Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 221. ABRIL. Año 1985 |
SUMARIO |
TANTAS GUERRAS, tantas
hipocresías, tantos caínes, |
tantos rencores. Y tantos
pobres, tantos sufrimientos, |
tantas lágrimas. Sin
embargo, y a pesar de todo, el |
espíritu del hombre no se
rinde. La tentación de los |
que tenemos fe,
consistiría en instalarnos en ella, en apro- |
piarnos de Dios y
proclamar la división maniquea del |
mundo. Pero hay esperanza,
desde que Cristo triunfa de |
la muerte, de la mentira y
del pecado, y disuelve los fari- |
seísmos y fuerza la buena
voluntad de los que acepten las |
bienaventuranzas y se
conviertan en luz del mundo. Es |
posible cambiar el mundo y
preparar el reino de Dios. |
EL SEPULCRO VACÍO |
ELOGIO DE LA LUZ |
DIEZ MANDAMIENTOS PARA EL
DESARROLLO |
HA PASADO EL INVIERNO |
LIBRES DE LA MUERTE |
AGNÓSTICOS DE NUESTROS
DÍAS |
NIÑOS, MEDITACIÓN Y
AMBIENTE FAMILIAR |
1 (61) |
EL SEPULCRO |
VACÍO |
Qui se'ns dreçà |
dins el vas nou |
quan més silenci |
estén la nit? |
Dones fidels |
varen vetllar |
i just a l'alba |
feien ja |
camí, ben juntes |
en el plor, |
fins al misteri |
del llindar. |
Elles demanen sols ajut |
per acomplir la pietat |
d'ungir d'aromes aquell
cos |
que dins el vas saben
posat. |
«Quins dits mourien |
el gran pes de la llosa, |
quan és l'alba? Que
vinguin |
a consolar-nos |
de la buidor vetllada |
unes veus compassives». |
Del tot immòbils, amb
espant |
miren, escolten a després |
ja se'n tornaven a ciutat. |
Però la qui l'estima més |
sent un subtil dolor
sobtat |
quan perd, veient-lo al
seu davant, |
fins alambins de soledat. |
¿Quién se nos alzó |
en el sepulcro nuevo, |
cuando más silencio |
tiende la noche? |
Mujeres fieles |
vieron |
y justo con el alba |
hacían ya |
camino, bien justas |
en el llanto, |
hasta el misterio |
del umbral. |
Ellas piden sólo ayuda |
para cumplir con la piedad |
de ungir de aromas aquel
cuerpo |
que dentro del sepulcro
han colocado. |
«¿Qué dedos moverían |
el gran peso de la losa?
Que vengan |
a consolarnos |
del vacío velado |
unas voces compasivas». |
Totalmente inmóviles, con
espanto |
miran, escuchan y después |
ya se volvían a la ciudad. |
Pero la que más lo ama |
siente un sutil dolor
súbito, |
cuando pierde, viéndolo
ante ella, |
finos alambiques de
soledad. |
Salvador Espriu |
2 (62) |
Elogio |
de la luz |
TODOS los poetas han
cantado a la luz; todo lo bueno del mundo, cuan- |
do se ha querido aureolar
de belleza, se ha envuelto con esta palabra. |
Es como la música, algo
material que los sentidos recogen, pero a la |
vez libre y alada como el
aire, invisible y presente, igual que la vida, |
que la bondad, que la
sabiduría y la fe, que el amor y la santidad. La luz, |
la morada del bien y,
sobre todo, la morada de Dios, y las tinieblas, mora- |
da del mal. Dios mismo se
hizo visible, en Jesucristo, como «luz verdadera |
que ilumina a todo
hombre», y más claramente todavía, afirmaría de sí |
mismo: «Yo soy la luz del
mundo». |
Tal vez por todo esto,
cuando la celebración del misterio de Cristo se |
cierra, la liturgia lo
exalta recurriendo a la metáfora de la luz. La cuares- |
ma nos ha preparado para
la noche pascual, en la puerta esperanzada |
del alba, tras «la espera
de un levantamiento de luz en las tinieblas», como |
diría el poeta. Porque la
luz de Cristo destruye la oscuridad del pecado. |
Desde Cristo, con él, el
hombre puede ser bueno, puede ser santo y puede |
ser feliz. |
La Biblia alaba la luz por
sí misma ―luz de la mañana, luz del cielo, de |
las estrellas, de las
nubes...— como creación divina, y compara amorosa- |
mente al propio hijo «luz
de mis ojos» (Tob 10, 4). Serían numerosas las |
citas de los Salmos, si
recogiéramos la palabra «luz», en sentido de vida, |
de gozo, de sabiduría, de
virtud, de bondad: «La luz de tu rostro, Señor, |
resplandece, está impresa
en nosotros» (4, 7); «Envía tu luz y tu verdad, que |
ellas me guíen y conduzcan
a tu santo monte, hasta tu morada» (43, 3). Tam- |
bién Isaías ve «una luz
grande» que ha de guiar a todos los salvados. En |
sentido propio o figurado,
la palabra o la idea está esparcida un poco por |
todos los textos sagrados.
