Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 212. ABRIL. Año 1984
SUMARIO
ABRIL y la contemplación del misterio de Cristo,
entre lanzas de laureles perennes y las primeras
flores, caducas como todas las esperanzas simple-
mente humanas. Pero son anuncio, aunque efíme-
ro, desde el pórtico de cada primavera, de la victoria del
Señor sobre la muerte, radiante como un nuevo sol, como
una flor de luz, que disipa las mezquindades humanas.
La Iglesia nos recuerda a Cristo, y nos muestra la cruz y
el sepulcro, y un camino para una vida nueva.
EL HIJO DEL HOMBRE SIGUE CRUCIFICADO
LA CENIZA Y EL AGUA
EL TIEMPO HUMANO
SANTOS Y ARTISTAS
CRECER EN LA VIDA
LA VOZ DE LA RESURRECCIÓN
EL PECADO ORIGINAL
1 (61)
EL HIJO DEL HOMBRE
SIGUE CRUCIFICADO
Es difícil para los que nunca han conocido
la persecución,
y los que nunca han conocido a un cristiano,
creer esos cuentos de la persecución
de los cristianos...
Ellos tratan constantemente de escapar
de las tinieblas de fuera y de dentro
a fuerza de soñar sistemas tan perfectos
que nadie necesitará ser bueno.
Pero el hombre que es seguirá como una sombra
al hombre que finge ser.
Y el Hijo del Hombre no fue crucificado
de una vez para todas,
la sangre de los mártires no fue derramada
de una vez para todas,
las vidas de los santos no fueron entregadas
de una vez para todas:
pero el Hijo del Hombre está siempre crucificado
y habrá Mártires y Santos.
Y si la sangre de Mártires ha de correr
por los escalones
primero debemos edificar los escalones;
у si ha de ser derribado el Templo
primero tenemos que edificar el Templo.
Thomas Stearns Eliot
2 (62)
La ceniza
y el agua
CENIZA, Agua. La ceniza, la muerte; el agua, la vida. Elementos que la
liturgia utiliza para una síntesis simbólica en la que se expresan y
enlazan, formando un arco, Cuaresma y Pascua parábola de un ca-
mino que figurativamente comienza un miércoles triste, pues cumple
con la pedagogía de recordarnos la caducidad y la miseria de lo simple-
mente humano y creado, pero que no se detiene y nos lleva hasta el gran
Domingo triunfal, evocador de la definitiva transformación que se operó
en la santa humanidad de Jesucristo, convertido desde aquel día ―«Día del
Señor» por antonomasia―, en antorcha y luminaria de divinidad, para pro-
clamar una vida que no muere jamás, destinada a la gloria del Padre. Y a
aprender en las almas ―más bien en las vidas― de todos los fieles, que por
la fe y la gracia ―«regalo» de Dios― devienen, extendiendo la forma de Cris-
to. pueblo para la resurrección, pueblo de resucitados.
Ceniza y agua, citadas a la par, como si el agua lomara la plata de la
ceniza para cuajar en forma de nieve y contener: así, y en silencio, la fuer-
za de la vida que alberga; como si la ceniza perdiera su vergonzosa vejez
de fuego apagado, disponiéndose a recuperar el ardor puro del misterio
purificador, incorruptible como la sal, guardador del calor vital de Dios que
be reparte en el corazón de los que peregrinan hacia él. De la conversión
purificadora, hacia la vida en Cristo.
Ceniza y agua, o invierno y primavera, pues el Creador se ha injertado
en su criatura, y de ella brota el árbol de la Iglesia, parecida a la maravilla
del almendro florido, precoz e inmaculado, que emerge en medio de los
campos desolados del mundo, o a la orilla de los barrancos de sus males,
para ofrecer flores de esperanza. Porque, ¿de qué nos sirve la fe sin la es-
peranza?, o ¿cómo alcanzaremos el amor si no crecemos ―al no nacemos
otra vez― hacia él?
3 (63)
Se está haciendo primavera, otra vez, ahora que el invierno se aleja
y los árboles florecen, como cisnes perfumados de silencio, de haber an-
dado sobre la nieve fundida. Una alfombra verde cubre los campos por-
que regresan las aves de nuevo, liberadas de los miedos del frio. La tórtola
vuelve y canta la alondra. Y es que apuntan las claridades de la Resurrec-
ción.
Con un poco de fe, podemos adivinar que el espectáculo de los ojos en
Aviso de lo que ocurre en muchos corazones, entre los que menos gritan
en el mercado de las Ambiciones y los secretas codicias: porque se va ha-
ciendo primavera también en este mundo nuestro desolado y frío, demasia-
do critico y desconfiado, cansado de huir de Dios, o de invocarle con nom-
bres falsos. También amanece el Dios cristiano para los que, sin saberlo,
renegaban no de él, sino de sus imágenes mezquinas, intrascendentes y en-
ajenantes. Cansados de huir, buscaban a Dios.
