Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 220. MARZO. Año 1985 |
SUMARIO |
HAY dos palabras, una en
tránsito a la otra, que en- |
cierran todo lo que la
Iglesia nos pide para la |
Cuaresma: «conversión» y
«Evangelio». Ellas nos |
debieran bastar para
recordarnos la tarea que nos |
compromete a no
desperdiciar tiempo, fuerzas y vida. |
Convertirse, volver
siempre al Evangelio, «buena noticias |
de Dios «novedad santa»
para los hombres, «anuncio go- |
zoso» que dispone a la
realización del gran proyecto de |
justicia y felicidad, para
el mundo. Pero para un mundo |
renovado, de cielos y
tierra nuevos, de hombre nuevo, de |
humanidad purificada,
renacida del injerto de Dios mis- |
mo en nosotros. |
TEOLOGÍAS |
EL EJEMPLO DE LA
CONVERSIÓN DE NEWMAN |
TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN |
ZUBIRI Y LA EXPERIENCIA
TEOLOGAL |
CUARESMA PARA
"BUENOS" CRISTIANOS |
LA RECONCILIACIÓN |
1 (41) |
Señor Jesús, |
este pueblo te reconocerá
siempre como a su Dios. |
No volverá sus ojos a otra
estrella |
que no sea la del amor y
la misericordia |
que brilla en nuestro
corazón. |
Que sea, también el tuyo,
para nosotros, |
el faro luminoso de
nuestra fe, |
el ancora de nuestra
esperanza, |
el símbolo de nuestro
estandarte, |
el escudo donde se ampara
nuestra debilidad, |
la aurora de una paz
imperturbable, |
el vínculo de una santa
concordia, |
la nube que fecunda
nuestro campo, |
el sol que ilumina nuestro
horizonte, |
el manantial de donde
fluyen |
los dones que nos ayudan a
vivir cada día... |
Multiplica, sobre
nosotros, los años de nuestra paz, |
y líbranos de la
incredulidad y la corrupción |
de la calamidad y la
miseria. |
Que tu Evangelio inspire
nuestras leyes, |
que gobierne tu justicia
nuestros tribunales, |
que tu clemencia y tu
fuerza |
sostengan y dirijan a los
que nos gobiernen, |
que la sabiduría, la
santidad y el celo apostólico |
sean la perfección de
nuestros sacerdotes, |
y que tu Gracia a todos
nos convierta |
y tu gloria nos corone
eternamente, |
para que todos los pueblos
y naciones de la tierra |
al contemplar la alegría y
felicidad de nuestro corazón, |
se refugien también en el
tuyo y sepan que los amas |
y gocen de la paz que les
ofreces, |
en la fuente pura y
símbolo perfecto |
de amor y caridad. Amén. |
Juan Pablo II, |
en Ecuador, el 1.2.1985 |
2 (42) |
Teologías |
BASTANTE distanciados de
la idea medieval de «cristiandad», no pode- |
mos imaginar, desde el
talante secularizado de nuestra época ―que |
algunos ya le han puesto
el nombre de «posmoderna»― lo que pudo |
ser aquella permanencia
del pensamiento puesto siempre en Dios, |
no sólo como centro de la
vida de cada hombre, sino de la sociedad entera |
considerada, por lo menos
en Occidente, como realidad eclesial. Dios en el |
hombre y en todas las
cosas, dando consistencia y sentido a todo. Pero no |
se menospreciaba la razón,
porque hasta la teología era razón ordenada a |
Dios, aunque iluminada por
la fe. |
Luego llamaron modernidad
al crecimiento sorprendente del mundo y |
de los saberes humanos, y
se tomó al hombre como centro de sí mismo, no |
para oponerlo a Dios,
aunque si distinguiendo fe de razón, que precipita- |
ciones posteriores
quisieron oponer imaginando, tal vez, que de esta ma- |
nera el hombre cumplía
mejor con su irrenunciable vocación a la libertad. |
Pero ha sido un error
creer que puede ser libre con sólo pegarse a la in- |
mediatez de su
circunstancia concreta, en un tiempo dado, olvidando que |
le era igualmente
necesaria la perspectiva de la inmortalidad del espíritu, |
propia de su naturaleza, y
el dato de Dios como «ser fundamental», que no |
es, en buena filosofía, un
límite extrínseco a la libertad, sino la fundamen- |
talidad que la confiere al
hombre. |
La negación de esta
perspectiva se ha hecho, en algunos, rebajando el |
concepto de Dios, a
niveles de domesticación que podríamos llamar bur- |
guesa, en otros, como
reacción que desprecia la imagen de ese Dios acep- |
tado sólo como complemento
de las instalaciones temporales. Y así, entre |
ignorancias y culpas, el
olvido, el rechazo o la rebeldía han venido a cons- |
tituir el pecado o la
infidelidad de nuestro tiempo. O tal vez el reto. |
3 (43) |
Ha sido frente a este
pecado que los teólogos de hoy, con la razón y la |
fe, pero cerca de las
grandes miserias y los grandes sufrimientos de las |
guerras y la pobreza,
contrastando con IAA injusticias y el hedonismo in- |
sensato, han vuelto a
tratar de Dios ya contemplarlo de nuevo, con razo- |
namientos que parten de la
realidad presente y abiertos a la vocación de- |
finitiva del hombre: su
libertad. Porque el hombre necesita ser libre para |
poder elegir lo bueno, es
decir, para poder amar. Y necesita el amor para |
poder ser feliz. Amar a
Dios y Amar los hermanos. |
No nos puede extrañar que
hoy vuelva la palabra «teología» cuando se |
quieren catalizar estos