En los del Nuevo Testamento nos podrían bastar |
los evangelistas Lucas
(16, 8) y Juan (8, 12) con algún pasaje paulino (1ª Tes |
5, 5; Ef 5, 8), donde nos
dicen que somos «hijos de la luz», de la luz que es |
vida prendida por la
gracia, en cada cristiano, e iluminada por la fe, capaz |
3 (63) |
de transformar nuestra
condición natural, como cuando en un paisaje obs- |
curo reaparecen la
animación y las formas si la luz vuelve a inundarlo. Es |
la impresión que la
Iglesia nos invita a experimentar cuando, en la noche |
pascual, nos introduce
desde la calle al templo y escenifica la explosión de |
claridad que ilumina el
recinto para decirnos que Cristo resucitado inau- |
gura un amanecer
resplandeciente de vida, de novedad y de felicidad san- |
ta. ¡Cuán diferente seria
el mundo sí, un día, los cristianos, todos a una, nos |
decidiéramos a creerlo y a
vivir enteramente esta simbología! |
Hace poco más de medio
siglo que falleció el físico Edison, a quien |
tantos inventos debe la
moderna electricidad (entre los cuales la ya prosai- |
ca lámpara eléctrica). Al
despedir el funeral alguien hizo esta observación: |
«Si a una persona le
hubiese sido dado poder observar la tierra, desde un |
lejano planeta, cuando
nació Edison, y pudiera ahora asomarse a contem- |
plarla de nuevo, subiría
de categoría la tierra en la clasificación de las es- |
trellas ―aun sin ser
estrella―, porque la ha enriquecido con millones de |
nuevos resplandores». |
Nosotros podemos pensar:
si todos los cristianos fuésemos, de verdad, |
«luz en el Señor», la
tierra sería, espiritualmente, un sol pequeño, un cielo |
a nuestra misma vera. |
La edad de los sacerdotes |
de la diócesis de Albacete |
En la actualidad, después
de treinta y cinco años de su |
creación, la diócesis de
Albacete cuenta con un número de |
sacerdotes algo superior
al doble de la cifra inicial del año |
1950. Vinieron de otras
partes no pocos, y fue igualmente |
efectiva la labor del
Seminario. A pesar de la crisis de los |
últimos lustros, esta
joven Iglesia cuenta, en el momento |
presente, con 138
sacerdotes diocesanos, distribuidos de es- |
te modo, según la edad: |
De menos de 30 años . . .
4 |
De 30 a 44 . . . . . . . .
. . . . 38 |
De 45 a 59 . . . . . . . .
. . . . 66 |
De 60 y más años . . . . .
. 30 |
Más de la mitad han
rebasado la edad de los cincuenta |
años; casi un centenar los
45; 12 los 70... |
Hay que pedir al Señor que
mande operarios a su viña. |
4 (64) |
DIEZ MANDAMIENTOS |
PARA EL DESARROLLO |
EL DRAMA y la esperanza de |
nuestro tiempo consiste en |
la diversidad existente
den- |
tro de un cuadro global de
desarro- |
llo, en el cual cada
hombre y cada |
pueblo ha de encontrar el
propio |
espacio vital dentro del
gran pue- |
blo que llamamos mundo.
¿Cómo |
lograrlo? |
Eugenio Melandri ha
intentado |
dar una respuesta
direccional, en |
forma de
"decálogo", que resumi- |
mos para nuestros
lectores. |
1 |
No es el hombre para |
el desarrollo, sino el |
desarrollo para el hombre |
Parece obvio, pero no lo
es tanto. |
Con frecuencia el
desarrollo ―o |
ciertas ideologías que
tratan de |
él― se ha convertido
en un fin en |
sí mismo: basta tener en
cuenta la |
política de las ayudas
ofrecidas no |
para remediar el hambre de
los po- |
bres, sino para ventaja de
los paí- |
ses inversores. También,
téngase en |
cuenta el fomento del
desarrollo |
entendido como instrumento
de po- |
der para conducir a los
pobres y a |
los países pobres a la
propia área |
política o ideológica. Las
luchas de |
liberación en los países
del Tercer |
Mundo se instrumentalizan
en este |
sentido. |
Si el fin del desarrollo
fuese el |
hombre, todo cambiaría de
aspecto. |
El papa Pablo VI lo
señalaba en la |
«Populorum Progressio»,
cuando |
decía: «El desarrollo no
se reduce |
al simple crecimiento
económico. |
Para que pueda ser
auténtico des- |
arrollo, debe ser
integral, lo cual |
significa que ha de
encauzarse a la |
promoción de todo hombre y
de |
todo el hombre». |
2 |
El mundo es un gran pueblo |
cuya solidaridad debe ser |
mantenida |
El mundo se nos hace cada
vez |
más pequeño y no cesará de
mos- |
trarse cada vez con
dimensiones |
más reducidas. Quiérase o
no, la hu- |
manidad tiene un destino
común, |
5 (65) |
y todas las divisiones
entre este y |
oeste y norte y sur, si no
se resuel- |
ven pacíficamente, al fin
se acaba- |
ran en perjuicio de todos.
