Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 209. ENERO. Año 1984
SUMARIO
MÁS QUE unas vacaciones de invierno; más que un
paréntesis idílico para recuperaciones sentimenta-
les de lazos familiares desmoronados; más, mucho
más que un pretexto para consumir o intoxicarse,
llevados por la corriente adocenada, que disimula su pri-
mitivismo irracional con la abundancia del dinero mal.
gastado... Navidad ha de ser el recuerdo agradecido de
los comienzos de la vida del Señor Jesucristo, que se hizo
hermano nuestro; ha de ser volver a él, con la fe y con la
vida. Otra clase de celebración de la Navidad, es una far-
sa; otro cristianismo, es una mentira.
CÁNTICO DE NAVIDAD
EL DIOS CONCRETO
MÁRTIRES E INOCENTES
PRIVILEGIADOS, LOS NIÑOS
ORACIÓN DE UN MÁRTIR
ESTRELLAS BAJAS
LA IGLESIA Y LOS NIÑOS
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CÁNTICO
DE NAVIDAD
¡Fecundo misterio!
¡Dios ha nacido!
¡Todo lo que nace padece y muere!
¡Ved cómo llora llanto de pena,
llanto divino!
Gustó la vida:
vierte sobre ella santo rocío...
Madre amorosa,
para muerte cría a tu niño:
mira que llora,
llora la vida: ¡tú con la vida
cierta su boca!
¡Todo el que nace padece y muere!
¡Morirá el niño muerte afrentosa!
¡Dios ha nacido!
¡No. Dios no nace!
¡Dios se ha hecho niño!
Quien se hace niño padece y muere.
¡Gracias, Dios mío!
Tú con tu muerte
nos das la vida que nunca acaba,
la vida de la vida.
Tú, Señor, vencedores de la vida
nos hiciste, tomando nuestra carne,
y, en la cruz, vencedores de la muerte,
cuando de ella en dolor te despojaste.
¡Gracias, Señor!
Gracias de haber nacido en nuestro seno,
pues al hacerte niño
nos haces dioses.
¡Gracias, Dios mío!
Miguel de Unamuno
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El Dios
concreto
EXISTE una resistencia o gravedad capaz de neutralizar el esfuerzo
para elevarnos hacia Dios; tal vez obedece a que no debemos olvidar,
demasiado de prisa, la inmediatez natural, temporal y sensible que
constituye el soporte de nuestra existencia humana, como criaturas
Pero quema, por dentro, el deseo de salir de nosotros mismos, el ansia
de superarnos para desarrollar las profundas virtualidades que se nos van
despertando y que piden sentido y exigen respuesta a un nivel de corres-
pondencia superior a todo lo que somos y lo que vemos, a todo lo que, de
inmediato, conocemos y podemos.
Los creyentes tenemos la inmensa fortuna de poder encauzar esa aper-
tura hacia Dios, que nos responde, que nos corresponde, o ―tal vez más
propiamente, que le respondemos con nuestra fe, e intentamos correspon-
derle con nuestro amor.
Este ansia o deseo profundo de superación y de trascendencia, ha sido
la sed del corazón de todos los hombres de todos los tiempos, aunque sus
manifestaciones no se hayan expresado siempre con igual precisión, o
incluso hayan sido erróneas. Y hasta contradictorias, pues han oscilado,
unas veces, perdiéndose en elevaciones conceptuales o tópicos abstractos
que han puesto a demasiada distancia la propia realidad humana de la
meta a que debe aspirar y abrirse para desarrollar armónicamente todas
sus posibilidades de crecimiento propio y de conocimiento de Dios; mien-
tras que, otras veces, han renunciado a superarse espiritualmente, hasta
rebajar sus aspiraciones a niveles inferiores a la propia naturaleza. Es así
como nos hemos podido perder en la abstracción inútil de un Dios teórica-
mente admitido, pero lejano y distante, o, para mayor comodidad, hemos
negado nuestra vocación a la trascendencia, inhibiéndonos frente a cual-
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quier esfuerzo que nos moviera de lo meramente tangible o inmediato, co-
mo si eso fuera la última frontera del sentido de nuestro ser y de la vida
del hombre. Nos hemos debatido entre los extremos de la sublimidad abs-
tracta y enajenante, por un lado, y el materialismo o panteísmo disimulado
con lascivias, pero rudo y egolátrico, por otro.
