Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 211. MARZO. Año 1984 |
SUMARIO |
LA VIDA como vocación.
Sentirnos "llamados" por |
Dios y, enseguida, tratar
con toda la buena volun- |
tad, de responderle
―de corresponderle― con todas |
nuestras fuerzas. Y
rogarle ―y si no, ¿para qué sirve |
la oración?―, cada
día, que no se nos marchite el gozo de |
la primera generosidad,
cuando estrenábamos el camino |
hacia él. Cualquiera que
sea nuestro camino, porque ca- |
mino bueno hacia Dios lo
es todo lo que, mejor, nos con- |
duce ―"me"
conduce― a él. Por encima de leyes y deberes |
―superándolos―,
persiguiendo el entusiasmo del ideal y |
la grandeza y libertad del
amor. |
TODO COMIENZA Y DEPENDE DE
LA |
EL PELIGRO DE DIOS |
DIOS LLAMA A TODOS |
VENÍOS CONMIGO |
ANTI-GÉNESIS |
LA VOCACIÓN EN LA BIBLIA |
1 (41) |
TODO COMIENZA |
Y DEPENDE DE LA FE |
Hemos de mirar todas las
cosas desde el punto de |
vista de la fe, desde el
punto de vista sobrenatural, |
porque es el único
verdadero. Después ordenemos |
nuestros actos de acuerdo
con nuestra fe, hagamos |
todas las cosas guiados
por su luz. Cumplidas estas |
condiciones podemos decir
que la fe se nos traduce |
en amor, pues se vuelve
prácticamente perfecta, |
porque el alma se dedica
por el amor a obras de fe. |
Y a medida que avanzamos
en la fe, ésta se hace |
más firme, más ardiente,
más activa, y abunda más |
y más la alegría en
nuestra alma. La claridad se |
añade a la claridad; la
esperanza ve cómo sus ho- |
rizontes se dilatan y se
hace más robusta; y el amor |
crece y convierte en más
fáciles las cosas que pare- |
cían difíciles. Ocurre
aquello del salmo que dice: |
«me siento correr por los
caminos del Señor». |
En la bienaventuranza
eterna, la fuente de nuestra |
alegría, será la segura
posesión, perfecta e inami- |
sible, del Bien soberano e
inmutable, en la plena |
luz de la gloria. En la
tierra, la fuente de nuestra |
alegría, es el comienzo de
la posesión de Dios, la |
unión anticipada con Dios:
y esta posesión, esta |
unión es tanto más
profunda cuanto más bañados |
estamos por la luz de la
fe. |
Columba Marmión |
2 (42) |
El peligro |
de Dios |
DIOS da respeto. Tanto,
que algunos, sin pararse a pensar, suprimen |
―mejor, intentan
suprimir, el problema "huyo" de Dios. Constituyen |
la grande leva hodierna de
los que, sin más pensarlo, se proclaman |
Agnósticos. Otros van más
lejos, y se confiesan ateos. |
Pero no acaban ahí las
formas definidas de inhibición o fuga ―más |
bien huida― de Dios.
Porque es grande el número de los que, sin oscurecer |
en apariencia la
aceptación mental ―apenas fe― del Dios verdadero, detie- |
nen sin embargo toda
posible ulterior exigencia divina que pretendiera ex- |
cederse de los códigos
concretos, calificados "religiosos", aunque manipu- |
lados para que se presten,
sin demasiadas dificultades o renuncias, a una |
interesada interpretación
domesticada: útil para servir de tranquilizante de |
conciencias, con tal que
se respeten en sus mininos legales. Esa reducción |
mundanizada de Dios
―de Dios útil para la sola dimensión ética complemen- |
taria, o sentimental, o
sugestiva y enajenante― constituye la base de la |
"prudencia" bien
entendida según el mundo, solamente adjetivado de cris- |
tiano. Hay que tratar a
Dios como si las mayores exigencias divinas sola- |
mente se puedan referir a
los demás, o que fueron siempre aplazables 0- |
por lo menos, reducibles a
la medida de los mínimos, como se trata a Ha- |
cienda, para evitar que
nos multe o sancione; y por esto se observan |
ciertos códigos que parece
que permiten darle a Dios una parte (la más |
pequeña posible), pero no
la totalidad de nuestro ser se trata de" defen- |
derse" de Dios a
cambio de obligaciones mínimas simbólicas, reclamán- |
dole, por otra parte, la
utilidad de alguna contraprestación a cambio. |
Es así que tanto los que
rebajan o alejan las exigencias de Dios, como |
los que apuntalan dudas o
enmascaradas idolatrías, no pretenden otra co- |
sa que situarse en
posiciones y razonamientos compatibles con su propio |
egocentrismo, que se
resiste a pensar ―tal vez a rendirse― frente al impo- |
nente, aunque dulcísimo,
misterio de la trascendencia. Tal vez momentá- |
neamente sentimentales,
pero jamás enamorados, de Dios no les interesa |
nada, o sólo el adorno de
pequeñas curiosidades teóricas, o perecederas |
3 (43) |
fantasía, estéticas, o
algún principio ético ineficaz por aburguesado y aco- |
modaticio, que ni sirve
para hacerles buenos, ni para hacer el bien a los |
demás. |
Perfumados por fuera, pero
reseco el corazón por dentro, son incapa- |
ces para el amor, por
haber huido de él, o por atrofia, o por simple miedo |
egoísta. Dios se les
antoja peligroso. En realidad llevan alguna razón, por- |
que el peligro está en que
su preciso usar el corazón, todo el corazón, y |
amar. Amar, «con todo el
corazón, con toda el alma, con todo el espíritu, con |
todas las fuerzas» (Mc 12,
30). Amar no es medir, porque medir es calcular, |
y calcular es temer, con
el temor que hace imposible el amor, cuando no se |
puede o no se sabe, o no
se quiere amar, es imposible conocer a Dios, por- |
que Dios es amor (1 Jn 4.
