Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 215. OCTUBRE. Año 1984
SUMARIO
Y nuestras latitudes el primer frio llega antes es co-
mo el aviso para que nos recojamos de la dispersión
que el verano, también riguroso, nos llera. Jóvenes
y mayores volvemos a las tareas de siempre, esco-
lares o de trabajo. Pero también es hora de reactivar el
espíritu y poner orden y constancia en la piedad, en el
estudio de Dios, en las acciones de bien, como todos log
que tomaron la vida en serio y plantaron la fe en ella, y
la vivieron.
EL CORAZÓN
SIN TIEMPO PARA AMAR
ESTILO
LA TIENDA DE ABRAHAM
NEWMAN: ENCUENTRO CON SAN FELIPE
LA VOCACIÓN ORATORIANA DE NEWMAN
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SEÑOR, me has golpeado el corazón con tu palabra, y
te he amado. Pero también el cielo y la tierra y todo lo
que en ellos se contiene, por todas partes me están
diciendo que te ame, y no cesan de decirlo a todos, de
modo que nadie puede tener excusa.
Pero tu misericordia es mayor y más
resplandeciente para aquel con quien has tenido
misericordia: de otro modo, el cielo y la tierra estarían
hablando a sordos cuando proclamaran tus alabanzas.
Mas, ¿qué amo, Señor, cuando te amo a ti? No amo
belleza corporal, ni hermosura transitoria, ni blancura
de luz material que es amable a los ojos; no suaves
melodías de cánticos; ni fragancia de flores, perfumes o
aromas; ni dulzura de miel, ni deleite alguno
perceptible al tacto: nada de esto amo cuando amo a mi
Dios.
Y no obstante, amo alguna luz y alguna voz y
algún perfume y algún alimento y deleite de mi hombre
interior; en el cual refulge una luz que no ocupa lugar;
se percibe un sonido que no arrebata el tiempo; se siente
una fragancia que no esparce el aire; se gusta un
manjar que, comiéndose, no se consume; se abraza y
posee un bien que ninguna saciedad separa. Pues todo
esto es lo que amo, cuando amo a mi Dios.
San Agustín,
Confesiones X, 6.
2 (122)
El corazón
LOS PRIMEROS escritores cristianos, cuando se referían Al corazón, no
lo hacían en el sentido físico de órgano impulsor de la circulación de
la sangre. Lo toman, generalmente, como asiento de la vida psíquica,
tanto en sentido natural como sobrenatural. Vida afectiva, vida de la
inteligencia, sede de la voluntad que se decide por el bien o por el mal,
donde se acrisola y hace diamantina la fidelidad o donde la obstinación se
endurece, donde el amor nace o la sombra del odio y de los egoísmos lo
enturbian y destruyen.
Por todo esto, en la Biblia y en los santos, el corazón ha servido para
representar el lugar de donde parte el verdadero culto a Dios, el Amor a 61
y al prójimo, la intimidad donde él se encuentra con nosotros y desde la
que nos habla. Es decir, el corazón como centro de la vida y templo interior
donde se inicia la vida de Dios en nosotros, haciéndose luz de verdad y
elocuencia de su amor: allí donde el corazón habla al corazón―«Cor ad
cor loquitur»―. En una palabra, allí donde Dios se hace centro en la vida
del hombre, donde Dios se hace corazón y habla al nuestro.
Muchos hombres temen auscultar el propio corazón, porque temen que
Dios les hable y se muestre exigente con ellos. Temen que Dios les obligue.
o les seduzca, y buscan distraerse para evitar oír el aldabonazo divino. Tal
vez cubiertos de cosas, ricos de objetos y máquinas, blandos de comodida-
des y placeres, o solamente codiciosos y envidiosos de todo esto, si les falta,
siguen en la miseria de su corazón frio y vacío, aunque se atrevan a pro-
nunciar la palabra #amor# como burbuja hueca que se rompe en el aire,
como todos los adornos inútiles. De corazón a corazón. Entender el corazón
para entender la vida. Pero entender la vida como ejercicio de amor verda-
dero. Entender para Amar, y también amar para entender. No entenderá
jamás nada de Dios el que no sea capaz de amor y, por lo tanto, de amarle.
No entenderá el sentido de la vida, los caminos de in humanidad, el que no
Ame a los hermanos. Siempre, el problema, será el corazón: el corazón que
3 (123)
ha de entender y que ha de hablar su propio amor, que ése es su lenguaje.
El Corazón que hable al corazón, el centro de la vida al centro de la vida.
De Dios al hombre y del hombre a Dios y al hombre. Sólo el corazón será
capaz de hablar al corazón.
