Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 219. FEBRERO. Año
1985 |
SUMARIO |
LA BLANCURA solitaria de
los lirios en medio de los |
campos, el punto oscuro de
los pájaros moviéndose |
en la libertad del cielo,
la semilla humilde hundida |
en el silencio del surco,
el puñadito de levadura |
mezclado invisiblemente en
la mayor cantidad de la masa, |
la sal diminuta que se
disuelve y da sabor a la comida, |
el vaso de agua sin precio
que apaga la sed del caminante |
pobre, hasta la sola
mirada misericordiosa, o el gesto aco- |
gedor, o el paso para
recuperar al débil, o la bendición pa- |
ra el más pequeño, es lo
que, desde el Evangelio, adquiere |
verdadera relevancia para
Jesús, en orden al reino de Dios. |
Seguramente porque lo que
tiene menos cuerpo deja más |
lugar para el espíritu,
como la llama incorporal, que re- |
parte, sin medirla, la
claridad generosa de su luz a todos |
los que se le acercan. Por
todo esto podemos decir que «lo |
pequeño es hermoso»:
blanco, alado, humilde, transparen- |
te, sabroso, espiritual. |
REVELACIÓN Y POESÍA |
LA NECESARIA EXPERIENCIA |
RECUERDO DEL PADRE ANTONIO
SARTORI |
CRISIS ECONÓMICA Y
ESPERANZAS |
«SMALL IS BEAUTIFUL» |
INFANCIA Y ESCUELA DE
JESÚS |
1 (21) |
REVELACIÓN Y POESÍA |
Una religión revelada debe
ser particularmente |
poética, y así es en
realidad. Al tiempo que sus |
proposiciones presentan
una originalidad capaz de |
acercarse a la
inteligencia, expresan además una |
belleza que satisface a la
naturaleza moral. Nos |
ofrece los ideales
excelentes con que se deleita la |
creación poética y con los
cuales se asocian toda |
gracia y toda armonía. Nos
conduce a un mundo |
nuevo, un mundo de interés
extraordinario, dotado |
de las visiones más
sublimes, de los más puros y |
tiernos sentimientos. La
belleza del sentido de las |
escrituras del Nuevo
Testamento, impresiona por el |
afecto tangible que
produce en el corazón de los |
que absorben su espíritu.
Aquí prescindimos de la |
vertiente práctica y nos
fijamos sólo en la verdad |
revelada. Para los
cristianos constituye un deber |
tener una visión poética
de las cosas, pues estamos |
obligados a hermosearlo
todo, matizándolo con |
los colores de la fe, y a
reconocer en cualquier evento |
el contenido de una
significación querida por Dios |
y una orientación
sobrenatural. Todo cuanto nos |
rodea está revestido de un
esplendor ultraterreno... |
John H. Newman |
2 (22) |
La necesaria |
experiencia |
UNO SE PREGUNTA cómo
Cristo no fue a Atenas para establecer con- |
tactos con lo que quedara
de su sabiduría filosófica, o a Roma para |
aprender de su prudencia
ordenadora y jurídica, o incluso a Alejan- |
dría, encrucijada
triangular de los saberes antiguos... Cristo, si algo |
humano tenía que añadir a
su experiencia de criatura, para ponerlo al ser- |
vicio de la gran obra
liberadora encargada por el Padre, parece que no |
debiera haber prescindido
de lo que lícitamente otros no hubieran descui- |
dado. Sin embargo, Cristo
no se movió de Palestina y residió largamente en |
Nazaret, pequeña aldea que
le hizo de patria, de escuela y de universidad, |
pues ni siquiera buscó
maestros en Jerusalén, donde sabios había, como allí |
los encontró, poco
después, el mismo Pablo para hacerse doctor de la Ley. |
Cristo se quedó en
Nazaret. Ésa fue "su" universidad. Pero, «¿de Nazaret |
puede salir algo bueno?».
Cristo no tuvo en cuenta esta previsible obje- |
ción, como tampoco le
preocupó la que luego podrían hacerle respecto de |
la elección de los
primeros discípulos que le siguieron desde la descalifi- |
cada «Galilea de los
gentiles». |
No vale decir que, como
era Dios, ya sabía bastante al dictado infuso |
de la iluminación divina.
