Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 202. MARZO. Año 1983 |
SUMARIO |
LA GLORIA y el riesgo de
la transformación cristiana |
―de la conversión—
del hombre, está en que ha de se- |
guir siendo hombre, es
decir, criatura que se mueve |
inteligentemente en las
coordenadas de la sensibili- |
dad y del tiempo; pero
que, a la vez, ha de espiritualizar, |
hasta lo más profundo, la
relatividad de lo creado para |
referirlo y referirse a sí
mismo a Dios. Y que ha de hacer- |
lo con el
"estilo" de Dios. Eso es el "hombre nuevo", el |
hombre pascual. Lo cual ya
se ha realizado en Cristo y |
en los verdaderos santos. |
MORIR ANTE UN CRISTO DE
COBRE |
DE CÓMO CONVERTIRSE |
VOLVER A EMPEZAR |
MORAL POSITIVA |
ELOGIO DE LA GRACIA |
TIEMPO LITÚRGICO |
LA PAZ CRISTIANA |
1 (41) |
MORIR |
ANTE UN CRISTO |
DE COBRE |
Quiero un lecho raído,
burdo, austero, |
del hospital más pobre;
quiero una |
alondra que me cante en el
alero; |
y si es tal mi fortuna |
que sea noche de luna |
la noche en que me muero; |
entonces, oíd bien qué es
lo que quiero: |
quiero un rayo de luna |
pálido, sutilísimo,
ligero... |
Como el último pobre
vergonzante, |
quiero un lecho raído |
en algún hospital
desconocido, |
y algún Cristo de cobre,
agonizante, |
y una tremenda inmensidad
de olvido; |
y que al tiempo de sentir
que me he perdido, |
cojan la luz y vayan por
delante. |
Alfredo R. Placencia, |
(poeta mexicano,
1873-1930) |
2 (42) |
De cómo |
convertirse |
NACER de nuevo: pasar de
muerte a vida, de la oscuridad a la luz, del |
error a In verdad, del
odio al amor, y creer que todavía estamos a |
tiempo para transformar la
tierra en cielo y que se puede vencer el |
mal por la sobreabundancia
de bien. Creer que es posible un cielo |
nuevo y una tierra nueva.
Creer todo eso y procurar no perdernos |
en vaporosidades teóricas
o idealizaciones estéticas inútiles. Creerlo y |
ponerse en camino,
radicalizando el esfuerzo, sabedores de lo que de- |
seamos y hemos de
construir pacíficamente, porque queremos: porque |
sabemos, porque es posible
y, sobre todo, porque Dios lo quiere y confia- |
mos en el don de su fuerza
para perseverar. Esa fe, sin pretender hacerla |
compatible con
transigencias componedoras que nos permitieran servir a |
dos señores, sin
Artificios engañosos, sin ceder a seducciones, esa te está |
en la conversión. |
La primera conversión
siempre es un acto de fe; comienza siempre en |
la apertura de la mente y
corazón al aldabonazo de la llamada de Dios, |
que pasa cerca, que hasta
percute con el dolor para despertarnos de los |
letargos acomodaticios, de
los pactos de la pereza, de los egoísmos que |
nos encierran y resecan. |
Porque comienza con la fe,
es preciso unir a ella nuestro pensamiento, |
no para hacerlo compatible
con las verdades divinas, sino para que deven- |
ga instrumento de la
decisión radical de nuestra aceptación y entrega a |
Dios. Por eso, lo primero,
las ideas; ideas para la fe, dignas de ella. Y, en- |
seguida, ponernos a la
obra: pensar y hacer, y hacer el bien. Pensar para |
hacer el bien, porque es
haciendo todo el bien posible cómo las ideas ori- |
ginales se nos
perfeccionarán, purificándose, estilizando el sentido de la |
verdad que las engendró.