La, religiones han sido, en la mayoría de las cultures, una respuesta
más o menos sistematizada tendente a callar esas ansias profundas y,
simultáneamente, contradictorias de los hombres de todos los tiempos,
de tantas angustias y de tantas esperanzas. Pero solamente el
cristianismo ha dado n ellas la solución equilibrada, completa, espiritual
y verdaderamente digna de Dios, situada en y al Indo del hombre, desde
el mismo momento en que Dios asume al hombre en Jesucristo. Dios y
hombre.
Jesucristo no es ya el Dios abstracto, sino el Dios concreto. Para subli-
mar en abstracciones lo que Jesucristo es y lo que Jesucristo ha dicho,
sería preciso falsificar su figura Y recortar su mensaje. Por eso necesito
el contraste del dolor y de la muerte, para que no pudiera caber duda so-
bre la pureza radical de su total sinceridad. Él mismo Verdad, y testigo de
la Verdad de Dios, es la sinceridad de Dios, expresada humanamente. Na-
da tan concreto, para el hombre, como el hombre mismo. Nada tan sublime
como el hombre, cuando se hace verdad incandescente de Dios. Y todo esto
fue y es Jesucristo.
Los que confunden el bien con las riquezas;
o la esperanza con la ambición soñadora;
o la felicidad con los placeres;
o la dignidad personal con el orgullo;
o el propio valer con el desprecio ajeno;
o el derecho con la ingratitud;
o la verdad con la arrogancia…
nunca, jamás, darán crédito a los ángeles;
nunca, jamás, podrán creer en Jesucristo.
Podrán, a lo sumo, ser "partidarios" (in-
teresados) suyos, pero no "fieles";
sordos a la voz angélica
y ciegos a la luz de las estrellas.
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MÁRTIRES
E INOCENTES
SABEMOS que "mártir" quiere
decir "testigo". En cuanto a
"inocente", no necesitamos
traducir la palabra, aunque pode-
mos decir que es la mejor adjeti-
vación del testimonio, porque lo
hace puro, limpio de intereses o
significaciones ajenas a la verdad
con la vida apostada, que con el
gesto de la entrega total, el mártir
refrenda. Mártir es el que antepone
su fe en Cristo y su amor a Dios,
incondicionalmente, a costa del
sacrificio de la propia vida. Todo
apostolado, para que sea realmente
eficaz en cuanto a la autenticidad
del sentido que se da al mensaje
divino que se ofrece, ha de ser, de
algún modo, martirial; o, lo que es
lo mismo, ha de incluir la disposi-
ción profunda, por parte del após-
tol, de aceptar el riesgo de la pro-
pia inmolación. El apóstol que pre-
dica la verdad de Dios, pero que
huye ante los riesgos que siguen a
la predicación a la que ha sido lla-
mado, no es un verdadero apóstol.
Es el caso del buen pastor, que se
enfrenta a los lobos, o el mercena-
rio, que vive de su rebaño, pero
que conoce y practica la estrategia
de ponerse a salvo, abandonando
las ovejas, cuando el peligro ace-
cha. Por esto el Señor diría que
«nadie tiene amor más grande que
el que da la vida
da la vida por los que ama»,
y por esto Pascal podría afirmar
que merecen ser creídos los que
mueren por la fe que anuncian.
Apostolado y martirio fueron
juntos en la primera Iglesia. Sabe-
mos que la lista de los primeros pa-
pas se formó por cristianos que, al
aceptar el apostolado se comprome-
tían implícitamente a dar su sangre
en testimonio de la fe en Cristo. La
Iglesia no puede renunciar al apos-
tolado, ni al reconocimiento de la
sinceridad de sus apóstoles. Y cuan-
do decimos "apostolado", nos refe-
rimos, no solamente a la sucesión
legítima en el ministerio apostólico,
sino a la misión y nota común de
todo el pueblo de Dios, que es irre-
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nunciablemente apostólico, en ra-
zón de su Bautismo, que le incorpo-
ra a Cristo y le hace instrumento
vivo de su proyección en el mundo,
de modo misterioso, pero verdade-
ro y real, al ser, cada fiel, parte y
protagonista y miembro y exten-
sión de Cristo, en la iglesia y para
el mundo. Esa verdad no puede
acallarse ni esconderse. Del mismo
modo, porque es una verdad santa,
no debe utilizarse para intereses
meramente terrenos, ni exhibirse
para complacer vanidades. Pero es
una verdad "cristiana", pues quien
desprecia a un "mártir" desprecia
al primer "Mártir": quien desprecia
la sinceridad refrendada con la en-
trega de la vida, a un testigo de
Cristo, desprecia al Cristo que ha
dado testimonio del Padre, en la
Cruz.
