Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 218. ENERO. Año 1985
SUMARIO
NADIE puede aprisionar el espíritu; no es posible la
involución de lo verdaderamente espiritual, por-
que el espíritu mira siempre hacia adelante. El es-
píritu no tiene calendarios, ni medidas para los
tiempos pasados; y el futuro del espíritu no cabe en el
tiempo, aunque pase por el tiempo, como viento que barre
los caminos. Mientras silba y arrastra las escorias, abre
claridades para el sueño y la esperanza, sin otros cruji-
mientos que los de la necesaria purificación, para que lo
espiritual se haga real. Hasta Dios se ha vestido de nues-
tra carne, para poder decirnos palabras que duren para
siempre. Solamente los nostálgicos miran hacia atrás, in-
tentando recuperar derribos sólo medianamente útiles pa-
ra edificar reinos mundanos. Pero sabemos que Cristo, al
asumir el mundo, lo ha superado. Y, así, todo, siempre,
aquí, se va abriendo a la esperanza. Porque el tiempo está
inscrito en la eternidad y definitivamente abierto a ella.
Por esto no podemos mirar atrás.
TAL VEZ SOÑAR
TENEMOS UNA ESTRELLA
PARA EL HOMBRE
SAN JERÓNIMO DE LA CARIDAD
CAMINOS DE ROMA Y CAMINO DE BELÉN
LA IGLESIA SE RENUEVA
SUEÑOS Y ESPERANZAS
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TAL VEZ SOÑAR
En la Biblia y en la literatura profana; en profetas y
santos y en psicoanalistas y adivinos en fabulaciones
fantásticas o a propósito de teorías científicas; como
resumen de una sabiduría o como exceso de la locura...
se ha recurrido al "sueño", estudiándolo como fenómeno
o valiéndose de él para expresar la propia conciencia,
otro160 to para ilustrar conceptos elaborados en la mente, o para
describir el subconsciente. El "sueño" Ha servido como
ficción para envolver metafórica o elípticamente, la idea
o sentimiento de lo que no hubiera cabido en el lenguaje
directo o en el tiempo ordenado y completo de las
palabras tomadas en su significación estricta. Para
ilustrarlo bastaría acudir a estos nombres: Jacob, José,
Daniel; Bernat Metge, Shakespeare, Quevedo, Calderón;
Agustín de Hipona, Teresa de Jesús, John H. Newman,
Martin Luther King Sigmund Freud. Con humor y
ternura cristiana, en nuestros días, respecto a la Iglesia,
habría que recordar los "sueños" del cardenal inglés
George Basil Hume, y al teólogo Walbert Bühlmann, no
menos humorista, que dice haber soñado que «se vendía
el Vaticano»...
En estas últimas semanas, cuando el cardenal
Ratzinger ha apuntado la posibilidad de un nuevo
Concilio —el Vaticano III—, no han faltado los que han
calificado, también, de "sueño", esa eventualidad. Tal
vez aunque es difícil predecir si hace falta volver a
soñar. Dígase lo que se diga y parezca lo que parezca, el
mismo Señor va en la barca de la Iglesia y convierte,
poco a poco, las esperanzas proféticas de sus hijos, en
realidades que superan lo imaginable. Pero, si hiciera
falta soñar, podríamos suponer que, cierto día, pasados
los años ocupaba' la Sede de Pedro el papa Juan XXIV y
que, a imitación de su predecesor Juan XXIII, también
convocaba un Concilio, y no en el Vaticano, sino en
Belén: el Concilio Ecuménico Belén I.
2
Tenemos
una estrella
CUANDO nos habla un ángel de Dios, o se enciende una estrella sobre
nuestro camino, solamente podemos tener paz si atendemos a la voz
y si seguimos la luz. Pastores y magos tuvieron ángeles y estrellas so-
bre sus caminos. Eran dos muestras de la humanidad; eran como un
símbolo de los de cerca y de los de lejos; de los que imaginaríamos más obli-
gados, por ser judíos, y de los aparentemente más desconectados con el
sistema de esperanzas que estaban en la raíz del pueblo elegido. Pero el
hecho es que todos fueron llamados.
Rememorando este llamamiento, no podemos olvidar los llamamientos
de los patriarcas: también hubo ángeles y mensajes, estrellas y claridades
del alma. Y también aquí y en cada cristiano. Cristo no es sólo «noticia» de
Dios y «buena noticia» para el mundo, sino que es vocación para todo el
que se aventura a creer en él radicalmente, porque, en seguida, siente que
la fe se ha de traducir en vida, y que la vida debe ser una respuesta total a
Dios. Esa respuesta total ha de elaborarse con todas las fuerzas del alma,
con toda la nobleza del corazón, con todo el afecto, con la sabiduría y pru-
dencia de la mente. Y luego ha de ser mantenida.
Creer en Cristo es como descubrir una estrella sobre el propio camino.
Descubrirla cada uno, y descubrirla con los demás, formando constelación,
como el grupo de pastores, como la caravana de los magos.