La sabiduría que no sirve para la acción, es inútil |
para la vida, pero es para
la vida que hemos de mirar, buscar y encontrar |
a Dios. |
Mas no bastan las solas
buenas ideas como instrumento de la fe o des- |
arrollo de la misma; ni
acaba de bastar que nos dediquemos a la acción |
3 (43) |
buena con presteza y
generosidad pura, sino que, además, hemos de en- |
mendar lo torcido, lo
malo, lo que estorba en nosotros. Ahí a veces radica |
el error en nuestros
cálculos precipitadamente optimistas. Lo malo, lag |
claudicaciones de nuestra
voluntad que, miradas las cosas serenamente, |
se inhibe o retrasa en lo
bueno que puede hacer y no hace, en lo malo o |
perjudicial que no
enmienda, en lo debido e inacabado que aplaza, consti- |
tuyen el lastre que
paraliza y hasta detiene el proceso de ascenso y con- |
versión urgido por nuestro
compromiso bautismal. Cuando esto ocurre ―y |
ocurre con
frecuencia―, lo más de lamentar no suele ser lo que nos pueda |
afear o parecernos
importante en cada ocasión o en todas ellas, sino la |
Actitud sostenida de
rechazo, de dejadez, aunque parezca pequeño lo que |
dejamos marchitar o
despreciamos. Hay que creer y pensar bien, hay que |
hacer el bien, y hay que
corregir (sin escrúpulos, pero diligentemente) el |
mal. La expansión práctica
de una auténtica vida de crecimiento en la fe, |
necesita de esta
llamémosle técnica elemental. |
Conferencias |
cuaresmales |
Para señoras: |
LOS DÍAS 21, 22, 23 Y 24
DE MARZO, |
A LAS 6 DE LA TARDE. |
Para todos: |
LOS DÍAS 28, 29 Y 30 DE
MARZO, |
A LAS 8.30 DE LA TARDE. |
4 (44) |
Volver |
a empezar |
EL MISTERIO de la vida, la |
fuerza del amor y la
inexo- |
rabilidad de la muerte
cons- |
tituyen los tres temas
perpetuos del |
pensamiento humano y de la
con- |
ciencia de cada hombre, no
cegada |
por pasiones perversas o
distraída |
por la pereza. Se trata de
vivir, |
aunque no acabemos de
entender |
toda la profundidad de ese
poseer- |
nos y movernos mientras
todo se |
arremolina en torno a la
concien- |
cia inmanente de la propia
existen- |
cia, rica y pobre a la
vez, del tiem- |
po que fluye sin detenerse
y per- |
diendo la huella de los
propios |
pasos. Vivimos, es decir:
somos, |
estamos, nos movemos,
conocemos, |
decidimos, obramos, y
somos capa- |
ces de entusiasmarnos por
el bien |
hallado, por el recibido,
por el bien |
creado y compartido. Que
es a lo |
que llamamos amor. |
Amamos, o pensamos que lo
ha- |
cemos cuando nos sentimos
capa- |
ces de apostar todo lo que
somos y |
podemos. El amor es, en
realidad, |
la única fuerza del
hombre, aunque |
se llame fortaleza a otras
cosas que |
en vano lo suplantan o lo
intentan |
destruir. El hombre puede
según |
lo que ama. El amor le
hace siervo |
y señor a la vez: siervo
sin humi- |
llación, señor sin
altanería. Ser, po- |
der y amar. Y ser para
poder amar. |
Por eso hay que agradecer
la exis- |
tencia ontológica recibida
por las |
capacidades de enamoración
y de |
multiplicación y
comunicación de |
bien que encierra, como un
tesoro |
latente a punto de
amanecer mag- |
nificado por el impulso
generoso y |
gozoso, agradecido y
feliz, de tanto |
bueno y bello recibido y
compar- |
tido, descubierto y
creado. |
El amor es nuestra fuerza
y es, |
como dice la Biblia (Cant
8,6), más |
fuerte que la muerte,
porque sólo |
el amor la vence. Venciola
el amor |
de Cristo y la vencemos
los creyen- |
5 (45) |
tes en la medida en que
entramos |
en la corriente
transformadora de |
este amor, y también
amamos. |
Vida, amor y muerte,
aunque |
muerte vencida, en
oposición al |
espíritu del mundo que,
temeroso |
de la muerte y, en
búsqueda avari- |
ciosa de seguridades al
margen del |
amor, pretende acumular
fuerzas |
que la sepultura pudre,
que los la- |
drones arrebatan o la
polilla des- |
truye, generando por la
codicia, |
envidias y odios y
desatando riva- |
lidades y luchas por
defender una |
vida sin amor, pero
abierta loca- |
mente a una muerte sin
remedio. |
Ni las armas —todas malas
e hi- |
jas del pecado―, ni
las leyes de |
los hombres —buenas unas,
malas |
otras― bastarán a
defender la vida |
ni a estimular el amor. El
escánda- |
lo de nuestro mundo está
en haber |
supuesto que se había
convertido, |
que ya era cristiano,
cuando resul- |
ta que, a pesar del abuso
de los |
nombres y de las
autocalificacio- |
nes, el Bautismo cristiano
le ha |
resbalado, por lo cual
estamos to- |
davía a punto de comenzar,
o poco |
menos. |
La Iglesia, por una
tradición apostólica que trae |
su origen del mismo día de
la resurrección de |
Cristo, celebra el
misterio pascual cada ocho |
días, en el día que es
llamado con razón "día del |
Señor" o domingo. En
este día, los fieles deben |
reunirse a fin de que,
escuchando la palabra de |
Dios y participando en la
Eucaristía, recuerden |
la pasión, la resurrección
y la gloria del Señor |
Jesús y den gracias a
Dios, que los «hizo renacer |
a la viva esperanza por la
resurrección de Jesu- |
cristo de entre los
muertos» (1ª Petr 1, 3). Por |
esto, el domingo es la
fiesta primordial, que de- |
be presentarse e
inculcarse a la piedad de los |
fieles de modo que sea
también día de alegría |
y de liberación del
trabajo. No se le antepon- |
gan otras solemnidades, a
no ser que sean, de |
veras, de suma
importancia, puesto que es el |
fundamento y el núcleo de
todo el año litúrgico. |
Concilio Vaticano II,
Const. Lit., nº 106 |
6 (46) |
Por eso habrá que volver a
las ac- |
titudes de los primeros
cristianos, |
inermes y sin leyes
protectoras, pe- |
ro que supieron agradecer
la vida, |
y llenarla de amor, de
entusiasmo |
por el bien, de un bien
que no ca- |
be en el tiempo y que no
muere |
con la muerte. |
Hemos de comenzar a ser,
otra |
vez, cristianos, en el
misterio de |
esta vida en la que Cristo
entró y |
nos acompaña, para
comunicarnos |
el vigor espiritual que
nada puede |
destruir y que anticipa la
partici- |
pación gratuita de su paz,
que no |
es como la que, en vano,
pretende |
asegurar y mantener el
mundo. |
Hemos de volver a empezar
por- |
que el mundo todavía no ha
des- |
cubierto para qué es y lo
que vale |
la vida; porque todavía no
es libre |
para amar; porque nosotros
mis- |
mos, los cristianos, no
hemos aca- |
bado de entender el
misterio de |
amor, para Dios y para el
mismo |
mundo, que nuestra vida
encierra. |
Ese «tesoro escondido en
el campo» |
de la historia humana no
se puede |
amparar en leyes que lo
defiendan, |
sino que se alcanzará
solamente |
por quienes «vayan a
venderlo to- |
do para poderlo adquirir».