Ni egoísmo, ni debilidad; ni dureza, ni sentimentalismo; sino la vida y la
fuerza del amor, del corazón. Entonces habrá idealistas. In sobornables
Ante las codicias terrenos libros. Agiles y gozosos para oír y hablar de
corazón a corazón, a Dios ya los hombres. Ésa fue la divisa de Newman
cuando hubo de poner lema a un escudo: «Cor ad cor loquitur».
Sin tiempo para amar
Hacemos demasiado examen de conciencia,
cansados de mirar en el espejo
la propia imagen,
inútilmente,
para borrar
la resentida vanidad que nos acusa.
Lo examinamos todo,
sin que nos quede tiempo para amar.
El Evangelio suena
como literatura para santos de otros tiempos.
Decimos "gracia", anclados en la utilidad urgente,
también de Dios,
para que nos ayude y moralice,
adecentando nuestra vida,
reserenando el mundo temporal
y repartiendo más comodidades a los buenos,
sin otro afán,
ni tiempo para amar.
Apenas ornamento del discurso,
nos da vergüenza, o se nos rompe la palabra "amor"
sin convertirla en vida,
ni hacerla gratitud gozosa,
y el corazón, jamás enamorado,
se nos reseca envuelto en gestos y maneras educadas.
Y, mientras, arrastramos la nostalgia
del santo que llevamos en el alma, mas no somos,
porque nos falta tiempo para amar,
esclavos todavía del espejo.
4 (124)
ESTILO
DECIMOS "ESTILO" para signifi-
car modo, talante, espíritu y
mentalidad que se manifies-
ta como inspiradora de la palabra
que decimos, la obra que realiza-
mos, la acción que emprendemos
No como se emplea en arte, en li-
teratura, en moda y usos o costum-
bres mundanas.
El "estilo" del mundo está al
servicio de sus intereses y miras a
corto plazo o temporal; sus sabidu-
rías y astucias, sus tácticas y ma-
nejos ―en los que el fin justifica
los medios― prescinden de Dios,
aunque lo nombren alguna vez, u
ocurra que Dios sea nombrado "en
vano" para traer provecho de su
nombre o de su causa, convertida
en pretexto o interés sectario o me-
dro personal.
Queremos decir, aquí, estilo
como carácter propio del ser y del
comportamiento cristiano, en vir-
tud del cual, no ya por lo que se
hace o no se hace, o por lo que se
dice o se calla, se nos puede reco-
nocer como cristianos. Lo bueno
que se hace o se dice, no tiene,
no puede tener, para ser cristiano,
una bondad desencarnada, objeti-
vada, independiente de quien
hace o dice y de cómo lo dice o
cómo lo hace, por más declama-
toria u oficializada que pueda apa-
recer la adjetivación cristiana aña-
dida.
Cuando Pablo habla de «espí-
ritu» en oposición a «carne» o a
«mundo», o cuando dice que debe-
mos tener o que «tenemos la men-
te de Cristo», y cuando se explica
para que nuestra vida tenga la pre-
sencia y la discreción de ser «co-
mo el perfume de Cristo en medio
del mundo», seguramente se refie-
re a lo que aquí entendemos por
"estilo" cristiano. Porque el cristia-
nismo no es sólo una verdad o una
moral —¡bien poco sería!―, o me-
nos una vida etiquetada con sacra-
mentos comprendidos talismánica-
mante, sino la sencillez y la sereni-
dad de todo lo bueno, justo, noble
y cotidiano, como un estilo, como
un modo de ser y estar en la vida,
con la buena voluntad de estar y
ser como Cristo sería
y estaría en
el lugar de cada cristiano. Hacer,
decir; pero antes estar y ser con el
"estilo" de Cristo, como se muestra
en el Evangelio.
5 (125)
LAUDES
Venga a rezar LAUDES con nosotros, todos los días
laborables, por la mañana, a las 7,30, antes de la Eu-
caristía.
La forma más noble de expresar el sacerdocio univer-
sal de los fieles es, precisamente, la que nos reúne
participando en la oración comunitaria de la Iglesia.
Consagre un poco de su tiempo diario a esa alaban-
za del Oficio divino, que le ayudará a descubrir la
belleza de los salmos y le acercará a Dios en la ple-
garia matutina.
Para participar en ella, le conviene adquirir un pe-
queño y precioso libro, titulado LA ORACIÓN DE
LA IGLESIA, ed. BAC, que contiene una selección
de Laudes y Vísperas, y que podrá adquirir en una
librería religiosa y, en Albacete, en BIBLOS, de la
calle La Concepción, 13.
Anímese, pues, a venir con nosotros para estrenar el
día con esa alabanza a Dios, y procure ser puntual y
perseverante.
