Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 208. DICIEMBRE. Año 1983
SUMARIO
CUANDO parece que todo cambia, es que todo co-
mienza de nuevo. Y todo comienza de nuevo cuando
sentimos que Dios se acerca, que la vuelta al abso-
luto nos reclama. Ahora mismo, la humanidad en-
tera tiende los brazos ―entre miedos y esperanzas― hacia
esa novedad que ha de cambiar el mundo. Algunos, como
la Virgen, han descubierto y experimentado el misterio de
esta aproximación, de esta invasión de Dios y de su gra-
cia, y se han sentido colmados, desde su pequeñez y mi-
seria. Otros han luchado y luchan, todavía, buscando a
Dios. La misma Iglesia quiere su propia renovación. Pa-
rece como si estuviéramos en vísperas de un gran aconte-
cimiento. Para los que tenemos fe, ese acontecimiento ha
sido yes, también en la hora presente, Jesucristo.
TODO EL MISTERIO
SITIO PARA NACER Y PARA MORIR
LA ALABANZA DE LA VIRGEN A DIOS
«FIORITO È CRISTO NELLA CARNE PURA»
LO NUEVO, PARA LOS LAICOS, EN EL
NUEVO CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
1 (161)
Paz y felicidades a todos
nuestros amigos y lectores
2 (162)
Todo
el misterio
LA SUBSTANCIA de nuestra fe se contiene en la convergencia miste-
riosa de lo divino y lo humano en Jesucristo. Por esto nos llamamos
cristianos. Cada vez que pensamos en él, no podemos descomponer,
en unidades independientes, el misterio de esa convergencia, porque
todo se hace denso y compactado en él. Por ejemplo, cuando en Navidad re-
comenzamos nuestra meditación del Verbo que se encarna, no podemos
desligarla de la referencia total al resto de la entera vida temporal de Je-
sucristo, y ni aun de su trascendencia divina y eterna, más allá de lo natu-
ral y creado. Y más allá de los tiempos y edades. Dios y el hombre, el cielo
y la tierra y, en ésta, todo lo creado y contingente, convergen en la densi-
dad eterna del Hijo de Dios, desde el momento en que entró en la historia
―tiempo y espacio― con los demás hombres.
Y no es cuestión de medidas ni de buscar los equivalencias de una in-
vasión panteistizadora. Lo mismo que no se puede medir un punto, aunque
es capaz de ser la convergencia de todas las líneas, si van al infinito.
Cuando el soto de fe se densifica, Cristo no en solamente el Niño de Be-
lén, sino también el joven y el hombre de Nazaret, el Maestro de multitudes,
el sufriente, el crucificado, pero también el Hombre nuevo, que proyecta su
extensión en el mundo, que está presente en la Iglesia, más allá de los en-
voltorios en que a veces nos detenemos. Cristo es un punto que no se puede
medir, pero en el que se recoge todo lo que converge hacia Dios: todo lo que
nace, crece, se purifica y se transforma en verdad, en justicia, en bien par-
ticipado, en amor. Y es un camino: su paso por el mundo es el paso de Dios
cerca de los hombres. Es como la intersección de los planos ―el divino y el
humano―, como una línea que se hace senda para que la criatura y el Crea-
dor se encuentren, para que definitivamente la entera creación camine ha-
3 (163)
cia el proyecto eterno de felicidad compartido que Dios tiene con todas las
criaturas inteligentes en las que se ha reflejado.
Los santos, los místicos, siempre han asociado a una cara del misterio
de la fe, los demás lados y aspectos del único núcleo que la compone. Co-
mo Iacopone de Todi, que cuando habla de Cristo, no puede disociar su
infancia de su edad adulta, su silencio de sus palabras (la música también
es silencio, y el silencio también es música), su majestad de su humillación,
su nacimiento de su muerte, su encarnación de su resurrección, su huma-
nidad de su deidad. Y aún, su ser concreto de su proyección en la Iglesia
―extensión misteriosa, en la fe, en la gracia, en la caridad―, donde estamos
todos para creer en él y seguirle en su camino y alcanzarle en su meta, en
el dolor y en el amor, en la vida y en la muerte, en la fe y en la gloria. Es
decir, en el misterio total.
UN POCO DE POESÍA.
La exageración esteticista podría llevarnos a una falsa correc-
ción o elegancia aséptica e hipócrita a la vez. Tampoco sería
amor a la belleza el exhibicionismo superficial y quincallero,
fruto de la vanidad asociada a la ignorancia. Pero la belleza
es necesaria para la vida, para el corazón, para la verdad y
para el bien, aunque nos cueste definirla.