No vale decir que hubo una "épo-
ca de mártires", situada en la leja-
nía de los tiempos. Todavía más
lejos los hubo en el Antiguo Testa-
mento, y todavía más cerca los ha
habido en los siglos sucesivos, y en
nuestros mismos días, y seguirá ha-
biéndolos en el futuro, mientras no
se apague el apostolado. Otra cosa
es que, a la hora de glorificar en la
tierra a los cristianos ejemplares,
elijamos precisamente a aquellos
que no nos pueden crear conflictos
con el mundo y sus intereses, o que
positivamente favorezcan nuestras
posiciones en él. Pero seguirá sien-
do cierto, si así lo hiciéramos, que
el silencio creado en torno a los
que generosamente dieron la vida
por Cristo, estallará, al fin de los
tiempos, como el mejor himno de
gloria a Dios y de amor a la huma-
nidad a la que ofrecían liberar con
la verdad divina que proclamaron,
si cabe, más con la efusión de su
sangre, que con la elocuencia de las
palabras.
Por esto, mientras cantan los án-
geles junto a Belén, la Iglesia, en su
liturgia, coloca inmediatamente a
mártires ―al "primer mártir", san
Esteban― y a los santos Inocentes.
Y es que Navidad no es un cuento
bucólico, sino el comienzo de un
gran anuncio que acaba más tarde
en la Cruz, no como un desastre,
sino como una verdad de amor, pu-
ra y total, de Dios a los hombres,
y de los hombres a Dios y entre
ellos mismos: la verdad que ha de
hacerles libres. Libres para poder
amar.
Esta Congregación del Oratorio de San Fe-
lipe Neri de Albacete no recibe ninguna
paga o subvención del Estado, ni tampoco
de ninguna otra entidad u organismo.
6
Privilegiados,
los niños
SUELEN SER, los niños, los pri-
vilegiados de las fiestas navi-
deñas. Y ojalá que la atención
que los mayores les prestamos en
estas jornadas, no se haya excedido
en regalos ostentosos, porque ya,
con ello, les habríamos dado el mal
ejemplo del despilfarro o cometido
la debilidad del consentimiento,
preparando así su futuro despotis-
mo, con que, orgullosos, rechaza-
rían la gratitud a los que más de-
ben. Ojalá, también, que la dulzura
que ahora derramamos sobre ellos,
no haya sido para justificar la mala
conciencia de haberles olvidado o
de haber disimulado tan torpemen-
te la carga de paciencia que a dis-
gusto les hemos dedicado el resto
del año. Las fiestas son necesarias
y la sobreabundancia de gozo bien
expresado es un elemento necesa-
rio en ellas, pero no todo se cum-
ple ni se absuelve con el exceso o
la generosidad o los mimos o com-
placencias de unos momentos, o de
unos días. Es a través de toda la
vida, y sin echar a perder cada
circunstancia, allí donde hemos de
estar atentos, con diligencia y na-
turalidad al mismo tiempo, para
conducir a los niños por la senda
que les prepara a la adultez.
La mayoría de los defectos de los
mayores son un reflejo o clara con-
secuencia, de carencias de atención
o de dedicación padecidos en la
infancia, no reducibles solamente
a la orfandad o a la falta de her-
manos en el núcleo familiar. Hay
niños cuyos padres viven contem-
poráneamente con ellos, pero que
no cumplen con sus deberes res-
pecto a los hijos, o los cumplen
mal, por dejación, por egoísmo, por
ignorancia. Todo esto no lo reme-
dían las fiestas ni los regalos de
Navidad. Hay niños espiritualmen-
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te huérfanos, aunque sus padres
estén vivos; padres que se ofende-
rían si pusiéramos en cuestión su
honradez y su dedicación. A veces
son peores padres aquellos que
solamente «ganan dinero para sus
hijos», que los padres pobres ape-
sadumbrados por la falta de pan en
la mesa familiar. Y ahora pensa-
mos especialmente en los niños de
los padres que sí les pueden ir
dando el pan, aunque sea justo, de
cada día.
