Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 203. ABRIL. Año 1983 |
SUMARIO |
EL HOMBRE viejo acepta
verdades, pero no las asi- |
mila; se refugia en
seguridades, pero no se enamora; |
se viste de bondades
―se cubre con ellas―, pero no |
se convierte; usa los
signos santos, pero trivializa |
su significación sagrada.
No acaba de comprender qué es |
«nacer de nuevo»,
resucitar, y se conforma ―sin reformar- |
se― instalándose en
el decoroso bien. Se adhiere, pero |
no se transforma. Le
falta, todavía, entregarse al ideal 1 |
dejarse llevar de la
fuerza del verdadero y único amor. |
Cuando, entre todos, lo
alcancemos, podrá haber «mil |
nombres para un solo
amor». |
TODO, NADA... |
EL SACRAMENTO OLVIDADO |
EL SACRAMENTO DE LA |
EL MÁRTIR CLANDESTINO |
EL MISTERIO PASCUAL |
LA PENITENCIA, SACRAMENTO
PASCUAL |
PARÁBOLA |
1 (61) |
TODO, NADA... |
No tener nada. |
No llevar nada. |
No poder nada. |
No pedir nada. |
Y, de pasada, |
no matar nada; |
no callar nada. |
Solamente el Evangelio, |
como una faca afilada. |
Y el llanto |
la risa en la mirada. |
Y la mano extendida y
apretada. |
Y la vida, a caballo dada. |
Y este sol y estos ríos |
y esta tierra comprada, |
para testigos |
de la Revolución ya
estallada. |
Y "mais nada". |
Mons. Casal d'Áliga |
2 (62) |
El sacramento |
olvidado |
NO HACE tanto tiempo que,
el célebre cardenal Mercier, decía que el |
Espíritu Santo era «el
gran olvidado, el gran desconocidos cuando |
nos referíamos a la
Iglesia o, simplemente, a la vida sobrenatural de |
las almas. Pues era el
Espíritu lo que hacía de la Iglesia algo más que |
una organización
comparable a las 9ociedades terrenas, y era el |
Espíritu también el que
hacia ―superando las meras exigencias de la mo- |
ralidad convenida,
filosófica o cultural― que el alma del fiel viviera sobre- |
naturalmente. |
Algún paralelo con esa
queja podíamos hacer en nuestros días, si |
nos refiriéramos al
sacramento del Bautismo, puesto que muchos cristia- |
nos que lo han recibido,
viven casi por completo olvidados de él. Y no nos |
referimos a los que dicen
que han perdido la fe o se declaran ―como ahora |
es moda― agnósticos.
Aquí nos referimos a amplios sectores de cristianos |
tenidos por
"practicantes" y hasta piadosos. Cristianos para los cuales el |
Bautismo supone ―si
lo recuerdan― poco más que su inscripción oficial a |
la Iglesia (a veces
confundida, con la del Registro Civil), o lo consideran |
como un automatismo
benéfico incomprendido a la par que rayante con lo |
mágico ―así
entienden lo sobrenatural― con ninguna o escasa incidencia |
consciente y responsable,
cual les correspondería por haber recibido, trans- |
fundida, la vida de
Cristo, en quien el sacramento les injerta. |
Las corrientes
subjetivistas, especialmente post-románticas, influye- |
ron, desde fuera, en las
formas de piedad católica, primando otro sacra- |
mento ―el de la
Penitencia, o confesión― en detrimento del esencial del |
Bautismo. El cristiano
fervoroso, no era el que vivía intensamente su Bau- |
tismo (y aceptaba en si y
proyectaba hacia el mundo el compromiso de sus |
promesas), sino el que más
a menudo se acercaba al confesonario. No |
pocas veces esta práctica
y las ideas que la favorecían, mantenían al fiel |
en una situación
infantilizada y dependiente, con el resultado de reducir la |
práctica de la confesión,
o de confundirla, con el mero consultorio espiri- |
tual, o con el lugar de
desahogo para alma9 solitarias en busca, consciente |
3 (63) |
o no, de compensaciones
psicológicas, o como clínica fácilmente asequible |
para conciencias
escrupulosas. En muchas ocasiones, la misma dirección |
espiritual no ha sido
correctamente entendida. Todo lo cual ha llevado poco |
A pocos una lamentable
trivialización de este sacramento ―concebido ori- |
ginalmente como un
«segundo Bautismo»― que pasa en la actualidad por |
una época de desprestigio
