Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 205. JUNIO. Año 1983 |
SUMARIO |
CRISTO se proyecta en la
Iglesia en la medida en |
que los hombres, por la fe
y la caridad, se abren al |
Espíritu y superan el
propio egoísmo, dando cauce |
al plan de Dios para
construir una humanidad |
nueva. Los santos
respondieron a este llamamiento y |
convirtieron sus vidas en
anuncio del mismo. Por esto, |
junto a Cristo, han sido y
son los pilares de la Iglesia, |
como Reino de Dios que ya
comienza aquí en la tierra. |
LA IGLESIA, PARA VIVIR UNA
VIDA |
ORATORIO, ORACIÓN |
CÓMO FUE POSIBLE LA
IGLESIA |
EL GRAN NEWMAN |
TRES NOMBRES Y EL DE
JESUCRISTO |
EL MISTERIO DE LA IGLESIA
Y NEWMAN |
IGLESIA Y MUNDO |
1 (101) |
LA IGLESIA, |
PARA VIVIR UNA VIDA |
CRISTO no ha venido a este
mundo para echar un discurso |
o dictar un libro para ser
rápidamente difundido, y partir en- |
seguida, satisfecho de
habernos dejado un sistema de ideas. |
Él ha venido para fundar
una vida. Y contrariamente a lo |
que siempre intentaron los
sociólogos, desde antiguo hasta |
hoy, él, fundando una
vida, ha fundado una sociedad, como |
resultado de esta vida. Su
verdad fue, desde los orígenes, |
como aún lo es ahora, el
alimento de esta vida y el cimiento |
unificador de esta
sociedad. Fue vivida, fue pensada, fue pre- |
dicada antes que escrita.
Y finalmente fue escrita para ayu- |
darnos a pensar, a hablar
de ella, a predicarla para hacerla |
vivir en adelante. |
La verdad de Cristo
contenida en el Evangelio... es una se- |
milla depositada en el
seno de la Iglesia y, por la Iglesia, en el |
de la humanidad... La
Iglesia es el órgano viviente de la ver- |
dad viviente de Cristo.
Ese es el testimonio que ella ha trasmi- |
tido a través de los
tiempos: que sólo lo transmite de manera |
eficaz en la medida que
incesantemente lo desarrolla y hace |
fructificar. Lo que fue la
ley del pasado sigue siendo la ley |
del presente, como lo será
para el futuro. Y es hermoso que |
suceda así. Todas las
generaciones sucesivamente, y en cada |
generación, todos los
individuos, desde los más humildes a los |
mayores, cada uno a su
manera, y conforme a su posibilidad, |
han sido llamados a
concurrir para edificar en el mundo la |
verdad de Cristo. |
Lucien Laberthonniére, |
(de l'Oratoire de France:
1860-1912) |
2 (102) |
Oratorio, |
oración |
PASADA la fiesta de
nuestro Santo, queda siempre en el ambiente de la |
conmemoración, el interés
por aquello que pudiera parecer esencial |
a su espiritualidad. Pero
resulta muy difícil ceñirnos demasiado a |
definiciones y aun a
descripciones. Puede servirnos la enumeración, |
pero con la condición de
dejar abierta la lista de lo que pudiéramos |
considerar como
característica de su espíritu. Así, podemos referirnos a la |
oración, la caridad, la
libertad, la alegría, la sencillez, el buen gusto, el des- |
prendimiento, la
humildad... Y suponer que de todas estas palabras, la |
de la «oración» debió
serle particularmente grata a san Felipe, pues ella |
sirvió, antes que otra,
para dar nombre a aquellas reuniones más o menos |
informales, poco
numerosas, en las que se comentaba algún trozo de la |
palabra de Dios, o de la
vida de los santos, o de la historia de la Iglesia, o |
de algún suceso que
tuviera interés cristiano. Aquellas reuniones se llama- |
ron, efectivamente, «el
Oratorio del P. Felipe», nombre que no era total- |
mente original, pero
servía bien para identificar el sentido espiritual que |
presidían tales
encuentros. Por otra parte, decir a secas que san Felipe |
era el santo de la
oración, es confirmar algo cierto que, sin embargo, |
también se ha de predicar
de todos los demás santos. ¿O sería posible |
imaginar un verdadero
hombre de Dios, que no lo fuera de oración in- |
tensa? |
Lo que ocurre es que, en
san Felipe, no sólo tenemos singulares ejem- |
plos de su vida de
oración, sino que solamente ella nos proporciona el se- |
creto de lo que pudieran
parecer singularidades, de otro modo incompren- |
sibles o chistosas, como
por ejemplo la del anuncio de su muerte, que se |
produce no como
culminación o desenlace de una enfermedad, sino como |
resultado de una
experiencia espiritual que va madurando el alma hasta |
que, por decirlo de algún
modo, ya no cabe en el cuerpo y necesita «estar |
siempre con Dios» (Tes 4,
16). |
Algunos biógrafos del
Santo atribuyen a espíritu profético el hecho, |
casi divertido, de que san
Felipe anunciara su muerte, hasta llegar a pre- |
3 (103) |
cisar el día y la hora, a
medida que el momento se iba aproximando. Los |
médicos decían que estaba
bien, pero él insistía en que no le comprendían, |
y echaba cuentas, que
tomaban como obsesiones de viejo, los que le cono- |
cían menos, y vino a
resultar que fue exacto en la predicción y el suceso. |
Y todo fue en paz,
gozosamente, sin dejar de ocuparse en lo de siempre, |
manteniendo la atención a
quien le visitaba... «Y ahora me voy a morir», Y |
murió. |
Dios, para él, no era un
ser lejano, sino un Amigo, y la oración era con- |
versar con él. Murió
―es decir, vivió definitivamente para Dios― porque fue |
la hora, sin trastornos ni
dramas lacrimógenos. «Los que aman a Dios no |
temen la muerte, sino la
vida», solía decir. |
San Felipe, el santo de la
alegría, pensaba siempre en eso que llama- |
mos muerte, pero que a él
le situaba en la cercanía de Dios, como regazo |
de paz, como descanso de
amor, como luz en el alma, como gozo divino que |
da fuerzas para las penas
o soledades terrenas, y capacita para dar alegría |
a los demás, y convierte
la vida terrena en antesala del cielo. Llega la hora, |
realmente presentida, en
que la «amistad divina» ha de resolverse en la |
muerte. Porque el amor y
la muerte, en recíproca medida, compactan la |
vida de los santos y su
enamoramiento de Dios. ¿O qué puede ser la ora- |
ción, sin que consista en
la respiración del alma, convertida en cielo? ¿Y |
qué otro sentido puede
tener la muerte para un santo, que no sea la madu- |
rez del amor? |
Oratorio, oración... Sí,
es adecuado y es bello este nombre para las |
obras de san Felipe, santo
de la oración. Si pensamos que no sabemos ha- |
cer oración, pensemos un
poco en la muerte, y la oración será fácil. |
LAUS |
se reparte gratuitamente |
a los amigos del Oratorio |
que lo solicitan |
y envían su dirección a |
Laus - Apartado 182 |
Albacete |
4 (104) |
Cómo fue posible |
la Iglesia |
LA IGLESIA es fruto del
amor |
y del dolor de Cristo, es
su |
obra y, al mismo tiempo, |
proyección suya a través
de la his- |
toria de los hombres.
