Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 214. JUNIO. Año 1984 |
SUMARIO |
EL ESPÍRITU de Dios es el
aliento de la vida de la |
Iglesia de Jesus, el gran
discipulado de los que |
creen en él. Y, como la
llama transfigura lo que |
penetra, así el aliento
divino, presente en la obra |
de Jesús, va preparando el
Reino que se describe en el |
Evangelio, para que no se
detenga el proceso de purifica- |
ción y conversión de la
humanidad. Proceso frente al cual |
las actitudes de los
mismos creyentes han de ser continua- |
mente revisadas, para que
las esperanzas de los demás |
hombres sean iluminadas
por la fe de los cristianos. |
QUÉDATE CONMIGO |
PROFETAS Y MAESTROS |
EL CAMINO DE NEWMAN |
TENTACIONES DE LA RELIGIÓN |
EL «DESARROLLO» LEGÍTIMO
EN LA IGLESIA |
EL DISCIPULADO |
1 (101) |
QUÉDATE CONMIGO |
Ayúdame a esparcir tu
gracia, Señor, |
dondequiera que vaya; |
inunda mi alma con tu
espíritu y tu vida; |
penetra todo mi ser y toma
posesión de él, |
para que mi vida sea en
adelante una irradiación tuya. |
Quédate en mi corazón,
Señor, |
en una unión tan intima y
estrecha, |
que las almas que tengan
contacto con la mía, |
puedan sentir en mí tu
presencia, |
y que al mirarme olviden
que yo existo |
y no piensen sino en Ti. |
Quédate conmigo, Jesús. |
Así podré convertirme en
luz para otros. |
Esa luz, oh Jesús, vendrá
de ti; |
ni uno solo de sus rayos
será mío. |
Te serviré tan sólo de
instrumento |
para que tú ilumines a las
almas a través de mí. |
Déjame alabarte en la
forma que te es más agradable, |
llevando mi lámpara
encendida para disipar las sombras |
en el camino de otras
almas. |
Déjame predicar tu nombre
sin palabras; |
con mi ejemplo, con la
fuerza de atracción, |
con la sobrenatural
influencia de mis obras, |
con la fuerza evidente del
amor |
que mi corazón siente por
Ti. |
John Henry card. Newman,
C. O. |
2 (102) |
Profetas |
y maestros |
LA PRIMERA Iglesia, tal
como la describe san Lucas, se formó por gru- |
pos de fieles que
afianzaban su fe en la oración común y el ayuno, |
con la meditación de la
Palabra. Constituyeron una comunidad y un |
discipulado
―espíritu y verdad para la vida―, en los que se explica y |
desarrolla todo el
fenómeno del nuevo Israel. Una presencia del espíritu |
de Jesús, que se
manifiesta en los que creen en él y le imitan, o, como dice |
la Didakhé, unos
seguidores «sin codicias, ni esperanzas de lucro, sino |
dispuestos a imitar la
conducta del Señor». |
Entre ellos «había
profetas y maestros», es decir, que se percibía el |
espíritu de Dios y la
inteligencia del hombre. De todo ello partía lo demás |
―ministerios y
carismas― cohesionando la vida y expansionándola hacia |
otros hombres, que debían
ser, también, evangelizados: era el ser de la |
Iglesia naciente y el
desarrollo incontenible que se fraguaba en la oración |
en común, consistente en
la alabanza a Dios y en la búsqueda de la coin- |
cidencia convergente con
la voluntad divina: saber de Dios y querer lo |
que Dios quiera, y vivir
la vida como una respuesta a su llamada, ensam- |
blando fe y gracia. Así
vivía y se gobernaba la primitiva comunidad cris- |
tiana (Act 13, 1; 1.8 Cor
12, 28; Ef 4, 11-13). |
Todo lo que sigue, no
solamente arranca de ahí, sino que se legitima |
en la medida que se
reproduce a escala histórica. El sentido profético de |
la Iglesia ―la
atención y fidelidad al espíritu de Dios―, y la aplicación de la |
inteligencia para hacerlo
concreto en la vida, a medida que se va trans- |
mitiendo, serán la
constante de la comunidad de comunidades ―Iglesia, |
o Pueblo de Dios―,
surgida de los discípulos más afectados de Jesús, los |
3 (103) |
apóstoles. En esta gran
comunidad tendrá más importancia su aliento que |
su estructura, y por eso
la oración, la búsqueda y trato con Dios, será co- |
mo el respirar de su
sobrenatural organismo. Oración que será precedida |
o acompañada del necesario
desprendimiento, significado en el ayuno, in |
lo cual el corazón se
embota, la voluntad desfallece y la conciencia se co- |
rrompe. Será, por todo
ello, un pueblo de «convertidos», siempre en tronco |
de una nueva conversión,
lo cual, por una parte relativiza los fallos huma- |
nos y lleva a la práctica
del perdón y de la misericordia y, por otra, estimu- |
la a redimir el tiempo,
aprovechándolo al máximo para colmarlo de fideli- |
dad a la gracia sin
dilaciones ni perezas. |
Los maestros serán siempre
necesarios, porque, como observa New- |
man, «la palabra inspirada
―expresión del espíritu de Dios para la inteli- |
gencia del hombre―
permanece, de ordinario, como letra muerta, hasta que |
no se transmite a través
de un espíritu viviente a otro espíritu viviente». |
Pero los maestros nunca
agotan la riqueza de la inspiración profética, |
que irá acompañando a la
Iglesia, madre espiritual de la nueva humanidad |
y maestra de todos sus
hijos. El misterio cristiano se extiende y transmite |