No se |
trata de criticar, de
lamentarse de- |
masiado, sino de ponerse
en cami- |
no para quien se fíe
totalmente de |
Dios. Para ese tal, la
vida será un |
reto para el amor, y la
muerte no |
existirá. |
Los cristianos |
sabemos que el |
dolor —cuando es |
rectamente |
asumido— es |
semilla de |
resurrección... A |
pesar de todos los |
signos negativos, |
invitamos a la |
esperanza. La |
esperanza es una |
virtud |
esencialmente |
cristiana. Se basa |
en la certeza que |
tenemos de que |
Dios ha asumido, |
en la muerte de |
Jesucristo, todos |
nuestros dolores y |
fracasos, y en su |
resurrección ha |
vencido todo mal. |
Su vida es más |
poderosa que la |
muerte. |
Conf. Episcopal Chilena, |
17.12.1982 |
7 (47) |
MORAL |
POSITIVA |
ES VERDAD que la bondad |
siempre consiste en la
afir- |
mación mantenida del bien, |
antes que en la negación
del mal. |
No se es bueno porque no
se es |
malo, sino que no se puede
ser ma- |
lo porque se es bueno. La
moral |
―la buena moral—
siempre es po- |
sitiva. Pero este
compromiso con |
el bien, primero y radical
que, por |
principio, excluye la
compatibili- |
dad con desviaciones
negativas, no |
se traduce, a nivel
práctico y hu- |
mano, en lo que la teoría
exige. |
Nuestra conducta no suele
ser tan |
rotunda ni absoluta. Lo
cual no |
puede llevarnos a la
preocupación |
(a la previa ocupación) de
remover |
impedimentos morales
mediante el |
trabajo de la negación
progresiva |
y mantenida de males. Lo
previo |
ha de ser la elección del
bien y el |
movernos por él y hacia
él, tan |
plenamente como podamos,
de mo- |
do que no queden energías
desper- |
diciadas; no debiéramos
"tener |
tiempo" para nada
malo... Una de- |
dicación a tope en lo
bueno, no |
deja resquicios para lo
negativo, |
para las claudicaciones u
olvidos |
de la humana debilidad. |
Pero el hombre, limitado y
débil, |
y porque de un modo
simultáneo |
no alcanza a conjugar
perfectamen- |
te la teoría con la
práctica de lo |
que va descubriendo como
bondad, |
no puede descuidar la
vigilancia |
sobre sí mismo,
consecuente (no |
previa) al reconocimiento
y elec- |
ción del bien y al
propósito y acti- |
tud mantenida de dedicarse
a él. |
El hombre no ha de estar
preocu- |
pado por el mal, pero ha
de vigilar |
las posibles desviaciones
del bien |
los retrasos, las
claudicaciones, la |
tentación de la pereza y
del egoís- |
mo. Por este motivo,
aunque la |
moral cristiana ha de ser
esencial- |
mente positiva, esa
dedicación por |
la que pretendemos afirmar
con la |
actitud conducta de
nuestra vida |
la incorporación al
sentido diná- |
mico de la bondad que se
despren- |
de del Evangelio, no puede
excluir |
el reconocimiento de la
propia rea- |
lidad. Lo contrario sería
ilusión o |
soberbia. Y, por lo tanto,
después |
de aclarar y afianzar la
actitud pre- |
via por la que se elige el
bien y se |
dedica la vida a él, será
preciso no |
negligir la labor
vigilante, para ir |
corrigiendo, aunque sin
dejarnos |
tentar de la angustia, las
posibles |
equivocaciones y
consecuencias de |
la flaqueza evidente que
la realidad |
nos descubre. Moral
positiva, cier- |
to. Pero "hay que
corregirse", hay |
que enmendar la conducta,
hay que |
revisar la indolencia de
hábitos a |
desterrar, hay que seguir
adelante y |
convertirse un poco más
cada día. |
8 (48) |
ELOGIO |
DE LA GRACIA |
LA RAZÓN justamente nos ha |
sido dada para trabajar la |
gracia mientras ésta se
halla |
en quietud; pero así que
la acción |
de la gracia empieza, hay
que de- |
jarla hacer, hay que
dejarnos hacer |
por Dios en ella, pues en
ella mis- |
ma actuará entonces todo
lo que la |
razón haya trabajado, sin
que ésta |
venga en aquel momento a
pertur- |
barla con su soberbia.