Lo bueno es bello, la verdad es bella, y de ahí viene que Dios
sea la suprema hermosura —«le beau Dieu» de aquel rostro
de Cristo, de una catedral francesa perdida entre brumas—.
No costaría demostrar que los santos fueron artistas, y no sólo
por la inmediata acción de la gracia de Dios, armonizadora
de sus vidas, sino también en sus obras, en sus palabras, en la
suprema generosidad de sus decisiones, porque fueron senci-
llos y limpios como la yerba y las flores de los campos, como
la luz de los amaneceres y de los crepúsculos.
Será porque Navidad condensa y expresa tan sublime senci-
lla belleza, que a todos estremece. Y será por la misma fuerza
de lo bello, que los poetas y los músicos, incluso cuando se
olvidan de Dios, se acercan y nos acercan a
él, queriendo o sin querer.
4 (164)
Sitio para nacer
y para morir
NO HABÍA allí sitio para ellos.
La aldea se hallaba ocupada
en otras cosas más importan-
tes, según la manera que el mundo
tiene de estimar lo que es impor-
tante. Los oficiales imperiales des-
tinados a la formación del censo de
la población eran allí los hombres
de importancia. Los viajeros y vi-
sitadores ricos reclamaban natural-
mente los mejores hospedajes. En
la mayor parte de las casas parti-
culares había huéspedes que eran
parientes los unos, amigos de los
pueblos inmediatos los más. Todo
se hallaba ocupado. El obscuro
grupo de Nazaret, aquel carpintero
de Galilea, aquella mujer Madre,
aquel Verbo oculto, no encontra-
ba allí albergue. No lo reclamaba
tampoco con demasiada importu-
nidad: rara vez la modestia es per-
suasiva. Un exterior humilde es
poco elocuente para la generosidad
de los hombres. Si Dios no produce
ruido en su propio mundo es igno-
rado, y si lo produce, es mirado
como importuno y tirano. He aquí
que llega a Belén el verdadero Cé-
sar, el rey de todos los Césares, y
ni hay sitio para él, ni se le conoce.
Es culpa suya, dirá el mundo: vie-
ne de una manera poco digna: no
presenta prueba alguna auténtica
de sus derechos. Comienza por co-
locarse en una posición falsa, por-
que viene para hacerse empadro-
nar como súbdito en vez de recla-
mar homenajes como soberano.
Obrando así, ¿espera que le com-
prenderemos y que sabremos adón-
de le hemos de encontrar y el
momento en que debemos aguar-
darle?
En la débil luz que circundaba
Belén aquella noche se descubría
una sombra del Calvario. Del mis-
mo modo que nadie en Jerusalén
quería recibirle en Semana Santa,
ni darle de comer, de manera que
se veía obligado a retirarse por la
noche a Betania; así, nadie en Be-
lén quería recibirle, ni proporcio-
narle un abrigo a cuya sombra pu-
diera nacer.
No hay nadie a quien el mundo
no conceda sin dificultad, por lo
menos, la doble hospitalidad nece-
5 (185)
saria para nacer y para morir, para
venir al mundo y para salir de él.
Y, sin embargo, ¡cómo ha tratado
al Criador en esas dos circunstan-
cias! Para nacer, Dios ha sido rele-
gado entre los animales y bestias
de carga. Aquella aldea de las más
pequeñas de la tribu decía la ver-
dad cuando decía que no tenía sitio
para lo inmenso y lo incomprensi-
ble. No; Belén no podía contener a
la que llevaba en sí al Criador del
mundo: en aquella negativa de la
hospitalidad había una verdad de
que los hombres no tenían concien-
cia. Jesús debía de nacer fuera de
los muros de Belén, como murió
fuera de los muros de Jerusalén.
Así, no tuvo verdaderamente pue-
blo natal. Animales inocentes le
acogieron, y una cavidad antigua
practicada en el suelo le ofreció
asilo un poco menos frío que el
estrellado cielo de una noche de
invierno. A los ojos de los hom-
bres, eso fue cuanto pudo hacer
para nacer, y obtener un sitio don-
de poner visiblemente sus pies so-
bre la tierra.