Creer en Cristo es ponerse en camino y buscarle. Y preguntar, en la
búsqueda, juntando la sencillez de la fidelidad con la prudencia del discer-
nimiento, sin hacer ostentación de lo que Dios nos pide, pero dejando que
nos crezca la luz en el alma, entre dolores, gozos y esperanzas. Es saber
ordenar la vida para que, sin amaños ni estrategia, nada se nos pierda pa-
ra él. No todos tendremos que seguir el mismo camino, pero todos hemos
3
de dar una respuesta total y generosa; es decir, que no podemos comenzar
regateando, sino apostando lo más. Así lo hicieron los magos, sin excusar-
se, sin desistir.
Nos gustaría saber qué cambio se operó en ellos después de haber
adorado a Cristo; pero lo que la Biblia nos dice se acaba con el acto de su
ofrenda. De ésta nos queda la simbología del triple don, que el evangelista
no echa en olvido: el oro querrá decir amor, plegaria el incienso, y la mirra
abnegación.
Todos tenemos una estrella sobre el camino que hacemos, con los de-
más, hacia Jesús,
PARA EL HOMBRE
No se hizo el hombre para la bandera sino la bandera para el hombre...
No se hizo el hombre para la ciudad sino la ciudad para el hombre.
No se hizo el obrero para la fábrica sino la fábrica para el obrero.
No se hizo el niño para el maestro sino el maestro para el niño.
No se hizo el enfermo para el médico sino el médico para el enfermo.
No se hizo la mano para el guante sino el guante para la mano.
No se hizo el pueblo ira el que lo gobierna sino el que gobierna par
el pueblo.
No se hizo el que trabaja para el sindicato sino el sindicato para el que
trabaja.
No se hizo el hombre para la historia sino la historia para el hombre.
No se hizo el hombre para el sexo sino el sexo para el hombre.
No se hizo el hombre para el consumo sino el consumo para el hombre.
No se hizo el hombre para la propaganda sino la propaganda para el
hombre.
No se hizo el libro para el editor sino el editor para el libro.
No se hizo el arte para la galería sino la galería para el arte.
No se hizo el lector para el periódico sino el periódico para el lector.
No se hizo el seglar para el cura sino el cura para el seglar.
No se hizo el cuerpo para el alma sino el alma para el cuerpo.
No se hizo el pecado para la gracia sino la gracia para el pecado.
No se hizo el católico para la misa sino la misa para el católico.
No se hizo el cristiano para Cristo sino Cristo para el cristiano...
En resumidas cuentas, se hizo el hermano para el hermano
y se hizo el hombre para el hombre.
Luis Felipe Vivanco
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SAN JERÓNIMO DE LA CARIDAD
Y LA MISA EN LATÍN
SUCEDE QUE, a veces, hay nom-
bres demasiado evocadores
para que puedan nombrarse
o leerse y seguir en la indiferencia.
Esto mismo nos ha sucedido a pro-
pósito de una mini-polémica ven-
tilada en las páginas de la revista
«VIDA NUEVA» (véase nº 1452,
pág. 48, y nº 1457, pág. 49), que po-
dría titularse con el encabezamien-
to de estas líneas. Pero aquí no que-
remos entrar en la sustancia de la
discusión, ya que, en lo relativo a
la misa en latín, hicimos nuestro
pequeño comentario, con el buen
propósito de querer entender bien
las razones que el Papa había teni-
do en cuenta, y alabando su mise-
ricordia.
Nosotros somos oratorianos, y
ningún miembro del Oratorio pue-
de oír el nombre de «San Jeróni-
mo de la Caridad» sin que le pon-
ga en vilo el corazón, pues en esa
iglesia romana y en la casa conti-
gua más bien modesta (y hasta ha-
ce poco, casi ruinosa) nació el
Oratorio y allí vivió san Felipe,
sacerdote, hasta sus últimos días.
San Jerónimo de la Caridad es, pa-
ra los oratorianos, lo que era el
Cenáculo para los primeros cristia-
nos. Curiosamente, los padres del
Oratorio, nunca hemos sido los pro-
pietarios de aquella mansión vene-
rada, pero sí los custodios de la
gran reliquia que constituía para
nosotros y para todo el pueblo ro-
mano, para quien san Felipe es co-
patrono de la ciudad, junto a los
santos apóstoles Pedro y Pablo. Pe-
ro después de la muerte del papa
Pablo VI, la situación ha comenza-
do a variar con evidente peligro
para la destinación de aquella igle-
sia, tan estrechamente relacionada
con los padres del Oratorio roma-
no hasta ese momento. Incluso, Pa-
blo VI, al elevar al cardenalato al
padre Giulio Bevilacqua, del Ora-
torio de Brescia, le hizo titular de
la iglesia de san Jerónimo, con la
evidente intención de reforzar mo-
ralmente la presencia oratoriana
5
en aquel lugar singularmente que-
rido por todos y también el papa
Con el cardenal oratoriano Giulio
Bevilacqua, se concedió titulación
cardenalicia, por primera vez, a la
iglesia que había sido la cuna del
Oratorio, hace ya más de cuatro
siglos.