en grandes áreas entre los mismos fieles. Lo |
que no ha podido evitar ni
la reciente reforma pastoral, que ha surtido |
escaso efecto. |
Pero, en cambio, la
crítica de las deformaciones que lo perjudican en |
su genuina importancia y
significación que sería preciso recuperar), han |
favorecido el general
despertar, en las parcelas más conscientes e ilustra- |
das de la Iglesia (los
teólogos), el interés y la conciencia del olvidado Bau- |
tismo, favorecido todo
ello por los estudios sobre la historia del desarrollo |
de la vida sacramental en
la Iglesia. Porque no se puede llevar una vida |
cristiana, y menos
pretendidamente fervorosa, sin que el Bautismo ocupe |
el lugar esencial y
primario de esta vida. Ni puede entenderse y hacer com- |
patible ese radicalismo
bautismal con el absurdo de que necesite ser res- |
taurado con diuturna,
intermitencias. Cuando esto ocurriera, habrá que |
detenerse en el camino y
afrontar lúcidamente el problema y resolverlo de |
cara a Dios, con ideas
claras, instrucción y generosidad de alma. Cuando |
no ocurra nada de eso,
habrá que depurar de sentimentalismos y pérdidas |
de tiempo, disipando
falsos pretextos espirituales y situando cada cosa en |
su sitio, con sencillez y
verdad evangélica. |
Pascua, y esa bendita
época de renovación eclesial que comenzó con |
Juan XXIII, nos invitan,
una vez más, a tener en cuenta, primaria y conti- |
nuamente, nuestro
Bautismo, que no admite substituciones. |
La Iglesia no es una
construcción artificial que se ha edificado o |
se deberá edificar según
un plan anterior o externo a ella misma... |
La Iglesia es un organismo
vivo, animado y dirigido por el Espí- |
ritu Santo que continúa,
vitalmente, su ley dentro de sí. Y no pue- |
de ser comprendida desde
fuera, por el camino de la investigación |
científica o de la
crítica. Si bien no carece de justificaciones histó- |
ricas y racionales, éstas
no son adecuadas a su realidad, que no |
puede comprenderse más que
por la misma Iglesia y por cada cre- |
yente, en la medida en que
vive en comunión con ella. |
Yves Congar, O. P., |
Exquises du mystère de
l'Église |
4 (64) |
EL SACRAMENTO |
DE LA FE |
EL SACRAMENTO del Bautis- |
mo, junto con el de la
Euca- |
ristía, es el gesto más
lleno |
de sentido que celebra la
comuni- |
dad cristiana. En el
Bautismo con- |
fluye todo el misterio de
la vida: el |
pasado de pecado
―superado―, el |
presente del hombre nuevo
―en |
vías de alcanzarse y la
esperan- |
za del mundo definitivo
―al que |
la fe ha dado crédito. |
1. La opción fundamental |
El Bautismo sella la
primera res- |
puesta del hombre al plan
de Dios |
sobre su vida individual y
colecti- |
va. Se configura a lo
largo del difí- |
cil camino de la
conversión que ha |
respondido a la llamada.
Esta con- |
versión radical, en la que
se pone |
en juego toda la persona,
se le plan- |
tea a todo hombre normal
en el |
momento crítico de su
vida. |
La conversión bautismal
encara |
al inicialmente creyente
con la op- |
ción fundamental de la fe
y su con- |
figuración práctica.
Opción que se |
dirige hacia los valores
básicos del |
Evangelio, resumidos en el
amor |
universal, con preferencia
hacia el |
más débil. |
El amor cristiano es
práctico e |
histórico; se concreta en
una pra- |
xis correcta del
convertido en me- |
dio de la sociedad en que
vive. |
Cuando el creyente que ha
em- |
prendido la senda del
Evangelio se |
encuentra, según el
discernimiento |
de sus hermanos, maduro en
la |
conversión, recibe el
sacramento |
de la fe en su último
gesto: el agua |
y su entrada en la
comunidad. |
2. La incorporación a la
Iglesia |
La fe en Jesús llega,
generalmen- |
te por el testimonio de la
Iglesia |
y es en su seno en el que
el inicial- |
mente creyente quiere ser
bautiza- |
do, para vivir en |
vivir en fraternidad el |
ideal de vida de Jesús. |
5 (65) |
La comunidad que anuncia
el |
Evangelio se presenta a sí