Los teólogos enseñan que en Cristo fue «crecien- |
do» la ciencia
experimental humana; es decir, que tuvo que aprender y |
aprendió de los saberes de
los que le rodeaban: José, la Virgen, la escuela |
o sinagoga del poblado,
los vecinos. Jesús hablaba bien, y citaba la Escri- |
tura con soltura y con tal
profundidad de sentido que desconcertaba la cap- |
ciosidad y sospechas de
los fariseos y escribas mal intencionados, mejor |
titulados que él. |
En la vida escondida o
sencilla pasada en Nazaret, Cristo quiso demos- |
trarnos que es necesario
vivir y reflexionar en paz, sobre lo que es funda- |
3 (23) |
mental en nosotros mismos;
que para que tenga valor la entrega de la vida |
a un ideal, éste ha de ser
largamente meditado, «deseado con gran deseo», |
y, como María misma había
demostrado, debía ser considerado desde el |
centro del ser de uno
mismo, desde y «en el corazón», como quien guarda |
lo más precioso, como un
tesoro que no debe perderse ni malograrse. De |
hecho la Virgen María
había sabido guardar en el suyo, no sólo los pensa- |
mientos y experiencias
maravillosas de lo que para Dios había tenido que |
integrar en su vida, sino
que su mirada se reflejaba en todo el saber del |
hacer de Dios en el
Antiguo Testamento, y por eso nos pudo dar la hermo- |
sa lección del cántico de
acción de gracias, el «Magníficat», donde se exal- |
ta a los humildes y se
bendice a Dios que se complace en ellos, porque no |
corrompen su estilo
mientras lo bendicen e invocan. |
Cristo, en Nazaret, hizo
muchas cosas; pero, sobre todo, se preparó |
espiritualmente y
mentalmente, con experiencia humana, a hacer sincera |
la proclamación del
Evangelio esperado, y auténtica la entrega de la vida en |
confirmación de sus
palabras. Era Dios, pero como hombre le faltaba el |
crecimiento «en gracia y
sabiduría» que se realizaría en Nazaret. Cuando |
dejaría el poblado para su
entrega, muchos no lo comprenderían. Pero la |
Virgen sí le comprendió y
siguió, con silencio admirado, fiel y discreta co- |
mo la sombra, hermana de
la luz, y fue recogiendo todo su espíritu para |
que, después de la muerte
del Hijo, pasara de Nazaret al Cenáculo, cuando |
la Iglesia comenzaría
también a crecer y tendría que salir a predicar la |
gracia y el perdón a los
hombres y a hacerlos sabios en la fe, fe para con- |
vertirse en experiencia de
Dios reflejándose «en el corazón» humano. Y es- |
ta necesaria experiencia,
trenzada entre los demás saberes que rodean |
una vida en crecimiento,
ni está en los libros, ni la enseñan las escuelas, ni |
la transmiten los
maestros. No obstante, es la verdadera «sabiduría» de los |
hijos de Dios. |
Cristo tuvo esta
experiencia al contacto de Dios en sí mismo; nosotros |
la hemos de tener en él. |
Cristo ha querido estar
presente en el mundo, pero ¿cuáles son las caracte- |
rísticas de esta
presencia? Veremos que, según la Escritura, la presencia |
de Cristo en el mundo ha
sido verdaderamente una presencia sociológica, |
pero, antes que nada, una
presencia de amor. Es preciso añadir que esta pre- |
sencia sociológica es, al
mismo tiempo, una presencia santa e intachable, la |
presencia misma de Dios, y
que es una presencia misionera, es decir, que está |
condicionada por la misión
que Jesús ha de cumplir. La presencia de amor es |
la que se manifiesta más a
menudo. Jesús ‘pasa haciendo el bien' (Act 10, 38). |
Mons. Alfred Ancel |
4 (24) |
Recuerdo del Padre |
Antonio Sartori |
HACE VEINTE años que, tras |
rápida enfermedad, la
muer- |
te nos arrebató al padre
An- |
tonio Sartori, del
Oratorio de Ro- |
ma. En Roma, el recuerdo
de su |
muerte ha sido motivo para
hacer |
memoria de su obra como
artista, |
puesto que el padre
Sartori puede |
considerarse, no solamente
conti- |
nuador, sino restaurador
de la me- |
jor tradición musical
oratoriana, |
que pudo considerarse
espléndida |
en especial durante los
años cin- |
cuenta y sesenta de esta
centuria. |
El encontró en el
Oratorio, no 80- |
lamente la forma de su
vocación |
sacerdotal, sino el marco
para el |
desarrollo de su pasión
por la mú- |
sica, amoldándose a la
herencia |
que, desde tiempos de san
Felipe, |
se guardaba en el rescoldo
espiri- |
tual del Oratorio. Fue, la
suya, una |
pasión encauzada y
dirigida por |
que no le faltaron
estímulos de sus |
superiores ni de sus
hermanos de |
comunidad —en especial del
estu- |
dioso padre Carlo
Gasbarri― para |
que fuese desarrollando su
forma- |
ción musical, iniciada
desde los |
primeros años de su
juventud, y |
luego completada en el
Conserva- |
torio de Santa Cecilia y,
sucesiva- |
mente, en el Instituto de
Música |
Sagrada, de Roma, donde
obtuvo |
el diploma de composición
y direc- |
ción. |
Hace pocas semanas,
L'OSSER- |
VATORE ROMANO dedicaba un |
par de columnas a la
figura del |
padre Sartori porque «dio
vida al |
glorioso Coro
Vallicelliano procu- |
rándole, con amoroso celo,
las vo- |
ces que luego supo
magistralmen- |
te educar, para llevarlas
a interpre- |
tar perfectamente
composiciones |
antiguas logrando el
interés de un |
público atento a la
polifonía más |
célebre. En la misma sala
que Bo- |
rromini había creado para
los Pa- |
dres del Oratorio,
resonaron una |
vez más las "laudi
filippine" de |
Animuccia, de Anerio, de
Palestri- |
na y de tantos otros». |
i Fue mérito del padre
Sartori la |
creación de una revista
musical, |
«Psalterium», dedicada a
los com- |
5 (25) |
positores, musicólogos y
literatos |
interesados en la música
religiosa, |
para la que obtuvo la
colaboración |
de Doménico Bertolucci,
Antonio |
De Luca, Luciano Chailly,
Virgilio |
Mortari, Nino Rota y otros
nom- |
bres de reconocido
prestigio entre |
los entendidos y
cultivadores de la |
música sagrada, en
aquellos años |
en los que ya se preveía
la necesi- |
dad de una renovación
litúrgica en |
la que, sin olvidar el
acervo grego- |
riano y renacentista, se
pudieran |
obtener formas
artísticamente dig- |
nas, espirituales y
adecuadas a los |
tiempos que apuntaban. |
Sería prolijo dar una
lista de los |
éxitos del padre Sartori
al frente |
del Coro Vallicelliano —es
decir, |
del Oratorio, cuya
iglesia, en Roma, |
está bajo la advocación de
santa |
María in Vallicella—.