Por eso es tiempo de Aventar cenizas y purificarnos, cada uno y todos
―cada cristiano y la iglesia entera―, como quisiera Juan XXIII, sin que nos
resignemos con las meras celebraciones simbólicas, que consuelan sin
comprometer. Sería nuestro pecado de cristianos, porque es en este tiempo
nuestro cuando el fuego de la búsqueda de su verdadera trascendencia,
consume las entrañas del mundo. Hay un clamor que exige penitencia, pu-
rificación. Que el viento se lleve las cenizas, y renazca el fuego, y el agua
se vuelva transparencia de luz. Luz para la verdad y verdad para la vida.
Y vida y verdad para ser limpios y libres como hijos de Dios.
San Felipe tenía una particular repugnancia a la afectación,
tanto en sí como en los demás, cuando se trataba de hablar,
de vestir o de cosas parecidas.
Evitaba toda ceremonia que supiese a cumplido palabrero, y
siempre se manifestaba partidario de la sencillez cristiana en
todas las cosas; así, cuando tenía que tratar con hombres de
prudencia mundana, no podía acomodarse a ellos fácilmente.
Evitaba, en cuanto le era posible, todo trato con personas de
dos caras, es decir, que no manifestaban lisa y llanamente lo
que pretendían en sus tratos y propuestas. No podía tolerar a
los embusteros, y recomendaba con insistencia a sus hijos es-
pirituales que los evitasen como si se tratara de una peste.
P. G. Bacci, C.O.
4 (64)
EL TIEMPO HUMANO,
CAMINO DE ESPERANZA
SI lográramos limpiarnos de los
fantasmas del fatalismo, no
se nos marchitaría la fe, mira-
ríamos hacia fuera, superaríamos
cualquier egoísmo y seríamos capa-
ces de aplaudir el resplandor de lo
bueno que Dios ha esparcido por
el universo, y lo multiplicaríamos
sumándonos al aplauso de la crea-
ción; pero volvemos siempre so-
bre nosotros mismos, encerrándo-
nos entre miedos y aburrimientos.
No vemos la huella de Dios, que ha
pasado "derramando" dones ―di-
ría Juan de la Cruz― y vistiendo
de hermosura la Creación, tal vez
porque nos lo recuerda el gran mís-
tico, le han nombrado patrono los
poetas, en el saludo que éstos ha-
cen a las primaveras.
Todavía hoy podríamos repetir
las palabras de Malebranche para
apostrofar a los hombres que admi-
ran las cimas de las montañas, las
olas del mar, el movimiento de los
astros ―hoy deberíamos añadir: y
los prodigios de la electrónica―,
pero pasan de largo ante sí mis-
mos, porque no saben relacionar,
con bastante gratitud hacia Dios,
lo que esto les ayuda a descubrir el
amor que él les tiene, y, por lo tan-
to, admirarse y entusiasmarse por
las cosas grandes que Dios ha he-
cho para nosotros y en nosotros,
para que se las sepamos devolver
gozosamente.
Capaces de admirar el mundo
desde dentro de nosotros mismos.
Y agradecidos para restituirnos a
Dios con alegría.
¿Es, acaso, por causa de la pro-
pia inmediatez, por falta de pers-
pectiva, que el hombre se ha preo-
cupado más de la investigación de
lo que le rodea, que de la identifi-
cación de sí mismo? ¿O es que so-
mos demasiado jóvenes en sabidu-
ría, y tributarios, todavía, de la de
los griegos, para quienes el hom-
bre, aunque les interesó, no pa-
saba de ser una parte del universo?
Para ellos el hombre era compen-
dio del mundo; el sistema geocén-
trico de Aristóteles no llegó al
intento de comprender el mundo
5 (65)
desde el hombre. El mundo era un
cosmos consistente y cerrado, cuyo
futuro sólo podía ser variación o
repetición modulada de lo que ya
había sido: la historia era concebi-
da como un retorno indiferente
que no rebasaba el marco cíclico
del mito del «eterno retorno». Todo
cambio, de por sí, se nos describe
en la Física de Aristóteles, como
demoledor y destructor, y sólo ac-
cidentalmente generador, creativo.
El hombre estaba en el mundo, pe-
ro no podía transformarlo. El «co-
nócete a ti mismo» socrático, tam-
poco pudo llegar más lejos.
La idea del tiempo humano co-
mo camino de esperanza que cons-
truye la historia, es bíblica. La fe
en las promesas del Antiguo Testa-
mento es el fundamento de la com-
prensión del futuro como proceso
que conduce a la salvación, a la
liberación, a la redención del hom-
bre. El tiempo es un proceso orgá-
nico de maduración continua ―de
creación permanente— que desem-
boca en la plenitud mesiánica. En
Cristo, el "ungido" de Dios, se ace-
lerará la realización liberadora de
la humanidad, y él mismo, desde
su aparición en la tierra, es la cima
de esta humanidad y, al mismo
tiempo, el vértice de Dios en el
mundo.