razonamientos que, de diferentes modos y desde la |
perspectiva de la fe,
reorienten la vida de los hombres sobre la tierra, en |
su camino hacia Dios,
empujando al mundo hacia un orden nuevo donde |
Bea posible la utopía del
amor, sin otros rigores que los del Evangelio, más |
radical que riguroso. |
De la raíz del Evangelio,
los santos que bebieron en la «devotio moder- |
na» surgida en los inicios
de aquellos pasados tiempos nuevos, nos traje- |
ron el acercamiento a la
santa Humanidad de Jesucristo, dejando más |
lejos al Dios distante de
las majestades medievales. También ahora tendre- |
mos santos ―ya están
entre nosotros, y no nos hemos dado cuenta― que nos |
ayudarán a descubrir la
semejanza de Cristo en los rostros y las vidas de |
los que todavía no son
libres, o lo son menos que nosotros, y que necesitan |
alcanzar y orecer en su
libertad para poder amar y ser amados como hi- |
jos de Dios. Porque ningún
hombre será y merecerá ser verdaderamente |
libre ―y por lo
tanto capaz de amar y de se feliz― si no son librea todos los |
demás. |
CONFERENCIAS |
CUARESMALES |
SEÑORAS: días 25, 26 y 27 |
de marzo, a las |
6 de la tarde. |
PARA TODOS: días 1, 2 y 3
de |
abril, a las 8,30 |
de la tarde. |
4 (44) |
EL EJEMPLO |
DE LA CONVERSIÓN |
DE NEWMAN |
NEWMAN es el gran
converti- |
do y, sin duda la figura
más |
relevante que, desde la
Re- |
forma, ha decidido volver
a Roma. |
La misma importancia de su
con- |
versión puede haber dado
lugar, |
por lo menos en la
literatura en |
torno a él aparecida en
los países |
latinos, a reducir su
significación, |
poco más que apologética,
sin que |
nos lleve más allá de
seguirle en |
su camino hacia la fe, sin
entrar |
bastante en sus actitudes
interiores |
que dolorosamente le
llevaron a la |
Iglesia, y sin seguirlo,
más adelante, |
a lo largo de su dilatada
y fecunda |
vida, en las ideas que
todavía hoy |
llamaríamos avanzadas, y
que lo |
fueron sin duda cuando las
expo- |
nía, anticipándose tanto a
su pro- |
pia edad, que pocos
alcanzaban a |
comprenderlo. |
Su "cruz" no se
la cargó el angli- |
canismo del que tuvo que
despren- |
derse al hacerse católico,
sino que |
sus dolores de peregrino
de la ver- |
dad sobre la Iglesia, no
acabaron |
cuando abrazó el
catolicismo. In- |
comprendido por la mayoría
de los |
hermanos que había dejado
en su |
Iglesia "madre",
la de Inglaterra, e |
incomprendido igualmente
por un |
gran número de los nuevos
herma- |
nos que legítimamente
pensaba en- |
contrar en la Iglesia de
Roma, y que |
escasamente le
comprendieron bien |
o porque no acababan de
fiarse de |
la sinceridad o
perseverancia de su |
conversión, o porque más
bien te- |
nían un concepto religioso
hereda- |
do y no ganado a fuerza de
oración, |
estudio y deseos profundos
del al- |
ma; o, simplemente, porque
eran |
más vulgares. Podía decir
que su al- |
ma estaba en paz, pero no
sin dolor. |
No podemos resumir aquí su
vi- |
da, ni siquiera hasta esa
meta más |
conocida que termina con
su con- |
versión a Roma y sus
comienzos |
en el Oratorio que fundaba
en In- |
glaterra. Después hubo
mucho más, |
tanto, que sin reseguirlo
paso a pa- |
so, se hace muy difícil
reconocer |
el verdadero valor de su
conver- |
sión. Iglesia de
Inglaterra, Iglesia |
católica: él siempre amo a
la Iglesia |
5 (45) |
de Cristo, de modo que ni
en el |
anglicanismo ni en el
catolicismo |
pudieron jamás
comprenderle to- |
dos aquellos que se movían
en la |
respectiva Iglesia,
tomándole como |
fin en sí misma u
organizándose en |
ella como partido. Newman
veía |
más alto y más hondo. Ese
mirar |
era su absoluta sinceridad
con Dios |
y también con los hombres.
«Abo- |
rrezco y detesto los
equívocos, la |
mentira, la doblez, la
picardía, la |
astucia, la melosidad, la
hipocresía, |
el pretexto... y pido a
Dios que me |
libre de caer en sus lazos
o tram- |
pas». Esto no le impedía
ser correc- |
to, justo, respetuoso y
bueno con |
todos, en especial con sus
superio- |
res y podemos comprobarlo
por po- |
co que nos detengamos en
la corres- |
pondencia que con ellos
mantenía |
en lo más duro de la
polémica. |
Cuando ponemos los ojos
sobre |
un convertido para que nos
sirva |
de ejemplo, parece, a
primera vista, |
que poco puede
interesarnos, más |
allá del admirado
reconocimiento |
que nos merezca. Tal vez
porque |
pensamos, muy fácilmente,
que |
nosotros ya no necesitamos
con- |
vertirnos, pues hemos
nacido en la |
fe católica y perseveramos
en ella, |
tal como nos vino casi por
heren- |
cia. Pero esta actitud no
será nunca |
suficiente para ser
santos, ni en ri- |
gor para ser buenos
cristianos. |
Newman mismo se refiere,
sin |
intentar darle la
importancia que |
luego tendría, a su
«primera con- |
versión, cuando tenía
quince años», |
en términos de que fue
entonces |
cuando descubrió la
relación per- |
sonal que existía entre él
y Dios. |
Fue como un despertarse de
un |
sueño, que obró en él una
gran |
transformación de mente.