Del mismo modo no le fue dado
morir de muerte natural: le fue
arrancada la vida violentamente,
como cosa fatigosa e irritante, o
más bien como indigna e ignomi-
niosa. Fue sepultado a la ligera pa-
ra que su cuerpo no embarazase a
la tierra, no empañase los rayos del
sol o no ofendiese las miradas de
la ciudad regocijada el día de la
fiesta nacional. Y durante todo ese
tiempo, ¿era Dios?
Estos pensamientos, aunque muy
antiguos, son siempre nuevos. Pe-
netran más profundamente en nos-
otros a medida que nos detenemos
en ellos, lo mismo que a medida
que vamos avanzando en edad los
penetramos más completamente.
Cada vez que los meditamos, nos
sorprenden tanto como si fuera la
primera vez que pensamos en ellos.
No hay palabras que puedan ex-
presarlos: las lágrimas de los santos
dicen más que las palabras, pero
no pueden expresar el asombroso
misterio de ese Belén in hospitalario
que no quiso ceder a su Dios un
sitio para que pudiese nacer dentro
de sus muros.
Frederick William Faber, C.O.
(1814-1863)
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS
En relación con el art. 24 de la vigente Ley de Prensa e Imprenta, se
hace constar: que LAUS, Publicación del Oratorio, es propiedad de
la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri; que, económica-
mente, se sostiene con el producto del trabajo de sus miembros y de
las aportaciones espontáneas de los fieles; que Ramón Mas Cassane-
lles en el director de la revista y responsable de su contenido.
6 (166)
La alabanza
de la Virgen a Dios
El texto que sigue es del comienzo del tratado del
MAGNIFICAT, que Martin Lutero tradujo y comentó. Él
suplicaba a la Virgen que le ayudara para concluir bien
su trabajo. En ella «la amada de Dios», como la llama-
ba Lutero, tuvo lugar la síntesis de fe y de vida, que la
hizo primera cristiana e imagen de la Iglesia. Que la mis-
ma intercesión lleve por caminos de encuentro a todos los
cristianos, y aun a todos los hombres, para una común y
universal alabanza de Dios.
PARA la ordenada compren-
sión de este sagrado cántico,
es preciso tener en cuenta
que la bienaventurada virgen Ma-
ría habla en fuerza de una expe-
riencia peculiar por la que el Espí-
ritu santo la ha iluminado y adoc-
trinado. Porque es imposible enten-
der correctamente la palabra de
Dios, si no es por mediación del
Espíritu santo. Ahora bien, nadie
puede poseer esta gracia del Espí-
ritu santo, si no es quien la experi-
menta, la prueba, la siente. Y es en
esta experiencia en la que el Espí-
ritu santo enseña, como en la es-
cuela más adecuada; fuera de ella,
nada se aprende que no sea apa-
riencia, palabra hueca y charlata-
nería. Pues bien, precisamente por-
que la Virgen ha experimentado
en sí misma que Dios le ha hecho
maravillas, ha recibido del Espíritu
santo el don precioso y la sabiduría
de que Dios es un señor que no
hace más que ensalzar al que está
abajo, abajar al encumbrado y, en
pocas palabras, quebrar lo que está
hecho y hacer lo que está roto.
Porque lo mismo que al comien-
zo de la creación hizo el mundo de
la nada (por eso se llama creador y
7 (167)
omnipotente), de la misma forma
seguirá actuando hasta el final de
los tiempos de tal suerte, que lo
inexistente, lo insignificante, lo me-
nospreciado, lo miserable y lo que
está muerto lo trueca él en algo
precioso, honorable, dichoso y vi-
viente. Y por el contrario, todo lo
precioso, honrado, dichoso y vi-
viente lo transforma en nonada,
pequeñez, en despreciado, misera-
ble y perecedero. Ninguna creatura
puede obrar de esta suerte, le re-
sulta imposible crear algo de la
nada. Por eso la mirada de sus ojos
se dirige hacia abajo, no se eleva
hacia arriba...
A pesar de todo, el mundo y los
ojos humanos obran absurdamente,
sólo miran hacia arriba, quieren
subir más y más, como está escrito
en los Proverbios (cap. 30): «Es éste
un pueblo de ojos altivos, cuyos
párpados se dirigen hacia arriba».
Esto puede ser comprobado a base
de la experiencia de todos los días:
cómo lucha todo el mundo para
ascender, por el honor, por el po-
der, la riqueza, el arte, el bienvivir
y por cuanto hay de grande y ele-
vado. Todo el mundo se empeña
en estar pendiente de las personas
de este estilo, se las busca, se las
sirve con gusto, porque todos quie-
ren participar de su rango; no en
vano la sagrada Escritura reserva
el título de piadosos a tan escasos
reyes y príncipes...