La Biblia nos suministra datos
suficientes para entenderlo así, en
especial a partir del Nuevo Testa-
mento. Es verdad que el lenguaje
bíblico no es el nuestro ―no puede
ser el nuestro―, pero a la imagen
divina del hombre como domina-
dor de la Creación (por lo tanto,
como encargado de hacer adelan-
tar el mundo), se le ha añadido la
condición sobrenatural de "hijo de
Dios", y una moral de esperanza
domina la actividad de su vida
temporal. Sin esta esperanza, dice
san Pablo, «seríamos los más des-
graciados de los hombres» (1 Cor
XV, 19).
Pero el hombre es un ser votado
a la esperanza «desde dentro de sí
mismo», desde esta profundidad
próxima y misteriosa que maravi-
llaba a san Agustín, que extasiaba
a Newman ―«myself and my Crea-
tor»―. Somos naturaleza y liber-
tad, y caminamos en la esperanza.
Nuestra esperanza no es sólo la
de una liberación interior del hom-
bre, sino que esperamos la libera-
ción "personal" de todo hombre,
de ese hombre "interior", no por
reducirlo a cultivar un intimismo
aislador y enajenador del mundo
que le rodea, sino "interior" por-
que tiene raíces, historia, capaci-
dad reflexiva, y es capaz de tomar
decisiones responsables y actuar de
acuerdo con ellas. Somos naturale-
za y libertad; es decir, somos "per-
sonas", seres racionales abiertos,
que se autoposeen en libertad de
la conciencia, espirituales y fronte-
6 (66)
rizos con el Absoluto y el Eterno,
sin que dejemos de estar inscritos,
a la vez, en el tiempo, en el espa-
cio, en la corporeidad, entendidos
no como la fatalidad de un límite
que encierra y sofoca, sino como
la transparencia de un cristal por
el que atraviesa la proyección ha-
cia la trascendencia.
Cuando decimos que el hombre
es capaz de pecado, significamos
que puede romper una de estas tres
relaciones que le son propias: es
decir, que es hijo de Dios, que es
compañero de su prójimo y que
debe dominar (administrar) la na-
turaleza. El pecado es el "no" a es-
tas relaciones. El hombre crece, se
realiza, consolida su libertad, se re-
dime, en la medida que prospera
su fidelidad a estas coordenadas de
su grandeza y de su responsabili-
dad. El hombre se realiza realizan-
do el mundo. No es el hombre una
"cosa" del mundo, sino que es el
mundo lo que depende de él; el
mundo en el que hay otros hom-
bres como él; el mundo que trata
y transforma, con entusiasmo y res-
peto, como hijo de Dios. Mundo
inacabado, pero con un sentido,
que el hombre ha de recoger con
fidelidad, para continuar la tarea
creadora. También en eso está su
semejanza con Dios.
Aunque el Cristianismo sea más
que un humanismo, es preciso es-
tablecer que, el cristiano, es, ante
VIA
CRUCIS
VIERNES
SANTO
A LAS 9
DE LA MAÑANA
7 (67)
todo, un hombre. Pero es un hom-
bre con fe y con esperanza. Al ha-
blar de fe, es preciso dar razón a
Kierkegaard, que se negaba a reco-
nocer fe alguna que no llevara in-
excusablemente, el compromiso, fe
que se impusiera la transformación
medular de la vida, en la presencia
de la verdad sobrenatural que se
acepta, determina la actitud esen-
cial del ser religioso desde la sole-
dad más recóndita ―interior, res-
ponsable― hasta la acción pública.
Es decir, hasta que la fe es una re-
lación viva con lo creído.
La historia de la humanidad es
un camino de esperanza: es la his-
toria de como el hombre ha ido
descubriendo a sí mismo, desde su
naturaleza recibida de Dios, hasta
su grandeza de hijo suyo. Conocer-
se él mismo en relación con Dios,
en relación con los demás, en rela-
ción con la naturaleza, es la tarea
de su estar en el tiempo. Y será
feliz y crecerá en bondad en la
medida que sea capaz de admirar-
se, y transformarse e identificarse
con la creciente sabiduría que le
proporcionen sus descubrimientos.
En rigor, nada vuelve, nada se re-
pite; todo crece, todo se hace nue-
vo. Todo nos ha de ir llevando a
Dios.
Conferencias
cuaresmales
SEÑORAS: Días 9, 10, 11 y 12 de abril,
a las 4,30 de la tarde.
PARA TODOS: Días 16, 17 y 18 de abril,
a las 8,30 de la tarde.