misma |
como el ámbito en el que
es posi- |
ble vivir sin rodeos los
valores de |
las bienaventuranzas. |
La Iglesia se manifiesta
como el |
fruto de la fe en Jesús:
una plata- |
forma de amor y comunión;
lugar |
de la fraternidad
alcanzada, en el |
que compartir y el
servicio sean |
el único motivo de
existir. |
El creyente, viviendo en
la co- |
munión de sus hermanos,
hace |
efectiva su fe, se
capacita para se- |
guir adelante en el
camino, com- |
parte sus esperanzas y
dificultades, |
celebra los logros, invoca
a Dios |
―como última
instancia― y de |
esta manera se carga de
energía |
a fin de realizar su
servicio a la |
comunidad humana, de la |
ciudadano. |
3. Solidaridad con Cristo |
Quien cree en Jesús
participa |
de su mismo espíritu,
adquiere su |
talante, entra dentro de
la corrien- |
te de atracción y comunión
con |
él. |
La solidaridad es una
categoría |
clave para entender la
experiencia |
del creyente con relación
a Jesús: |
apuntados a la misma
causa, cami- |
nantes por la misma senda,
mi- |
rando a la misma meta y,
sobre |
todo, en comunicación,
cogidos de |
mano, unidos,
identificados. |
El amor a Jesús, la
comunión con |
él, la presencia de su
mismo impul- |
so vital, el conectar con
su onda |
sonora, el hundir las
raíces en la |
misma tierra en la que él
maduró, |
el fiarse del rumor
salvador del |
que él se fio, el arraigo
de los mis- |
mos sentimientos,
reacciones y pra- |
xis que él tuvo, el vivir
de la fe y |
el amar con el amor que él
amó y |
sentirse alentado por esa
misma es- |
peranza..., son aspectos
de esa pro- |
funda solidaridad que el
creyente |
experimenta cuando se
proclama |
seguidor de Jesús. |
En la muerte de Jesús
mueren |
log que creen en él: con
la misma |
Para comprender una vida,
como para comprender un paisaje, es |
menester escoger bien el
punto de vista y no hay ninguno mejor |
que la cima. Esa cima es
la muerte. Desde tal cima hay que exami- |
nar la serie de
acontecimientos que nos han conducido a ella. De |
esta forma, se dice, ven
los moribundos en su última hora desple- |
garse todos los sucesos de
su vida, cuya conclusión inminente le |
proporciona un sentido
definitivo.— Paul Claudel |
|
6 (66) |
desesperada confianza que
él tuvo |
y en lucha contra las
fuerzas que |
destruyen al hombre y al
mundo |
de Dios. Se muere con él,
para salir |
regenerado y participar de
la vida. |
Se es solidario también
con su resu- |
rrección. |
4. El hombre nuevo |
miento de lo alto,
participación de |
la resurrección, primicias
de la |
nueva creación, revestidos
de Je- |
sús, creaturas del mundo
futuro, |
hijo de Dios, hombre del
espíritu, |
ungido..., son imágenes
que expre- |
san la radicalidad de la
acción del |
Espíritu de Dios y su
efecto en el |
creyente. |
En efecto: el Bautismo es
como |
un alumbramiento, un
renacer. En |
él la Iglesia se siente
madre. En el |
seno de las aguas, la pila
bautismal, |
se da a la luz la nueva
vida. Con- |
ceptos propiamente
bautismales |
son: vida, fecundidad,
exuberancia, |
nacimiento. |
El hombre nuevo en ciernes
tiene |
una misión: anunciar la
buena no- |
ticia o evangelio de la
llegada de |
la creación definitiva. La
vida del |
creyente en la sociedad es
la pro- |
clamación de la sentencia
conde- |
natoria de este mundo
caduco y el |
anuncio de que la
coyuntura para |
comenzar a edificar el
mundo nue- |
vo está ya presente. |
Tareas específicas del
bautizado |
son: vivir las obras de la
luz en me- |
dio de las tinieblas,
luchar contra |
las obras y estructuras de
la injus- |
ticia, mantenerse firme en
el cho- |
que con el príncipe de
este mundo, |
enfrentarse a la
estructura de pe- |
cado del mundo, buscar
afanosa- |
mente las solidaridades de
los hom- |
bres y grupos sociales que
llevan |
en sus manos el futuro de
la histo- |
ria nueva. |
El Reino de Dios, al que
se ha |
dado crédito y según el
cual se ha |
orientado la opción global