8). |
El drama está en que, sin
amar ―amar verdaderamente― no podemos |
ser felices. No basta el
solo pensamiento (por eso no huye de pensar), ni es |
posible una fe aséptica.
La fe en el Dios cristiano no es verdadera fe si le |
falta la incandescencia
del amor. Ese amor que a veces da miedo, simple- |
mente porque ha de ser
total. |
EL REINO |
EN MEDIO |
DE NOSOTROS. |
Decir que el Reino de Dios
no es de este mundo, es verdad, pe- |
ro sólo a medias. Está
también en medio de nosotros. Está como |
la mostaza, la semilla y
la levadura. Sus frutos pueden ser sa- |
boreados ya desde ahora.
Nos impulsa no sólo a decir que no |
al orgullo y a las
pretensiones del hombre, sino que nos invita |
a decir que sí, siempre
que la era mesiánica irrumpe en nues- |
tro mundo de tinieblas.
Requiere que seamos específicos y con- |
cretos, no sólo en lo que
rechazamos, sino también en lo que |
elegimos y apoyamos. |
Ciertamente que, todo
esto, puede dar lugar a errores y es por |
ello que, al descubrirlos
exigen nuestro arrepentimiento, y |
además que nos sometamos a
un continuo examen; pero nada |
es más erróneo,
moralmente, que pretender responder a una |
cuestión ética limitándose
a pronunciar afirmaciones genéri- |
cas, cuando la situación
requiere una respuesta específica. |
Harvey Cox, |
en The Secular City Debate |
4 (44) |
DIOS LLAMA A TODOS |
EL GRADO y número de las |
respuestas dadas al llama- |
miento de Dios, en esta
for- |
ma que entendemos por
"vocación", |
no depende, en primer
lugar, de la |
propaganda vocacional que
haya- |
mos montado o difundido.
Como |
todos los medios humanos,
aun los |
empleados para cosas
buenas, no se |
libran del riesgo de la
ambigüedad. |
Es cierto que faltan
vocaciones; |
cierto que "la mies
es mucha y los |
operarios pocos";
cierto que hay |
que ir recordando a
hombres y mu- |
jeres jóvenes, uno a uno,
que pue- |
den ser llamados por Dios
para una |
entrega total,
incondicionada, a su |
Reino. Pero la razón
primera del |
que ha de responder a
Dios, no es- |
tá en esa carencia de
brazos para |
la gran tarea. Es verdad
que el Se- |
ñor dijo a los primeros
que lo de- |
jaron todo por el
Evangelio: "os |
haré pescadores de
hombres"; pero |
antes les había dicho:
"venid, se- |
guidme". La vocación
no es "ir a |
hacer" ―aunque
sea grande y her- |
moso el campo del mundo,
para |
trabajarlo para
Dios―, sino en "se- |
guir" a Cristo, en
imitarle, conti- |
nuarle, vivirle,
reproducirse en él; |
el "vivir a
Cristo" de san Pablo. Lo |
demás, por grande, por
necesario y |
urgente que pueda parecer,
es sola- |
mente una consecuencia, un
efecto |
del seguimiento total.
Otra cosa se- |
ría reducir a decoroso
profesiona- |
lismo, cuando no promoción
tem- |
poral, mundana, lo más
sublime y |
profundo a la vez del
misterio del |
llamamiento divino. |
Y ahí está lo esencial.
Porque to- |
dos los cristianos —de
diversas ma- |
neras, pero en la
totalidad de la vi- |
da―, hemos sido
llamados al segui- |
miento de Cristo. Y
seguirlo, no |
por el gusto o capricho o
costum- |
bre o conveniencia o
cultura, sino |
seguirlo con fe, por
encima de toda |
otra razón (aunque no
contradice |
el orden creado, pero lo
supera). |
Cuando nos parece que
faltan |
vocaciones o padecemos por
los |
abandonos que nos han
diezmado |
5 (45) |
en los últimos tiempos, la
pregunta |
que debemos formularnos
está en |
el mismo Evangelio y la
hace el |
Señor cuando dice: «Si
vuelve e |
Hijo del hombre, ¿pensáis
que en- |
contrará fe en la tierra»,
fe bastan- |
te en los suyos? Porque
los cristia- |
nos, en general, solemos
desear que |
no falten sacerdotes ni
institucio- |
nes eclesiales que
aseguren los ser |
vicios y apostolados que
la Iglesia |
atiende (culto, enseñanza,
benefi- |
cencia, ciertas
aportaciones cultu- |
rales y hasta
folklóricas). Pensa- |
mos, con razón, que ello
es bueno, |
y que así se mantienen
principios |
y obras que nos benefician
moral |
y socialmente. Todo esto
nos satis- |
face pacíficamente con tal
que Dios |
mismo no se nos aproxime
dema- |
siado, porque cuando la
voz o el |
misterio de su llamamiento
nos ro- |
za y pide algo de nosotros
mismos, |
o a un ser querido, o
exige un |
abandono total para