«Yo y |
Dios». Podemos decir que,
lo demás |
que ocurriera en su vida,
fue la |
consecuencia de esa
conciencia de |
su relación personal con
Dios, des- |
cubierta en aquella
temprana edad, |
que suele ser el momento
en que se |
acrisola la base del
carácter en la |
persona humana, todo el
resto es |
fruto del desarrollo de
esa mirada |
mantenida fielmente. |
Esa, por lo menos, es la
impre- |
sión que se obtiene
después de leer |
su Apologia pro vita sua y
recorrer |
sus Autobiographical
Writings. Y |
esta sinceridad, este
afinamiento |
espiritual, dulce y tenaz,
abnegado |
y benigno a la vez, pero
laborioso, |
inteligente, desprendido
de miras |
humanas, penetrado de
oración, sa- |
crificio, trabajo, estudio
y esperan- |
za, transformaron su alma,
de la |
que, sin embargo, pudo
decir, que |
no creía que, con abrazar
el catoli- |
cismo, hubiese cambiado
demasia- |
do, sino que había sido
todo como |
una travesía, como llegar
a puerto. |
Pero el verdadero puerto
está en |
riberas más lejanas. Y en
ese bogar |
hacia él nos es ejemplo
insigne, a |
la hora de prepararnos
para la de- |
finitiva conversión,
pendiente, to- |
davía, para todos
nosotros. |
6 (46) |
TEOLOGÍA |
DE LA CONVERSIÓN |
TIEMPO de teologías
podría- |
mos llamar al nuestro o,
qui- |
zás más propiamente, tiem- |
pos teologales, porque
cuando los |
hombres de hoy se encaran
con el |
problema de Dios, no lo
hacen abs- |
trayéndose de la propia
realidad |
envolvente para fijar su
razona- |
miento centrado en Dios
mismo, |
sino que el pensamiento y
su razo- |
nar de Dios se da, en
ellos, a partir |
de las realidades
apremiantes que |
están a la vera de la
existencia hu- |
mana consistiendo con
ella. En este |
sentido podría
considerarse menos |
adecuado el enunciado de
«Teolo- |
gía de la liberación», si
bien a estas |
alturas cambiar el nombre
ya con- |
sagrado acarrearía más
confusión |
y resultaría menos
expresivo. Pero |
son las cosas, son los
hombres, y es |
cada uno de ellos que,
desde la |
existencia concreta que le
rodea, |
provoca esta referencia
razonada y |
espiritualmente iluminada
hacia |
Dios, para fundamentar los
moti- |
vos para un cambio,
incluso econó- |
mico y político, que el
mundo de |
hoy necesita a todas
luces, y desea |
y expresa con dolores y
lamentos |
que se levantan en los
sectores más |
deprimidos de la
humanidad: los |
más pobres, los hombres de
las zo- |
nas más conflictivas de la
tierra y, |
por lo mismo, más
problemáticas |
de cara al futuro, en las
que la Igle- |
sia está presente y no
puede silen- |
ciar las exigencias del
Evangelio, |
con todo lo que implica de
compro- |
miso, de riesgos e,
igualmente, de |
esperanzas. |
Los males que aquejan a la |
humanidad y que repercuten
en |
la Iglesia en forma de
tensión invo- |
lutivo-progresista, no son
los que |
se curan con separaciones
o conde- |
nas, porque ya no se trata
de que |
hayan proliferado
excrecencias tin- |
tadas de herejías o
animadas de |
subversión, sino que es el
clamor |
de la voz de los que
invocan el |
Evangelio en un momento de
crisis |
y de profundas
transformaciones |
que todos reconocen que
obligan a |
7 (47) |
una revisión de los
planteamientos |
mentales y afectivos que
se traduz- |
can en decisiones y obras,
aunque |
permanezcan inalteradas
las ver- |
dades fundamentales de la
dimen- |
sión total del hombre,
frente a si |
mismo, frente al mundo y
frente a |
Dios. |
El mundo que no nos gusta
no |
puede cambiar si no nos
cambia- |
mos también nosotros; si
no cam- |
biamos también los
cristianos. Des- |
de lo que somos como
hombres, y |
desde nuestra mentalidad
ilumina- |
da por la fe, en general
demasiado |
replegada en el
individualismo, y |
erróneamente satisfecha
con la po- |
sesión de la verdad,
amparados en |
seguridades insostenibles
frente al |
mundo que amanece
transforman- |
do todo el panorama de la
historia |
que necesariamente hemos
de vi- |
vir, siendo actores de la
misma. |
Es preciso que comencemos
por |
admitir que es posible el
cambio |
de nosotros mismos. Y, en
seguida, |
que es necesario. Es
preciso reco- |
nocer que «el hombre es
una reali- |
dad no hecha de una vez
por todas, |
sino una realidad que
tiene que ir |
realizándose» (Zubiri),
pero no de |
cualquier modo, por
supuesto, si- |
no «en un sentido muy
preciso». |
Cierto, desde las cosas,
con ellas |
―desde el mundo, en
el mundo― |
y hacia Dios. Pero no
hacia Dios |
como añadido,
incrementando con |
su relación y presencia,
nuestro ser |
y obrar, sino tomándolo,
más bien, |
como fundamento de la
existencia |
en nuestro mismo ser. |
Cuando esta fundamentación
se |
hace experiencia en la
vida ―ex- |
periencia de Dios―
equivale a lo |
que llamamos, en palabra
cristiana, |
conversión. |
El hombre, este ser
inacabado, |
en constante crecimiento,
abierto |
y llamado a trascenderse;
este ser |
«salido de Dios para
volver a él», |
no puede emprender este
regreso |
sin la «conversión».
