Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 201. FEBRERO. Año
1983 |
SUMARIO |
EXISTE una relación
concatenada y progresiva entre |
secularidad y pobreza,
pobreza y esperanza, espe- |
ranza y cristianismo.
Somos, en el tiempo, pobres |
todavía de eternidad. Pero
abiertos a la esperanza |
cristiana, cabe una
purificación en la que se recoja el |
reflejo de lo eterno
―don, gracia, generosidad divina― en |
lo temporal. Jesucristo
mismo es el reflejo y la presencia |
de lo eterno, santo y
divino, que irrumpe en lo temporal, |
secular humano. Cuando la
pobreza no sea una cala- |
midad, sino una
purificación y un respeto por lo recibido |
de Dios, se convertirá en
disponibilidad para su Reino. |
Por eso Jesucristo eligió
la pobreza. |
HOMBRE INTERIOR |
SECULARIDAD Y CONVERSIÓN |
CLASES |
LA POBREZA |
NADIE LA ECHÓ DE MENOS |
RESONANCIAS BÍBLICAS DE LA
ESPERANZA |
1 (21) |
Tiempo de oración: |
HOMBRE INTERIOR |
(FRAGMENTO) |
La Nada no es la Nada. |
Se ha impregnado del Ser.
Todo es presencia. |
Hombre interior, ¡qué
jubilo al sentirte |
sin un apoyo táctil en
torno de ti mismo! |
Viajero irremediable de
los aires, |
pero no del vacío. |
El vacío no existe. Dios
lo colma. |
Sin pedestal tangible |
te hallas sobre la Roca
que dura eternidades. |
Ya todo el oleaje de tu
inquietud ―tu esencia― |
tiene un inmenso océano en
que dance... |
Señor, ¿qué han de decirme
las estrellas |
y las olas del mar |
y el arpegio ondulante de
la sierra? |
Tú en mí. Yo en ti. |
Tu hablar y el mío hechos
ya monólogo. |
Mis días enhebrados en tu
eterno existir. |
Todo mi ser en séptima
morada. |
Jorge Blajot Pena |
2 (22) |
Secularidad |
y conversión |
CUARESMA ESTÁ a las
puertas, cuando han transcurrido sólo algunas |
semanas de haber
contemplado la figura de Cristo, casi como un idilio |
que se introduce en la
historia del mundo, si bien enseguida se nos |
han repetido para
meditarlos en el recuerdo, algunos gestos y algu- |
nas palabras suyas. Y,
acto seguido, la Iglesia nos vuelve a hablar do |
"conversión".
Conversión que quiere decir esfuerzo transformador, en unos |
tiempos en que son tantas
las transformaciones y cambios que se producen |
en nuestro entorno, como
si un mundo nuevo estuviera haciendo, sin que |
nos acabe de desvelar el
misterio que encierra ese devenir que todo lo |
conmueve, lo relativiza y
lo transforma. ¡Tantas son las conmociones que |
contemplamos, sin la
posibilidad de permanecer indiferentes a la hora de |
Aceptarlas o resistirlas! |
Si tomamos en serio que
nos hemos de convertir, tendrá que ser llevan- |
do cuenta de las
exigencias de esta hora que estamos viviendo. En definitiva, |
tendrá que ser o consistir
en una actitud de fidelidad al continuo proceso |
transformador que nos
lleve a una mayor limpieza de corazón, a un sincero |
desprendimiento de lastres
egoístas, al respeto al orden de Dios, a la ver- |
dadera libertad, a la
paz... para que todo nos disponga al último gran en- |
cuentro trascendental, es
decir, que nos lleve más allá de nuestro propio |
ser y de este tiempo de
nuestra vida y de este lugar que pisamos. Una con- |
versión en la secularidad,
en este "siglo", porque es esta hora la que ha de |
ayudarnos a convertirnos;
esta hora que hemos de recoger y medir y acep- |
tar lealmente como un reto
―relativamente el mejor, para nosotros― liber- |
tador, espiritual y, por
lo tanto, redentor. Una hora que bendecimos porque |
creemos que Dios la ha
elegido para nosotros. Y A nosotros nos ha elegido |
en ella. |
Se trata de ser
"seculares", mas olvidándonos de los sentidos demasiado |
estrictos que provienen
tanto de los fanatismos como de los agnosticismos |
de las clasificaciones
jurídicas, religiosas, políticas o sociológicas. Ser se- |
culares simplemente porque
queremos recoger el significado de nuestro |
3 (23) |
tiempo, de lo presente y
providencial que Dios nos manifiesta en él, e inter- |
pretarlo y vivirlo desde
la fe, como un don de Dios que hace fecundo cada |
momento, y por eso también
nuestro tiempo. Y evitar dos reacciones peli- |
grosas ante lo
sorprendente del acontecer que nos desafía: en primer lugar |
He trata de vivirlo sin
gastar energías para intentar recuperaciones nostál- |
gicas de un pasado
histórico, tal vez útil en su momento, pero cuya revivis- |
cencia actual resultaría
impeditiva, como un entorno que hay que amortizar; |
y por otra parte,
entenderlo y vivirlo con suficiente realismo para no pro- |
vocar anticipaciones
utópicas, que estragarían el desarrollo proyectado |
hacia la eclosión armónica
y serena del Reino de Dios, por los caminos de |
in Historia. |
Además, hay que amar
profundamente cate tiempo nuestro, este ahora |
fluyente que nos da Dios
para que en él seamos piedra viva de una edifica- |
ción que no cabe en lo
creado, si bien aceptando la provisionalidad de lo |
mismo que hemos de amar
mientras se nos escapa, porque lo provisorio es |
siempre relativo, y porque
no aceptarlo así sería perdernos en ensoñacio- |