(Ah: No olvide que la puntualidad por la mañana,
comienza con el buen orden de no acostarse dema-
siado tarde por la noche).
Si nos hace caso y persevera, tendrá una recompensa
sin precio para su alma, y más serenidad para enfren-
tarse con el resto de los deberes diarios. Todo lo me-
jor, de un cristiano, depende siempre de su oración.
Por eso, le invitamos: venga con nosotros a rezar
LAUDES, cada día.
6 (126)
LA TIENDA
DE ABRAHAM
EN LA PRENSA, no solamente in-
glesa, ni solamente de tema
religioso, aparece, con cierta
frecuencia, el nombre del cardenal
Basil Hume, ese hombre que toda-
vía no hace diez años fue sacado
de su monasterio benedictino de
Wettingen, por Pablo VI, y lo hizo
arzobispo de la metropolitana dió-
cesis de Westminster y lo creo
cardenal y que, sólo tres años más
tarde, fue elegido, entre todos los
presidentes de las conferencias
episcopales europeas, para que lo
fuera del Consejo de Conferencias
Episcopales de Europa, lo que le
coloca, a nivel continental, en la
posición más destacada, inmediata-
mente después de la Santa Sede.
Son famosos sus "sueños", o recur-
sos parabólicos para referirse a te-
mas candentes del cristianismo,
con un humor perfectamente in-
glés, benigno, incisivo y sereno,
que le sirve para dar ―como él
dice― "perspectiva" evangélica a
cosas que, de otro modo, serían
más difíciles de ver, de decir, de
explicar o de sugerir. Así se ha
referido a la necesidad de evolu-
ción en la práctica de la penitencia
sacramental, en la pastoral diocesa-
na —ha dado voto deliberativo a su
«Consejo Presbiteral», en el con-
cepto de Iglesia, partiendo del Vati-
cano II, y en algún otro aspecto.
Como oratorianos, a nosotros nos
llama particularmente la atención,
porque son raras sus intervencio-
nes en las que no apoye sus razones
o la razón de sus sueños", refirién-
dose a John Henry Newman, el
fundador, en el siglo pasado, del
Oratorio en Inglaterra. Las ideas
más felices y más comentadas lue-
go, del simpático cardenal Hume,
van acompañadas siempre de la
idea de apertura y evolución pro-
gresiva en el sentido de "desarro-
llo" homogéneo de las verdades y la
disciplina católica, como lo enten-
día y proponía, en su tiempo, nues-
tro Newman, y que el Concilio ha
puesto de actualidad indiscutida.
Así, hace poco, le preguntaban al
cardenal Hume sobre sus dos fa-
7 (127)
mosos "sueños" expresados a raíz
de su asistencia a los dos últimos
Sínodos de obispos celebrado en
Roma. Y el cardenal decía: «Expli-
quemos el primer sueño. En el do-
cumento preparatorio en que el
Concilio iba a hablar de la Iglesia,
se hacía referencia a la "naturale-
za militante" de la misma. Luego
se cambió, y vemos que en la LU-
MEN GENTIUM se habla de la Iglesia
como misterio, que es otro modo
de concebir la Iglesia. Se habló
también de los modelos de Iglesia.
En mi sueño la vi simbolizada en
el templo de Salomón: como una
Iglesia fortaleza, que lucha y se
defiende. Este podría ser un mode-
lo; pero hay otro: y entonces vi a
la Iglesia como la tienda de Abra-
ham; es decir, una Iglesia peregri-
na, un pueblo que es el pueblo de
Dios en camino. La autoridad en la
Iglesia asegura que se sigue por el
camino justo, y las declaraciones
de la Iglesia son como los indica-
dores para el caminante, para el
que emprende el camino. Con este
sueño quise decir algo sobre la
naturaleza de la Iglesia».
«Con el segundo ―prosigue― he
intentado decir algo sobre el des-
arrollo de la doctrina en el sentido
del cardenal Newman, porque no
todo desarrollo es bueno. Por eso
dije que, con referencia al sacra-
mento de la reconciliación se ha
dado un desarrollo homogéneo a
través de los siglos, y que este des-
arrollo debe continuar... Desarro-
llo que debe hacerse, por supuesto,
con Pedro y bajo Pedro».
Y hace sólo unas semanas, en
Dublín, ante las delegaciones de
veinte países que acudieron en
representación de los movimientos
apostólicos de laicos de Europa,
criticaba a este continente: pues
Europa está dividida, y mientras
la mayoría se resigna hasta aceptar
como definitiva la separación entre
dos mitades, que tienen tantas co-
sas en común, se acusa de traición
a los que se esfuerzan en disminuir
las tensiones y superar las oposi-
ciones de un bloque frente al otro.
