Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 216. NOVIEMBRE. Año
1984 |
SUMARIO |
OTOÑO cierra el ciclo del
trabajo sobre la tierra, |
cuando el hombre acaba de
recoger los frutos con- |
seguidos y se dispone a
sembrar de nuevo, con re- |
novada esperanza. También
la Iglesia medita y |
guarda en su corazón el
fruto de la siembra de la fe en |
sus hijos, los santos. Y
canta alabando a Dios mientras |
espera nuevas cosechas
para el espíritu, en las que segui- |
rá glorificando a Dios
cuando premie los propios dones |
que él reparte convertidos
en gracia, semilla de gloria. |
GLOSA |
LA GLORIA DEL AMOR |
LA MISA EN LATÍN |
IMAGEN |
EL TELÉFONO |
SANTOS |
¡VUELVE, SANTA CECILIA! |
1 (141) |
GLOSA |
Mal maestro quien, |
en asignatura de
autoridad, |
no es discípulo de los
combatientes. |
Mal maestro quien, |
en asignatura de fantasía, |
no es discípulo de los
poetas. |
Mal maestro quien, |
en asignatura de
laboriosidad, |
no es discípulo de los
artesanos. |
Mal maestro quien, |
en asignatura de bondad, |
no es discípulo de su
madre. |
Mal maestro quien, |
en asignatura de alegría, |
no es discípulo de su
discípulo. |
Eugenio D'Ors, |
NUEVO GLOSARIO, III |
2 (142) |
La gloria |
del amor |
LA SANTIDAD es la gloria
del amor más alto, del amor a Dios, de Dios |
mismo como amor. Los
humanos llamamos «amor» a la medida colma- |
da de darnos a otro ser
personal; llamamos «amor» al entusiasmo por |
lo bueno, una vez
descubierto y reconocido; llamamos «amor» a lo que |
nos hace buenos y con lo
que hacemos buenos y verdadero bien a los de- |
más; sobre todo llamamos
«amor» al darnos con la vida y con la muerte, a |
lo que creemos que vale
más que la vida y que no puede borrarse con la |
muerte. |
Entendida auténticamente,
dándole un sentido radical, casi nos da ver- |
güenza pronunciar esa
palabra —«amor»—, sencilla y desnuda, no sólo para |
decírnosla entre seres
humanos, sino, y sobre todo, para referirla a la elec- |
ción, a la dedicación y a
la fidelidad para con Dios, surgida de una libre |
exigencia profundamente
sentida y consentida, como modo único de res- |
ponderle y corresponderle,
mientras se hace evidente que hay que llenarla |
con toda la vida y mirarle
a él, contemplándole con la misma verdad con |
que él nos mira. Es decir,
verle a él y vernos desde él, con absoluta sinceri- |
dad, pues solamente así se
le puede amar más allá del uso vano de la sola |
palabra. |
Es posible vestir de
dulzura las palabras humanas construyendo, al mis- |
mo tiempo, nuestros
propios dioses privados, nuestras idolatrías con que |
disimular las esclavitudes
elegidas; pero ninguna de estas ficciones o apa- |
riencias es compatible con
el verdadero amor ni a Dios ni a los hombres. |
No serían amor por más
untuosidad, atención externa o sentimentalismo |
que lo envolviera todo. El
amor «es fuerte», nos recordaría la Biblia, y tal |
vez sea la única fuerza,
como afirma Dante. Y hay que comenzar creyendo |
que es posible y que
estamos llamados a él, a partir de una sincera purifi- |
cación interna, de mente y
de planteamientos, para que nada impida su |
existencia y su
crecimiento, mientras la vida nos dura. Que para esto se |
nos ha dado la vida. |
3 (143) |
Si miramos solo con ojos
glotones, o con actitud de aprovechador, con |
astucia de oportunista
dispuesto a la caza de su mejor instalación, nunca |
sabremos ni podremos amar,
aunque invoquemos a Dios o nos adhiramos a |
61 formalmente. Mirarle
desde fuera seria pretender utilizarle, y no amarle. |
Es preciso abrir los ojos
a la presencia de su bondad envolvente, manifes- |
tada, con infinita
ternura, en el orden y belleza del mundo, del mismo ser |
del hombre y del corazón
de los más sencillos. |
Los cristianos «creemos en
el amor», porque nos lo ha mostrado Jesu- |
cristo con su vida y con
su muerte. Él es la gran Palabra de Dios al mundo, |
ante el que se hizo
humilde y reverente con profunda libertad miel, para |
que entendiéramos «con qué
libertad nos hizo libres» para ser también |
nosotros, hijos de Dios,
«que es amor». Y son santos los que haciendo |
memoria de la vida y de
las palabras de Jesucristo, han creído que se pue- |
de vivir de amor y llenar
la vida con 61. Ellos han superado el pudor de |
nuestra mezquindad humana
y han intentado seguirle e imitarle, haciendo |
Iglesia, como testigos
suyos. |
También desde ellos hemos
de mirarnos a nosotros mismos, con la sin- |
ceridad que nos compromete
el testimonio que nos han dejado. Ellos *han |
combatido el buen
combate", se han enamorado de lo mejor, han trabajado |
con esfuerzo y no han
quebrado su bondad ni perdido su alegría, y por eso |
han vestido de belleza
toda su vida y su misma muerte. Han sabido vivir de |
amor a Dios, con libertad
de hijos suyos, porque no han medido la genero- |
sidad, ni calculado las
recompensas. Y han muerto de este mismo amor, |
como testigos de sus
dones, cuando, como la fruta madura cae del árbol, se |
desprendieron de las ramas
de la vida temporal, con el corazón enrique- |
cido de Dios, porque ya
sus latidos no cabían en las medidas del tiempo. |
Puede decirse que, lo que
llamamos su muerte, no fue más que el remedio |
de aquella «dolencia de