Desde nuestra |
perspectiva, la acción de
Dios, es |
siempre historia, entra
siempre en |
nuestra vida y nos fuerza
a pro- |
tagonizar la aceptación o
rechazo |
de su proyecto universal
de bien, |
su Reino, desde aquí
mismo, pe- |
ro hasta más allá del
tiempo y de |
nosotros mismos. Esta
proposición, |
como ideal, es sublime. De
donde |
podemos comprender algo el
de- |
rroche de que Dios
intervenga, a |
través de la Encarnación,
en nues- |
tro camino temporal y
creado, para |
que de esta manera
tengamos en él |
mismo la ejemplaridad
típica de |
cómo podemos sumarnos y
asumir |
su llamamiento. A la
respuesta sin |
regateos le llamamos
santidad. A |
veces hemos creído —o nos
ha con- |
venido creer― que la
invitación a |
la santidad era sólo
selectiva, y así |
nos hemos conformado con
aplau- |
dir a los demás que la
siguieran, |
manteniéndonos al margen o
a la |
espera, incluso con
pretextos de |
humildad poco sincera, con
la que |
esconder resignaciones
sugeridas |
más bien por el egoísmo, o
por la |
comodidad decorosa. |
Pero Dios llama a todos.
Los ca- |
minos, los modos serán
diversos, |
pero la vocación a la
santidad |
ser libres para amar a
Dios, es |
universal. Si es preciso,
Dios man- |
da voceros a las
encrucijadas de los |
caminos, como si forzara a
entrar |
en su fiesta de redimidos.
Los que |
bien le entienden y son
sinceros |
consigo mismos, dejan todo
y van |
a él. Los modos serán
diversos, pero |
la exigencia es siempre la
misma y |
la sinceridad debe ser
total: es co- |
mo un tesoro tan grande,
por el que |
vale bien la pena venderlo
todo |
para comprarlo; todo lo
demás es |
secundario. Y el buen arte
de res- |
ponder bien consistirá, no
en hacer |
compatible la dualidad de
servicio |
al mundo y a Dios, sino en
saber |
5 (105) |
servir sólo y siempre a
Dios, enten- |
diendo sabiamente lo que
nos ha |
de ayudar a llegar antes a
él; por- |
que la creación no se nos
da como |
obstáculo, sino como medio
a sa- |
cramentalizar, a convertir
en signo |
de lo santo y encuentro
con Dios. |
Es peligroso decirlo
demasiado de- |
prisa, porque es preciso
reflexio- |
nar y medir y, sobre todo,
amar |
puramente (es decir: amar
verda- |
deramente). |
Difícil, pero posible,
porque los |
santos ―no solamente
los canoni- |
zados...― lo han
entendido y lo |
han hecho. ¿Cómo lo han
hecho? |
A trueque de simplificar
demasia- |
do, podríamos sobreponer
un par |
de rasgos comunes a todos
los san- |
tos, desde los mismos
apóstoles. |
En primer lugar, hay que
partir |
de una desnudez interior.
Lo de |
«ve, véndelo todo, y luego
ven, |
sígueme», es todavía
verdadero, |
como lo ha sido siempre.
Es una |
pobreza espiritual
―no meramente |
intelectual o
estimativa― en la que |
no caben simulaciones ni
cálculos |
interesados y farisaicos.