Apenas muerto el cardenal Giu-
lio Bevilacqua, y todavía en tiem-
pos del papa Pablo VI, hubo una
serie de manejos a nivel admini-
strativo , desde instancias romanas
municipales, de las que dependía
san Jerónimo de la Caridad a tra-
vés de «Gli Istituti riuniti di san
Girolamo della Carità». No sin
fundamento se temió que se fra-
guaba la desposesión del Oratorio
para entregar casa e iglesia a otra
entidad, muy poderosa, que ac-
tuaba por medios ambiguos pero
eficaces. Siendo ya titular de la
iglesia el cardenal Palazzini, se
acudió a él, pero con evasivas y
diciendo desconocer el asunto, no
fue posible obtener ninguna media-
ción: y se acudió a la instancia ci-
vil, tropezando con un funcionario
que no atendía a otras razones que
las estrictas de su representación
administrativa comunal. Compro-
bamos que el tal funcionario perte-
necía, efectivamente, a la poderosa
entidad que debía pasar a ocupar
san Jerónimo, pero... como era se-
glar y estaba en su jurisdicción, no
valían otras razones, ni admitía
otros argumentos que los de su
competencia civil.
Seguían los motivos de inquie-
tud... Y se acudió al Papa, que
comprendió y atendió la queja de
los oratorianos y, rápidamente, por
medio de una intervención perso-
nal, rogó que se respetaran lo que
eran, por lo menos, derechos del
corazón, para los hijos de san Feli-
pe Neri. Y así finalizó la primera
etapa de temores.
Aludimos a los "derechos del
corazón", que tal vez no tengan
Sin llegar al derroche de las armas nucleares —España, durante 1984—
incrementó su presupuesto para comprar armas sofisticadas de muy
elevado coste y mantiene e incrementa la venta de
armas a otras naciones...
...La paz requiere mentes jóvenes, fórmulas nuevas que superen las
caducas y viejas que nos conducen cada día a una si-
tuación más peligrosa y absurda.
Mons. DÍAZ MERCHÁN,
presidente de la Conf. Ep. Española, Dic. 1984
6
ningún valor cuando imperan los
criterios del mundo, y la prisa por
apoderarse de las parcelas inde-
fensas de los más pequeños. Sin
embargo, nosotros siempre hemos
creído que, desde Jesucristo, "los
más pequeños" —también, y espe-
cialmente en la Iglesia— deben te-
nerse en cuenta y deben respetarse.
Esos derechos del corazón habían
sido tenidos siempre en cuenta,
desde cientos de años y, reciente-
mente, incluso con alcaldes roma-
nos comunistas. Algo que, por lo
menos en parte, también ha ocu-
rrido tras las secularizaciones pa-
trimoniales y las desamortizaciones
del siglo pasado, casi por toda Eu-
ropa.
Pero ésta no es la suerte que nos
ha correspondido a nosotros en el
caso que nos ocupa y que, cierta-
mente, nos concierne. Muerto Pa-
blo VI, que frenó aquellas ambi-
ciones, las técnicas tentaculares y
ambiguas han seguido, en el cam-
po eclesiástico (Palazzini, titular de
la iglesia; el Vicariato nombrando
capellán) y en el campo civil y ad-
ministrativo, en el que, por ahora,
lo más ostensible es la presencia
de miembros de la entidad intere-
sada dirigiendo reformas y restau-
raciones no exentas de suntuosi-
dad, para adecuar el edificio al
gusto del nuevo poseedor. Estas
obras las paga la administración
civil, ciertamente pródiga ahora,
allí donde con anterioridad todo
DOLOR DEL TIEMPO.
La sed fui a calmar
y el infierno ríe
de la caridad.
Alma, ¿Sólo es
una pizca de aire
que vuela después?
Vuelven contra ti
y te cubren, ruinas
de sueños sin fin.
Por el fango van
guiando la cifra
hacia la unidad.
Tapamos muy bien
con frases de nada:
sin saber por qué.
Sacad del dolor
del tiempo la flecha
de nuestro clamor.
Que la mano audaz
—fuerte, limpia, joven—
sepa bien contar.
Salvador Espriu,
trad. Santos Hernández
7
respiraba pobreza y, en algunos
tramos, casi amenaza de ruina.
Uno leía el Evangelio y recorda-
ba la predilección de Jesús por los
más pobres y pequeños, y pensaba
que, en la misma Iglesia, sería me-
nos difícil que fueran estimados y
defendidos. Uno pensaba que, para
los espirituales, a diferencia de los
mundanos, lo pequeño era también
importante y los menos poderosos
igualmente dignos de ser respeta-
dos. Pero al mundo le encanta lo
aparentemente eficaz, y no repara
en medios. Se da la razón al que
reparte halagos, y se reverencia al
que se hace temer. Y lo más triste
es que puede haber quien crea,
"de buena fe", que el prestigio, el
poder, el dinero, la astucia, puedan
ser puestos al servicio del reino de
Dios.
A pesar de todo, es preciso se-
guir creyendo en lo que dijo Jesús.
Lo más triste, para los oratorianos,
no es que hayamos perdido san
Jerónimo de la Caridad. ¡Tantas
cosas hemos perdido! ¡Tantas casas
nos han destruido! Incluso: ¡tantos
mártires hemos tenido!... A lo me-
jor, si los hubiesen tenido los que,
con habilidad aséptica, pero injus-
ta y abusivamente nos tratan así,
no habrían caído en el juego de se-
mejantes astucias.