―es decir, se hace
«tradición»―, y los bienes de la gracia y de la naturaleza |
so integran en cada uno de
los cristianos y en la entera dimensión social |
de la Iglesia,
contemporáneamente espiritual y visible. Y tendrá profetas y |
maestros, y santos y
discípulos. Será tanto más fiel a Cristo, cuanto más la |
profecía esté presente en
el magisterio, y cuanto más los discípulos sean |
más santos. |
LAUS |
no se publica durante los
me- |
ses de Julio, Agosto y
Sep- |
tiembre. Reaparecerá el
mes |
de Octubre. |
Si se ha cambiado de
domici- |
lio, comuníquelo a |
LAUS ― Apartado 182
― Albacete |
4 (104) |
EL CAMINO |
DE NEWMAN |
UN CAMINO hacia la luz, un
ca- |
mino, en definitiva, hacia
la |
Iglesia podría decirse que
fue |
el itinerario del espíritu
de New- |
man. Él nunca disoció la
doctrina, |
de la vida misma de la
Iglesia; ni |
su perfección última, de
la contin- |
gente terrenalidad. No
tuvo decep- |
ciones, ni sufrió
escándalo alguno, |
a pesar de ser lúcida y
profunda- |
mente crítico
―crítico por amor― |
en su camino de fe. «Hay
demasia- |
dos eclesiásticos, incluso
de rango |
elevado... que hablan como
si ig- |
noraran lo que significa
un acto de |
fe». Y también: «Importa
poco lo |
que la Iglesia diga, lo
que importa |
es creer todo lo que ella
enseña»... |
Estas y otras expresiones
que mu- |
chos no comprendían,
llevados de |
la fácil alegría
apologético-beatil, |
alimentados, todavía, de
satisfac- |
ciones triunfalistas o
fantasías sen- |
timentales, le hacían
sospechoso |
frente a los que pensaban
que un |
acto de fe es tan fácil
como la obe- |
diencia externa, material,
exhibicio- |
nista o aduladora, que
dispensa de |
pensar. |
A pesar de la abundancia y
pro- |
fundidad de sus escritos,
y de su |
constante interés por la
realidad y |
la teología de la Iglesia,
no pode- |
mos disponer de ninguna
obra en la |
que sistemáticamente nos
diera su |
pensamiento organizado en
forma |
de eclesiología. También
es cierto, |
como confesaba, que él
siempre se |
había puesto a escribir
para res- |
ponder a una situación
determina- |
da, que le exigía
concretar su pro- |
nunciamiento intelectual
cogiendo |
la pluma. Pero todo ello
incita más |
a la búsqueda de su
pensamiento, |
en el tesoro de sus obras
y, por |
otra parte, nos asegura la
gran sin- |
ceridad, no calculada, que
espontá- |
neamente se deja llevar,
en cada |
momento, por la llamada
del Espí- |
ritu de Dios, al que
siempre fue |
fiel, pues pudo confesar
con absolu- |
ta sencillez: «Yo nunca he
pecado |
contra la luz». |
5 (105) |
Newman, aunque
universitario, |
no es una mente que se
instala en |
un paraíso intelectual, ni
va a la |
Iglesia para obtener
ninguna re- |
compensa, ni preparar
ninguna |
promoción. Busca a Dios
desde la |
gran desnudez de su
sinceridad. |
Desde esta sinceridad que
aprendió |
e hizo suya en lo que él
llama "su |
primera conversión"
―cuando te- |
nía quince años «when I
was fifte- |
en»―, podemos
acercarnos a él y |
recoger algunas ideas
suyas respec- |
to a la Iglesia, a la que
llegó cuan- |
do, al intentar reanimar
el anglica- |
nismo, donde había nacido,
y en él |
buscar a la verdadera
Iglesia, des- |
cubrió que ésta coincidía
con algo |
que, en principio hubiera
querido |
evitar, pero que era
inevitable: el |
catolicismo. Y se hizo
católico. |
Entre sus maestros, hubo
uno, |
en su adolescencia, que
dejó huella |
especial en su espíritu:
la sinceri- |
dad con Dios le hizo
experimentar |
la exigencia de una
consagración |
personal sin reserva al
Dios del |
Evangelio, que se muestra
en Cris- |
to, y piensa que esta
consagración |
le ha de llevar a gastar
su vida en |
testimonio de Cristo
frente a los |
demás. Esto queda en su
vida, y |
todas sus ideas sobre la
Iglesia se- |
rán congruentes con la
actitud reli- |
giosa de este adolescente
que, en |
germen, implícitamente,
lleva en |
el alma la noción de la
Iglesia de |
Cristo. Siempre sentirá
gratitud ha- |
cia aquel maestro bueno,
de nom- |
bre Mayer, seguidor
convencido de |
una corriente más
evangélica, den- |
tro del anglicanismo. |
Después de Ealing, su
colegio, a |
Oxford y, paralela a su
actividad |
académica, tiene lugar su
ordena- |
ción sacerdotal en la
Iglesia angli- |
cana. Su ministerio
destacará en |
seguida. Surge el
Movimiento de |
Oxford, en el que emerge
como |
principal animador. El
origen in- |
mediato de este Movimiento
está |
en lo que, por Newman y
sus ami- |
gos, se tomó «como una
intolera- |
ble intromisión del Estado
en los |
asuntos de la Iglesia»,
pues el Go- |
bierno inglés pretendía
poder su- |
primir, unilateralmente,
algunas |
diócesis. Algunos de los
que reac- |
cionaban contra las
medidas del |
Gobierno, tendían a llevar
el angli- |
canismo hacia prácticas y
concep- |
ciones consonantes con las
de la |
Iglesia católica
contemporánea y |
daban, a esa tendencia, un
claro |
sentido antiprotestante.