No se pue- |
de entrar en el Reino para
sacarle |
a Dios ventajas, honores o
posicio- |
nes que nos establezcan en
segu- |
ridades (más o menos
relativas) de |
este mundo. San Felipe
decía: «dad- |
me sólo diez hombres
verdadera- |
mente desprendidos, y
conquistaré |
el mundo para Dios». Y es
que, |
aun para las cosas de
Dios, huimos |
del riesgo de esa
desnudez, incluso |
como experiencia fugaz. Si
bien es |
cierto que si le pedimos a
Dios que |
nos haga puros de corazón,
nos da- |
rá la oportunidad
providencial de |
experimentarla alguna vez
en la |
vida. Cuando esto
ocurriere, será |
ocasión de un arranque no
imagi- |
nario en la comprensión
del Reino |
de Dios, o inserción de la
propia |
vida en la verdadera
Iglesia santa. |
Será una bendición divina,
que nos |
servirá, si se repite
alguna que otra |
vez, para entrenamiento de
lo que |
LAUS |
No se publica durante los
meses de JULIO. AGOSTO |
y SEPTIEMBRE. Reaparecerá
el mes de OCTUBRE. |
SI se ha cambiado de
domicilio, comuníquelo a |
"LAUS" Apartado
182 ALBACETE. |
6 (106) |
ha de ser pasar a la
Iglesia en triun- |
fo, o celestial, cuando,
maduros en |
la fe y la vida de Gracia,
llegue |
la hora de «pasar del
mundo al |
Padre». Solemos pedir poco
a Dios |
estas cosas, que son las
que siempre |
concede. Se trata de dejar
las bar- |
cas, y hasta de quemar las
naves, o, |
por lo menos, de aceptar
que Dios |
nos arranque de ellas. Los
que han |
hecho algo para Dios, no
han sido |
los gratificados y
consolados, los |
enmadrados, consentidos,
protegi- |
dos y mimados, sino los
verdadera- |
mente desprendidos, los
«empobre- |
cidos para hacerse ricos
en Cristo» |
y así enriquecer a los
demás en la |
fe, para la Iglesia. |
La Iglesia no es una
organiza- |
ción, sino un misterio,
que toca la |
historia de los hombres y
que co- |
mienza a entenderse desde
la pure- |
za de sucesivos
desprendimientos, |
que facilitan el
acercamiento a |
Dios y descubren la acción
de Dios |
y su presencia en el
camino de los |
hombres. Ahí está la
Iglesia y eso |
es la Iglesia. No
podríamos imagi- |
nar a Pedro, a Pablo, a
los demás |
apóstoles y santos sin
tenerlo en |
cuenta. Además: sin ellos
nosotros |
no habríamos llegado al
conoci- |
miento de Dios y a la fe
en Jesu- |
cristo; del mismo modo que
otros |
no llegarán ahí sin
nosotros. La |
Iglesia siempre es
apostólica y el |
cristiano siempre es
necesariamen- |
te, también apóstol. |
La Iglesia fue posible
porque hu- |
bo gente que lo dejó todo
para |
seguir a Cristo. Pero fue
un des- |
prendimiento enriquecedor,
por- |
que «más que ciento a uno»
es la |
distancia entre lo
meramente mun- |
dano y lo espiritual y
trascendente. |
Lo entendieron así los
inmediatos |
seguidores de Cristo y, a
través de |
los tiempos, lo han ido
entendiendo |
de igual modo los
seguidores más |
afectados por el
Evangelio. |
Y hay otro rasgo también
común |
a los verdaderos
seguidores de Cris- |
to, que es tomar la vida
como un |
espacio limitado al
tiempo. Es de- |
cir, tomar la vida como
una pro- |
yección hacia lo que la
trasciende, |
lo que implica el
pensamiento de |
la muerte. En particular
san Felipe |
nos dio ejemplo de
pensamiento |
gozoso de la muerte,
frente al catas- |
trofismo de los
milenarismos me- |
dievales, en los que,
hasta cierto |
punto, convergían lo
profano de |
las danzas macabras al
uso, en la |
ebriez por enajenarse de
lo terrible |
e inevitable frente a
epidemias y |
guerras desoladoras, y la
medita- |
ción terrorificante de los
novísi- |
mos, puesto el pensamiento
en un |
Dios más amenazador que
miseri- |
cordioso. San Felipe
piensa en la |
muerte como la hora del
encuentro |
con «quien nos ama». El
pensa- |
miento de la muerte
reserena su |
vida y hace más universal,
en el |
tiempo y en las cosas, la
visión |
7 (107) |
de la existencia, como
algo posi- |
tivo, que toma el tiempo
de la |
vida como entrenamiento
para el |
amor. |
Los dos rasgos a que
hacemos |
referencia se encuentran
especial- |
mente manifestados en los
santos |
que han tenido más que ver
con la |
Iglesia, en el momento de
su funda- |
ción y en los momentos
históricos |
de su reforma. Pues algo
parecido |
podríamos decir y
detallar, no ya |
de los apóstoles y
primeros cristia- |
nos, en los que con
frecuencia el |
martirio resumía ambas
disposicio- |
nes, sino también de los
santos de |
principios de la Edad
Media (An- |
tonio, Atanasio, Benito,
Jerónimo, |
Agustín...), y de los de
finales (Fran- |
cisco, Catalina de Siena,
Ramón |
Llull...) Por lo tanto,
cada vez que, |
de corazón, deseemos una
Iglesia |
mejor, tenemos en ellos el
ejemplo |
de que aprender. Ejemplo
que, por |
otra parte, se contiene y
resume en |
Jesucristo, en el que
converge el |
gran empobrecimiento de la
Encar- |
nación con el ardiente
deseo de |
volver al Padre. |
Imaginar la posibilidad de
una |
Iglesia surgida de otro
modo, creci- |
da de otra manera, sería
reducirla a |
un burocratismo más o
menos idea- |
lista y benéfico (donde
los buenos |
administradores eficientes
medran), |
de dimensiones colosales
si la com- |
paráramos con la vieja
Sinagoga, |
pero desposeída del
misterio de la |
presencia del Señor en su
vida y |
en sus santos. |
Debemos comenzar la
religión por lo que parece una |
forma. El defecto sería no
el empezar con una forma, |
sino el continuar con la
forma. Porque es nuestro |
deber esforzarnos y orar
por entrar en el espíritu real |
de los actos del culto; y
en la proporción en que los |
entendamos y amemos,
dejarán de ser sólo una forma |
o un deber, para
convertirse en expresiones reales de |
nuestra mente. Así
cambiaremos nuestros corazones, |
de siervos, en hijos del
Dios omnipotente.― P.S. (1831). |
|
Seamos tan exactos y
decentes en el servicio de Dios |
como lo somos respecto a
nuestras personas y nues- |
tras casas.— P.S. (1839). |
|
8 (108) |
EL GRAN |
NEWMAN |
«¡QUÉ gran amigo es Newman |
para estas épocas de
oscur- |
idades!» escribió una vez |
Jiménez Lozano. Con toda |
razón. Porque «estas
épocas de oscuri- |
dades» son casi todas, con
lo que New- |
man es un gran amigo
permanente. |
(¡Cómo lo amaba Pablo VI!)
No porque |
Newman fuera el
intachabilísimo com- |
pañero, absolutamente
limpio de polvo |
y paja. ¡Entonces no sería
un gran ami- |
go de todos nosotros, tan
débiles! New- |
man tuvo una ironía
tremenda que más |
de una vez desembocó en lo
que Chris- |
tophes Hollis llama,
suavemente, «in- |
corrección». ¿No llamó
«los tres sastres |
de Tooley Street» a
Manning. Ward y |
Talbot? Pero, claro, había
que conocer |
a Manning, Ward y Talbot.