Tanto en Ita- |
lia como en el extranjero
fue nota- |
ble el aplauso recibido.
La última |
actuación de resonancias
interna- |
cionales fue la que
dirigió, poco |
antes de su muerte, en un
par de |
conciertos parisinos, en
el recinto |
de la Sainte-Chapelle, que
la tele- |
visión francesa pudo
registrar y |
transmitir. A la música de
Pergo- |
lesi, Poulenc y Monteverdi
añadió |
una segunda parte de
estrenos mo- |
dernos de composiciones de
Bellu- |
cci, Chailly, Mortari y
Sartori. Es- |
tos dos conciertos fueron
como el |
canto del cisne de este
preclaro |
hijo de san Felipe, que,
poco des- |
pués, sucumbiría tras
breve enfer- |
medad, soportada con paz y
espe- |
ranza, mientras aguardaba
ir a la |
Casa del Padre, para
entrar en la |
liturgia de la alabanza
eterna. De |
ello hace veinte años,
cuando el |
padre Antonio Sartori
contaba so- |
lamente cuarenta y parecía
una |
espléndida promesa, más
allá, to- |
davía, del valor de lo que
ya había |
ofrecido, con fidelidad a
la obra de |
san Felipe, por amor a la
Iglesia, ar- |
tista y estudioso de la
belleza trans- |
parente y esencialmente
espiritual |
de la música, cuando sirve
de so- |
porte a la alabanza y a la
plegaria. |
La apatía de los músicos
actuales ante la taren creativa en el campo religioso |
se debe a un
desconocimiento del canto gregoriano auténtico, o sea, al cono- |
cimiento de un gregoriano
que muchas veces no pasa de ser una simple ca- |
ricatura. Qué duda cabe de
que la canción popular ofrece a los músicos una |
cantera de inspiración
artística muchas veces afín al genuino canto religioso. |
Lo difícil consiste en
determinar cuándo se trata de un canto auténticamente |
popular o simplemente
popularizado. Pero hay melodías que la Iglesia quie- |
re positivamente que sean
derivadas del gregoriano: las que pertenecen al |
sacerdote, a los ministros
del altar y al mismo pueblo cuando alterna con ellos. |
Por eso yo les diría a los
músicos actuales que estudien a fondo el canto grego- |
riano y encontrarán en él
una fuente inagotable de inspiración para producir |
muchas composiciones de
sólido valor religioso.— MIQUEL ALTISENT, Sch. P. |
|
6 (26) |
CRISIS ECONÓMICA |
Y ESPERANZAS |
LA COMISIÓN EPISCOPAL de
Pas- |
toral Social (obispos de
Ca- |
narias, de Huelva, de Vic,
de |
Barbastro, arzobispo de
Tarragona, |
y Alberto, auxiliar de
Madrid-A- |
lcalá ) han levantado la
voz de la es- |
peranza en un documento o
de- |
claración en el que
analizan la |
situación económica que
atraviesa |
el entero estado español y
que no |
es exclusivo de aquí,
porque «so- |
mos conscientes de que el
mundo |
en que vivimos se ve
sometido |
desde hace unos años a una
pro- |
funda crisis; a un cambio
acelera- |
do hacia una nueva
civilización |
que empieza a manifestarse
a tra- |
vés de ciertos signos de
los tiem- |
pos». |
Tampoco hace mucho que el |
episcopado francés se
expresaba |
de modo parecido
constatando que |
«la pobreza vuelve a
nosotros», y |
daba un grito de atención,
no sólo |
por las manifestaciones
que ya se |
hacían patentes, sino por
el signifi- |
cado anunciador que
constituían |
ante una pobreza a punto
de emer- |
ger, creciente, que nos
obligaría a |
recuperar las
solidaridades perdi- |
das. La Iglesia, «pueblo
de Dios» |
podría dar la pauta
viviendo en el |
camino «que se abre en el
Reino |
cuando se establece la
comunión |
con Aquel que, siendo
rico, se hizo |
pobre para conducirnos a
la liber- |
tad y a la riqueza de los
hijos de |
Dios». |
Aunque sea cierto que el
creci- |
miento y desarrollo
económico de |
nuestro mundo no se haya
produ- |
cido de manera justa y
equilibra- |
da, porque ha dado lugar a
situa- |
ciones de injusticia a las
que, en |
ocasiones, se ha llegado
sin previ- |
sión intencionada por los
mismos |
que lo han protagonizado,
tanto si |
han sacado beneficio como
perjui- |
cio material a causa de
tales desa- |
rrollos, la realidad, para
un cristia- |
no, no se puede corregir
con sólo |
medidas económicas. Pero
debe co- |
7 (27) |
rregirse. Obispos
españoles y fran- |
ceses coinciden et que ni
existen |
fatalidades económicas,
ni, como |
cristianos, podemos