nes absurdas, o
empantanarnos en absolutos inexistentes que nos paraliza- |
rían. Ser seculares, pero
evitar el secularismo, que es como una reducción |
absolutizadora de lo
secular. |
Se trata de convertirnos
para llegar a esa visión de nuestro estar en |
esta hora, desde la fe, y
encararnos a ella con actitud leal y sostenida, sin |
lo cual no sería posible,
también en esta época, llevar la liberación cristiana |
al mundo nuestro. Algo que
se contiene en la advertencia evangélica que |
nos repitió Juan XXIII:
«Estad atentos a los signos de los tiempos», |
Señor, no permitas jamás
que yo, ni siquiera por un |
instante, me olvide de que
has iniciado ya tu reino |
en la tierra y que la
Iglesia es tu obra, tu institu- |
ción, tu instrumento y que
nosotros estamos bajo tus |
normas, tus leyes, tu
mirada, y que cuando habla la |
Iglesia, eres tú que estás
hablando. No permitas ja- |
más que la familiaridad
con esta maravillosa verdad |
me conduzca a ser
insensible respecto a ella, ni permi- |
tas que, a causa de las
debilidades de tus representan- |
tes, yo sea inducido a
olvidarme de que tú hablas y |
obras por medio de ellos.—
John H. card. Newman, C. O. |
|
4 (24) |
CLASES |
TODAVÍA hay clases. No se
ha |
dirimido todavía el
conten- |
cioso clasista que Marx
teo- |
rizó. Pero las clases, las
diferencia- |
ciones injustas entre los
hombres, |
no desaparecerán porque la
huma- |
nidad se haya igualado
según hipo- |
téticos repartos
matemáticos, sino |
porque cada uno de sus
miembros |
haya alcanzado finalmente
la ma- |
durez personal a que el
Creador le |
ha destinado. Mientras
tanto, tan |
clasista es el rico que
desprecia, |
desde la soberbia, al más
pobre, |
como igualmente clasista
es el po- |
bre resentido que presume
de su |
pobreza y la exhibe,
provocando el |
escándalo del contraste,
para ven- |
garse por envidia del rico
que ha- |
bría querido ser. Y lo que
se dice |
de ricos y pobres, vale
igualmente |
entre sabios e ignorantes,
entre |
fuertes y débiles, entre
vecinos y |
forasteros... |
Existe la expresión de
"privile- |
gios de clase",
porque suelen ser |
los privilegios los que
generan |
las clases, tanto si
tienen connota- |
ción económica, como
profesional, |
o de edad, o de otra
índole. Por |
ello la norma que haría
desapare- |
cer los clasismos pasaría
por el |
cumplimiento de la propia
misión |
en la vida, pero sin
buscar privile- |
gios. Por desgracia,
todavía toma- |
mos como distinción
honrosa el |
disfrutar de privilegios o
excepcio- |
nes que nos ahorren
alinearnos con |
el común de los demás
hombres. |
Todavía la vanidad y el
orgullo, la |
injusticia y el egoísmo,
la envidia |
y la astucia, inspiran las
miras de |
las relaciones de unos y
otros, y |
por esto no desaparecen
las clases |
humanas, o cambian
solamente de |
expresión para convertirse
en pla- |
taformas ya de defensa de
intereses, |
ya de táctica para la
propia clase |
en lucha contra la
opuesta. A las |
antiguas peleas entre
hordas, a las |
rivalidades tribales, a
las batallas |
entre pueblos y a las
guerras entre |
naciones, ha sucedido la
lucha de |
clases, a causa de las
desnivelacio- |
nes entre los hombres
pertenecien- |
tes a una misma sociedad.
Pero |
todavía no ha terminado el
enfren- |
tamiento clasista, cuando
los con- |
5 (25) |
trastes y amenazas de
recíproca |
destrucción, se producen,
no ya |
entre clases de sujetos,
sino entre |
naciones unas con otras, y
razas, y |
continentes... Y es que, a
pesar de |
que la humanidad
evoluciona, la |
sucesión de sus cambios no
acaba |
de absorber las viejas
contradiccio- |
nes precedentes, sino que
se añaden |
a la evolución
amaneciente, como |
el poso de civilizaciones
y culturas |
teóricamente amortizadas,
pero que |
dejaron sedimentos de
rudeza y |
egoísmos. |
De todos modos, algún día
la |
utopía de la justicia
estará a punto |
de devenir Reino de Dios:
y enton- |
ces desaparecerán las
clases entre |
los hombres, entre los
estados, pue- |
blos y naciones, entre los
continen- |
tes y razas. |
Todo esto no surgirá de un
mila- |
gro, sino como fin de un
proceso |
en el que habrán
participado todos |
los hombres de fe, en la
medida |
que esta fe haya sido
asumida con |
sinceridad, imitando a
Jesucristo, |
verdadero hijo de Dios que
descen- |
dió hasta nosotros,
dejando su "cla- |
se" divina y
haciéndose en todo |
igual a los hombres, menos
en el |
mal. Pues esa es la gran
lección |
cristiana, superior a
todas las filo- |
sofías. Por esto, después
de Jesu- |
cristo, resultan ridículas
las preten- |
siones monopolizadoras del
poder, |
los engreimientos del
honor, la in- |
justicia del afán de
riquezas. Su |
nacimiento pobre, su
sometimiento |
a la ley que no le
obligaba, su bau- |
tismo de penitencia siendo
el ino- |
cente, la sencillez de su
vida de |
trabajo, su ministerio
ajeno a so- |
lemnidad y, sobre todo, la
gran |
humillación del dolor y de
la muer- |
te, a causa de una
condenación |
sacrílega, de la que no se
defendió, |
pudiendo hacerlo.