Newman |
no fue un santito de
caramelo, pero fue |
un hombre de tal
integridad, talento, |
sensibilidad y coraje que,
ciertamente, |
resultaba un excelente
amigo. Pocos pa- |
recen acordarse hoy de él
ni del movi- |
miento de Óxford, uno de
los aconte- |
cimientos más apasionantes
en la histo- |
ria de la Iglesia moderna. |
Newman lo tenía todo por
haberlo |
sido "todo" en
la Iglesia de Inglaterra: |
hijo de un banquero
sensible a la músi- |
ca, de origen judío
holandés y de una |
madre profundamente
religiosa, de ori- |
gen hugonote francés
("calvinismo sua- |
ve" que tanto inspiró
a un niño tan sen- |
sible como él), en Newman
se cruzan |
las culturas europeas y
las religiosida- |
des de la Reforma
enraizadas en la Bi- |
blia. Brillante y famoso,
Newman lo |
deja todo para hacerse
católico, a los |
cuarenta y tres años. «Ya
sé lo que me |
cuesta: dejo familia,
amigos, todos los |
que me han amado y me han
hecho |
bien. Ya sé que voy a ser
la risa de to- |
dos y que yo mismo me
destierro de la |
sociedad». Y lo que
también sabía es |
que no arribaba al paraíso
terrenal. La |
Iglesia católica le hizo
saber muy pron- |
to dónde se
"metía". En un avispero. |
Roma le hizo sufrir tanto
o más que le |
había hecho sufrir la
Iglesia de Ingla- |
terra. Frente a los
Manning, Ward |
compañía que querían una
infalibili- |
dad pontificia ancha y
grande como el |
templo de san Pedro (Ward
aseguraba |
a quien le quería oír que
el gozaría con |
tener una bula papal
infalible cada día |
en el desayuno y que
estaba dispuesto |
a atribuir infalibilidad
casi hasta a los |
constipados papales),
Newman no se re- |
cató en considerar
«inoportuno» el he- |
cho de la definición
dogmática. |
Y cuando a los 78 años
León XIII lo |
hizo cardenal (pasados ya
los tiempos |
oscuros de los conflictos,
terribles con- |
flictos, durante el
pontificado de Pío IX |
y el "reinado"
del cardenal Manning), |
sus declarados
"opositores" ―suave ex- |
presión― estuvieron
a punto de hacer |
naufragar el nombramiento
con una |
serie de restricciones,
silencios y tram- |
pas que sólo el coraje de
sus buenos |
amigos pudieron
solucionar. Pero todo |
pasó y el cuasi-hereje
Newman (¡se lo |
llamaron tantas veces!)
fue rehabilita- |
do. Él, como tantos otros,
cometió la |
"herejía" de
pensar por su cuenta y |
adelantarse a su tiempo. |
Bernardino M. Hernando |
en el libro EL GRANO DE
MOSTAZA |
9 (109) |
Tres nombres |
y el de Jesucristo |
para la conversión, para
la fe, |
para la gracia, para la
libertad. |
EL NOMBRE es el |
hombre, es el |
ser. De este pro- |
verbio podemos |
sacar razón para rela- |
cionar las figuras de |
Juan el Bautista, de Pe- |
dro y de Pablo con Je- |
sucristo, cuando se ini- |
cia la vida de la Iglesia. |
Porque el nombre de |
Jesucristo está, como
entrecomillado, entre esos nombres: tiene |
el precedente de Juan
―el más grande y el último de los profe- |
tas― y la
continuación y cimiento humano del nombre-piedra, |
sobre el que se levanta la
dimensión histórica de la Iglesia, |
Pedro. Y junto a Pedro, el
complemento dinámico de la colo- |
sal figura de Pablo, que
salvará a la Iglesia del primer riesgo |
de cerrazón sobre sí
misma, pues será principalmente san Pa- |
blo el que rompa el
compartimento tópico de un cristianis- |
mo apenas post-judío y
palestino. |
Estos nombres que
"entrecomillan" a Jesucristo, son signi- |
ficativos para la Iglesia
que se inicia. En primer lugar, no hay |
que olvidar que Juan
Bautista es hijo del sacerdote Zacarías |
(bueno y santo), pero que
se desmarca de la estructura insti- |
tucional del Templo, a la
que pertenece el padre, del mismo |
modo que Jesús tampoco se
confundirá con escribas y sacer- |
dotes
―profesionalizadores, a veces muy dignos, de lo sagra- |
do: doctrina y culto al
Dios verdadero―, sino que actuará a |
su margen, y ni siquiera
elegirá a sus inmediatos discípulos y |
apóstoles entre esa clase,
a pesar de poder suponer que era la |
10 (110) |
"mejor
preparada" pa- |
ra una misión que tie- |
ne por objeto lo santo, |
los intereses de Dios. Y |
será porque, desde un |
principio, convenía de- |
jar claro que el cristia- |
nismo no había de ser |
una estructura que su- |
cediera a la Sinagoga, |
sino algo a lo que se |
entraba por la
conversión" —nacer de nuevo; dejar todo, ven- |
der todo y seguir a Jesús;
preferirlo efectivamente a todo; mo- |
rir y resucitar desde el
alma...―, por la transformación pro- |
funda del ser, es decir,
por la gracia sin la iniciativa de Dios |
es imposible que se
comience ese cambio, como proceso es- |
piritual ―y con la
entrega de la voluntad― Dios respeta la li- |
bertad porque precisamente
su Hijo ha venido a "liberarnos" |
que acepta el misterio de
incorporarse a Cristo. |
No se es cristiano por
adhesión, como añadiendo algo |
más noble a la vida de
cada creyente, sino porque la vida se |
transforma, sino porque
Cristo aceptado se convierte en vida |
del creyente: todo lo
demás ―que tendemos a considerar tan |
indispensable―, pasa
a derivarse y a depender de esa vida |
transformada:
circunstancias del tiempo, existencia, propio |
estado, profesión,
actividades... |
Vemos, en efecto, que
Pedro, después del drama del Cal- |
vario y de las inmediatas
experiencias que le siguen, vuelve |
a sus redes, a su barca y
al lago. Cierto que no cesa de recor- |
dar al gran Amigo, entre
las brumas del misterio de la resu- |
11 (111) |
rrección y las dulces
sorpresas de |
las apariciones en el
Cenáculo. Pe- |
ro esto no puede bastar.