resignarnos a |
sus determinismos: «El
desempleo, |
la pobreza, la violencia,
el hambre, |
el miedo, pueden y deben
ser supe- |
rados por nosotros, si, de
veras, nos |
empeñamos en ello, como
personas |
libres, justas y
solidarias». |
«Nuestra esperanza —siguen
di- |
ciendo— debe estar
sostenida, más |
que por la confianza que
nos me- |
recen la ciencia económica
y las |
nuevas tecnologías, por la
fe en el |
hombre y en Dios. Porque
el hom- |
bre es siempre el autor,
el centro |
y el fin de toda actividad
económi- |
ca y social. Y la
actividad econó- |
mica, por su carácter
necesario, |
puede, si está al servicio
del hom- |
bre, ser auténtica fuente
de frater- |
nidad y signo de la
Providencia |
divina». Pues así se decía
en la |
Gaudium et Spes n.º 63 y
la «Oc- |
togesima Adveniens» n.º
48. |
«La esperanza de los
cristianos |
nace, en primer lugar, de
saber |
que el Señor está siempre
obrando |
con nosotros en el mundo,
y en se- |
gundo lugar, que también
otros |
hombres (como recordó
Pablo VI) |
colaboran en acciones
convergen- |
tes de justicia y de paz,
porque ba- |
jo cualquier aparente
indiferencia |
existe en el corazón de
todo hom- |
bre una voluntad de vida
fraterna |
y una sed de justicia y de
paz que |
es necesario satisfacer». |
Y concluyen: «Por estar
abiertos |
a esta esperanza, pensamos
que es |
te año y los que vienen
pueden ser |
para todos la ocasión
aprovechada |
o perdida de orientarnos
hacia una |
Dios y todas las cosas. |
ritual Quiero que mi vida
sea un testimonio de la Verdad |
E para imitar de este modo
a Cristo Jesús, concurrien- |
do conmigo. Entiendo por
este testimonio la custodia, |
la búsqueda, la profesión
de la verdad. Entiendo por |
verdad, la Adhesión a toda
realidad que me sea inte- |
ligible: DIOS, que es la
suprema y primera verdad |
que subsiste en sí mismo.
Padre, Hijo y Espíritu: Y |
TODO CUANTO EN MÍ Y FUERA
DE MÍ puede ser |
objeto de conocimiento y
de expresión, y por medio |
de la iluminación A mi
concedida, sea de la naturale- |
za o de la gracia, puede
ser poseído, gozado y mani- |
festado por mi espíritu. |
Juan Bautista Montini |
8 (28) |
nueva civilización e ir
sentando |
las bases de un nuevo
orden econó- |
mico y social, más allá
del capita- |
lismo y el socialismo,
que, ni en sus |
formas más modernas y
socializa- |
das de uno, o más
democratizadas |
del otro, han sido capaces
de reali- |
zar la utopía de una
economía más |
humana y humanizante, tal
como |
se vislumbra en las
perspectivas de |
la visión cristiana del
hombre. Es |
esta esperanza cristiana
la que de- |
be movernos a trabajar sin
desma- |
yo por un nuevo modelo de
socie- |
dad que sea más justo, más
huma- |
no y más solidario, aun
sabiendo |
como cristianos, que las
contradic- |
ciones del hombre no
tendrán una |
solución definitiva en
este estadio |
temporal de la existencia
humana. |
La coherencia definitiva
de la vi- |
da y la plena pacificación
de las |
relaciones humanas y
sociales no |
llegará hasta que
alcancemos ese |
futuro que nos será dado
en Jesu- |
cristo. |
Será preciso revisar
nuestro sis- |
tema de valores, tantas
veces basa- |
dos en el triunfo mundano
y en la |
posesión de bienes
terrenos; habrá |
que volver al Evangelio,
trabajar |
disciplinadamente, ser más
auste- |
ros y promover las
actitudes que |
favorezcan la solidaridad
entre los |
hombres, hijos todos de
Dios y her- |
manos en Jesucristo. Sólo
así, con |
esperanza cristiana,
podremos cons- |
truir un mundo mejor. |
Pobreza y libertad. |
Este invierno ha sido |
particularmente frio, y su
rigor se |
ha hecho sentir
especialmente |
entre los seres más pobres
que |
son, sin duda, los
mendigos no |
profesionales, sin casa ni
lugar |
donde refugiarse por las
noches. |
Por esta razón las
autoridades |
han procedido recogida de |
emergencia, en las
ciudades, para |
llevar a cobijo
resguardado, a los |
pobres que mal se
arrinconaban |
en portales o estaciones.
A pesar |
de lo cual, algunos han
muerto |
congelados. |
Los diarios también han |
referido el caso de un
mendigo a |
quien una señora quería |
convencer para que
aceptara |
guarecerse en mejor lugar.