8 (68)
SANTOS Y
ARTISTAS
DECÍAN de san Lucas que era el
patrono de los pintores y artis-
tas plásticos. La razón era que
él "pintó" con palabras, tersas, senci-
llas, exactas, la figura del Señor y, con
singular transparencia, incluso musical
―su griego es el mejor del N.T.— sus pa-
labras. La belleza del Evangelio luca-
no armoniza sabiamente fidelidad con
vigor, pues se nota que Lucas fue discí-
pulo de san Pablo. También se distin-
gue de los otros tres evangelistas en
que él se atrevió a intercalar poesías
en su narración: palabras acariciadas,
pulidas, ordenadas, que brotan de la si-
metría gozosa y entusiasta del corazón
que las proclama, como si el alma se
abriera de brazos y se hiciera alas so-
bre el pueblo de Dios, que guardó tan-
tas esperanzas, crecidas hasta el mo-
mento de recibir al Mesías, en el espí-
ritu, en los brazos, en el seno y en la fe:
los sentimientos insinuados a través de
multitud de generaciones, se hacen rea-
lidad vibrante en labios de María, de
Zacarías, de Samuel, de Ana, y procla-
man el gozo que no pueden contener
dentro, y miran a Dios, en quien siem-
pre habían esperado.
Pero después de Lucas muchos otros
han "pintado" y cantado a Dios. Entre
todos, hubo un hermano dominico, en
La tierra de los artistas ―¡Florencia te-
nía que ser!― que "desperdició" ―de-
jando que se convirtiera en gracia― su
tiempo cubriendo con el oro de su arte
la pobreza de las paredes de su conven-
to, san Marcos. Este pintor fue Fray
Angelico. Iglesia y contento "in piazza
san Marco, di Firenze", que Felipe Ne-
ri, de niño, frecuentaba casi a diario,
pues dijo siempre que allí y de aquellos
frailes, aprendió lo mejor de su vida
para su alma. Quería referirse, por lo
que luego confirmaría su existencia, al
amor a Cristo, la devoción a la Ma-
donna", y el sentido de lo bello, desde
aquella belleza que allí se hacía trans-
parencia ágil y elegante, compatible
con la pobreza de corredores y paredes
de un convento de gentes religiosas y
austeras ―¡oh, Savonarola!―, que era
rico sin saberlo, sin pretenderlo, con el
tesoro de lo que no se rende ni tiene pre-
cio, pero que ilumina el corazón y crea
libertad de cielos y formas para Dios.
Y hacemos recuerdo de san Marcos
de Florencia, de su Fray Angélico, aho-
ra, porque hace pocas semanas que
Papa Juan Pablo II, ha querido honrar
a aquel frailecillo colosal, proclamán-
dole patrono de todos los artistas. Los
ángeles de las decoradas paredes ha-
brán batido las alas para derramar un
poco de oro y convertirlo en más luz:
la de la fe y del amor que impresionó
la infancia de san Felipe. Pero hay
una curiosidad, en ese pintor, que no
debe pasar por alto. Él, poeta de los co-
lores la luz, inventor de las formas
de los ángeles, y maestro del oro y
azul y del fuego de las estrellas, se
atrevió a lo que ningún otro pintor ha
intentado todavía:
puso en su cuadro
del Cenáculo, junto al Señor y los doce
apóstoles, a la virgen María. Es decir, fue
un pintor santo, un santo pintor, que hi-
zo justicia a la mujer, en la Iglesia. Y de
qué modo mejor que asociando a la Vir-
gen al misterio de aquella Pascua, desde
su mismo comienzo, en el Cenáculo?
9 (69)
CRECER EN LA VIDA
LA VIDA y la muerte, luchando; pero con la victoria de la
vida sobre la muerte, tal como se canta en Pascua.
Ahora la primavera despierta como explosión que ras-
ga el silencio que el invierno había impuesto a la naturaleza.
Primavera es el triunfo cíclico por el que se afirma el valor
de las cosas creadas, con la promesa de la fecundidad de
la tierra. Algo que entendemos más fácilmente en nuestras
latitudes, y que sabemos relacionar con el recuerdo de la
Resurrección de Jesucristo, como misterio de una superior
primavera, espiritual y universal, que marca a la entera Hu-
manidad, porque triunfa, para siempre, y para todos, la vida,
hecha participación y reverberación del latido de Dios en
cada cristiano y hasta en cada ser humano, a través del Re-
sucitado.
Recuerdo conmemorado que no es una simple repetición
cíclica, un "eterno retorno" fatal, sino vaivén ―flujo y re-
flujo― creciente, en el que se mece la vida, empujada hacia
el desarrollo que la aproxima, cada vez más, a la sintonía con
el modelo que Dios ha proyectado para «un cielo nuevo y
una tierra nueva». No es una repetición, sino una renovación,
un crecimiento rejuvenecedor. En él no hay cuotas de muerte,
sino para una mayor vida.