Hay una |
pausa, un como descanso
psicológi- |
co, y Cristo acude de
nuevo, junto |
al mar: de una vez hay que
dejarlo |
todo por los hermanos y
por la Igle- |
sia. El misterio de todas
las expe- |
riencias precedentes no
son para el |
solo recuerdo, para
tenerlo al lado |
de lo de siempre, para
acompañar |
la propia vida, los
trabajos diarios, |
sino que se ha de
convertir en vida. |
En vano habría podido
anunciar la |
fe, "confirmar"
a los demás en ella, |
si él mismo,
inmediatamente, no ha- |
cía de ella la vida
propia, porque |
nadie puede salir a dar la
"buena |
noticia", es decir,
ser apóstol, si no |
comienza haciéndola vida
suya: la |
verdad de Dios, se
diferencia de |
otras verdades en que
posee esa |
exigencia radical y
profunda, a la |
vez entusiasmante y
liberadora. |
Hay que dejarlo todo para
que, en |
el apóstol, quepa la vida
del miste- |
rio cristiano. |
Por eso convenía
―«convenía la |
muerte y la resurrección»,
«conve- |
nía que se cumplieran las
Escritu- |
ras», «convenía...»―
que, desde un |
principio, fuese así con
los prime- |
ros seguidores y amigos de
Cristo, |
para evitar el engaño de
errores fu- |
turos. Cuando en adelante
habrá |
más seguidores y los
tiempos sean, |
tal vez, menos difíciles,
será preciso |
volver siempre al ejemplo
original: |
no bastará con llevar el
nombre de |
apóstol, como adjetivación
de la |
vida, como añadidura
profesional, |
como estado, posición o
clase so- |
cial, sino que será
preciso ―como |
diría Newman―
proponerse seria- |
mente llevar la vida de
Cristo, para |
aproximarse a lo que había
dicho |
san Pablo: «no vivo yo,
sino que es |
Cristo quien vive en mi;
mi vida |
es Cristo» (Gál 2, 20); no
será ver- |
daderamente apóstol el que
"gana" |
y medra con seguir a
Cristo, sino |
el que busca en Cristo la
única re- |
compensa (conf. Flp 3, 8);
no será |
apóstol el que saque
ventaja de lla- |
marse así delante de los
hombres y |
de la Iglesia, sino el que
sirva a los |
hermanos y haga el bien a
los hom- |
bres, para completar la
cuota de la- |
bor que todavía falta a la
comen- |
zada por Cristo. No será
apóstol ni |
será santo de Dios, el que
se dejara |
llevar de la vanidad, de
la ambi- |
ción, de las envidias y
especulacio- |
nes para todo lo que es
aplaudido |
en el mundo, aunque se
llame cris- |
tiano, y se haya olvidado
de dar |
principio y llevar a
término cual- |
quier obra buena, no ya
sin excluir |
el amor, sino por amor de
Dios. |
Cada vez que nos hemos
olvida- |
do de esto, se ha
retrasado o para- |
lizado la labor de la
Iglesia, o se |
ha desvirtuado o
comprometido su |
misión; pues para Dios y
su reino, |
nada cuentan las solas
apariencias |
de los éxitos alcanzados,
y menos |
el haber alcanzado
encumbramien- |
tos o posiciones
personales aun las |
12 (112) |
lícitas, que pueden
satisfacer tem- |
poralmente la vanidad de
los pro- |
tagonistas, pero que no
dan ni la |
felicidad, ni pueden hacer
libre al |
hombre, que necesita serlo
para po- |
der de verdad amar a Dios. |
Por todo eso, al rememorar
el |
nacimiento espiritual de
la Iglesia, |
se ha de hacer memoria a
las figu- |
ras de Juan el Bautista
―el que |
recuerda la necesidad de
la con- |
versión, ante la
proximidad del |
reino―, del apóstol
Pedro, conver- |
tido a la fe y al amor,
después de |
la pasión de Cristo; de
Pablo, en |
fin, que es como una
síntesis de los |
dos, gran convertido y
apóstol por |
antonomasia. Hay que
volver a es- |
tos hitos, cuya memoria la
liturgia |
coloca cerca del
nacimiento de la |
Iglesia, que sitúa en
Pentecostés, |
porque entre ellos está el
nombre |
de Jesucristo, continuado,
desarro- |
llado en la Iglesia que
nace del |
Espíritu. No otra
religión, y ni si- |
quiera la sucesión de la
Sinagoga. |
Es el reino del Espíritu,
con el que |
comienza una renovación,
todavía |
en camino, pero ya en la
tensión |
del proceso que, de modo
irrever- |
sible apunta al retorno de
todo a |
Dios: De algún modo,
podemos pa- |
rafrasear algunas palabras
del Bau- |
tista con otras de Pablo y
concluir |
diciendo que, en este
proceso de es- |
piritualización, «iremos
menguan- |
do, para que Cristo
crezca; pero |
nosotros seremos de
Cristo, y Cristo |
es de Dios». |
Como la oración es la voz
del |
hombre para Dios, así la
Reve- |
lación es la voz de Dios
para el |
hombre.— G. A. (1870). |
La fe es un don divino. Se
gana con |
la oración. Esta debe ser
pacien- |
te y perseverante. - L. D.
(1866). |
Aquellos hombres que se
profesan |
fríos, indiferentes y
profanos, |
tarde o temprano llegan a
ser- |
lo.— P.S. (1831). |
La Escritura comienza una
serie |
de desarrollos que no
terminan; |
O sea, que sería erróneo
buscar |
cada una de las
proposiciones de |
la Doctrina Católica en la
Escri- |
tura, por separado.-- U.S.