Y, ante |
la resistencia que el
oponía, le |
señalaba, como más
afortunado, |
el perrito que la señora
llevaba |
consigo, atado de una
cadena: —Ve |
usted, ente perro está
mejor que |
los que duermen
voluntariamente |
en la calle, como usted,
en estos |
días de frio. |
Pero el mendigo contestó a
la |
señora: ―Seguramente
lleva razón, |
en lo del perro. Yo estoy
peor que |
él, pero soy libre y él no
lo es, |
porque va atado a una
cadena. |
Todo tiene su precio. |
9 (29) |
«Small is beautiful» |
NO SE TRATA de
miserabilizar la medida natural |
de las cosas, ni de cegar
las vías del progreso con |
la demagógica apología del
pauperismo, ni de des- |
preciar la significación
de lo que sirve noblemente |
de soporte, en el orden
visible y creado, de la huella de lo di- |
vino, de lo santo. Pero sí
que es preciso no relegar el sentido |
y el espíritu del
Evangelio, y no avergonzarnos de ser peque- |
ños, ni acomplejarnos por
ser pobres, ni asustarnos si somos |
pocos, porque nosotros
creemos en un Dios que, al manifestar- |
se humanamente al mundo,
ha elegido lo débil y lo pequeño, |
según el mismo mundo, para
expresarse pura y gratuitamente, |
y así evitar el poder
sorprendernos con apariencias de fuerza |
humana que ensombrecieran
la autenticidad divina de su obra. |
Dios, al decidir
intervenir también como hombre en la histo- |
ria de los hombres, no
tuvo necesidad ni de ponerle nombres |
ni de adjetivar su
empresa. Era claro que lo hizo todo de un |
modo, con un estilo,
totalmente distinto del que hubiéramos |
elegido nosotros, más
dados a las grandezas, y aficionados a lo |
espectacular, sorprendente
y prestigioso: que ésa es la aureola |
el poder sobre la tierra,
sin el cual, cuando nos falta la fe, nos |
sentimos incapaces del
bien y del mal. |
En cambio, la gracia y la
ternura de Dios se ha manifesta- |
do especialmente en lo
pequeño, incluso en lo escondido a los |
ojos de los hombres. Dios
eligió al encarnarse y al convivir con |
los hombres, los medios
más humildes, serenamente amados, |
profundamente asumidos. No
puede entender el Evangelio de |
Jesús quien pretendiera
compatibilizar la vida de fe con la de- |
pendencia de los
"ascensos", de la conquista de los "puestos |
clave", con el
dominio en las relaciones con los demás, con la |
10 (30) |
utilización de los
prestigios, con las seguridades del dinero... |
Los éxitos así obtenidos,
serían sólo éxitos para este mundo, |
estadísticos, pero no
santos. |
Hemos de volver la mirada
a Cristo, tal como se nos mues- |
tra en el Evangelio, en
esta época de miedos, de desánimos en |
algunos, de nostalgias en
los ricos de corazón, para liberarnos, |
en la Iglesia, de la
preocupación casi neurótica por la eficacia, |
que se infiltra como sutil
herejía en los modos y estilos de pre- |
tendidos apostolados
repartidores de seguridades y resucitado- |
res de periclitados
procedimientos de conquista y cruzada, que |
hincharían a la Iglesia en
vez de hacerla crecer. |
Todavía, los católicos,
nos dejamos vencer por la creencia |
de que lo grande es útil
para sorprender y dar la impresión de |
poder y eficacia, por lo
menos cuantitativa. De donde se legiti- |
man las habilidades para
que, "a fin de bien", se practique la in- |
filtración en el poder
político, económico, cultural, como con- |
dición y medio necesario
para actuar e influir en el bien espi- |
ritual, confundiendo el
buen resultado apostólico con las apa- |
riencias de grandeza que
ofrece la solidez oficializada. Poder |
computado y grandeza, que
incesantemente invocan las legiti- |
maciones que den tal vez
las leyes humanas, del orden que |
sean, pero a las que se
recurre como definición de fuerza, más |
que respetarlas como
fuerza de la razón. |
Lo pequeño casi no
necesita de leyes. En la Iglesia, lo pe- |
queño tiene su ley en el
Evangelio. Los cristianos, en este mun- |
do huérfano de verdadera
paz, estamos especialmente llama- |
dos a hacer presente la
bendición de Dios sobre lo auténtico y |
espiritual, convencidos de
que, aun para el más elevado de los |
fines, es indispensable
atender al rigor evangélico en los me- |
11 (31) |
dios empleados para
conseguirlos. Sin lo cual, lo invocado co- |
mo santo, no pasaría de
mero pretexto para convertir el fin en |
medio, corrompiendo el
espíritu del Evangelio y escandalizan- |
do a los sencillos de
corazón. Y: «¡Ay del que escandaliza a los |
más pequeños!». |
Cristo ha bendecido lo
pequeño porque existe el pecado |
de «tomar el nombre de
Dios en vano». Y ello ocurre cuando |
lo usamos para labrar la
propia instalación (aunque sea en la |
Iglesia), para acceder al
poder, para alcanzar la fama, el aplau- |
so, el renombre, el
triunfo en el mundo. Por todo esto Jesús |
bendijo lo pequeño y lo
consagró en el encabezamiento del |
Sermón de la Montaña. Lo
que allí proclama es más que sólo |
poesía, porque destruye
las previsiones mundanas que están |
en contraposición con las
actitudes puras y espirituales del |
Reino de Dios. |
A la luz del Sermón de las
Bienaventuranzas nos damos |
cuenta que estamos en la
Iglesia, sin que ella misma constitu- |
ya nuestro fin, porque,
como institución, es el cauce que am- |
para, guarda y conduce por
los medios donde encontrarnos |
con Dios, porque nos lleva
a amarlo y nos enseña a ser santos. |
Y lo hace de modo tan