Incluso sin la |
insistencia en un «estado
de con- |
versión». Porque la
conversión |
cristiana es la forma más
intensa |
de experiencia de Dios,
pues va |
más allá del
reconocimiento y |
aceptación filosófica
―teórica― |
de la fundamentación y
ultimidad |
de la vida en Dios. La
conversión |
es la apertura no
reticente para |
asimilar el prototipo de
experien- |
El cristianismo es una
vida, no una demostración. Nadie puede otor- |
gar la fe a otra persona,
pero sí puede situar a los demás en la actitud |
adecuada para que
comprendan qué es la fe y cuáles sus exigencias. |
Rosemary Haughton |
8 (48) |
cia divina, dada en
Cristo, y ex- |
tendida, por la gracia, a
los cre- |
yentes. |
Se ha dado nombre a muchas |
teologías, con más o menos
fortuna. |
Pero hay una teología que
New- |
man suscribiría sin
recelo, amante |
como era de la totalidad y
del ra- |
dicalismo espiritual,
única forma |
de ser sinceros frente a
Dios, y que |
sí podría disponernos a
todos cuan- |
tos aceptáramos las
actitudes de |
su planteamiento, para una
expe- |
riencia vital de Dios, que
nos lle- |
vara a no absolutizar lo
que es re- |
lativo, en perjuicio de lo
verdade- |
ramente absoluto; a no
fanatizarnos |
con exageraciones
institucionalis- |
tas, en perjuicio de la
primacía del |
espíritu, ya no
entusiasmarnos con |
lo mundano, en perjuicio
de los |
valores y el estilo del
Evangelio. A |
no tener miedo, en fin,
sino espe- |
ranza en la bendición de
la Pro- |
videncia, que nos quiere
actores |
―hacedores―
generosos en |
mundo nuevo que amanece,
que |
tal vez nos sorprende y
hasta nos |
asusta, porque nos resulta
difícil |
de comprender si lo
pretendemos |
compaginar con nuestra
actual po- |
sición establecida, pero
que se nos |
manifiesta con una carga
inmen- |
sa de esperanza si,
dispuestos a la |
abnegación y desprendidos,
acep- |
tamos que hemos de
cambiar, como |
antaño, para situaciones
parecidas, |
aceptaron cambiar los
santos, que |
nos han precedido. |
VIA |
CRUCIS |
VIERNES |
SANTO |
A LAS 9 |
DE LA MAÑANA |
9 (49) |
ZUBIRI Y LA EXPRESIÓN |
TEOLOGAL DE LA REALIDAD |
En esta colaboración, el
profesor Cruz Hernández nos sin- |
tetiza, apoyado en el
pensamiento de J. Zubiri y en línea |
newmaniana, el problema
teológico de la configuración-- |
desfiguración de Dios por
el hombre. |
LA REALIZACIÓN |
del hombre en la |
realidad constituye |
la experiencia teo- |
logal. Es evidente |
que la disipación de nues- |
tro ser personal, la
frivoli- |
dad, disuelve esa
experiencia marginándola. Individualmente |
podemos resolverla
poniéndola entre paréntesis (agnosticis- |
mo), religándonos a ella
negativamente (ateísmo), o positiva- |
mente (teísmo). Zubiri
siempre consideró que nuestra vida |
era constitutiva y
finalmente eso: experiencia de Dios, pero |
en un sentido tan radical
que a ello debió dedicar muchos |
años de esfuerzo. Aparecía
ya en dos de sus primeros traba- |
jos, En torno al problema
de Dios (1936) y El ser sobrenatural: |
Dios y la deificación en
la teología paulina (1937); y fue des- |
arrollada en varios de sus
más hermosos cursos: El problema |
de Dios (1948-1949), El
problema filosófico de la historia de |
las religiones (1965),
Reflexiones filosóficas sobre algunos pro- |
blemas de teología (1967),
El problema teologal de Dios (1971- |
-1972) reelaborado en la
Gregoriana de Roma (1973). Lo que |
algunos recogimos entonces
en apresurados apuntes, lo he- |
mos leído ahora
diáfanamente, lo que no quiere decir que sea |
sencillo, pues la
filosofía no lo es. |
10 (50) |
Se trata, conviene de- |
cirlo pronto, de un gran |
problema del hombre, aca- |
so el único radical
proble- |
ma, pues no somos un ser |
vivo más, sino persona im- |
plantada en la realidad en |
razón de la dimensión
fundamental de nuestra inteligencia |
sentiente. Así, aquello
nos configura de un triple modo: como |
ultimidad a la que nos
remitimos, como posibilidad de nues- |
tra apertura y como
impelente de nuestra realización. Así, to- |
do hombre resulta
religado: a la vaciedad el frívolo, a la sus- |
pensión el agnóstico
auténtico, a la negación el ateo, y a la |
afirmación el creyente.