(1843). |
El Cristianismo es una
verdad |
viviente. - G. A. (1870). |
Todos sufrimos los unos
por los |
otros, y sacamos provecho
del su- |
frimiento ajeno; porque el
hombre |
no toma solo una posición
aquí, |
aunque algún día en el
futuro de- |
berá tomarla; pero aquí es
un ser |
social, y se dirige a su
casa defi- |
nitiva como un miembro de
una |
gran compañía.— G. A.
(1870). |
13 (113) |
Documento: |
EL MISTERIO DE LA IGLESIA |
Y JOHN HENRY NEWMAN |
JOHN H. NEWMAN es el más
grande |
de los convertidos que, en
el trans- |
curso de cuatro siglos,
han pasado |
del protestantismo a la
Iglesia cató- |
lica. Nació en febrero de
1801 y murió en |
agosto de 1890, casi once
años después de |
que León XIII lo creara
cardenal. Una vida |
larga y densa, a pulso de
la búsqueda ho- |
nesta de Dios, que inicia
su camino desde |
el momento en que descubre
que no basta |
ser «virtuoso», para ser
cristiano, sino |
que, como si comenzara una
nueva vida, |
pasa a ser religioso, es
decir, a relacio- |
narse, a tratar al Dios
personal, a creer y |
sentirse en vuelto en el
mundo que no se |
ve, pero que es real».
Ésta, que él llama |
*su primera conversión»,
tuvo lugar en su |
adolescencia, en el otoño
de 1816 ―«When |
I was fifteen», como anota
en su APOLO- |
GIA―. Y, desde
entonces, «sin traicionar |
jamás a la luz», se abre
un proceso o des- |
arrollo de acercamiento a
la verdad, sin |
tener ociosa la razón,
pero no llegando a |
la verdadera Iglesia por
fuerza de los |
silogismos, sino porque el
pensamiento |
iría acompañado de la
oración, del trato |
entre él y su Creador
―«myself and my |
Creator»―.
Universitario, ese camino se |
nutre del estudio de la
iglesia primitiva, |
especialmente a partir del
año 1828, en |
que empieza a leer
sistemáticamente a los |
Padres. Cinco años más
tarde, estalla el |
llamado «Movimiento de
Óxford», que |
conmociona no solamente la
universidad, |
sino toda la iglesia de
Inglaterra. En 1845 |
es recibido en la Iglesia
católica. Decide |
entrar en el Oratorio y es
ordenado sa- |
cerdote en 1847. Enseguida
tiene lugar la |
fundación del Oratorio en
Inglaterra, y se |
da a una actividad
imposible de reseñar |
en pocas líneas, en la que
era compatible |
el vigor y la paz, el
sufrimiento el apos- |
tolado, la oración intensa
y el estudio, y |
cuidar de la formación de
sus primeros |
discípulos a la par que
dedicar energías |
para empresas como la
fundación de la |
Universidad de Dublín, el
proyecto falli- |
do del Oratorio de Oxford,
alentar a los |
laicos católicos
ilustrados, la fundación |
de escuelas, etc., sin que
le faltara tener |
que afrontar la polémica,
por lo común, |
«como quien atraviesa en
soledad el de- |
sierto». Soledad,
envidias, silencios, in- |
comprensión, que su bien
templado cora- |
zón sabía soportar
purificándose. Pueden |
ser ilustrativas estas
palabras escritas en |
plena madurez católica:
«Cuando yo era |
protestante, mi religión
era triste, pero |
mi vida era alegre; desde
que soy católico, |
mi religión es alegre,
pero la vida triste». |
ÉI peregrinó hacia la
Iglesia; tuvo una |
experiencia de buscador
del Reino de |
Dios, de enamorado de su
obra, que amo |
con fidelidad absoluta,
sin esperar a cam- |
14 (114) |
bio nada más que Dios
mismo: lo que tu- |
vo en paz su alma, porque
a nadie envi- |
dió, y respeto a todos,
católicos y protes- |
tantes, sin juzgar ni
forzar la conciencia |
de nadie, aunque los
estrategas y compu- |
tadores de éxitos
visibles, le acusaban de |
que no hacia conversiones.
Cierto que |
a él no le habría costado
presionar a ami- |
gos, montar obras
efectistas, hacerse pro- |
paganda de buen celo....
pero era dema- |
siado inteligente y
honesto para dejarse |
llevar de esa sutil
tentación que seduce |
incluso a los
"buenos", cuando se creen |
importantes antes o fuera
de lugar. |
Teniendo un poco en cuenta
todo este |
preámbulo, pensamos que
pueden ser de |
utilidad algunos textos
que tienen rela- |
ción con el misterio de la
Iglesia: al pie de |
cada uno ponemos las
siglas de los títulos |
Abreviados de las obras de
donde vaca- |
mos las citas (que al
final damos en trans- |
cripción completa), y el
año en que fue- |
ron escritos. Van a
continuación y en el |
recuadro de las páginas 8
y 13. |
Debéis mirar más allá de
este mundo, y de lo mundano en la Iglesia, de lo que es |
tan imperfecto, de los
vasos de tierra en los que conservamos la gracia, para poner |
los ojos en la Fuente
misma de la Gracia, y pedirle que Él os llene con su presen- |
cia.― L. D. (1871). |
Los hombres hablan de la
bondad de Dios de una manera general..., pero piensan |
de todo ello como en un
torrente que se derrama a través de todo el mundo, como |
en la luz del sol, no como
la acción continuamente repetida de una Mente inteli- |
gente y viva, que
contempla aquello que visita.— P.S. (1835) |
La verdad tiene tal poder
en sí misma, que fuerza al hombre a profesarla de |
palabra; pero cuando se
trata de ponerla en acto, en lugar de obedecer a ella, |
el hombre la substituye
por un ídolo.— P.S. (1833). |
Esperar grandes efectos de
nuestras presiones de lo religioso, es algo natural cierta- |
mente, y también inocente:
pero proviene de la inexperiencia sobre el tipo de traba- |
jo que debemos utilizar
—que es cambiar el corazón y la voluntad de los hombres. |
Es una posición mental más
noble la de trabajar, no con la esperanza de ver el |
fruto de nuestra labor,
sino la de seguir nuestra conciencia, como un deber; |
y de nuevo en fe,
confiando que se seguirá el bien, aunque no lo veamos.— P.S. (1830). |
La conciencia no es
egoísmo permisivo, ni un deseo de ser consecuente consigo mis- |
mo; sino es el mensajero