transformar la |
vida, con desprendimiento
absolu- |
to de lo que nos retiene o
codicia- |
mos, se nos hace muy
cuesta arriba |
responder positivamente al
divino |
llamamiento. O damos la
respuesta |
con mitigaciones que no
niegan la |
radicalidad de los
principios |
veces nos adornamos con
ellos |
pero rebajan en la
práctica su apli- |
cación, o compensan con
otros ha- |
lagos o satisfacciones, en
el fondo |
terrenas, los
"empobrecimientos" |
que decimos aceptar por
Dios. Un |
ejemplo: cuando san
Francisco de |
Sales declaró a su familia
(cristia- |
na, por supuesto, y de
posición |
social distinguida) que
quería con- |
sagrarse a Dios, se
produjo una |
situación dramática
imposible de |
solucionar, en apariencia,
por ca- |
minos razonables y
pacíficos. Pero |
a nivel familiar las cosas
se serena- |
ron y se retiró la cerrada
oposi- |
ción, apenas el obispo que
lo iba a |
recibir ofreció al
virtuoso joven, |
a pesar de su edad, una
canonjía. |
¡Menos mal que no tomó
como ins- |
talación, ni como peana
intencio- |
nada para futuros
ascensos, esta |
salida, y por eso mismo
pudo, a |
pesar de ello, llegar a la
santidad |
y a prestar grandes
servicios a la |
Iglesia! |
En la elección del estado
de vida, todos los fieles tienen derecho |
a ser inmunes de cualquier
coacción.— CIC, can. 219. |
Tengan todos bien
entendido que la profesión de los consejos evan- |
gélicos, aunque implica la
renuncia de bienes que indudablemente |
han de ser estimados en
mucho, no es, sin embargo, un impedi- |
mento para el verdadero
desarrollo de la persona humana, sino |
que, por su misma
naturaleza, la favorece grandemente. Porque |
los consejos evangélicos,
aceptados voluntariamente según la vo- |
cación personal de cada
uno, contribuyen no poco a la purificación |
del corazón y la libertad
de espíritu.― Vaticano II LG, 46. |
|
6 (46) |
El problema siempre es la
fe. |
Fiarse de Dios; fiarse
totalmente de |
Dios. Por eso, para que
haya ver- |
daderas y buenas
vocaciones, es |
preciso partir, antes que
nada, de |
la fe de cada cristiano.
Podríamos |
afirmar que tendremos
todas las |
vocaciones que hagan falta
cuando |
miremos más a Dios, uno a
uno, |
que no al campo de la
mies, con |
ser mucha. El que se
entregue a |
Dios lo ha de hacer, en
primer lu- |
gar, no "porque hace
falta" para |
las actividades de la
Iglesia, sino |
porque "a él mismo le
hace falta" |
ante todo. Cualquiera que
sea la |
posición que hemos de
ocupar en |
este mundo, desde la fe,
es siempre |
así: para cumplir la
voluntad de |
Dios, para responderle con
la vida |
allí donde nos quiere,
donde nos |
llame. Ningún cristiano,
para serlo |
de verdad, puede elegir su
camino |
en este mundo, por puro
antojo o |
por egoísmo, o miras
simplemente |
humanas. Todos somos
llamados, y |
debemos responderle lo más
pura- |
mente posible. Las
exigencias de |
la fe y de la rectitud de
intención |
son las mismas para todos,
aunque |
no todos deben seguir el
mismo |
camino: no hay soluciones
más ba- |
ratas, menos exigentes
(matrimo- |
nio, mundo...) para
"los de tropa", |
ni la selección de otras
formas eli- |
tistas, para privilegiados
―según |
se mire― que asumen
el deber de |
compensar con su heroísmo
ejem- |
plar lo que escabullen la
mayoría. |
LA |
LIBERTAD |
CRISTIANA. |
La libertad cristiana, no
es la |
libertad de un turista o
de un |
aficionado, porque no se |
puede entender así el que |
seamos «como peregrinos en |
este mundo». La libertad |
cristiana es la situación
en |
que se encuentra aquel
que, |
después de haber sido |
liberado de una
dependencia |
servil, mantenida por |
necesidad, recibe una
nueva |
tarea, o tal vez se repite |
simplemente la misma, pero |
como un llamamiento al |
amor. Porque no es como a |
seres egoístas y carnales
que |
el Padre nos entrega el |
mundo, sino que lo hace
como |
a hijos, como miembros de
su |
familia, incorporados a su |
Hijo único, formando todos |
juntos con él un solo ser, |
viviendo en la caridad,
para |
que, como se dice en una |
oración del Misal, «te
amen |
con toda la fuerza, y con
todo |
el amor vayan cumpliendo |
lo que a li, oh Padre, te |
agrada». |
Ives Congar |
7 (47) |
La exigencia de la
santidad es para |
todos, es universal.