«Ya es hora de que los hombres
de buena voluntad se unan y derri-
ben, piedra tras piedra, este "muro
de vergüenza", que jamás podrá
iniciarse si no parte de un auténti-
co espíritu de oración».
«También se dice que Europa
ha perdido la fe. Lo cual es una
evidente exageración, porque no
faltan los núcleos en los que flore-
ce una auténtica vida de fe, que
serán el alimento de los fieles del
futuro».
«Europa es rica. Es necesario el
dinero, pero no demasiado dinero.
El Evangelio nos da el juicio de
Jesús sobre el poder destructor de
la riqueza; pero también nos dice
cómo huir de esta cárcel. Porque,
en cierto sentido, Europa es una
cárcel para ricos y para súper-ri-
8 (128)
cos. Es necesario derribar muchas
rejas. Mientras Europa se envanece
por el nivel tecnológico alcanzado,
con el cual, y gracias a una ética
del trabajo ejemplar ha alcanzado
capacidades que le han permitido
acceder a las maravillas tecnológi-
cas, la misma tecnología sofisticada
y las computadoras omnipresentes
han secado el corazón de muchos
europeos. Y una cosa es cierta: si
los europeos merecieran la misma
calificación en ciencias del corazón
como en cuestiones tecnológicas,
serían capaces de batir todos los
récords».
Finalmente, Europa es un campo
armado, como ningún otro conti-
nente... Pero todos sabemos que la
paz ha de florecer por otros cauces,
y es necesario inventarlos.
Este hacer, este seguir e inven-
tar, que ha de rejuvenecer el ros-
tro de la Iglesia —«semper refor-
manda», diría Newman― también
se convertirá en rejuvenecimiento
para la humanidad, si los cristianos
toman su fe, no como una seguri-
dad, o un refugio que les garantiza
su paz personal, su sola inmunidad
de pecado, sino comprometiéndose
―esa palabra que ya se nos va gas-
tando...— en llevar a la vida la es-
peranza y el riesgo del Evangelio.
Pues la Iglesia no es una fortaleza,
sino que le es propia la provisio-
nalidad itinerante de los que cami-
nan, como los patriarcas, como
Abraham y su tienda.
Un
corazón
grande.
«Me sabe mal que se angustie
vuestro corazón, como si la
Congregación dependiera de los
hombres... Dilatad vuestro
corazón, tened un corazón
grande, como se merece Dios, a
quien servimos, y él se nos
mostrará al ayudarnos en el
momento oportuno».
P. FLAMINIO RICCI, C. O.
«Un corazón dulce y humilde,
que ama sin esperar
recompensa; un corazón grande
e indomable, que ninguna
ingratitud cierra, que ninguna
indiferencia cansa; un corazón
atormentado por la gloria de
Jesucristo, herido por su
amor, con una herida que
solamente puede curarse en el
cielo».
P. LOUIS DE GRANDMAISON. S. I.
9 (129)
NEWMAN
Y SU ENCUENTRO
CON SAN FELIPE
HAY CAMINOS proféti-
cos, de anuncio, de
prefiguración típica,
que más tarde se han
ido realizando cuaja-
dos en historia. Son como pre-
cedentes hilos sueltos que luego,
recogidos, forman el tejido de la
vida. Hasta de Jesucristo, san Je-
rónimo decía que «la ignorancia
del Antiguo Testamento ―como
precedente― era ignorancia de
Cristo».
Cuando pensamos en san Feli-
pe y en Newman, también cree-
mos que han existido algunas
disposiciones providenciales re-
cíprocas, que prepararon su en-
cuentro, llegado el tiempo, cris-
talizando en la vocación filipen-
se del gran convertido de Oxford.
Si las piedras hubiesen podi-
do hablar, la primera vez que
Newman estuvo en Italia, al ca-
minar por las calles de Roma,
«la ciudad más maravillosa del
mundo» —«the first city»―, ha-
bría podido descubrir la figura
de san Felipe, desconocido toda-
vía para él, que saludaba, al en-
contrar en la calle, casi puerta
con puerta con la de san Jeró-
nimo de la Caridad —cuna del
Oratorio y morada de san Feli-
pe―, a los jóvenes estudiantes
del colegio de santo Tomás de
Canterbury, en la via Montse-
rrato. El mismo papa Gregorio
XIII, que intervendría en la
fundación del Oratorio, había
creado aquel colegio para ayu-
dar a la Iglesia en Inglaterra,
sacudida por la escisión protes-
tante. Dicen los biógrafos de
nuestro Santo, que Felipe salu-
daba a aquellos jóvenes rubios,
más bien altos y delgados —los
«angli, angeli» que siglos atrás
había bendecido san Gregorio
Magno―, con el primer verso
del himno de los santos Inocen-
tes, diciéndoles, cada vez que
los encontraba, levantando las
manos y sonriendo: «Salvete,
flores martyrum!». Y, en efecto,
una cincuentena de ellos sufrió
el martirio al ser reintegrados,
10 (130)
ya sacerdotes, a su patria. Sabe-
mos, además, que san Felipe iba
a veces a aquel colegio, y habla-
ba con ellos. Y hemos de supo-
ner que les tendría en lugar pre-
ferente en sus oraciones.
