Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 207. NOVIEMBRE. Año
1983 |
SUMARIO |
LOS MALES del mundo y las
tristezas de la vida, |
tienen su raíz en la
soberbia, en el egoísmo, en la |
sensualidad; que luego hay
que apuntalar con la |
mentira (a los demás, a
uno mismo) o con la trai- |
ción, según convenga. Pero
cuando miramos a Dios des- |
cubrimos que |
los "males"
lamentados son un reto para el |
bien. Y no han faltado
―ni, seguramente, faltan― respues- |
tas a ese reto: las han
dado los santos, con su pasión por |
el bien, con la pureza de
sus pensamientos, con la gene- |
rosidad Y perseverancia de
sus ideales para Dios. |
EL DÍA DE PARTIR |
EL CALENDARIO Y LA ROSA |
EL MEJOR TEMPLO DE GAUDÍ |
PARA SER SANTOS |
«LEAD, KINDLY LIGHT» |
EL P. PERE BACH TARGARONA |
POR QUÉ NO SOMOS SANTOS |
1 (141) |
Tiempo de oración: |
EL DÍA DE PARTIR |
Yo sé que un día he de
partir, lo sé; |
que un pálido sol
crepuscular |
sonriendo tristemente |
fijará en mí una larga
mirada |
de adiós... Lo sé... Lo
sé... |
Mas antes de partir dime
por qué |
de cara al cielo esta
verde tierra |
me atrae y me fascina; |
y por qué en el silencio
de la noche |
me hablan las estrellas. |
¿Por qué, dime, por qué? |
Al terminar mi terrestre
carrera |
que mi canto se exhale en
un himno divino; |
que los frutos y flores de
las cuatro estaciones |
sean mi dulce carga. |
Y que vea tu rostro
iluminado |
al poner mi guirnalda en
tu cuello, |
Bienamado mío. |
Rabindranath Tagore, |
en Vina Hharati Quarterly |
2 (142) |
El calendario |
y la rosa |
HAY verdaderos santos en
el calendario cristiano: hermanos nuestros |
en la fe, en los que
triunfó la gracia para gloria de Dios y aliento y |
ejemplo de la Iglesia.
Pero ya, un par de veces, la misma Iglesia ha |
creído que debía recortar
las listas del santoral, por lo incierto de |
algunas historias que, más
que hijas de la verdadera piedad, lo eran de la |
imaginación colectiva y de
leyendas con las que, bajo otras formas, se re- |
sucitaba el panteísmo
pagano que buscaba en los héroes cristianos, un |
sustitutivo de las viejas
mitologías. Además, en veinte siglos de historia, no |
han faltado grupos
humanos, clases sociales, pueblos y naciones, que han |
querido tener sus propios
«dioses», aunque disimulados de «santos patro- |
nos» o de «protectores
celestiales», más para honrar la propia clase o insti- |
tución que los venera, que
para la gloria de Dios. En varias de las antiguas |
dudosas canonizaciones,
hubo, en ocasiones, razones de oportunidad polí- |
tica o de halago al
orgullo nacional ―en el caso de reyes o de personajes |
socialmente
encumbrados―, lo que dio lugar a la inclusión de nombres |
aureolados que nada o poco
tuvieron de extraordinario en orden a las vir- |
tudes cristianas. Bastó el
mito, el fanatismo y cultivarlo folklóricamente. |
Ello redundaría más bien
en prestigio humano de sus promotores, que en |
gloria de Dios y difusión
del Evangelio. |
Con razón la Iglesia nunca
ha aceptado, en su oración pública, ni una |
sola oración dirigida a
los santos, ni aun a los más ciertos y verdaderos, y |
ni siquiera a la virgen
María. Y cada vez ha sido más restrictiva y exigente |
en los llamados ―no
sin cierto contrasentido― «procesos de canonización». |
En cambio, y recogiéndolo
de las explícitas expresiones paulinas, la Iglesia |
ha considerado siempre
«santos» a todos los bautizados fieles a la gracia |
del Bautismo, y la
veneración especial de santidad la reservó, primitiva- |
mente, para aquellos
cristianos que reprodujeron en sí la figura de Cristo |
incluso con la muerte por
fidelidad a él, y los llamó «mártires» (es decir, |
«testigos»). Luego se
pensó que el testimonio del sacrificio de la vida por la |
3 (143) |
fe, puede darse también
sin la violencia de la muerte. #conferir a Cristo |
con la ejemplaridad
heroica de la vida virtuosa. Eso dio lugar a una gran |
proliferación de nombres
nuevos para el calendario, algunos, en verdad, |
santos en toda la
extensión de la palabra, otros a veces menos relevantes. |
Otros, en fin, siendo muy
grandes santos, nunca los veremos en el calenda: |
rio, por la sencilla razón
de que nadie se acordará de promoverlos. |
Como sea, lo cierto es que
una de las razones de gozo y felicidad que |
Dios nos tiene reservado