Cuando esto lo |
creyéramos así —¡como
es!—, ten- |
dríamos, en la Iglesia,
las vocacio- |
nes que hicieran falta,
sin necesi- |
dad de campañas, porque
nadie |
huiría del llamamiento
divino en |
aquello a que fuese
convocado, ni |
nadie pretendería traer
ventaja te- |
rrena de lo que pertenece
al reino |
de Dios. Y todo sería para
Dios, y |
Dios estaría en todos, en
la fe y en |
el amor. |
Recogiendo un pensamiento
pau- |
lino, Bernanos había dicho
que |
«todo es gracia». Pero
nada es tan |
gratuito como la voz de
Dios cuan- |
do nos llama para algo. Lo
cierto |
es que Dios nos llama a
todos: todo |
es gracia porque todo es
vocación. |
Lo incomprensible es que
nos ad- |
miremos tan poco del modo
de ha- |
cer de Dios con nosotros,
y que no |
seamos más generosos y
agradeci- |
dos con él. |
CRITICAR A LA IGLESIA. |
Desde una óptica meramente
humana, es injusto exigir a la Iglesia, |
o a sus miembros, una
perfección superior a la que para sí persiguen |
Y alcanzan los demás
hombres y esos mismos criticadores. |
Pero si la crítica se hace
desde una visión cristiana, Invocando el |
Evangelio, porque les
duelen los defectos históricos con que la Iglesia |
cumple su misión de
presentar el mensaje cristiano, entonces la crítica |
no sólo es lícita, sino
que merece la gratitud, de parte de todos los |
bautizados, que no han
renegado de su fe. Aunque es preciso añadir |
una condición para tomar
por sincero el celo de los que la critican |
porque la aman: que,
además de señalar los defectos, han de estar dis- |
puestos a aportar todo su
esfuerzo personal para corregirlos. |
Eso quiere decir: que han
de estar dispuestos a dar su tiempo, su dis- |
ponibilidad
incondicionada, su misma vida, sin segundas intenciones |
de ventajas, o ascensos, u
honores, que son los estímulos y recompen- |
sas que el mundo ofrece y
recibe y con lo que también intenta conta- |
giar o desviar a la
Iglesia... para luego criticarla. |
Las críticas desde fuera
no reforman pada, aunque a veces hagan |
mártires. El celo y la
crítica por verdadero y puro amor desde dentro, |
son un reto para la
santidad. Es como si la Iglesia tendiera la mano |
para decir: +Sí, llevas
algo o mucho de razón; pero ven, vente con- |
migo y trabajemos más,
mejor. Hablar no sirve de nada, cuando la |
palabra no se hace vida en
el mismo que la pronuncia. Siempre habrá |
habladores inútiles,
perezosos en la plaza, sin querer ir ―los |
los rezagados de
siempre― a la mies que aguarda y que es mucha. |
8 (48) |
«Veníos |
conmigo» |
CUANDO el Señor dijo a sus |
primeros seguidores las
pa- |
labras que encabezan esta |
página, ya se habían
tratado hacía |
algún tiempo, pues todo
había co- |
menzado a orillas del
Jordán, como |
nos cuenta uno de los
protagonis- |
tas, Juan, en el primer
capítulo de |
su evangelio: él era uno
de aquellos |
"dos discípulos del
Bautista", que se |
acercaron a Jesús para
preguntarle |
si podían hablar con él, y
él los aco- |
gió, y hablaron
largamente. Luego... |
Después llamaron a sus
herma- |
nos: Juan a Santiago, y
Andrés a |
Pedro. Allí mismo, en el
Jordán, o |
luego a la orilla del lago
(porque le |
habrían invitado a ir
donde ellos |
estaban con sus padres y
amigos, y |
donde eran pescadores),
habrían |
discutido mucho sobre las
esperan- |
zas e ideales que, como
buenos is- |
raelitas, les enardecían,
pero que |
las circunstancias
parecían sofocar, |
a pesar de las
predicaciones del |
Bautista. Tampoco pasarían
por al- |
to las insatisfacciones
que desde den- |
tro mismo del judaísmo se
mostra- |
ban como impeditivas o
falsificado- |
ras de la voz de los
profetas. Los |
corazones jóvenes de los
primeros |
que se acercaron al
Maestro no |
ocultarían un cierto
recelo crítico |
frente al simple
doctrinarismo y al |
ejemplo enfático de
escribas y fari- |
seos, que desde el centro
y oficia- |
lismo jerosolimitano
intentaban, a |
pesar de todo, controlar y
salvar |
lo que quedaba del sentido
religio- |
so acumulado generación
tras gene- |
ración, a través del
vapuleo de los |
vaivenes históricos, entre
efímeros |
triunfos y tremendas
humillacio- |
nes y dispersiones. |
Pero el Maestro no les
propon- |
dría ni fórmulas
políticas, ni reac- |
ciones violentas, ni
milagros divi- |
nos para dar cumplimiento
a sus |
justas esperanzas. No se
trataba de |
levantar de la postración
solamen- |
te a un pueblo, aunque
fuese el |
propio. Había algo mucho
más pro- |
fundo y, a la vez, más
universal, |
tanto, que no cabría en el
espacio |
del mundo ni en la
duración de |
sus edades y del tiempo:
les iba a |
proponer el Reino de Dios,
diferen- |
te de los reinos del
mundo, pero no |
contrario a ellos, porque
precisa- |
mente era el único que
podía salvar |
y afianzar lo más justo
que en ellos |
cupiera. La condición era
la since- |
ridad de la fe y la
generosidad de la |
entrega: fiarse de Dios,
dárselo todo. |
Sería bueno ir leyendo y
rele- |
yendo, en el Evangelio,
todo el pro- |
ceso de esa transformación
y satis- |
facción de esperanzas que
van de |
lo terreno y humano a lo
espiritual |
y universal, precisamente
para sal- |
var lo más noble de lo
humano y |
para transformar lo
terreno. |
Al fin, se convencieron.