El hecho de que en san Jeróni-
mo de la Caridad se comenzara
aquella fantasmal serie de misas en
latín, tan ajenas al tradicional sen-
tido litúrgico característico del es-
píritu del Oratorio, pudo tal vez
alertarnos, pero no fue lo que más
nos había de doler, aunque no
podíamos evitarlo, a pesar de que
era, ostensiblemente, un acto de
desprecio al Concilio Vaticano II.
Lo que nos ha dolido y nos due-
le profundamente es la significa-
ción de lo que brevemente hemos
resumido. Y podemos decirlo, y de-
bemos decirlo, precisamente por-
que nos concierne.
Un camino.
Queda un camino muy largo que recorrer para ir más allá de la satis-
facción propia de ser "un buen católico", que cumple bien "su deber",
que lee un "buen diario", que vota "bien", que se porta a su manera
hasta el abandono total del hijo de Dios. El hijo de Dios que ha entre-
gado su vida al Padre y camina de la mano con Él, esperándolo todo
de Él, con la sencillez del niño y la humildad del publicano. Pero una
vez que el alma ha recorrido ese camino ya no sabrá volverse atrás.
EDITH STEIN
8
Los caminos de Roma
y el camino de Belén
ANTES de que Pedro llegara a
Roma, Roma ya era grande,
poderosa, famosa, rica, admi-
rada, codiciada. Todo el mundo as-
piraba a llegar a la gran ciudad pa-
ra participar de su grandeza, de su
prestigio, de su dominio, de su glo-
ria. Roma era la dueña del Medite-
rráneo, que era como decir de to-
do el mundo de entonces. Después
de tantos siglos y del cristianismo
asentado en la ciudad de los césa-
res, Roma sigue siendo gloriosa, pe-
ro el que busque poder, que no sea
meramente eclesiástico, no podrá
encontrarlo allí, o tendrá que com-
pletarlo introduciéndose en los
grandes bancos, en las grandes em-
presas, en las instituciones presti-
giosas, en la política. Si alguien en-
sayara una estrategia parecida, en
seguida sería detectado y levanta-
ría fuertes oleadas de protesta por
el escándalo de los más pequeños
que verían invertido el Evangelio.
Roma no ha quedado totalmente
inmune de semejante pecado, pero,
en compensación, ha dado grandes
santos, tan cercanos a Jesucristo,
especialmente por el martirio, que
sobresale siempre el buen testimo-
nio por encima de astucias de cor-
te mundano, ciertamente posibles,
pero que la Iglesia, en su totalidad,
rechazaría. El caso de los Templa-
rios, que llegaron a dejar dinero al
papa, y a crear una cierta depen-
dencia de los estratos elevados de
la Iglesia controlados por ellos, fue,
en su día, una lección histórica.
Pero la suprema lección está en
Dios mismo, y en cómo vino al
mundo. Un cierto voluntarismo, no
siempre mal intencionado, pero
más nietzscheano que evangélico,
muy de la falaz mística de la efica-
cia, propia de nuestro tiempo de
miedos y de cruzadas ideológicas,
seguramente le hubiera aconsejado
a Dios que Jesús debiera haber na-
cido en Roma, para así "poder ha-
cer más bien". Pero Dios, y no por
arbitrariedad estúpida, dispuso las
cosas de otro modo: su Hijo nacería
en una familia pobre, miembros de
una raza humillada, en un pueble-
cito insignificante, y hablaría una
lengua poco conocida. Ah, no co-
menzaría pidiendo dinero a pesar
de tener que llevar a cabo una tarea
universal: «Id a todas las naciones».
Cuando Dios entra en nuestro
inundo, es desconcertante.
Todos los caminos van a Roma,
pero no todos van a Belén. Y al que
porfía buscando en el Evangelio
otras alternativas, no las encuentra,
si quiere hacer verdadera obra de
Dios y para Dios. Lo demás es con-
tradicción, es servir a dos señores,
es retrasar el advenimiento de Cris-
to a los que no le conocen, es con-
tra-testimonio.
9
LA IGLESIA
SE RENUEVA
CIERTO QUE, de vez en
cuando, la prensa nos
depara, noticias tur-
badoras, que pueden
ser así, o por trucu-
lencia del mal periodismo que
de este modo quiere llamar más
la atención a los lectores, o por-
que, realmente, respondan a un
hecho cierto. Pero si miramos
el conjunto y nos acercamos al
Evangelio, tenemos grandes mo-
tivos para la esperanza.
Cuando la Iglesia es noticia,
puede ocurrir que se trate de
alguien que suelta carnaza a los
buitres o, simplemente, que se
sorprende de realidades vistas
solamente de un modo parcial
o sectorial, tanto en el espacio,
como en el tiempo, como en las
personas. Son noticias que se
producen en avalancha y que,
a veces, dan pie a verdaderas
polémicas y encontradas reac-
ciones, pero que luego se apa-
gan para ceder a lo noticioso
más reciente. Desde el Concilio
hasta hoy, este fenómeno se ha
producido con mayor frecuen-
cia. Pero, en realidad, ha servi-
do para que todos nos demos
mayor cuenta del hecho ecle-
sial y, si bien es cierto que en
ocasiones algunos se han podido
escandalizar, en buena ley mu-
chos otros han sentido reaccio-
nar su fe sintiéndose más since-
ramente cristianos. Los que,
causa de esas crisis han aban-
donado la Iglesia, casi podemos
asegurar que, si estaban en ella
no sabían qué significaba ni qué
significa ser cristiano.