Naturalmente, como la permanencia |
racional en la suspensión
es casi imposible, la mayoría de los |
que se declaran agnósticos
son en realidad ateos. Y como po- |
cos quieren recorrer la
índole de la estricta negación, el ateo |
tiende a absolutizar,
deificando la materia. Este tipo de ateís- |
mo es el más lógico. Si
tomamos a la realidad en los tres mo- |
mentos fundamentales antes
señalados, el poder de lo real no |
puede ser negado. La
hipótesis atea realiza aquí una reduc- |
ción radical, ya que
remite referido poder a la causación ma- |
terial, pero no le concede
lo que de hecho le correspondería: |
constituir por sí sola la
deidad. |
11 (51) |
Porque, ¿qué es el tal
poder de la realidad?, lo que con- |
ceptualmente decimos de
Dios. Zubiri lo caracterizará final- |
mente como una
trascendencia. Entonces el nudo de la cues- |
tión es el acceso a la
deidad. «Si el encuentro del hombre con |
Dios... se funda en el
hecho de la religación, fundamento de |
mi ser personal; y si la
persona es esencialmente concreta, el |
encuentro efectivo del
hombre con Dios y de Dios con el |
hombre, la entrega del
hombre a Dios como verdad, no pue- |
de menos de ser concreta.
Ahí radica la concepción de la fe, |
modulada tanto por la
dimensión individual del hombre co- |
mo por su dimensión social
y su dimensión histórica». |
La riqueza de esta
concepción no permite un cómodo |
resumen, pero sí una
pregunta, ¿cuál es el resultado?: Dios es |
trascendente en las cosas.
El texto paulino, invisibilia per ea |
quae facta sunt visibilia
cognoscuntur, cobra así su sentido le- |
yendo en. En segundo
lugar, la experiencia de Dios parte de |
la raíz de la experiencia
de las cosas; el frívolo no las tiene, |
porque resbala sobre su
superficie, porque pasa de la reali- |
dad. En tercer lugar, el
Dios personal ―no la deidad sino el |
de cada uno— configura la
propia vida del hombre, que al |
hacerse configura o
desfigura a su Dios. Así, es inútil, por |
carecer de sentido, buscar
a Dios desde argumentos físicos o |
dialécticos. Todas las
experiencias religiosas concretas alcan- |
zan la deidad; debe
superarse la presunta dicotomía inmanen- |
cia-trascendencia. En fin,
si Dios tiene hoy tan escasa realidad |
en algunas sociedades, ¿no
será porque en nuestra vida en |
vez de conformarlo lo
hemos desfigurado? Naturalmente, estos |
no es un tratado de
teología edificante, pero sí es el comien- |
zo de la edificación de
una teología. |
Miguel Cruz Hernández. |
Ser feliz es sufrir
creando.— Luis Felipe Vivanco |
|
12 (52) |
Cuaresma |
para "buenos"
cristianos |
ESTE AÑO, los carnavales
re- |
sucitados como para
refren- |
dar que en nuestra
sociedad |
se han inaugurado tiempos
nuevos, |
no habrán servido, para
muchos, |
para otra cosa que de
pretexto que |
justifique la renovada
ocasión de |
divertirse, sin
preocuparse por en- |
trar luego ―como
antiguamente se |
entendía― en los
rigores de las ob- |
servancias cuaresmales.
Para otros, |
sin embargo, puede que les
haya |
recordado que, en efecto,
la cuares- |
ma está ahí y los
cristianos lo tie- |
nen en cuenta: es tiempo
de reno- |
vación, de revisar la
conciencia |
cristiana, de recordar
nuestro Bau- |
tismo y ver qué hacemos
por él. |
Cierto que para ello, no
haría falta |
establecer un tiempo
determinado |
del año, ni de la vida, y
si en el |
calendario de la Iglesia
comenzó a |
señalarse ese tiempo
privilegiado |
para intensificar aquellos
objetivos |
ello se debió a la
conveniencia de |
organizar el proceso de
las conver- |
siones, pues tomando como
refe- |
rencia la Pascua, se pensó
que una |
preparación intensiva para
la com- |
prensión y participación
en este |
misterio, podía ser el
mejor medio |
para disponer a la
recepción del |
Bautismo a los catecúmenos
que lo |
esperaban y ofrecer, a la
vez, mejor |
ocasión para restaurar la
vida cris- |
tiana de los bautizados
que hubie- |
sen quebrado su
perseverancia y |
tuvieran necesidad de
reconciliar- |
se con la Iglesia. De
donde la im- |
portancia de los dos
grandes sacra- |
mentos de la conversión y
de la |
reconciliación: Bautismo y
Peni- |
tencia. |
Pero los cristianos (los
ya bauti- |
zados) que se mantienen en
la vida |
de Gracia, para quienes,
en apa- |
riencia, no se da la
situación dra- |
mática de permanencia en
el peca- |
do, ¿cómo han de vivir la
cuares- |
ma o qué puede significar
ahora |
para ellos? |
No se trata de turbar
conciencias |
asustándolas con miedos y
remor- |
dimientos que fomenten las
clien- |
telas de confesonarios,
para que en |
ellos vuelquen sus
escrúpulos y |
13 (53) |
persistan en una
permanente infan- |
tilidad o subdesarrollo
espiritual, |
esclavos de temores e
incapaces de |
asumir responsabilidades y
cayen- |
do en el vicio de
transferirlas de- |
vota y cómodamente en
"el padre |
espiritual". Tampoco
sería pruden- |
te instalarse en la
seguridad anár- |
quica e individualista,
tan opuesta |
al sentido de Iglesia, que
es comu- |
nidad en torno a Cristo y
marco |
donde estamos para que
vivamos |
la participación en su
misterio. Es- |
ta participación
misteriosa se ini- |
cia con el Bautismo y se
desarro- |
lla a través de la vida
mediante la |
colaboración responsable