Newman, |
sin embargo, no tenía este
espíritu, |
más táctico que profundo,
y creyó |
que el ideal a establecer
era, en to- |
do caso, el regreso hacia
la Iglesia |
en su modelo primitivo.
Esto es |
importante, porque Newman
nunca |
suscribió actitudes
antiprotestan- |
tes, lo que trajo consigo
que, los |
católicos, todavía
preocupados por |
la Contrarreforma, con
frecuencia |
le tuvieron como extraño y
poco |
apreciado, al tiempo que
seguía |
siéndolo en muchos
ambientes an- |
6 (106) |
glicanos. Newman amó a la
Iglesia |
católica con heroica y
fervorosa fi- |
delidad, pero siempre se
declaró |
agradecido respecto a la
Iglesia |
anglicana, donde hizo sus
primeros |
pasos en el camino de la
fe. |
En realidad Newman, al
evitar |
actitudes y prejuicios
negativos, y |
sin pretenderlo, deshacía
las razo- |
nes que pudieran servir de
base |
para el protestantismo,
sin comba- |
tirlo, ni pensar en ello. |
Ya desde su predicación
protes- |
tante, cuando habla de la
Iglesia |
en sus Sermons la describe
y desea |
«vuelta a la plena
conciencia de sí |
misma». Y busca él esta
conciencia |
de la Iglesia leyendo a
los Santos |
Padres: en ellos cree
recoger esa |
«continuidad discontinua»
para- |
dójica entre el Israel del
A. T. y |
la Iglesia de Cristo que
se forma |
progresivamente, por la
providen- |
cial acción de Dios, que
va puri- |
ficando al pueblo de la
Antigua |
Alianza, para reagruparlo,
en una |
humanidad renovada, en la
Nueva. |
Newman ve a la Iglesia
naciente |
que toma conciencia de sí
misma |
al leer y profundizar en
las Escri- |
turas, tal como nos
muestran los |
textos del N.T., en sus
relatos post- |
pascuales, y como los
Padres inter- |
pretan, interpretándolas a
la luz de |
Cristo. Newman ve a la
Iglesia que |
se mueve en un devenir,
sin per- |
der su unidad irrompible,
pero, a |
la vez, sin dejar de morir
y rena- |
«Lo conocieron en la |
fracción del pan». La |
«fracción del pan» era el |
centro de la comunidad |
cristiana. En la comuni- |
dad, la presencia del Se- |
ñor no significaba ya un |
momento súbito, un co- |
mo relámpago de reco- |
nocimiento, sumamente |
convincente, pero que |
pasa enseguida. Era una |
realidad duradera, crea- |
dora de la nueva vida |
comunitaria. |
Dentro de aquella vida |
comunitaria, según fue |
madurando y según fue- |
ron abriéndose más am- |
plias perspectivas, los |
discípulos fueron más y |
más profundizando en la |
comprensión de lo que |
había sucedido. No se |
trataba simplemente de |
que su Maestro perdido |
hubiese vuelto a ellos; |
Dios mismo vino a ellos |
de una manera total- |
mente nueva. |
C. H. DODD |
7 (107) |
cer. El tiempo de la
Iglesia es una |
realización de las
promesas de Dios |
y su cumplimiento, pero
sigue sien- |
do, de nuevo, además, una
prepara- |
ción y una promesa.
Ninguno de |
los miembros que la
componen ca- |
rece de significación,
pues todos |
tienen un papel
providencial que |
nunca es simplemente
pasivo, de |
donde el destino total de
la Iglesia |
se forma de la conjunción
de múl- |
tiples destinos
individuales. Pero |
el Espíritu la lleva, y
habrá que |
distinguir, en todo
momento, entre |
«lo que es del Espíritu y
lo que |
sólo son apariencias», tal
como él |
había aprendido en su
primera ju- |
ventud, de aquel buen
maestro. Pe- |
ro, a pesar de la
diversidad de |
hombres, y de la
mezquindad de |
muchos, hay que confiar
siempre |
en la Providencia, que
todo lo con- |
duce a buen fin. |
Esta visión de Newman
resulta- |
ba irritante para los
cristianos de |
optimismo demasiado fácil,
tanto |
si se vencían por una
actitud inte- |
grista, como progresista;
sobre todo |
desmontaba cualquier
triunfalismo |
eclesiástico, propenso a
las eufo- |
rias. No obstante, aquella
soledad |
íntima con Dios, que ya
había des- |
cubierto en sus años más
tiernos en |
la escuela de Ealing, le
daba una |
serenidad que le elevaba
por enci- |
ma del contraste de la
gloria fácil |
o del fracaso absurdo,
aplicados a |
la Iglesia. Newman sufrió
mucho, |
y precisamente en la
Iglesia, y la |
Iglesia católica, pero la
gloria esta- |
ba, para él, siempre
oculta en la |
cruz ―«per crucem ad
lucem»―, |
y menos que a nadie
hubiera podi- |
do aplicársele el reproche
que un |
teólogo protestante
contemporáneo |
(Barth), de que los
teólogos católi- |
cos quieren substituir la
theologia |
gloriae por la theologia
crucis. Las |
penas le purificaron, le
unieron |
más a Dios, pero no le
contagiaron |
de pesimismo, y fue
siempre joven |
de corazón para seguir
amando a |
la Iglesia. |
En nuestra época, en la
que el |
tema de la promoción del
laicado |
en la Iglesia está de
moda, no po- |
dría omitirse una
referencia a New- |
man, en este campo; pero
en otra |
ocasión ya hemos tratado
este as- |
pecto, por lo demás
indispensable |
entre los principales de
la eclesio- |
logía newmaniana (conf.