amor que no se cura, sino con la presencia y la fi- |
gura» de Dios mismo,
alcanzado como verdad, vida y gozo sublime, después |
de haber creído en el amor
y haberlo vivido intensamente en este mundo. |
Y, a la par que
desaparecen de nosotros, nos dejan «el buen olor de Cristo» |
al quebrarse el alabastro
donde guardaban su perfume. Nos dejan el ejem- |
plo que nos compromete,
para vivir mejor esta vida y para prepararnos |
una santa muerte, el
encuentro definitivo con Dios. |
Es la Eucaristía la que
construye la Iglesia, y el Concilio Vaticano II ha |
repetido con insistencia
que la liturgia es la cumbre de la acción de la |
Iglesia y la fuente de
donde fluye su fuerza (SC 10). En principio era el |
amor el que unía a las
comunidades en torno al sacerdote, con la parti- |
cipación activa de los
bautizados.— JUAN PABLO II (1.8.84) |
|
4 (144) |
LA MISA EN LATÍN, |
Excepciones a la última
reforma litúrgica |
EL PASADO 16 de octubre,
sexto |
aniversario de la elección
al |
sumo pontificado de
nuestro |
actual papa, Juan-Pablo
II, se hizo |
pública una carta que la
Congrega- |
ción para el Culto Divino
ha man- |
dado a todas las
conferencias epis- |
copales del mundo, en la
que se da |
permiso a los obispos para
que dis- |
pensen a los sacerdotes y
grupos |
de fieles que lo
soliciten, de la obli- |
gación de utilizar en la
celebración |
de la Eucaristía, el Misal
reformado |
por el Concilio Vaticano
II, publi- |
cado por Pablo VI, y
puedan utili- |
zar el que estaba en
vigencia en la |
Iglesia latina, antes de
la reforma |
conciliar. |
Esa es la noticia que
transmitie- |
ron las agencias de
información y |
que, un poco, ha alarmado
a los |
amantes y estudiosos de la
Sagrada |
Liturgia, y que ha dado,
dentro y |
fuera de la Iglesia,
ocasión a co- |
mentarios muy diversos.
Algunos |
han querido ver un
retroceso, o |
casi una desautorización,
por lo |
menos parcial, del impulso
reno- |
vador iniciado en la
Iglesia a par- |
tir de Juan XXIII, que fue
quien |
convocó aquel Concilio;
otros, una |
estrategia para atraer al
obispo Le- |
febvre y sus adeptos,
situados en |
abierta rebelión contra la
Iglesia, a |
la que acusan de haberse
desviado |
de la recta doctrina a
causa del |
Concilio. Pero no puede
ser cierto |
o exacto ni lo uno ni lo
otro. |
En primer lugar, no se
trata de un |
retroceso disciplinar,
sino de una |
concesión que ha de
entenderse |
en sentido totalmente
restrictivo, |
sobre todo cuando, según
parece, |
se ha producido después de
que |
había sido desaconsejada
por la |
mayoría de obispos de todo
el |
mundo. Esta mayoría
episcopal no |
impide que, en
determinados sec- |
tores eclesiales, se dé,
todavía, la |
pervivencia de minorías
fuerte- |
mente conservadoras,
ritualistas y |
más o menos escrupulosas,
a las que |
la nostalgia por el
antiguo misal les |
ha impedido estudiar y
compren- |
5 (145) |
der el sentido de la
imparable re- |
novación litúrgica,
anterior al mis- |
mo Concilio y temida, por
ignoran- |
cia, desde entonces. No
hay duda |
de que, los sectores
realmente bien |
intencionados, acabarán
por enten- |
der, tarde o temprano, y
aceptar sin |
restricciones el verdadero
sentido |
de aquella renovación
porque es |
evidente la excelencia del
nuevo |
misal si se le compara con
el lla- |
mado de san Pío V, ya
tantas veces |
necesitado de reformas y
enmien- |
das, antes de este mismo
Concilio |
Vaticano II. El Papa ha
querido te- |
ner misericordia con los
nostálgi- |
cos que murmuraban y
escamotea- |
ban, incurriendo en
pequeñas des- |
obediencias al Concilio,
so pretexto |
de piedad e integridad,
repitiendo |
los errores prácticos de
las desvia- |
ciones del
tradicionalismo. El Pa- |
pa, bondadosamente, les ha
librado |
de la desobediencia. |
En cuanto al caso del
obispo Lefe- |
bvre, no parece que le
deba influir |
en nada, porque él no está
dispues- |
to a aceptar la condición
de reco- |
nocer la validez
disciplinaria y |
dogmática de la reforma
empren- |
dida por el Vaticano II, y
esa con- |
dición es necesaria para
obtener |
lícitamente la dispensa de
que se |
trata. Nombrar a este
obispo fran- |
camente disidente, que ha
dado los |
mayores disgustos a la
Iglesia con- |
temporánea, afligiendo
hasta la |
muerte al inteligente papa
Montini, |
que más no pudo hacer,
lícitamen- |
te, para facilitarle la
reconciliación, |
sería usar a Lefebvre como
pretexto |
para dar apariencia de
razón a esos |
motivos de misericordia
para li- |
brar del complejo de
culpa, a los |
morosos, reticentes
integristas con- |
temporáneos, tentados de
sectaris- |
mo involutivo. Ni tampoco
puede |
ser pretexto la vuelta al
latín, por- |
que nada se oponía a que,
tam- |
bién en latín, se pudieran
recitar |
las fórmulas del misal
salido de la |
reforma conciliar, pues el
Concilio, |
al mismo tiempo que
introducía |
las lenguas vernáculas en
la litur- |
gia, también recomendaba
el uso |
del latín en las nuevas
fórmulas, |
lo mismo que hacía con el
canto |
gregoriano, que proclamaba
«pro- |
pio de la Iglesia». |
Nada teman los que deseen
para |
la Iglesia la tersura «sin
arrugas |
—como diría san Pablo— de
una |
juventud prometedora y
creciente, |
renovándose
incesantemente, —co- |
mo auspiciaba Newman—.