de la vi- |
da, lleva consigo una
praxis muy |
concreta. La conversión
bautismal |
sólo es verdadera cuando
se viven |
las obras de la fe. El
creyente no |
puede servir a dos
señores: a Dios |
y al dinero. Actitud
bautismal es |
jugarse todo a una carta:
vender |
todo para comprar el campo
que |
esconde el tesoro;
arriesgar la vida, |
para retenerla; dejar las
redes, para |
emprender el trabajo de la
libera- |
ción. ¿Acaso el bautizado
no ha |
hecho profesión de amar a
Dios у |
al mundo con todo su
corazón y |
todas sus fuerzas? |
De RITUAL DE LOS
SACRAMENTOS, |
introducción al sacramento
del Bautismo. |
7 (67) |
El mártir |
clandestino |
CIERTO, si tuviéramos que |
buscar un ejemplo nítido
de |
martirio, en las crónicas
con- |
temporáneas, no podría
haber duda |
para que eligiéramos el
sellado con |
la muerte violenta de
monseñor |
Oscar Arnulfo Romero,
asesinado |
mientras celebraba la
Eucaristía, |
en su misma catedral de El
Salva- |
dor. Cuando resulta que a
veces se |
promueven causas de
santidad en |
las que, sin necesidad de
dudar de |
las virtudes cristianas
esenciales de |
los que han muerto en
gracia de |
Dios y se pretende «elevar
a la glo- |
ria de los altares»,
apenas si apare- |
ce como extraordinario,
algo más |
que el interés
institucional de los |
promotores, mitificadores
de la vi- |
da y milagros de los
canonizandos, |
que no tuvieron problemas
con los |
poderosos del mundo o que
no fue- |
ron cogidos entre los
pobres del |
Señor y, sobre todo, no
fueron per- |
seguidos por causa del
Evangelio, |
como los primeros
mártires, a se- |
mejanza de monseñor
Romero, ante |
cuya tumba ―¡oh
vergüenza!— só- |
lo pudo acudir Juan Pablo
II, a |
condición de que llegara a
ella a |
escondidas y vigilado por
los sol- |
dados de los mismos que
llevaban, |
todavía, las manos
manchadas en la |
sangre del mártir. Dirán
que «por |
razones políticas» se
oponen a que |
sea glorificado y ni
siquiera menta- |
do como
"mártir", y hasta es posi- |
ble que las presiones
diplomáticas |
perduren largo tiempo
amedrentan- |
do a los mismos cristianos
y a los |
representantes de la
Iglesia en lla- |
marle así:
"mártir"― testimonio― de |
8 (68) |
Cristo... precisamente
porque lo es. |
Hemos de agradecer a Juan
Pa- |
blo II que no se aviniera
a supri- |
mir la visita de aquella
tumba, aun- |
que sólo le dejaran ir a
postrarse |
ante el mártir proscrito,
a puertas |
cerradas y escoltado por
esbirros. |
Lo cual constituía todo un
símbolo |
allí y en la Iglesia, cuya
pasión si- |
gue a la de Cristo,
identificado con |
los dolores de la
humanidad, él, |
fue el primer Mártir y el
pri- |
mer proscrito,
precisamente por ser |
en verdad inocente, y
afrentar, por |
su misma radical
inocencia, la per- |
versión de sus jueces. |
Bienaventurados los
pobres, los |
limpios de corazón, los
perseguidos |
por causa de la
justicia... Todavía, |
y mientras haya pecado en
el mun- |
do. |
TRES MODELOS: |
Bea, Mindstzenty, |
Óscar Romero. |
En el camino que me espe- |
ra (como cardenal), tres |
serán los modelos en que |
me inspiraré: Agustín Bea, |
que fue "el hombre
del |
diálogo", biblista y
maes- |
tro de estudios, que tuvo |
tanta importancia para el |
ecumenismo y para la in- |
troducción de nuevas pers- |
pectivas, aunque respetan- |
do la tradición. Luego Jo- |
seph Mindstzenty, símbolo |
de la firmeza de la fe,
como |
tantos otros cardenales
del |
Este, y mártir. Finalmente |
Óscar Romero, revestido |
con la púrpura de su pro- |
pia sangre inocente que |
empapó el altar, al ser
ase- |
sinado cuando celebraba |
la Eucaristía. Tres carde- |
nales, símbolos de tres
rea- |
lidades que deben perma- |
necer unidas: el diálogo, |
el martirio y la
Eucaristía. |
Card. CARLO M. MARTINI, |
arzobispo de Milán. |
9 (69) |
EL MISTERIO PASCUAL |
|
Por el bautismo los
hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: |
mueren con él, son