Efectivamente: |
Cristo renunció a su
"clase", y así |
mereció, desde lo humano
de su |
abatimiento, la mayor
gloria jamás |
concedida a un ser creado,
porque |
fue su santa Humanidad lo
que el |
Padre glorificó con la
Resurrección |
del Hijo. La suma grandeza
sucedió |
a la suma pobreza, porque
nadie |
podía ser más pobre que un
inocen- |
te condenado, y condenado
a muer- |
te, y a muerte de esclavo.
Un ino- |
cente que era el Hijo de
Dios. |
Yo siempre he buscado
poner mi suerte en las |
manos de Dios y esperar
con paciencia que el |
cuide de mi causa, y he
visto que él jamás se ha |
olvidado de mí.―
John H. card. Newman, C. O. |
|
6 (26) |
La pobreza |
LA POBREZA limpia es la
me- |
jor belleza, porque es la
úni- |
ca durable. Pero cuando en
el |
Evangelio vemos que el
ambiente |
que Cristo inaugura con su
entrada |
en el mundo, y aquel en
que se |
mueven los que le están
más cerca, |
es el de la pobreza, no lo
hace por |
motivaciones estéticas,
sino mora- |
les, espirituales,
religiosas. Porque |
la pobreza de alma, es la
primera |
limpieza que sigue a la
conversión. |
Tal vez por esto con su
proclama- |
ción se inicia el gran
Sermón de la |
Montaña... |
Pero conviene advertir que
no |
tiene la virtud de la
pobreza el que |
enmudece frente a la
carencia de lo |
necesario para su vida.
Tampoco |
el que se resigna con lo
poco o |
escaso que le toca en
suerte; la |
pobreza no es producto de
un acto |
de resignación que evita
cansan- |
cios a costa de tener o
pretender |
poco. Menos pobre
evangélico es |
el miserable que renuncia
al es- |
fuerzo para procurarse lo
que pre- |
cisa, y prefiere pedirlo y
obtenerlo |
de la limosnería ajena.
Del mismo |
modo que tampoco es
caridad la |
satisfacción
autoconfortadora y fa- |
risaica de quien favorece
la va- |
gancia ajena con la
práctica de la |
limosna a los pedigüeños
profesio- |
nales, en vez de educar al
prójimo |
y corregirlo para
redimirlo de la |
humillación de la
mendicidad. La |
verdadera caridad
cristiana ni es |
exhibicionista ni cultiva
el vicio |
de los perezosos, ya
insensibiliza- |
dos, aunque éstos sirvan
tantas ve- |
ces para la vanidad beata
o la su- |
gestión ignorante de
complacencia |
en la propia virtud (?) de
dadivo- |
sos imprudentes que se
complacen |
a sí mismos. |
Tampoco el objeto de la
pobreza |
es la simple carencia de
bienes |
materiales, aun
necesarios, sino |
que incluye además y son
más |
importantes, los bienes
del espí- |
ritu, es decir, del
entendimiento y |
del corazón. Incluso
cuando nos |
referimos a los bienes
materiales, |
no podemos detenernos en
los que |
sensiblemente nos resultan
más fá- |
cilmente visibles o
contables, como |
los objetos poseídos o el
dinero, |
7 (27) |
sino que el tiempo, la
salud y otros |
de índole moral, como el
honor, |
son más importantes. |
El hombre, ser creado y,
por lo |
tanto, finito, ha de saber
que es |
limitado. En el momento en
que |
descubre el contenido que
está más |
acá de su limitación, y lo
agradece |
a Dios, y lo utiliza con
respeto y or- |
den, como teniendo que dar
cuenta |
de un tesoro que se le ha
confiado, |
está en disposición de
aproximarse |
al verdadero gozo de la
virtud de |
la pobreza como virtud que
propo- |
ne el Evangelio a todo el
que quie- |
re ser hijo de Dios, Padre
que está |
en los cielos, y que ha
dado un |
mundo a los hombres.
Entonces |
puede ser generoso y puede
igual- |
mente acallar el brote
perverso de |
las envidias que hacen al
hombre |
mezquino y que le impiden
la po- |
breza de espíritu. |
Ocurre que el que tiene
más ob- |
jetos contables, más
bienes sensi- |
bles, suele atarearse
desmesurada- |
mente en ellos, y confía
en ellos |
de tal suerte, que llegan
a consti- |
NADIE LA ECHÓ DE MENOS. |
Se llamaba Adelaida
Sánchez Blanes, tenía 69 años de edad, y fue hallada |
muerta en su domicilio de
Bravo Murillo, en Madrid. En realidad hallaron |
menos que un cadáver, pues
eran los restos momificados, marchitos, como |
pergamino pegado a la
estructura esquelética, envueltos todavía en la bata |
levemente deshilvanada y,
como aureolando la imagen evidente de la muer- |
te, la cabellera blanca,
peinada, intacta, como diadema pacífica, y plateada, |
brillante y muda como la
soledad. Yacía al pie de la cama, ordenada, que |
tal vez no pudo alcanzar
en su postrer cansancio. Una estampa en la pared, |
una medalla en el cuello.