Isaías profetizó (cap. 11): «Brota-
una rama del tronco de Jesé y
brotará de su raíz una flor sobre la
que se posará el Espíritu santo.
Este tronco y esta raíz son la fami-
lia de Jesé o de David, en concreto
la virgen María, y la rama y la flor
es Cristo. Ahora bien, así como no
es probable, ni siquiera creíble,
que de un tronco y una raíz secos y
podridos broten ramas y flores her-
mosas, tampoco se puede concebir
que María, la Virgen, se tornase en
madre de un hijo así. Porque yo
creo que no se le denomina tronco
y raíz únicamente por haber sido
una madre que de forma sobrena-
tural concibió virginalmente (como
resulta sobrenatural que una rama
brote de una cepa muerta), sino
también porque la rama y la fami-
lia de David, en sus tiempos y en
los de Salomón, verdearon y flore-
cieron en honor grande, en poten-
cia y prosperidad, y fueron tenidas
en gran estima incluso ante los ojos
del mundo. Pero al final, cuando
Cristo tenía que llegar, los sacerdo-
tes se habían apropiado tal honor,
eran los únicos que gobernaban, y
la casa real de David se había vis-
to reducida a la pobreza y al des-
precio. Y precisamente entonces,
cuando esta falta de vistosidad ha-
bía tocado su punto máximo, llega
Cristo para nacer de esta menos-
preciada estirpe, de esta insignifi-
cante y pobre joven; el renuevo y
la flor brotan de una persona a la
que las hijas de los señores Anás
8 (168)
y Caifás no hubieran creído digna
de ser su más humilde criada. De
esta suerte las obras y la mirada
de Dios tienden hacia la bajura, las
de los hombres sólo hacia las altu-
ras.
Y este es el motivo de su cántico
de alabanza.
Mi alma glorifica a Dios, el Señor,
y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador.
Porque se ha fijado en mí, su humilde criada;
por eso eternamente me dirán bienaventurada
las generaciones.
Porque el hacedor de todo
ha realizado maravillas conmigo,
y su nombre es santo.
12 Su misericordia se alarga de generación en generación
para todos los que le temen.
Despliega la potencia de su brazo,
y destruye a los soberbios de corazón.
Desposee a los grandes de su señorío,
y enaltece a los insignificantes,
a quienes no son nada. Irita
Sacia a los hambrientos con toda suerte de bienes,
y deja a los ricos con las manos vacías.
Acoge a su pueblo Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
conforme prometió a nuestros padres,
a Abraham y su descendencia por siempre.
 (Lucas 1, 46-55)
9 (169)
«Fiorito è Cristo nella carne pura»
Las versificaciones de Iacopone da Todi, sobre temas de
la encarnación y la pasión del Señor, no sólo sirvieron para
ser musicadas, bajo los auspicios de san Felipe, en las reu-
niones del Oratorio y cantadas para reposo del alma en la
meditación colectiva de los asistentes, sino que también
habían servido, a veces, como esquema de los sermones
o "ragionamenti" que allí se tenían, desde los principios,
cuando el número de discípulos era todavía bastante re-
ducido. La sinceridad cristiana de su poesía se avenía al
fervor de Felipe y de sus primeros hijos espirituales. Ofrece-
mos la traducción en prosa, porque representaría una tarea
relativamente ardua intentar traducir en verso el original
italiano versificado del siglo XIII. El título de esta "Lauda™
es «DE LA INCARNAZIONE DEL VERBO DIVINO». He
aquí la concatenación de estrofas que traducimos en prosa
levemente glosada.
CRISTO ha florecido en la carne pura: alégrese por ello
todo el género humano.
¡Cuán infeliz eras, oh raza de los hombres, rebajada
como la yerba seca y miserable de los campos! Pero
tu esposo te ha renovado: no seas pues ingrata para quien tan-
to te ama.
Te ama el que es flor de la pureza, nacida en el campo de
la virginidad: él es el lirio de la humanidad, lirio suave, de
excelso perfume.
Perfume divino traído del cielo, pues el cielo era el jardín
en donde estaba plantado: Dios, Padre santo, nos lo ha man-
dado, vestido de flor.
Flor de Nazaret se hizo llamar, brotó como retoño de Jesé:
para mostrarse en el tiempo florido, y darnos seguridad de su
gran amor.