Estamos |
en el siglo en que se
inició el gran |
movimiento renovador de la
litur- |
gia católica, que fue la
señal de |
ulteriores y más generales
esfuer- |
zos renovadores, y en
ellos esta- |
mos, entre esperanzas y
dolores, |
seguros de la compañía del
Señor |
y entreviendo «en los
signos de los |
tiempos», un fruto mejor
para ella |
y para todos sus hijos,
según el |
anuncio con que Juan XXIII
inicia- |
ba la andadura conciliar,
todavía |
no concluida. |
6 (146) |
IMAGEN |
EXISTEN técnicas para
manipu- |
lar los resortes que
preparan |
y obtienen la respuesta
socio- |
lógica previamente
programada, a |
base de sorprender e
impresionar, |
sin dar tiempo a
reflexionar dema- |
siado, a la natural
curiosidad del |
ser humano, avivándola,
pero con- |
duciéndola con habilidad,
a través |
de aseptizaciones
dosificadas y de |
aislamientos bien medidos,
para lo- |
grar el encanto, la
adhesión y el |
aplauso, frente a lo
simplemente |
neutro o ambiguo, pero
ofrecido |
como excelente, o incluso
de lo |
malo, pero presentado con
enfati- |
zadas apariencias de
bueno. Hay |
mecanismos que, teniendo
en cuen- |
ta la psicología social,
pueden mo- |
ver estímulos que
transformen en |
positiva la reacción que,
en princi- |
pio, pudo parecer, más o
menos |
evidentemente, de signo
negativo. |
Las propagandas, las
campañas de |
imagen, hacen, como
vulgarmente |
se dice, verdaderos
milagros. Pues- |
to que hay razones para
todo, basta |
seleccionar y exhibir
aquellas que |
generan, estadísticamente,
la res- |
puesta pretendida, y
tratar de des- |
truir o, por lo menos,
silenciar las |
razones opuestas, o
simplemente |
neutras. |
A nivel individual, basta
con ha- |
lagar las pequeñas
pasiones —¡cuán- |
to nos seduce el halago,
aun desde |
una base falsa, con tal
que com- |
plazca nuestra vanidad!—,
en vez |
de proponer corregirlas o
conte- |
nerlas, y en seguida se
nos rinde y |
se nos hace adepto quien
así es |
atraído, desplazando o
disimulando |
aquello que se le debería
exigir, |
mientras a cambio le
proponemos |
la tácita compensación de
nobles |
utopías que le alejan del
inevitable |
esfuerzo inmediato,
irremediable- |
mente distraído con la
mirada pues- |
ta en "lo más
bueno", pero... leja- |
no. Es fácil hacer adepto
a quien |
se le consiente sentirse
dispensado |
de abnegaciones inmediatas
dema- |
siado concretas, mientras
pueda se- |
guir pareciendo bueno, a
la par |
que liberado de las
exigencias de |
una verdadera conversión,
pues le |
dejamos que se detenga y
que se |
mantenga en la
representación de |
la sola almibarada imagen
de la |
bondad. |
7 (147) |
Por eso, en nuestra época,
políti- |
cos y comerciantes
recurren a las |
técnicas de propaganda y
de estu- |
dio y difusión de imagen,
como |
medio para lograr
seguidores o |
clientes, que les permitan
afianzar- |
se y triunfar. Y ello
ocurre no sólo |
en el campo económico y
político, |
sino también en muchas de
las ma- |
nifestaciones llamadas
culturales, |
e incluso en la
presentación de |
ideologías que adulteran o
substi- |
tuyen las convicciones
religiosas, a |
pesar de que las primeras
expre- |
siones de su
extraordinaria eficacia |
surgieran de los
totalitarismos más |
recientes: nazi, fascista
y socialista. |
Cristo, «imagen de Dios
invisi- |
ble», no habría recurrido
jamás a |
estos procedimientos, para
hacer |
el bien. Los santos,
imagen de Cris- |
to, tampoco. En la misma
Iglesia, |
cuando por error los
cristianos han |
descuidado la pureza de
los modos |
y maneras de evangelizar,
se han |
padecido retrasos y
oscurecimien- |
tos parciales
contrasignificativos, |
en perjuicio del mismo
Reino de |
Dios que se pregonaba; o,
por lo |
menos, han dado pie a las
vacila- |
ciones propias de la
ambigüedad, |
tan contraria a la
valentía y a la |
justicia del Evangelio de
Cristo. |
Este prurito por el
cuidado de |
la imagen, forma parte del
pecado |
del mundo, y lleva a una
engañosa |
esclavitud, porque es
tributario de |
sus criterios terrenales,
ansioso de |
triunfos anticipados y
precipitados, |
aun a costa de la pureza
liberadora |
del mensaje cristiano,
reduciéndolo |
a un ideal de utilidad
terrena y a |
la vanidad de los triunfos
y reco- |
nocimientos humanos. |
Se explicaría sólo por la
falta de |
fe el ceder a confiar en
los medios |