Porque la |
razón es soberbia de sí y
todo lo |
quiere arreglar; y
mientras estamos |
en esta naturaleza humana
hay que |
obedecer su carácter
mixto: traba- |
jarla en parte con nuestro
poquito |
de razón, y dejarla en su
parte ma- |
yor inconsciente en la
mano de |
Dios que sólo puede
llevarla. Por- |
que si todo lo damos a la
razón y |
queremos que ésta rija no
sólo su |
parte, sino también la de
la gracia, |
¿qué le dejamos a Dios?
¿Por ven- |
tura somos ya todos Dios?
Cuán le- |
jos estamos de ello nos lo
dice el |
fervor con que le
invocamos, en |
una u otra forma, en los
mayores |
trances de nuestra vida.
Dejemos |
pues libre la acción a la
gracia, des- |
pués que la razón haya
trabajado |
en la quietud, y a reserva
de traba- |
jarla de nuevo y siempre
de nuevo, |
cuando, habiendo actuado,
su quie- |
tud deje vacante el
imperio. Enton- |
ces podremos examinar lo
que ha- |
yamos hecho, y poner en la
gracia |
dormida un nuevo impulso
confor- |
tador o rectificador, para
que lo |
encuentre en sí cuando
despierte y |
lo actúe en sí a su
manera. |
Así obra Dios
alternativamente |
en nosotros tratándonos de
igual a |
igual, ya paternalmente,
ya como |
individuos racionales, ya
como uni- |
verso del que el individuo
se va |
todavía desprendiendo. Lo
primero |
por medio de la razón que
por este |
mismo tratamiento de
igualdad es |
muy expuesta a soberbia;
lo según-- |
por medio de la gracia
que, como |
producción directa de Dios
en |
nuestras acciones, guarda
aún el ca- |
lor de la mano soberana
del Cria- |
dor y tiene aquel encanto
de la hu- |
mildad tan proporcionado a
nues- |
tra naturaleza de
criaturas. |
Joan Maragall |
9 (49) |
TIEMPO LITÚRGICO |
|
Debemos poner más
claramente la Pascua, sus Sacramentos y sus ritos, en primer plano de nuestra |
valoración religiosa, ya
que es el centro del designio divino en nuestra salvación: los dos sacramentos |
principales de los que
recibimos la salvación, el Bautismo y la Eucaristía, son los que con clara |
evidencia derivan del
misterio pascual. Para los cristianos creyentes, una vez purificados, es un |
revivir en la Muerte y
Resurrección del Señor. |
PABLO VI |
LA LITURGIA es la
celebración |
del misterio cristiano.
Al- |
gunos han dado en llamar |
tiempos
"fuertes" de la li- |
turgia, o del "año
litúrgico", a las |
etapas del calendario de
especial |
intensidad ritual y
celebrativa. Pe- |
ro es difícil asignar
demasiado ca- |
tegóricamente, tanto el
principio |
como el fin cíclico de
tales celebra- |
ciones, como inclinarse
para dar |
énfasis a alguna de ellas.
El miste- |
rio cristiano nos envuelve
y nos |
ocupa a través de todo el
camino |
temporal, y no
precisamente como |
una insistencia cíclica,
sino como |
un progreso más bien
lineal que |
propende a recapitularse
en Cristo, |
10 (50) |
principio y fin de todo, y
razón |
vida de la Iglesia. Frente
a cada |
cristiano y para la
Iglesia, el miste- |
rio de Cristo se
desenvuelve y des- |
arrolla, no como una
reiteración, |
sino como una
participación cre- |
ciente, que mantiene la
constante |
del sentido pascual, como
dinámi- |
ca liberadora y como
inserción y |
participación en la vida
de Cristo, |
todavía esperado, todavía
predica- |
do, todavía muriendo y
resucitan- |
do en el mundo y en la
Iglesia. Es- |
to es lo que constituye el
misterio |
cristiano, no reducible a
ideologías |
enajenantes ni a
moralismos tran- |
quilizadores o farisaicos,
ni a ino- |
cente folklore. |
El misterio cristiano y la
simbo- |
logía de la liturgia están
enlazados |
para manifestar, en el
tiempo, la |
significación sagrada que
tiene pa- |
ra el hombre, el recuerdo
y la ce- |
lebración de la Pascua.