de cada |
uno con la Gracia que se
nos ha |
dado y que incesantemente
se nos |
ofrece. |
Ya nos damos cuenta que es
pre- |
ciso avivar la conciencia
y dirigir- |
la, bien despiertos, a
Dios. Es la |
oración, es el trato con
Dios: la fe, |
la vida cristiana no puede
pres- |
cindir de ella. Todo lo
que nos ro- |
dea ―«el cielo y la
tierra», diría |
el salmista― nos
llevan a pensar en |
Dios y a tratarlo. Pero la
Iglesia, |
siempre, aunque más en
cuaresma, |
nos exhorta a ello. Buena
prueba |
está en las lecturas de
las misas. |
Ojalá tuviésemos tiempo y
volun- |
tad para ir directamente a
partici- |
par en la Eucaristía sin
perdernos |
el atender solícitamente a
la Pala- |
bra que en ella se nos
anuncia. Pe- |
ro si ello no es posible,
acudamos, |
por lo menos, diariamente
y orde- |
nadamente, a la lectura
continua |
EN EL TIEMPO Y MÁS ALLÁ
DEL TIEMPO |
La reconciliación
cristiana exige, en primer lugar, |
el anuncio sereno e
íntegro de la grande y supre- |
ma "novedad" que
Cristo nos trajo acerca de la |
perspectiva eterna de la
existencia humana, que |
va más allá del tiempo y
de la historia; y que in- |
cluye el llamamiento a
todos los hombres para que |
conozcan la Verdad y se
sientan comprometidos en |
la caridad y en la
santidad. Pues «ésta es en efecto |
la vida terrena
―dice Jesús (Jn 17, 3)— que te |
conozcan a ti, único Dios
verdadero, y a |
quien has enviado,
Jesucristo». |
Juan Pablo II, |
(19.1.1985) |
14 (54) |
del Evangelio, completada
con la |
recitación pausada de
algún salmo |
Es posible que, si lo
pensamos bien |
podamos hacer una cosa o
la otra |
o ambas. Tendremos, a buen
segu- |
ro, mucho que oír y que
decirle a |
Dios. |
De la oración serena, bien
hecha, |
del rescoldo de nuestro
trato con |
Dios, de buen sentido y
"espíritu" |
con que a él acudamos, se
nos mos- |
trará que nos quedan
muchas cosas |
por hacer, por reformar
―dar otra |
"forma",
rehacer― en nosotros mis- |
mos. Tal vez no siempre se
trate de |
"quitar"
pecados, sino más veces |
de "poner"
virtudes, de no negar |
el desarrollo que la fe
nos exige |
en el crecimiento del
bien, no para |
autocontemplarnos en el
espejo de |
nuestra vanidad ―no
hemos de |
tener tiempo para
ello―, sino para |
mirar a Cristo, para ser
como él. |
Sentiremos vergüenza,
seguramen- |
te, de tardar tanto en
decidirnos a |
ser generosos y sencillos.
Pero po- |
demos, debemos hacerlo,
ya, aho- |
ra. Porque no estamos
convertidos |
todavía del todo, sino
convirtién- |
donos. No
"estamos" en la Iglesia, |
sino que
"caminamos" con ella, ha- |
cia Cristo, hacia el ideal
que mar- |
có en nosotros el
Bautismo, inicio |
de vida nueva en nosotros.
Cuando |
la Iglesia nos habla de
"ayuno", |
nos recuerda que es
imposible que |
crezcamos sin podar el
ramaje in- |
útil que nos pesa y gasta
en vano |
energías dignas de mejor
causa. He- |
mos de privarnos de lo que
es ma- |
lo, para el cuerpo y para
el alma. |
Pero hemos de saber
prescindir, |
con frecuencia, aun de lo
aparen- |
temente bueno para que
alcance- |
mos lo mejor. Nosotros
vivimos |
en una sociedad consumista
y po- |
seedora, que esclaviza y
debilita a |
los hombres en su
voluntad, y los |
deja sin fuerzas para lo
mejor. El |
que no entrene en el
necesario |
ejercicio de prescindir de
lo que no |
es necesario, logrará en
el mejor de |
los casos, principiar
muchas cosas, |
pero difícilmente podrá
acabar nin- |
guna que valga la pena y,
sobre to- |
do, se incapacitará para
atender a |
la principal, su vida
cristiana: pa- |
sará por la Iglesia como
un pagano |
barnizado de cristiano. |
Y, además, hay que hacer
el bien. |
La Iglesia, en cuaresma,
junto con |
la oración y el ayuno, nos
insiste |
en la necesidad de la
limosna, en |
dar "de lo
nuestro" para el bien de |
los demás. No es que deba
tratarse |
precisamente de dinero. A
veces |
hay otras cosas tan útiles
o más |
que el dinero. Todos
nosotros so- |
mos ricos de algo. Y hemos
de dar, |
no por sentimentalismo,
sino por |
amor cristiano. Cristo,
precisamen- |
te, nunca dio dinero; pero
«pasó ha- |
ciendo el bien». Y si
damos dinero, |
que sea bien dado. No para
acallar |
peticiones impertinentes,
ni para |
premiar la mendicidad
callejera |
15 (155) |
sospechosamente
profesional, sino |
para ayudar positivamente
a las |
obras de bien, sean de la
Iglesia |
o sean civiles. Es
condición, en el |
bien que hagamos, que no
hemos |
de buscar nuestra propia
satisfac- |
ción o vanidad, sino poner
los ojos |
sólo en Dios, «que ve en
lo escon- |
dido». Podemos dar cariño,
com- |
prensión, verdad, tiempo,
que no |
es poco cuando tanta
avaricia y |
egoísmo, tanta envidia y
rivalidad, |
tanta ingratitud y tantas
uñas apro- |
vechadas rasgan la vida de
miles |
de seres que, con muy poco
de lo |
que les falta o se les
niega, serían |
más felices y, a, veces,
también me- |
jores. |
Y Cristo. Cuaresma es
camino a |
la Pascua, y Pascua es
Cristo resu- |
citado: meta y modelo de
nuestra |
gran transformación, de
ese cambio |
no concluido que, como
levadura |
en la masa, está
fermentando en |
cada uno de nosotros desde
que |
recibimos el Bautismo; si
no lo he- |
mos despreciado, si, al
descubrir |
que estamos marcados por
Cristo, |