de Aquel que, tanto por naturaleza como por gracia, nos |
habla a través de un velo,
y nos enseña y guía por Sus representantes.― Diff.(1874). |
15 (115) |
La Iglesia, considerada en
sentido propio, es la gran compañía de los elegidos, que |
ha sido escogida
gratuitamente por Dios, sobre la que trabaja el Espíritu... es un |
cuerpo in risible, o casi
invisible, formado no sólo por los pocos que aún viven en la |
prueba, sino también de la
multitud de los que duermen en el Señor.— P.S. (1837). |
Cristianos son aquellos
que profesan tener el amor de la verdad en su corazón; y |
cuando Cristo les pregunta
si Lo aman tanto que sean capaces de beber Su copa |
y participar en Su
Bautismo, ellos contestan, «sí, somos capaces» (Mt 20, 22), y |
tal profesión se convierte
en maravilloso cumplimiento.— S. D. (1843). |
Cuando estamos a punto de
juzgar cómo la Providencia cuida de otros hombres, |
haríamos bien en
considerar primero lo que ha hecho por nosotros.— G. A. (1870). |
Tú me has hecho pasar de
año en año, y con Tu maravillosa Providencia, de la ju- |
ventud a la madurez, con
la más perfecta sabiduría, y con el más perfecto amor.― |
M. D. (1893). |
Si nos dejamos arrastrar
por la corriente del mundo, viviendo como los demás |
hombres, recogiendo
nuestras ideas religiosas aquí y allá, donde fuere, tendremos |
poca o ninguna noción de
una providencia particular sobre nosotros... No alcan- |
zamos a creer que Él está
realmente presente en todas partes, dondequiera que |
nosotros estamos, aun
cuando no lo vemos.― P. S. (1835). |
La oración es esencial a
la religión... En el conjunto de la humanidad, la oración |
no es menos general que la
fe en la Providencia; la oración, así como la esperan- |
za, son constitutivas de
la religión del hombre.-- G. A. (1870). |
La diferencia entre los
hombres religiosos y los demás está en que éstos confían |
en el mundo visible, y
aquéllos en el mundo invisible. Ambos tienen fe, pero unos |
tienen fe en la superficie
de las cosas, y otros en la palabra de Dios.― S. D. (1838). |
Siempre he tratado de
poner mi causa en las manos de Dios, y de ser paciente, y |
Él no me ha olvidado.— L.
D. (1879). |
16 (116) |
Si fuese obligado a
brindar por la religión después de una cena (aunque tal su- |
puesto parezca
disparatado), yo bebería ―si se me permitiese― por el Papa, pero |
primero por la conciencia,
luego por el Papa.― Diff. (1874). |
Para un pagano ingenuo,
debió ser uno de los puntos más notables del Cristia- |
nismo, en su primera
aparición, el observar que la oración formaba parte vital |
de su organización; y
esto, aun cuando sus miembros estaban dispersos por todo |
el mundo... con tan poca
oportunidad de actuar en conjunto; sin embargo ellos, |
todos cada uno,
encontraban el solaz de una relación espiritual y un lazo de |
unión, en la práctica de
la intercesión mutua.― Diff. (1865). |
Ni el oro, ni la plata, ni
las joyas, ni los ornamentos preciosos, ni la habilidad del |
hombre para utilizarlos,
forman la casa de Dios, sino los fieles, las almas y los cuer- |
pos de los hombres a
quienes Él ha redimido. No las almas solas, sino el hombre |
entero, en cuerpo y alma,
es poseído por Dios.— P. S. (18-40). |
Uso la palabra
"conciencia", no en el sentido de una fantasía o de una opi- |
nión, sino como la
obediencia responsable a aquello que se considera una voz |
divina que habla dentro de
nosotros.— Diff (1874). |
Hay dos maneras de
considerar la conciencia; una como una especie de propie- |
dad, un gusto que nos dice
que hagamos esto o aquello; otra, como el eco de |
la voz de Dios. Y todo
depende de esta distinción, pero la primera manera no |
se desprende de la fe, la
segunda sí.— S. N. (1859). |
Es obvio que un requisito
para encontrar la verdad es tener ansia de buscar- |
la. La verdad es demasiado
sagrada para que pueda sacrificarse a la mera grati- |
ficación de la fantasía, o
a la diversión de la mente, o al espíritu de do, |
o a los prejuicios de la
educación.— U.S. (1826). |
Creer en Dios es creer en
el ser y la presencia de Aquel que es todo Santo, Om- |
nipotente, y totalmente
Gratuito; ¿cómo puede un hombre creer todo esto, y |
luego sentirse libre de
ÉI, a su antojo?― P.S. (1836). |
17 (117) |
Solamente puede ser fiel a
la Iglesia de Dios, no quien sólo habla de ella, o quien |
la defiende, o quien la
contempla, sino quien la ama.— P.S. (1837). |
La Iglesia no fuerza a
aceptar la fe, sino que la fe obliga a aceptar la Iglesia. — |
S. N. (1851). |
Quien se esfuerza por
establecer el reino de Dios en su corazón, también lo pro- |
yecta en el mundo que le
envuelve.— S.D. (1846). |
Nunca debemos tratar de
forzar la verdad en los que no quieren sacar fruto de la |
que ya poseen. Por una
parte esto deshonra a Cristo, y por otra hace más daño que |
bien a quien así la
desprecia. Es como arrojar perlas a los cerdos...― P.S. (1831). |
Dios da su gracia a todos
los hombres, y a aquellos que la aprovechan les da más |
gracia todavía, y aun
mantiene su ofrecimiento a quienes la ahogan.― Mix. (1849). |
Vivimos en tiempos
extraños. No tengo la mínima sombra de duda sobre si la Igle- |
sia Católica y su doctrina
vienen directamente de Dios; pero también sé bien que |
hay ambientes particulares
que tienen una aberración de mente que no viene de |
Dios.― M. D. (1866). |
Cuando me vaya tal vez se
comentará algo de lo que he hecho en Dublín. Y como |
espero haber hecho lo que
hice no por motivo humano, ni de la jerarquía irlandesa, |
y ni siquiera por alabanza
del Papa, sino por el bien de la Iglesia de Dios y por la |
gloria de Dios, no tengo
nada que lamentar, y nada que desear aparte de lo que he |
hecho.― L. D.