La mis- |
ma soberanía que proclaman
los |
estados es cada vez más
precaria y |
hasta prácticamente
inexistente, a |
pesar de las fórmulas y
solemnidad |
de las declaraciones. Los
organis- |
mos internacionales
claramente de- |
muestran la debilidad en
que se |
apoyan, porque siempre
vence la |
ley del más fuerte y la
razón de la |
amenaza. |
Esto ocurre también a
nivel eco- |
nómico. Ha surgido un
sistema de |
dominio que, con la
división inter- |
nacional del trabajo, se
ha estable- |
cido una discriminación
entre la |
aristocracia de la
transformación y |
los esclavos productores
de mate- |
rias primas. Da igual en
el área lla- |
mada capitalista, que en
la de la |
URSS, con su «capitalismo
de esta- |
do». Se ha proclamado el
dogma de |
la religión industrial, en
la que im- |
porta sobre todo, la
transformación |
de las materias primas en
artículos |
de consumo, y el hombre
sólo co- |
mo consumidor. |
Este dominio existe ya a
escala |
universal, y son los
estados y no los |
pueblos los que lo ejercen
o discu- |
ten. Por ello con vendría,
para un |
cambio futuro, constituir
algo pa- |
recido a una
«internacional de los |
pueblos», no de los
estados y pasar |
del «panestatismo» actual
a un fu- |
turo «panhumanismo». |
3 |
Cada pueblo se desarrolla |
a partir de sí mismo |
Existe una actitud
miserable en |
el que espera que todo se
lo den los |
demás, en el profesional
de la mise- |
ria. Dom Helder Cámara
dice clara |
mente: «Los pueblos pobres
y los |
pobres de los pueblos
saben, por |
experiencia, que sólo han
de con- |
tar con sus propias
fuerzas». Por- |
que nadie desarrolla lo
ajeno, dice |
Albert Tevoedjire. El
desarrollo es |
asunto propio de quien lo
necesita. |
Lo cual significa que, por
más que |
sea difícil la situación
de los pue- |
blos pobres, éstos no
deben esperar |
inactivos a que los demás
les levan- |
ten de la miseria, excepto
en las si- |
tuaciones de emergencia en
las que |
es indispensable remover
con ur- |
gencia la solidaridad
internacional. |
Ayuda bien quien ayude a
que se |
basten, sin substituir el
trabajo y el |
compromiso de los otros,
sino ayu- |
dándolo para que crezca
por sí mis- |
mo. Lo recibido gratis
difícilmente |
se valora, o agradece o
utiliza bien. |
4 |
El solo crecimiento no es |
desarrollo: Deshonra el |
dinero |
«La acumulación de bienes
mate- |
riales que caracteriza al
modelo oc- |
cidental y del cual es
fácil consta- |
6 (66) |
tar el poder de seducción
que tiene |
sobre el Tercer Mundo, no
asegura |
el desarrollo. Es preciso
desmontar |
este espejismo y buscar
otros cami- |
nos, que no sean los del
dinero. |
Cuando se acumulan
riquezas, los |
que las consiguen, buscan,
natural- |
mente, conservarlas y
defenderlas. |
Ello, a la vez, suscita
envidia a quie- |
nes carecen de ellas y la
tentación |
de arrebatarlas, incluso
violenta- |
mente si es preciso. Así
nace la ne- |
cesidad de una policía
poderosa. La |
carrera armamentista se
hace ine- |
vitable. Y si tantos
países del Ter- |
cer Mundo se lanzan a esta
carrera, |
es porque copian el modelo
de las |
sociedades industriales y
se ven, co- |
mo ellas, obligados a
proteger los |
bienes materiales que se
están es- |
forzando en acumular. La
sobera- |
nía de los estados
pequeños siem- |
pre está en peligro». Así
escribe |
Tevoedijre. |
El desarrollo debe ser
integral y, |
por lo tanto, no sólo
económico. No |
el desarrollo para
conseguir más |
dinero, sino el dinero y
la econo- |
mía para el crecimiento
humano. |
5 |
El desarrollo y la paz |
caminan juntos |
Para poder pagar los
armamen- |
tos del mundo actual, es
preciso |
que, cada persona de
nuestro pla- |
neta, sacrifique las
ganancias del |
trabajo de dos o tres años
enteros |
de su vida, como
contribución a la |
enormidad de los gastos
mundiales |
para preparar las guerras.
Los paí- |
ses desarrollados gastan
veinte ve- |
ces más en armamento que
en in- |
versiones en países
pobres. En sólo |
dos días los estados
gastan en ar- |
mamento una cantidad de
dinero |
igual a la que precisa la
ONU y to- |
das sus agencias
especializadas du- |
rante un año entero. Más
de cien |
millones de ciudadanos
viven de |
sueldos pagados
directamente o in- |
directamente por los
ministerios de |
la guerra o de defensa.
Los gastos |
para entrenamiento de los
soldados |
norteamericanos cuestan,
cada año, |
más que la educación de
300 millo- |
nes de niños en edad
escolar en el |
sur del continente
asiático. Con lo |
que cuesta un tanque
moderno, se |
podrían construir mil
aulas escola- |
res para 30.000 muchachos.
El pre- |
cio del submarino Trident
equivale |
al costo de un año de
escuela para |
16 millones de niños de
países sub- |
desarrollados. |
Pablo VI lo dijo: «El
desarrollo es |
el nombre de la paz». Juan
Pablo II |
lo confirmó. El Concilio
también lo |
dijo: «La carrera de
armamentos es |
una de las plagas más
graves de la |
humanidad que hiere de
modo in- |
tolerable a los pobres»
(CS 81). |
Una verdadera acción de
promo- |
ción del desarrollo exige
que, en los |
países desarrollados se
lleve a cabo |
una reconversión
industrial de las |
fábricas de armamento y se
camine |
hacia un verdadero
desarme. |
7 (67) |
6 |
No existe desarrollo |
humano si se rebela la |
naturaleza |
De cara a la naturaleza el
hom- |
bre se ha comportado de
una mane- |
ra voraz, abusando de ella
y devas- |
tándola. La
industrialización, con |
frecuencia, ha sido un
agente de |
destrucción de los
recursos natura- |
les. En 1980, la Unión
internacional |
para la conservación de la
natura- |
leza y de sus recursos
(IUCN), daba |
esta alarma; la capacidad
del plane- |
ta para sostener las
necesidades de |
la humanidad se está
reduciendo |
irremediablemente tanto en
los paí- |
ses desarrollados como en
los paí- |
ses en vías de desarrollo;
en estos |
últimos, cientos de
millones de per- |
sonas de las comunidades
rurales |
se ven obligadas a
destruir sus re- |
cursos necesarios para
liberarles de |
la inedia y de la miseria;
las reser- |
vas de base de las
industrias se es- |
tán agotando; cada vez es
más cara |
la energía de todo tipo;
mientras la |
demanda crece disminuye la
posi- |
bilidad de seguir
suministrando re- |
cursos necesarios para la
supervi- |
vencia de la humanidad. Si
no se |
detiene el proceso
destructor del |
hombre industrial, dentro
de vein- |
te años se habrá
convertido un ter- |
cio de las tierras
cultivables del |
mundo, en prácticamente
calcina- |
das e inservibles...