Newman pisaba aquellas mis-
mas calles dos siglos y medio
después, y aunque le faltaban
doce años más para convertirse
al catolicismo (1845), ya escri-
bía, desde allí, vencido por Dios,
palabras como esas a un ami-
go: «Todo cuanto he visto, com-
prendida mi querida Oxford, no
es sino polvo comparado con
esta ciudad... ¿Es posible que
aquí se albergue tanto mal?
No lo creeré hasta que tenga
pruebas. En san Pedro, ayer, en
san Juan de Letrán, hoy, me he
sentido humillado...» Después,
cuando de regreso a su patria,
quería asirse a Dios en sus du-
das, escribiría el inolvidable poe-
ma, ya famoso, «Lead, Kindly
ligth...» Esta luz sería la luz de
Dios, y, en ella, san Felipe. New-
man lo diría a los que le siguie-
ron en la fundación del Orato-
rio inglés, al recordarles la anéc-
dota que de san Felipe y los in-
gleses se cita, añadiendo que la
iglesia de la Vallicella ―sede
romana del Oratorio está de-
dicada al papa san Gregorio― el
de los «angli, angeli» protec-
tor de Inglaterra.
Por otra parte, en la vida de
Newman ―y a pesar de que no
llegaran a hacerse católicos―
existen dos figuras estimadísi-
mas para él, y tan influyentes
en su itinerario espiritual, que
puede decirse que son parte del
proceso de su definitiva conver-
sión: en su adolescencia, ese ve-
nerado maestro, Mayer, al que
aludíamos, poco ha, en estas
mismas páginas; luego la figura
oxfordiana de Keble, preceden-
te anglicano, para Newman, del
dulcísimo san Felipe. Por eso
exclamaría: «Oh Dios mío... Me
has dado a san Felipe, creación
maravillosa de tu gracia, para
que sea mi patrono y mi maes-
11 (131)
tro; y yo me he entregado a
él, y él ha hecho en mi favor
grandes cosas, hasta más allá
de lo que pudiera pensar».
Cuando la fe nos hace des-
cubrir y agradecer la nove-
dad gozo de los dones de
Dios, suele tratarse, siempre
y el de la resurrección magnifica-
da de gracias precedentes, co-
mo la espiga lo es de una se-
milla, y el tejido de los hilos, y
la perla de la luz. Todo emer-
ge del tesoro escondido de
siembras precedentes del Se-
ñor.
TEOLOGÍA PARA SEGLARES.
Después del precedente de cursos pasados, dedi-
cados a la formación de catequistas, ha parecido
que debíamos ofrecer a más personas el acceso
a las lecciones que, cada domingo, de octubre a
mayo, veníamos teniendo sobre temas esenciales
del cristianismo. Así creemos complacer el inte-
rés de varios de los amigos que frecuentan el
Oratorio y de fieles que asisten a nuestras Euca-
ristías, y que nos lo han pedido. Para servirles en
su camino de fe anunciamos, pues, este CURSO
DE TEOLOGÍA PARA SEGLARES, que comenza-
rá, D. m., el domingo, día 21, de este mes de octu-
bre.
Las reuniones de estudio tendrán la duración de
una hora, y comenzarán a la una del mediodía,
todos los domingos, finalizadas las misas.
Las personas interesadas han de ponerse
contacto con el padre Ramón Mas, que también
les indicará el texto que deben adquirir, que les
será indispensable para participar y seguir las
lecciones.
12 (132)
LA VOCACIÓN
ORATORIANA
DE NEWMAN
TODOS los estudiosos de Newman convienen en admitir
que se distinguía por poseer una personalidad verdade-
ramente extraordinaria, hasta poder afirmar que sobre-
sale por encima de todos los demás convertidos proce-
dentes del protestantismo, en lo que este tiene de histo-
ria. Es posible que la misma singularidad de su extraordinaria
figura, haya favorecido que algunos de los que se han acercado
a ella, pasaran por alto la característica de su especificidad
vocacional oratoriana, o que la hayan tratado muy de paso,
casi anecdóticamente. Cosa que él nunca habría admitido,
pues «amaba y admiraba cada vez más la dulzura de aquel
santo», como escribe en una de sus poesías, y estaba convencido
de que merced a él había recibido «los mayores dones de Dios,
más allá de cuanto hubiera podido desear».