10 (70)
Serena y lúcidamente, solamente así podemos entender
la razón de las tristezas anecdóticas, de los fracasos tempora-
les, de la contingencia de los bienes inacabados, que llama-
mos males. Errores, retrasos, locuras y hasta pecados humanos,
y aldabonazos a la conciencia de cada ser humano y al sentir
de la entera Humanidad, que se ve constreñida a luchar por
alcanzar un mayor bien; porque lo que llamamos mal es reto
y acicate para un mayor bien. La vida es un proceso y, mien-
tras discurre, nada se pierde y todo se va convirtiendo en
energía renovadora, en estímulo creador. No se trata de
defendernos de la muerte, sino de crecer en la vida.
Después de Cristo podemos decir que, a la vida, ya no le
sigue la muerte, sino que, inversamente, a la muerte le sigue
la vida, mayor vida, una primavera de Dios, un tiempo para
Dios que, en realidad ya no es tiempo, porque no cabe en las
terrenas dimensiones.
Tal vez nuestros males y la tristeza de creerlos inevita-
bles, provienen de nuestra falta de esperanza más que de nues-
tra poca fe, al descompasar nuestros anhelos del ritmo del
hacer de Dios en el mundo. Nos sentimos zarandeados y no
llevados por Dios, cuando en realidad todo conspira, todo se
encauza y progresa apuntando todavía más lejos y más alto
11 (71)
de los objetivos con que nuestra mezquindad se resignaría.
Por esto nuestro crecimiento en Dios es un misterio vital,
parecido al de los árboles y, entre inviernos y primaveras,
nos sacuden fríos de dolor y nos asustan silencios de muerte,
aunque ningún desgarro interior podría arrancarnos la vida,
pues estamos enraizados en Dios. Después de cada hielo de
tristeza y soledad, después de cada poda, volverán a crecer-
nos las ramas, florecidas de esperanza, como brazos oferen-
tes, prestas a volcar fuera, otra vez, el vigor de la vida que
remanece.
Pasarán las crisis, cuando todos hayamos entendido su
sentido, tomada su lección y hayamos andado otro paso hacia
la total conversión. Entonces oiremos, otra vez como palabras
del Señor a nosotros, las del Cantar de los Cantares: «Ven,
mira, ya ha pasado el invierno, las lluvias han cesado; han
aparecido las flores en la tierra, ha llegado el tiempo de las
canciones...» (2, 22-12).
Un día, todos los colores serán luz, todos los vientos mú-
sica, todos los soles gloria, y nosotros hijos de Dios. Habrá
llegado la primavera eterna.
A Dios no se le encuentra exclusivamente aquí o
allá, sino que se le encuentra cuando el hombre,
bajando a lo más profundo de su corazón, decide
dar un viraje total a su vida y ponerla al servicio
de la idea que el mismo Cristo trajo a la tierra, A
saber: el anuncio del Reino de Dios, un Reino tan
grande que no podemos encerrarlo en el espacio
de un templo por muy grande, noble y famoso
que sea.― Ana María Cortés
12 (72)
Documento:
LA VOZ
DE
LA RESURRECCIÓN,
De una entrevista con Cristóbal Halffter
HACE casi cinco años que se estrenó triunfalmente en París, y patroci-
nado por Radio France, el «OFFICIUM DEFUNCTORUM» del compo-
sitor Cristóbal Halffter, obra excepcional que resume la última etapa
composicional del gran músico, y que fue señalada, entonces, como el «gran
acontecimiento musical del año» por la prensa del país vecino. Los éxitos se
repitieron en otras partes de Europa.
Desempolvando recortes de prensa encontramos el diálogo que, hace un par de
años, con ocasión de su estancia en España, mantuvo con el músico Maria Luisa Brey,
y que resumimos ahora, si bien todos pueden saber que Cristóbal Halffter pertenece
a una familia de compositores de música polifónica contemporánea, que bien pueden
calificarse como músicos de anticipación, precursores, elitistas, pues se dice de ellos
que son los autores de la música que se escuchará, con pleno éxito, en el ya próxi-
mo siglo XXI. Uno de los Halffter ―Ernesto, tío de Cristóbal― terminó la incompleta
«ATLANTIDA» de Falla.
Cristóbal Halffter es un compositor de prestigio universal y está considerado
como una de las figuras más destacadas en el panorama artístico de la República Fe-
deral Alemana. Corren por sus venas sangre germana y sangre española, y España,
en concreto, le interesa mucho, pues española es su mujer y españoles son sus hijos.
Cristóbal Halffter es un compositor cristiano, y casi la totalidad de sus obras
están presididas por el signo religioso, algunas de ellas inspiradas en textos de
san Juan de la Cruz Es conocida su «MISA PARA LA JUVENTUD, GAUDIUM ET
SPES».