Degradación del |
suelo, de la foresta,
destrucción sis- |
temática de especies
animales. Y lo |
peor: los países ricos
tienden, cada |
vez más, a trasladar la
instalación |
de sus industrias
contaminadoras, |
hacia las zonas de la
tierra menos |
protegidas, donde los
movimientos |
ecologistas pueden influir
menos |
en las críticas o creación
de obstá- |
culos para sus fines
industriales. |
7 |
No hay desarrollo sin |
diálogo intercultural |
Habrá que admitir que la
única |
cultura no es la
occidental, y que, |
por lo tanto, todo
desarrollo no es |
sinónimo de
occidentalización. De |
donde, como afirma Serge
Latou- |
che, la occidentalización
del Tercer |
Mundo corre el peligro de
acabar |
en una desculturización, o
sea en |
una destrucción pura y
simple de |
las estructuras
económicas, socia- |
les y mentales
tradicionales, reem- |
plazadas por el fardo de
las sobras |
occidentales, destinadas a
la oxida- |
ción. Sería una nueva
forma de im- |
perialismo, incluso
cultural, siem- |
pre injusto. Sería una
invasión asfi- |
xiante que acabaría en el
etnocidio. |
Depauperados del
conocimiento y |
conciencia de la propia
realidad, |
interiormente
desarraigados, los |
habitantes de los países
del Tercer |
Mundo se hallan dispuestos
a iden- |
tificarse con la cultura
occidental a |
través del fetiche del
desarrollo. |
8 (68) |
Desarrollo ha de
significar poner- |
se a caminar juntos: hacia
una meta |
siempre soñada, aunque
todavía no |
alcanzada, llevando a
cuestas, cada |
uno, los propios valores. |
8 |
El desarrollo es un
camino, |
no una meta |
Toda sociedad, aun
considerada |
desarrollada, es sólo una
realiza- |
ción inacabada, una etapa,
no una |
meta. El desarrollo se
trasciende |
continuamente. Tiene
necesidad de |
someter a crítica el fin
logrado para |
poder avanzar adelante, en
un ca- |
mino que no conoce
descanso. No |
existen sociedades
avanzadas y so- |
ciedades atrasadas. Cada
sociedad |
está siempre en retraso
porque está |
llamada a ir más adelante.
Su meta |
(utópica) se dirige a la
plenitud de |
vida humana. Y es aquí
donde los |
cristianos tenemos una
palabra que |
decir, proponiendo como
"meta" |
del desarrollo al hombre
tal como |
se desprende de la
aceptación de |
las bienaventuranzas. |
9 |
También los pueblos ricos |
deben desarrollarse |
Precisamente porque el
desarro- |
llo debe enfocarse en
beneficio del |
hombre, también los
pueblos ricos |
están interesados en él.
La crisis de |
la sociedad occidental,
con los ins- |
tintos de muerte que la
sacuden, |
lun puesto en evidencia,
de modo |
dramático, este principio.
No cabe |
diferenciar los países
entre desarro- |
llados y subdesarrollados,
porque |
todos están en vía de
desarrollo. |
Los del sud mueren de
hambre, los |
del norte mueren de hastío
o triste- |
za. El hombre, situado su
el centro |
del desarrollo pide,
también en las |
sociedades tenidas por
ricas, que |
los países avanzados se
comprome- |
tan en un camino de
desarrollo. |
Por otra parte, este es el
único ca- |
mino para poder iniciar un
auténti- |
co trabajo en beneficio de
los paí- |
ses subdesarrollados del
sud. |
10 |
El desarrollo cambia la
vida |
Los gobernantes de los
países de- |
sarrollados nunca
alcanzarán poner |
en práctica decisiones
políticas va- |
lientes, si les falta el
respaldo de |
una movilización popular
que em- |
puje esta perspectiva. Se
impone |
una revisión del estilo de
vida. Es |
preciso moderar el exceso
que, de |
modo generalizado, tiende
a vivir y |
a gastar por encima de las
propias |
posibilidades. Es preciso
recuperar |
la austeridad como base
para crear |
solidaridad. Desconfiamos
antes de |
lanzarnos al invento de
ese hombre |
nuevo, que no se mida por
lo que |
tiene, sino por lo que es.