«LAUS», |
n" 193). |
Pensamos que pueden ser
una |
Escuchar la Palabra,
Aceptarla por medio de la fe, entregarse a |
ella en la celebración
eucarística del memorial de la Muerte vi- |
vificante de Jesús, esto y
nada más que esto, realiza la Iglesia. El |
que escucha la Palabra, el
que cree en ella, el que consiento en |
entregar e ella con y en
Cristo, pertenece, pues, a la Iglesia. |
Louis Bouyer, C. O. |
8 (108) |
buena conclusión de este
breve |
camino acompañando a
Newman, |
reproducir algunas
palabras del |
discurso de agradecimiento
que |
pronunció, en Roma, al
recibir el |
cardenalato de manos del
papa |
León XIII. |
Entre otras cosas, dijo
Newman: |
«Nunca me había pasado por
la- |
mente que yo pudiera ser
objeto |
de esta elevación, que,
dados mis |
antecedentes, me parece
sorpren- |
dente. Yo he pasado por
muchas |
pruebas, pero todas habían
desapa- |
recido; las tristezas se
habían aca- |
bado y yo estaba en paz.
Tal vez |
debía vivir hasta aquí
para gozar |
de esta alegría... El papa
me ha di- |
cho que su gesto era un
acto de re- |
conocimiento por mi celo y
buen |
servicio, durante tantos
años, a la |
causa católica; también ha
pensado |
que si yo recibía alguna
muestra |
de su afecto, ello sería
causa de |
alegría para los católicos
ingleses |
también para la Inglaterra
pro- |
testante. Después de
palabras tan |
benévolas de parte de Su
Santidad, |
me habría considerado
insensible |
y falto de corazón, si
hubiese du- |
dado en aceptar... Lo que
puedo |
asegurar, con todo lo que
he es- |
crito es esto: he tenido
intención |
honesta, no he buscado
nada per- |
sonal, he querido obedecer
siem- |
pre, he querido ser justo
y respe- |
tuoso, me ha dado miedo el
error, |
y he deseado servir a la
Santa Igle- |
sia...» |
Tentaciones de la religión |
• Tentación de hipocresía: |
practicar una religión |
para prestigiarse con |
ello y mantener buena |
reputación frente a los |
hombres (Mt 6, 5). |
• Tentación de formalis- |
mo: repetir oraciones, co- |
mo si del mucho hablar |
viniera el ser escuchado |
(Mt 6, 7). |
• Tentación de evasión: no |
son los que dicen Señor, |
Señor, quienes |
quienes entren |
en el reino de los cielos, |
sino los hacedores de la |
voluntad del Padre ce- |
lestial (Mt 7, 21). |
• Tentación de falsa
sacra- |
lización: no en un lugar o |
en otro hay que adorar a |
Dios, sino en espíritu y |
en verdad (Jn 4, 21-23). |
• Tentación de ritualismo: |
el sábado es para el hom- |
bre, y no el hombre para |
el sábado ( |
Mc 2, 27). |
• Tentación de colocar el |
amor a Dios en rivalidad |
con el amor a los hom- |
bres: «lo que hicisteis al |
más pequeño, a mí me lo |
hicisteis; y todo lo que
no |
le hicisteis, a mí no me
lo |
hicisteis» (Mt 25, 40 y
45). |
Bernard Besret |
9 (109) |
El «desarrollo» legítimo |
en la Iglesia |
LA VIDA es realidad en
movimiento, un proceso y, por ello, |
no resulta difícil aplicar
el concepto de "desarrollo" inclu- |
so a las doctrinas. Cuando
se trata de la teología, en nues- |
tra época resulta un hecho
innegable que se ha supe- |
rado el que podríamos
llamar "fijismo" postridentino. Se pue- |
de —se debe― admitir
el "desarrollo", aunque permanece el |
problema de su
legitimidad. Si ésta no puede establecerse, será |
que las apariencias de
desarrollo no pasan de meras degene- |
raciones, o de
corrupciones, camino del error y la herejía. |
Newman, en su Essay on the
Development of Christian Doc- |
trine (1845), da las notas
que, según él, distinguen el desarrollo |
auténtico, del espúreo o
erróneo. |
La primera de estas notas,
puede decirse que tiene más que |
ver con la Iglesia en sí
misma, que con sólo los aspectos doc- |
trinales que sustenta y,
por ello, se puede decir que es una no- |
ta que contiene, en sí
misma, las restantes. Consiste en que ha |
de conservar el tipo
primitivo a través de todos sus desarro- |
llos. «La Iglesia del
Nuevo Testamento y de los Padres es una |
Iglesia una, consciente a
la vez de su unidad y de su unicidad, |
como de su aptitud para
hablar con autoridad en el nombre de |
10 (110) |
Aquel que la envió. Y sólo
la Iglesia católica presenta, en el día |
de hoy, este carácter
fundamental». |
La segunda nota consiste
en que conserva los principios: |
las grandes afirmaciones
neotestamentarias: sobre la encarna- |
ción, la resurrección, la
justicia de Dios, los sacramentos, la |
aceptación de la autoridad
y del ministerio apostólico como |
procedentes del mismo
Cristo, que son la base del catolicismo |
actual como lo era en la
Iglesia primera. |
La tercera nota la
describe como «el poder de asimilación», |
Por el que sigue siendo
capaz de afrontar el mundo sin mez- |
clarse con él: a través de
la historia la Iglesia ha sabido valerse |