perfecta y hermosamente ordenado, en |
el sentido de Dios, que
incluso en las contradicciones y mise- |
rias que, como piedras de
tropiezo, podamos encontrar en su |
cauce, nos estimula a
reaccionar, desde la pequeñez y pobre- |
za nuestra, hacia la
superación de los espejismos del poder, |
de las satisfacciones y
glorias de la vanidad, y del pecado de |
este mundo, y ponernos en
la necesaria conversión a Cristo, |
que ha de nacer y vivir
otra vez en la vida de los que crean |
de verdad en él, volviendo
siempre hacia la autenticidad del |
Evangelio, que va
anticipando, en el alma, el cielo que se |
espera. |
Y todo ello es más fácil
desde la pequeñez que desde la |
grandeza. Es por todo esto
que lo pequeño es hermoso, por- |
que en lo pequeño, lo
santo no puede ser eclipsado por lo |
mundano. Sí: Small is
beautiful! |
12 (32) |
Documento: |
INFANCIA |
Y ESCUELA |
DE JESÚS |
AUNQUE en otras culturas
surgidas en la encrucijada de continentes que |
era y es el espacio
conocido como Oriente Medio, se elaboraron los |
primeros sistemas de
escritura, partiendo (3.000 y 3.500 años a. de C.) |
de figuras simbólicas,
luego estilizadas en forma de signos-palabra y poste- |
riormente en signos
silábicos, lo cierto es que mil años antes de Cristo, en |
Canaán—nombre con que la
Biblia designa «la tierra prometida»— el alfa- |
beto estaba ya firmemente
establecido, y constaba de unos pocos signos (con- |
sonantes), en
contraposición a los centenares de que disponían egipcios y ba- |
bilonios (escritura
jeroglífica y cuneiforme), aunque la simplificación cana- |
nea carecía de los signos
representativos de las vocales, pero constituía un |
enorme paso agilizador del
lenguaje escrito. Así sería la lengua hebrea y el |
árabe. Lo cual, como
símbolo, es una muestra del nivel cultural del pueblo al |
que perteneció Jesús, pues
no había en el sitio para el hombre analfabeto. |
Todo israelita sabía leer
y escribir y poseía un oficio aprendido generalmen- |
te del propio padre. Entre
los judíos existía este dicho: «El que no enseña a |
su hijo un oficio útil, lo
educa para ladrón». |
Ello nos introduce al tema
de la educación de Jesús, en el período de su |
infancia. Pues no carece
de interés detenerse en algunos datos que nos ayu- |
dan a formarnos la idea de
lo que se podría llamar la educación escolar de |
un niño en tiempos de
Jesús. Nos ha parecido útil reproducir algunas páginas |
de una obra reciente y
sumamente interesante", que nos facilita la tarea, |
al paso que, con ello,
ofrecemos una muestra del libro a quien tuviera inte- |
* José A. de Sobrino, S.L.
ASÍ FUE JESUS, Vida Informativa del Señor, B.A.C., Madrid 1984 |
13 (33) |
rés en adquirirlo, y del
que damos referencia en nota al pie de la página an- |
terior. |
La "casa" |
hebrea |
Los primeros años de la
infancia de un niño transcurrían |
en su casa, pero
"casa" significaba, frecuentemente, la |
calle y la plaza vecinas,
puesto que la vivienda reducida |
y el clima benigno
trasladaban una buena parte de las |
faenas domésticas al aire
libre. La educación de un niño |
recala sobre la madre;
pero el padre era responsable de |
que se le diera
efectivamente una educación, primera- |
mente en el hogar y más
adelante en la escuela. Esta |
educación estaba centrada
en la enseñanza de la Sagra- |
da Escritura, que era,
para el niño hebreo, su libro de |
lectura, su manual de
historia y geografía, y los rudimen- |
tos de otras disciplinas
complementarias. |
Como la ley moral se
identificaba con la ley religiosa, |
los padres y maestros
daban una importancia prioritaria |
a la enseñanza de los
mandamientos. Y esto era lo que |
dos veces al día se le
recordaba a todo piadoso israelita |
en su oración: Tu
enseñarás a tus hijos estos manda- |
mientos... les explicarás
el significado de este rito y de |
estas fiestas. |
La escuela |
Pero ¿es que había
escuelas en tiempos de Jesús? Sí. |
La escuela primaria estaba
asociada a la sinagoga; algo |
así como en tiempos
medievales cristianos lo fue el mo- |
nasterio. A los niños se
les llevaba a la escuela a los cinco |
años, y en ella estaban a
cargo de un maestro, el hazzán, |
que era, a la vez, el
sacristán y alguacil de la comunidad. |
Si el número de niños
pasaba de los 25, se le nombraba |
maestro ayudante. |
Sentados en el suelo
alrededor del instructor, gran |
parte de la enseñanza
consistía en repetir de vita voz la |
Torá, cuyo aprendizaje
memorístico resultaba fácil, ya |
que se poseían muchos
recursos mnemotécnicos de repeti- |
ción, paralelismos,
aliteraciones, acompañadas de tona- |
das y aun de canciones
populares. Un proverbio decía: |
«Hay que engordar a un
niño con la ley, como se ceba |
un buey en el establo».
Yuna sentencia rabínica contem- |
poránea añadía: «Más vale
que sea destruido un santua- |
rio que una escuela». |
14 (34) |
La relación que existía
entre enseñanza escolar y la |
Biblia fue, quizá, la
razón por la que las niñas estaban |
excluidos de este
aprendizaje; ya que las mujeres no te- |
nían ningún lugar oficial
en el mundo religioso, ¿para |
qué enseñarles la Ley? Sin
embargo, hasta nosotros ha |
llegado una sentencia que
nos indica que, al menos en |
el hogar, las niñas
recibían también una educación reli- |
giosa. Dice así: «Todo
padre tiene el deber de enseñar la |
Torá a su hija».