Otros no han faltado que, há-
biles en aprovecharse de todo
han sacado y sacan provecho
del río revuelto de informacio-
nes y, desinformaciones circu-
10
lantes, tanto si fueron de pro-
ducción rutinaria como si inten-
cionadamente estimuladas.
La Iglesia se está renovando.
La Iglesia se renueva, no por el
lado que muchas veces resulta
más visible, como puede ser sus
estructuras jurídicas, o por el
mayor o menor reconocimiento o
que su poder adquiere al lado
de los poderes del mundo (polí-
tico, económico, de prestigio),
sino por la acción de la gracia
en sus santos y por la fuerza de
la verdad en sus profetas. Como
siempre ha sido.
La Iglesia hoy se renueva
porque tiene teólogos, que son
los que prestaron su luz al Con-
cilio. Algunos de los más nota-
bles ya han muerto, otros son
octogenarios, pero siguen pre-
sentes como faros de la fe, ayu-
dando a la jerarquía y ayudan-
do a los fieles en la tarea de
entender y reformular la doc-
trina que ha de ser profetizada
cara al mundo, necesitado de
un lenguaje que responda a sus
dolores y a sus esperanzas, para
que Cristo sea reconocido tam-
bién hoy.
La Iglesia se renueva porque
tiene mártires. De un lado o de
otro del mundo, llegan noticias
frecuentes no sólo de cristianos
que sufren por la causa de Cris-
to, allí donde la Iglesia se resiste
a ser domesticada e instrumen-
talizada, sino que tampoco fal-
tan los que, también hoy en día,
como en las primeras generacio-
nes cristianas, dan la vida por
ser fieles a las enseñanzas de
Cristo, por haber defendido a
los más pobres, por haber pre-
dicado la justicia, sin dejarse
tentar por la complicidad de los
silencios o las declaraciones for-
11
mularias distantes o ambi-
guas. Ésos son santos con la
santidad que se exigía en la
primera hora del cristianis-
mo, cuando la Iglesia era fiel
a los primeros fervores por la
pureza del Evangelio. Cristia-
nos así no han faltado nunca
en la Iglesia, en particular en
momentos de crecimiento y
desarrollo, si bien mientras
vivían y eran incomprendidos
o perseguidos, los consideraba
menos útiles la complicidad
de los instalados en el mun-
do, y hasta en la misma Igle-
sia, los que llevaban más có-
moda vida, o querían servir a
dos señores.
Todo movimiento renova-
dor, en la Iglesia, pasa por la
vocación a la fe y el amor al
testimonio, o martirio. Cuesta
que lo entiendan los que la
contemplen con ojos munda-
nos, desde dentro o desde fue-
ra de ella misma. En el mun-
do se admira, se aplaude y se
sigue lo que se presenta como
poderoso y sorprendente y
cautiva por lo que pueda
aprovechar a quien se adhie-
re y participa, por lo menos,
del prestigio que haya en ello.
En el Evangelio, en cambio,
es distinto. Como distinta era
la vida de césares, senadores,
generales, sabios, cambistas y
comerciantes, de la de Cristo,
sus apóstoles y los primeros
cristianos. Sin admitir esa di-
ferencia, es imposible compren-
der el Evangelio y, por
lo tanto, seguirlo.
Hoy estas cosas, aunque ten-
gan menos resonancia perio-
dística, también siguen dán-
dose en la Iglesia y por eso
podemos decir que crece y se
renueva.
Este niño nacido sin llantón
ha traído el mensaje
de que Dios no ha perdido del todo
la esperanza en los hombres.
A. Esclasans
(Rima 80)
12
SUEÑOS
Y ESPERANZAS
PARA LA IGLESIA DEL AÑO 2000
PROCLAMAR LA ESPERANZA para el año 2000 no es aplazar la reali-
zación de los ideales del proyecto de Jesucristo. Faltan menos de dos
décadas para el doble milenio de la vida de la Iglesia y ya, por todas
partes, se hacen conjeturas o expresan expectativas para cuando llegue esa
fecha convencional que ponemos como un hito en el camino histórico-tempo-
ral, no sólo de los seguidores de Jesucristo, sino de casi toda la humanidad,
a partir de los pueblos occidentales, puesto que el calendario cristiano por
el que ellos se rigen, prácticamente se ha universalizado. Generaciones, épo-
cas, siglos y también milenios se utilizan para clasificar hechos, pueblos, cul-
turas y muestras de humanidad. A nuestra generación, a los hombres que
nos aproximamos al año 2000 nos ha correspondido encararnos con esa cifra
y escalar su cumbre. Entre temores y esperanzas y, también entre "gozos y
esperanzas" desde que Juan XXIII se atrevió a enseñarnos a mirar hacia ade-
lante, estigmatizando y dejando de lado a los "profetas de desgracias". Los
papas que le han sucedido también han repetido el «¡No tengáis miedo!» que
proclamó como una resonancia de la exhortación de Cristo, el Papa del Vati-
cano II. Él había sido el primero en no temer y por eso podía infundir valor
y confianza a los demás.