en la bienaventuranza es la admiración de descu- |
brir cuántos hijos de Dios
le bendecirán en su gloria, bañados en el rio de |
luz refulgente en todos
los que le han sido fieles, aunque hayan pasado |
desapercibidos por esta
vida, y que, tal vez, incluso aquí, habremos podido |
conocer y luego
reencontrar gozosamente en el abrazo infinito de Dios. En |
el cielo no hay
calendarios en el cielo hay, dice Dante. Una rosa inmensa, |
con tantos pétalos como
santos, bañados en la luz de Dios, y Dios en todos: |
«luz pura, luz
intelectual, llena de amor: amor del verdadero bien, henchido |
de Júbilo, júbilo que está
por encima de cualquier dulzura»: |
Pura luce: |
luce intellettual piena
d'amore, |
amor di vero bien pien di
lelizia, |
letizia che trascende ogni
dolzore.. |
Que el viento del amor de
Dios nos recoja, como una hoja, como un pé- |
talo de la gran rosa de
los santos, en la transparencia de su luz, cuando to- |
do haya pasado. |
Yo imagino que la
Humanidad, cuando haya comprendido, en |
bloque, que está sellada
sobre sí y que solamente puede contar |
con ella en el mundo para
salvarse, sentirá, en primer lugar, |
pasar por sus fibras un
inmenso estremecimiento de caridad |
interna. Nos ocurre el
percibir, por relámpagos, qué tesoros de |
bondad oculta el hombre
para el hombre, en su corazón. Pero |
estos tesoros están casi
siempre cerrados, de forma que, de la |
sociedad, apenas conocemos
más que las servidumbres y los |
tropiezos: los hombres de
hoy viven al azar, sin buscarse y sin |
amarse... Si la presión de
una gran necesidad común llegase a |
vencer nuestras
repulsiones mutuas y a romper el hielo que |
nos aísla, ¿quién alcanza
a saber qué bienestar y qué ternura |
no saldrían de esa
multitud armonizada? |
Pierre Teilhard de
Chardin, S. I. |
4 (144) |
El mejor templo |
de Gaudí |
EL SECRETO de la grandeza |
plástica de la obra de
Antoni |
Gaudí, estaba en su fe. Su
ar- |
te era expresión de su
cristianismo, |
en un esfuerzo colosal por
depurar |
esa expresión de
teatralidad y efec- |
tos de grandilocuencia
profanado- |
ra. Aunque a primera vista
pudiera |
no parecerlo, sus
realizaciones eran |
la culminación de la
sencillez, ele- |
mental, pobre, limpia.
Gaudí des- |
echaba la mera
reproducción geo- |
métrica de la arquitectura
clásica, |
que alcanzaba, como
residuo des- |
virtuado, hasta el mismo
siglo XIX. |
Piensa que debe mirar
hacia la |
sobriedad románica y,
sobre todo, |
recoger la esbelta
simplificación del |
gótico que, según él,
había sido in- |
justamente truncado por el
Renaci- |
miento, impidiéndole la
sublima- |
ción estilística a la que
estaba des- |
tinado, cuando aquella
arquitectura |
pasó del ámbito civil al
religioso de |
las más austeras,
luminosas y altísi- |
mas catedrales, obras
colosales de |
artesanía, que suscribían
sus artífi- |
ces con el cincel al pie
de los mu- |
ros y las columnas
plantadas en los |
espacios sagrados. Gaudí
quiso re- |
coger y superar el
extático impulso |
místico del gótico, y
darle creci- |
miento desde lo más
natural y más |
pobre, pero conjugándolo
con el |
prodigio de su imaginación
y de su |
fe. Hierros retorcidos a
los que saca- |
ba nuevas formas entre los
carbo- |
nes llameantes de la
forja; cascotes |
de cerámica que incrustaba
en zó- |
calos y paredes como
inmensos pé- |
talos sobre la piedra
florida; crista- |
les rotos que convertía en
aristas de |
estrellas; piedras
informes que inte- |
graba en columnas oblicuas
de pa- |
rabólicas fuerzas pero
ciertas, cal- |
culadas y seguras, y
bloques estili- |
zados que transformaba en
agujas |
levantadas hasta el cielo
para bor- |
dar cruces entre las
nubes. Materia- |
les de derribo que otros
hubieran |
desechado, pero en los que
él des- |
cubría, después de
limpiarlos, ele- |
mentos expresivos para el
orden |
nuevo de su arte y de su
fe, porfian- |
do por sublimar la
pobreza; una for- |
ma rebelde de pureza y
elegancia |
espiritual, con la que
anticipaba el |
modernismo barcelonés y
parisino |
y abría la puerta a la
exuberancia |
surrealista en gracia del
mismo ex- |
5 (146) |
ceso ordenado y liberado
de la rea- |
lidad que redimía. Él no
tenía que |
soñar para recoger los
detalles olvi- |
dados de la creación que
espera ser |
reconocida y exaltada.