13 (73)
Pero volvamos a la que ha dado motivo al principio de estas líneas, o sea el
―OFFICIUM DEFUNCTORUM―, aunque, contrariamente a lo que pudiera parecer, no
es una obra destinada al servicio litúrgico, sino un monumento sonoro levantado so-
bre textos bíblicos, que tiene una hora de duración, para el que se utiliza una gran
orquesta y un nutrido coro mixto, al que se une otro compuesto por doce solistas y
un niño. Es una obra monumental para una meditación sobre la muerte, dedicada a
cuantos dieron su vida por los demás. El autor tiene en la mente a personas como
Gandhi, como Luther King, y a tantos otros que, en todos los tiempos y la mayor
parte de veces de forma anónima, han dado la extrema prueba de amor por los otros,
siguiendo el ejemplo de Cristo. En su obra el autor evita el tremendismo del «Dies
irae, dies illae», pues no lo cierra con la cita de la «more aeterna», sino con las citas
esperanzadas del Apocalipsis y de san Juan.
Halffter va mucho más allá del simple entretenimiento estético en esta su inte-
riorización meditativa del misterio de la muerte cristiana. Alguien ha dicho que,
sobre el coro tenebroso, lanza una y otra vez haces de luz, como hiriendo la misma
idea de la muerte para convertirla en esperanza de la vida.
Pero a la vertiente predominante religiosa de Cristóbal Halffter hay que añadir
sus compromisos y preocupaciones de carácter ético y social, de lo que son ejemplo
varias de sus obras más conocidas y, en particular, la cantata «YES, SPEAK OUT»,
sobre los derechos humanos, estrenada en 1968 en las Naciones Unidas, al conmemo-
rarse el vigésimo aniversario de la Declaración.
Cristóbal Halffter ha dirigido también en la Filarmónica de Berlín, la Orquesta
Mundial de Juventudes, formada por ciento diez jóvenes profesores procedentes de
veintiocho países.
Reproduzcamos ya algunos puntos del referido diálogo.
Vencer el
tenebrismo
―En su oficio de difuntos aparece una dura tensión dia-
léctica entre la realidad de la muerte física y la difícil espe-
ranza de la resurrección. ¿Cree que el aleluya final que grita
la voz de un niño, consigue apagar y vencer el tenebrismo,
esa conciencia lúcida de la finitud que envuelve el resto de
su creación musical?
―Yo creo que sí. Porque precisamente el que hable un
niño, el que grite un niño, pienso que llega a los oyentes.
Yo he elegido precisamente la voz de un niño porque la
fe en la resurrección nos exige precisamente inocencia, es
decir, la convicción y credibilidad de los niños.
No creo que esta obra sea de tipo tenebrista, como se ha
dicho, sino más bien una composición tensa, comprometi-
damente austera, de tipo esperanzador. Se la ha compa-
14 (74)
rado con el tenebrismo de las pinturas de Goya, pero creo
que en esas pinturas hay una tensión de otro tipo.
Hombres-niño
—Pienso que en ese réquiem ha conseguido usted aunar
dos verdades clave del mensaje cristiano: la resurrección de
los muertos y la condición indispensable para alcanzarla:
hacerse niños. ¿Conoce, entre sus amistades cristianas, mu-
chos hombres-niños, en el sentido evangélico?
―No solamente conozco hombres-niño entre los cris-
tianos. Aún queda mucha gente estupenda, cargada de
entusiasmo, capaz de poner ilusión en todo lo que hacen,
y yo esto lo considero una virtud propia de la infancia.
Ser niño, lógicamente, no consiste en no saber, sino en
tener una visión adecuada de la realidad, serena y alegre.
Falla el hombre-niño porque vivimos inmersos en el ma-
terialismo. Hoy al hombre, desgraciadamente, se le mide
tan sólo por lo que produce.
―Usted compuso la música para el himno del centenario
de santa Teresa de Jesús. ¿Cuántas Teresas y Juanes de la
Cruz serían necesarios para renovar espiritualmente a Es-
paña? ¿Conoce aquellos versos de Machado?:
Teresa de Jesús, alma de fuego,
Juan de la Cruz, espíritu de la llama,
por aquí hay mucho frío, padres nuestros,
corazoncitos de Jesus se apagan.
El cambio
cultural
¿Podría comentar y aplicar estos versos a la España de hoy?
―Sí, aquí hace mucho frío, igual que ayer, porque
la fuerte personalidad cristiana de estos dos santos, sus
recias virtudes, se echar mucho de menos en nuestro cris-
tianismo de devocioncillas. Pero, para salvar a España…
bastaría con que hubiese cristianos más pequeños, más
modestos, capaces de contribuir a la cultura del país, y
hablo de la cultura en su sentido más amplio. Necesita-
mos personas que sepan vivir mejor, que tengan más co-
nocimiento de la dignidad humana, que posean la cultu-
ra de las pequeñas cosas del vivir, del vestir, del comer.
Este cambio cultural ―que incluye también lo religioso―
creo que sería una buena solución para esta situación de
mediocridad en que nos movemos, y que a mí me parece
muy triste.