Todo con- |
verge hacia ella y todo de
ella se |
deriva para el creyente,
el cual, a |
partir del Bautismo, está
abocado |
a la tensión
transformadora del |
primer
"transformado", del Resuci- |
tado. Esa tensión podemos
subra- |
yarla, más o menos, en uno
u otro |
tiempo de nuestros
calendarios, |
pero en realidad es una
urgencia |
constante en el transcurso
de toda |
nuestra vida temporal, por
encima |
de cualquier convención o
simbolización {1ç |
11 (51) |
ritual. Aunque el rito |
nos sirve porque expresa
el |
tiempo o momento sacramen- |
tal en que Cristo se
encuentra |
con los hombres y con
ellos |
se comunica. Por eso
podemos |
decir que tiempo litúrgico |
equivale a tiempo
sacramen- |
tal, y lo es, para todo el
miste- |
rio cristiano, el año, el
mes, la |
semana, el día... e
incluso el |
instante en que el símbolo
re- |
crea la acción ritual en
el se- |
no de la Iglesia. |
Ese misterio de muerte y |
vida en Cristo, y también
de |
tensión espiritual
sostenida, |
es la Pascua,
incesantemente |
evocada por su celebración |
en la comunidad de los
hijos |
de Dios. |
Tiempo litúrgico que está |
por encima de la monotonía |
repetitiva de fiestas y
celebra- |
ciones y que no tiene
princi- |
pio ni fin: que comienza
siem- |
pre y busca su fin en el
reino |
de Dios, hacia el que
perma- |
nece abierto, desde el
tiempo, |
para la eternidad, no como |
una huida de las
contingen- |
cias, sino como una
transfor- |
mación trascendente,
porque |
en esa trascendencia
insiere |
lo temporal, superándolo,
ele- |
vándolo, arrastrándolo
consi- |
go, liberándolo para Dios,
en |
Cristo Jesús. |
Por esas razones no pode- |
mos esclavizarnos en el
marco |
de las divisiones
temporales |
de las mediciones que
toma- |
ron como referencia la
luna o |
el sol, adoptadas por las
cultu- |
ras antiguas y tenidas en
cuen- |
ta en Israel y en Roma, a
pe- |
sar de que el Cristianismo
las |
utilizase como cañamazo
so- |
bre el que teje y
multiplica |
la conmemoración ritual
del |
misterio de Cristo, es
decir, la |
liturgia. Porque la
celebración |
del misterio de Cristo no
se |
nos presenta como un
perpe- |
tuado retorno anual, sino
co- |
mo la memoria
sacramentali- |
zadora y vivificante de un
de- |
sarrollo y crecimiento en
Cris- |
to y de Cristo en
nosotros, es |
decir, la Iglesia. |
Si la Iglesia es el
movimiento de retorno de las personas hacia Dios, de he- |
cho este retorno sólo se
puede realizar en Cristo, el cual en tanto que es |
hombre es el camino a
seguir para alcanzar a Dios.— Sto. Tomás de Aquino |
|
12 (52) |
Documento: |
LA PAZ |
CRISTIANA |
TODO el Antiguo Testamento
es una nostalgia de la paz paradisíaca que |
el anuncio y la esperanza
de un Mesías restituirá y extenderá a todos. |
Jesucristo es este Mesías
que renueva la exigencia universal de la paz, |
con la entrega de su vida
y el misterio de su muerte y resurrección. Repro- |
ducimos algunos párrafos
más significativos de un trabajo de Xavier Pikaza, |
profesor de la Filosofía
de la Religión en la Universidad de Salamanca, cuyo |
interés subrayan las
carreras armamentistas y la proliferación de tantas vio- |
lencias, institucionales o
subversivas, que padece nuestro mundo. |
Exigencia |
universal |
de la paz |
Jesús es, ante todo,
hombre pacífico: no adelanta el |
reino por la fuerza, no lo
quiere imponer por la violencia |
de la guerra, sino que lo
presenta como gracia que nos |
lleva al cambio y
conversión de la existencia. |
Jesús fue hombre exigente.
Su paz no implica falta |
de interés, sino
valoración distinta de la vida: lo que im- |
porta es que los hombres
se desplieguen y realicen como |
humanos, en actitud de fe
y en gesto de apertura hacia |
los otros. Allí donde el
viejo Israel hubiera puesto la |
urgencia de la guerra
Jesús ha situado la exigencia del |
servicio interhumano. |
Finalmente, Jesús ha sido
un hombre universal. En |
su camino van
desapareciendo los límites que escinden a |
perfectos e imperfectos,
buenos y malos, judíos y gentiles. |
Este universalismo
pacífico de Jesús se sitúa en la |
línea de la fe de los
profetas: poniéndose en las manos |
de Dios sabiendo que no
existe salvación sino en un |
13 (53) |
gesto de confianza, el
hombre se define como humano en- |
tregando su existencia en
manos del misterio, más allá |
de todos los cálculos de
tipo político o social. Dicho eso, |
debemos añadir que esa fe
se ha explicitado en un gesto |
de servicio en favor de
los demás: el que confía en Dios |
está llamado a crear un
espacio de amor activo que se |
extiende hacia los otros,
suscitando condiciones de con- |
fianza y convivencia.