y apariencias del mundo,
antes que |
en la fuerza y realidad de
la gracia |
divina. Falta de fe que se
alía fá- |
cilmente con la vanidad,
la ambi- |
ción, el ansia de poder,
el gusto por |
el halago...De modo que,
si con ello |
lográramos edificar un
reino, no se- |
ría el de Dios, aunque
gritáramos |
en vano su nombre: sería
sólo y |
tristemente, nuestro
propio y efí- |
mero reino, usurpado a su
gloria. |
Lo santo ha de ser hecho
santa- |
mente. Quien se preocupa
dema- |
siado por
"parecer", retrasa el lle- |
gar a ser. La imagen es
una repre- |
sentación meramente
externa; el |
ser es radicalmente
interior. La |
verdadera imagen de lo que
somos, |
como hijos de Dios, sólo
aparecerá |
cuando nos reunamos con él
y no |
antes, porque «pasa la
imagen de |
este mundo». Cualquier
precipita- |
ción es inútil, engañosa y
entorpe- |
cedora. |
Todos los hombres somos
iguales: iguales como las |
hojas de las ramas de un
mismo árbol.— Pau Casals |
|
8 (148) |
EL TELÉFONO |
EXISTE una pequeña,
preciosa |
colección de folletos,
titula- |
da «CONEL», editada por la |
CONFER, en la que se
aborda a |
fondo el tema de los
consejos evan- |
gélicos y se pone el
ejemplo de sus |
protagonistas que suelen
ser, inevi- |
tablemente, los santos,
pero no sólo |
en la evocación de lo que
ellos fue- |
ron e hicieron, sino
proyectándolo |
en ejemplificaciones
actuales, como |
en el folleto al que ahora
vamos a |
hacer referencia, escrito
por el ca- |
puchino Victoriano Casas.
Se refie- |
re a la oferta de
convivencias, para |
personas que deseen hacer
un en- |
sayo de vida eremítica,
sencilla- |
mente, pero en serio. Por
lo tanto |
«no es lugar para
huéspedes ni tu- |
ristas, para espectadores
ni fisgo- |
nes». El aprovechado que
se ima- |
gine una pensión barata
para unas |
semi-vacaciones piadosas o
curiosi- |
dades noveleras, se
equivocaría de |
plano. Tendría que
avenirse a al- |
zarse a las cinco de la
mañana, |
porque hay que rezar todos
los |
días, y además de tiempo
para mi- |
rar a Dios, se necesitará
igualmente |
tiempo para mirar al
cielo, para |
trabajar, para meditar,
para cantar, |
para disponer de espacios
de silen- |
cio absoluto... para
comer. Un día |
también |
para ayunar de verdad, |
porque es muy saludable, y
se |
aconseja beber agua,
porque puri- |
fica el organismo. También
un día |
sin trabajar nada, para
convertirlo |
en jornada de desierto,
solo y en |
silencio absoluto, pues la
soledad, |
el silencio y la
naturaleza acercan |
a Dios. |
Omitimos otras
particularidades |
interesantes. Todo está
bien dicho, |
con un tinte de bondadosa
ironía, |
que hace más simpática la
oferta. |
Pero hay un detalle, el
último, es- |
tupendo y aleccionador,
que copia- |
mos textualmente, y dice
así: |
"Para Informaciones y
reservas |
escriban a: |
Comunità di san Maseo. |
06081 Assisi. Italia. |
No tenemos ni queremos |
tener teléfono". |
Huelgan los comentarios y
habría |
que sacar la lección.
Sencillamente, |
el teléfono no les dejaría
ser libres, |
ni para el trabajo, ni
para la ora- |
ción, ni para el estudio,
ni para el |
descanso, ni para estar
con Dios, |
ni para llevar a Dios a
quien ver- |
daderamente lo necesite.
No quie- |
ren exponerse a perder el
tiempo |
porque el tiempo también
es de |
Dios y para Dios. |
9 (149) |
SANTOS |
EN LA BIBLIA la san- |
tidad es una cuali- |
dad que conviene |
exclusivamente a |
Dios, y que ha de |
aplicársele en sentido
abso- |
luto, porque es la
grandeza |
y majestad increada, única
y |
gloriosa. Cuando hacemos
una |
aplicación relativa de la
santi- |
dad y le damos un sentido
cul- |
tual, queremos decir que
se tra- |
ta de una cualidad añadida
a lo |
creado, por la cual se
reconoce |
que la criatura ha sido
sustraída |
al uso profano para darle
un des- |
tino o consagración
ordenada a |
Dios. Y cuando queremos
darle |
un sentido trascendente
―o re- |
ligioso— que también
signifique |
la existencia de un valor
moral |
positivo y excelente,
expresa- |
mos con el término
"santidad" |
esa excelencia eminente e
infi- |
nita que corresponde
solamente |
a Dios, pero también,
aunque de |
modo limitado, a las
criaturas |
inteligentes, cuando estas
mani- |
fiestan su perfección
moral y su |
pureza de corazón a través
de sus |
obras y de sus
pensamientos. |
Dios es el único santo.
