Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 209. ENERO. Año 1984 |
SUMARIO |
MÁS QUE unas vacaciones de
invierno; más que un |
paréntesis idílico para
recuperaciones sentimenta- |
les de lazos familiares
desmoronados; más, mucho |
más que un pretexto para
consumir o intoxicarse, |
llevados por la corriente
adocenada, que disimula su pri- |
mitivismo irracional con
la abundancia del dinero mal. |
gastado... Navidad ha de
ser el recuerdo agradecido de |
los comienzos de la vida
del Señor Jesucristo, que se hizo |
hermano nuestro; ha de ser
volver a él, con la fe y con la |
vida. Otra clase de
celebración de la Navidad, es una far- |
sa; otro cristianismo, es
una mentira. |
CÁNTICO DE NAVIDAD |
EL DIOS CONCRETO |
MÁRTIRES E INOCENTES |
PRIVILEGIADOS, LOS NIÑOS |
ORACIÓN DE UN MÁRTIR |
ESTRELLAS BAJAS |
LA IGLESIA Y LOS NIÑOS |
1 |
CÁNTICO |
DE NAVIDAD |
¡Fecundo misterio! |
¡Dios ha nacido! |
¡Todo lo que nace padece y
muere! |
¡Ved cómo llora llanto de
pena, |
llanto divino! |
Gustó la vida: |
vierte sobre ella santo
rocío... |
Madre amorosa, |
para muerte cría a tu
niño: |
mira que llora, |
llora la vida: ¡tú con la
vida |
cierta su boca! |
¡Todo el que nace padece y
muere! |
¡Morirá el niño muerte
afrentosa! |
¡Dios ha nacido! |
¡No. Dios no nace! |
¡Dios se ha hecho niño! |
Quien se hace niño padece
y muere. |
¡Gracias, Dios mío! |
Tú con tu muerte |
nos das la vida que nunca
acaba, |
la vida de la vida. |
Tú, Señor, vencedores de
la vida |
nos hiciste, tomando
nuestra carne, |
y, en la cruz, vencedores
de la muerte, |
cuando de ella en dolor te
despojaste. |
¡Gracias, Señor! |
Gracias de haber nacido en
nuestro seno, |
pues al hacerte niño |
nos haces dioses. |
¡Gracias, Dios mío! |
Miguel de Unamuno |
2 |
El Dios |
concreto |
EXISTE una resistencia o
gravedad capaz de neutralizar el esfuerzo |
para elevarnos hacia Dios;
tal vez obedece a que no debemos olvidar, |
demasiado de prisa, la
inmediatez natural, temporal y sensible que |
constituye el soporte de
nuestra existencia humana, como criaturas |
Pero quema, por dentro, el
deseo de salir de nosotros mismos, el ansia |
de superarnos para
desarrollar las profundas virtualidades que se nos van |
despertando y que piden
sentido y exigen respuesta a un nivel de corres- |
pondencia superior a todo
lo que somos y lo que vemos, a todo lo que, de |
inmediato, conocemos y
podemos. |
Los creyentes tenemos la
inmensa fortuna de poder encauzar esa aper- |
tura hacia Dios, que nos
responde, que nos corresponde, o ―tal vez más |
propiamente, que le
respondemos con nuestra fe, e intentamos correspon- |
derle con nuestro amor. |
Este ansia o deseo
profundo de superación y de trascendencia, ha sido |
la sed del corazón de
todos los hombres de todos los tiempos, aunque sus |
manifestaciones no se
hayan expresado siempre con igual precisión, o |
incluso hayan sido
erróneas. Y hasta contradictorias, pues han oscilado, |
unas veces, perdiéndose en
elevaciones conceptuales o tópicos abstractos |
que han puesto a demasiada
distancia la propia realidad humana de la |
meta a que debe aspirar y
abrirse para desarrollar armónicamente todas |
sus posibilidades de
crecimiento propio y de conocimiento de Dios; mien- |
tras que, otras veces, han
renunciado a superarse espiritualmente, hasta |
rebajar sus aspiraciones a
niveles inferiores a la propia naturaleza. Es así |
como nos hemos podido
perder en la abstracción inútil de un Dios teórica- |
mente admitido, pero
lejano y distante, o, para mayor comodidad, hemos |
negado nuestra vocación a
la trascendencia, inhibiéndonos frente a cual- |
3 |
quier esfuerzo que nos
moviera de lo meramente tangible o inmediato, co- |
mo si eso fuera la última
frontera del sentido de nuestro ser y de la vida |
del hombre. Nos hemos
debatido entre los extremos de la sublimidad abs- |
tracta y enajenante, por
un lado, y el materialismo o panteísmo disimulado |
con lascivias, pero rudo y
egolátrico, por otro. |
La, religiones han sido,
en la mayoría de las cultures, una respuesta |
más o menos sistematizada