Finalmente, todo el gesto de Jesús |
está cuajado de esperanza:
sabe que el reino está llegan- |
do, tiene la certeza de
que irrumpe en esta tierra; se ha |
cumplido la palabra
escatológica que en otro tiempo pre- |
sentaron los profetas;
surge el mundo nuevo de verdad y |
salvación para los
hombres, por medio de una ofrenda |
austera y exigente de
vida. |
Mediación |
de los pobres |
El universalismo pacífico
de Jesús se explicita y cul- |
mina como oferta de ayuda
a los necesitados, a través |
de un doble corrimiento
que podemos definir de esta ma- |
nera: a) del poder a la
impotencia; b) de lo político a lo |
humano. |
Hay un corrimiento del
poder a la impotencia. La |
esencia de la guerra
consiste en la búsqueda y conquista |
violenta del poder; pues
bien, Jesús renuncia por principio |
a la toma del poder y se
sitúa en un espacio de impoten- |
cia activa que confía en
la transformación del hombre y |
en el salto cualitativo
hacia una forma de existencia que |
no sea impositiva. La toma
del poder continúa generando |
siempre actitudes de
poder; sólo se consigue y perpetua |
por la fuerza impositiva,
como saben Mt 20, 25; 23, 8 ss. |
Por el contrario, la
apertura de Jesús a la impotencia se |
realiza de una forma
pacífica, por medio de la ofrenda de |
la vida, en gesto de
absoluta gratuidad que hace posible |
un nuevo tipo de
realización humana. |
Pobreza |
y servicio |
Por eso existe, al mismo
tiempo, un corrimiento de lo |
político a lo humano.
Jesús no se ha propuesto transfor- |
mar la estructura
política. Tampoco se pone a reformar |
el entramado sacral de su
pueblo. Lo que hace es mucho |
más profundo: se sitúa
sobre el campo abierto de lo hu- |
mano, en un espacio de
universalidad que se define, a mi |
entender, por estos
componentes. a) Por la pobreza: el |
gesto de Jesús implica un
descubrimiento de la interna- |
cional de la pobreza; en
su camino desembocan los des- |
heredados de todas las
leyes, los marginados de todas las |
14 (54) |
imposiciones, los
derrotados e incapaces de todas las |
batallas, los enfermos,
leprosos, prostitutas. Sobre ese |
trasfondo ha extendido
Jesús el signo de riqueza del |
Evangelio, la esperanza
del reino, la palabra de humani- |
dad donde los hombres se
descubren como hermanos, más |
allá de toda imposición y
toda guerra. b) Por el servicio: |
superando las políticas y
normas que tienden a perpe- |
tuarse a sí mismas, Jesús
ha presentado ante los hombres |
su palabra de servicio; la
vida adquiere sentido donde el |
hombre ayuda a los que
están necesitados. De esa mane- |
ra se establece lo que
podríamos llamar la internacional |
del servicio interhumano. |
Allí donde se cruzan estos
dos caminos (de pobreza y |
servicio) viene a
suscitarse lo que se pudiera llamar la |
revolución universal de
Jesús. |
La tensión guerrera del
Evangelio se traduce de ma- |
nera explícita en la lucha
contra lo diabólico. En ella se |
asumen y cultivan, en otra
dimensión, los símbolos vio- |
lentos del Antiguo
Testamento. Con esto penetramos en |
una de las paradojas más
significativas del Evangelio: |
nadie como Jesús ha
renunciado a la violencia como en- |
frentamiento entre los
hombres; pero nadie ha resaltado |
con más fuerza la
exigencia de luchar contra el poder de |
lo diabólico que rompe y
atenaza, disgrega y aniquila la |
existencia libre de los
hombres. |
Lucha |
antisatánica |
Jesús, el hombre pacífico
por excelencia, es a la vez |
el más guerrero: actúa sin
cesar como exorcista; va ayu- |
dando, en gesto poderoso a
las personas que parecen |
poseídas por espíritus y
fuerzas demoníacas; se mueve |
siempre en gesto
combativo, nunca cesa de oponerse a lo |
que impide que el hombre
sea humano. En este contexto |
se emplean símbolos
guerreros: Satán aparece como el |
fuerte que domina la casa
de este mundo: pero viene otro |
más fuerte, viene Dios y
su enviado Jesús que le domina |
y le destruye (cf. Mt 12,
22-32). Estamos dentro de la |
gran batalla decisiva,
escatológica, y Satán cae venci- |
do, rueda desde el cielo
como un rayo (cf. Lc 10, 18). |
De pronto descubrimos que
todo el Evangelio ha in- |
terpretado el conjunto de
exorcismos y la vida de Jesús |
en forma de combate
escatológico del hombre que se en- |
frenta contra aquellos
poderes inhumanos que amenazan |
destruirle. |
15 (55) |
En este proceso hay un
momento de espiritualización: |
Jesús no destruye a los
opresores, no mala a los pode- |
rosos; simplemente va
creando un campo de existencia |
donde pueda superarse lo