de las filosofías humanas
y ha estado en medio de ambientes |
culturales diversos,
transfigurando estas realidades temporales |
por el espíritu cristiano
y encontrando, a través de ellas, mo- |
dos para expresar las
verdades de la fe que ella anunciaba. |
La cuarta nota se ha
manifestado en que, a pesar de que no |
siempre se han podido
prever cuáles iban a ser las formas del |
desarrollo, una vez se
presentan, siempre se consigue estable- |
cer una dependencia lógica
entre la formulación nueva y las |
anteriores. |
11 (111) |
En quinto lugar, estos
desarrollos, aunque a primera vista |
pueden parecer
sorprendentes, siempre permiten descubrir el |
precedente de sus huellas
en las primeras generaciones cris- |
tianas, a pesar de que en
estas no se hubiese alcanzado una |
formulación tan clara y
precisa como la lograda en épocas |
posteriores. Newman pone
ejemplos como el de la divinidad |
de Cristo, definida en
Nicea, o la del primado del Obispo de |
Roma, en san León, del
siglo V. |
Otra nota consiste en que,
las últimas formulaciones no |
anulan ni destruyen las
legítimas afirmaciones anteriores, sino |
que las aclaran y las
robustecen, pues eran un presupuesto del |
que se asegura y
garantiza, con el desarrollo, su permanencia. |
Por último, en séptimo
lugar, se puede ver cómo la vitali- |
dad del desarrollo
auténtico, se nutre de las mismas dificulta- |
des que encuentra, para
superarlas, a pesar de las fluctuaciones |
episódicas, que no logran
agotar aquella vitalidad. Todo lo con- |
trario ocurre con las
derivaciones desarrollistas heréticas. |
Pero Newman, cuando hace
esta enumeración, no preten- |
de ofrecer una fórmula
automática para que produzca el acto |
de fe en el que leyere. En
otro libro suyo, Grammar of As- |
sent (1870), se refiere a
las que llama «probabilidades conver- |
gentes», como estímulo
lógico para favorecer el acto de fe, y a |
ellas pueden asimilarse
las siete notas enumeradas, para que, |
bajo el influjo de la
gracia ―pues la fe siempre comienza sien- |
do un don del Espíritu
divino―, la libertad del hombre se abra |
a la adhesión agradecida
de la iluminación de Dios. Porque, en |
definitiva, «todo es
gracia», y Dios la da a todos, aunque sin ha- |
cer violencia a la
voluntad receptiva de nadie. Dios respeta la |
libertad que él mismo ha
dado al hombre, para que, además de |
ser aceptado por la
inteligencia, le pueda y quiera amar de co- |
razón. Sin este don
soberano —la libertad―, o sin poder usar- |
lo, seríamos incapaces de
amar, seríamos seres absurdos. |
12 (112) |
EL DISCIPULADO |
ES FRECUENTE, en nuestros
días, referirse a la Iglesia y manejar la |
oposición
"dictadura" (o monarquía) y "democracia", acusándola de |
anti o poco democrática;
igualmente sería erróneo identificarla, en su |
aspecto institucional, con
las monarquías, ni siquiera constitucionales. Veinte |
siglos de existencia han
podido dar pie a comparaciones y a mimetismos par- |
ciales con las diversas
formas de organización de la sociedad humana con las |
que se ha rozado o
convivido, y así inducir a visiones falseadas de su verda- |
dera naturaleza
institucional, que no puede desligarse nunca de lo que ella |
es como misterio («cuerpo
místico de Cristo») y como «pueblo de Dios», tal |
como el Vaticano II ha
querido subrayar. |
Es claro que los que la
acusan suelen ver en ella más bien una "organi- |
zación" parecida a
las simplemente terrenas, que un organismo" animado |
sobrenaturalmente. Tampoco
la consideran como «el Israel de Dios», sino |
como una sociedad
internacional, que se llama religiosa, pero que es proclive |
a degenerar en lo ambiguo.
Para corregir esta visión bastaría, o ayudaría |
por lo menos, volver a
pensar en cómo surgió, desde sus mismas apariencias |
humanas, el fenómeno de la
Iglesia, y cómo, al correr de los siglos, se han |
ido produciendo los
efluvios restauradores y de desarrollo de su propia vita- |
lidad. No han faltado
teólogos (Rahner, Congar, Sehillebeeckx...) que, siquie- |
ra de pasada, se han
referido al discipulado, en función de la Iglesia, pero no |
llegaron a profundizar en
su concepto como elemento material, en la Iglesia |
naciente y en su
desarrollo y momentos históricos cruciales. Nosotros, aquí, |
únicamente podemos
atrevernos a hacer algunas reflexiones, tomando por |
tema el del
"discipulado", que nos eviten exageraciones impertinentes, en |
cualquiera de los dos
sentidos de la oposición apuntada. |
Primeros |
discípulos |
Todo comenzó aquella
tarde, próxima a la primavera, a |
orillas del Jordán, cuando
Jesus tuvo sus dos primeros |
«discípulos». Lo refiere
san Juan casi al principio de su |
evangelio; seguramente fue
la primera vez que Jesus oyó |
que le llamaban Maestros.