Ese realis- |
mo verdaderamente humano
que |
el cristianismo puede
inspirar. |
9 (69 |
HA PASADO EL INVIERNO |
HA PASADO el invierno. Las
saetas oblicuas de las |
golondrinas que cruzan los
cielos, nos anuncian |
que el frío se aleja y
están cerca los días benignos, |
y las tórtolas cantan. En
los valles de tierras cerca- |
nas, los almendros
floridos se han vestido de blanco, como |
cisnes estáticos en medio
del campo; otros árboles, con prome- |
sa de fruto, han abierto
sus brazos a las mil mariposas rosadas |
que se posan libando
dulzura en sus ramas, mecidas apenas |
por el aire que mueve a su
paso el respiro verdeante de la |
siembra que crece. |
Ha pasado el invierno,
cuando hacemos memoria de la |
muerte de Cristo y memoria
del sepulcro vacío, en la muerte |
y en la gloria, en la cruz
y la vida. Ha pasado el invierno, y |
si miramos el campo y el
cielo, nos predican claridad de es- |
peranza. Cuesta menos
creer en la resurrección del Señor, que |
también es la nuestra. Es
primavera más alta, la del espíritu |
del Hijo de Dios en el
mundo, que redime a los hombres de |
males y miedos, pues
también para ellos ha pasado el invierno. |
Ha pasado el invierno del
miedo, como cuando se acaban |
las guerras y sonríe por
fin el hambriento porque hay pan |
para todos. Ha pasado el
invierno, porque Cristo ha librado |
a los suyos de las mismas
miserias por él padecidas. Comulgó |
con los males y penas de
todos nosotros, y quitó el pecado y |
10 (70) |
lo absurdo del mundo. Nos
dejaba su paz, invitaba a su amor, |
convirtiéndolo todo en
verdad que nos salva y libera, trans- |
formando en misterio
divino el sentido de todas las cosas. Des- |
de entonces, si queremos,
no hay envidia ni odio escondido |
en ningún corazón
miserable; ni venganza ni acecho de tur- |
bios proyectos, o
desquites a costa del éxito ajeno, porque |
Cristo ha roto los males
de todos los hombres, que pueden ser |
buenos si creen en él y
hacen suya su cruz y su gloria. Ya tie- |
ne sentido la historia de
cada discípulo suyo, de los más pe- |
queños que se le parecen. |
Ha pasado el invierno, y
la Iglesia, como cepa fecunda en |
la viña del tiempo, se
prepara la cosecha gozosa de vinos, |
cuando al fin del verano,
estrujadas las uvas, se haga fiesta por |
todos. |
Mientras tanto la fe,
todavía nos advierte del peligro de |
hielos y de vientos
feroces. Pero ya es primavera y está pró- |
ximo el día en que el
miedo o tristeza huirá para siempre. No |
es inútil la espera, ni el
cansancio andando caminos abiertos |
al bien no acabado. Sólo
así, si una flor de esperanza nos que- |
da en las ramas del alma,
aun el más pequeño y humilde de |
los hijos de Dios,
parecidos a Cristo, se sentirá rico por den- |
tro, cuando Dios mismo lo
recoja en sus brazos, como flor y |
fruto, en el huerto del
cielo. |
11 (71) |
LIBRES DE LA MUERTE |
LA VIDA del cristiano es
como |
un árbol siempre
florecido, |
siempre sosteniendo en sus |
ramas la esperanza
primaveral del |
fruto prometido. Después
de Cristo, |
todo es esperanza. ¡Hasta
la muerte |
se trueca en resurrección!
Basta con |
que recojamos el sentido
que la fe |
imprime en nuestras vidas.
Ese sen- |
tido aceptado y mantenido
será la |
medida de todo lo bueno
que poda- |
mos hacer. |
Los hombres se miden según |
aquello a lo que dediquen
la vida; |
los santos, por lo que
haya sido su |
muerte. Pero, para todos,
tal es el |
fin según sea el camino
que se siga |
para llegar a él. El santo
es un hom- |
bre que ha mantenido el
sentido |
espiritual de su vida
proyectada |
hacia Dios, hasta la hora
de su |
muerte. |
Cristo es el santo por
antonoma- |
sia, mientras «vuelve al
Padre» y |
no rehúye atravesar el mar
de do- |
lor de su pasión, para que
«el mun- |
do conozca que ama al
Padre» efec- |
tivamente. Esa vuelta
restituyéndo- |
se a Dios, se logra con la
fuerza del |
amor, cuando el amor se
convierte |
―y así se hace
puro― en la expre- |
sión más noble y profunda
de la |
libertad, porque sólo
puede amar |
verdaderamente el que es
libre. |
Cristo nos ha dejado el
ejemplo |
de este amor y nos ha
obtenido la |
fuerza para esta libertad,
que com- |
prende el uso de la vida y
su desti- |
no para Dios. Redimidos,
es decir |
libres y, así, «hijos del
Padre, co- |
mo él. Ese es el amor «más
fuerte |
que la muerte porque
alcanza has- |
ta más allá de la vida. |
Nunca tanto como en
nuestros |
días se han alzado voces
clamando |
por la libertad de todos
los hom- |
bres, tal vez porque nunca
había |
sido tan amenazada, o
porque nun- |
ca tanto como en nuestros
tiempos |
se había podido comprender
cuán |
necesaria era para la
felicidad del |
hombre. Pero solamente
Cristo ha |
sido el gran libertador,
cuyo radi- |
calismo asusta porque lo
pide todo, |
más allá de las simples
redistribu- |
ciones materialistas y más
allá de |
las manipulaciones
farisaicas. Por- |
que se trata de una
libertad que |
ha de ser empleada en el
bien, en |
el amor. Solamente así
colma la |
vida y alcanza hasta más
allá de la |
vida. |
12 (72) |
AGNÓSTICOS |
DE NUESTROS DÍAS |
A RAÍZ de los cambios
políticos que se han obrado en la sociedad espa- |
ñola, en estos últimos
años, se han multiplicado las declaraciones de |
agnosticismo por parte de
aquellas personas que, o bien se hallaban |
en una situación
espiritual simplemente ajena a la fe religiosa o que, por las |
razones que fueran,
querían eludir una definición que les comprometiera, |
frente a los demás, tanto
en pro como en contra de la confesionalidad cristia- |
na, que es la dominante,
en nuestra sociedad. El caso es que casi se ha pues- |
to de moda, en ciertos
ambientes y situaciones, el declararse "agnóstico", |
tanto si se trata de una
inhibición estratégica, como de una sincera posición |
mental, como de una
cobardía negligente o simplemente de ignorancia incon- |
fesable y vergonzosa.
