Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 222. MAYO. Año 1985 |
SUMARIO |
LOS SANTOS son la gloria
de Dios y la alegría de la |
Iglesia. Son el milagro de
la gracia, como si Cristo |
andara todavía por los
caminos del mundo, porque |
lo reproducen y lo
proyectan con sus propias vidas. |
Sensibilizan la eficacia
de la presencia del Señor entre |
nosotros. A veces
dolorosamente para ellos, pero siempre |
como una consolación y un
estímulo providencial para |
nosotros. Por esta razón
evocamos su recuerdo y quere- |
mos ser fieles a su
ejemplo acercándonos, con ellos, al |
Señor de todos, haciendo
camino con la Iglesia. |
«MI SANTO» |
EL ESPÍRITU |
QUÉ ES EL ORATORIO |
CUANDO NIEVA EN ROMA |
TRES IGLESIAS ROMANAS DE
SAN FELIPE |
1 (81) |
«MI SANTO» |
BIEN MIRADO, es hermoso
que haya tantos san- |
tos: así cada creyente
puede elegir el suyo y |
dirigirse con plena
confianza al que prefiere. |
Hoy era la fiesta del mío,
y la he celebrado |
con gozoso fervor, tal
como corresponde a su |
espíritu y enseñanzas.
Felipe Neri ha dejado |
una gran fama y un alegre
recuerdo. Es a la vez |
consolador y edificante
oír hablar de él y de su |
gran piedad; pero también
se cuentan muchos |
detalles que se refieren a
su buen humor. |
Desde los primeros años de
su juventud di- |
rigió lo más profundo de
su ser hacia lo alto, |
lo sublime; y en los
subsiguientes períodos de |
su vida en la tierra,
fueron desarrollándose los |
más nobles rasgos de su
religioso entusiasmo. |
A muchas extraordinarias y
misteriosas ener- |
gías, que superaban el
dominio de lo sensible, |
él unió un clarísimo
conocimiento y el más pu- |
ro juicio, la más activa
buena voluntad, más |
allá del desprendimiento
de las cosas munda- |
nas; una gran habilidad
para ayudar a sus dis- |
cípulos en sus males del
alma o del cuerpo. De |
este modo se empleó en su
apostolado con los |
jóvenes, con la práctica
de la música y la litera- |
tura, prescribiéndoles
tareas no sólo de carác- |
ter religioso, sino
también intelectuales o bien |
ocupándoles en animadas
conversaciones y |
coloquios. Y todo se hacía
de buena voluntad y |
por su propia autoridad. |
Johann W. Goetheen su
Viaje a Italia, |
nota del 26 de mayo de
1787, en Nápoles |
2 (82) |
El Espíritu |
NOS ADMIRAMOS de los
santos; quisiéramos conocer mejor qué pensa- |
ron, qué hicieron, cómo
alcanzaron colmar su vida con el pensamien- |
to y el amor de Dios. No
faltan los coleccionistas de milagros y hechos |
prodigiosos, los que
indagan lo más extraordinario de sus obras o |
del heroísmo de sus
virtudes, en busca siempre del misterio o secreto de la |
santidad. En casi todos
los santos es posible hallar caudal bastante de da- |
tos para satisfacer tales
curiosidades y justificar la devoción que se les |
profesa. También en
nuestro Padre san Felipe Neri. Pero en seguida, en |
él, nos damos cuenta
―por lo que desprecia en sí mismo y lo poco que lo |
considera en los
demás― que lo principal de la santidad no puede estar en |
los detalles de prácticas,
milagros u obras buenas realizadas (que es, por |
otra parte, lo que más
admira la vulgaridad piadosa), sino la intensidad de |
la propia vida espiritual,
de la que el resto puede ser una derivación o |
medio o elemento a
integrar. |
Es posible acercarnos a la
figura de san Felipe y estudiar sus obras y |
reflexionar sobre su
estilo y modos de actuar y tratar con las personas; es |
posible hacer un análisis
para explicarnos cómo llegó a transformar la |
entera ciudad de Roma, y
podríamos recoger datos de las muchas conver- |
siones obradas por él, a
la vez que reflorecía la piedad sincera, la predi- |
cación sencilla, la
liturgia y las obras de caridad, en el ambiente por él |
creado y proyectándose en
el resto de la Urbe. Pero todo esto no sería lo |
principal. |
Cuando buscamos