En cualquier caso es preciso puntualizar que el Oratorio,
para Newman, no fue jamás una fórmula para resolver lo in-
usitado de su situación de recién convertido, cuando parecía
complicado encontrarle en la Iglesia un lugar adecuado, junto
con otros convertidos procedentes del Movimiento de Oxford,
cuya Universidad había sacudido la mayor crisis del anglica-
13 (133)
nismo, protagonizada por tales conversiones. Es posible que
alguien, entre los que contemplaban aquel fenómeno y le bus-
caban cauce, pudieran pensarlo, por un momento; pero New-
man se sintió en seguida cautivado por la irresistible figura de
san Felipe Neri, y con tal fuerza «se entregó a él» que bien se
puede considerar, ya desde nuestra óptica, como re-fundador,
casi, de la obra del Santo de Roma, cuya genialidad captó, se
esforzó en desarrollar y aplicó sabiamente a la circunstancia
inglesa.
Es lógico que nosotros, como oratorianos, recojamos algu-
nos datos que confirman su filiación filipense, y no para glo-
riarnos, sino para bendecir a Dios, que nos confirma e instruye
por este elegido suyo, puesto a nuestro lado, mientras andamos
por los caminos del tiempo, con ideales hermanados.
Precedentes
del Oratorio
En Newman y en los que más de cerca le acompañaban
en la conversión, se daba el precedente de dos experien-
cias que guardaban cierta afinidad con el Oratorio: la
vida universitaria según los principios de los "common--
rooms", y el retiro que precedió a la formal conversión
al catolicismo, en Littlemore. Murray, un estudioso de
Newman, hace notar que, si bien parece que en un pri-
mer momento Newman hubiera podido ver en la solución
por el Oratorio, un marco que permitiera su posterior pro-
yección apostólica, como católico, en Inglaterra, se produ-
jo en seguida la decisión por el camino de san Felipe, al
descubrir en él una forma de vida que respondía a su 10-
cación a la santidad.
La Universidad
Después de la conversión, la vida aparecía como com-
pletamente nueva; si bien permanecía el espíritu y la
mentalidad universitaria, con lo que implica de sensibili-
dad para la cultura y de talante humanístico, propio de
los universitarios ingleses, y singularmente de Oxford,
donde se vivía y convivía en el respeto hacia las perso-
nas, y la buena educación, libre de afectaciones, producía
un trato y una relación bien ordenada, sin necesidad de
coerciones ni violencias disciplinarias. De todos modos
14 (134)
nos equivocaríamos si interpretáramos esto como si New-
man tuviera la pretensión de establecerse en una posición
elitista, en la que la satisfacción y el orgullo por la deten-
tación de lo selecto, le llevara a despreciar lo sencillo.
Precisamente iba a ocurrir lo contrario, pues los lue-
go le criticarían de poco celo, lo harían desde posiciones
eminentes (o próximas a ellas), pero cultivando la super-
ficialidad de las formas vulgares y sentimentales de la
piedad, fácil y halagadora, mientras iban «a la caza de
Lores y Ladies», que dieran prestigio a su acción con
conversiones sonadas. Newman decía «que le daba mie-
do que personas cultas se convirtieran precipitadamente,
sin percatarse del precio de su decisión». Sus miras no
iban hacia la obtención de éxitos halagüeños inmediatos,
sino que le interesaba «en primer lugar el nivel de los
católicos, mediante la educación, entendida en el más
amplio sentido de la palabra y, en segundo lugar, pro-
porcionando una base mental para argumentar lo que se
cree».
El retiro
de Littlemore
Por otra parte, mientras se preparaba a la conversión
en el largo retiro de Littlemore: pudo ensayar una suerte
de vida comunitaria parecida a la oratoriana, con holga-
da ocasión para reflexionar sobre el Oratorio mismo, en el
decurso de aquel tiempo dedicado a la oración, al estudio
y a la esperanza. Pues sabemos que en Littlemore New-
man pudo hacerse con un ejemplar de las Constituciones
del Oratorio, en versión inglesa, impreso en 1697, anterior
a cualquier proyecto de fundación anglosajona. Y allí
mismo se le despertó, hacia san Felipe, «una especial re-
verencia y admiración. Pensando en ello, poco después,
diría en carta a su hermana ―que no era católica―: .Este
gran santo (Felipe), me recuerda en muchos aspectos a
Keble ―que tampoco llegaría a hacerse católico―, de tal
modo que puedo imaginar con facilidad lo que habría lle-
gadlo a ser Keble, si la voluntad de Dios lo hubiese desti-
nado a nacer en otra época y en otro tiempo: eran iguales:
una aversión total a la hipocresía, fácil a la alegría, una
original extravagancia y un tiernísimo amor a los demás
junto con la serenidad de espíritu...»