Ejemplos de todos los matices podríamos encontrarlos |
no lejos de nosotros:
desde la honestidad del que busca a Dios y cree que |
todavía no lo encuentra,
hasta el que desprecia y huye de todo planteamiento |
trascendente. Sería
lástima que, como antaño algunos se declaraban "católi- |
cos de toda la vida",
sin profundización alguna o por puro oportunismo, aho- |
ra muchos cedieran a
parecida inercia sociológica y se escudaran, mental- |
mente perezosos, en lo que
llaman "agnosticismo". De cualquier modo, no ca- |
rece de interés que
saquemos aquí el tema. |
Qué es |
la "Gnosis" |
No tenemos la pretensión
de resumir un capítulo de la |
historia de la filosofía;
pero sí que será preciso que diga- |
mos una palabra sobre el
origen y lo que se entiende por |
agnosticismo, que comenzó
siendo un movimiento religio- |
so anterior al
cristianismo, no contrario, por lo tanto, a |
la religión, sino crítico
y superador de las existentes, con |
la pretensión de ofrecer
un camino para llegar al conoci- |
miento divino y a la misma
visión de Dios. En realidad, |
"gnosis" quiere
decir «conocimiento». |
13 (73) |
Lo más importante y
característico del gnosticismo no |
era sus ritos y prácticas
y la predilección con que trataba |
al grupo de los selectos o
iniciados, sino la promesa de |
llegar a la infalible
salvación espiritual y al acceso a |
Dios por la fuerza de la
sola razón. Si adquirió importan- |
cia entre las generaciones
de intelectuales del siglo II |
antes de Cristo hasta el
III y IV cristianos, fue porque |
respondía a los grandes
problemas que siempre se ha |
planteado el hombre
reflexivo: la significación del mal, |
la existencia y sanción
del pecado, la posibilidad de la |
salvación, la inmortalidad
del alma. |
Gnosis y |
cristianismo |
Los agnósticos, al
cruzarse con el cristianismo, preten- |
dían que los apóstoles
habían enseñado una doctrina eso- |
térica, o secreta, para
los escogidos, que era precisamente |
la gnosis, y que la simple
fe, tal como la entendía la Igle- |
sia, se reservaba sólo
para los hombres rudos, como una |
especie inferior de
conocimiento. Pretendían explicar la |
existencia del mal por la
oposición materia-espíritu, que |
se daba también en el
hombre (de donde resultaba conta- |
minada por el
"pecado"), pero que había que resolver por |
el triunfo del espíritu
sobre la materia (o principio del |
mal). Las consecuencias
morales del dualismo que predi- |
caban conducía a
verdaderas aberraciones, pues vivían |
sin freno de ninguna clase
o se dedicaban a prácticas as- |
céticas antinaturales.
Como antes había hecho con el pa- |
ganismo y el judaísmo,
ahora pretendía también con el |
cristianismo introducirse
en él para corregir y completar |
la fe por medio de un
superior conocimiento esotérico ela- |
borado por la ciencia.
Pero esta filosofía religiosa, inde- |
pendiente de la fe,
desnaturalizaba el mensaje cristiano, |
Es cierto que el progreso
actual de las ciencias y de la técnica, las cua- |
les, debido a su método no
pueden penetrar hasta las intimas esencias |
de las cosas, pueden
favorecer cierto fenomenismo y agnosticismo cuan- |
do el método de
investigación usado por estas disciplina, se considera |
sin razón como la regla
suprema para hallar la verdad. Es más, hay el |
peligro de que el hombre,
confiado con exceso en los inventos actuales, |
crea que se basta a sí
mismo y deje de buscar ya cosas más altas. |
VATICANO II, IM 57 |
14 (74) |
que entiende por
"verdad" el testimonio neotestamen- |
tario de Cristo, en el
cual esa verdad es también gracia, |
que se abre generosa y se
da al hombre. Es en esa ver- |
dad del Evangelio, dice el
teólogo Emil Brunner, donde |
el hombre encuentra a Dios
"verdad y don a la vez". |
La fe y |
la razón |
No es la razón la que
supera la fe, sino la fe la que supera, |
sin negarla, la razón.
Seguramente el nudo de los errores |
de esta primera herejía
con la que tuvo que enfrentarse |
el cristianismo, está en
esta distinción. Herejía que pro- |
liferó en muchas otras y
que, de algún modo, se encuentra |
latente en todas las
posteriores, las cuales, frente a la |
concepción cristiana de la
verdad, se mueren o basculan |
entre la fundamentación
conceptual naturalista-positivis- |
ta y la
idealista-especulativa. San Pablo tiene presente a |
los agnósticos cuando
escribe a los Colosenses, a los Efe- |
sios y en las cartas a
Timoteo: los llama embaucadores |
(2.4 Tim 4, 4), «que se
hacen pasar por inspirados» (1." 4, |
1), «que nadie os
esclavice ―dice a los Colosenses, 2, 8― |
con la vana falacia de una
filosofía, fundada en tradicio- |
nes humanas, según los
elementos del mundo y no según |
Cristo». Y en otros
lugares del N.T. encontraríamos pasa- |
jes que demuestran con qué
energía reaccionó el cristia- |
nismo de la primera
generación contra esta mezcla de |
filosofías. |
San |
Ireneo |
Eran los obispos, en cada
diócesis donde los |
errores surgían, los que
impugnaban las desviaciones doc- |
trinales que querían
introducir los agnósticos. En este |
caso, el más notable fue
san Ireneo de Lyon, discípulo |
de san Policarpo (y éste
de san Juan Apóstol), quien en |
el siglo II no solamente
hizo frente a la gnosis en su obra |
generalmente conocida como
Adversus Haereses, pero |
cuyo título original era
Exposición y refutación de la |
falsamente llamada
Ciencia, sino que dejó la pauta |
para toda comprobación de
la ortodoxia cristiana: la de |
recurrir a los orígenes de
la Iglesia, a los Apóstoles y lo |
que ellos enseñaron, y
para que sea fácil a lodos, a la |
Iglesia en que aquéllos
convergen, la de Roma. |
Agnósticos |
de hoy |
Ya puede verse cómo, en la
actualidad, cuando al- |
guien se autocalifica de
agnóstico, difícilmente podría |
considerarse entroncado
con aquellas filosofías, a no ser |
que nos limitáramos a
recoger la sola vertiente raciona- |
lista que ha persistido
como secuela y proliferaciones |
mil. En nuestros días,
agnosticismo quiere significar un |
15 (75) |
estado equivalente al
ateísmo o a la indiferencia religio- |
sa; en los más lúcidos y
estrictos, quiere decir un estado |
de búsqueda no concluida,
de todavía inseguridad inte- |
lectual, mientras se
espera y desea salir de la duda; quie- |
re decir que todavía el
desenlace podría resolverse en un |
sentido u otro, y no por
el cultivo de la duda sistemática, |
sino porque honestamente
no se acaba de ver o percibir |
la deseada luz. Por otra
parte, como nos recordaba el |
mes pasado en estas mismas
páginas, el profesor Cruz |
Hernández, «la permanencia
racional en la suspensión es |
casi imposible» y por ello
la casi totalidad de los que se |
declaran agnósticos son,
en realidad, ateos. |
Los "cristianos |
anónimos" |
El teólogo jesuita Karl
Rahner, sin embargo, expuso |
su teoría sobre lo que él
llamaba los cristianos anóni- |
mos», aquellas personas
naturalmente justas, deseosas de |
la verdad y buscadoras de
su luz, que si no la han confe- |
sado con toda explicitud,
la han vivido honradamente en |
la medida en que iban
avanzando en su búsqueda, de la |
que jamás renunciaron,
hasta asumir, prácticamente, un |
estilo de vida evangélico.
