades tales como la transformación, la maduración, el amor,
la muerte, la consumación... Otros muchos buscan la vida en plenitud
(Jn 10, 10), buscan la unión plena con él (Jn 17, 23), más aún: vivir la rea-
lidad última y arrolladora de Dios, por él, en él; un vivir que constituye
precisamente la auténtica y definitiva realización. Este libro desearía
poder satisfacer en lo posible ese hambre de vida, ayudar a esa búsqueda
ya esa aspiración (9).
Este libro es una pedagogía, es una
compañía para aprender a meditar. No
se ha escrito para satisfacer curiosida-
des inútiles. Tampoco viene a substituir
el auxilio y consejo de personas experi-
mentadas en el arte de la meditación,
para introducir a los que aprenden
meditar, o aconsejarlos y asistirlos en
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sus dudas. Pero es un libro llamado a
ser muy útil a los que sólo de modo
intermitente hubieran intentado hacer-
lo, o a los que, dándose cuenta de que
Dios les pide una entrega más profun-
da, desean encontrar la manera de
aprender a tratar con Dios, partiendo
de la propia realidad, sin abandonar
el lugar y las obligaciones de la vida
diaria. Son, como dice su título, "ejer-
cicios"... No es un libro para curiosear
en alguna de sus páginas y luego guar-
dar, sino que es un libro para usar y
"trabajarlo". Luego bastará tener al la-
do la Biblia o, como mínimo, el Nuevo
Testamento, y no prescindir de la Euca-
ristía participada. Y luego la perseve-
rancia...
Se trata, en definitiva, de aprender a
respirar con el cuerpo... y ¡con el alma!
(1) Iniciación del niño en el arte de meditar; La educación de la sexualidad; Iniciación en la vida cristiana.
Todas publicadas por Editorial Herder.
(2) Publicado también por Editorial Herder. Conf. también Introducción al Catecismo Católico, Hubert Fis-
cher, de la misma editorial, 1957.
(3) Manual del Catecismo Católico, de Gabrielle Miller y Josef Quagflieg, publicado por Herder. Es un co-
mentario para el Nuevo Catecismo Católico, posterior al Concilio Vaticano II. Conf. también Lo nuevo en
«Nuevo Catecismo Católico», Hubert Fischer y Alfred Gleissner, Editorial Herder, 1971.
(4) Tilman, Iniciación del niño en el arte de meditar, pág. 13.
(5) Tilman, Iniciación a la vida cristiana, pág. 17.
(6) Karl Rahner, jesuita alemán de 78 años, es uno de los teólogos más notables de nuestro tiempo. Aquí
se hace referencia de una entrevista de Reyes Mate, publicada en EL PAIS, 5 dic. 1982.
(7) R. C. Zaehner, Mysticism sacred and profane, Oxford University Press, 1980.
(8) Temas y ej. de med. profunda, pág. 29.
(9) Ibid. pag. 9.
Para juzgar las cosas es preciso no sólo el
conocimiento de ellas, sino también poseer
un sentimiento vivo de la época en que se
realizaron. ¿Y cuántos son los hombres ca-
paces de llegar a este punto...? Muy pocos
los que han conseguido poner su entendi-
miento a cubierto del influjo de la atmósfera
que los circunda; pero todavía son menos
los que lo alcanzan respecto del corazón.
Jaime Balmes
17
Quien busca, encuentra
TU CREES que el Catolicismo
es una meta, y no es
no es más que
un camino. Crees que el dog-
ma es un vallado estrecho, y es un
trozo de cielo abierto que trasluce
un halo luminoso e iluminador al-
rededor de un punto obscuro. Je-
sucristo, antes de afirmar que era
verdad y vida, dijo que era cami-
no. Buscar a oscuras y sin camino
y a tientas, equivale a no dar jamás
un paso adelante. Buscar por un
camino luminoso abierto por Dios,
es adelantar paso a paso hacia la
posesión de lo que buscas. El cris-
tiano no puede detenerse jamás en
su camino: debe luchar para ir di-
sipando las tinieblas interiores y
exteriores. El Creo en Dios es el
primer paso, y el último será la
Vida eterna. Quien no se abre a la
fe, va dando vueltas errante, por
que desprecia al guía celestial; pero
en el momento en que la abraza,
entra en el camino de la búsqueda
anhelante de la verdad. El que
cree, camina avanzando de clari-
dad en claridad, y la misma visión
creciente le lleva a amar lo que
busca, y a buscar más intensamen-
te lo que mayormente ama, porque
solamente el que ama, busca seria-
mente y de verdad. Y éstos son los
buscadores que agradan a Dios, y
los prefiere a los que se sientan en
la tiniebla y a la sombra de la
muerte, deseosos en realidad de no
encontrar la luz que dicen buscar,
porque temen ser orientados hacia
la verdad total y la total pureza.