«... Y se |
fueron con él». Nadie hizo
nunca |
jamás mejor elección. |
9 (49) |
ANTI-GÉNESIS |
Al fin, el hombre acabó
con el cielo y con la tierra. |
Pero antes la tierra había
sido bella y fértil, |
cuando la luz brillaba en
las montañas y en los mares, |
y el espíritu de Dios
llenaba el universo. |
Pero el hombre dijo: |
«Que posea yo todo el
poder |
en el cielo y en la
tierra». |
Y vio que el poder era
bueno, |
y puso el nombre de
Grandes Jefes |
a los que tenían el poder, |
y llamó desgraciados a los
que buscaban la reconciliación. |
Y así fue el día sexto
antes del fin. |
Y el hombre dijo: |
«Que haya gran división
entre los pueblos: |
que se pongan de un lado
las naciones a mi favor, |
y del otro, las que están
contra mí». |
Y hubo buenos y malos. |
Y así fue el quinto día
antes del fin. |
Y luego dijo el hombre: |
«Reunamos nuestras
fortunas, todo en un lugar, |
y creemos instrumentos
para defendernos: |
la radio para controlar el
espíritu de los hombres, |
el alistamiento para
controlar los pasos de los hombres, |
los uniformes para dominar
las almas de los hombres». |
Y así fue. |
El mundo quedó dividido en
dos bloques. |
El hombre vio que tenía
que ser así. |
Y así fue el cuarto día
antes del fin. |
Y el hombre dijo: |
«Que haya una censura |
para distinguir nuestra
verdad de la de los demás». |
Y así fue. |
El hombre creó dos grandes
instituciones de censura: |
una para ocultar la verdad
en el extranjero, |
y otra para defenderse de
la verdad dentro de casa. |
El hombre lo vio y lo
encontró normal. |
Así fue el tercer día
antes del fin. |
El hombre dijo: |
«Fabriquemos armas que
puedan destruir |
grandes multitudes, |
10 (50) |
millares y centenares de
millones |
a distancia». |
Y entonces el hombre creó
los submarinos nucleares |
que surcan los mares, |
y los misiles de fuego que
cruzan el firmamento. |
El hombre lo vio y se
enorgulleció. |
Y los bendijo diciéndoles: |
«Sed numerosos y grandes
sobre la tierra, |
llenad las aguas del mar |
y los espacios celestes; |
multiplicaos». |
Así fue el segundo día
antes del fin. Por último el hombre dijo: |
«Hagamos a Dios a nuestra
imagen y semejanza, |
que actúe como actuamos
nosotros, |
y que mate como matamos
nosotros». |
El hombre creó un Dios a
su medida, |
y lo bendijo, diciendo: |
«Muéstrate a nosotros, |
y pon la tierra a nuestros
pies: |
no te faltará nada, |
si haces siempre nuestra
propia voluntad». |
Y así fue. |
El hombre vio todo lo que
había hecho |
y estaba muy satisfecho de
ello. |
Así fue el día antes del
fin. |
Mas, de pronto, se produjo
un gran terremoto |
en toda la superficie de
la tierra, |
y el hombre y todo lo que
había hecho |
dejaron de existir. |
Así acabó el hombre con el
cielo y con la tierra. |
La tierra volvió a ser un
mundo vacío y sin orden; |
toda la superficie del
océano se cubrió de oscuridad, |
y el espíritu de Dios
aleteaba sobre las aguas. |
(Dios iba a recomenzarlo
todo |
otra vez |
de la nada, |
para que amaneciera |
un cielo nuevo |
y una tierra nueva). |
(De MISSA JOVE,
adaptación) |
11 (51) |
Documento: |
LA VOCACIÓN |
EN LA BIBLIA |
DE un texto de Santiago
Guijarro, reproducimos la parte dedicada al |
llamamiento de Dios tal
como aparece en las páginas del Antiguo Tes- |
tamento, en algunos
testimonios privilegiados, vivos y cálidos del |
misterio que encierra esa
tensión de fidelidad para responder a la gracia de |
la divina llamada, que
eleva y transforma toda la existencia del hombre, cuan- |
do Dios le propone un
seguimiento radical, en orden a la misión que le confía |
según los planes de su
Reino. |
Abraham |
En el pórtico de la
historia del pueblo de Israel se |
encuentra la vocación de
Abraham. En ella se confunden |
el individuo y el pueblo,
porque Dios promete a Abraham |
una descendencia que será
su pueblo. La concisión del |
relato es elocuente: |
«El Señor dijo a Abraham |
―Sal de tu tierra
nativa |
y de la casa de tu padre |
a la tierra que te
mostraré... |
Abraham marchó como lo
había dicho el Señor» |
(Gen 12, 1-4) |
Sin pensarlo mucho, sin
poner objeciones, a sus seten- |
ta y cinco años, Abraham
comienza un éxodo colgado de |
la palabra de Dios que le
había prometido una nueva |
tierra, una descendencia y
una bendición (Gen 12, 1-3). |
Rompe con su pasado, con
los lazos de la tierra y de la |
sangre, y se va confiado
en lo que le ha dicho el Señor. |
Así comienza la historia
de una larga amistad. Por su fe, |
por la acogida de la
llamada de Dios, las generaciones |
venideras le concedieron
el título de amigo de Dios. |
12 (52) |
w La locación de Abraham
es la primera de una serie |
de llamadas que tendrán
una importancia capital para |
la historia del pueblo.
Una experiencia que se repite en |
su esquema fundamental:
Dios que llama y el hombre |
que responde. En el
trasfondo de este diálogo está el pue- |
blo, la misión, que es la
razón última de la llamada. Co- |
mo resultado, el cambio en
el que es llamado y también |
en el pueblo al que es
destinado. En el conjunto se tras- |
luce la convicción de que
se trata de momentos privile- |
giados de la presencia de
Dios en medio de su pueblo. |
Otros |
llamamientos |
Los relatos de la vocación
de Abraham (Gen 12, 1-4), |
de Moisés (Ex 3-4; 6.