Y el silencio. Nadie la había echado de menos, |
aunque el forense dijera
que llevaba más de tres años inmovilizada por la |
muerte. Si hubiese sido
rica, si hubiese sido pedigüeña... Pero no: vivía sola |
sin despertar el interés a
vecinos, ni codicia a herederos (es decir, familiares |
expectantes). |
La noticia escueta la
daban los diarios madrileños de finales de diciembre |
pasado. Y tal vez esa
muerte estaría todavía por descubrir de no haberse |
reiterado apremios por ese
cúmulo de pequeños tributos, cuya cuantía la |
morosidad multiplica,
hasta culminar con la orden de embargo. Porque fue |
por esta razón material,
de insolvencia económica que, finalmente, llevó a |
los funcionarios
judiciales a derribar la puerta para proceder al embargo... |
Entonces descubrieron por
qué, esa mujer olvidada, no pudo, por sí misma, |
pacíficamente, abrirles la
puerta. |
Poco sería lo que ella
pudiera deber en comparación de cuanto le debieran |
en solidaridad, amor y
hasta educación, vecinos, parientes, conocidos. |
8 (28) |
tuir su anhelo constante o
princi- |
pal, y le llenan el
pensamiento y el |
corazón y pone en ellos
tanta con- |
fianza que sobreestima su
valor, |
como si de ellos
dependiera la pro- |
pia seguridad. En el mundo
toda- |
vía pagano en que nos
movernos, |
esa primacía por los
bienes mate- |
riales todavía existe en
los pensa- |
mientos de los hombres y
en los |
modos como se organizan
las rela- |
ciones comunitarias
humanas. De |
donde es comprensible que
se deri- |
ven tantos otros males
surgidos de |
pretender compaginar el
desorden |
de las codicias y los
complejos de |
las envidias con la
necesidad de |
paz y felicidad que renace
siempre |
como una exigencia
imperecedera |
profundamente sentida, que
Dios |
mismo puso en el corazón
humano |
y jamás ha querido borrar,
y ni si- |
quiera el mismo pecado
logra des- |
truir. |
Quien consiga liberarse de
estas |
esclavitudes podrá ser
hijo de Dios |
y llegar a la libertad de
redimido |
y experimentar el gozo
indescrip- |
tible de ayudar a los
demás a libe- |
rarse, porque siempre será
cierto |
que nadie puede liberar a
otros si |
él mismo, primeramente, no
es ya |
libre. Esta es la razón
por la que |
Cristo, el gran
libertador, el Reden- |
tor por antonomasia, el
Hijo de |
Dios, al entrar en la
corriente de la |
vida de los hombres,
eligió caminos |
de pobreza y la predicó y
exigió a |
sus seguidores. |
Un cierto día Newman |
fue interrogado, casi |
bruscamente, sobre: |
«¿Quién es mayor, un |
Cardenal o un santo?» |
Naturalmente, sólo un |
niño hubiera tenido la |
franca inocencia de |
atreverse a tal |
pregunta. Al propio |
tiempo, el Cardenal ya |
estaba viejo y débil de |
fuerzas, y refieren los |
testigos de este hecho |
que él no se mostró |
sorprendido o agitado |
a causa de semejante |
indiscreta curiosidad |
que le manifestaba |
precisamente, un niño, |
sobrino segundo suyo. |
Y el Cardenal dio una |
respuesta que cada |
lector puede |
interpretar libremente: |
«Los cardenales |
pertenecen a este |
mundo, y son terrenos, |
mientras que los santos |
son del cielo y por ello, |
celestiales». |
LOUIS BOUYER, C. O. |
9 (29) |
Documento: |
Resonancias bíblicas |
sobre pobreza y esperanza |
DEL II CONGRESO de
Teología Pobreza, celebrado el pasado mes de |
septiembre, en Madrid,
bajo el lema «Esperanza de los pobres, Espe- |
ranza cristiana»,
extraemos una parte de la ponencia de Ángel Gonzá- |
lez Núñez, una de las
mejor elaboradas. El tema general del Congreso era |
oportuno porque, como
observaba José Gómez Caffarena, «en estos días malos |
para esperanza, todos,
incluso aquello que hoy experimentan in amenaza de |
la desesperanza, queremos
esperar». Tal vez, no ya por aquello de que «mien- |
tras hay vida hay
esperanza», sino porque donde hay esperanza, la vida sigue: |
Resonancias del término
esperanza |
Esperanza es el nombre de
una actividad, de una ac- |
titud sencillamente de un
dato le los más luminosos |
fecundos de la vida
humano. Sin ese dato la luz de la vida |
se oscurece y su vigor se
acobarda. Con él gana el presente |
indeciso un horizonte
despejado, pues esperanza suena a |
futuro, a mañana mejor. A
la vista del hombre que espera |
se abre un porvenir que lo
permite arremolinarse en lo |
que se tiene y se es. Su
apelo convoca a embarcarse en la |
nave de lo imposible.