Hay padres que les buscan el
pan, y les preparan de lejos el por-
venir, ya desde niños, pero que
jamás, o pocas veces, tienen tiempo
para salir sin prisas a paseo con sus
hijos pequeños, o sosiego para con-
templar sus juegos, o para hablar o
razonar a nivel de ellos, sin ago-
bios ni imposiciones. Hay niños
que experimentan la soledad y la
sensación de que estorban frente a
los mayores, porque son confiados
a otras personas, a veces relegadas
como ellos, aunque sean familiares,
o porque les recogen tarde de la
escuela o se los quitan de encima
cuanto antes; niños a los que se les
exige una fortaleza moral de adul-
tos, desproporcionada; niños a los
que se acalla dándoles dinero, para
que nos dejen libres mientras se lo
malgastan o se envician; niños que
necesitarían menos, muchas menos
cosas materiales, y sí en cambio
más, mucho más afecto e interés. Y
resulta que el niño que recibe más
cosas materiales que las que preci-
sa, se vuelve materialista, porque
lo aprende de los que así "le com-
pran" que se quede solo, o que se
vaya, o que no moleste, o que se
calle. Hay niños que reciben ala-
banzas desmesuradas, halagos que
les perjudican, solamente mientras
sus cualidades son exhibidas, co-
brándose los mayores su propia
impertinente vanidad.
Los niños así tratados, difícil-
mente podrán abrirse a los ideales
que les darían la felicidad, puesto
que ésta, casi siempre, se habrá ci-
frado en el dinero o la vanidad,
tema casi constante de las conver-
saciones de los mayores. Niños a
los que espera, como primera eti-
queta nada original de falsa adul-
tez, el precoz vicio del tabaco, o el
frenesí discotequero, o tal vez la
droga, o la vagancia, o el inútil
consumismo, mientras se creerán a
sí mismos inteligentes porque se
disponen a entrar en la vida de
adultos, esgrimiendo la sola habili-
dad de alcanzar el primer enchufe
de clase o de herencia, para pasar
a ser, en el resto de su vida, tal vez
envuelta en alguna elegancia con-
vencional, aprovechados afortuna-
dos parasitarios.
Pero una vez instalados, tampo-
co serían felices y, con frecuencia,
su infelicidad sería directamente
proporcionada a la engañosa faci-
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lidad con que les vienen los suel-
dos o las fortunas crecidas. En esta
situación, si un ideal superior de
conversión cristiana verdadera no
les lleva a transformar los plantea-
mientos esenciales y reales de toda
su vida, mal disimularán su frus-
tración con apariencias de bonda-
des inexistentes, y serán solamente
capaces de críticas negativas de los
demás (que, en realidad, les denun-
cian por contraste), e, ingratos y
resentidos, si a la vez tienen hijos,
serán doblemente incapaces de pre-
pararles para una vida feliz.
Navidad y la vida en familia, y
el pensamiento y el corazón pues-
to en los hijos, especialmente en
los más pequeños; pues los mayo-
res, respecto de ellos, nos solemos
dar cuenta de nuestros olvidos de-
masiado tarde. Navidad ha de ser
la hora de pedirle a Dios que nos
dé ilusión y generosidad, para no
dejar de lado, por nada, lo que es
más importante. Tenemos que revi-
sar nuestros particulares baremos,
nuestra escala de valores, y poner
arriba de todo lo espiritual. Y de
aquí sacaremos fuerzas y alegría
para estar, cuidar, querer y ense-
ñar a los pequeños, para que poda-
mos dejarles una herencia de fe-
licidad y sean, al mismo tiempo,
también ellos, capaces de enseñar
a ser felices a los demás. Porque,
cualquier felicidad, si no es com-
partida, es imposible.
Tuyo es el mundo,
todo y para siempre.
Mas como Tú
no necesitas nada,
Rey mío,
no le sacas gusto
a las riquezas.
¡Es lo mismo que
si no las tuvieras!
Por eso Tú,
día tras día,
me vas dando
lo que es tuyo;
y así te ganas,
día tras día,
tu reino en mí.
Día tras día
compras a mi corazón
su aurora;
y así ves
tu amor esculpido
en la estatua de mi vida.
RABINDRANATH TAGORE
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Oración de un mártir
Dietrich Bonhoeffer,
Navidad de 1943, en la cárcel de Berlín - Tegel
Oh Dios, yo te invoco al amanecer.
Ayúdame a rezar,
a recoger mis pensamientos y llevarlos a Ti;
pues yo solo no puedo conseguirlo.