Hace unos días que, desde las |
páginas de un rotativo
madrileño, otro jesuita, el p. Alco- |
ver Ibáñez, no dudaba en
aplicar esta denominación de |
agnóstico honesto y
respetuoso, al poeta recientemente |
fallecido, Salvador
Espriu, que fue, según él, uno de estos |
hombres, que amó la vida
desde su enfermedad continua; |
le preguntó a la vida
desde una preocupación irrefrena- |
Cada laico debe ser en el
inundo un testigo de la resu- |
rrección y de la vida del
Señor Jesús y una señal del |
Dios vivo. Todos juntos y
cada uno de por sí deben ali- |
mentar al mundo con sus
frutos espirituales (cf. Gal 5, |
22) y difundir en él el
espíritu de que están animados |
aquellos pobres, mansos y
pacíficos, a quienes el Se- |
ñor en el Evangelio
proclamó bienaventurados (cf. Mt |
5. 8-9). En una palabra,
«lo que el alma es en el cuer- |
por, esto han de ser los
cristianos en el mundo». |
Vaticano II, LG 38 |
16 (76) |
da, vivió la vida
desde una santidad laica admirable. |
«He aquí un modelo ético
―concluía― para una socie- |
dad ha abandonado la ética
como forma de existen- |
cia». |
Abrir |
a Dios |
Había dicho, hace apenas
un año, Salvador Espriu: |
«No afirmo no niego si hay
un más allá, pero estoy abier- |
to a la posibilidad de que
todo termine o empiece». Y, |
en sus últimos días,
agradecía las oraciones que por |
le prometía un sacerdote
amigo, «porque las necesito |
mucho». |
Lector asiduo de la Biblia
y de la Comedia de Dan- |
te, es imposible
adentrarse en su poesía y prescindir de |
su vertiente religiosa.
Tal vez era demasiado exigente |
consigo mismo, él, que
entendía la vida y la poesía como |
«una preparación para la
muerte», y demasiado respe- |
tuoso con Dios y con los
valores a veces escarnecidos por |
los mismos que blasonan de
creyentes, de los que Dios |
ha de pedir cuentas cuando
pregunte a todos, y especial- |
mente a los sabios y
poderosos, cómo han tratado a los |
más humildes, o,
simplemente, a aquellos que, por haber |
preferido la belleza al
poder, los libros a las armas, o el |
trabajo a la holganza, han
sido asaltados por los bribones |
de la historia, que hacen
tabla rusa de los derechos aje- |
nos y reducen el nombre de
Dios, si se les ocurre invocar- |
lo, a puro instrumento de
poder y de gloria terrena. |
Ejemplo |
ético |
de Espriu |
Desde las páginas del YA,
el p. Alcover Ibáñez opina- |
ba hombres como el poeta
fallecido, «nos preguntan |
si nosotros, quienes
creemos, quienes tenemos este don |
admirable, somos
coherentes con él o por el contrario lo |
vamos perdiendo en la
vulgaridad de la existencia. Que |
éste es nuestro peligro:
tener lo ansiado y no vivirlo an- |
isadamente. Mientras que
el agnóstico padece inevitable- |
mente, si es sincero
consigo mismo, la pasión del interro- |
gante. En cualquier caso,
cl agnóstico sincero interpela |
al creyente. Y el creyente
también sincero puede aportar |
al agnóstico el testimonio
de una fe que da sentido ple- |
nificante a toda la vida.
Éste es el espléndido intercambio |
entre uno y otro, ambos
caminos de la eternidad y del |
encuentro con el Señor de
la vida... Porque Dios, contra |
lo que algunos creen,
acepta en su casa a todos aquellos |
que, tal vez en el dolor
del interrogante, persiguieron su |
verdad, aunque nunca
llegaron a descubrirla. La justicia |
17 (77) |
de Dios, desde una
perspectiva cristiana, se diluye en la |
paternidad divina». |
La gracia |
de creer |
No es por la fuerza de la
razón, sino por la gracia de |
Dios que se llega a la fe.
Y el camino hacia ella exige |
un profundo respeto.