sepultados con él y resucitan con él; reciben el espíritu de |
adopción de hijos, por el
cual clamamos: Abba! ¡Padre!, y se convierten así en los |
verdaderos adoradores que
busca el Padre.— Vaticano II, SL 6. |
|
Por el bautismo fuimos
sepultados con él en |
la muerte, para que, así
como Cristo fue |
despertado de entre los
muertos para la |
gloria del Padre, así
también nosotros |
andemos en una vida
nueva.— Rom 6, 4. |
|
Nos ha resucitado con
Cristo Jesús y nos ha |
sentado en el cielo con
él.― Eph 2, 6. |
|
Ya que habéis resucitado
con Cristo, buscad |
los bienes de allá arriba,
donde está Cristo, |
sentado a la derecha de
Dios.— Col 3, 1. |
|
Es doctrina segura: Si
morimos con él, |
viviremos con él.―
2. Tim 2, 11. |
|
Habéis recibido, no un
espíritu de |
esclavitud, para recaer en
el temor, sino un |
espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace |
gritar: ¡Padre!.―
Rom 8, 15. |
|
Pero se acerca la hora, ya
está aquí, en que |
los que quieran dar culto
verdadero |
adorarán al Padre en
espíritu y en verdad, |
porque el Padre desea que
le den culto así.― |
lo 4, 23. |
10 (70) |
EL CONCILIO Vaticano II,
en uno de |
los primeros párrafos de
la Cons- |
titución sobre la Sagrada
Liturgia, |
condensa en pocas palabras
lo que |
constituye la esencia del
misterio pascual |
para el fiel cristiano: es
la cita liminar que |
anteponemos a esta glosa,
y remite a los |
versículos del Nuevo
Testamento, que re- |
producimos al margen de
esta página. Cristo |
mismo, en la conversación
con Nicodemo, |
ya había asegurado que «el
que no nazca de |
nuevo no puede ver el
Reino de Dios». An- |
te la sorpresa de Nicodemo
―«¿Cómo pue- |
de ser eso?»—, le dice el
Señor, no sin una |
dulce ironía: «Tú eres
maestro en Israel y |
¿no lo sabes?...» |
Solemos decir, repetir
―y siempre es |
bueno recordarlo―
que el cristianismo no |
es una filosofía, ni es
reducible a una moral, |
ni es clasificable como
sólo hecho cultural, |
para en seguida pasar a
afirmar que es vida, |
que es una vida. Aunque
tal vez ni esa sola |
afirmación baste, por más
que se acerque |
a su esencia, porque
podríamos acabar to- |
mando el concepto de vida
como simple |
modo de vivir, como
estilo, como praxis |
que ahora dicen o como
punto de vista |
desde el que se contempla
o explica la me- |
ra existencia, o como
fuente de criterios pa- |
ra valorar el mundo y
enjuiciar al hombre, |
incluso refiriéndolo a la
trascendencia divi- |
na, que los supera todo...
Podríamos recoger |
11 (71) |
y ordenar estos modos y
ma- |
neras, y toda la cantidad
in- |
dudable de verdad que,
bien |
entendidas, pueden
contener |
para la teología
cristiana. Pero |
no sería todavía
suficiente, |
porque seguiría siendo
posi- |
ble entenderlo y referirlo
a |
Jesucristo como teniéndolo
al |
lado mientras hacemos
cami- |
no; podría ser, todavía,
como |
una compañía que nos
caldea |
el corazón mientras
andamos, |
de posada en posada,
añorán- |
dolo o abrumados de
tristezas, |
o amortizando nostalgias o
re- |
memorando vivencias fuga- |
ces, a la vez incompletas
e |
irrecuperables. |
El cristiano que saliera
de |
estos recuerdos o de esta
bús- |
queda, no sería todavía el |
cristiano que ha de salir
del |
bautismo de Jesucristo, si
es |
consciente de lo que este
sa- |
cramento ha obrado en él.
El |
cristiano es un
"re-nacido" en |
Jesucristo. Es un misterio
de |
muerte y de vida, para
vivir |
la de Jesucristo en
nosotros. |
El cristianismo no sólo es
vi- |
da, no sólo es una vida,
sino |
que es la vida de
Jesucristo |
en nosotros. Esto es más
que |
moral, más que verdad
espe- |
culativa, más que
explicación |
del mundo y de la existen- |
cia, más que un estilo.
Cristo |
es más que acompañante,
por |
la fe, de nuestros pasos
por |
los caminos del tiempo:
Cris- |
to no está al lado, sino
dentro |
de nosotros que, de algún
mo- |
do, somos extensión y
creci- |
miento mistérico suyo.