En mi todo es tiniebla, pero en Ti todo es luz;
estoy solo, pero Tú no me abandonas;
desolado, pero Tú me ayudas;
intranquilo, pero en Ti hallo la paz.
En mí todo dolores, pero en Ti hallo paciencia:
aunque no entiendo tus caminos,
me abandono al camino que Tú vas abriendo ante mí.
Padre del cielo, te alabo y te doy gracias
por el descanso de esta noche,
te alabo y te doy gracias por el nuevo día,
te alabo y te doy gracias por toda tu bondad
porque has estado junto a mí toda mi vida.
Me has concedido muchas cosas buenas:
dame también ahora la de aceptar de Ti
lo que me parece tan duro.
Tú no me darás un peso
más allá de lo que soportan mis fuerzas.
Tú haces que todas las cosas
sirvan al bien máximo de tus hijos.
Señor Jesucristo, Tú fuiste pobre y miserable,
prisionero y abandonado igual que yo.
Tú conoces toda la miseria de los hombres,
Tú estás a mi lado, cuando todos me han abandonado;
Tú no me olvidas y me buscas,
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Tú quieres que te reconozca
cuando me encuentre Contigo.
Señor, yo atiendo a tu llamada y la sigo, ayúdame.
Espíritu Santo, dame la fe para vencer la desesperación,
las pasiones y los vicios,
dame amor hacia todos los hombres y amor a Dos,
para que se disuelvan todos los odios y todos los dolores;
dame esperanza para que me vea libre del miedo y del desaliento.
Dios santo y misericordioso,
creador y redentor mío,
mi juez y mi salvador,
Tú me conoces y penetras todos mis actos.
Tú odias y castigas el mal en este mundo
y en el otro, sin reparar en las personas;
Tú perdonas los pecados al que con sinceridad te pide perdón;
Tú amas el bien y resarces en esta tierra
dando consuelo a las conciencias
y en el mundo futuro con la corona de justicia.
Ante Ti me acuerdo de todos los míos,
de todos mis compañeros de cautiverio,
de todos los que aquí están cumpliendo su duro servicio.
Señor, ten piedad.
Dame otra vez la libertad
y ayúdame ya desde ahora, a que mi vida y mis actos
den testimonio de lo que te pido
ante Ti y ante todos los hombres.
Señor, sea lo que sea lo que esta jornada me depare,
bendigo por siempre tu nombre. Amén.
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Estrellas bajas
UN DÍA cualquiera,
cuando las estrellas estaban demasiado bajas,
que casi se diría que iban a desplomarse sobre los hombres,
y mientras un perro buscaba alimento
en un rincón del basurero,
yo me paré y sentí que la sangre me hervía.
Era cierto: el mundo giraba aún,
pero alguien que se llamaba Jesús
chupaba la cáscara de un plátano en un
rincón de un África miserable y lejana;
pero alguien que se llamaba Jesús
era pateado frente a la pared en una
celda de tortura latinoamericana;
pero alguien que se llamaba Jesús
se bebía las lágrimas de su propia desesperación
en un suburbio de Tokio...
Aquella noche me puse en camino,
dejé mi cuarto de estar, con el estereofónico puesto
en la «Número dos para piano y orquesta» de Rachmaninov
y el vídeo con una copia de «¡Qué verde era mi valle!»
del legendario John Ford
y me fui en busca de Jesús.
Aquella noche aprendí que no es que estuvieran bajas
las estrellas,
sino que habitaban
dentro de mí.
Khalil Gibran
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LA IGLESIA
Y LOS NIÑOS
La Iglesia
por los niños
abandonados
EN TIEMPO del papa Inocencio III, a principios
del siglo XIII, cuando, una mañana, los pes-
cadores fluviales lanzaron sus redes al Tíber
con la esperanza de alguna captura en las aguas de
aquel cauce siempre ocre ―«Tiberis rufus», lo lla-
maba el poeta―, tuvieron una macabra inesperada
sorpresa: de la corriente del río, al tirar de las redes,
en lugar de peces, sacaron algunos cadáveres de ni-
ños recién nacidos, allí arrojados. Cuando se enteró
el papa, mandó que en el Hospital de Santo Spirito,
allí contiguo, se dispusiera una espaciosa sala en
la que pudieran acogerse todos los nacidos no desea-
dos por sus padres y abandonados, para que cesaran
ocultos infanticidios. Dos siglos y medio más tarde,
san Felipe Neri, con sus amigos y primeros discípu-
los, podrían recordar, todavía, la triste historia de
aquella sala-cuna, protegida especialmente por el
papa, y tal vez de ello le viniera el afecto especial
que siempre prestó a los niños y a los más jóvenes,
que solía reunir, no muy lejos de allí, en el montí-
culo de Gianicolo, desde el que, mientras los niños
jugaban, entre lección y lección de catecismo, podía
contemplar la ciudad a sus pies, hacia la izquierda
de su vista la ya ingente mole de san Pedro y, muy
cerca de ella, los extensos tejados del «Ospedale di
Santo Spirito», cobijo de los dolores y de las mise-
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rias de los romanos más pobres, pero también templo de
la caridad de los buenos cristianos de entonces, y
tos como Felipe y su discípulo Camilo de Lelis, que luego
haría del cuidado de los enfermos pobres su vocación
apostólica, siguiendo el consejo de san Felipe.