El espíritu
sobre los votos
Cuando algunos de sus compañeros, por esta misma
época, le manifestaban que al hacerse católicos segura-
mente entrarían en algunos de los institutos religiosos u
15 (138)
órdenes existentes, él exponía sin titubeos que le sería
muy difícil hacerlo en su caso; pero al propio tiempo lee-
mos, en una de sus notas: «En cuanto soy capaz de darme
cuenta, no tengo ninguna ambición mundana; no deseo
riquezas, ni poder, ni renombre...» En sus tiempos de an-
glicano se preguntaba si «los votos (religiosos) no signi-
ficarían, acaso, una falta de confianza» en Dios y en uno
mismo. Lo cual puede interpretarse como un residuo de
prejuicios protestantes, pero tiene un valor psicológico
latente, que podría disponerle a la simpatía por el Orato-
rio, en el que san Felipe excluyó toda clase de votos o
promesas, si bien en el «existe la observancia de los con-
sejos evangélicos» y «todos deben imitar a los religiosos
en la perfección, porque «no puede haber perfección
―concluiría Newman― sin la observancia de los conse-
jos. Todavía, puntualizaría algo más, cerrando cual
resquicio a la disipación que la ausencia de votos pudiera
dejar creer: toda la fuerza de los consejos, «en el Oratorio
está en la conformidad con la congregación, en la sumi-
sión amorosa a su querer y a su espíritu».
"Acuerdo
mental"
Admiraba, en el Oratorio, la primacía de la caridad,
pero al mismo tiempo creía que ésta era imposible, en la
práctica, si no iba precedida e informada por un «acuer-
do mental» previo entre los miembros que constituían la
comunidad. Y ese acuerdo desde las mentes se mantenía
y manifestaba por la «educación». Esa palabra la repite
Nuestra Iglesia (española) no es una Iglesia de convertidos.
No lo ha sido nunca. Demasiados católicos lo son superfi-
cialmente. El nivel de formación, de práctica sacramental
y de participación comunitaria y apostólica es excesiva-
mente bajo. Y resulta más insuficiente todavía en unos
tiempos en que las incitaciones a la incredulidad y al me-
nosprecio de la religión se multiplican en nuestra sociedad
por razones históricas, culturales y políticas.
Mons. Fernando Sebastián,
Secr. de la Conf. Episc. Española
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incesantemente para referirla a la vocación específica-
mente oratoriana.
Educación
Esos dos elementos desde los que se
organiza y expresa la caridad son los que permiten la
respetuosa y espontánea libertad para ir a Dios, porque
nadie va a Dios por la fuerza: en la comunidad es posi-
ble el amor, la caridad concreta, si se entra en ella luego
de haber adquirido «la educación de un caballero», en-
tendida no como distintivo o rango social, sino como un
afinamiento mental, que él llamaba «gentlemanlikeness».
Lo que producía una suerte de vida común al estilo de
un Colegio de Oxford, donde a cada miembro tenía sus
propios libros, y el reducido contenido de pequeñas pose-
siones que podían constituir el modesto confort del pro-
pio cuarto o, más bien, nido, que no celda, conventual. Y
entre cuyos miembros se daba una respetuosa franqueza,
expresada en términos de humano refinamiento y lacto
como corresponde entre personas educadas.
Pero advirtamos que el primer Oratorio fundado por
Newman, en Inglaterra, no fue levantado en un barrio
distinguido, sino suburbial, en el Birmingham de entonces.
Y cuando poco después funda el de Londres, en Bromp-
ton, no hizo nada por abandonar su querido «nido», ori-
ginal de Birmingham, en Edgbaston.
La oración
sin técnicas
Amaba a san Felipe porque de él aprendió la oración
sencilla y tierna, sin Técnicas ni cansancios. Pero, como
él, desconfiaba de cualquier espiritualidad que no partie-
ra del verdadero desprendimiento interior. Había descu-
bierto que no importa demasiado «ser combatido, critica-
do, perseguido, sino simplemente ser olvidado, relegado,
sin preocuparse por ese olvido», sin darle importancia:
«spernere se sperni». Y a fe que no le faltaría ocasión de
ponerlo en práctica, como su modelo.