Cuan- |
do se dice «en el cielo
con él», |
no es para sólo un
"después |
porque el cielo ya ha
comen- |
zado, ya está aquí (es una
he- |
rencia porque ya es
riqueza; es |
un premio porque es
gracia...) |
Lo demás ―actitud
frente |
a la existencia, concepto
del |
mundo, valor de lo
contingen- |
te...― no precede,
sino que |
sigue a la incorporación
de |
Cristo, por el bautismo,
por el |
que ya somos hijos antes
que |
siervos. La moral no
prepara |
el sacramento, sino que le
si- |
gue, y no es cristiana si
no si- |
gue al sacramento. |
Hay todavía mucho pre- |
cristianismo por falta de
ver- |
dadera fe bautismal,
cuando |
Cristo permanece como un |
dato, tal vez importante,
pero |
sin participar de su
misterio. |
Pero entonces, ¿qué
sentido |
tendría el Nuevo
Testamento? |
12 (72) |
Documento |
LA PENITENCIA, |
SACRAMENTO PASCUAL |
LA RESTITUCIÓN del
verdadero sentido del sacramento de la Penitencia |
responde a su
significación pascual. Es oportuno un breve esbozo his- |
tórico para que los fieles
comprendan mejor el valor de este sacramen- |
to, que ha sufrido, y
sufre todavía, deformaciones por las que, con frecuencia, |
aparece desfigurada la
hondura teológica y la grandeza de la misericordia di- |
vina que encierra, tal
como la entendió secularmente la Iglesia, por encima de |
la rutina pretendidamente
piadosa, o de las ideas de eficacia y utilidad mági- |
ca, o de sucedáneo de
psicologías desorientadas o insatisfechas. El recto sen- |
tido de todo lo que
constituye la práctica secular de la Iglesia viene desde los |
orígenes y por esto nos
parece oportuno reproducir unos párrafos de la obra |
«Celebrar a Jesucristo» de
Adrien Nocent, que son una breve y esclarecedora |
síntesis sobre ese tema. |
El término
"Penitencia pública" da lugar a menudo a |
una doble confusión. En
primer término, jamás ha habi- |
do confesiones públicas de
faltas. Estas se confiesan en |
secreto al obispo. Esta
confesión secreta ha sido siempre |
obligatoria. Si
ocasionalmente la historia nos ofrece el |
testimonio de ciertas
confesiones públicas, no se trata más |
que de iniciativas
personales, signos muy particulares de |
un profundo
arrepentimiento, pero exteriorización no obli- |
gatoria en la disciplina
penitencial antigua. Además, no |
debe imaginarse que al
lado de esta penitencia llamada |
pública hubiera otra
penitencia privada, sacramental. A |
excepción de Irlanda a
partir del siglo VII no existe peni- |
tencia privada sacramental
y reiterada antes del siglo |
13 (73) |
IX. Aunque la confesión es
privada, no hay más expiación |
que la publica de la que
no se revela el motivo. La distin- |
ción entre los diferentes
pecados en cuanto a su gravedad, |
se deduce menos del
análisis del pecado en sí mismo, que |
de la forma en que debía
expiarse. Es grave, mortal, el |
pecado que exige
penitencia canónica, la cual supone la |
intervención de la Iglesia
para la reconciliación. Es leve |
o venial el que se puede
reparar con mortificaciones pri- |
vadas. |
Siglo I |
Desde fines del siglo I se
ve perfilar una especie de |
disciplina penitencial.
Ante todo, el pecador grave queda |
privado de la eucaristía.
Son los jefes de Comunidad quie- |
nes determinan por sí
mismos la medida de esta excomu- |
nión. En el siglo III se
concretaría la práctica penitencial |
como consecuencia de
ciertas circunstancias sociológicas. |
La reconciliación de los
pecadores culpables de adulterio, |
de fornicación y sobre
todo de apostasía, será fuente de |
controversias que
provocarán la lenta elaboración de una |
doctrina penitencial.
Tertuliano, muerto después del 220, |
es una de las más
conocidas personalidades envueltas en |
dicha controversia. En su
tratado sobre la penitencia nos |
da una descripción
bastante precisa de los usos peniten- |
ciales de su tiempo. Para
obtener la remisión de las faltas |
graves, se precisa un
tiempo de expiación bastante sereno. |
Esto supone siempre una
confesión de las faltas e inte- |
riormente una total
conversión, un pesar y un buen pro- |
pósito. Esta confesión no
es pública pero la actitud exter- |
na de la penitencia
exigida da a entender a todos que se |
trata de un pecador. Las
oraciones, prosternaciones, ceni- |
za sobre la cabeza, se
llevan a cabo delante de la puerta |
de la iglesia, y más tarde
en el interior de la iglesia mis- |
ma durante el tiempo
fijado por el obispo, hasta el día de |
la reconciliación. Esta
penitencia no se podrá repetir, y |
este uso tan severo
subsistirá hasta el siglo VII. El peni- |
tente que recae es, por
tanto, dejado a la misericordia |
de Dios pero la Iglesia no
interviene ya para reconci- |
liarle. |
La decadencia |
del siglo IV |
Desde el siglo IV hasta el
siglo VI se constata una |
decadencia en la práctica
antigua de la penitencia. Sin |
embargo, la antigua
disciplina esencial: que el pecado |
grave exige la penitencia
eclesiástica, subsiste siempre. La |
dificultad está en los