Amor inmenso y caridad infinita me ha demostrado Cristo,
10 (170)
vida mía; pues tomó la naturaleza humana, unida a la deidad:
para ser la alegría completa, con beneficio inmenso y gran
honor.
Honor con humildad quiso juntar: solemnemente atrajo
multitudes e hizo que la calle y la ciudad florecieran total-
mente, mientras le reverenciaban como Señor.
Señor venerado con respeto profundo, que luego sería con-
denado en grave sentencia: pues el pueblo imprudente cam-
bió llevado de gran locura, que le hizo caer en error.
Error elegiste, oh pueblo, contra la verdad, al descargar vi-
lezas hasta amoratar su candor y convertirlo en flor dolorosa:
violeta y rosa roja de penas por amor, hasta mudarle el color.
Su color de belleza, que el oprobio de vilezas mudó en
lividez: sin llegar a sofocar la suavidad para soportar todo el
peso de la amargura, humildemente, con el esfuerzo de su
gran valor.
11 (170)
Valor poderoso, así humillado, flor olorosa pisoteada, cir-
cundada por espinas punzantes, cubierto con velo el gran
esplendor.
Esplendor que cambia en luz toda tiniebla, pero que fue
oscurecido y su luz encerrada en una tumba; pero la tumba
estaba en un jardín de flores.
La flor tendida en el sepulcro, yació así dormida; mas
presto se dispuso a renacer, resucitando en cuerpo santo, puro,
reflorecido, apareciéndose con gran fulgor.
Fulgor de amenidad que se muestra en el huerto a Magda-
lena, cuando ella lo lloraba, pues lo creía muerto, y del gran
llanto le dio consuelo, tanto, hasta dejarle absorto el amoroso
corazón.
El corazón le llevaría a confortar a los hermanos, y mu-
chos como flores nuevas, también resucitarían, y se entreten-
drían en el jardín —naciente Iglesia― con ellos, con su
pequeño rebaño recogido, cantando de amor.
Con este amor, Señor, quisiste convertir al incrédulo To-
más, cuando le mostraste las flores abiertas de tus heridas,
como si las reservaras para él, oh Tú, rosa encendida: y fue
así que no pudo contener un grito de arrepentimiento y de
fervor.
Fervor amoroso embriagado en Ti, su corazón se colmó de
gozo y fue feliz con la gloria de contemplarte, y entonces te
invocó: «Dios mío, mi Señor».
Señor de gloria que subiste al cielo, mientras la voz sonora
de los ángeles aclamaban tu ascensión: porque volvías al Pa-
dre victorioso para sentarte de nuevo en tu trono de honor.
Honor que luego compartes con tus servidores verdaderos,
pues muestras, a tus secuaces, el camino para llegar a Ti: y les
mandas tu Espíritu para que sean enardecidos con perfecto
ardor.
12 (172)
LO NUEVO, PARA LOS LAICOS
EN EL NUEVO CÓDIGO
DE DERECHO CANÓNICO
SEGURAMENTE para responder a
las voces de esperanza de tantos
miembros de la Iglesia, que desea-
ban una renovación de las leyes canóni-
cas, el papa Juan Pablo II ha elegido, en
este año de 1983, el primer día de Ad-
viento para la entrada en vigor del nue-
vo Código de Derecho Canónico. En la
const. Saerae disciplinae leges, del
25 de enero de este mismo año, expresa-
ba su deseo de que, el nuevo Código,
fuera «un eficaz instrumento que permi-
ta a la Iglesia configurarse de acuerdo al
espíritu del Concilio Vaticano II». La de-
cisión de reformar el anterior Código de
1917, había sido tomada por el papa Juan
XXIII el 25 de enero de 1959, y es ahora,
al cumplirse casi veinticinco años, cuan-
do después de trabajos y consultas, llega-
mos a esta esperada renovación jurídica
que, según advierte Juan Pablo II, no
tiene por fin «el de suplantar, en la vida
de la Iglesia, la fe de los fieles, su gracia,
sus carismas y, sobre todo, su caridad,
sino que tiende más bien a generar en
la sociedad eclesial un orden que, dando
la primacía al amor, a la gracia y al ca-
risma, facilite al tiempo su ordenado cre-
cimiento en la vida, tanto de la sociedad
eclesial, como la de todos los que perte-
necen a ellas».
Como documento útil a nuestros lecto-
res, aquí ofrecemos dos de los títulos que,
con verdadera propiedad, merecen lla-
marse "nuevos" con respecto a la ante-
rior legislación, y que se refieren a los
fieles en general (can. 208-223) y a los
laicos, o no clérigos (can. 224-231).