Enseñarle, sí; pero rara vez que sepa leer |
y escribir. |
Aprender oficio |
Terminados los estudios
elementales, el hijo solía |
aprender un oficio, que su
padre le enseñaba, para |
ganarse la vida: «Quien no
enseña a su hijo un oficio |
―decía un
proverbio―, le enseña a ser ladrón». Es, por |
tanto, muy probable, casi
cierto, que, si José tenía un |
oficio de artesanía, que
algunos textos traducen por car- |
pintero, le enseñó este
oficio a Jesús, quien en el evan- |
gelio de san Marcos es
llamado, simplemente, «el car- |
pintero». Cultura oral |
Desde nuestra cultura
actual transcrita sobre papel, |
la cinta magnetofónica y
otros registros electrónicos, que |
nos permiten fijar la
palabra y volverla a encontrar, no |
comprendemos fácilmente
todo lo que significaba, en |
tiempos de Jesús, una
cultura oral, donde se transmitían |
de memoria largos
recitales de texto que eran cuidadosa- |
mente conservados. Desde
nuestro mundo apresurado, |
que tira a la basura, por
inútil, el periódico y que corrige |
con el telediario
vespertino la noticia que enseñó el ma- |
tutino, no comprendemos el
valor de esa palabra repetida |
una y otra vez, sin cambio
alguno, hasta esculpirse en la |
memoria. |
Pero nos hemos olvidado,
con esta digresión sobre la |
escuela hebrea, en que
hemos dejado a la Sagrada Fami- |
lia celebrando la fiesta
de Pascua en Jerusalén, quizá |
con un grupo de amigos
venidos de Nazaret, y de que |
permaneció allí durante
una semana entera, que era |
llamada de los Ácimos,
hasta que llegó el momento del |
Jesús perdido |
Para regresar, de nuevo se
formaba la caravana. En |
esta caravana, según los
usos de entonces en vigor, se |
15 (35) |
disfrutaba de libertad de
movimiento, los grupos se ade- |
lantaban, se retrasaban,
se hacían y deshacían, coinci- |
diendo tan sólo en el
punto de salida y llegada. Así se |
comprende que María José
pudieron caminar durante |
una jornada echar de menos
al niño Jesús que podía |
ir con otros compañeros y
amigos de trayecto. Y por |
eso, sólo por la tarde,
llegado el tiempo del descanso, |
cuando ya se echaba encima
la noche, advirtieron la fal- |
ta de Jesús. Y se
volvieron para Jerusalén. La tradición |
se ha esforzado en
determinar cuál fue este punto de la |
primera detención de las
caravanas que regresaban de |
Jerusalén para Galilea, y
se ha pensado en El-Birthe, a |
unos 17 kilómetros del
norte de Jerusalén, aunque otros |
lo sitúan más lejos. |
. . . |
Este período de Jesús
entre los doctores cierra el |
evangelio de la infancia.
En la uniformidad, e incluso |
monotonía, de una vida
pueblerina prolongada por tantos |
años, esta estampa ha
levantado un extremo velo que |
oculta la vida de Jesús
incluso a los ojos de José y María. |
Aparentemente, es un
muchacho como los demás, sa- |
no, alegre,
extraordinariamente inteligente y despierto, y |
en todo sumiso y obediente
a sus padres. Pero en la vida |
de este niño que crece y
se fortalece hay un "Otro" total- |
mente diferente y
superior, a quien él llama su Padre, de |
cuya voluntad depende y en
cuyo templo él se encuentra |
como en su casa propia. Y
ante esta relación de Jesús |
con su Padre que está en
los cielos, se alejan y empeque- |
ñecen todas las demás
criaturas que están en la tierra. |
Jesús entre los doctores
o, como dice uno de los mis- |
terios gozosos del rosario
«el niño Jesús perdido y halla- |
do en el templo», es un
misterio de dolor у de gozo de |
aquella bendita familia.
Pero en parte puede serlo de |
cualquier familia humana y
cristiana. |
En América Latina, el 60
por ciento de la población no |
ha cumplido todavía los 24
años. Pero el 90 por ciento |
de estos jóvenes son
pobres. Un ejemplo elocuente de |
ello lo da el Perú, donde
los muchachos de ocho años |
—¡niños todavía!— ocupan
puestos de trabajo. |
16 (36) |
Dolores y gozos |
Tres días de dolor y de
gozo. Primer día. José y |
María caminan en la
caravana de regreso. Y piensan que |
el niño Jesús va también
en ella, aunque propiamente no |
sepan dónde está. Los
padres y los hijos van caminando |
juntos, muy juntos en la
vida durante los años de la |
niñez y de la
adolescencia. De pronto, un día, sin ellos |
advertirlo, el niño, la
hija, se les separa, se sale de la |
caravana. Pero ellos no lo
advierten, y siguen alejándose |
de Jerusalén, que es donde
el hijo se ha quedado. Se va |
creando, paso a paso, una
distancia cada vez mayor; |
pero sin advertirlo. Hasta
que de pronto llega la tarde, y |
se dan cuenta de que el
hijo no está con ellos. ¿No es |
ésta la situación de
algunos padres e hijos? ¿Como podía |
suponer que se ha salido
de la caravana, él que era hasta |
entonces tan obediente y
tan buen muchacho? |
Segunda jornada. El hijo
se ha separado, y los padres |
lo saben ya, pero no saben
dónde se encuentra. Lo han |
perdido. La palabra, el
verbo que hoy se puede aplicar a |
tantos chicos de las
familias. La pérdida de los hijos. Y |
no precisamente por
haberse ido al templo a escuchar a |
los maestros de la ley,
sino por otras diversas causas que |
también a veces les hacen
salir del templo y rechazar la |
ley. |
Y el papel de los padres
es volver, volver sobre sus |
pasos, tratar de acortar
distancias; porque, aunque no lo |
puedan determinar con
precisión, saben que el hijo está |
allí, en alguna parte de
ese tumulto, en la ciudad palpi- |
tante y confusa. |
El misterio |
de crecer |
Tercera jornada. El
encuentro; María y José buscan |
a Jesús por todas partes,
y también en el templo, y allí |
lo encuentran. La escena
no carece de cierta tensión. El |
niño Jesús está allí,
aparentemente tranquilo, parece que |
sin darse cuenta del dolor
que ha causado a sus padres. |
Salta la queja; en este
caso, controlada, pero honda: «Tu |
padre y yo te buscábamos
llenos de amargura». Y el niño |
responde: «Estaba aquí,
donde debía estar, que es la casa |
de mi Padre, ocupándome de
sus cosas. No en la carava- |
na, Madre, sino en la casa
de Dios». |
Esta tercera jornada es la
más difícil de comprender. |
Incluso para María y José,
los grandes iluminados con |
las revelaciones de Dios.