Mucho valor confianza en Dios y en los hombres hacía falta para con-
vocar un concilio ecuménico, precisamente en estos tiempos, al borde del
año 2000. Porque, quiérase o no, de este concilio se ha de sacar todo el alien-
to y toda la luz para replantear el Evangelio al mundo que amanece, a esa
"posmodernidad" que no puede resignarse a las solas ventajas de las nuevas
técnicas, porque no le basta el "desarrollo" mientras sigue necesitando la
13
"liberación". Este ideal al que la humanidad se va acercando, trabajosamen-
te, pero inexorablemente, en especial desde que Dios mismo se incorporó a
la historia humana, para redimir —para "liberar"— a todos los hombres de
las esclavitudes, a cambio de las cuales se ofrece un pequeño, efímero paraí-
so terreno, en el que se quiebran las precarias seguridades, las engañosas
alegrías, las frágiles realidades sin sentido que las trascienda, ni dar explica-
ción alguna que sacie la sed de inmortalidad propia del espíritu humano, ex-
perimentada como una vocación congénita y esencial, de la que no puede
abdicar.
Precisamente para interrogarle sobre el futuro de la
Iglesia, hace sólo unos meses, un periodista se acercaba
al eclesiólogo más importante de nuestro siglo, el padre
Yves Congar, cuya contribución al Concilio Vaticano II,
ha sido largamente reconocida en todo el mundo católico,
y que sigue siendo destacado testimonio del post-concilio,
en esta inmediatez al año 2000.
Más allá
de la historia
Decía Congar que la Iglesia, del mismo modo que
Cristo es a la vez absoluto y relativo ―Dios, hombre―,
igualmente la Iglesia es contemporáneamente histórica y
meta-histórica, y es en este contraste que hay que conside-
rar toda su vida, y el desarrollo de su manifestación como
"misterio".
El papa
"en" la Iglesia
En un primer tiempo, "la Iglesia anterior a la paz
constantiniana, estaba constituida por un conjunto de
comunidades locales, en comunión recíproca, pero sin el
aspecto que más tarde se le ha dado de "sociedad perfec-
ta". El fundamento de esta Iglesia eran los apóstoles, si
bien Pedro era el fundamento radical, al que correspon-
den especiales iniciativas. Primado papal y colegialidad
o —dice Congar― se corresponden de modo recíproco. El
papa ostenta el primado, pero no "sobre" la Iglesia, sino
"en" la Iglesia; no fuera de los obispos, sino con los obis-
pos. En primer lugar, él es el obispo de Roma. Y de ahí le
viene lo demás, el ser papa: es el primer obispo, pero con
los obispos. Es "algo más" entre los obispos, pero hay que
poner atención: "desde dentro", "no sobre", o "no desde
fuera". Y éste es el problema. Absolutamente hablando
podría darse la realidad de un papa herético, como histó-
ricamente ha ocurrido (el caso del papa Honorio). Lo cual
significa, aun admitida la infalibilidad, que el papa no
14
puede definir nada que la Iglesia no crea. Ello no sería
ni cristiano, ni católico. Es preciso comprender que el
poder del papa tiene importancia al interior de la comu-
nión con la Iglesia.
El respeto
por el papa
Ante esas aclaraciones del padre Congar, es fácil ex-
plicarse la reticencia con que Newman se mostraba ante
la definición de nuevos dogmas. Sin olvidar que tales re-
ticencias eran fruto del respeto que la misma figura del
sucesor de Pedro le inspiraba, cuando determinadas co-
rrientes conservadoras hubieran querido poder invocar el
testimonio papal para reforzar criterios particulares o
discutibles, bien en teología o en el aspecto práctico del
modo de evangelizar. Aunque la psicología colectiva de
las masas busca líderes, por lo menos ocasionales, que
momentáneamente le ofrezcan cauces de seguridad o en
los que pueda ver transferidos sus anhelos para los que
individualmente carecería de fuerza de expresión, es cier-
to igualmente el peligro que entraría la llamada "papo-
latría", tanto por la desviación que puede ocasionar en
los cristianos ingenuos, como por el contra-testimonio con
que se traduce la utilización manipulada de la figura del
papa.
"Sueños"
de un teólogo
Tal vez pensando en eso Walbert Bühlmann, capuchi-
no y teólogo de fama mundial, en un largo *sueño" que
él titula «La Iglesia del año 2000», imagina que llega al
31 de diciembre del año 1999, en el que ocupa la sede de
Pedro el papa Juan XXIV, que no hará más innumera-
bles discursos que le hubieran preparado amanuenses
desconocedores de la realidad de aquellos a quienes van
dirigidos, sino que le bastará el Evangelio desnudo ―en-
carnación, cruz, resurrección―, después de haber oído
respetado la pluralidad de las iglesias locales. Sueña,
incluso, que el papa ha vendido y abandonado el Vatica-
no para volver a Jerusalén. Sueña que el papa se verá
libre de pequeños y poderosos grupos de cristianos que
le asustan y le hacen ver mal por todas partes, y da
incluso sus nombres. Sueña que lodos los cristianos, de
cualquier Iglesia buscan, sin condenarse, sin excluirse,
con calma y seriedad histórica, los verdaderos fundamen-
tos del ministerio de Pedro para reconducirlo al modelo
auténtico del Nuevo Testamento. Sueña que ya no se
piensa en una Iglesia asediada por el mal y las tinieblas,
sino también protegida y vivificada por el Espíritu Santo,
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Juan XXIV
gozosa al experimentar la creatividad de los más jóvenes,
enriquecida con la experiencia espiritual de tantos hom-
bres y mujeres sencillos, fecundada por la humilde dis-
ponibilidad de tantos sacerdotes y laicos sobre los que no
destaca ninguna fama, que viven oscuramente, pero que
son conocidos por Dios.