Con ello no se agotan ni las novedades
de alcance general que el Código contie-
ne, ni siquiera las que interesan espe-
cialmente a los fieles laicos, pero consti-
tuyen una muestra homogénea e indica-
tiva, cuyo conocimiento conviene a todo
católico, y por eso lo ofrecemos, siguien-
do la traducción autorizada por la Confe-
rencia Episcopal Española.
13 (173)
DE LOS DEBERES Y DERECHOS
DE TODOS LOS FIELES
Igualdad en
la dignidad
cristiana
208 Por su regeneración en Cristo, se da entre todos
los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad
y acción, en virtud de la cual todos, según su propia con-
dición y oficio, cooperan a la edificación del cuerpo de
Cristo.
Comunión
con la Iglesia
209 § 1. Los fieles están obligados a observar siempre
la comunión con la Iglesia, incluso en su modo de obrar.
§ 2. Cumplan con gran diligencia los deberes que
tienen tanto respecto a la Iglesia universal como en rela-
ción con la Iglesia particular a la que pertenecen, según
las prescripciones del derecho.
Deber de
la santidad
210 Todos los fieles deben esforzarse, según su propia
condición, por llevar una vida santa, así como para in-
crementar la Iglesia y promover su continua santificación.
El apostolado
211 Todos los fieles tienen el deber y el derecho de tra-
bajar para que el mensaje divino de salvación alcance más
y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero.
Fieles y jerarquía
212 §1. Los fieles, conscientes de su propia responsabi-
lidad, están obligados a seguir, por obediencia cristiana,
todo aquello que los Pastores sagrados, en cuanto repre-
sentantes de Cristo, declaren como maestros de la fe o
establezcan como rectores de la Iglesia.
§ 2. Los fieles tienen la facultad de manifestar a
los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente
las espirituales, y sus deseos.
§ 3. Tienen el derecho, ya veces incluso el deber,
en razón de su propio conocimiento, competencia y pres-
tigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión
sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de
manifestar a los demás fieles, salvando siempre la inte-
gridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia
los Pastores, y habida cuenta de la utilidad común y de
la dignidad de las personas.
14 (174)
Derechos
esenciales
213 Los fieles tienen derecho a recibir de los Pastores
sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia,
principalmente la Palabra de Dios y los Sacramentos.
214 Los fieles tienen derecho a tributar culto a Dios
según las normas del propio rito aprobado por los legíti-
mos Pastores de la Iglesia, y a practicar su propia forma
de vida espiritual, siempre que sea conforme con la doc-
trina de la Iglesia.
Derecho de
asociación
215 Los fieles tienen la facultad de fundar y dirigir
libremente asociaciones para fines de caridad o piedad
o para fomentar la vocación cristiana en el mundo, y
también a reunirse para conseguir en común esos mismos
fines.
216 Todos los fieles, puesto que participan en la misión
de la Iglesia, tienen derecho a promover y sostener la ac-
ción apostólica también con sus propias iniciativas, cada
uno según su estado condición; pero ninguna iniciativa
se atribuya el nombre de católica sin contar con el con-
sentimiento de la autoridad eclesiástica competente.
Derecho a
la educación
cristiana
217 Los fieles, puesto que están llamados por el bautis-
mo a llevar una vida congruente con la doctrina evangé-
lica, tienen derecho a una educación cristiana por la que
se les instruya convenientemente en orden a conseguir la
madurez de la persona humana y al mismo tiempo a co-
nocer y vivir el misterio de la salvación.
Libertad para
la investigación
218 Quienes se dedican a las ciencias sagradas gozan
de una cierta libertad para investigar, así como para ma-
nifestar prudentemente su opinión sobre todo aquello en
lo que son peritos, guardando la debida sumisión al ma-
gisterio de la Iglesia.
Elección de estado
219 En la elección del estado de vida, todos los fieles
tienen derecho a ser inmunes de cualquier coacción.
Derecho al honor
220 A nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena
fama de que alguien goza ni violar el derecho de cada
persona a proteger su propia intimidad.
15 (175)
221 §1. Compete a los fieles reclamar legítimamente
los derechos que tienen en la Iglesia, y defenderlos en el
fuero eclesiástico competente conforme a la norma del
derecho.
§ 2. Si son llamados a juicio por la autoridad
competente, los fieles tienen también derecho a ser juzga-
dos según las normas jurídicas, que deben ser aplicadas
con equidad.