tendente a callar esas ansias profundas y, |
simultáneamente,
contradictorias de los hombres de todos los tiempos, |
de tantas angustias y de
tantas esperanzas. Pero solamente el |
cristianismo ha dado n
ellas la solución equilibrada, completa, espiritual |
y verdaderamente digna de
Dios, situada en y al Indo del hombre, desde |
el mismo momento en que
Dios asume al hombre en Jesucristo. Dios y |
hombre. |
Jesucristo no es ya el
Dios abstracto, sino el Dios concreto. Para subli- |
mar en abstracciones lo
que Jesucristo es y lo que Jesucristo ha dicho, |
sería preciso falsificar
su figura Y recortar su mensaje. Por eso necesito |
el contraste del dolor y
de la muerte, para que no pudiera caber duda so- |
bre la pureza radical de
su total sinceridad. Él mismo Verdad, y testigo de |
la Verdad de Dios, es la
sinceridad de Dios, expresada humanamente. Na- |
da tan concreto, para el
hombre, como el hombre mismo. Nada tan sublime |
como el hombre, cuando se
hace verdad incandescente de Dios. Y todo esto |
fue y es Jesucristo. |
Los que confunden el bien
con las riquezas; |
o la esperanza con la
ambición soñadora; |
o la felicidad con los
placeres; |
o la dignidad personal con
el orgullo; |
o el propio valer con el
desprecio ajeno; |
o el derecho con la
ingratitud; |
o la verdad con la
arrogancia… |
nunca, jamás, darán
crédito a los ángeles; |
nunca, jamás, podrán creer
en Jesucristo. |
Podrán, a lo sumo, ser
"partidarios" (in- |
teresados) suyos, pero no
"fieles"; |
sordos a la voz angélica |
y ciegos a la luz de las
estrellas. |
4 |
MÁRTIRES |
E INOCENTES |
SABEMOS que
"mártir" quiere |
decir "testigo".
En cuanto a |
"inocente", no
necesitamos |
traducir la palabra,
aunque pode- |
mos decir que es la mejor
adjeti- |
vación del testimonio,
porque lo |
hace puro, limpio de
intereses o |
significaciones ajenas a
la verdad |
con la vida apostada, que
con el |
gesto de la entrega total,
el mártir |
refrenda. Mártir es el que
antepone |
su fe en Cristo y su amor
a Dios, |
incondicionalmente, a
costa del |
sacrificio de la propia
vida. Todo |
apostolado, para que sea
realmente |
eficaz en cuanto a la
autenticidad |
del sentido que se da al
mensaje |
divino que se ofrece, ha
de ser, de |
algún modo, martirial; o,
lo que es |
lo mismo, ha de incluir la
disposi- |
ción profunda, por parte
del após- |
tol, de aceptar el riesgo
de la pro- |
pia inmolación. El apóstol
que pre- |
dica la verdad de Dios,
pero que |
huye ante los riesgos que
siguen a |
la predicación a la que ha
sido lla- |
mado, no es un verdadero
apóstol. |
Es el caso del buen
pastor, que se |
enfrenta a los lobos, o el
mercena- |
rio, que vive de su
rebaño, pero |
que conoce y practica la
estrategia |
de ponerse a salvo,
abandonando |
las ovejas, cuando el
peligro ace- |
cha. Por esto el Señor
diría que |
«nadie tiene amor más
grande que |
el que da la vida |
da la vida por los que
ama», |
y por esto Pascal podría
afirmar |
que merecen ser creídos
los que |
mueren por la fe que
anuncian. |
Apostolado y martirio
fueron |
juntos en la primera
Iglesia. Sabe- |
mos que la lista de los
primeros pa- |
pas se formó por
cristianos que, al |
aceptar el apostolado se
comprome- |
tían implícitamente a dar
su sangre |
en testimonio de la fe en
Cristo. La |
Iglesia no puede renunciar
al apos- |
tolado, ni al
reconocimiento de la |
sinceridad de sus
apóstoles. Y cuan- |
do decimos
"apostolado", nos refe- |
rimos, no solamente a la
sucesión |
legítima en el ministerio
apostólico, |
sino a la misión y nota
común de |
todo el pueblo de Dios,
que es irre- |
5 |
nunciablemente apostólico,
en ra- |
zón de su Bautismo, que le
incorpo- |
ra a Cristo y le hace
instrumento |
vivo de su proyección en
el mundo, |
de modo misterioso, pero
verdade- |
ro y real, al ser, cada
fiel, parte y |
protagonista y miembro y
exten- |
sión de Cristo, en la
iglesia y para |
el mundo. Esa verdad no
puede |
acallarse ni esconderse.
Del mismo |
modo, porque es una verdad
santa, |
no debe utilizarse para
intereses |
meramente terrenos, ni
exhibirse |
para complacer vanidades.