2-13; 6, 28-7, 7), Gedeón (Jue 6, 11- |
24). Samuel (1 Sam 3, 1-4,
), Isaías (Is 6, 1-13), Jeremías |
Jer 1, 1-19) y Ezequiel
(E: 1, 1-3, 5) son los más represen- |
tativos del Antiguo
Testamento, y la base de las reflexio- |
nes que siguen acerca de
los rasgos característicos de la |
llamada de Dios en la
Antigua Alianza. |
"Mis ojos |
han visto |
al Señor" |
La experiencia personal
del encuentro con Dios es la |
plataforma y la clave de
toda vocación. Sin ese encuentro |
de tú a ti no es pensable
la llamada. Todo el relato de |
la vocación de Isaías se
desarrolla en el ámbito de una |
experiencia extraordinaria
de Dios en su trono, rodeado |
de serafines que proclaman
su santidad, en una visión ma- |
jestuosa y fascinante de
la presencia divina: |
«El año de la muerte del
rey Ozías vi al Señor |
sentado en su trono alto y
excelso: la orla de su |
manto llenaba el templo. Y
vi serafines en pie junto |
a él... y se gritaban uno
a otro diciendo: Santo, |
Santo, Santo el Señor de
los ejércitos, la tierra está |
llena de su gloria; Y
temblaban los umbrales de las |
puertas al clamor de su
voz, y el templo estaba lle- |
no de humo» (19 6, 1-4). |
En presencia |
del Misterio |
Aturdido por la visión,
Isaías no puede comprender |
pero el canto de los
ángeles le hace caer en la cuenta: |
está en presencia del
Misterio, que es tremendo y distan- |
te, y, a la vez, atrayente
y abrasador. Para acercarse a |
él se necesita una actitud
reverente, semejante a la que se |
le pide a Moisés: |
«No te acerques. Quítate
las sandalias de los pies, |
pues el sitio que pisas es
terreno santo» (Ex 3. 5). |
#Pero el encuentro puede
suceder también de una for- |
ma más sencilla. El
mensajero de Dios que se sienta |
13 (63) |
junto a Gedeón y conversa
con él (Jue 6, 11 ss), o la brisa |
suave en la que Elías
reconoce la presencia del Señor en |
el monte Horeb. |
Las formas pueden ser
distintas, pero la experiencia |
es siempre la misma: a la
llamada precede el encuentro. |
En este encuentro el
hombre advierte su pequeñez, se da |
cuenta de la distancia
inabarcable que existe entre Dios |
el hombre, y rompe en un
grito de temor sagrado: |
«¡Ay, Dios mío, que he
visto al ángel del Señor |
cara a cara!» (Jue 6, 22). |
«¡Ay de mí, estoy perdido!
¡Yo, hombre de labio, |
impuros... he visto con
mis ojos al Rey y Señor de |
los ejércitos!» (19 6, 5). |
O en gestos de profunda
reverencia que reflejan la |
misma experiencia: |
«Moisés se tapó la cara
temeroso de mirar a |
Dios» (Ex 3, 6). |
«Al contemplarla caí en
tierra» (Ez 1, 28). |
La fuerza |
de Dios |
«Se tapó la cara», «cal
rostro en tierra», «¡ay de mí!» |
La experiencia de Dios
produce un impacto decisivo en |
aquel que va a ser o que
acaba de ser llamado, y sólo |
desde este impacto que
cambia la vida es posible com- |
prender la vocación. Desde
la distancia comprobada |
aprende el hombre a no
fundamentar en sí mismo la |
ponen entre las manos;
sólo en Dios es posi- |
ble encontrar la fuerza
para llevar a cabo la misión: |
«Mira, esto ha tocado tus
labios, ha desapare- |
cido tu culpa, está
perdonado tu pecado» (19 6, 7). |
La vocación está fundada
en este encuentro, es resul- |
tado de la crisis que en
él se produce y es sellada al final |
con la acogida de Dios:
«No temas». En este contexto se |
escucha la invitación en
forma de pregunta: |
«A quién mandaré? ¿Quién
irá por mí?» (Is |
6,8). |
Y la respuesta rendida: |
«―Aquí estoy,
mándame» (Is 6,8). |
En este ámbito, aunque a
veces no se diga explícita- |
mente, ocurren todas las
llamadas de Dios, porque Dios |
no puede llamar a quien no
está en situación de encon- |
trarse con ÉI. |
14 (54) |
"¡Samuel |
Samuel!" |
La vocación que ocurre en
el encuentro con Dios suele |
ser una llamada personal.
Una llamada con historia y |
nombre propios. |
El relato de Jeremías
comienza poniendo de manifies- |
to una elección
personalísima: |
«Antes de formarte en el
vientre te escogí, antes |
de salir del seno materno
te consagré» (Jer 1, 5). |
Desde antes de ser
concebido, y durante toda su historia |
personal, Jeremías llevaba
el sello de la llamada de Dios. |
En el caso de Samuel y
Moisés Dios se dirige a ellos |
Llamándolos por su nombre:
¡Samuel, Samuel! Ésta era |
la forma habitual de
dirigirse un padre a su hijo, o un |
rey a su súbdito. La
respuesta tenía que ser inmediata y |
de completa
disponibilidad: «Aquí estoy». Esta es tam- |
bién la actitud de Moisés
(Ex 3, 4) y de Samuel (1 Sam 3, |
4-6). El relato de la
vocación de Samuel recoge los ras- |
gos característicos de la
llamada (1 Sam 3, 1-21). Por tres |
veces tiene que llamar
Dios a Samuel para que pueda es- |
cuchar su voz. Samuel era
muy joven y «aún no se le |
había revelado la palabra
del Señor» (1 Sam 3, 7), sin |
embargo Dios le escoge
para revelarle sus planes y hacer |
lo, así, profeta en
Israel. Dios llama con toda claridad, pe- |
ro a veces existen
interferencias que dificultan la escucha. |
La llamada de Dios es
sorprendente e inesperada. |
Ocurre en cualquier
momento: a Elías y a Moisés en el |
monte, a Isaías y a Samuel
en el templo, de noche o de |
día. No todos la
reconocen, y es necesaria la experiencia |
del anciano Eli para
disponer al joven Samuel a escu- |
charla. La función del
intermediario es importante: Eli lo |
fue para Samuel, y, luego,
Samuel lo fue para Saúl (1 |
Sam 10, 17-27) y para
David (1 Sam 16, 1-13). |
Llamada |
personal |
Esta llamada personal e
inesperada produce en el que |
es llamado un cambio
radical. La experiencia común es |
que el elegido es puesto
aparte hasta llegar a ser un extra- |
ño entre los suyos. A
veces esta transformación se significa |
por medio del cambio de
nombre: |
Ya no te llamarás Abram,
sino Abraham, porque |
te hago padre de una
multitud de pueblos (Ge 17, 5). |
Para la cultura hebrea el
nombre no es sólo un instru- |
mento para llamar o
designar a las personas, sino el re- |
15 (55) |
sumen de lo que son.