Vives ya ha- |
bía dicho que «el arte se
contiene |
en la naturaleza de las
cosas» crea- |
das. Le bastaba con
recogerlo de la |
naturaleza para resumirlo
en el es- |
fuerzo plástico de esa su,
casi, es- |
cultura arquitectónica
(casa Batlló, |
casa Milà, parque Güell,
casa epis- |
copal de Astorga, Sagrada
Fami- |
lia...), que representa, a
nivel mun- |
dial, el hito más alto de
la arqui- |
tectura de fin de siglo. |
Pero queremos subrayar que
to- |
do esto no era efecto de
su sola in- |
tuición artística y su
extraordinaria |
capacidad técnica, sino,
principal- |
mente, resultado nacido de
una |
profunda convicción
cristiana, sur- |
gida de la fe y acrisolada
en la ora- |
ción. Porque Gaudí era un
hombre |
de fe y de oración que, en
ningún |
caso, le hicieron menos
activo ni |
entusiasta. Hay una frase
suya que |
resume su espíritu, y que
fue pro- |
nunciada casi como
despertando de |
una profunda meditación
cuando, |
en un cenáculo de artistas
en el que |
se discutía de belleza y
de estilos, |
exclamó: «la elegancia es
la pobre- |
za». Él mismo vivía
austeramente, |
limpio, pero pobre en sus
vestidos, |
sin importarle llegar a
pedir limos- |
na para la iglesia que
estaba cons- |
truyendo. |
Y ese amor por la pobreza,
que |
se iba acentuando en él
con el co- |
rrer de los años, la
Providencia se |
lo quiso respetar hasta en
las cir- |
cunstancias que le
llevaron a su |
muerte. |
Él tenía la costumbre de
atrave- |
sar, diariamente, y a pie,
la entera |
ciudad de Barcelona para
ir desde |
la obra de la Sagrada
Familia hasta |
la iglesia de san Felipe
Neri. Allí, |
cada tarde, tenía un buen
rato de |
oración, y le parecía el
mejor lugar |
para tender sus
pensamientos a los |
pies del Señor. Necesitaba
de este |
silencio y del silencio de
su andar |
solitario: pensaba
mientras andaba, |
y andaba mientras pensaba.
Abs- |
traído en su caminar, fue
atropella- |
do por un tranvía; ya
herido de |
muerte, lo llevaron con
urgencia al |
Hospital de la Santa Cruz,
de la ca- |
lle del Carmen. Todos
creyeron que |
se trataba de un mendigo
callejero. |
Cuando al fin amigos y
personas |
influyentes se dieron
cuenta de su |
identidad, quisieron
sacarlo de la |
sala donde estaba recogido
junto a |
otros enfermos
"pobres" para lle- |
varlo a un lugar más
confortable. |
Pero él, vuelto en sí, con
mirada |
pacífica y encendida,
replicó: «No |
lo hagáis: mi sitio está
aquí, entre |
los pobres». A los cuatro
días mu- |
rió, en un atardecer del
verano de |
1926. |
El mejor templo que había
edifi- |
cado para Dios, era su
alma. |
6 (146) |
PARA SER |
SANTOS |
NO HAY recetas para la
santi- |
dad. Los santos más
clarivi- |
dentes nunca las dieron,
y, |
cuando alguien nos
presenta reglas |
o métodos que ellos
pudieron legar |
a sus discípulos, sabemos
que sola- |
mente se trata de consejos
sobre |
disposiciones que no
impidan o |
frustren la acción de Dios
en nos- |
otros. Nuestra actividad,
en orden |
a la propia santificación,
se ordena |
a no extinguir la primera
luz de la |
fe, a agradecer lo que
Dios ha pues- |
to en nosotros y a
cultivarlo con |
admiración filial. Como la
santi- |
dad es acción e iniciativa
de Dios, |
resultarían vanos todos
los esfuer- |
zos del hombre si éste se
olvidara |
de que Dios lo está
mirando y se le |
comunica. Abrirse a esa
mirada y |
corresponder a su
comunicación, a |
través de la fe, con todo
el ser, en |
entendimiento y en obras:
he aquí |
la única receta que,
condensada en |
pocas palabras, nos dan
todos los |
santos. Por eso vemos que,
con di- |
ferentes estilos ―y
cada hombre, |
como creación irrepetible
de Dios, |
es un estilo― todos
nos vienen a |
decir lo mismo: el amor, y
la ora- |
ción, que es el respirar
del amor. |
A nosotros, hijos
espirituales de |
san Felipe Neri, nos
consta bastante |
explícitamente la
insistencia sobre |
estos dos pivotes en los
que se |
apoya y basa toda
santidad. Des- |
confiaba de las rigideces
sistemá- |
ticas, porque la
definición de la |
santidad no puede estar en
las |
palabras, sino solamente
en el ser |
de Dios y, por reflejo, en
el hombre |
santo, sobre todo en el
que lo es |
por excelencia,
Jesucristo, hijo de |
Dios. Decía: «El que
quiera otra |
cosa que a Jesucristo, no
sabe lo |
que quiere». Ni tampoco
creía |
otra regla de vida que no
fuese la |
del amor. También decía:
«Si ten- |
go tiempo para rezar, nada
me da |
miedo». |
7 (147) |
Nos cuesta entender y
seguir a |
los santos, porque
hablamos de |
Dios más que pensamos y
sentimos. |
Los santos eran menos
locuaces que |
nosotros, pero más
profundos. Te- |
merosos siempre de hablar
o de |
escribir sobre lo mejor,
por temor |
a decirlo malo a
limitarlo, se que- |
daban tantas veces en la
respira- |
ción del amor, o la
sublimación de |
lo que, para nosotros,
parece poco |
más que poesía. Aunque es
cierto |
que eran poetas, porque el
santo |
siempre es artista, en el
más alto |
sentido: artista de la
gracia, pues |
al dejarse moldear por
ella, conju- |
ga en ritmo espiritual el
equilibrio |
entre acción y pasión, que
convier- |
ten en obra, también
propia, los |
dones que se reciben, para
resti- |
Eres Tú la Vida eterna. |
Cuanto más temo la muerte, |
por todas partes me
acecha. |
En los gozos de este mundo |
sólo hay vida en
apariencia, |
y cada vez que los pruebo, |
mente y corazón me hielan. |
Cuanto más busco la vida. |
m la muere veo cerca. |
Pues ¿por qué buscar la
dicha |
en tan inútil pelen? |
Voy a levantar los ojos |
por encima de la tierra, |
para alcanzar las alturas |
de la vida verdadera. |
Eres Tú, Señor, la Vida |
y te das a quien te
quiera, |
comenzando por los pobres |
que redimes de miserias. |
Mi Vida Eres Tú, Maestro, |
y jamás podré perderla. |
Ya no temer6 la muerte, |
pues Tú mismo, con tu
diestra, |
de sus lazos me has
librado. |
Y, admirada mi alma, dejas |
recogerme en el rescoldo |
de tu caridad inmensa. |
¿Quién vivir sin Ti
podría, |
si eres Tú la Vida eterna? |
«Els mots confortants»,
del libro «Clarianes» |
del P. Jaume
Garcia-Estragués, C. O., (Traducción) |
8 (148) |
tuirse realizados, libre y
puramen- |
te, a Dios, que
resplandece en ellos |
como en un espejo, y que
en ellos |
se manifiesta. No costaría
nada de- |
mostrar que, de raíz,
todos los san- |
tos son artistas y poesía
de Dios |
sus palabras y sus vidas.