Pero es |
una verdad
"cristiana", pues quien |
desprecia a un
"mártir" desprecia |
al primer
"Mártir": quien desprecia |
la sinceridad refrendada
con la en- |
trega de la vida, a un
testigo de |
Cristo, desprecia al
Cristo que ha |
dado testimonio del Padre,
en la |
Cruz. |
No vale decir que hubo una
"épo- |
ca de mártires",
situada en la leja- |
nía de los tiempos.
Todavía más |
lejos los hubo en el
Antiguo Testa- |
mento, y todavía más cerca
los ha |
habido en los siglos
sucesivos, y en |
nuestros mismos días, y
seguirá ha- |
biéndolos en el futuro,
mientras no |
se apague el apostolado.
Otra cosa |
es que, a la hora de
glorificar en la |
tierra a los cristianos
ejemplares, |
elijamos precisamente a
aquellos |
que no nos pueden crear
conflictos |
con el mundo y sus
intereses, o que |
positivamente favorezcan
nuestras |
posiciones en él. Pero
seguirá sien- |
do cierto, si así lo
hiciéramos, que |
el silencio creado en
torno a los |
que generosamente dieron
la vida |
por Cristo, estallará, al
fin de los |
tiempos, como el mejor
himno de |
gloria a Dios y de amor a
la huma- |
nidad a la que ofrecían
liberar con |
la verdad divina que
proclamaron, |
si cabe, más con la
efusión de su |
sangre, que con la
elocuencia de las |
palabras. |
Por esto, mientras cantan
los án- |
geles junto a Belén, la
Iglesia, en su |
liturgia, coloca
inmediatamente a |
mártires ―al
"primer mártir", san |
Esteban― y a los
santos Inocentes. |
Y es que Navidad no es un
cuento |
bucólico, sino el comienzo
de un |
gran anuncio que acaba más
tarde |
en la Cruz, no como un
desastre, |
sino como una verdad de
amor, pu- |
ra y total, de Dios a los
hombres, |
y de los hombres a Dios y
entre |
ellos mismos: la verdad
que ha de |
hacerles libres. Libres
para poder |
amar. |
Esta Congregación del
Oratorio de San Fe- |
lipe Neri de Albacete no
recibe ninguna |
paga o subvención del
Estado, ni tampoco |
de ninguna otra entidad u
organismo. |
6 |
Privilegiados, |
los niños |
SUELEN SER, los niños, los
pri- |
vilegiados de las fiestas
navi- |
deñas. Y ojalá que la
atención |
que los mayores les
prestamos en |
estas jornadas, no se haya
excedido |
en regalos ostentosos,
porque ya, |
con ello, les habríamos
dado el mal |
ejemplo del despilfarro o
cometido |
la debilidad del
consentimiento, |
preparando así su futuro
despotis- |
mo, con que, orgullosos,
rechaza- |
rían la gratitud a los que
más de- |
ben. Ojalá, también, que
la dulzura |
que ahora derramamos sobre
ellos, |
no haya sido para
justificar la mala |
conciencia de haberles
olvidado o |
de haber disimulado tan
torpemen- |
te la carga de paciencia
que a dis- |
gusto les hemos dedicado
el resto |
del año. Las fiestas son
necesarias |
y la sobreabundancia de
gozo bien |
expresado es un elemento
necesa- |
rio en ellas, pero no todo
se cum- |
ple ni se absuelve con el
exceso o |
la generosidad o los mimos
o com- |
placencias de unos
momentos, o de |
unos días. Es a través de
toda la |
vida, y sin echar a perder
cada |
circunstancia, allí donde
hemos de |
estar atentos, con
diligencia y na- |
turalidad al mismo tiempo,
para |
conducir a los niños por
la senda |
que les prepara a la
adultez. |
La mayoría de los defectos
de los |
mayores son un reflejo o
clara con- |
secuencia, de carencias de
atención |
o de dedicación padecidos
en la |
infancia, no reducibles
solamente |
a la orfandad o a la falta
de her- |
manos en el núcleo
familiar. Hay |
niños cuyos padres viven
contem- |
poráneamente con ellos,
pero que |
no cumplen con sus deberes
res- |
pecto a los hijos, o los
cumplen |
mal, por dejación, por
egoísmo, por |
ignorancia. Todo esto no
lo reme- |
dían las fiestas ni los
regalos de |
Navidad. Hay niños
espiritualmen- |
7 |
te huérfanos, aunque sus
padres |
estén vivos; padres que se
ofende- |
rían si pusiéramos en
cuestión su |
honradez y su dedicación.