Conocer el nombre de uno equivale |
a estar en posesión de lo
que es y conocerle en profundi- |
dad. Tras la llamada, Dios
cambia de nombre a Abraham |
le pone uno relacionado
con la misión a la que le desti- |
na: ser padre de un pueblo
numeroso (según la etimología |
popular éste es el
significado del nombre Abraham). La |
transformación que ocurre
en el que es llamado tiene que |
ver con la misión:
Abraham, de anciano y sin hijos a pa- |
dre de una multitud; Amós,
de pastor a profeta (Am 7,15), |
lo mismo que Moisés (Ex 3,
1-2); Gedeón, de labrador ate- |
morizado a guía de su
pueblo... Todos los que fueron lla- |
mados experimentaron en
sus vidas una transformación |
radical íntimamente
relacionada con la misión a que |
Dios los habla destinado. |
"He visto |
la opresión |
de mi pueblo" |
La llamada está siempre en
función de un encargo |
concreto, de una misión
que hay que llevar a cabo de par- |
te de Dios. Por esta razón
la clave de toda vocación está |
en la misión. Esto
significa que la vocación no es una de- |
cisión personal, sino la
respuesta a una llamada que vie- |
ne de fuera de un modo
inesperado y que nace de unas |
necesidades concretas; no
es una experiencia intimista, |
sino que está en estrecha
relación con el pueblo que es el |
destinatario de la misión. |
La vocación de Moisés
puede ilustrar la importancia |
de la misión en el proceso
vocacional. En el principio de |
su llamada está el amor
entrañable que Dios siente por |
su pueblo. Él ha visto y
oído el clamor de su pueblo opri- |
mido y tiranizado por los
egipcios. Al contemplar este |
espectáculo decide liberar
a su pueblo, y encarga a Moi- |
sés de esta misión (Ex 3,
7-8). Dios no llama a Moisés y |
luego busca una situación
para poder enviarle, sino que |
contempla una situación
concreta y elige a Moisés para |
remediarla. |
Los futuros sacerdotes han
de ser modelados |
según la misma pedagogía
con que el Señor |
quiso atraer y educar a
sus discípulos. |
Juan Pablo II, |
2.12.1983 |
16 (56) |
«El clamor de los
israelitas ha llegado a mí, y |
he visto como los
tiranizaban los egipcios. Y ahora, |
anda, que te envío al
Faraón para que saques de |
Egipto a mi pueblo, a los
israelitas». (Ex 3, 10). |
El Imperativo |
divino |
La palabra clave de toda
vocación está formulada en |
imperativo. Es una puesta
en movimiento que se traduce |
en palabras o en acción, o
en ambas cosas a la vez... |
Ante este imperativo de la
misión el hombre se siente |
abrumado, y surgen
enseguida las objeciones, al caer en |
la cuenta de la magnitud
de una tarea que no puede rea- |
lizar con sus propios
medios. |
Palabras distintas |
expresan el mismo
sentimiento: |
«¿Quién soy yo para acudir
al Faraón, o para sa- |
car a los israelita, de
Egipto?» (Ex 3, 10). |
«Yo no tengo facilidad de
palabra, ni antes ni |
ahora que has hablado a tu
siervo; soy torpe de |
boca y de lengua». (Ex 4,
10). |
Dios insiste, pero Moisés
replica de nuevo: |
«No, Señor, envía al que
tengas que enviar» (Ex |
4,13). |
Es la misma reacción de
Gedeón: |
«¿Cómo puedo yo librar a
Israel? Precisamente |
mi familia es la menor de
Manasés, y yo soy el más |
pequeño de la casa de mi
padre» (Jue 6, 15). |
Y también de Jeremías: |
«Ay, Señor mío, mira que
no sé hablar, que soy |
un muchacho». (Jer 1, 6). |
La compañía |
de Dios |
Todos ponen dificultades,
y además tienen razón... |
Desde su punto de vista
tienen razón, pero Dios tiene otro |
punto de vista: Él no basa
su encargo en las cualidades |
humanas, sino en la
asistencia que les va a prestar: |
«Yo estoy contigo» (Ex 3,
12). |
«Yo estaré contigo» (Jue
6, 16). |
«No tengas miedo, que yo
estoy contigo para li- |
brarte». (Jer 1, 8). |
Sólo así queda claro que
la misión sobrepasa las fuer- |
zas del enviado, pero él
es capaz de realizarla porque |
Señor está a su lado. Su
fuerza no está en sus cualidades, |
sino en la asistencia de
Dios. Los resultados no dependen |
17 (57) |
de él, sino de la acción
divina. El enviado cae en la cuen- |
ta de que Dios no le pide
cualidades, sino sólo el asenti- |
miento para hacer de
mediador; a cambio le ofrece su |
asistencia continua.