principios de clasificación entre pe- |
14 (74) |
cados que someter a la
penitencia y otros pecados que se |
pueden perdonar mediante
buenas obras. |
La penitencia |
reiterable |
Entre el siglo VII y el
siglo VIII se ve como evidente |
este hecho: que apenas se
reconcilia a nadie más que a la |
hora de la muerte. La
penitencia canónica ha venido a |
resultar mucho más severa
para estas generaciones y ya |
no cumple su papel en la
vida de los cristianos. En el si- |
glo VII los Celtas y los
Anglosajones inauguran una nue- |
va práctica: la penitencia
puede en adelante reiterarse. A |
partir del siglo VIII
habrá un libro penitencial del que se |
sirve el sacerdote o el
obispo para aplicar a las diversas |
faltas una tarifa impuesta
de antemano. Se llega así a |
esta decisión: que un
pecado grave se perdona por una |
penitencia cuya
importancia está indicada en el libro pe- |
nitencial; en cuanto a los
pecados públicos, no pueden |
ser perdonados más que con
una penitencia pública. De |
hecho, estos pecadores
públicos son a la vez objeto de una |
pena de prisión (confusión
pecado-delito). |
He aquí, brevemente, el
esquema de la ceremonia |
penitencial: el Miércoles
de Ceniza, antes de la misa, |
el obispo recibe a los
penitentes. Les impone el cilicio |
y siguen una serie de
oraciones. Finalmente el penitente |
es expulsado y confinado
hasta el Jueves Santo. Este |
día es liberado y viene a
prosternarse a la puerta de la |
iglesia. |
Entonces el obispo se
adelanta hacia la puerta de la |
iglesia. Manteniéndose en
medio de la puerta, les hace |
una breve exhortación
acerca de la clemencia divina y |
de la promesa del perdón y
les dice cómo serán pronto |
reconducidos a la Iglesia
y cómo deben vivir en ella. |
Tras unas oraciones les
asperja con agua bendita y los |
inciensa diciendo:
«Levantaos, vosotros que dormís, levan- |
taos de en medio de los
muertos y Cristo os iluminará ». |
El perdón |
solemne |
Finalmente les da el
perdón; después, teniendo eleva- |
das las manos y extendidas
sobre ellos, les da la bendi- |
ción solemne: «Por las
oraciones y los méritos de la bien- |
aventurada María siempre
Virgen, del bienaventurado |
Miguel Arcángel, del
bienaventurado Juan Bautista, de |
los santos apóstoles Pedro
y Pablo, y de todos los santos, |
que Dios todopoderoso
tenga misericordia de vosotros, |
perdone todos vuestros
pecados y os lleve a la vida eter- |
na. Amén». |
15 (75) |
Esta celebración, poco
conocida de los cristianos, es |
evocadora de lo que es en
realidad el sacramento de la |
Penitencia. |
Hasta el |
Vaticano II |
Tras algunos cambios del
siglo X y del siglo XIII, el |
Pontifical contemporáneo
ha conservado este ritual hasta |
la reforma del Concilio
Vaticano II. |
El sacramento de la
penitencia no sólo adquiere su efi- |
cacia en la Sangre del
Señor, sino que nos da de nuevo ac- |
ceso a la mesa
eucarística, banquete de triunfo y de resu- |
rrección. Por eso la
penitencia está íntimamente inserta en |
el misterio doloroso y
triunfante de Pascua; está esencial- |
mente ligada al bautismo y
a la eucaristía; provoca la re- |
novación del pueblo
cristiano y actúa en la consolidación |
de la estructura del
pueblo de Dios que es la Iglesia. |
Inserción |
en la Pascua |
triunfante |
Según esto la penitencia
ha de referirse primeramente |
a la presencia de Cristo
resucitado. Es en Cristo siempre |
para interceder por
nosotros. (Heb. 7, 25), es en la inter- |
cesión soberana de su
Persona siempre presente en su |
Iglesia, donde deben
converger las actividades de la peni- |
tencia. Ante este Cristo
sentado a la derecha del Padre |
se halla situado el
cristiano que se arrepiente. Delante de |
ese Cristo es como hay que
hablar de pecado y de peni- |
tencia, y de cara a él es
como la liturgia cuaresmal habla |
de ellos. El pecador debe
operar, pues, «una descentra- |
ción de sí, una
recentración sobre Dios en Jesucristo, una |
entrada en el misterio de
muerte y de resurrección. Y es |
Dios quien, en su Hijo,
hace que se lleve a cabo el arre- |
pentimiento, la adhesión,
el don de sí, y quien de nuevo |
reintegra al hombre a la
vida eterna». Toda verdadera |
actitud penitencial supone
una tensión dentro de un de- |
seo por reencontrar una
plena y completa posibilidad de |
dialogar con Dios.
Semejante diálogo, que tendría lugar |
entre Dios y Cristo, se
intercambia ahora entre Dios la |
Iglesia. A través de ella,
mediante ella, cada cristiano se |
Si estamos convencidos de
que en un mundo pecador hay mucha injusticia |
y tiranía reinantes, si
estamos o estuviéramos convencidos realmente de que |
el pecado marca también
las estructuras sociales y no incide tan sólo en la |
vida privada de los
individuos, entonces más bien nos debería sorprender lo |
poco que la Iglesia entra
en conflicto con las instituciones sociales y con los |
poderosos, salvo en los
casos en que atacan directamente a la Iglesia misma. |
KARL RAHNER |
16 (76) |
inserta en este diálogo.