A veces |
son peores padres aquellos
que |
solamente «ganan dinero
para sus |
hijos», que los padres
pobres ape- |
sadumbrados por la falta
de pan en |
la mesa familiar. Y ahora
pensa- |
mos especialmente en los
niños de |
los padres que sí les
pueden ir |
dando el pan, aunque sea
justo, de |
cada día. |
Hay padres que les buscan
el |
pan, y les preparan de
lejos el por- |
venir, ya desde niños,
pero que |
jamás, o pocas veces,
tienen tiempo |
para salir sin prisas a
paseo con sus |
hijos pequeños, o sosiego
para con- |
templar sus juegos, o para
hablar o |
razonar a nivel de ellos,
sin ago- |
bios ni imposiciones. Hay
niños |
que experimentan la
soledad y la |
sensación de que estorban
frente a |
los mayores, porque son
confiados |
a otras personas, a veces
relegadas |
como ellos, aunque sean
familiares, |
o porque les recogen tarde
de la |
escuela o se los quitan de
encima |
cuanto antes; niños a los
que se les |
exige una fortaleza moral
de adul- |
tos, desproporcionada;
niños a los |
que se acalla dándoles
dinero, para |
que nos dejen libres
mientras se lo |
malgastan o se envician;
niños que |
necesitarían menos, muchas
menos |
cosas materiales, y sí en
cambio |
más, mucho más afecto e
interés. Y |
resulta que el niño que
recibe más |
cosas materiales que las
que preci- |
sa, se vuelve
materialista, porque |
lo aprende de los que así
"le com- |
pran" que se quede
solo, o que se |
vaya, o que no moleste, o
que se |
calle. Hay niños que
reciben ala- |
banzas desmesuradas,
halagos que |
les perjudican, solamente
mientras |
sus cualidades son
exhibidas, co- |
brándose los mayores su
propia |
impertinente vanidad. |
Los niños así tratados,
difícil- |
mente podrán abrirse a los
ideales |
que les darían la
felicidad, puesto |
que ésta, casi siempre, se
habrá ci- |
frado en el dinero o la
vanidad, |
tema casi constante de las
conver- |
saciones de los mayores.
Niños a |
los que espera, como
primera eti- |
queta nada original de
falsa adul- |
tez, el precoz vicio del
tabaco, o el |
frenesí discotequero, o
tal vez la |
droga, o la vagancia, o el
inútil |
consumismo, mientras se
creerán a |
sí mismos inteligentes
porque se |
disponen a entrar en la
vida de |
adultos, esgrimiendo la
sola habili- |
dad de alcanzar el primer
enchufe |
de clase o de herencia,
para pasar |
a ser, en el resto de su
vida, tal vez |
envuelta en alguna
elegancia con- |
vencional, aprovechados
afortuna- |
dos parasitarios. |
Pero una vez instalados,
tampo- |
co serían felices y, con
frecuencia, |
su infelicidad sería
directamente |
proporcionada a la
engañosa faci- |
8 |
lidad con que les vienen
los suel- |
dos o las fortunas
crecidas. En esta |
situación, si un ideal
superior de |
conversión cristiana
verdadera no |
les lleva a transformar
los plantea- |
mientos esenciales y
reales de toda |
su vida, mal disimularán
su frus- |
tración con apariencias de
bonda- |
des inexistentes, y serán
solamente |
capaces de críticas
negativas de los |
demás (que, en realidad,
les denun- |
cian por contraste), e,
ingratos y |
resentidos, si a la vez
tienen hijos, |
serán doblemente incapaces
de pre- |
pararles para una vida
feliz. |
Navidad y la vida en
familia, y |
el pensamiento y el
corazón pues- |
to en los hijos,
especialmente en |
los más pequeños; pues los
mayo- |
res, respecto de ellos,
nos solemos |
dar cuenta de nuestros
olvidos de- |
masiado tarde. Navidad ha
de ser |
la hora de pedirle a Dios
que nos |
dé ilusión y generosidad,
para no |
dejar de lado, por nada,
lo que es |
más importante. Tenemos
que revi- |
sar nuestros particulares
baremos, |
nuestra escala de valores,
y poner |
arriba de todo lo
espiritual. Y de |
aquí sacaremos fuerzas y
alegría |
para estar, cuidar, querer
y ense- |
ñar a los pequeños, para
que poda- |
mos dejarles una herencia
de fe- |
licidad y sean, al mismo
tiempo, |
también ellos, capaces de
enseñar |
a ser felices a los demás.