Este alejamiento del niño no lo |
17 (37) |
comprenden. Lo único que
María hace es esconderlo en |
su alma, colocarlo dentro
del corazón, donde se colocan |
las penas que no se
comprenden; donde un día, cuando |
el Espíritu de Dios lo
quiera, todo quedará iluminado. Y |
entonces comprenderá. |
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de la Iglesia en España y
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Un estudio del problema de
mayor actualidad |
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del mundo político,
social, cultural y artístico |
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Revista semanal |
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Madrid |
18 (38) |
Esperanza para América |
El papa Juan Pablo II, en
Santo Domingo, el 12 de oct. de 1984, tras |
acusar a las potencias
extranjeras, que siguen sus propios intereses eco- |
nómicos, de bloque o
ideológicos, y reducen a los pueblos a campo de |
maniobras de sus propias
estrategias, enderezaba estas palabras: |
¡América Latina, fiel a
Cristo, aumenta y realiza tu esperanza!... |
Esperanza de una Iglesia,
que firmemente unida a sus obispos, con sus sa- |
cerdotes, religiosos y
religiosas al frente, se concentra intensamente |
en su misión
evangelizadora y que lleva a los fieles a la savia vital |
de la Palabra de Cristo y
a las fuentes de gracia de los sacramentos. |
Esperanza de ulterior
crecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas |
para llevar a cabo la
nueva evangelización de los pueblos latino- |
americanos a partir del
rico patrimonio de verdades sobre Cristo, |
sobre la Iglesia y sobre
el hombre que proclamó Puebla. |
Esperanza de una Iglesia
fuertemente empeñada en «una sistemática ca- |
tequesis que complete» en
los fieles la evangelización recibida. |
Esperanza de los jóvenes,
que, plenamente acogidos y alimentados en su |
espíritu, dé a la Iglesia,
en un continente de jóvenes, horizontes de |
vigor nuevo en su
fidelidad a Dios y al hombre por él. |
Esperanza de un laicado
consciente y responsable, comprometido en su |
misión eclesial y de
ordenación del mundo según Dios. |
Esperanza de
reconciliación entre pueblos hermanos, desterrando gue- |
rras y violencias para
reconocerse en la unidad de «una gran pa- |
tria latinoamericana,
libre y próspera, fundada en un común sus- |
trato cultural y
religioso. |
Esperanza de grupos
étnicos que quieren mantener su identidad y cultu- |
ra popular sin renunciar a
la común solidaridad y progreso y que |
necesitan una más plena
evangelización. |
Esperanza del movimiento
de los trabajadores que luchan por más dig- |
nas condiciones de vida y
de trabajo. De los «sectores intelectua- |
les», que reencuentran los
valores étnicos y culturales de su pueblo |
para servirlos y
promoverlos. De los científicos y tecnólogos que |
quieren ordenar los
recursos del saber a la elevación y progreso de |
América Latina... |
Un gran futuro de
esperanza, que tiene un nombre: «La civilización del |
amor». Nombre que ya
indicara Pablo VI... |
19 (39) |
«Lo que hacéis a los más
pequeños» |
Por la fe, Cristo se forma
en el interior del hombre lla- |
mado a la libertad de la
gracia, manso y humilde de co- |
razón, que no se envanece
de los méritos de sus propias |
obras, que nada valen; el
hombre que, por la gracia de |
Dios, puede ser llamado
pequeño por Cristo, esto es, otro |
Cristo, con aquellas
palabras: Lo que hicisteis a uno |
de los más pequeños a mí
me lo hicisteis. Cristo se for- |
ma en aquel que toma la
forma de Cristo, y toma la for- |
ma de Cristo el que se une
a Cristo con amor espiritual. |
De donde viene que el
hombre por la imitación de Cristo |
llega a ser lo que Cristo
es, en el grado en que lo puede |
ser. Dice san Juan: Los
que afirman que están con él |
se han de comportar como
él se comportaba. |
San Agustín |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratoria |
Pleret Sun Felipe Neri, 1
- Apartado 103 - Alberte - D.L AB I/67 - 3.2.5 |
20 (40) |
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