Para el evangelista debió ser |
13 (113) |
un momento memorable, por
el modo como vemos que lo |
explica (1, 31-42). Luego
fueron el hermano de cada uno |
de los dos y, enseguida,
otros más. Cuando el Señor estre- |
na ministerio en Caná de
Galilea, ya le acompañan «sus |
discípulos». Es como una
fiesta de las almas sobre los |
caminos, con un gozo nuevo
hacia adentro, por el amigo |
hallado
―"¡Hemos encontrado al Mesías!»―. Jesús respon- |
día a unas esperanzas, a
la par que las excitaba, conte- |
niendo el misterio
dosificado, para que fueran entendiendo |
poco a poco, según iba
creciendo el trato, que inevitable- |
mente ponía en evidencia,
junto al fervor de jóvenes, pre- |
cipitaciones ingenuas,
rudezas intempestivas, pequeñas |
envidias, ideas todavía
elementales y demasiado terrenas, |
pero que ―a
excepción de Judas― no impedían que crecie- |
ra el amor al Maestro, al
que ya sería imposible dejar de |
querer siempre... aunque,
finalmente, hubiese fracasado o |
no hubiese sido Dios, y no
hubiese resucitado. |
Levadura |
de Iglesia |
Éste era el elemento
primario humano con que Cristo |
contó para que naciera la
Iglesia: «sus discípulos». Vemos |
que éstos eran respetados
por la gente sencilla, y que ellos |
respetaban y amaban a su
Maestro. Sobre este discipula- |
do Cristo fundamenta su
Iglesia y luego la Iglesia se des- |
arrolla, sucesivamente, en
discípulos de discípulos, que |
comienzan llamándose,
entre sí, «hermanos». Podríamos |
concebir a la Iglesia como
un discipulado progresivo y |
desarrollado, a partir de
Cristo y los apóstoles. Aparece- |
rán, a lo largo de su
historia, formas estructurales con |
valor de instrumento, pero
que tendrán que ser continua- |
mente revisadas para que
no sofoquen su característica |
original, a la que han de
servir. Y esa revisión tendrá que |
llevarse a cabo no sólo
por los que sirvan a la Iglesia en |
puestos de autoridad, sino
por cada uno de los fieles, por- |
que se equivocarían si la
entendieran como otra cosa que |
un discipulado de Cristo. |
Discipulado |
de Jesucristo |
Pero, ¿qué es un
discípulo? |
Los sabios y los artistas,
en Grecia y en otras partes, |
habían tenido discípulos;
también en Israel, en el A.T., los |
profetas tuvieron
discípulos; pero en el caso de Jesucristo, |
el discipulado tiene
características diferentes: la principal |
consiste en que no es el
discípulo el que elige al maestro |
(como ocurría en otras
partes), sino que la primera elec- |
14 (114) |
ción ―no simplemente
aceptación, tras la demanda― es |
de Jesús, y no de quien se
propone seguirle; otro aspecto |
importante que no ocurría
en tal intensidad ni con los |
Talmudim y un Rabbí del A.
T.), es la radicalidad de la |
exigencia de Jesús, que
era total, sin límites (Lc 9, 59-62: |
Mi 10, 37). Pero la
realidad de estos rasgos no convertía |
en servilismo la
dependencia de Jesus: tanto el trato que |
el dispensa a los suyos,
como el que les recomienda entre |
ellos, se traducen en una
luminosa y serena cohesión y |
disponibilidad pronta y
amorosa. |
La adhesión |
personal |
inquebrantable |
Los discípulos no son |
simples partidarios y
seguidores de Jesús, o socios que co- |
laboran con él y le
ayudan. Ni se trata solamente de una |
mera convergencia mental,
por la que vean en Jesús la |
respuesta de las
esperanzas señaladas por los profetas, |
finalmente atendidas por
haber llegado a la plenitud de |
los tiempos: todo esto
entra en la adhesión al Maestro, pe- |
ro no porque estas ideas
les llevan a Jesús, sino porque |
Jesús les lleva a estas
concepciones, mientras se las com- |
pleta y reforma, para que
no se pierdan en derivaciones |
tangenciales temporales y
políticas, aun legítimas, como |
el mismo nacionalismo
sofocado por los sucesivos opreso- |
res de Israel. No es desde
las ideas que alcanzan a Cristo, |
sino que es desde Cristo
descubren y re-descubren y |
purifican sus mentes, bajo
el influjo de la compañía y de- |
pendencia del magisterio
que, poco a poco, entre clarida- |
des dolores, hasta el
final terrible de la pasión y muerte |
del Señor, y la inmensa
alegría de recobrarle resucitado, |
para ser vida nueva en
ellos y, por el crecimiento de la |
Iglesia, en todos los
hombres. |
Requisitos |
comunes |
Hasta Jesucristo, ser
discípulos de un maestro era el |
resultado de estos tres
requisitos: 1) elegir a un maestro, |
2) tener decidida voluntad
de seguirlo y aprender de él, y |
3) poseer capacidad de
asimilación en orden al mensaje, |
disciplina, verdad o arte
a recibir. Todo lo cual continua |
siendo válido en el orden
humano general, pero no es |
suficiente cuando se trata
del Evangelio, del discipulado |
cristiano. |
Cristo |
elige |
En primer lugar, la
elección parte de Cristo, que llama |
no para satisfacer, en el
llamado, una curiosidad antece- |
dente, sino para hacerle
participar en una verdad de vida: |
la fe siempre es
iluminación y, al mismo tiempo, llamada |
15 (115) |
para la vida. En segundo
lugar, eso llamada espera ser |