diabólico. Cuando plantea su |
batalla, Jesús sabe
situarse en las raíces del problema: |
quiere transformar el
árbol de la vida a fin de que des- |
pués sus frutos sean
buenos. |
Pienso que esta lucha
antisatánica resulta necesaria |
en nuestro tiempo. La paz
de Jesús sólo es posible allí |
donde nos comprometemos,
en bien de los pequeños y |
abatidos de la tierra, a
luchar contra las fuerzas que ac- |
tualmente nos impiden ser
humanos. De esta forma des- |
cubrimos que el pacifismo
de Jesús no significa pasividad; |
no se trata de dejar que
las cosas sigan como estaban; |
pacifismo significa lucha
por el hombre, esfuerzo por lo- |
grar una libertad que nos
permita vivir en la armonía del |
servicio mutuo, en la
línea de las dos universales de Jesús |
que hemos trazado (de los
pequeños y de aquellos que |
sirven a los pequeños). |
Dentro de esta batalla que
Jesús entabla en contra de |
lo demoníaco debe
interpretarse el gesto de la entrega de |
su vida. Allí donde la
guerra clásica pretende quebrar la |
resistencia de los otros,
destruyéndoles si fuera posible, |
Jesús ha situado su
entrega personal como gesto de vio- |
lencia que destruye la
violencia, como muerte que protes- |
ta contra todas las
muertes del combate de la historia. |
Dentro de ese proceso
queremos destacar tres elementos: |
conquista de Jerusalén,
toma del templo, muerte en el |
Calvario. |
Subida |
hacia |
Jerusalén |
Lo primero es la conquista
de Jerusalén. La lógica de |
la guerra santa de Israel,
en tiempo de la vida de Jesús, |
se dirigía a la conquista
militar de la ciudad de las viejas |
tradiciones: así lo harán
celotas sicarios algunos años |
No impulso a la Iglesia
ambición terrena alguna. Sólo desea una |
cosa: continuar, bajo la
guía del Espíritu, la misma obra de Cristo, |
quien vino al mundo para
dar testimonio de la verdad, para sal- |
var y no para juzgar, para
servir y no para ser servido. |
Vaticano II, Const.
Iglesia y mundo, nº 3 |
16 (56) |
más tarde (66-70); es lo
que hicieron ya los macabeos. |
Podemos afirmar que
también Jesús ha conquistado Jeru- |
salén; lo ha hecho de un
modo provocativamente crea- |
dor, en gesto hiriente de
hondura y de grandeza: viene |
sin armas, como rey manso
y pacífico, rodeado por un |
grupo de entusiastas
mesiánicos (cf. Mt 21, 1-11); viene |
para ofrecer la paz, en
actitud de amor que hace estallar |
todos los odios y
violencias de la guerra impositiva (cf. |
Lc 19, 41-4). Por el mismo
camino que entraron, con un |
mismo ideal de violencia,
guerreros y reyes, conquistado- |
res y bandidos, llegó
Jesús a su ciudad y conquistó Jeru- |
salén para la paz eterna
de los hombres. |
Esa conquista culmina en
la toma del templo. Quisie- |
ra evocar el simbolismo
que en la historia de Occidente |
han suscitado la toma de
la Bastilla o del Palacio de |
Invierno de San
Petersburgo. También celotas sicarios |
tomaron en su día el
templo de Sion, en gesto lleno de |
posibilidades estratégicas
y resonancias religiosas. Pues |
bien, para nosotros los
cristianos sólo hay una "toma" |
que resulta verdaderamente
significativa: la de Jesús que, |
llevando en una mano el
látigo de la purificación religio- |
sa y en la otra la
purificación para los pobres de la tie- |
rra, entra en el templo y
realiza el gesto de limpiarlo. |
Esa entrada se define, a
mi entender, por tres matices: a) |
No se expresa como guerra
ni se hace por las armas: |
Jesús viene a pecho
descubierto, sin clarines de combate |
ni ruido de batallas. b)
Entra en gesto de purificación: |
no ejerce su violencia en
contra de los hombres, sino en |
contra de un sistema
demoníaco, que ha convertido el |
espacio religioso en lugar
de compraventa y búsqueda |
económica; el látigo de
Jesús no es arma de combate que |
se emplea en contra de los
hombres; lo que intenta des- |
truir es la estructura
religiosa esclavizante. c) Jesús abre |
el templo a los marginados
(cojos, ciegos, niños): hay |
en su gesto una especie de
inmensa inversión; el templo |
de lo humano, en su
apertura a Dios, empieza a ser |
el hombre abandonado (los
enfermos), el hombre que |
recibe agradecido el don
del reino y canta lo mesiánico |
(los niños) (cf. Mt 21,
12-17). |
Entrega |
de la vida |
Todo culmina en la muerte
del Calvario. A Jesús se |
le condena en una especie
de "juicio de guerra": la gue- |
rra religiosa de los
judíos, que defienden su ley por enci- |
17 (57) |
ma de la vida de los
hombres; la guerra religiosa de los |
romanos, que sacrifican la
vida de Jesús en aras de la |
seguridad del imperio.