Newman se alarmaba ante la faci- |
lidad con que algunos
decían que iban a convertirse a |
causa de la conmoción
producida en el anglicanismo por |
el llamado «Movimiento de
Oxford». Una vez dijo: «Hay |
personas que lo creen
todo... porque no creen nada». |
Millones de dólares. |
Un solo acto de amor vale
más que todo el dinero del mundo. |
No digamos lo que vale una
vida de amor. Pero, ¿qué es el amor? |
Muchos de los que siempre
lo tienen en boca no se han parado |
a meditarlo. Y van por la
vida, con esa palabra en los labios, pe- |
ro tienen seco el corazón.
¡Cuántas películas, cuántas canciones, |
cuántas novelas,
convertidas en negocio, en vanidad mundana, |
en eso que se le llama
"triunfo"! |
Sin por ello querer juzgar
a la protagonista, viene a cuento |
una anécdota de Rita
Hayworth, hace unos años, ocurrida preci- |
samente en España. Le
gustaba España, Andalucía, los toros... Un |
día, sin embargo, tuvo un
capricho y, dejando por un momento |
sus ocupaciones mundanas y
los avatares en que se ocupan los |
periodistas del corazón,
quiso visitar una leprosería. Recorrió las |
salas y se detuvo junto a
una cama en la que una religiosa hos- |
pitalaria estaba curando a
una enferma, aquejada de terribles |
llagas purulentas y
deformes. La famosa actriz pudo, apenas, con- |
tener una expresión de
angustia y repugnancia, mientras el ho- |
rror sacudía su espíritu.
Al fin, con profunda sinceridad exclamo: |
―¡Esto no lo haría
yo ni por un millón de dólares! |
La religiosa, sin perder
la calma, le respondió sonriente: |
―Yo tampoco. |
Cierto, el dinero no es la
medida de todo, ni mucho me- |
nos de lo mejor. Ocurre,
sin embargo, que nos cuesta admitirlo, |
o, aun admitiéndolo, nos
cuesta llevarlo a la práctica. |
18 (78) |
NIÑOS, MEDITACIÓN |
Y AMBIENTE FAMILIAR |
DESDE la tierna infancia
está |
el niño sujeto a numerosas |
influencias indirectas que |
pueden ser favorables o
perjudi- |
ciales a la evolución de
su vida |
meditativa. |
Juega desde luego un papel
im- |
portantísimo el ambiente
familiar. |
Donde el niño encuentra
espacio |
para ocupar sus facultades
de me- |
ditación natural, la vida
meditativa |
se desarrollará
felizmente. El niño |
tomará más conciencia de
sí y de |
sus experiencias. Forman
este am- |
biente favorable la
conversación |
reflexiva con el niño, los
cuentos, |
las lecturas comentadas,
el hojear |
las figuras de los libros;
una atmós- |
fera familiar tranquila y
alegre en |
la que el niño puede pasar
ratos |
alegres y silenciosos; la
confianza |
mutua; los hogares donde
el niño |
encuentra diversiones
sencillas, pa- |
satiempos no enervantes,
gusto por |
pequeños placeres, donde
se jue- |
ga en común y se celebran
las fies- |
tas familiares, se hacen
pequeños |
trabajos, se toca la
música; donde, |
en una palabra, abundan
las ale- |
grías y los gustos
formativos y es- |
pirituales. La vida
religiosa del ho- |
gar, la piedad de la
familia muchas |
veces contienen en germen
lo que |
es preciso para el
desarrollo y cul- |
tivo de su interiorización
religiosa. |
Sin embargo, es hostil a
la evolu- |
ción de la vida meditativa
el am- |
biente de intemperancia,
de excita- |
ción, de superficialidad
de banali- |
dad de muchas familias; el
lujo in- |
moderado, los mimos y la
condes- |
cendencia excesiva, que
son una |
deformación del verdadero
cariño |
a los hijos: disensiones
familiares; |
la prisa y el afán; la
frecuentación |
de los cines, las largas
sentadas an- |
te el televisor y el
desenfreno de la |
radio; los viajes
vertiginosos en au- |
tomóvil, todas las
impresiones fuer- |
tes; en una palabra,
aquellas viven- |
cias numerosas y rápidas
que el |
niño no puede digerir e
imposibili- |
tan la meditación natural.
Todo lo |
que perturbe la
tranquilidad y el |
orden interior del alma es
perjudi- |
cial al desarrollo de las
facultades |
meditativas de los niños. |
Desde el punto de vista
puramen- |
te natural, el niño siente
una autén- |
tica necesidad de
profundizar lo |
que ve, elaborar lo que
oye, coor- |
dinarlo todo y armonizarlo
con su |
vida, dar una respuesta a
las nove- |
dades que se le ofrecen.
La continua |
afluencia de estímulos
externos, así |
como una postura falsa
adquirida |
ante la vida, puede
atrofiar y hasta |
matar esa necesidad
natural. |
Klemens Tilmann, C. O., |
Prof. de la Universidad de
München |
19 (79) |
Esta vida mortal es, a
pesar de las fatigas, de |
Oscuros misterios, de sus
sufrimientos, de |
su fatal caducidad, un
hecho bellísimo, un pro- |
digio siempre original y
conmovedor, un suceso |
digno de ser cantado con
gozo y gloriosamente: |
¡la vida, la vida del
hombre! Ni es menos digno |
de exaltación y de feliz
sorpresa todo lo que cir- |
cunda al hombre: este
mundo inmenso, misterio- |
so, magnífico,
estupendo... construido por la sa- |
biduría de Dios. Si, te
saludo y felicito hasta el |
último instante de mi
vida, con inmensa admira- |
ción y gratitud: todo es
un don; más allá de la |
vida, más allá de la
naturaleza y del universo es- |
tá la Sabiduría; y lo diré
luego, a la hora de la |
despedida (de la muerte)
luminosa, ¡está el Amor! |
Pablo VI |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congragación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri 1
- Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 7.4.85 |
20 (80) |
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