Sueña muchas cosas más, que incluso pueden parecer
atrevidas, que tal vez pueden ser improbables; pero el
Espíritu Santo no puede permanecer encerrado tras el
Portón de Bronce. Se trata de una conversión, de una
gran conversión la de este sueño, y siempre es posible a
los hijos de Dios. Y por esto sueños. Y termina: «...Sueño
que ya no es preciso soñar».
El miedo
Hay, en la Iglesia, los teóricos, a los que la misma
limitación humana no siempre permite el conocimiento
inmediato de todas las situaciones concretas sobre las
cuales se teoriza. Y por eso no hay que achacar a culpa
los contrastes que se producen entre la teoría de unos, y
la realidad durísima de otros. Un obispo de Brasil escri-
bía a los religiosos de su misma congregación: «El miedo,
la contemporización, la mal llamada prudencia ―a veces
tan eclesiástica― serían la claudicación, desde el punto
de vista misionero. Seguir ejerciendo rutinariamente los
ministerios de parroquia o de colegio o de cumplimientos
pastorales o de administración de sacramentos, sería ig-
norar la desesperada situación de muerte, de exilio, de
exterminio étnico, de marginación a la cual hoy están
sometidos los pueblos de esta América. El mayor pecado
que la Iglesia puede cometer —y nosotros como congrega-
ción misionera de la Iglesia de Jesús podemos cometerlo
y ya lo estamos cometiendo en esta hora en América Cen-
tral― es el pecado de omisión. Sé que discutiendo apenas
podríamos llegar a un compromiso colectivo. Oremos. De-
jémonos interpelar por el Espíritu de Jesús. Y acojamos
el grito, el dolor, el martirio de tantos indígenas... Sea-
mos capaces de convivir con los prisioneros, con los huér-
fanos, con los refugiados, con los hambrientos, con los
marginados. Vivamos pobremente, sin privilegios. No bus-
quemos la protección o el favor de los grandes del mundo.
Acerquémonos a los pobres de la tierra».
El teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, cuando habla
de los pobres, haciendo historia de la opción que la Igle-
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sia latino-americana hizo en Medellín y en Puebla, dice
que hay que hacer que todos los hombres lleguen a ser
"personas". La primera pobreza es que a un ser humano
no se le reconozca ese mínimo de autonomía, de ser él
mismo, en el que se apoya la personalidad y por que
se afirma y es reconocible. Él cree que de esta pobreza,
de este clamor de los de la base de la Iglesia surge la
fuerza histórica de la renovación de la Iglesia.
El único tema de la teología es Dios, dice Gutiérrez;
los demás lemas interesan en tanto que entran en rela-
ción con este tema primario. El primer acto de la teolo-
gía es la contemplación, la plegaria y el compromiso
frente a los demás, especialmente frente a los pobres. Pri-
mero el silencio, después la palabra, la reflexión sobre
Dios, es decir, la teología.
El Dios
de la vida
En segundo lugar, añade, es preciso recordar que el
Dios de Jesucristo, tal como se desprende de la Biblia, es
el Dios de la vida, porque nos da la vida, y nos pone
ante la alternativa de la vida y la muerte; en el evange-
lio de Juan él mismo se llama "vida": vino para dárnos-
la y para dárnosla abundantemente. Es preciso recordar
esta perspectiva bíblica en un continente en el que trope-
zamos con la muerte injusta y prematura.
Idolatría
«Las teologías europeas tal vez no pueden entender
bien nuestra situación en América. En Europa, dice, el
problema es el ateísmo; en América es la idolatría. Igual
como ocurre en la Biblia, en la que el problema no es la
negación de Dios, sino la idolatría, que consiste en poner
la propia confianza no en Dios sino en los ídolos, en
Mammon. Mammon es la riqueza como anti-dios, que
reclama la sangre de los pobres. El culto a Mammon
significa derramar sangre del pobre en múltiples formas
concretas que la explotación y la opresión asumen en la
historia humana. La idolatría es muerte; el Dios de Jesu-
cristo da la vida... La razón última y más importante de
la opción preferencial por los pobres no se encuentra en
el ámbito social, sino en el Dios en el que creemos en co-
munión con la Iglesia».