Avances provisionales de esa maña |
na mejor sazonan el
presente y dan sentido a la vida. |
En contraste con la
esperanza, o debajo de ella, está |
el cansancio de vivir,
sentimiento de quienes lo ven todo |
arrasado por el mal y
creen saber que por delante no hay |
nada mejor. En esas
condiciones, la vida es un quehacer |
que no vale la pena.
Actitud parecida es la de aquellos que |
rehúyen mirar hacia el
futuro, queriendo así escapar a lo |
pavoroso de su
incertidumbre. Unas y otras son existen- |
cias cargadas de hastío,
vencidas por el miedo. |
10 (30) |
Contraria también a la
esperanza, esta vez por encima |
de ellas, es la actitud de
la autosuficiencia, la de los insta- |
dos en su status,
satisfechos de su situación y condición e |
interesados en que no
cambien. Obviamente son otros los |
que pagan el costo de esa
complacencia. |
La esperanza y los pobres |
La esperanza es actitud
que cultivan los pobres, lo que |
han gustado las carencias,
les han tomado el pulso y no se |
amilanan ante ellas. Ellos
quieren un porvenir distinto del |
presente y saben que lo
tendrán. Alguien les dice al oído, |
secretamente o a voces,
que alcanzarán lo que esperan. |
«Dichosos los que saben
que son pobres, |
pues suyo es el reino de
Dios» (Mt 5, 3). |
La esperanza es para el
pobre más valiosa que todas |
sus otras posesiones. En
él termina revelándose inaliena- |
ble dato antropológico. El
hombre no se define solamente |
por lo que tiene y lo que
es, sino por lo que está llamado |
a ser y espera alcanzar… |
Objeto de la esperanza |
El objeto de la esperanza
tiene siempre raíces en la |
tierra pero sus
concreciones insinúan en todo caso una pro- |
fundidad de bien que no ha
hecho más que asomarse. El |
bien natural y el
histórico se visten de proporciones infi- |
11 (31) |
nitas, cuando revelan a
Dios en su trasfondo. La esperan- |
za que quiere todos los
bienes sin ninguna limitación ter- |
mina identificándolos con
Dios. Y así Dios es el objetivo |
ultimo y definitivo de la
esperanza humana. Su nombre de |
Yahveh, Yo soy el que
veréis que soy, es promesa que |
llena la esperanza. Dios
es el nombre último de todos los |
bienes que se esperan. |
«Como luz sale mi
salvación... |
Las islas esperan en mí, |
confían en mi brazo» (la
51.5). |
«¿Qué esperaré ahora,
Señor? |
Mi esperanza eres tú» (Sal
39, 8). |
«Yo espero en el Señor, mi
alma espera, |
yo espero en su palabra. |
Mi alma está hacia el
Señor |
más tensa que el vigía
hacia la aurora» |
(Sal 130, 5s). |
Una de las objetivaciones
más preclaras de la esperan- |
za en la Biblia es la
figura del Mesías, ungido de Dios y |
salvador. Se le puede
identificar ya en expresiones preme- |
siánicas de la esperanza
de salvación tales como la pro- |
mesa de victoria universal
sobre el mal en el relato de la |
creación, el llamado
"protoevangelio" (Gn 3, 15). Pero |
formalmente la figura del
Mesías se relaciona con el rey, |
el que lleva el título de
"ungido de Yahveh". |
El rey se legitimó en el
pueblo de Yahveh por las fun- |
ciones que estaba llamado
a cumplir: librar de la opresión |
de los enemigos
exteriores, socorrer a los pobres, adminis- |
trar justicia, asegurar la
paz del pueblo. Entre lo que de |
hecho el rey histórico es
capaz de conseguir en esos cam- |
pos y lo que los hombres
necesitan y anhelan hay una |
gran distancia. Pero no
por eso han de rendirse a la resig- |
nación o a la
desesperanza. La esperanza dice saber que |
un día vendrá un rey que
traerá esos bienes. Aunque hu- |
manamente parezca
imposible, la esperanza no admite |
límites. Ese esperado rey
será el Mesías, el verdadero |
Ungido de Yahveh. |
Esperanza |
mesiánica |
La figura del Mesías es
inseparable de los bienes |
mesiánicos: libertad,
bienestar, justicia, paz. Por la vía de |
cada uno de esos bienes el
anhelo y la esperanza humana |
se orientan hacia
horizontes infinitos y por esa misma vía |
12 (32) |
tiene Dios al encuentro de
los hombres. El Mesías es el |
mediador, la promesa de
Dios y la esperanza de los po- |
bres. Cuando la figura del
rey pierde elocuencia, porque |
no está para cumplir las
funciones que le legitimaron, el |
pueblo de la Biblia tiene
otras figuras mediadoras entre |
la promesa de Dios y su
esperanza. Tal es la figura del |
Siervo de Yahveh, que
anuncia y es ya principio de la re- |
dención del sufrimiento, y
la figura del Hijo del Hombre, |
anuncio del triunfo final
de los "santos del Altísimo" (Dn |
7. 13ss). |
Los cristianos no
cambiaron la definición de su Mesías |
como promesa de Dios y
esperanza de los hombres. En el |
Evangelio de la infancia
Jesús es saludado como el Cristo, |
el que cumple la promesa
de Dios y responde a las espe- |
ranzas de todas las
generaciones. Y Jesus será enseguida |
el que proclama la
bienaventuranza para los pobres, los |
que lloran, los que tienen
hambre de justicia. En el reino |
que él anuncia los ciegos
ven, los cojos andan, los pobres |
reciben la buena noticia.