nos hemos abierto a él con
grati- |
tud, con gozo, con
esperanza, con |
deseo inmarcesible de
bien. |
Hay muchas cosas que
segura- |
mente no nos gustan, y que
tampoco {1} |
las podemos cambiar. Sí,
en |
cambio, que podemos
cambiar no |
sotros. |
No tenemos una palabra o
saber de Dios, en los |
que Él sería algo así como
la piedra que cogemos |
levantándola del suelo,
para mirarla, apropiárnos- |
la, labrarla y convertirla
en adorno de nuestra me- |
sa para gozo de nuestros
ojos. Un Dios así sería |
una realidad inferior al
hombre, construida por el |
hombre y sometida al
hombre; tal Dios, efectiva- |
mente, es un ídolo, un ser
que es forjado por ma- |
nos humanas y que, por
consiguiente, no puede |
salvar al hombre... Se
tiene verdadero saber de |
Dios, no cuando nosotros
lo inferimos como causa |
u origen sino sobre todo
cuando Él se deja sentir y |
se da a conocer. Se tiene
palabra verdadera sobre |
Él, cuando podemos tener
palabras de Él. |
Olegario González de
Cardenal |
16 (56) |
LA RECONCILIACIÓN |
LAS PALABRAS se nos hacen
viejas en seguida y hasta nacen ya viejas |
cuando se pronuncian con
mente distraída o como evasión nominalis- |
ta, que generaliza tanto,
hasta diluirse en vaguedades en las que se |
pierde la energía de su
significación primigenia. No costaría demasiado des- |
enmascarar el fariseísmo
que puede esconderse tras expresiones utilizadas |
con ligereza o
decididamente para ampararse en ellas y mantenerse en la apa- |
riencia de lo que
precisamente carecemos. Así podría entenderse la misma |
palabra
"reconciliación", como si el cambio espiritual que en todos se ha
de |
operar, tuviera que
comenzar ―y dependiera, principalmente― del otro an- |
tes que de sí mismo, y no
digamos cuando se pronunciara sin atender a signi- |
ficación concreta alguna,
como simple adorno léxico, o por seguir una moda. |
Lo mismo ocurre, con la
palabra "paz" o "justicia", cuando denunciamos con |
facilidad las situaciones
lejanas, pero somos "prudentes" antes de pronun- |
ciarnos (o simplemente nos
inhibimos y callamos como muertos) frente a las |
que rozan nuestra
situación y comprometen nuestra conciencia, por si el no |
callar pudiera dañar
alguna mínima zona de nuestros egoísmos o de la vani- |
dad que hubiéramos creado
en torno a nuestro buen nombre. |
Por todo eso, seguramente,
además de otros motivos, el papa Juan Pablo II, en |
uno de los documentos más
extensos de su pontificado, que trata de la Reconcilia- |
ción y penitencia, ha
querido ir directamente a lo que significa la palabra esencial |
«reconciliación». Es
cierto que ha vuelto a recordar la distinción tradicional entre pe- |
cado «venial» y pecado
«mortal», pero está bien claro lo que distingue entre pecado |
«personal» (que solía ser
el que únicamente preocupaba a tantos cristianos) y pecado |
«social». Y, frente a uno
y otro, el medio que ofrece la Iglesia para remediar el mal |
del pecado, es «la
conversión del corazón» por la «fiel y amorosa atención puesta en |
la Palabra de Dios, la
plegaria personal y comunitaria, y los sacramentos». |
Concretamente, en cuanto a
los pecados sociales, precisa que el pecado se puede |
llamar «social» por
analogía, porque el pecado se da, en todo caso, en los seres res- |
ponsables: «se trata de
personalísimos pecados cometidos por quien genera o favorece |
la iniquidad y saca fruto
de ella; de quien, pudiendo hacer algo para evitar, eliminar |
o limitar los males
sociales, deja de hacerlo por pereza, por miedo o mudez culpable, |
17 (57) |
por enmascarada
complicidad o por indiferencia; de quien busca refugio en la pre- |
sunta imposibilidad de
cambiar el mundo; y también de quien pretende sacudirse la |
fatiga y ahorrarse el
sacrificio, alegando rebuscadas razones de orden superior». |
Por inspiración pontificia
se ha tenido, en Roma, un congreso sobre «Reconcilia- |
ción cristiana y tensiones
sociales», y nos queremos referir, resumiéndolo, el discur- |
so que en él ha
pronunciado Mons. Alessandro Plotti, uno de los obispos auxiliares |
de la diócesis romana. |
La Iglesia |
al servicio |
de Dios |
Al indicar los puntos
claves de la reconciliación, ha colo- |
cado, en primer lugar, la
«fidelidad al Señor», pues «la |
Iglesia debe reconfirmar
que su principal cometido es |
mantener esa fidelidad,
custodiar su promesa, vaciarse |
de egoísmo, abandonar la
lógica mundana». En esto con- |
siste la fuerza de la
Iglesia. «Lo cual no significa sentirse |
cobijados en la
seguridad... como si Dios estuviese a nues- |
tro servicio, es decir, al
servicio de la Iglesia, y no vicever- |
sa, en una falsa y en el
fondo pagana mentalidad de po- |
der; significa, por el
contrario, que es preciso redescubrir |
aquella carga de optimismo
y de energía vital que se con- |
vierte en fuerza de la
esperanza y compromiso para la |
reconciliación». Más claro
todavía: «La Iglesia debe re- |
cuperar la inquietud de su
ser y debe liberarse de la in- |
quietud de tener: ella no
es la poseedora de Dios, ni del |
hombre, ni del mundo, sino
que está en el mundo y, en |
este sentido, debe
sentirse libre sin nada que perder». |
Entonces el espíritu de
reconciliación está en ciernes |
de construir la comunión.