La Iglesia siempre ha querido a los niños y a los más
jóvenes, especialmente cuando han padecido el abandono
de sus progenitores o de la sociedad. Y, en ocasiones, al
actuar y decidirse por motivos más espirituales que el res-
to de los hombres, ha corrido a remediar el mismo incom-
prensible abandono de los que olvidaban su deber, endu-
recidos por egoísmos y rudezas que, todavía en nuestra
época, y a pesar de los progresos culturales, no han sido
superadas del todo.
Existen, en la actualidad, y son dignas de alabanza,
organizaciones internacionales cuya finalidad es correr
en auxilio de la infancia hambrienta o abandonada en los
países de más atrasado nivel social y cultural. Pero es pre-
ciso no olvidar que esta loable preocupación humanitaria
es la sucesora de una larga y secular dedicación y caridad
de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos, inmediatos a
Jesucristo. Bastaría, para demostrarlo, no sólo recordar los
principios de derecho a la vida y de la igualdad substan-
cial de todo ser humano frente a Dios, sino tener en cuenta
cómo era la sociedad que la Iglesia encontró, qué actitud
tenía frente a los niños. Lo cual hace más digna de ala-
banza la valentía de la Iglesia que, aunque perseguida,
no hacía concesiones ni en la verdad que enseñaba ni en
las actitudes morales que infundía a sus fieles.
Los niños
sacrificados
Pueblos había que admitían el sacrificio de niños a la
divinidad. Los egipcios creían que para asegurar la fertili-
dad que obtenían de las tierras que bañaba el Nilo, debían
ahogar en sus aguas, cada año, a una jovencita. Inmola-
ciones sagradas de niños encontraríamos en muchos pue-
blos de todas las latitudes, tan arraigadas que, relaciona-
das con los juramentos, algunas de ellas consiguen pervivir
en medio de la cristiandad, hasta bien entrada la Edad
Media, a pesar de los castigos espirituales con que la Igle-
sia quería atajarlas.
Atenas y Roma
Pero, sin movernos de la antigüedad, sabemos que
Platón admitía que debía matarse al niño que no diera
esperanza de ser luego un ciudadano robusto. En Atenas
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el padre era dueño absoluto de la vida y de la muerte de
tu hijo recién nacido. En Esparta era una asamblea de
ancianos la que decidía si debla respetarse la vida del in-
fante o si, por la escasa esperanza en su futura robustez,
debía ser despeñado para alimento de fieras y alimañas.
En Roma, cuando hacia un niño, éste podía ser despre-
ciado libremente por el padre, en cuyo caso era lanzado
al Tíber, a no ser que algún ciudadano compasivo qu-
isiera adquirir sobre él el derecho de paternidad, lo que
equivalía, ordinariamente, a tenerlo como un esclavo o a
otros abusos. Contra éstas y otras aberraciones tuvo que
luchar denodadamente la Iglesia durante mucho tiempo,
pues lo mismo que tampoco en Israel se vieron libres de
Influencias infanticidas, más o menos sacralizadas, a cau-
sa de las vecinas culturas foráneas ―los "dioses ajenos"―
ya hemos visto cómo, en plena Edad Media, e incluso en
la misma Roma, perduraba la crueldad infanticida, no
totalmente extinguida.
Pero si hiciéramos incursiones en Groenlandia, o en
el Níger, o en Bolivia, o en el norte de Canadá, o en la
India, veríamos que también era frecuente la práctica
del infanticidio. En la misma China contemporánea, la
matanza de niños ha llegado hasta nuestros días.