Porque, |
cualquier felicidad, si no
es com- |
partida, es imposible. |
Tuyo es el mundo, |
todo y para siempre. |
Mas como Tú |
no necesitas nada, |
Rey mío, |
no le sacas gusto |
a las riquezas. |
¡Es lo mismo que |
si no las tuvieras! |
Por eso Tú, |
día tras día, |
me vas dando |
lo que es tuyo; |
y así te ganas, |
día tras día, |
tu reino en mí. |
Día tras día |
compras a mi corazón |
su aurora; |
y así ves |
tu amor esculpido |
en la estatua de mi vida. |
RABINDRANATH TAGORE |
9 |
Oración de un mártir |
Dietrich Bonhoeffer, |
Navidad de 1943, en la
cárcel de Berlín - Tegel |
Oh Dios, yo te invoco al
amanecer. |
Ayúdame a rezar, |
a recoger mis pensamientos
y llevarlos a Ti; |
pues yo solo no puedo
conseguirlo. |
En mi todo es tiniebla,
pero en Ti todo es luz; |
estoy solo, pero Tú no me
abandonas; |
desolado, pero Tú me
ayudas; |
intranquilo, pero en Ti
hallo la paz. |
En mí todo dolores, pero
en Ti hallo paciencia: |
aunque no entiendo tus
caminos, |
me abandono al camino que
Tú vas abriendo ante mí. |
Padre del cielo, te alabo
y te doy gracias |
por el descanso de esta
noche, |
te alabo y te doy gracias
por el nuevo día, |
te alabo y te doy gracias
por toda tu bondad |
porque has estado junto a
mí toda mi vida. |
Me has concedido muchas
cosas buenas: |
dame también ahora la de
aceptar de Ti |
lo que me parece tan duro. |
Tú no me darás un peso |
más allá de lo que
soportan mis fuerzas. |
Tú haces que todas las
cosas |
sirvan al bien máximo de
tus hijos. |
Señor Jesucristo, Tú
fuiste pobre y miserable, |
prisionero y abandonado
igual que yo. |
Tú conoces toda la miseria
de los hombres, |
Tú estás a mi lado, cuando
todos me han abandonado; |
Tú no me olvidas y me
buscas, |
10 |
Tú quieres que te
reconozca |
cuando me encuentre
Contigo. |
Señor, yo atiendo a tu
llamada y la sigo, ayúdame. |
Espíritu Santo, dame la fe
para vencer la desesperación, |
las pasiones y los vicios, |
dame amor hacia todos los
hombres y amor a Dos, |
para que se disuelvan
todos los odios y todos los dolores; |
dame esperanza para que me
vea libre del miedo y del desaliento. |
Dios santo y
misericordioso, |
creador y redentor mío, |
mi juez y mi salvador, |
Tú me conoces y penetras
todos mis actos. |
Tú odias y castigas el mal
en este mundo |
y en el otro, sin reparar
en las personas; |
Tú perdonas los pecados al
que con sinceridad te pide perdón; |
Tú amas el bien y resarces
en esta tierra |
dando consuelo a las
conciencias |
y en el mundo futuro con
la corona de justicia. |
Ante Ti me acuerdo de
todos los míos, |
de todos mis compañeros de
cautiverio, |
de todos los que aquí
están cumpliendo su duro servicio. |
Señor, ten piedad. |
Dame otra vez la libertad |
y ayúdame ya desde ahora,
a que mi vida y mis actos |
den testimonio de lo que
te pido |
ante Ti y ante todos los
hombres. |
Señor, sea lo que sea lo
que esta jornada me depare, |
bendigo por siempre tu
nombre. Amén. |
11 |
Estrellas bajas |
UN DÍA cualquiera, |
cuando las estrellas
estaban demasiado bajas, |
que casi se diría que iban
a desplomarse sobre los hombres, |
y mientras un perro
buscaba alimento |
en un rincón del basurero, |
yo me paré y sentí que la
sangre me hervía. |
Era cierto: el mundo
giraba aún, |
pero alguien que se
llamaba Jesús |
chupaba la cáscara de un
plátano en un |
rincón de un África
miserable y lejana; |
pero alguien que se
llamaba Jesús |
era pateado frente a la
pared en una |
celda de tortura
latinoamericana; |
pero alguien que se
llamaba Jesús |
se bebía las lágrimas de
su propia desesperación |
en un suburbio de Tokio... |
Aquella noche me puse en
camino, |
dejé mi cuarto de estar,
con el estereofónico puesto |
en la «Número dos para
piano y orquesta» de Rachmaninov |
y el vídeo con una copia
de «¡Qué verde era mi valle!» |
del legendario John Ford |
y me fui en busca de
Jesús. |
Aquella noche aprendí que
no es que estuvieran bajas |
las estrellas, |
sino que habitaban |
dentro de mí. |
Khalil Gibran |
12 |
LA IGLESIA |
Y LOS NIÑOS |
La Iglesia |
por los niños |
abandonados |
EN TIEMPO del papa
Inocencio III, a principios |
del siglo XIII, cuando,
una mañana, los pes- |
cadores fluviales lanzaron
sus redes al Tíber |
con la esperanza de alguna
captura en las aguas de |
aquel cauce siempre ocre
―«Tiberis rufus», lo lla- |
maba el poeta―,
tuvieron una macabra inesperada |
sorpresa: de la corriente
del río, al tirar de las redes, |
en lugar de peces, sacaron
algunos cadáveres de ni- |
ños recién nacidos, allí
arrojados. Cuando se enteró |
el papa, mandó que en el
Hospital de Santo Spirito, |