Entonces, unido a esta promesa, se |
lanza a la misión con la
convicción plena de que esta tie- |
ne sólo su fundamento en
el Señor, que es quien llama y |
quien envía. |
"Me sedujiste, |
Señor" |
La llamada de Dios nace
del encuentro con y está |
destinada a una misión en
favor del pueblo, pero además |
es necesario que el que
reciba dicha llamada responda |
positivamente. |
Esta respuesta inicial no
es, sin embargo, más que el |
comienzo de una vida al
servicio de la misión, a veces en |
áspero contraste con el
ambiente. Tras esa primera res- |
puesta, alegre y
desinteresada, vienen los días de las difi- |
cultades. En ellas se
aquilata la primera respuesta, el pri- |
mer sí, y se da una
respuesta más profunda al comprobar |
que ni siquiera las
dificultades pueden apartar de su mi- |
sión al que ha sido
llamado. Entonces el elegido comienza |
a entender su vida como
una seducción irresistible a la |
que no puede sustraerse. Y
sólo aquí encuentra la pers- |
pectiva adecuada para
contemplar su vida entregada a la |
misión por una llamada de
Dios. Así lo expresa Jeremías |
con palabras llenas de
vigor: |
«Me sedujiste, Señor, y me
dejé seducir; me for- |
zaste» (Jer 20, 7). |
Con esta confesión
comienza la última de una serie de |
lamentaciones o quejas del
profeta que reflejan su expe- |
riencia vocacional (Jer
11, 18-12, 6; 15, 10-21; 17, 14-18; 18, |
16-23; 20, 7-18). En otros
profetas o enviados se encuen- |
tran rastros de tal
vivencia, pero sólo en Jeremías tenemos |
una expresión tan
detallada. Habrá que esperar hasta el |
Nuevo Testamento para
encontrar en las cartas de Pablo |
una experiencia de
vocación contada con tanto detalle e |
intensidad. |
El hombre, cuando se
convierte a Dios (aunque lo haya |
dejado todo), vuelve a
recibir de él el mundo, pero |
Dios se lo entrega como un
deber y como un servicio. |
Taulero |
18 (58) |
Jeremías experimenta con
dolor que Dios le ha puesto |
aparte, le ha hecho un
extraño entre los suyos: |
«No me senté a disfrutar
con los que se diver- |
tían, forzado por tu mano
me senté solitario, porque |
me llenaste de tu ira»
(Jer 15, 17). |
Un ser |
distinto |
La cercanía del Señor en
su vida le ha hecho un ser |
distinto, extraño para sus
vecinos y paisanos. Ellos le des- |
precian y atentan incluso
contra su vida (Jer 11, 18-19). |
Jeremías se cansa y vuelve
sus quejas contra el Señor: |
«Te me ha vuelto arroyo
engañoso de agua in- |
constante» (Jer 15, 18). |
Dios le conforta de nuevo
y le promete su asistencia: |
«Yo estoy contigo para
librarte y salvarte (Jer |
15, 20). |
Comprende entonces
Jeremías que sus enemigos no |
tienen razón y con el
tiempo verán el castigo de Dios (Jer |
17, 14-18, 18, 16-23). En
este forcejeo continuo está Jere- |
mías, viviendo en tensión
la llamada del Señor, maldicien- |
do a veces el día de su
nacimiento (Jer 20, 14-18). Pero |
en el fondo siente la
urgencia de proclamar la palabra de |
Dios que arde dentro de él
como fuego, y sabe que tiene |
siempre de su parte al
Señor: |
La palabra del Señor se me
volvió escarnio y |
burla constantes, y me
"No me acordaré más |
de Él, no hablará más en
su nombre". Pero la sentía |
dentro como fuego ardiente
encerrado en los hue- |
sos; hacía esfuerzos por
contenerla, pero no podía» |
(Jer 20, 8-9). |
Dios está |
con los |
que llama |
Las dificultades no bastan
para frenar al enviado, por- |
que tiene dentro de si una
fuerza que le sobrepasa y que |
no puede contener. Es la
misma fuerza que impulsaba a |
Isaías para que hablara
con claridad a Acaz en momen- |
tos de crisis (Is 7), y
que sostuvo a Moisés cuando el pue- |
blo se reveló contra él en
el desierto y le hacía sentir el |
peso de su misión y
exclamar: |
*Yo solo no puedo cargar
con todo este pueblo |
pues supera mis fuerzas
(Num 11, 14). |
Esta fuerza es la prueba
de que Dios verdaderamente |
está con los que llama a
su servicio en favor del pueblo, |
y es un signo más de que
toda vocación ocurre y se vive |
en contacto con Dios y
como una seducción de amor, es |
decir, en el ámbito
inacabable del Misterio. |
19 (59) |
Estado de conversión. |
... Y, enseguida, la
Cuaresma. No ya para que nos paremos |
a pensar que se han de
convertir los otros. Y, ni siquiera |
solamente para creer que
éste es el tiempo en que nos he- |
mos de convertir, un poco
más, nosotros mismos, cada uno. |
La Iglesia, con su
Liturgia, no monta cursillos de reciclaje |
espiritual, sino que nos
invita y conduce en la perenne ce- |
lebración del misterio de
Cristo. |
La Cuaresma es, en
realidad, un tiempo santo, que la moda, |
para impresionarnos, ha
querido calificar de tiempo "fuer- |
te". Cierto que es
fuerte si la fuerza es la santidad. Pero, |
simplemente, la Cuaresma
es tiempo santo, como santo lo |
es todo, si no lo
disociamos de Dios y lo separamos de su |
orden. Tiempo santo, con
el énfasis de la insistencia que |
nos recuerda que esta vida
que llevamos, mientras discurre |
por el tiempo, debemos
entenderla y proseguirla continua- |
mente en "estado de
conversión". |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri, 1
- Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 4.3.84 |
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