Y se com- |
prende, porque Dios es lo
más her- |
moso y capaz de enamorar
al cora- |
zón humano. Por eso los
santos |
hablan tanto de amor, y de
lo que |
primero fluye del amor a
Dios, que |
es la oración. |
Nosotros, que lamentamos
que |
san Felipe destruyera casi
todos |
sus escritos, cuando
miramos en |
las pocas letras que de él
nos que- |
dan, podemos confirmarnos
en lo |
que acabamos de decir, si
no nos |
lo hubieran repetidamente
decla- |
rado los que con él
convivieron. El |
tema de las reuniones del
Oratorio |
derivaba siempre hacia lo
mismo. |
Si con tanta frecuencia
servían de |
base para aquellas
conversaciones |
las poesías de lacopone da
Todi (y |
también de letra para las
composi- |
ciones musicales del
Oratorio), era |
no sólo por razones
piadosas y |
estéticas, sino porque
llevaban al |
amor a Dios y a la
oración. Así, |
por ejemplo, entre los
pocos pape- |
les de san Felipe, se
conserva toda- |
vía el esquema de un
sermón sobre |
la santidad y la creciente
esperanza |
del amor, inspirado sin
duda en la |
Lauda n. 23 del citado
lacopone |
da Todi, en cuyo poema
éste des- |
cribe el ascenso
―"la salita", la |
subida― hacia Dios
en cinco pel- |
daños, o modos progresivos
de |
amor. Los oyentes de san
Felipe |
lo debieron entender muy
bien, y |
seguramente cerró y
resumió be- |
llamente su discurso con
la lectura |
del poema. Así, viene a
decir, el |
hombre que quiera ser
santo, co- |
mienza a mirar a Dios con
gran |
respeto, con temor, pero
dándose |
cuenta de que le debe la
vida y |
por eso le mira como
Señor. La |
segunda manera me hace ver
a Dios |
con un amor que me cura,
pues me |
sana de males y pecados,
como mé- |
dico que da la salud.
Agradecido |
llego a la franqueza que
me des- |
cubre que Dios me acompaña
y |
ayuda como amigo. Pero
progresa |
el descubrimiento del amor
y la |
correspondencia que
suscita en mí, |
y lo miro como un hijo al
Padre. |
El quinto amor me conduce
a un |
desposorio transformante
―«mena- |
me ad esser desponsata en
Cristo |
transformata»―. Lo
mismo que, |
más tarde, dirá san Juan
de la Cruz |
en su Canción del Alma:
«Amado |
con amada / Amada en el
Amado |
transformada». |
Cuando tanto nos
preocupamos, |
en esta época nuestra, en
redescu- |
brir la propia identidad,
también |
los cristianos, deberíamos
darnos |
cuenta de que nuestro ser
cristia- |
nos está precisamente en
nuestra |
transformación por el
amor; está en |
asumir a Cristo y amarle.