(1859). |
Desde el día en que me
convertí al Catolicismo hasta hoy, hace ya cerca de treinta |
años, no he dudado por un
momento que la comunión con Roma sea la Iglesia que |
los Apóstoles
establecieron el día de Pentecostés... Ni jamás he dudado, siquiera |
por un momento, desde
1845, de que era mi clara obligación incorporarme a la Igle- |
sia Católica como lo hice
entonces, que en mi propia conciencia sentía que era una |
convicción divina.
Personas y lugares, incidentes y circunstancias de la vida, que |
pertenecen a mis primeros
cuarenta y cuatro años, permanecen profundamente im- |
presos en mi memoria y en
mi afecto; más aún, he tenido más pruebas y aflicciones |
18 (118) |
de múltiples maneras como
católico que como anglicano; pero nunca ni por un |
momento he querido dar
marcha atrás; jamás he cesado de dar gracias a mi |
Hacedor por Su
misericordia al permitirme realizar tan profundo cambio, y |
jamás me ha permitido Él
que me sintiese de Él abandonado, o en angustia, o en |
ningún tipo de
perturbación religiosa.— L. D. (1875). |
Usted me pregunta si he
encontrado en la Iglesia Católica lo que yo esperaba y |
deseaba. Depende de lo que
quiera decir "esperaba y deseaba". Porque yo no espe- |
raba ni deseaba ninguna
"paz y satisfacción", como usted lo expresa, ni ninguna |
iluminación o éxito. No
esperaba ni deseaba otra cosa sino la voluntad de Dios, y |
sólo temía no cumplirla.
Yo no abandoné la Iglesia Anglicana a causa de ningún |
escándalo, como usted
piensa. Usted ha equivocado la persona. Mi razón fue la |
siguiente: sabía que era
necesario, si quería yo participar en la Gracia de Cristo, |
buscarla allí donde Él la
había depositado. Y he creído que tal Gracia podía en- |
contrarse solamente en la
comunión Romana, y no en la Anglicana. Por tanto me |
hice católico. Sobre la
otra pregunta, si desde que me hice católico he sido bien o |
mal tratado, de altos
personajes o de amigos íntimos, esto no toca para nada la |
cuestión de la verdad o el
error, de la Iglesia, o del cisma.― L. D. (1870). |
Por supuesto, desde que me
convertí al Catolicismo, no tengo más historia de mis |
opiniones religiosas que
narrar. Al afirmarlo no quiero decir que mi mente ha es- |
tado ociosa, o que ha
renunciado a pensar sobre temas teológicos; sino que no tengo |
que registrar variaciones,
ni tengo ninguna ansiedad de corazón. He estado con una |
perfecta paz y contento;
nunca he tenido duda alguna. En mi conversión, no soy |
consciente de haber tenido
ningún cambio intelectual ni moral que se haya impues- |
to a mi mente. No soy
consciente de haber adquirido una fe más fuerte en las ver- |
dades fundamentales de la
Revelación, ni de haber adquirido un mayor control |
de mí mismo; ni mayor
fervor; sino que ha sido como llegar al puerto después de |
atravesar un mar
tormentoso; y la felicidad que de ello se derivó permanece sin |
interrupción hasta el día
de hoy.— Apo. (1864). |
ABREVIATURAS: |
L.D. The Letters and
Diaries of J. H Newman. |
G.A. An Essay in aid of
Grammar of Assent. |
Mix. Discourses addressed
to Mixed Congregations. |
P.S Parochial and Plain
Sermons. |
S.D. Sermons bearing on
Subjects of the Day. |
M. D. Meditations and
Devotions. |
Diff. Certain
Difficulties, felt by Anglican as in Catholic Teaching. |
S.N. Sermons Notes of J.
H. Newman. |
U.S. Fifteen Sermons
preached before the University of Oxford. |
Apo. Apologia pro vita
sua: being A History of his Religious Opinions. |
19 (119) |
IGLESIA Y MUNDO |
L AS ENERGÍAS que la
Iglesia puede comunicar a la actual sociedad humana, |
radican en esa fe y esa
caridad (que constituyen el fundamento indisoluble |
de su unidad en el
Espíritu Santo), aplicadas a la vida práctica. No radican en |
el mero dominio exterior
ejercido con medios puramente humanos. |
Como, por otra parte, en
virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a |
ninguna forma particular
de civilización humana ni a sistema alguno político, |
económico o social, la
Iglesia, por esa universalidad, puede constituir un vinculo |
estrechísimo entre las
diferentes naciones y comunidades humanas, con tal que éstas |
tengan confianza en ella y
reconozcan efectivamente su verdadera libertad para |
cumplir tal misión. Por
esto, la Iglesia advierte a sus hijos, y también todos los |
hombres, a que con este
familiar espíritu de hijos de Dios superen todas las |
desavenencias entre
naciones y razas y den firmeza interna a las justas asociaciones |
humanas. |
El Concilio aprecia con el
mayor respeto cuanto de verdadero, de bueno y de |
justo se encuentra en las
variadísimas instituciones fundadas ya o que |
incesantemente se funden
en la humanidad. Declara, además, que la Iglesia quiere |
Ayudar y fomentar tales
instituciones en lo que de ella dependa y pueda conciliarse |
con su propia misión. Nada
desea tanto como desarrollarse libremente, en servicio |
de todos, bajo cualquier
régimen político que reconozca los derechos fundamentales |
de la persona y de la
familia y los imperativos del bien común. |
VATICANO II, const. IM, n.
42 |
LAUS |
Director: Ramon Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, 1
- Apurtado 112 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 3.6.13 |
20 (120) |
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