§ 3. Los fieles tienen derecho a no ser sanciona-
dos con penas canónicas, si no es conforme a la norma
legal.
Deberes sociales
Internos y externos
222 §1. Los fieles tienen el deber de ayudar a la Igle-
sia en sus necesidades, de modo que disponga de lo nece-
sario para el culto divino, las obras apostólicas y de -
caridad el conveniente sustento de los ministros.
§ 2. Tienen también el deber de promover la jus-
ticia social, así como, recordando el precepto del Señor,
ayudar a los pobres con sus propios bienes.
Ejercicio y
regulación
de los derechos
de los fieles
223 § 1. En el ejercicio de sus derechos, tanto indivi-
dualmente como unidos en asociaciones, los fieles han de
tener en cuenta el bien común de la Iglesia, así como
también los derechos ajenos y sus deberes respecto a otros.
§ 2. Compete a la autoridad eclesiástica regular,
en atención al bien común, el ejercicio de los derechos
propios de los fieles.
DE LAS OBLIGACIONES Y DERECHOS
DE LOS FIELES LAICOS
224 Los fieles laicos, además de las obligaciones que
son comunes a todos los fieles cristianos y de los que se
establecen en otros cánones, tienen las obligaciones y los
derechos que se enumeran en los cánones de este título.
Apostolado
y testimonio
Cristiano
225 § 1. Puesto que, en virtud del bautismo y de la
confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, están
destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación
16 (178)
general, y gozan del derecho, tanto personal como asocia-
tivamente, de trabajar para que el mensaje divino de sal-
vación sea conocido y recibido por todos los hombres en
todo el mundo; obligación que les apremia todavía más
en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos
pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesu-
cristo.
§ 2. Tienen también el deber peculiar, cada uno
según su propia condición, de impregnar y perfeccionar
el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así
testimonio de Cristo, especialmente en la realización de
esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las ta-
reas seculares.
Familia y
educación
de los hijos
226 § 1. Quienes, según su propia vocación, viven en el
estado matrimonial, tienen el peculiar deber de trabajar
en la edificación del pueblo de Dios a través del matri-
monio de la familia.
§ 2. Por haber transmitido la vida a sus hijos, los
padres tienen el gravísimo deber y el derecho de educar-
les; por tanto, corresponde a los padres cristianos en pri-
mer lugar procurar la educación cristiana de sus hijos
según la doctrina enseñada por la Iglesia.
Libertad
de opinión
227 Los fieles laicos tienen derecho a que se les reco-
nozca en los asuntos terrenos aquella libertad que compe-
te a todos los ciudadanos; sin embargo, al usar de esa
libertad, han de cuidar que sus acciones estén inspiradas
por el espíritu evangélico, y han de prestar atención a la
doctrina propuesta por el magisterio de la Iglesia, evitan-
do a la vez presentar como doctrina de la Iglesia su pro-
pio criterio en materias opinables.
Cooperadores
consejeros
de los Pastores
228 § 1. Los laicos que sean considerados idóneos tie-
nen capacidad para ser llamados por los sagrados Pasto-
res para aquellos oficios eclesiásticos y encargos que pue-
den cumplir según las prescripciones del derecho.
§ 2. Los laicos que se distinguen por su ciencia,
prudencia e integridad tienen capacidad para ayudar co-
mo peritos y consejeros a los pastores de la Iglesia, tam-
bién formando parte de consejos, conforme a la norma
del derecho.
17 (177)
Los laicos
y las ciencias
sagradas
229 § 1. Para que puedan vivir según la doctrina cris-
tiana, proclamarla, defenderla cuando sea necesario y
ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los
laicos tienen el deber y el derecho de adquirir conoci-
miento de esa doctrina, de acuerdo con la capacidad y la
condición de cada uno.
§ 2. Tienen también el derecho a adquirir el cono-
cimiento más profundo de las ciencias sagradas que se
imparte en las universidades o facultades eclesiásticas o
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA.
Hace dos semanas de mi última con-
fesión. Había pensado confesarme
aquí y ahora para poder recibir
una absolución colectiva de todos
los padres sinodales. Pero sólo ten-
go tres minutos para hablar y ésos
no bastan para mi confesión. Ayer
estuve pensando sobre el Sínodo y
especialmente sobre el sacramento
de la penitencia. Había escuchado
muchas cosas sobre el mundo y bas-
tantes de ellas eran deprimentes.