correspondida, con
libertad y sin cálculos que ofendan la |
gratuidad del llamamiento,
es decir, que ha de ser corres- |
pondida con espíritu
concorde con el sentido de su origen: |
gracia o don de parte de
Cristo, y generosidad en la res- |
puesta del discípulo. Por
último, en todos los discípulos, |
además de la elección y de
la voluntad, se precisa la capa- |
cidad: esa capacidad
también entra en el orden gratuito |
de Dios, no en el sentido
de que rebaje la correspondencia |
humana y la dispense, sino
en el de robustecerla para ha- |
cerla más receptiva. El
error y la mezquindad pueden no |
dejar entenderlo así, y
entonces, en diversa medida, se |
detiene o frustra la
virtualidad del primer llamamiento, |
al ser mal correspondido. |
Apóstoles |
Entre los discípulos de
Jesús, serán elegidos doce (Mc |
3, 13-19), que
constituirán un grupo más restringido, que |
él instruirá de modo
particular. Serán los que habían |
estado siempre con él,
desde el inicio de su vida pública |
hasta su muerte en la
cruz; los que habían oído sus ense- |
ñanzas al pueblo y visto
los milagros; testimonios oculares |
de su pasión y muerte y de
su resurrección, de modo que |
garantizarán la
continuidad entre Jesús resucitado y el |
Jesús histórico. Y este
testimonio será la base en que se |
apoyará la fe de la
Iglesia, como vemos en las primeras |
predicaciones de Pedro, en
el libro de los Hechos (1, 21...). |
Cuando san Pablo acuña la
expresión «cuerpo místico de |
Cristo» para aplicarla a
la Iglesia, piensa en Jesús resu- |
citado, entrando en la
historia ―y superándola― de la |
entera humanidad: un
misterio que Dios guardaba para |
proclamarlo y dinamizarlo
a través de la encarnación, |
que es historia de Dios en
la historia de los hombres. |
Impulso |
del Espíritu |
El impulso pentecostal
centrifuga a estos discípulos en |
plenitud, o apóstoles, no
para provocar una dispersión, |
sino para multiplicar un
discipulado, que no podía per- |
manecer cerrado en sí
mismo: «Como el Padre me ha en- |
viado a mí, así yo os
envío... Id a todos los pueblos...» |
(conf. el sermón de la
Cena, en el ev. de s. Juan, y la mi- |
sión de los apóstoles al
final de s. Mateo y de s. Marcos). |
Los recursos |
estructurales |
Los apóstoles y, en
general, todos los seguidores de Jesús, |
no sólo han de hacer lo
que él dijo, sino que han de hacer- |
lo como si él lo hiciera.
En el s. II. Tertuliano proclamará |
16 (118) |
que no es posible ser
cristiano sin ser a la vez apóstol. Lue- |
go tendrán formas
organizativas o recursos estructurales |
que la Iglesia deberá
utilizar como instrumento de su mi- |
sión, pero que nunca
podrán relegar el primer aliento y |
el estilo y forma de la
primera Iglesia, sin peligro de fal- |
sear la voluntad de
Cristo. No solamente se le presentarán |
a la Iglesia las
tentaciones de ceder a ser manipulada |
por los políticos, sino la
de adoptar maneras y estilos co- |
mo los suyos. Y la Iglesia
tendrá que defender su singula- |
ridad, porque «no es un
reino como los de este mundo». |
Dos tentaciones |
Tentados por la eficacia
inmediata (por lo menos aparen- |
te) no faltarán los que
quisieran acentuar en ella el ver- |
ticalismo de una autoridad
monárquica, parecida a los |
absolutismos seculares; en
sentido contrario, estarán las |
corrientes progresivas
que, entusiasmadas por los sistemas |
políticos democráticos
modernos, quisieran que la Iglesia |
los adoptase en su modo
organizado de proceder, como |
sociedad de creyentes. |
Dictadura |
A unos y otros habría que
decir que la Iglesia no es |
una dictadura, ni tampoco
una democracia. En cuanto |
a lo primero baste
recordar que la autoridad tiene con- |
cepto de servicio y que
nunca puede substituir legítima- |
mente la conciencia de
cada cristiano. No importa que, |
con la invocación de «la
propia conciencia», se hayan |
podido consumar
desobediencias, o pretender justificar |
posiciones inspiradas por
la soberbia, el desprecio o la ig- |
norancia. |
Democracia |
Por lo que respecta a la
democracia, y dado que es un |
concepto que merece tanta
simpatía en nuestra época, has- |
ta el punto que aun los
autoritarios quieren apellidarse de |
demócratas, conviene
aclarar algunas cosas, respecto a su |
mismo concepto. En primer
lugar, las democracias políti- |
cas actuales tienen poco
más que el solo nombre con el |
origen en que se
inspiraron, es decir, el modelo griego, hoy |
inaplicable en la sociedad
civil. Ya no es posible la pre- |
sencia física de un
"demos", para demostrar su conformi- |
dad o disconformidad en la
discusión asamblearia. Ya no |
es posible el ejercicio
directo del poder, sino su delegación; |
ni puede basarse en la
participación, sino en la representa- |
ción; ni en el
autogobierno, sino en un sistema de limita- |
ción y control del
gobierno. Hoy, lo que se llama democra- |
17 (117) |
cia, es más bien una
poliarquía. Y, ni aun así, sería apli- |
cable a la Iglesia. O, si
se hiciera, sería externamente un |
tipo de