Toda |
aplicación del término
"santo", |
fuera de Dios, es una
extensión |
significativa para
expresar una |
participación creada en la
seme- |
janza de su bondad y de su |
pureza, y por esto la
gloria no |
corresponde a los que
llama- |
mos "santos",
sino únicamente a |
Dios, que es quien
resplandece |
en ellos. Por esto no hay
ni una |
sola oración, en los
libros litúr- |
gicos, ni una sola
alabanza, diri- |
gida a los santos que se
vene- |
ran, sino que siempre es a
Dios |
a quien se invoca y se da
gloria, |
por habernos concedido la
com- |
pañía de estos hermanos
que |
han hecho de la
consagración a |
Dios obrada en el
Bautismo, la |
vocación de su vida,
entregada |
a Dios. |
La Iglesia nunca ha
transigido |
con hacer demasiado fácil
la |
calificación de santos a
los hijos |
suyos que se han
distinguido |
10 (150) |
por la perfección moral de
sus |
vidas. En los primeros
tiempos |
del cristianismo,
solamente se |
admitía en la lista del
santoral |
a los que habían sufrido
el mar- |
tirio por la fe o a causa
de de- |
fender alguna virtud
cristiana, |
incluyendo no sólo el
haber su- |
frido una muerte violenta
en tal |
defensa, sino acompañando
la |
entrega de la vida con el
perdón |
explícito concedido a los
mis- |
mos enemigos que les
tortura- |
ban o asesinaban, lo cual
incluía |
no solamente la
generosidad to- |
tal del amor a Dios, por
la entre- |
ga de la vida, sino la del
amor |
a los hermanos, aún
enemigos. |
Esto convertía al
cristiano que |
así ratificaba la
autenticidad ra- |
dical de su fe, en
verdadero "tes- |
tigo" de Cristo, que
es precisa- |
mente lo que significa la
pala- |
bra "mártir". |
Más adelante, y pasada la
épo- |
ca de las grandes persecu- |
ciones, se creyó que
también |
era un
"testimonio" de fe, el |
haber sufrido por ella, a
pe- |
sar de no llegar al
martirio |
(torturas, persecuciones,
cár- |
celes), y se llamó
"confeso- |
res" a estos
cristianos ejemplares. |
De cualquier modo, la
santidad, |
el valor heroico, no
solamente |
se puede medir por la
muerte, |
pues en vano ésta puede
ser |
santa si no se ha
preparado para |
la santidad. Pío XII dijo
en cier- |
ta ocasión, que «el
heroísmo del |
martirio, nunca es efecto
de una |
improvisación». |
En alguna época de la
histo- |
ria, se ha transigido algo
en la |
concesión del título de
"santos", |
porque tal vez no se han
depu- |
rado de leyendas algunas
biogra- |
fías poco estudiadas, o se
han |
exagerado virtudes,
ciertamente |
existentes en quien se
quería |
canonizar, pero con miras
inte- |
resadas, en vistas al
prestigio |
de estamentos sociales,
institu- |
ciones, nacionalismos...Un
ejem- |
plo de ello es, todavía,
la dificul- |
tad en admitir que se
reconoz- |
can como verdaderos
"mártires": |
11 (151) |
algunos cristianos de
nuestros tiempos, que dieron generosa- |
mente la vida por Cristo,
pero cuyas causas de canonización |
difícilmente prosperarán,
a nivel oficial, por razones políticas, |
mientras veremos a otros
cristianos que serán promovidos sin |
grandes dificultades
porque sus vidas no causaron compromi- |
sos con los poderes de
este mundo; del mismo modo que, en el |
pasado, existen
canonizaciones que no estuvieron desprovis- |
tas de oportunidad
política. Pero esto no depende únicamente |
de la autoridad de la
Iglesia, sino del sentir general y del grado |
de fe y de asentimiento de
todos los cristianos que la integra- |
mos. ¡Con razón la
Iglesia, hasta donde ha podido, ha sido res- |
trictiva en las
concesiones de veneración, aun de los cristianos |
que murieron con ejemplo
evidente de virtudes cristianas!. |
Y tú, ¿qué haces? |
Hay una respuesta bonita
para esta pregunta, que debiera ser la justa y |
verdadera, para quedarnos
en paz y sin complejos, y es ésta: —Rezo y |
hago después todo lo que
de rezar se deriva, en mi vida. |
Sobre todo, para nosotros
mismos, seria ésta la buena respuesta que de- |
biéramos poder darnos
cuando nos examinemos la conciencia. Para nos- |
otros mismos, porque —y,
por supuesto, sin despreciar a nadie— los demás |
no pueden responder por
nosotros; ni la tranquilidad de nuestra concien- |
cia puede depender de la
aprobación ajena. Los demás, salvo contadas |
excepciones, comienzan por
no tener derecho a preguntarnos demasiado. |
(Que, por eso, el
preguntar sin derecho, o aun la comezón por preguntar, |
señales son de mala
educación). |
Hacer después de rezar,
hacer y rezar, saber hacer que en la acción se |
contenga la oración y que
ésta sea el alma de lo que actuamos. Tener |
presente a Dios en el
camino de nuestra vida; no caer en el "oficio" de |
cristianos, como diría
León Felipe; es decir, no acostumbrarnos, no arru- |
tinar la vida. Todo lo
cual solamente puede evitarse yendo y volviendo |
siempre a Dios y de Dios. |
Preocupados por las
estadísticas, midiendo a los demás por el baremo |
de lo que nosotros hacemos
o somos, nos equivocamos al juzgar a nues- |
tro prójimo; como
igualmente nos equivocamos cuando estamos pendien- |
tes de sus juicios,
aprobaciones o halagos. |
Recemos y hagamos lo que
de la oración se derive, con libertad. |
12 (152) |
¡VUELVE, SANTA CECILIA! |
Música para vestir
palabras de Dios |
y palabras a Dios |
NO HA SIDO sin más que,
las primeras manifesta- |
ciones renovadoras del
Concilio Vaticano II, se no- |
taran por su influjo en la
Liturgia que salió de él. |
El proverbio «lex orandi,