Esta proclama el triunfo del |
bien, de la justicia, del
amor y de la vida. Los bienes |
que la vieja esperanza rio
relacionados con el Ungido |
de Yahveh siguen siendo
los que alimentan la esperan- |
za de la comunidad
mesiánica cristiana. Su Cristo se |
define por la exigencia y
por la implantación de esos |
bienes. En la humanidad
que luche por ellos está viviendo |
el Cristo. |
«Según mi ávida
expectación y mi esperanza de |
que en nada seré
defraudado, sino que... Cristo |
será públicamente
magnificado en mi cuerpo |
(Flp 1, 20). |
Esperanza |
y libertad |
Pablo desglosa el
contenido de la esperanza mesiánica |
cristiana en estos bienes,
su objeto: libertad de hijos (Rm |
8, 21), salud y vida (Rm
5, 9s, 17), justificación (GI 5, 5), |
redención del cuerpo (Rm
8, 23), resurrección o inmorta- |
lidad (2° Cor 1, 9s; Hch
23, 6), herencia del reino (Rm 8, |
17), visión dichosa de
bienaventurados (1º Cor 13, 12) y |
vida eterna en el paraíso
( 24 Cor 5,1). |
El Apocalipsis de Juan, en
la misma línea que toda la |
restante apocalíptica,
entiende la historia humana como |
un proceso de lucha, como
una última batalla en la el |
bien triunfará y desde ahí
la justicia reinará. Hasta ese → |
13 (33) |
momento los pobres tendrán
que luchar por ese reino y |
suplicar que venga pronto:
Marana tha, Señor nuestro, |
ven (Apc 22, 20). |
La esperanza cifra en
último término su objetivo en |
la venida triunfante del
Mesías, el que representa a los |
pobres que esperan. Con
esa venida está relacionada, por |
que en parte equivale a
ella, la plena consecución de los |
bienes mesiánicos:
libertad, bienestar, justicia, paz. Eso |
es lo que aguarda tensa,
perseverante y escrutante, pero |
también confiada y segura,
la esperanza de los pobres. |
El fundamento |
¿Sobre qué fundamento se
apoya la esperanza? ¿Dón- |
de están sus seguridades?
En su contra trabaja el mundo |
que se ve, arrasado por el
desamor y la injusticia y domi- |
nado todas las formas de
la muerte. De él no parece |
pueda extraer apoyo alguno
la espera ni hay en él datos |
suficientes para hacerse
la imagen cabal de lo esperado. |
Con todo, la esperanza
reconoce en bienes pasados y |
presentes auténticos
anticipos del anhelado porvenir. Esos |
bienes que hemos visto que
proclama la historia santa |
están cargados de promesa
para dar aliento a la espera |
y son arquetipo y
principio del futuro. ¿Está ahí el funda- |
mento de la esperanza
humana? |
Esos son, indudablemente,
los apoyos tangibles. Pero |
el verdadero fundamento
parece ubicarse más atrás. Se |
adelantó ya en el que
espera a la pregunta por él; vie- |
ne antes de requerirlo. El
poder contemplar los bienes |
naturales como anticipo de
lo esperado y el mismo poder |
esperar son
manifestaciones del dinamismo de ese funda- |
mento inasible. |
Las falsas |
esperanzas |
Aquí vale la pena escuchar
a los profetas de la Biblia, |
que intentaron por todos
los medios y en todos los lengua- |
jes aclarar en dónde se
puede poner la esperanza. Como |
queriendo ahorrar a sus
oyentes la decepción más doloro- |
sa, no se cansan de
señalar las bases equivocadas y de |
denunciar las falsas
seguridades, ídolos creados por el |
hombre con el material de
la política y de la economía, |
de la cultura y de la
religión, sobre las que se suele asen- |
tar inútilmente la
esperanza. Los profetas orientan la |
atención hacia el Absoluto
verdadero, el que trasciende |
a todo lo visto, si bien
se revela en todo ello. Dios es el |
nombre de ese fundamento. |
14 (34) |
«Ay de los hijos rebeldes… |
que bajan a Egipto, sin
consultar mi oráculo, |
buscando la protección del
faraón… |
todos se avergonzarán de
un pueblo impotente |
que no puede auxiliar ni
servir |
sino de deshonra y
afrenta» (1e 30, 1-2. 5). |
«¿Te fías de ese bastón de
caña quebrada que es - |
Egipto? |
Al que se apoya en él se
le clava en la mano» |
(Is 36, 6). |
«¿Dónde está ahora tu rey |
para que te salve en tus
ciudades?» (Os 13, 10). |
«¿De qué sirve una
escultura..., |
una imagen fundida, un
oráculo mendaz?, |
¿para que confíe en él el
fabricante de esos ído- |
los mudos?» (Hab 2, 18). |
«Maldito el hombre que
confía en el hombre, |
que hace de la carne su
apoyo |
y aparta de Yahveh su
corazón» r 17, 5). |
«Así pasa al valiente que
no busca en Dios refugio: |
Confiaba en sus riquezas,
que resista en su ruina» |
(Sal 52,9). |
La verdadera |
esperanza |
La verdadera esperanza se
sustenta en una base inasi- |
ble pero segura, que da
valor para no amilanarse ante las |
situaciones más
desesperantes y que nunca, según asegu- |
ran los testigos,
decepciona. Se la ve asomar en la raíz |
de todas las realidades,
en las exigencias que revelan de |
llegar a su pleno ser. El
hombre es por todas ellas cons- |
ciente de esa exigencia.