Por eso, la actitud penitencial no |
es una exclusiva vuelta
sobre sí mismo, sino que supone |
un "vis-a-vis",
una persona que escucha, responde y |
perdona. El pecador
penitente se halla incluido en este |
diálogo. Éste le ayuda en
la lucha que caracteriza el en- |
tretiempo que transcurre
entre el momento en que se ha |
realizado la presencia de
Cristo resucitado ―en quien te- |
nemos la certeza de que se
nos ha adquirido la salvación |
de forma definitiva, si
nos adherimos a ella―, y el mo- |
mento en que la vuelta de
Cristo consumará definitiva- |
mente la realidad de la
salvación. «Vosotros sabéis el |
momento en que vivimos»,
escribía san Pablo (Rom. 13, |
11-12). Todos nosotros
vivimos en el tiempo, salvados en |
esperanza, radicalmente
salvados por el bautismo en la |
muerte de Cristo, pero no
obstante, en la fase de lucha |
todavía. Toda la liturgia
cuaresmal insiste en este punto |
y hace profundizar en su
realidad. Pero la actividad peni- |
tencial está referida en
la liturgia al tiempo escatológico |
y a esa promesa de la
vuelta de Cristo que fundamenta |
nuestra esperanza de
salvación. |
Con este trasfondo
escatológico podemos descubrir lo |
que piensa la Iglesia
sobre la penitencia, tal como ella la |
construye en la liturgia. |
El segundo |
Bautismo |
La penitencia se practica
siempre en la Iglesia con |
referencia a Cristo
resucitado, sentado a la derecha del |
Padre y actualmente
presente en su Iglesia. Con él, en la |
Iglesia, y teniendo
presente su infinito poder de interce- |
sión, se confronta el
penitente. La actividad penitencial |
es retorno, lucha,
conversión en la que interviene el Buen |
Pastor que,
"débil" ante la fe sincera y humilde del hom- |
bre pecador, no rehúsa su
perdón. La penitencia no es |
estática, sino que está
centrada en una marcha hacia la |
Jerusalén celestial, hacia
la propia transfiguración del |
penitente en la gloria de
Cristo resucitado. |
San Ambrosio, en la
homilía sobre el evangelio de la |
viuda de Naín, exclama:
«Si hay pecado grave que no |
podáis lavar vosotros
mismos con las lágrimas de vuestro |
arrepentimiento, que llore
por vosotros la Iglesia, que |
interviene por cada uno de
sus hijos. Como madre viuda |
por hijos únicos...Que
llore, pues, la tierna madre y que la |
multitud la asista...
Entonces os levantaréis de la muerte, |
entonces seréis librados
del sepulcro». |
17 (77) |
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vida nueva |
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de la Iglesia en España y
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mayor actualidad |
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18 (78) |
Parábola |
Volvamos a la parábola... |
Con la parábola el poeta
ve lo que hay detrás de las esquinas |
y en la espalda de las
estrellas. |
La parábola es el camino
más corto entre el Hombre y la Luz. |
He aquí una parábola: |
Había un hombre que tenía
una doctrina. Una gran doctrina |
que llevaba en el pecho
(junto al pecho, no dentro del pecho), |
una doctrina escrita que
llevaba en el bolsillo |
interno del chaleco. |
La doctrina creció. Y tuvo
que meterla en un arca de cedro, |
en un arca como la del
Viejo Testamento. |
Y el arca creció. Y tuvo
que llevarla a una casa |
muy grande. |
Entonces nació el templo. |
Y el templo creció. |
Y se comió el arca de
cedro, |
al hombre y a la doctrina
escrita que guardaba |
en el bolsillo interno del
chaleco. |
Luego vino otro hombre que
dijo: «el que tenga una doctrina |
que se la coma, antes de
que se la |
coma el templo; |
que la vierta, que la
disuelva en su sangre, |
que la haga carne de su
cuerpo... |
y que su cuerpo sea |
bolsillo arca y templo». |
León Felipe |
19 (79) |
Mil nombres y un amor. |
Diversos son los nombres y
diversas las hablas, |
y hay muchos nombres para
un solo amor. |
La vieja y frágil plata
cambia en tarde |
parada sobre el campo en
claridad. |
La tierra, con sus trampas
de mil finos oídos, |
ha cautivado a la alondra
de la canción el aire. |
Si, comprende y hazte
tuya, también, |
desde los olivares, |
la alta y sencilla verdad
que en su presa voz habló: |
«Diversas son las hablas y
diversos los hombres, |
y habrá mil nombres |
para un solo amor». |
Salvador Espriu |
LAUS |
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