Primer mártir
Indígena
de Colombia
Obispos, sacerdotes, religiosos, fieles que están en pri-
mera línea, pacíficamente, pero trabajando por el bien de
los demás, aun a costa de acusaciones y descrédito, y de
amenazas hasta de la misma muerte, como acaba de
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ocurrir en Colombia, donde hace tan poco ha sido asesi-
nado el primer sacerdote indígena, sólo porque se ocupa-
ba en la evangelización de los más abandonados, porque
no era bueno para los terratenientes de allí que los más
humildes tomaran conciencia de sus derechos mínimos,
como la vida y un trozo de pan. Como refiere la revista
«Ecclesia», el padre Álvaro Ulcué se había convertido en
el primer sacerdote indígena de la etnia colombiana "pa-
ez", desde que en 1973 había sido ordenado sacerdote. Sus
delitos fueron, además de la total entrega al apostolado
y ministerio sacerdotal, para el que siempre estaba dispo-
nible, el preparar jornadas de vacunación entre la pobla-
ción más necesitada, el organizar festivales de folklore
indígena, el tener dispensarios para los enfermos pobres,
el enseñar la lengua indígena a sus feligreses; pero, sobre
todo, el investigar y defender a los suyos frente a las de-
tenciones arbitrarias de la policía contra los indígenas de
las zonas rurales. Cuando tenía cuarenta y un años, el
pasado diez de noviembre, un sábado, alguien cumplió el
encargo de acabar con su vida de dos disparos. La mis-
ma Conferencia Episcopal Colombiana ha declarado que
El Niño.
Cuando la tribulación sacuda como un huracán los cimien-
tos de vuestros hogares; cuando el dolor parezca agostar las
fuentes de vuestra vida; cuando la violencia de la lucha hu-
mana os endurezca el gesto, o el sufrimiento de pensar frun-
za vuestros ceños; cuando la enfermedad abata vuestros
cuerpos en el lecho y ofusque vuestros sentidos con la som-
bra ―vana sombra— de la muerte..., invocad al Niño. Invocad
al Niño. Él vendrá. Vendrá siempre. Detrás de la tribulación,
detrás del dolor, detrás de la violencia, detrás de la enfer-
medad y de la muerte, hay en vosotros la sonrisa de un Niño
que espera... ¿No habéis visto nunca sonreír a un mártir?
¿No habéis visto nunca sonreír a un héroe? ¿No habéis con-
templado alguna vez la divina sonrisa de un moribundo?
Pues es el Niño, es el Niño que está dentro de nosotros, el
Niño que viene siempre.— Joan Maragall
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«con este crimen se ha silenciado la voz de un valiente
apóstol que predicó con su testimonio y con su palabra
Evangelio, exponiéndose a los riesgos que comporta de
"Felices los que padecen persecución por causa de la jus-
ticia"».
Santidad
evangélica
Santos, pues, tenemos en nuestros días, porque la Igle-
sia tiene mártires, que es la forma de santidad auténtica-
mente original de la Iglesia, como en los primeros tiem-
pos, cuando no existían los procesos de canonización, ni
se necesitaban "abogados del diablo" para depurar las
pretensiones institucionales de las glorificaciones, intere-
sadas, coleccionistas de milagros. El verdadero milagro
cristiano es el del amor y el mayor amor es dar la vida
por lo que se ama. Y cuando lo que se ama es el Evan-
gelio de Jesucristo, este amor es la santidad.
Gozos y
esperanzas
En la Iglesia que camina hacia el año 2000 hay pues
ideales; se da incluso la vehemencia, como en los an-
tiguos profetas de Israel, de los soñadores impacientes;
existen además, en la frontera de los males del mundo,
allí donde la evangelización requiere heroísmo, despren-
dimientos, sacrificio y abnegación… hombres y mujeres
con talante martirial. Y una gran esperanza que recon-
duce hacia Cristo, por caminos de misericordia y sabidu-
ría divina, aun lo que parece alejado o menos aparente
como inmediato a Cristo. Vivimos en una época de reco-
mienzos, de vuelta al Evangelio, en la que, es cierto, no
faltan los que volverían el rostro atrás, hacia «rincones
muertos de la historia», pero ello mismo despierta y hace
reaccionar a los más generosos y abiertos a la esperanza
y del gozo por la verdad que se va perfilando, acrisolan-
do, con la buena voluntad de los más intuitivos y más
santos, y con la buena intención de cuantos noblemente
desean sinceramente el bien de la Iglesia. Nunca había
habido, en la Iglesia, tantas perspectivas de purificación
y de crecimiento. Esta Iglesia que, hasta aquí, tal vez
se ha mostrado excesivamente europea u occidental, re-
sulta que, de repente, despierta rejuveneciéndose, ame-
ricana. Pero pronto vendrá el despertar de África, sin
duda con grandes problemas (encarnación/inculturación;
familia/matrimonio...), pero con igualmente grandes espe-
ranzas.
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CONCIERTOS
DE NAVIDAD
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
Sábado, 12 de enero, a las 8,30 de la tarde,
CORAL DE ALBACETE
Director: Ramón Sanz Vadillo.
Domingo, 13 de enero, a las 8 de la tarde,
ORFEÓN DE LA MANCHA
Director: Julio Sorribes Manzana.
LAUS
Director: Ramón Mas Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta San Felipe Neri, 1 - Apartado 11 - Albacete - D.L. AB 109/41 - 41.95
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