En la Biblia a la exigencia corres- |
ponde una promesa, o quizá
al revés, la promesa es la que |
despierta la exigencia
enraizada en el ser de las cosas. Y |
promesa está Dios, que se
ha dado a conocer a los |
que esperan como poderoso
y fiel para cumplirlo. Por eso |
se le proclama: |
«esperanza de Israel, |
su salvador en las
angustias» (Jr 14,8). |
Los profetas y los
salmistas agotaron los términos que |
expresan confianza y
certeza y las imágenes de la seguri- |
dad, como roca, refugio,
castillo, fortaleza, para proclamar |
y comunicar la firmeza de
su esperanza. Pablo dice que |
15 (35) |
Abraham, con todo lo que
estaba a la vista en su contra, |
«esperó contra toda
esperanza» y acertó en su espera (Rm |
4.18). Aun si todos los
asideros se conmueven, la esperan- |
za persevera. |
Yo fijaré mi vista en
Yahveh, |
esperaré en Dios mi
salvador, |
Ahora, para gobernar los
pueblos se apela, no ya a la reli- |
gión, sino a las virtudes
éticas fundamentales, como la jus- |
ticia, la benevolencia, la
veracidad; se reconocen todavía |
aquellas leyes naturales
que existen y actúan espontánea- |
mente en la sociedad y en
materias sociales, sean físicas, sean |
psicológicas y esto ocurre
en el gobierno, en el comercio, |
en las finanzas, en los
experimentos sanitarios y en las rela- |
ciones entre diferentes
naciones. En cuanto a la religión, se |
va reduciendo a una
especie de lujo privado, al que puede |
inscribirse quien quiera,
pero que se debe conservar sólo |
para uno mismo, sin que
pueda ser lícito imponerlo a los |
demás, ni se debe insistir
demasiado en ella de |
modo que cause molestia a
otros. |
El cambio general de esta
apostasía es único e idéntico en |
todas partes, aunque
cambien los detalles secundarios y los |
países... Yo lo deploro
profundamente, pero no siento miedo |
por ello: podrá causar la
ruina a muchas almas; mas no temo |
que pueda infligir un
verdadero mal a la Palabra de Dios, a |
la santa Iglesia, al Rey
omnipotente, al León de Judá, Fiel y |
Veraz, ni a su Vicario en
la tierra. El cristianismo ya ha supe- |
rado otras pruebas
gravísimas... La Iglesia no debe hacer otra |
cosa fuera de proseguir en
el camino de sus deberes, confia- |
damente y en paz;
permanecer en calma y |
esperar la salvación de
Dios. |
John H. card. Newman, C.
O., |
(11.5. 1879) |
16 (36) |
y mi Dios me escuchará»
(Mi 7, 7). |
«Aquel día se dirá: |
Aquí está nuestro Dios |
de quien esperábamos que
nos salvara. |
Este es Yahveh en quien
esperábamos: |
Exultemos y gocémonos en
su salvación» |
(Is 25,9). |
«Hacia ti, Señor, elevo mi
espíritu, |
en ti, mi Dios, confío... |
Nadie que espere en ti |
tendrá que avergonzarse»
(Sal 25, 1-3). |
«Yo tengo confianza en ti,
Señor, |
y me digo que tú eres mi
Dios» (Sal 31, 15). |
«Nos sentimos gozosamente
seguros en las tribu- |
laciones, sabiendo que la
tribulación produce |
constancia, la constancia
virtud sólida, la virtud |
sólida esperanza, y la
esperanza no decepciona, |
porque el amor de Dios ha
sido derramado en |
nuestros corazones, por
medio del Espíritu santo |
que se nos dio» (Rm 5,
3-5). |
Esperanza |
en Dios |
Estas profesiones aseveran
que Dios lo es todo en la |
esperanza: es su
fundamento y principio y hasta su conte- |
nido. Pero Dios no es un
ser de faz desconocida. Su rostro |
se deja ver como presencia
salvadora en acontecimientos |
de la historia y de la
vida de cada uno; y la palabra de |
su promesa, en boca de sus
mensajeros, invita a ir a su en- |
cuentro en el futuro. Esa
palabra se verificará en cumpli- |
mientos, que, a su vez,
serán nueva promesa. |
La espera no es, por lo
tanto, un acto a las ciegas, car- |
gado a la cuenta de un ser
desconocido. La esperanza es |
sabedora. Tiene los
anticipos del futuro esperado, que, |
aunque provisionales y
parciales, son buenos indicadores |
que orientan y prenda
segura de la totalidad. Son eso, evi- |
dentemente, en cuanto que
Dios está en ellos, pero ellos son |
los que dan al
Trascendente faz concreta. La experiencia |
de creación y de salvación
es el lugar en donde Dios se |
manifiesta creador y
salvador. |
«A ti se abandonaron
nuestros padres, |
Be abandonaron y tú los
liberaste. |
17 (37) |
Clamaron hacia ti y fueron
preservados, |
se abandonaron en ti y no
sufrieron decepción» |
(Sal 22, 58). |
Los espacios que medían
entre la esfera y su meta no |
son espacios vacíos. Junto
al "todavía no" se encuentra en |
ellos el "ya
sí". Y este es un anticipo cargado de apelo, |
que abre amplios los ojos
hacia el seguro porvenir. Este |