Por eso, decidí recostarme bajo el
junípero del profeta, pidiendo a
Dios que se llevase mi alma, por-
que no soy mejor que mis antepasa-
dos. Así caí en un profundo sueño.
Vi entonces un cardenal que a mí
se acercaba. Era anciano y encorva-
do. Llevaba un libro bajo el brazo,
llamado «Desarrollo de la doctri-
na». Comprendí entonces que se
trataba del cardenal NEWMAN. Le
pregunté si me podía decir algo
sobre el sacramento de la peniten-
cia. Me respondió que no hablaría,
pero que leyese su libro y así po-
dría entender muchas cosas.
Luego vi a algunos cristianos de las
primeras generaciones. Me habla-
ron del sacramento y de lo que re-
presentaba para ellos. Después apa-
recieron algunos monjes irlandeses
y hablaron de forma diferente. Lle-
garon otros muchos y se marcha-
ron. Entre ellos, un sacerdote de
AUGSBURGO del siglo XII, que me
habló del modo como se procedía
en su época.
Aparecieron entonces MELANCH-
TON Y CALVINO. (Sí, creo que es-
taba también LUTERO). A todo,
les di un apretón de manos ecumé-
nico y les pregunté por el sacra-
mento de la penitencia. Hablaron
con rudeza y poca precisión sobre
el mismo, dándome a entender que
no creían en él como yo. Entonces
les pregunté a los padres de TREN-
TO. Me dijeron que ellos habían
respondido a los puntos suscitados
por los reformadores y por otros.
Entonces les pregunté si habían di-
cho todo lo que podía decirse so-
bre el sacramento sin más. No me
contestaron, lo cual tampoco me
hizo más sabio.
De repente una voz grito: «Pregun-
ta a Pedro, pregunta a Pedro»; me
pareció que todo iría bien para Pe-
dro, si él escuchaba a su pueblo y
conocía los problemas de sus pas-
tores. Entonces me dije a mí mis-
mo: Escucha a Pedros. He dicho.
Card. BASIL HUME,
Sínodo de 1983
18 (178)
en los institutos de ciencias religiosas, asistiendo a sus
clases y obteniendo grados académicos.
§ 3. Ateniéndose a las prescripciones establecidas
sobre la idoneidad necesaria, también tienen capacidad
de recibir de la legitima autoridad eclesiástica mandato
de enseñar ciencias sagradas.
Ministerios menores
y subsidiarios
230 § 1. Los varones laicos que tengan la edad y las
condiciones determinadas por decreto de la Conferencia
Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable
de lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito; sin
embargo, la colación de esos ministerios no les da derecho
a ser sustentados o remunerados por la Iglesia.
§ 2. Por encargo temporal, los laicos pueden des-
empeñar la función de lector en las ceremonias litúrgicas;
todos los laicos pueden también desempeñar las funciones
de comentador, cantor y otras, según la norma del derecho.
§ 3. Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia
y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no
sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus fun-
ciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presi-
dir las oraciones litúrgicas, administrar el Bautismo y dar
la sagrada Comunión, según lo prescrito en el derecho.
231 § 1. Los laicos que de modo permanente o tempo-
ral se dedican a un servicio especial de la Iglesia tienen
el deber de adquirir la formación conveniente que se re-
quiere para desempeñar bien su función, y para ejercerla
con conciencia, generosidad y diligencia.
§ 2. Manteniéndose lo que prescribe el can. 230
§ 1, tienen derecho a una conveniente retribución que
responda a su condición, y con la cual puedan proveer
decentemente a sus propias necesidades y a las de sus fa-
miliares, de acuerdo también con las prescripciones del
derecho civil; y tienen también derecho a que se provea
debidamente a su previsión y seguridad social y a la lla-
mada asistencia sanitaria.
Pero el nuevo Código contiene, además,
otras referencias que interesan a los lai-
cos, como la posibilidad de ser ministros
extraordinarios de algunos sacramentos
(bautismo, eucaristía) y sacramentales, y
los casos en que pueden intervenir y asu-
mir funciones administrativas y judicia-
les. Aspectos que no detallamos aquí y
ahora, porque requieren un estudio y
precisiones específicas, que desborda-
rían este espacio.
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NATIVIDAD
DE
NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
MISA DE MEDIANOCHE
LAS DEMÁS MISAS
SEGÚN EL HORARIO
DE LOS DÍAS FESTIVOS:
8 DE LA TARDE DEL SÁBADO
Y 10, 11 Y 12 DEL DOMINGO
LAUS
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