allí contiguo, se
dispusiera una espaciosa sala en |
la que pudieran acogerse
todos los nacidos no desea- |
dos por sus padres y
abandonados, para que cesaran |
ocultos infanticidios. Dos
siglos y medio más tarde, |
san Felipe Neri, con sus
amigos y primeros discípu- |
los, podrían recordar,
todavía, la triste historia de |
aquella sala-cuna,
protegida especialmente por el |
papa, y tal vez de ello le
viniera el afecto especial |
que siempre prestó a los
niños y a los más jóvenes, |
que solía reunir, no muy
lejos de allí, en el montí- |
culo de Gianicolo, desde
el que, mientras los niños |
jugaban, entre lección y
lección de catecismo, podía |
contemplar la ciudad a sus
pies, hacia la izquierda |
de su vista la ya ingente
mole de san Pedro y, muy |
cerca de ella, los
extensos tejados del «Ospedale di |
Santo Spirito», cobijo de
los dolores y de las mise- |
13 |
rias de los romanos más
pobres, pero también templo de |
la caridad de los buenos
cristianos de entonces, y |
tos como Felipe y su
discípulo Camilo de Lelis, que luego |
haría del cuidado de los
enfermos pobres su vocación |
apostólica, siguiendo el
consejo de san Felipe. |
La Iglesia siempre ha
querido a los niños y a los más |
jóvenes, especialmente
cuando han padecido el abandono |
de sus progenitores o de
la sociedad. Y, en ocasiones, al |
actuar y decidirse por
motivos más espirituales que el res- |
to de los hombres, ha
corrido a remediar el mismo incom- |
prensible abandono de los
que olvidaban su deber, endu- |
recidos por egoísmos y
rudezas que, todavía en nuestra |
época, y a pesar de los
progresos culturales, no han sido |
superadas del todo. |
Existen, en la actualidad,
y son dignas de alabanza, |
organizaciones
internacionales cuya finalidad es correr |
en auxilio de la infancia
hambrienta o abandonada en los |
países de más atrasado
nivel social y cultural. Pero es pre- |
ciso no olvidar que esta
loable preocupación humanitaria |
es la sucesora de una
larga y secular dedicación y caridad |
de la Iglesia, ya desde
los primeros tiempos, inmediatos a |
Jesucristo. Bastaría, para
demostrarlo, no sólo recordar los |
principios de derecho a la
vida y de la igualdad substan- |
cial de todo ser humano
frente a Dios, sino tener en cuenta |
cómo era la sociedad que
la Iglesia encontró, qué actitud |
tenía frente a los niños.
Lo cual hace más digna de ala- |
banza la valentía de la
Iglesia que, aunque perseguida, |
no hacía concesiones ni en
la verdad que enseñaba ni en |
las actitudes morales que
infundía a sus fieles. |
Los niños |
sacrificados |
Pueblos había que admitían
el sacrificio de niños a la |
divinidad. Los egipcios
creían que para asegurar la fertili- |
dad que obtenían de las
tierras que bañaba el Nilo, debían |
ahogar en sus aguas, cada
año, a una jovencita. Inmola- |
ciones sagradas de niños
encontraríamos en muchos pue- |
blos de todas las
latitudes, tan arraigadas que, relaciona- |
das con los juramentos,
algunas de ellas consiguen pervivir |
en medio de la
cristiandad, hasta bien entrada la Edad |
Media, a pesar de los
castigos espirituales con que la Igle- |
sia quería atajarlas. |
Atenas y Roma |
Pero, sin movernos de la
antigüedad, sabemos que |
Platón admitía que debía
matarse al niño que no diera |
esperanza de ser luego un
ciudadano robusto. En Atenas |
14 |
el padre era dueño
absoluto de la vida y de la muerte de |
tu hijo recién nacido. En
Esparta era una asamblea de |
ancianos la que decidía si
debla respetarse la vida del in- |
fante o si, por la escasa
esperanza en su futura robustez, |
debía ser despeñado para
alimento de fieras y alimañas. |
En Roma, cuando hacia un
niño, éste podía ser despre- |
ciado libremente por el
padre, en cuyo caso era lanzado |
al Tíber, a no ser que
algún ciudadano compasivo qu- |
isiera adquirir sobre él
el derecho de paternidad, lo que |
equivalía, ordinariamente,
a tenerlo como un esclavo o a |
otros abusos. Contra éstas
y otras aberraciones tuvo que |
luchar denodadamente la
Iglesia durante mucho tiempo, |
pues lo mismo que tampoco
en Israel se vieron libres de |
Influencias infanticidas,
más o menos sacralizadas, a cau- |
sa de las vecinas culturas
foráneas ―los "dioses ajenos"― |
ya hemos visto cómo, en
plena Edad Media, e incluso en |
la misma Roma, perduraba
la crueldad infanticida, no |
totalmente extinguida. |
Pero si hiciéramos
incursiones en Groenlandia, o en |
el Níger, o en Bolivia, o
en el norte de Canadá, o en la |
India, veríamos que
también era frecuente la práctica |
del infanticidio. En la
misma China contemporánea, la |
matanza de niños ha