La cultura
Su talante universitario cuajaba también con los ras-
gos culturales de san Felipe: bañado en humanismo, poeta,
amante de la música... El problema del mundo, tal como
aparece, y el de la verdad que el esfuerzo crítico acrisola,
ha parecido a veces, en la historia de la Iglesia, y en las
representaciones de algún santo, como una oposición irre-
soluble; en cambio Newman cree «que la misión de san
Felipe consistió precisamente en unir lo uno con lo otro».
En este sentido, redescubría, en nuestro Santo, la rara
maravilla que había podido admirar en Keble, en el cual
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los dones de la naturaleza se abrían y manifestaban tan
espléndidamente en la gracia. Jean Honoré, en una con-
ferencia sobre Newman, san Felipe y la juventud actual,
recordaba, hace unos años, en un congreso tenido en
Paris, que, para Newman, en san Felipe «la santidad se
revelaba de nuevo como poesía suprema del corazón. Y
por eso se estableció entre Newman y san Felipe un lazo
de fidelidad y de ternura convertida en germen de devo-
ción que se desarrolla en un campo bien consolidado, sin
que paralice el genio espiritual de Newman, sino fecun-
dándolo en lo que en él había de más profundo y perso-
nal».
Ser uno
mismo
Y esta palabra es importante. En la avalancha de las
conversiones múltiples surgidas a consecuencia del Mo-
vimiento de Oxford, no faltaban aquellos que Newman
llamaba «jóvenes de celo equivocado», que se dejaban
llevar, con entusiasmo superficial y poco lucido, por la
moda de lo más popular, a la italiana, con la ilusión de
asi parecer más leales a la Iglesia en que se estrenaban.
En contra de tan sutil desviación, disimulada de fácil
humildad, el Oratorio y san Felipe ―insiste Honoré― le
alejaron de un camino sin porvenir espiritual, y le ense-
ñaron a permanecer lo que era, a ser fiel a sí mismo, pues
«la devoción no coincide necesariamente con la fe». Si
Por eso nos ha puesto a un lado del camino,
con el único oficio de gritar asombrados.
En nosotros descansa la prisa de los hombres,
porque, si no existiéramos, ¿para qué tantas cosas
inútiles y bellas como Dios ha creado,
tantos ocasos rojos y tanto árbol sin fruto
y tanta flor y tanto pájaro volando...?
JOSÉ M. VALVERDE
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tuviéramos tiempo de adentrarnos en el libro de «Medi-
tations and devotions», veríamos como en Newman, la
piedad es sincera y austera a la res que penetrada de
auténtica unción sobrenatural, sin conceder facilidades a
lo vulgar.
Humildad
No por ello imaginemos que Newman rehusara jamás
el trato con las gentes sencillas, con los humildes, con los
niños; él mismo practicó la humildad, y no tuvo inconve-
niente en someterse con sencillez y lealtad a algunos que,
sin comprenderle, quisieron enseñarle y, amando menos
a la Iglesia de lo que él la amaba, le ponían dificultades
para emplearse en ese amor.
Su misión
Newman no pretendía éxitos
aparentes e inmediatos. Su misión, incomprendida ―a ve-
ces temida― era la del apostolado intelectual. Por ello se
vino abajo, por culpa de quienes debían apoyarlo y reco-
ger su éxito, la fundación de la Universidad Católica de
Dublín, el proyecto de un Oratorio en Oxford, el hundi-
miento del periódico «The Rambler»... Pero éstos y otros
fracasos ―si es que fueron fracasos― no impidieron el
crecimiento interior de este verdadero hijo de san Felipe
Neri ―«a san Felipe también le pasaba esto», escribía en
su diario―. Lo que hizo, lo que fue, lo que dejó escrito,
todavía perdura en la Iglesia, y ha inspirado muchas de
sus renovaciones.
San Felipe
Como en un Magníficat, agradecía a Dios «que le
hubiese dado a san Felipe, por padre y maestro, al que
se había entregado, y que había hecho grandes cosas en
él». Con la invocación de su recuerdo cerraba su obra
más famosa, la «Apologia pro vita sua». También, al ex-
poner su «The Idea of a University», concluye sus confe-
rencias con una larga descripción del espíritu y obra de
san Felipe, y dice: «Si yo he de hacer algo, lo haré si-
guiendo sus huellas y ningunas más».
En conclusión se puede afirmar que el Oratorio ha
Sido para Newman, el cuadro ideal para su vida y cre-
cimiento espiritual y para su apostolado e influjo en la
Iglesia, no solamente de su tiempo. El espíritu de san
Felipe, y la singular estructura de su obra, el Oratorio,
se adaptaron maravillosamente a lo que Dios quería del
gran corazón y la rica personalidad de este hijo clarísimo
de la Iglesia, convertido por la cruz a la luz, John Henry
Newman.
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Director: Ramón Mar Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
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