lex credendi» se ha acre- |
ditado a través de la
historia de la Iglesia. Y allí |
donde el estudio y el amor
por la Liturgia se ha olvidado o ha |
decrecido, igualmente ha
decaído lo más espiritual del mensa- |
je evangélico, tal como se
debe de entender y transmitir. Lle- |
vados de la neurosis de la
eficacia, escasos de fe, a veces nos |
hemos olvidado de ello y,
consiguientemente, incurrido en el |
riesgo y hasta en el
pecado de subjetivizar excesivamente la |
vida de fe o de convertir
en poco más que estructura organiza- |
tiva lo que debiera haber
sido manifestación y desarrollo del |
Misterio cristiano, propio
de todo verdadero y legítimo apos- |
tolado. |
Dentro de la Liturgia,
también hemos tenido negligencias |
en aspectos o elementos de
la misma que hemos tomado como |
marginales, como por
ejemplo la música, verdadera cenicienta, |
en amplios sectores
eclesiales. Allí donde se ha descuidado, ni |
siquiera la palabra
desnuda se ha seguido pronunciando como |
es debido, o se la ha
envuelto en improvisadas melodías que |
han debilitado, con acento
dulzón, el propio vigor literal, o |
13 (163) |
simplemente lo han
substituido ahogándolo en ruidos que lo |
hacen ininteligible. |
A propósito de la
proximidad de la fiesta de santa Cecilia, |
hoy queremos decir una
palabra sobre la música de la Iglesia, |
sabedores, de todos modos,
que el camino de la música se apo- |
ya, no en el espacio, como
ocurre con las artes plásticas, sino |
en las alas del tiempo,
que es medida y soporte de su sono- |
ridad; por eso la música
es la más espiritual de las artes. |
También por eso es la que
mejor puede ayudar a la expresión |
litúrgica. |
Palabra |
y música |
Cuando la palabra, aunque
no llegue a ser cantada, |
se cimbrea rítmicamente en
el alma y en los labios que |
la pronuncian, se
convierte en poesía. Puede ser que, toda |
palabra, sea poesía. De
este modo entraron en la liturgia |
los himnos y secuencias,
como para poner alas a la me- |
ditación colectiva de los
fieles, que celebraban el Misterio |
del Señor, mientras
rezaban cantando o cantaban rezan- |
do: «rezando dos teces),
diría san Agustín, porque la |
belleza no sólo es
esplendor del orden de lo bueno, sino |
vigor que refuerza toda
bondad, porque la hace más elo- |
cuente, porque la
espiritualiza mientras adorna su expre- |
sión, enriqueciendo y
transformando la naturaleza de las |
cosas y de los gestos de
las personas. Por eso los santos |
fueron poetas y los poetas
―si se les cruzaban por los |
caminos― fueron
amigos, por lo menos, de los santos. |
El reciente Nobel de
Literatura, Jaroslav Seifert, en |
uno de los pocos poemas
suyos que tenemos traducidos al |
castellano, dice que «la
música y la poesía son, en este |
mundo, lo más hermoso,
excepto el amor», quién sabe si |
porque han de ser
tributarias de éste, o porque el amor |
es algo más que simple
hermosura. |
La primera |
Eucaristía |
Lo cierto es que, poesía y
música, palabra y melodía, |
aparecieron hermanadas,
apenas el culto cristiano comen- |
zó a distinguirse de las
celebraciones judías, adquiriendo |
un estilo propio, que
partió de la sencillez luminosa de |
aquella primera vez en
que, Pedro, «en memoria de Cris- |
14 (154) |
to», repitió la Cena con
los mismos gestos y palabras de |
Jesús. Fue la cadencia y
el respeto en pronunciar, y fue |
la reverencia del alma
interiormente postrada a la hora |
de coger el pan y el cáliz
y pasarlos a los hermanos; fue |
el respirar del corazón
que brotaba en plegarias que uno |
hacía en nombre de todos,
o que todos rubricaban con el |
aplauso condensado en la
unción de la palabra «amén». |
Y los recitados y
aclamaciones fueron tomando, bella- |
mente, la forma de melodía
oracional, transparente y |
sencilla, imitando
seguramente algunos modelos elemen- |
tales de música griega,
mínimos para que no sofocaran la |
significación de los
textos leídos o cantados, con el fin de |
que, letra y música,
fueran una misma oración. Poco a |
poco las melodías que
servían de soporte a la voz recita- |
tiva o de transparencia
vestida a las palabras de los hi- |
mnos , al canto llanos,
alcanzaron formas definitivas por |
influjo de un papa santo,
músico y poeta, del siglo VI. |
El canto |
gregoriano |
Este papa era san
Gregorio, de donde la denominación |
dada de «gregoriana» a
aquella música, convertida, en |
adelante, en «música
propia de la Iglesia», confirmado |
así por el mismísimo
Concilio Vaticano II, de nuestros |
días. |
A partir de san Gregorio,
y en el decurso de toda la |
Edad Media, florece la
liturgia católica llenando con su |
música los templos, al
paso que la inspiración de los poe- |
tas introduce
«secuencias», «himnos», «antífonas» para |
encabezar la recitación o
canto de los salmos o cubrían |
los espacios
interlecturales; de modo que los mejores poe- |
tas místicos prestan
composiciones al oficio divino y a la |
celebración eucarística. |
San Felipe y |
sus discípulos |
Con el Renacimiento
aparece la polifonía, que nace y |
se desarrolla en Italia,
donde, con la vuelta a las formas |
seculares y clásicas, se
depaupera la significación piado- |
sa, llegando a excesos de
profanación y teatralidad que |
lamentaban los espíritus
más sensibles, tanto a la belleza |
como a la piedad. En este
momento se produce una reac- |
ción saludable, inspirada
por san Felipe Neri y secunda- |