El primer
Influjo
cristiano
Tanta crueldad ya llamo la atención antes del anun-
cio del cristianismo, a los poderes políticos de Atenas y
de Roma, y llegó a establecerse un castigo para los infan-
ticidas. Y no sólo esto, sino que en Atenas se creó un hos-
picio para los hijos ilegítimos abandonados, y en Roma,
el emperador Trajano ofreció subsidio para alimentar a
cinco mil niños abandonados. De modo parecido procedió
el emperador Nerva. Eran las predicaciones de san Justi-
no, de san Clemente de Alejandría, de san Cipriano, que
ejercían su influjo cristiano incluso sobre los paganos, con
independencia de que, en algún caso, los poderes políticos
de entonces se decidieran por seguir la inspiración cris-
tiana en estas materias porque, a la vez, favorecían sus
planes de repoblación humana. Hubo un progreso hacia
la humanización que limitaba el antiguo despotismo del
"paterfamilias" sobre su prole, y llegó a imponerse la
pena de muerte al infanticida. Constantino llegaría a pro-
clamar la exigencia, para los padres, de criar a los pro-
pios hijos, recordando que las necesidades de los recién
nacidos debían atenderse sin demora alguna.
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Desmoronándose ya el imperio romano, cuando se
inicia la Edad Media, que estará marcada en Europa por
una innegable influencia cristiana, hasta poder decir, de
algún modo, que Europa nace del cristianismo convertido
en cultura para todo su espacio, es la Iglesia la que toma
la iniciativa asistencial y hospitalaria de los enfermos,
de los pobres y de los niños. Esa preocupación durará a
través de los siglos, hasta que la mejor organización de
los poderes civiles caiga en la cuenta de que a ellos corres-
ponde sufragar esas necesidades, cuando otros no las atien-
dan, o que ellos mismos deben crear los instrumentos que
las palien o las remedien.
La historia
Incompleta
Se estudia la historia deprisa y sólo en las dinastías,
batallas, conquistas y glorias, y por eso nos encontramos
con tantos crasos errores, hasta llegar a la negación y a
la ingratitud de enteras generaciones que "olvidan" por
ignorancia o por resentimiento sistemático lo que todos
debemos a la Iglesia, con todos los fallos humanos e in-
cluso errores y pecados que se quiera, pero con un esfuerzo
para llevar adelante el mandato de la misericordia hacia
los cuerpos y hacia los espíritus, que, en su contempora-
neidad, nadie ha igualado, aunque hubiera poseído más
medios. O, si no ¿quién inició las universidades?, ¿quién
educó, hasta sacarlo de la rudeza, al duro hombre medie-
val?, ¿quién salvó, copiándola fielmente, la cultura griega
y romana, aun en los aspectos profanos?, ¿qué hubiese sido
de eso que ahora llamamos Europa, sin los monasterios,
lugares de oración, de estudio, de trabajo fructífero y
educador?, ¿dónde se instalaron las primeras imprentas,
que sucedían a los pacientes copistas, que recogían, como
de la flor el rocío, la sabiduría, la poesía, la ciencia, el
arte de entonces y del pasado?...
Los primeros
asilos
Esa misma Iglesia, no se resignó a sólo esta meritoria
labor, sino que acudió a socorrer las necesidades que
otros olvidaban, porque para ellos eran más importantes
las batallas o los cortejos. Por esto tuvo que ser la Iglesia
la que fundara los primeros asilos y hospitales, además
de las primeras bibliotecas, y aun antes de las bibliotecas
y universidades y monasterios. Pues san Basilio y san
Juan Crisóstomo son los que fundar los primeros hospi-
tales, que son precedentes de los actuales, en Sebaste, el
año 355, y en Cesarea, el 372. Y, después de ellos, leyes y
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costumbres, progresan en beneficio de los niños, tratados
con caridad y misericordia. En el siglo IV, en Trevisio,
junto a la puerta de la iglesia, existía una cuna de már-
mol (precedente del "torno" que nos describe la literatura
romántica del siglo XIX), donde se podían depositar los
niños no deseados por sus padres, y que los cristianos
recogían y socorrían luego con prontitud. Mejor organi-
zado encontramos el primer hospicio de niños en Milán,
a principios del siglo IX, que funciona anexionado a un
monasterio. En el siglo XII, en Florencia, es creado el
célebre hospital «degli Innocenti», luego más célebre y
decorado por Luca della Robbia, con la maravilla de sus
cerámicas blancas y azules.