—Dice el filósofo García Morente que recobró la fe per-
dida al escuchar por la radio «LA INFANCIA DE CRISTO»,
de Berlioz. Lo mismo le sucedió a Claudel, en Notre Dame,
15 (75)
al escuchar el «MAGNIFICAT». ¿A qué atribuye el hecho de
que la música religiosa pueda llegar a ser vehículo de la gra-
cia de un modo tan patente y eficaz?
La buena
música
―Porque la música es un arte que va directamente
a la sensibilidad, a la inteligencia, a la parte más noble
del ser humano. Se trata de una serie de componentes
que conlleva la música, la buena música. Esto es lo que
no han sabido ver los rectores de la música religiosa de
nuestro tiempo.
―Le gustan los cantos litúrgicos actuales?
―No, no, no.
Si tuviere que salvar algún canto o himno religioso
preconciliar, ¿cuál salvaría?
―No sé, yo creo que sería muy difícil. Tal vez una
literatura del canto coral, muy importante, que tuvo una
fuerte tradición en el Norte. Sobre todo, las obras del P.
Olano, Goicoechea, Torres Perón, que siempre han fun-
cionado bien. Ese tipo de cosas.
―Echa de menos el canto gregoriano?
―Mucho, mucho. No debiera haberse abandonado.
Yo, cristiano posconciliar, no me considero anti-nada,
sino defensor de todo lo bueno. ¿Por qué se va a perder
el canto gregoriano, que está dentro de nuestra cultura,
algo tan rico y universal?
La vulgaridad
de la música
religiosa
actual
―¿Por qué no le gustan los cantos litúrgicos actuales?
―Porque la Iglesia, no sé si consciente o inconsciente-
mente ha jugado un papel importante en la valoración de
la vulgaridad...
―¿Qué haría usted, si le hicieran director general de
música?
Oh Señor, líbrame del hombre de intención exce-
lente y de corazón impuro: pues el corazón es
más engañoso que todas las cosas, y desespe-
radamente perverso.
Presérvame del enemigo que tiene algo que ganar:
y del amigo que tiene algo que perder.
T. S. Eliot
16 (76)
―Lo primero, no aceptar. Pero en el supuesto de
lo fuese, trataría de llevar la música a todas partes. Que
la música, y el arte en general, no fuesen pertenencia de
una élite. Esto no se conseguirá nunca plenamente, por-
que no cabe duda de que la música será siempre un poco
de élite, pero trataría de ampliar la base, de educar y cul-
tivar la sensibilidad de las personas, elevar el concepto
de la dignidad humana. Yo siempre digo que la calidad
de la gente se mide por su ocio, ya que cada uno puede
emplearlo como quiera. Si el tiempo libre lo empleamos
exclusivamente para ir al fútbol, en insultar al árbitro,
nuestra calidad humana será baja, muy pequeña. Si de-
dicamos nuestro ocio a pascar, a leer, a cosas similares,
el nivel humano ya habrá subido un poco.
―Usted dedica su réquiem a todos aquellos que murie-
ron para que los hombres tengan vida, a todos los que mu-
rieron violentamente sin utilizar ellos la violencia. Basta
ver los títulos de sus composiciones para comprobar su
obsesión por la idea de la muerte. Esta preocupación suya
por el tema, y prescindiendo de las personas cuya muerte
usted exalta, pues de sobra conocemos su verdad histórica
y su dedicación total a los demás, me sugiere una pregunta:
¿Qué le parece más valioso, dar la muerte o dar la vida
por los demás? Porque todos sabemos que, en un momento
de generosidad, se puede saber morir por una causa cuan-
do no se ha sabido vivir por ella... Yo me pregunto si una
muerte brillante puede salvar una vida mediocre.
Elogio de
los mártires
―Creo que no. Una muerte honrosa es algo digno y
deseable, pero nunca puede salvar una vida vacía. Lo que
pasa es que los que son capaces de dar la muerte por los
demás, son seres que han ido dando también la vida poco
a poco, ya que los actos heroicos raramente se improvi-
san. Piense en el obispo Romero, en Gandhi, en Luther
King, en Cristo...
―Su cantata sobre los derechos humanos «YES, SPEAK
OUT», está muy bien; pero, no cree que todo se nos queda
en eso, en hablar con valentía? No cree que somos muchos
más los que hablamos de El Salvador, de Nicaragua, y de
Polonia, que los que viven y mueren allí, defendiendo con
la vida los derechos de esas pobres gentes?
―Es verdad, pero hace falta también alguien que lo
diga, que despierte las conciencias de las personas, que
se denuncien las situaciones de injusticia. Es necesario
crear un estado de opinión, al menos eso.
17 (77)
El tema
de Dios
―Por último: ¿sigue vigente la idea de Dios en el mun-
do y en la sociedad que usted frecuenta, o es un tema tabú,
un rumor cada vez más confuso e imperceptible, una idea
que sólo perturba de vez en cuando el subconsciente del
hombre moderno?