"asamblea" muy distinto de la Iglesia, en la pureza |
de sus orígenes, por más
que se subraye la instrumentali- |
dad del añadido. |
La Iglesia |
surge |
del discipulado |
La Iglesia como sociedad,
surge materialmente de la |
pluralidad fraternal
formada por los discípulos de Cristo. |
La forma y el alma no se
la pueden dar los hombres ni |
los sistemas humanos,
aunque, desde fuera, los hombres la |
juzguen y aventuren
hipótesis y reducciones mundanas, |
siguiendo más o menos las
modas de cada época. |
La Iglesia es un gran
discipulado de generaciones, no |
sólo porque todos tenemos
un «único Maestro, Cristo», |
sino porque,
sucesivamente, han habido constelaciones |
discipulares, derivadas de
los mismos primeros discípulos |
en plenitud, o apóstoles,
que a su vez, «han repetido a |
Cristo» en sus vidas y han
ayudado a otros a ser fieles a |
su vocación cristiana. La
Iglesia ha concedido siempre |
espacios de libertad para
que proliferaran esos discipula- |
dos que, ya en los
primeros tiempos, se llamaron «de vida |
apostólica» porque con
este nombre se referían a la inte- |
gridad del seguimiento
evangélico de Cristo. |
Cualquier crecimiento y
perfeccionamiento de la Igle- |
sia, no le vendrá tanto de
lo que como organización hu- |
mana alcance, como de ser
un organismo fraternal centra- |
Después de la muerte, los
hombres que verdade- |
ramente han influido en
los demás, no en sólo |
en los escritos que han
dejado, o en la narración |
histórica que se ha hecho
de sus vidas, sino to- |
davía más en aquel
"recuerdo no escrito" perpe- |
tuado por una escuela de
discípulos emparenta- |
dos moralmente con ellos. |
John Henry card. Newman,
C. O. |
18 (118) |
do en Cristo, y servirá de
aglutinante para ese desarrollo, |
cada cristiano que viva la
vida de Cristo y se esfuerce en |
transmitir a Cristo, como
vida, a los demás. |
Maestros |
y discípulos |
No se trata de buscar
líderes, pero si hemos tenido |
algún maestro en nuestro
camino hacia Dios, sepámoslo |
agradecer porque lo que
Cristo, verdadero Maestro de to- |
dos, ha de enseñarnos, no
sólo está en el Evangelio, sino |
en la vida de la Iglesia,
y de los hombres y mujeres de la |
Iglesia que más se han
afectado al acercársele. Algunos |
han tenido la suerte de
tener por maestros a verdaderos |
santos: otros solamente a
cristianos convencidos y fervo- |
rosos, desde cuya
sinceridad profunda, nos han dirigido |
en los primeros pasos
hacia Dios. No es imaginable un |
cristiano cabal y aislado,
un solitario caminante hacia |
Dios... Si un día nos
pareciera estar en tal situación, |
convendría que rogáramos
intensamente para que, en la |
orilla de algún Jordán,
encontráramos a alguien que nos |
llevara a Cristo. Si
llevamos buena intención en nuestra |
búsqueda de Dios, todos
encontraremos nuestro lugar, |
nuestro círculo
discipular. Si nos bastara seguir con el |
nombre de cristianos,
cómodos en la somnolencia de nues- |
tro egoísmo parapetado en
la instalación decorosa que |
nos hemos puesto o hemos
encontrado en la Iglesia, que |
sean los demás a rezar por
nosotros, porque tenemos ne- |
cesidad de conversión y de
ir buscando al Maestro. |
Renovar |
a la Iglesia |
La Iglesia nació de los
discípulos y, a través de su his- |
toria, cada movimiento
renovador, cada desarrollo de su |
vida, ha surgido y ha
contado con núcleos de espirituali- |
dad y de apostolado en los
que se aglutinaban un puñado |
de discípulos alrededor de
un maestro que les recordaría |
a Cristo, el que lo es de
todos, siempre. Y, en estos disci- |
pulados, las leyes, las
estructuras meramente humanas, |
han sido siempre un
accidente: lo substancial ha sido la |
fe, la fidelidad, la
perseverancia, el amor fraterno, ilumi- |
nado y fecundante, que ha
podido multiplicar el fruto, |
para luego pasar a
generaciones venideras el acervo reci- |
bido con agradecimiento y
transmitido con generosidad. |
Así los primeros
apóstoles, y los santos y los verdaderos |
padres en el espíritu:
Benito, Agustin, Francisco, Ignacio, |
Teresa, Felipe, Newman... |
19 (119) |
IGLESIA DEL ORATORIO |
Martes, día 10 de julio, a
las 8,30 de la tarde |
CONCIERTO |
por la |
SOCIEDAD CORAL RECREATIVA |
«LO LLOBREGAT DE LES
FLORS» |
PROGRAMA |
Ave Maria (T. L. Victoria) |
O magnum mysterium (T. L.
Victoria) |
Popule meus (T. L.
Victoria) |
Ige-Hercuvimy (liturgia
rusa) (Dimitri Bortnlansky) |
Vychnih Bogou (eslava)
(Strokine) |
Panis angelicus (S. Ribas) |
Nobody (espiritual negro)
(Itch Taisuo) |
Amen (Emil Cossetto) |
Ay, linda amiga (Anónimo
(s. XVI)) |
Vals (Anónimo) |
Eres alta y delgada (Angel
Borja) |
El baile (E. M. Torner) |
Dins la barqueta (A.
Ferran Badal) |
En el vell Kentuky (S. C.
Foster) |
L'hereu Riera (J.
Cumellas) |
L'Empordá (E. Morera) |
LAUS |
Director: Ramón Mar
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
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- Apartado 182 - Albacete D.L. AB 108/62 - 3. 6. 84 |
20 (100) |
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