Respecto a lo cual, y citando |
un párrafo de un documento
de la Conf. Ep. Italiana so- |
bre «Comunión y
comunidad», dice: «Dondequiera que se |
actúa con ánimo sincero
con miras a construir un mundo |
más justo, más respetuoso
de la persona humana, abierto |
a la realización de la
libertad y de la paz, se prepara la |
materia para la
construcción del Reino de los cielos. To- |
dos cuantos, con
independencia de las propias conviccio- |
Decía san Felipe, que no
nos dejásemos tentar de pereza y aban- |
donar la asistencia a la
mina diaria, si solíamos hacerlo, y que no |
despreciásemos el
corregirnos de los pequeños defectos, porque |
cuando no comienza a
descuidar lo que parece pequeño, poco a poco |
la conciencia se precipita
en la propia ruina. |
(de los escritos del p.
Pompeo Pateri) |
18 (58) |
nes religiosas o de sus
ideologías, se dedican con sacrificio |
y perseverancia al bien
del hombre, han de poder contar |
con la comprensión y la
solidaridad de las comunidades |
cristianas. |
Convertirse |
al espíritu |
de Cristo |
Luego Mons. Plotti se
refiere a la reconciliación que |
ha de sacarnos del pecado
y llevarnos a la conversión al |
Espíritu de Cristo. «Esto,
dice, engendra peligros, porque |
el pasar de la sola letra
(que es muerte) al verdadero es- |
píritu (que es vida),
puede acarrearnos problemas, como |
le ocurrió a Cristo, y
puede desencadenar la venganza de |
todos aquellos que tienen
demasiado interés por conser- |
var una situación que
podemos llamar de muerte. Pero |
éste es el testimonio que
los demás esperan de los cristia- |
nos, y es así como se
convierten, sin necesidad de abrir la |
boca, en sal y levadura de
vida». |
De donde, el compromiso
personal. Si cedemos a la |
tentación de descargarnos
de todas las responsabilidades |
sociales y pasarlas a las
organizaciones políticas o a las |
estructuras civiles,
dejamos de ser levadura y no influi- |
mos en la transformación
de la masa, pues no pasamos |
de ser, en medio de ella,
grumos de egoísmo, cerrados y |
extraños al proceso
transformador que necesita. Lo cual |
significa que las
transformaciones políticas y estructura- |
les que se han de
realizar, pueden convertirse en un ver- |
dadero infierno cuando no
van acompañadas, paralela- |
mente, y precedidas por la
transformación del hombre en |
términos de conversión en
el Espíritu». |
Presencia |
cristiana |
en el mundo |
Y he aquí el papel que
hemos de representar los cris- |
tianos. «No podemos pensar
que la comunidad cristiana |
ha de ser considerada como
«un sujeto político», que ha- |
ga de célula en una
determinada y precisa tarea política, |
sino que debe reconocerse
que ocupa un lugar privilegia- |
do desde donde los
problemas políticos y sociales puedan |
ser debatidos, libre de
una aséptica neutralidad, y donde |
se puedan educar
singularmente a los cristianos para que |
si adquieren una presencia
cualificada en las estructuras |
de la participación civil,
puedan trabajar para la promo- |
ción humana, para la
educación en los derechos de la li- |
bertad, para la
democratización de la sociedad, para la |
paz y por la lucha contra
la monopolización ideológica, |
y donde se libra la
batalla para la defensa de la vida, |
del trabajo y de la
humanización de la vida urbana». |
19 (59) |
PASCUA CRISTIANA |
JUEVES SANTO, |
A LAS 8 DE LA TARDE, |
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR. |
VIERNES SANTO, |
1 A LAS 8 DE LA TARDE, |
CELEBRACIÓN |
DE LA PASIÓN DEL SEÑOR. |
SÁBADO SANTO, |
A LAS 11 DE LA NOCHE, |
VIGILIA PASCUAL. |
LA CELEBRACIÓN PASCUAL SE
COMPLETA |
PARTICIPANDO EN LA
LITURGIA DOMINICAL |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri 1
- Apartado 182 Albacete D.L. AB 109/62 3.3.85 |
20 (60) |
|