llegado hasta nuestros días. |
El primer |
Influjo |
cristiano |
Tanta crueldad ya llamo la
atención antes del anun- |
cio del cristianismo, a
los poderes políticos de Atenas y |
de Roma, y llegó a
establecerse un castigo para los infan- |
ticidas. Y no sólo esto,
sino que en Atenas se creó un hos- |
picio para los hijos
ilegítimos abandonados, y en Roma, |
el emperador Trajano
ofreció subsidio para alimentar a |
cinco mil niños
abandonados. De modo parecido procedió |
el emperador Nerva. Eran
las predicaciones de san Justi- |
no, de san Clemente de
Alejandría, de san Cipriano, que |
ejercían su influjo
cristiano incluso sobre los paganos, con |
independencia de que, en
algún caso, los poderes políticos |
de entonces se decidieran
por seguir la inspiración cris- |
tiana en estas materias
porque, a la vez, favorecían sus |
planes de repoblación
humana. Hubo un progreso hacia |
la humanización que
limitaba el antiguo despotismo del |
"paterfamilias"
sobre su prole, y llegó a imponerse la |
pena de muerte al
infanticida. Constantino llegaría a pro- |
clamar la exigencia, para
los padres, de criar a los pro- |
pios hijos, recordando que
las necesidades de los recién |
nacidos debían atenderse
sin demora alguna. |
15 |
Desmoronándose ya el
imperio romano, cuando se |
inicia la Edad Media, que
estará marcada en Europa por |
una innegable influencia
cristiana, hasta poder decir, de |
algún modo, que Europa
nace del cristianismo convertido |
en cultura para todo su
espacio, es la Iglesia la que toma |
la iniciativa asistencial
y hospitalaria de los enfermos, |
de los pobres y de los
niños. Esa preocupación durará a |
través de los siglos,
hasta que la mejor organización de |
los poderes civiles caiga
en la cuenta de que a ellos corres- |
ponde sufragar esas
necesidades, cuando otros no las atien- |
dan, o que ellos mismos
deben crear los instrumentos que |
las palien o las remedien. |
La historia |
Incompleta |
Se estudia la historia
deprisa y sólo en las dinastías, |
batallas, conquistas y
glorias, y por eso nos encontramos |
con tantos crasos errores,
hasta llegar a la negación y a |
la ingratitud de enteras
generaciones que "olvidan" por |
ignorancia o por
resentimiento sistemático lo que todos |
debemos a la Iglesia, con
todos los fallos humanos e in- |
cluso errores y pecados
que se quiera, pero con un esfuerzo |
para llevar adelante el
mandato de la misericordia hacia |
los cuerpos y hacia los
espíritus, que, en su contempora- |
neidad, nadie ha igualado,
aunque hubiera poseído más |
medios. O, si no ¿quién
inició las universidades?, ¿quién |
educó, hasta sacarlo de la
rudeza, al duro hombre medie- |
val?, ¿quién salvó,
copiándola fielmente, la cultura griega |
y romana, aun en los
aspectos profanos?, ¿qué hubiese sido |
de eso que ahora llamamos
Europa, sin los monasterios, |
lugares de oración, de
estudio, de trabajo fructífero y |
educador?, ¿dónde se
instalaron las primeras imprentas, |
que sucedían a los
pacientes copistas, que recogían, como |
de la flor el rocío, la
sabiduría, la poesía, la ciencia, el |
arte de entonces y del
pasado?... |
Los primeros |
asilos |
Esa misma Iglesia, no se
resignó a sólo esta meritoria |
labor, sino que acudió a
socorrer las necesidades que |
otros olvidaban, porque
para ellos eran más importantes |
las batallas o los
cortejos. Por esto tuvo que ser la Iglesia |
la que fundara los
primeros asilos y hospitales, además |
de las primeras
bibliotecas, y aun antes de las bibliotecas |
y universidades y
monasterios. Pues san Basilio y san |
Juan Crisóstomo son los
que fundar los primeros hospi- |
tales, que son precedentes
de los actuales, en Sebaste, el |
año 355, y en Cesarea, el
372. Y, después de ellos, leyes y |
16 |
costumbres, progresan en
beneficio de los niños, tratados |
con caridad y
misericordia. En el siglo IV, en Trevisio, |
junto a la puerta de la
iglesia, existía una cuna de már- |
mol (precedente del
"torno" que nos describe la literatura |
romántica del siglo XIX),
donde se podían depositar los |
niños no deseados por sus
padres, y que los cristianos |
recogían y socorrían luego
con prontitud. Mejor organi- |
zado encontramos el primer
hospicio de niños en Milán, |
a principios del siglo IX,
que funciona anexionado a un |
monasterio. En el siglo
XII, en Florencia, es creado el |
célebre hospital «degli
Innocenti», luego más célebre y |
decorado por Luca della
Robbia, con la maravilla de sus |
cerámicas blancas y
azules. |
"El Pare |
de l'Orfe" |
Más cerca de nosotros, en
virtud del privilegio que |