El que busca, pero no quiere en-
contrar, en realidad no busca. Aun-
que puede hacer como que busca,
pero sólo para responder dilatoria-
mente al grito de la conciencia, que
exige una actitud religiosa definida.
EI que busca, encuentra. El que no
quiere hallar, y en materia de reli-
gión, el que no halla, sin duda al-
guna es que no busca.
Carles Cardó,
(traducción)
Los apóstoles, al dirigir en los bautizados, no olvidan que éstos son ya, por
definición, convertidos, de los que se tiene derecho a esperar normalmente
una vida sin graves pecados, vista la gracia poderosa que reciben.
Alfons Kirchgaessner, C. O.
18
La música
y el Oratorio
EN cualquier manual de Histo-
ria de la Música se encuen-
tran referencias de san Felipe
Neri, y del Oratorio como forma
de composición musical específica,
surgida de él, compuesta primera-
mente por sus discípulos Palestrina
y Aminuccia y luego imitada por
casi todos los grandes músicos. Pe-
ro el Oratorio no fue solamente el
recinto de donde salió esa compo-
sición que reprodujo su nombre,
sino que también la ópera ―la pri-
mera fue estrenada en el Oratorio
romano―, aunque con base a temá-
tica religiosa, es hija del Oratorio y
en el año 1966, en el mismo Orato-
rio de Roma, y por el impulso del
p. Carlo Gasbarri, se estrenaba la
primera "misa rock", que vino a
romper la rigidez de las músicas
clásicas entendidas como compati-
bles con la liturgia. Pero es preciso
hacer notar que no se pretendía
eclipsar ni las músicas litúrgicas
renacentistas y barrocas, ni menos
el cultivo del gregoriano, siempre
amado.
En estos días navideños, en notas
esparcidas por la prensa, y en apa-
riciones recogidas en otros medios
de comunicación, nos damos cuen-
ta que el cultivo de la tradición
musical oratoriana sigue vivo. Bas-
taría la mención del Coro de San
Felipe Neri, de Sevilla, y los con-
ciertos navideños del Oratorio bar-
celonés, desde antiguo tan relacio-
nado con el Orfeó Catalá, y la co-
laboración que con su fundador
Félix Millet mantuvieron primero
el p. Lluís M. Valls y luego el p.
Jaume Garcia Estragués. Y tam-
bién en estos días, en la ciudad de
Brescia (Italia), y desde la Asocia-
ción Musical de los Amigos del
Oratorio bresciano, se publica un
concurso, con estimables recom-
pensas, para premiar una mono-
grafía inédita sobre las Tradiciones
Musicales Filipenses, y al que pue-
den optar estudiosas de cualquier
nacionalidad.
Somos de tal condición, que el progreso y desarrollo
de nuestra persona sólo se asegura cuando nos sacri-
ficamos por otro, o trabajamos en una obra solidaria.
J. Henry Newman, C. O.
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CONCIERTOS
DE NAVIDAD
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
Domingo, 9 de enero, a las 8 de la tarde,
CORAL DE ALBACETE
Director: Ramón Sanz Vadillo.
Domingo, 16 de enero, a las 8 de la tarde,
ORFEÓN DE LA MANCHA
Director: Julio Sorribes Manzana.
LAUS
Director Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta San Felipe Neri, 1 - Apartado 182 Albacete D.L. AB 103/62 - 6.1.83
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