Como los |
santos. |
9 (149) |
«Lead, kindly Light» |
(Oh luz benigna, guíame) |
Este poema, escrito poco
antes de su conversión, es, |
duda, el más conocido de
John H. Newman. Toda |
conversión es un paso o
etapa hacia la santidad, a |
través de la docilidad a
las iluminaciones de Dios. |
Aquí, aunque con otro
ritmo, damos una traducción |
de ese bello poema del
gran convertido, y fundador |
del Oratorio en
Inglaterra. |
Lead, kindly Light, amid
the encircling gloom, |
Lead thou me on; |
The nigh is dark, and I am
far from home, |
Lead thou me on. |
Keep thou my feet; I do
not ask to see |
The distant scene; on step
enough for me. |
I was not ever thus, nor
prayed that thou |
Shouldst lead me on. |
I loved to choose and see
my path; but now |
Lead thou me on. |
I loved the garish day,
and, spite of fears, |
Pride ruled my will:
remember no past years. |
So long thy power hath
blest me, sure it still |
Will lead me on |
O'er moor and fen, o'er
crag and torrent, till |
The night is gone, |
And with the morn those
Angel faces smile, |
Which I have loved long
since, and lost awhile. |
10 (150) |
Oh luz benigna, guíame, |
por entre las tinieblas
que me envuelven, |
condúceme; |
que estoy en noche oscura
y lejos del hogar, |
condúceme. |
Mantenme en el camino; ni
siquiera |
te pido ver el horizonte; |
me basta ir avanzando
lentamente. |
No siempre ha sido así, |
no siempre te pedí que me
llevaras; |
pues quise yo elegir la
senda por mí mismo; |
empero ahora guíame. |
Busqué la deslumbrante
claridad del día, |
y, ansiándola entre dudas, |
me dominó el orgullo: |
olvida mi pasado. |
Y puesto que hasta aquí me
has bendecido, |
hazlo otra vez, y guíame |
por entre los desiertos y
pantanos, |
peñascos y torrentes, |
que ya la noche acaba, |
y con la luz amaneciente, |
los rostros de los ángeles |
―que tanto amé, y
perdí por un momento― |
sonreirán de nuevo. |
11 (151) |
Historias ejemplares: |
EL P. PERE BACH |
TARGARONA |
DEL ORATORIO DE VIC |
PARA los cristianos, la
historia siem- |
pre "ejemplar"
es la de Jesucristo, |
válida para todos los
hombres, de |
todos los tiempos y
lugares. Cuando nos |
referimos a hombres y
mujeres que nos |
pueden ser ejemplo y
estímulo en la fe y |
la vida de gracia, tanto
si han recibido el |
galardón oficial de la
canonización como |
si permanecen en la
sencillez de todos |
los santos", vale la
pena que los tenga- |
mos en cuenta en la medida
en que re- |
producen a Cristo, en que
son su trasun- |
to. Nosotros, los
oratorianos, tenemos a |
nuestro Padre y Fundador
san Felipe |
Neri, de constante
referencia y, junto a |
él ―porque los
santos, como las estrellas |
del firmamento, forman
constelaciones― |
sus discípulos más
significados (Baronio, |
Ancina, Yaz, Newman…), de
su mismo |
tiempo o de otras épocas,
que han apro- |
ximado sus lucecitas a la
del resplandor |
de nuestro Patriarca, para
gloria de Dios |
y bien de la Iglesia. Es
cierto que en el |
Oratorio nunca nos hemos
preocupado |
demasiado, como
institución, en acrecen- |
tar los reconocimientos
oficiales de la |
canonización para nuestros
mejores y |
más virtuosos
predecesores. Lo cual no es |
mérito, ni demérito. Pero
tal vez por ello, |
nos hemos vuelto, con
frecuencia, a la tra- |
dición y el recuerdo de
los ejemplos de |
aquellos que intentaron,
como nosotros, |
seguir a san Felipe y
aventajaron tanto |
en su propósito, que el
hacer memoria |
de ellos nos puede servir
de estímulo, |
tanto para los que estamos
en casa, como |
para todos nuestros
amigos. En este mes |
de noviembre, que
iniciamos con la con- |
memoración de todos los
hermanos en la |
fe que no han sido
especialmente citados |
en los calendarios, pero
que la Iglesia |
nos dice que también están
con Dios |
compartiendo su vida y su
gloria, trae- |
mos a colación (sin por
ello canonizarlo) |
a este hermano nuestro,
hombre de fe y |
enamorado de la Iglesia, a
la que supo |
servir con esfuerzo y
constancia en una |
época nada fácil, que
dista de la nuestra, |
casi dos siglos, pues el
padre Bach había |
nacido en 1796. |
12 (152) |
El Oratorio de Vic |
El Oratorio de Vic había
sido fundado por el padre |
Carús, del Oratorio de
Barcelona, en 1723. El mismo pu- |
do ver concluida la
Iglesia y la casa en 1752, y conoció |
notable esplendor, no
solamente por el apostolado ejerci- |
do en aquella casi
levítica ciudad, sino, además, por la |
introducción de la música,
al estilo de san Felipe, en los |
ejercicios y charlas del
oratorio para seglares. |
No todo fueron
consolaciones ni deleites estético-pia- |
dosos, pues no tardó
aquella naciente Congregación, en |
tener que dedicar su
solicitud a los enfermos del cólera, y |
tanto, que la peste de
1821 llevó a la muerte por contagio |
a cuatro de sus miembros
que se habían prodigado en el |
servicio a los enfermos,