otorga el rey Pedro IV, de
la corona de Aragón, surge la |
primera institución en
Valencia, dedicada a la protección |
del niño; institución que
luego será reproducida en Na- |
varra, en Aragón y en
Castilla. Tenía por misión la de |
recoger a niños huérfanos
y abandonados, a los que ali- |
mentaba y educaba, y
preparaba para que pudieran tra- |
bajar en algún oficio, e
incluso gozaban de cierta autono- |
mía judicial, en los
conflictos legales en que se pudieran |
encontrar. Esta
institución valenciana que se conocía con |
el nombre de «El Pare de
l'Orfe», desaparecería al rayar |
el siglo XIX. Pero de allí
mismo es santo Tomás de Villa- |
nueva, arzobispo de la
ciudad del Turia, que convierte su |
palacio episcopal en
Hospicio (1537) de todos los niños |
abandonados de la ciudad,
por lo que se le llamó el obis- |
po «padre de los pobres». |
Poco tiempo después, y por
la repercusión que tu- |
vieron estos santos
ejemplos, también la villa de Madrid |
abría la Casa de Expósitos
(1567), y un médico turo- |
lense, Jerónimo Soriano,
no solamente abría un hospital |
(1600), sino que escribía
el primer tratado español sobre |
la infancia. |
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para los de su casa. |
17 |
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vida nueva |
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la Iglesia, semana tras
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personas adultas, ayude a
todos a sintonizar con la Iglesia, tal como es y quie- |
re ser, en este momento
que nos toca vivir. Entre otras noticias y comenta- |
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mismo, y a los que están con Vd., si son cristianos. |
18 |
Querer hacer la lista de
los santos que tuvieron su |
predilección apostólica y
misericordiosa vuelta a los nitos, |
sería tanto como tener que
copiar la mitad de los nom- |
bres del santoral, muchos
de los cuales han perpetuado |
su celo y su caridad en la
institucionalización de sus |
obras asistenciales,
educativas, misioneras. No importa |
que, de vez en cuando,
espíritus superficiales o simple- |
mente ignorantes, olviden,
nieguen o falseen, de cuajo, |
todo el patrimonio que
debieran agradecer a los que, por |
amor a Dios, tanto se han
afanado haciendo bien al hom- |
bre, y defendiendo su
vida, y su inteligencia, con los |
medios que, en cada
circunstancia, parecían mejores. A |
veces, el desprecio, el
silencio o la burla, provienen del |
falso concepto que se
tiene tanto del cristianismo como |
del Dios de los
cristianos. |
El gran |
precedente |
cristiano y |
el presente |
Por eso, junto al
reconocimiento y alabanza que me- |
rece la labor de la
UNICEF, surgida de las Naciones |
Unidas, para llamar la
atención a todos los gobiernos del |
mundo en favor de los
niños, creemos que se puede y se |
debe decir que su
precedente está en la generosa obra de |
la Iglesia en pro de la
infancia, y, para dar solamente un |
ejemplo actual, podría
bastar el de señalar que hace ciento |
cuarenta años que la Obra
Misional de la Santa Infan- |
cia había sido ya fundada,
coincidiendo con la mejora |
de la organización
misionera en toda la Iglesia; Obra |
que, en la actualidad,
atiende a más de seis millones de |
niños, 71.000 escuelas,
4.000 jardines de infancia y 248 |
orfelinatos. |
Y sea entendido, todo
esto, no como un triunfalismo |
o desafío frente a
imaginarios rivales; ni siquiera como |
datos ―harto
incompletos por cierto― para discutir o |
avergonzar a los que
combatan o desprecien la labor de |
la Iglesia. Más bien lo
hemos de entender como una refle- |
xión debe evitar el
pesimismo en nosotros mismos, los |
católicos: de la misma
manera que en el pasado y en difí- |
ciles situaciones, la
Iglesia ha logrado producir obras tan |
santas para beneficio de
los más abandonados, también |
en nuestra época, y con
nosotros, seguirá fructificando en |
obras que darán gloria a
Dios. |
Y es que el mismo Dios,
cuando vino a nosotros en for- |
ma de hombre, empezó
siendo niño, un niño pobre y hasta |
perseguido, mas no le
faltó el mejor amor junto a la cuna. |
19 |
CONCIERTOS |
DE NAVIDAD |
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO |
Sábado, 7 de enero, a las
8,30 de la tarde, |
ORFEÓN DE LA MANCHA |
Director: Julio Sorribes
Manzana. |
Domingo, 8 de enero, a las
8 de la tarde, |
CORAL DE ALBACETE |
Director: Ramón Sanz
Vadillo. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, 1
Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 101/02 - 1.1.86 |
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