da por discípulos
inmediatos suyos, que le hacen caso |
dedicándose al estudio de
la música —Animuccia, Soto |
(español), el gran
Palestrina―, y establecen la base de |
una tradición musical que
siempre más iría unida al |
nombre del movimiento
piadoso y de renovación cristia- |
15 (155) |
na, que inició en la
ciudad de Roma, el apostolado de |
san Felipe Neri, con su
obra el Oratorio. Tanto fue así, |
que la composición
musical, en principio inventada a la |
medida de las fervorosas
reuniones del Oratorio, acabó |
tomando su nombre. San
Felipe Neri, como verdadero |
santo y buen florentino,
amaba la música y la poesía, |
tenía el corazón de
artista: hasta en las primeras e infor- |
males reuniones, en los
mismos inicios de su apostolado, |
se servía de un libro de
poesías —«Le Laude», de Iacopo- |
ne da Todi, para los
comentarios y conversaciones de |
dirección espiritual
―los «discorsi» o «ragionamenti»- |
junto con ejemplos de
santos o de sucesos de la Iglesia. |
El "oratorio |
musical" |
Los comienzos fueron
simples y elementales, hasta con- |
vertirse en una forma
musical nuevo y definitivamente |
consagrada. En el
«oratorio musical» inventado en las |
reuniones de san Felipe,
se combinaban el recitado, que |
solía recoger las
tonalidades gregorianas, y el coro. Estas |
composiciones también se
llamaban «rapprasentazioni» |
o «azioni sacre» y fueron
cultivadas, después del padre |
Soto, por Cavaliere, Peri
y Scarlatti, pero alcanzaron su |
mayor grandeza y renombre
en el barroco, con Bach y |
Haendel. Contemporáneos y
más cerca de nosotros, tene- |
mos compositores como
Falla, Casals, Massana y Halff- |
ter. Y, en lo que
corresponde a los mismos oratorianos, |
tenemos el oratorio
musical The Dream of Gerontius, |
No se puede servir a dos
señores. No sería since- |
ro el deseo y el ideal de
la santidad, si quisiéra- |
mos hacerlo compatible con
las apetencias, los |
modos, los estilos y las
maniobras de este mundo, |
que hace o se inhibe, que
calla o habla según le |
dicte la estrategia de los
intereses de acá, porque |
sería equivalente a servir
al mundo, a confirmar |
y perpetuar el pecado del
mundo, no liberarse |
del lastre de su espíritu,
de sus miras, de sus fi- |
nes, que no serían los del
Reino de Dios, aunque |
lo invocara, aunque lo
invocara... en vano. |
16 (156) |
de Newman, con música del
compositor Edward Elgar, y |
«San Filippo Neri», del
padre Alessandro Naldi, florenti- |
no, con música de
Francesco Bagnoli. |
Tradición |
y novedad |
El «oratorio musical» no
sólo es un eslabón en la |
evolución de las formas
musicales históricas, sino que se |
cultiva todavía por los
grandes compositores, como lo |
afirmaba, hace sólo unos
días, en Madrid, el compositor |
polaco Krzystof
Penderecki, que vino a presidir el jurado |
del Premio Reina Sofía de
Composición, y se mostró en- |
tusiasmado por lo que él
llama «el gran oratorio», pues |
resume y enlaza la
tradición con la novedad, también en |
esta hora en que, según
parece, se desdibujan los esque- |
mas que sirvieron para la
clasificación de la música |
como fenómeno cultural
«nacional» ―consecuencias del |
romanticismo, en
estética..., porque los «signos de los |
tiempos» apuntan más bien
a la calidad de la música, que |
a su origen, afirmaba
Penderecki. |
Ello nos lleva, sin
querer, a la universalidad y al es- |
fuerzo para lograrla,
precisamente en esta hora de reno- |
vaciones, en la que es
preciso recoger lo positivo de la |
tradición para hermanarlo
con la riqueza amaneciente |
de la novedad, para
equilibrar la densidad y juventud |
vital que es preciso tenga
todo lo que ha de entusiasmar |
al hombre al cristiano. |
Vaticano II |
y liturgia |
Con todas sus limitaciones
y errores parciales, la Igle- |
sia que peregrina todavía
por los caminos de la tierra, |
es lo que ha pretendido
incesantemente, en su conjunto, |
mientras está con los
hombres y a través de los signos |
con que quiere expresar su
presencia, para anunciar el |
mensaje de Cristo y
celebrar su Misterio. A pocos años de |
distancia del esfuerzo de
Juan XXIII para presentar una |
imagen de Iglesia que
respondiera a las interrogaciones |
de los hombres
contemporáneos, estamos todavía deba- |
tiéndonos en el sentido de
la reforma emprendida que |
representa el logro del
Vaticano II, con el temor de que |
se nos haga viejo antes de
haber sabido sacarle toda la |
vida nueva para este mundo
también nuevo que estamos |
viviendo. Y uno
precisamente de los aspectos más difun- |
didos de esa novedad
conciliar se nos expresa en la refor- |
ma litúrgica, que algunos
creen amenazada, pero que se- |
guramente se encuentra en
un compás de leve vacilación |
en sectores solamente
minoritarios dentro de la Iglesia. |
17 (157) |
Pero en ningún caso es la
hora de discutir, sino de traba- |
jar y crear, intentando
integrar la tradición en la nove- |
dad, sin pasión por la
simple novelería, ni vuelta atrás, |
para retroceder hacia lo
amortizado. Porque éste es el |
espíritu de todas las
sanas reformas eclesiales, de las |
que se puede decir, que no
vinieron, principalmente, de |
las normas disciplinares,
sino de las empresas santas de |
los mejores cristianos que
vivieron los momentos críticos, |
y tuvieron lucidez y
valentía, sentido de Dios y generosi- |
dad, para lanzarse a
trabajar por el reino de Dios |
el estilo del Evangelio.