sin importarles exponer su vida. |
Ingreso del p. Bach |
Fue en este momento que el
padre Bach sintió que se |
le despertaba la vocación
filipense, precisamente cuando |
acababa de ser ordenado de
sacerdote. Poco después fue |
admitido en el Oratorio, a
cuyas puertas, estimulado |
por la caridad y el
ejemplo de aquella comunidad, había |
llamado con pureza de
intención. Esa buena intención le |
sirvió de mucho, porque
pruebas y penas no le faltarían |
en el futuro. Pero
igualmente no le faltarían gozos, como |
el de aconsejar y guiar
hacia la santidad a almas, enton- |
ces menos experimentadas
que él, como la del joven que |
luego sería san Antonio
María Claret, dócil, por muchos |
años, a la guía del padre
Bach (y al que tampoco faltarían |
contrariedades y pruebas). |
Treinta y algunos años
tenia el padre Bach, y su celo |
ya era anuncio de su gran
personalidad cristiana. Los |
tiempos, no obstante, no
eran tan buenos como para po- |
der confiar en visibles
prosperidades, pues la Revolución |
de 1835, entre
ambigüedades y franca persecución, vino u |
crear grandes dificultades
a la Iglesia en España, y supu- |
so el cierre de la
Congregación de Vic y la dispersión de |
la comunidad oratoriana,
fundada poco más de un siglo |
antes. |
El exilio en Niza |
y en Roma |
La borrasca no llevaba
trazas de serenarse y, después |
de intentar por un poco de
tiempo dedicarse al bien en |
una semi-clandestinidad,
comprendió que no le cabía otra |
solución que la del
exilio. En un primer momento pasó a |
Francia y se entretuvo en
Niza; allí le auxiliaron los je- |
suitas; pero enseguida
decidió continuar el camino hacia |
Roma, abandonado a la
Providencia, en pobreza y como → |
13 (153) |
peregrino. No tardó en
descubrir que Dios le hacia una |
gracia singularísima al
llevarle, no solamente al corazón |
de la Iglesia, que siglos
antes había atraído a nuestro |
Padre san Felipe, sino
porque en el Oratorio romano, |
donde fue fraternalmente
acogido, pudo completar y vi- |
gorizar su formación
filipense, como lo atestiguaría la |
avidez con que tomaba nota
de todo lo que podía servirle |
para cuando pudiera
reintegrarse a su Oratorio. Si bien, |
por un momento, dudó en
quedarse en el Oratorio de Ro- |
ma; mas fue el mismo papa,
Gregorio XVI, quien le dijo |
que «volviera a España,
apenas le fuese posible, porque |
allí tenía que hacer mucho
bien». El padre Bach recorda- |
ría muchas veces estas
palabras del papa, y las tuvo en |
cuenta como una bendición
que le acompañaba toda la |
vida. |
En Francia, |
con los emigrantes |
Volvió a España. Pero la
normalización de la Con- |
gregación de Vic lardo
todavía nueve años en lograrse. |
El no cesaba de porfiar en
el empeño restaurador. Es en |
esta época cuando
establece trato con Jaime Balmes, |
quien, conocedor de la
situación política, le aconseja y |
anima, como por otra
parte, el mismo padre Bach acon- |
seja y anima al padre
Antonio Mº Claret. El padre Bach |
TABACO, ALCOHOL, JUEGO. |
Fumar, beber alcohol,
jugar dinero, son vicios intro- |
ducidos por la vanidad, la
ociosidad o la avaricia, |
y han prosperado por el
mal ejemplo de los mayo- |
res y por la propaganda
interesada en ambientes |
culturales
subdesarrollados o desequilibrados. Ade- |
más de ser vicios
inútiles, caros y perjudiciales para |
todos, son desde luego
incompatibles con cualquier |
labor educadora. El
incauto que los hubiese contraí- |
do, puede corregirse y,
por eso, debe corregirse. Se |
lo deberían exigir, pero
sobre todo se lo agradecerán |
más tarde, los jóvenes de
nuestro tiempo, que nece- |
sitan especialmente el
ejemplo de los mayores y, con |
mayor razón, si éstos son
cristianos. |
14 (154) |
trabaja para la
restauración del Oratorio, pero no cesa |
en su apostolado, aunque
ello le suponga tener que volver |
al sur de Francia para
atender a emigrantes españoles. |
Ali tropieza con los
rigores de los jansenistas (un conser- |
vadurismo y rigorismo,
aparentemente espiritualista, sutil |
y peligroso), pero su
buena formación teológica le hace |
seguro y valiente en la
defensa de los justos criterios de |
la fe, como cuando al
tocarle asistir a unos condenados a |
muerte, se le permite que
los confiese, mas se le advierte |
que no les lleve la
Eucaristía, ni siquiera como Viático: |
«¡Yo os prometo que os
llevaré el Señor como sea!» Y lo |
cumplió, con gran
consolación de aquellos desdichados. |
Relación |
con Newman |
En este espacio de tiempo,
antes de llegar a la verda- |
dera restauración del
Oratorio de Vic, surgió el proyecto |
de hacer una fundación en
Estados Unidos, y el padre |
Bach escribió al ya
cardenal Newman, y prepósito del |
Oratorio de Birmingham,
con el fin de obtener algún pa- |
dre inglés para que,
temporalmente, pudiera colaborar en |
la fundación de América.