Pero esa muerte de Jesús ha trans- |
formado toda la lógica de
este mundo: Jesús no ha muer- |
to por debilidad, sino por
creatividad; no por cobardía, |
sino porque ofrece a los
hombres un camino diferente de |
humanización. Sobre el
fondo de su Cruz quiebran todos |
los esquemas impositivos;
la lógica de las armas pierde |
su sentido. Lo que importa
es el camino de la vida que |
se ofrece hasta la muerte,
la vida que se entrega por los |
otros, en confianza
creadora y transparencia. Precisamen- |
te allí donde la guerra de
este mundo le ha matado, |
inaugura Jesús un camino
de transformación pacifica |
que triunfa en la Pascua y
se predica por medio de la |
Iglesia. |
El camino |
de la Iglesia |
La Iglesia inicia su
camino sobre el fondo de la paz |
de Jesucristo y lo
explicita en su palabra y experiencia. |
En el principio de la
Iglesia está la predicación de |
paz. Ella anuncia que la
paz existe, está fundada en Je- |
sús, en su victoria sobre
los poderes de este mundo, en su |
apertura hacia la gracia.
Esta predicación de la paz ha- |
brá de ser testimonial;
desde Mt 10, 9-13, sabemos que la |
misión de la Iglesia sólo
tiene sentido en actitud de total |
desprendimiento, lejos del
poder impositivo y de los gestos |
de violencia. El enviado
de Jesús marcha indefenso, sin |
dinero, sin resguardos
sociológicos; se presenta ante los |
hombres les dice: «que la
paz sea con vosotros»; es la |
Viernes Santo |
a las 8 de la mañana |
VIA CRUCIS |
18 (58) |
paz de la vida como
gracia, la paz de la fraternidad, la |
paz donde resulta posible
y necesario superar toda impo- |
sición, desde el Cristo
que ha muerto y ha resucitado. |
El ideal |
evangélico |
En el centro de la Iglesia
está el esfuerzo por cons- |
truir la paz. Los
cristianos realizan ese camino a través |
del seguimiento de Jesús,
asumiendo sus gestos, cumplien- |
do sus palabras. Esa paz
se vive en un mundo conflicti- |
vo. En ciertos momentos,
la Iglesia ha pensado que todo |
su ideal de paz es
compatible con actividades de violen- |
cia; por eso ha promulgado
cruzadas, ha bendecido caño- |
nes, no acaba de condenar
formalmente los ejércitos del |
mundo. A mi juicio, esto
se debe a una imperfecta com- |
prensión del Evangelio: la
radicalidad del camino de |
Jesús sólo se vive allí
donde el cristiano renuncia a la |
violencia guerra, no por
cobardía, sino porque se |
encuentra empeñado en
suscitar un modo diferente de ser |
hombre. Pienso que camino
de la paz eclesial conti- |
nuará siendo frágil; pero
esa fragilidad no puede impedir |
que se interpele el tipo
de violencia organizada en que |
vivimos; ciertamente, la
Iglesia no puede disolver los ejér- |
citos del mundo, pero debe
decir a sus cristianos que la |
guerra es mala y toda
preparación para la guerra (arma- |
mentos, ejércitos), tomada
por sí misma, es ya perversa; |
ciertamente la Iglesia no
puede quebrar la estructura |
militarista de los
modernos Estados, pero debe anunciar |
con toda fuerza que el
modelo combativo que presentan |
los Estados resulta ya
perverso, demoníaco. Quizá de- |
bamos abrir mejor los
ojos, empaparlos de Evangelio y |
descubrir que este
entramado de violencia en el que esta- |
mos constituye ya pecado.
Combatir la guerra sin vio- |
lencia impositiva; tal es,
a mi entender, el ideal del |
Evangelio que la Iglesia
ha de asumir ahora con toda |
fuerza. |
Finalmente, dentro de este
mundo malo, en medio de |
sus propias estructuras
ambiguas, la Iglesia ha de atre- |
verse y se atreve a
celebrar la paz, sea en la eucaristía, |
sea en el sacramento de la
reconciliación. Es la paz que |
reasume el gesto del
Calvario, que concretiza el camino |
de Jesús en nuestro tiempo
y anuncia su victoria escato- |
lógica. Evidentemente, esa
celebración sólo tiene sentido |
allí donde, al menos, se
comienza a creer en la paz, |
viendo inicialmente su
misterio. |
19 (59) |
PASCUA CRISTIANA |
JUEVES SANTO, |
a las 8 de la tarde, |
Misa de la Cena del Señor. |
VIERNES SANTO, |
a las 8 de la tarde, |
Celebración |
de la Pasión del Señor. |
SÁBADO SANTO, |
a las 11 de la noche, |
Vigilia Pascual. |
La celebración pascual se
completa |
participando en la
Liturgia del Domingo. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, I
- Apartado 182 - Albacete D.L. AB 103,62 - 6.3.83 |
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