"El Pare
de l'Orfe"
Más cerca de nosotros, en virtud del privilegio que
otorga el rey Pedro IV, de la corona de Aragón, surge la
primera institución en Valencia, dedicada a la protección
del niño; institución que luego será reproducida en Na-
varra, en Aragón y en Castilla. Tenía por misión la de
recoger a niños huérfanos y abandonados, a los que ali-
mentaba y educaba, y preparaba para que pudieran tra-
bajar en algún oficio, e incluso gozaban de cierta autono-
mía judicial, en los conflictos legales en que se pudieran
encontrar. Esta institución valenciana que se conocía con
el nombre de «El Pare de l'Orfe», desaparecería al rayar
el siglo XIX. Pero de allí mismo es santo Tomás de Villa-
nueva, arzobispo de la ciudad del Turia, que convierte su
palacio episcopal en Hospicio (1537) de todos los niños
abandonados de la ciudad, por lo que se le llamó el obis-
po «padre de los pobres».
Poco tiempo después, y por la repercusión que tu-
vieron estos santos ejemplos, también la villa de Madrid
abría la Casa de Expósitos (1567), y un médico turo-
lense, Jerónimo Soriano, no solamente abría un hospital
(1600), sino que escribía el primer tratado español sobre
la infancia.
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re ser, en este momento que nos toca vivir. Entre otras noticias y comenta-
rios, cada semana le llegará la cálida, luminosa y segura palabra del carde-
nal Tarancón: cada semana, un pliego monográfico sobre un tema importan-
te, como por ejemplo (en una de las de enero) sobre la LODE, o como el que
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Querer hacer la lista de los santos que tuvieron su
predilección apostólica y misericordiosa vuelta a los nitos,
sería tanto como tener que copiar la mitad de los nom-
bres del santoral, muchos de los cuales han perpetuado
su celo y su caridad en la institucionalización de sus
obras asistenciales, educativas, misioneras. No importa
que, de vez en cuando, espíritus superficiales o simple-
mente ignorantes, olviden, nieguen o falseen, de cuajo,
todo el patrimonio que debieran agradecer a los que, por
amor a Dios, tanto se han afanado haciendo bien al hom-
bre, y defendiendo su vida, y su inteligencia, con los
medios que, en cada circunstancia, parecían mejores. A
veces, el desprecio, el silencio o la burla, provienen del
falso concepto que se tiene tanto del cristianismo como
del Dios de los cristianos.
El gran
precedente
cristiano y
el presente
Por eso, junto al reconocimiento y alabanza que me-
rece la labor de la UNICEF, surgida de las Naciones
Unidas, para llamar la atención a todos los gobiernos del
mundo en favor de los niños, creemos que se puede y se
debe decir que su precedente está en la generosa obra de
la Iglesia en pro de la infancia, y, para dar solamente un
ejemplo actual, podría bastar el de señalar que hace ciento
cuarenta años que la Obra Misional de la Santa Infan-
cia había sido ya fundada, coincidiendo con la mejora
de la organización misionera en toda la Iglesia; Obra
que, en la actualidad, atiende a más de seis millones de
niños, 71.000 escuelas, 4.000 jardines de infancia y 248
orfelinatos.
Y sea entendido, todo esto, no como un triunfalismo
o desafío frente a imaginarios rivales; ni siquiera como
datos ―harto incompletos por cierto― para discutir o
avergonzar a los que combatan o desprecien la labor de
la Iglesia. Más bien lo hemos de entender como una refle-
xión debe evitar el pesimismo en nosotros mismos, los
católicos: de la misma manera que en el pasado y en difí-
ciles situaciones, la Iglesia ha logrado producir obras tan
santas para beneficio de los más abandonados, también
en nuestra época, y con nosotros, seguirá fructificando en
obras que darán gloria a Dios.
Y es que el mismo Dios, cuando vino a nosotros en for-
ma de hombre, empezó siendo niño, un niño pobre y hasta
perseguido, mas no le faltó el mejor amor junto a la cuna.
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CONCIERTOS
DE NAVIDAD
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
Sábado, 7 de enero, a las 8,30 de la tarde,
ORFEÓN DE LA MANCHA
Director: Julio Sorribes Manzana.
Domingo, 8 de enero, a las 8 de la tarde,
CORAL DE ALBACETE
Director: Ramón Sanz Vadillo.
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta San Felipe Neri, 1 Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 101/02 - 1.1.86
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