Newman le respondió con una |
carta memorable. Pero, al
fin, el proyecto no prosperó, |
sino que las palabras del
papa —«Vuelva a España, que |
ha de hacer mucho
bien»― se impusieron a toda vacila- |
ción. |
Paz entre España |
y la Santa Sede |
Por fin, el Concordato
entre España y la Santa Sede, |
del año 1851, hacía
posible la reapertura del Oratorio de |
Vic, y después de
prácticas y cansancios burocráticos sin |
fin, el 3 de diciembre de
1853, se abría de nuevo la iglesia |
del Oratorio y la
comunidad reemprendía, con gran |
pobreza, su permanencia
allí. Eran cinco miembros: tres |
sacerdotes y dos laicos,
todos ellos mayores de cincuenta |
años. |
El p. Bach, |
restaurador del |
Oratorio de Vic |
Lo más grande del celo y
del alma oratoriana del |
padre Bach, comienza en
este momento, que es cuando |
tendrá que vencer las
mayores tentaciones contra el des- |
aliento, a pesar de que
externamente pudiera parecer |
lo contrario, por lo menos
en algunas de las apariencias |
con que se desenvuelve la
restaurada comunidad filipen- |
se. |
Pruebas |
Pero todo esto es más
propio de una biografía que de |
un rápido recorrido sobre
los trazos de esta figura verda- |
deramente importante para
el Oratorio de Vic, y para la |
historia general del
Oratorio. Las palabras del papa, la |
experiencia de Roma, los
años de larga espera, el amor a |
15 (155) |
san Felipe y el recuerdo
del ejemplo de aquellos padres |
que conoció antes de que
murieran, cuando todavía él era |
joven, le hicieron buen
favor. En realidad, cualquier obra |
verdaderamente de Dios, en
primer lugar no está ordena- |
da a los triunfos o el
aplauso que puedan despertar desde |
fuera, ni a la eficacia
benéfica que pueda dispensar a los |
externos, sino que Dios la
suscita especialmente y en |
primer lugar, para hacer
el bien a sus actores. No es buen |
apóstol el que solo quiere
hacer el bien o hacer cosas bue- |
nas, sino el que, por
encima de todo, acepta que Dios le |
purifique y le haga bueno.
Lo demás está en aquella |
"añadidura" a la
que se refiere Jesus en el Evangelio, y |
que, por desgracia, muchas
veces olvidamos por anidad, |
por envidia o por ceder al
computable materialismo de la |
herejía que lo antepone
todo a la eficacia, y lo programa |
para el aplauso. |
No nos entretenemos en los
dolores de su alma. Se- |
guramente Dios no quiso
evitárselos para que le faltara |
La Iglesia tiene confianza
suficiente en la veracidad de su |
doctrina y en la soberanía
de su verdad, para ser paciente |
frente al error. Tiene
suficiente fe en su poder espiritual, para |
ser lenta en manifestarlo.
Puede mantener pacientemente en |
sus límites a los
indóciles y obstinados, porque conoce la gra- |
cia que contienen sus
palabras y sus sacramentos, cuando |
llega el momento oportuno
de utilizarlos. Es demasiado ge- |
nerosa para reinar usando
la violencia, pero al igual que un |
monarca que concentra en
sí todo el poder, es afectuosa co |
sus hijos, sin envidia,
porque Dios está con ella. Pero si se |
muestran recalcitrantes,
si se resisten a sus palabras, si pre- |
dican y luchan contra
ella, no tiene ni el deseo ni el deber de |
retenerlos, sino que los
deja marchar, o les obliga a hacerlo, |
para que no perviertan a
los demás. |
J. H. Newman, C. O. |
16 (156) |
tiempo a la complacencia
en el bien que iba consolidan- |
do, precisamente en
aquellos momentos en que sentía o |
le parecía que le faltaban
las fuerzas, y experimentaba |
la soledad, o por lo menos
la incomprensión, cuando no |
la hostilidad por lo que
más amaba. Pertenece a esta |
época la fundación de las
Hermanas de las Saits, la res- |
tauración de la obra de la
Caridad Cristiana, para po- |
bres y enfermos, y el
Colegio de San José, para estudian- |
tes pobres. Cada una de
estas obras requeriría un extenso |
comentario. Y le quedó
todavía tiempo, fuerzas y recursos |
para ayudar a la fundación
de las Religiosas Dominicas |
llamadas del P. Coll, que
alcanzaron luego rápida pro- |
pagación. |
El padre Bach no fue el
fundador del Oratorio, sin |
embargo por ello mismo
demuestra que no hacen falta |
títulos históricos para
hacerse dócil al querer y a las |
inspiraciones de Dios,
para santificarse y servir a la Igle- |
sia. |
Jesucristo, la Iglesia,
san Felipe. El apostolado, la |
caridad, la cultura. Con
toda la fuerza de su gran per- |
sonalidad, todavía
recordada en la ciudad por la que |
transitó tantos años, y
que iluminó, sin darse cuenta, con |
su ejemplo. |
«Nos equivocamos, decía,
cuando imaginamos que las |
cosas de este mundo son
grandes e importantes, cuando |
La verdad es que no pasan
de mera diversión». |
Su muerte |
Hombre lucido, cuando
comenzó a darse cuenta de |
Que la muerte no podía
estar muy lejos ―un año antes de |
que le visitara―
ordenó su vida de modo que tuviera más |
tiempo para sí mismo,