se irá entregando en
ulteriores anticipos, al filo de cada |
hora de la historia. |
Cumplimento |
de la esperanza |
cristiana |
Lo estamos llamando
anticipos coincide con las ob- |
jetivaciones de que hemos
hablado y que sintetiza el "cre- |
do histórico". En la
cima de esos anticipos, objetivaciones |
y artículos del credo está
para los cristianos el aconteci- |
miento de Jesús,
cumplimiento cabal de la esperanza me- |
siánica. Pero ese
cumplimiento iniciado en el Cristo tiene |
que hacerse real en la
comunidad humana, por el triunfo |
del amor sobre el odio y
de la vida sobre la muerte. El |
cumplimiento cristiano es
la promesa más espléndida y |
sustento de nueva
esperanza. |
En términos ya conocidos
de la esperanza del pueblo |
bíblico, Cristo significa
para los cristianos principio de ese |
anhelado porvenir que se
ha revelado en adelantos: pren- |
da del amor de Dios a los
hombres (Rm 8, 31s), fundamen- |
to de la nueva alianza y
del verdadero pueblo de Dios (2º |
Cor 3, 1-12); en él está
la base de nuestra reconciliación |
(Rm 5, 11); su
resurrección es la primicia de la nuestra (20 |
Cor 1, 9s); él es para
nosotros esperanza de la gloria (Col 1, |
27). En definitiva, Cristo
es para los cristianos el principio |
y el anticipo de su futuro
porvenir. |
Funciones |
de la esperanza |
La esperanza denuncia y
desautoriza actitudes oscuras |
e infecundas, destructivas
de la persona y de la comunidad |
humana. Tales son, por un
lado, las que no ten posible un |
cambio de este mundo y
cultivan la resignación, la deses- |
LAUS |
se reparte gratuitamente a |
quienes lo solicitan.
Escriba |
al Apartado 182, Albacete. |
18 (38) |
peranza o el hastío, y por
el otro, aquellas que no quie- |
ren cambio alguno, sino un
permanente statu quo, porque |
se han hecho en el su
cielo, quizá para otros un infierno. |
Son los instalados, los
seguros, los ricos y los autosatis- |
fechos. |
La esperanza tiene los
datos adecuados para poner en |
evidencia la miseria que
llena la tierra, incluida la de los |
autosuficientes y los
ricos, y tiene también noticia de posi- |
bilidades insospechadas e
inéditas de transformación de |
este mundo. Desbordan lo
conocido y hasta lo deducible. |
Pero el que espera las
conoce y puede anunciarlas y hasta |
mostrarlas como impulsoras
de su acción. |
La esperanza, además de
reconocer el mal del mundo, |
lo asume, no para dejarlo
correr pasivamente, sino para |
luchar con perseverancia
contra él, seguro del porvenir |
que se ha insinuado en su
horizonte o que le ha revelado |
la promesa. |
La fuerza |
de la |
esperanza |
Esa clarividencia y fuerza
del que espera libra el pre- |
sente cerrado de su
angostura y pobreza y le abre espacio |
infinito. La Biblia llama
a este "poner en campo abierto" |
salvación. Ésta tiene en
su experiencia una larga historia |
hacia atrás; la cuentan
los que esperaron y no sufrieron |
decepción. Y tiene por
delante la utopía escatológica, esa |
inspirada intuición de la
desembocadura en el reino. Al |
que mira desde esta
perspectiva se le revela la continuidad |
de la historia y su
verdadera unidad. Sus claves están en |
la promesa que proporciona
a la esperanza las pautas del |
porvenir. |
La esperanza confiere al
que espera energía para crear |
el futuro esperado. Le
pone en el compromiso de luchar |
para hacer real el
porvenir y de ir por sus propios pasos |
al encuentro de los bienes
mesiánicos: libertad, bienestar, |
justicia, paz. |
La esperanza es, en
definitiva, actitud humanizadora, |
redentora de las amarras
que aprisionan a la persona. |
Todas sus formas de
pobreza se abren ya por ella a la |
bienaventuranza. |
«Dichosos los que saben
que son pobres, |
porque de ellos es el
reino de Dios». |
La esperanza del pobre
aspira a ese reino y trabaja |
por él también cuando
suplica: Señor nuestro, ven. |
19 (39) |
Son más fáciles de llevar
a Dios a los |
espíritus alegres que a
los melancólicos; |
pero quien busque la
recreación fuera |
del Creador, y la unción
del consuelo |
fuera del ungido de Dios,
Cristo, jamás |
lo encontrará. Los que
buscan consola- |
ciones fuera de su lugar,
buscan su |
propia perdición; el que
quiera ser sa- |
bio sin la verdadera
sabiduría, o salvar- |
se (y ser libre) sin el
Salvador y Liber- |
tador, ese tal no está
sano, sino enfer- |
mo; no es sabio, sino
loco.— San Felipe Neri |
|
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, 1
- Apartado 182 Albacete - D.L. AB 103/62 - 1.2.83 |
20 (40) |
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