―El tema de Dios sigue latente en mil formas. Se bus-
ca trascendencia del modo que sea, se busca un fin que
de sentido a la existencia; lo que hace surgir por todas
partes sectas orientales, prácticas mágicas, espiritistas,
adivinos demás. Se busca un descanso, y lo más diver-
tido es que se buscan explicaciones completamente idio-
tas, teniendo otras mucho más sencillas. La necesidad de
saber es inherente al ser humano.
ENVÍANOS LOCOS, SEÑOR.
¡Oh Dios! Envíanos locos,
de los que se comprometen a fondo,
de los que se olvidan de sí mismos,
de los que aman con algo más que con palabras,
de los que entregan su vida de verdad y hasta el fin.
Danos locos,
apasionados,
hombres capaces de dar el salto hasta la inseguridad,
hacia la incertidumbre sorprendente de la pobreza;
danos locos,
que acepten diluirse en la masa
sin pretensiones de ascensos,
sin que vayan a sacar su propio provecho.
Danos locos,
locos del presente,
enamorados de una forma de vida sencilla,
liberadores eficientes de los que otros olvidan,
locos amantes de la paz,
puros de conciencia,
decididos a jamás ser traidores,
capaces de aceptar cualquier tarea,
dispuestos a acudir donde sea,
libres y obedientes,
espontáneos y tenaces,
dulces y fuertes.
Danos locos, Señor: danos locos.
J. L. Lebret
18 (78)
EL PECADO
ORIGINAL
TENGO de Dios tanta certidumbre
como de mi propia existencia,
aunque cuando intento examinar
los fundamentos de esta certidumbre y
darle forma lógica, encuentro gran di-
ficultad, tanto en el fondo como en la
forma.
Tiendo mi vista por el mundo de los
hombres, y se me ofrece una perspecti-
va que me llena de indecible tristeza.
Parece que el mundo ha negado senci-
llamente esta gran verdad, de la cual
se siente tan lleno todo mi ser. Y el efec-
to que me produce, en consecuencia,
necesariamente me conturba de tal ma-
nera como si se negase mi propia exis-
tencia. Si me mirase a un espejo y no
viese en él mi rostro, me produciría
una sensación parecida a la que siento
cuando contemplo este mundo vivo y
atareado que no quiere saber nada de
su Creador. Ésta es para mí una de las
grandes dificultades de esta absoluta y
primaria verdad a la cual me estoy re-
firiendo. Si no fuera por esa voz que
habla tan clara en mi conciencia y en
mi corazón, yo sería un ateo, un pan-
teísta o un politeísta cuando contemplo
el mundo.
Hablo de mí solamente. Estoy lejos
de negar la fuerza real de los argumen-
tos que prueban la existencia de Dios,
formados por los hechos generales de la
sociedad humana y del curso de la His-
toria; pero estos argumentos, ni me ca-
lientan ni me iluminan; no suprimen
el invierno de mi desolación, ni hacen
brotar yemas en las ramas, ni crecer
las hojas dentro de mí, ni regocijan mi
ser moral.
La vista del mundo no es más que el
pergamino del profeta «lleno de lamen-
taciones, de llanto y de terror». El con-
siderar el mundo en su largo y ancho,
sus variadas historias, las múltiples
razas de hombres, sus comienzos, su
fortuna, su mutuo alojamiento, sus con-
flictos; después, su modo de vivir, sus
hábitos, gobiernos, formas de culto; sus
empresas, sus carreras sin objeto, sus
adquisiciones y éxitos debidos al azar,
la impotente terminación de cosas du-
raderas, las prendas tan débiles y tan
rotas de un designio superior, la ciega
evolución de lo que vienen a ser gran-
des poderes y verdades; el progreso de
las cosas que parece venir de elementos
irracionales, no hacia causas finales;
la grandeza y pequeñez del hombre,
sus inmensas ambiciones, su corta du-
ración, el telón que oculta su futuro;
las desilusiones de la vida, la derrota
del bien, los éxitos del mal, el dolor
físico, la inquietud de la muerte, el
prevalecimiento e intensidad del peca-
do, las extensas idolatrías, la corrup-
ción...
Esto está fuera de los propósitos del
Creador; esto es un hecho, un hecho
tan verdadero como su existencia; y
así la doctrina de lo que se llama pe-
cado original me parece tan cierta co-
mo que el mundo existe y como que
existe Dios.
John H. Newman, C. O.
19 (79)
PASCUA CRISTIANA
JUEVES SANTO.
a las 8 de la tarde,
Misa de la Cena del Señor.
VIERNES SANTO,
a las 8 de la tarde,
Celebración
de la Pasión del Señor.
SÁBADO SANTO,
a las 11 de la noche,
Vigilia Pascual.
La celebración pascual se completa
participando en la Liturgia del Domingo.
LAUS
Director: Ramón Mas Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
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