especialmente en lo que hacía re- |
ferencia a actividades
exteriores y cuidado de las obras |
que había fundado o
restaurado, y que estaban ya conso- |
lidadas, y se reservó la
responsabilidad que tenía al fren- |
te del Oratorio, que fue
siempre su primera dedicación. |
El Señor le favoreció con
una muerte presentida y prepa- |
rada, y se abrazó con paz
y serenidad gozosa al querer |
del Señor, y pudo expirar
en casa, rodeado de todos, des- |
pués de haberles pedido
perdón y emplazarles para el |
cielo. |
Cuando anunciaban su
muerte amanecía la Epifanía |
de 1866. |
17 (157) |
POR QUÉ NO |
SOMOS SANTOS |
NADIE quiere ser malo,
pero |
pocos quieren ser santos
y, |
entre estos pocos, son
raros |
los que pasan de la simple
pasajera |
ilusión, del
sentimentalismo oca- |
sional y vago, de la
emoción poco |
más que estética. Se
aplaza o se |
olvida la realidad del
esfuerzo sin- |
cero y perseverante,
atento a Dios, |
que solicita y enamora,
cuya gracia |
continuamente nos llama y
da fuer- |
zas, en el gozo o en la
pena. |
Queremos, o mejor
quisiéramos, |
ser santos si la santidad
fuese com- |
patible con el lastre de
pequeñas |
queridas
miserias―«que no son |
pecado»…, nos apresuramos
a de- |
cir― a las que no
renunciaríamos |
espontáneamente jamás. Si
todavía |
decimos, o siquiera
pensamos, en |
querer ser santos, queda
como una |
vanidad más para
adornarnos de |
"buenos". |
No somos santos porque
damos |
vueltas en torno a la
santidad, co- |
mo el que pasa por todas
las esqui- |
nas de una casa sin entrar
jamás |
en ella. Tememos lo que
Dios nos |
pueda pedir, y nos falta
la fe de |
confiar en él y la fuerza
de amarle |
para ir derechamente a lo
que nos |
proponga. Somos vanidosos
para |
querer parecer buenos; lo
mismo |
que somos cobardes para
ser, como |
otros, malos. Nos
complacemos, nos |
mimamos a nosotros mismos,
para |
acallar la insinuación de
la tristeza |
de creernos inútiles, como
quien |
se pone malo para que, por
lo me- |
nos así, alguien le haga
caso. Y así, |
ya no nos queda tiempo ni
humor |
para volver a pensar en
que «he- |
mos de ser santos». Por
eso, tam- |
bién, hacemos tan poco
para que |
los demás lo sean, cuando
de nos- |
otros depende que puedan
conocer |
mejor a Dios. Nuestro mal
ejemplo |
de instalados en la buena
fama de |
creyentes y hasta de
aparentemen- |
te fervorosos, no acaba de
ocultar |
que somos demasiado
egoístas. Ni |
por los hombres, ni por
Dios, deja- |
ríamos nada, si no fuese a
cambio |
de que ganáramos más en
bienestar, |
18 (158) |
en reputación, en porvenir
honra |
do. Lo de venderlo todo y
seguir a |
Cristo dondequiera que
fuese; lo de |
quemar las naves para
eliminar la |
tentación del regreso; lo
de cami- |
nar sobre las aguas sin
perder la |
fe... lo hemos dejado para
historia |
más antiguas que las
nuestras, |
para argumento de
literatura pia- |
dosa pero inútil. Vemos el
bien que |
queda por hacer, próximo y
urgen |
te y, no obstante, el celo
se nos ha |
apagado, cuando no podemos
com- |
binarlo con el disfraz de
intereses |
consuelos o vanidades. |
Cuando se nos despierta el
sen- |
timiento y casi nos parece
que, por |
fin, nos comenzamos a
convertir a |
Dios sinceramente,
acabamos com- |
probando que no es que
descubri- |
mos a Dios en nosotros,
dando al- |
dabonazos a nuestra
conciencia |
si no hemos sido nosotros
que nos |
hemos buscado en él, para
que nos |
diera el consuelo o la
sugestión ena- |
jenante y compensatoria
del des |
consuelo que nos venía de
las des |
ilusiones mundanas. |
No obstante, a pesar de
todo, de |
tantas gracias perdidas,
de tanta |
pereza de alma y de
brazos, de |
tantas fuerzas quemadas en
vani- |
dad deambulatoria, dando
vueltas |
y más vueltas sin
decidirnos a en- |
trar en los alcázares de
Dios, es |
cierto que, todavía
podríamos ser |
santos; que todavía Dios
lo espera; |
que todavía seríamos, por
fin, feli- |
ces si, de una vez,
entráramos. |
¿Por qué no vamos a |
esforzarnos sobre la |
tierra, de modo que, |
gracias a la fe, la |
esperanza y la |
caridad, con las que |
nos unimos con Cristo, |
descansemos ya con |
él en los cielos? |
Mientras él está allí, |
sigue estando con |
nosotros; mientras |
estamos aquí, |
podemos ya estar con |
él allí. Él realiza |
aquello con su |
divinidad, su poder y |
su amor: nosotros, en |
cambio, aunque no |
podemos llevarlo a |
cabo con él en la |
divinidad, sí que |
podemos con el |
amor, si va dirigido a |
él. |
San Agustin |
19 (159) |
Formación |
cristiana |
de gente joven |
(de 9 a 16 años) |
TODOS LOS DOMINGOS A LAS
12,45 |
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO |
para ayudar a los padres |
a dar ideas cristianas a
sus hijos |
LAUS |
Director: Ramon Mas
Cassanelles. Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, 1
Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 6.11.83 |
20 (160) |
|