Porque los verdaderos reformado- |
res de la Iglesia siempre
han sido los santos. |
La música |
que falta |
Hace poco, en una revista
inglesa ―«The Tablet», del |
22 sept. 1984―
Geoffrey Laycock se lamentaba de la mú- |
sica religiosa producida
después del Vaticano II, hasta el |
punto de que no se puede
comparar, decía, con lo que su- |
cedió después del Concilio
de Trento ―contemporáneo de |
san Felipe― en que
alcanzó, precisamente, su cima más |
alta la expresión musical
religiosa. La llegada de las len- |
guas vernáculas a la
liturgia, dice, «ha sido bien recibida |
por muchos, aborrecida por
algunos y percibida por todos |
como una conmoción
cultural que necesita de ajustes». |
En general se puede decir
que solamente en Alemania ha |
resultado satisfactoria la
reforma, debido, sin duda, a la |
herencia de la buena
música popular religiosa que legó |
Martin Lutero y que ha
beneficiado por igual a protes- |
tantes y católicos. En el
resto, se han salvado aquellos lu- |
gares donde el influjo
monástico ha conseguido pasar a |
los ambientes diocesanos
con la ventaja de una experien- |
cia y una tradición
piadosa, popular y artística, que ha |
sido capaz de ir
respondiendo a las necesidades de las |
lenguas vernáculas
entradas en la expresión litúrgica. Lo |
La Liturgia so ha de
"adaptar" a la mentalidad de hoy, no por- |
que la Liturgia haya
cambiado, sino porque ha cambiado la |
mentalidad: y todos
comprenden, que la Liturgia no es el con- |
junto de una serie de
plegarias, cánticos y prácticas devociona- |
les, sino, más
propiamente, una escuela de vida. |
Mons. VIRGILIO NOÉ, Arzob.
de Voncaria |
18 (158) |
demás, salvo alguna
excepción, ha consistido en impro- |
visaciones u oportunismos
más aventurados que lucidos, |
más vulgares que
populares, que a veces puede excusar |
la buena intención, pero
que es urgente corregir, con sen- |
tido espiritual y
competencia artística. |
Las crisis |
El comentario a que
aludimos terminaba con una in- |
vocación a santa Cecilia,
patrona de la música sagrada |
y, por extensión, de todos
los músicos cristianos. Necesa- |
rio será que interceda
para remediar lo que lamentan los |
más entendidos y, poco a
poco, vayamos teniendo ese |
vestido luminoso que
debería ser toda música aplicada |
a palabras de Dios o para
Dios. Los grandes polifonistas, |
como Palestrina y Vitoria,
se inspiraron en el gregoriano, |
y el mal comenzó cuando
compositores desprovistos de |
gusto estético, iniciaron
extravagancias o adaptaciones |
populares ridículas. |
Ejemplos |
a seguir |
Pero el mismo mal suscitó
la reac- |
ción correctora, que iba a
coincidir, a mediados del siglo |
pasado, con el llamado
«movimiento litúrgico» iniciado |
por dom Guéranger,
seguidos entre otros, de los también |
benedictinos Pothier,
Mocquerau y Gajart. Solesmes fue |
la cuna de esa bendita
renovación, que se extendió por |
otros monasterios,
recogida, con admirable esplendor, |
cerca de nosotros, en el
monasterio de Montserrat, hasta |
nuestros días, entre cuyos
monjes es indispensable citar |
al abad Sunyol (autor del
mejor método moderno de can- |
to gregoriano) y a dom
Odiló Plands, ya posconciliar. |
Además de estos
benedictinos hay que citar, a nivel teóri- |
co, al padre Agustí Mas,
del Oratorio de Barcelona y |
también al gran apóstol
del gregoriano, padre Miquel AL- |
tisent, escolapio, que
emprendió con singular competen- |
cia y acierto, la
adaptación de melodías gregorianas al |
vernáculo. |
Pero estos y otros nombres
que podríamos citar, de |
España y de otros países,
no hicieron concesiones a la |
improvisación: eran
estudiosos y artistas, teóricos y após- |
toles de lo que amaban, y
a su ejemplo hay que remitirse |
para superar la vulgaridad
o falta generalizada de buen |
gusto que todavía se
arrastra en muchos de los cantora- |
les llamados litúrgicos y
posconciliares. |
Sí, hemos de repetir la
súplica con la que concluye el |
artículo citado de «The
Tablet»: ¡Vuelve ―«come back»―, |
santa Cecilia! |
19 (159) |
La Liturgia, |
cumbre y fuente de la
vida. |
La Liturgia es la cumbre a
la cual tiende la actividad de |
la Iglesia y, al mismo
tiempo, la fuente de donde mana |
toda su fuerza; pues los
trabajos apostólicos se ordenan a |
que, una vez hechos hijos
de Dios por la fe y el bautismo, |
todos se reúnan, alaben a
Dios en medio de la Iglesia, |
participen en el
sacrificio y coman la cena del Señor. |
De la Liturgia, sobre todo
de la Eucaristía, mana hacia |
nosotros la gracia como de
su fuente, y se obtiene con |
la máxima eficacia aquella
santificación de los hombres |
en Cristo y aquella
glorificación de Dios, a la cual las |
demás obras de la Iglesia
tienden como a su fin. |
Const. s. Liturgia, 10 |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles. Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri,
1. Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 108/62 - 9.11.14 |
20 (160) |
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