explicaciones al sentido fundamental de su vida y |
acudimos a los testimonios
de los más cercanos y fieles, nos damos cuenta |
que en Felipe hubo un
momento en que se sintió tomado por Dios y que |
esta experiencia
transformó todo su ser. Esta experiencia mística tuvo |
lugar en las catacumbas de
san Sebastián, en la cumbre de su vida de |
seglar, a la edad de 29
años, mientras se preparaba fervorosamente para |
la pascua de Pentecostés
de 1544. Se sintió invadido por el Espíritu de Dios, |
3 (83) |
con una fuerza que
superaba en mucho el impulso que ya, en su adoles- |
cencia, y en lo que
podríamos llamar su «primera conversión» experimento |
en la capilla de la
Santísima Trinidad, o de la «Montagna Spaccata», cerca |
de Gaeta, a punto de
abandonar la protección y la herencia de sus tíos de |
san Germán, e ir a Roma
para permanecer allí hasta la muerte. Este fenó- |
meno pentecostal y
arrebatador, señaló toda su vida y tuvo, incluso, huella |
física en su corazón,
desmesuradamente dilatado, sujeto a frecuentes y ex- |
traordinarias
palpitaciones ―aneurisma―, hasta arquear dos de sus costi- |
llas, como comprobaron los
médicos en la autopsia, cincuenta años más |
tarde. |
Pero dejemos los detalles
y efectos físicos del don recibido, y olvide- |
mos incluso ese cuidado
que tenía en distraerse adrede para que no le |
arrebatara el pensamiento
de Dios, con emoción que no podía disimular, |
y que le confundía y le
hacía sufrir. «El que desea éxtasis y visiones no |
sabe lo que desea», solía
decir. Pero también decía: «El que ama o quie- |
re a otra cosa que no sea
el mismo Señor, es un loco y no sabe lo que |
quiere». |
. |
La santidad, propiamente,
no es el resultado de una ascesis, o el pre- |
mio del esfuerzo, o la
meta de un camino fielmente seguido, en busca de la |
suprema bondad. La
santidad es Dios mismo, descubierto en mí; es sor- |
prenderse y agradecer ese
don del Señor que él mismo se da, y recoger |
en seguida todas las
fuerzas de la vida para responder totalmente con ella |
& Dios. En esta
respuesta agradecida habrá lugar y hasta precisión del |
propio esfuerzo, porque la
donación que responde a la gracia ha de ser |
generosa y total; pero lo
esencial es la gracia, el don de Dios y Dios mismo |
en mí. |
Esto se da en todos los
verdaderos santos y, muy manifiestamente, se |
da en nuestro Padre san
Felipe Neri, arrebatado por el Espíritu de Dios, |
que llenaba su corazón. |
Para san Felipe, el
director o guía de almas, no se ha de |
colocar delante de ellas
para llevarlas tras de sí; porque el |
que las lleva es el
Espíritu Santo. Su oficio es más bien ir |
detrás y mirar a Dios que
va delante, y tan apartado que |
apenas se le puede
percibir. En él debe fijar los ojos el |
director para hacer seguir
con todo esmero, al dirigido, |
las sagradas pisadas que
tras sí deja el pie divino. |
P. Frederick William
Faber, C. O. |
4 (84) |
Qué es |
el Oratorio |
EL ORATORIO, técnicamente, |
Es «una sociedad de vida |
apostólica, de derecho
ponti- |
ficio», que forma, en la
iglesia de |
Dios, una confederación de
casas |
autónomas, cuyos miembros
están |
ligados a ellas sin la
profesión de |
votos. Cada una de estas
casas se |
llama «Congregación», y
toma el |
nombre de la ciudad en que
está |
establecida. Actualmente
existen |
Congregaciones del
Oratorio en |
varias ciudades de Italia,
España, |
Alemania, Polonia,
Inglaterra, Aus- |
tria, Suiza, Canadá,
Estados Unidos |
de América, México,
Colombia, |
Costa Rica, el Salvador y
Chile. En |
Francia el Oratorio forma
una or- |
ganización estructurada a
nivel |
centralizado y nacional,
ideada por |
el cardenal Bérulle, en
1611, dis- |
tinta del Oratorio de San
Felipe, |
pero relacionada
fraternalmente |
con los demás Oratorios
del mun- |
do. |
Durante los siglos XVII y
XVIII |
el Oratorio conoció un
gran desa- |
rrollo, que las
revoluciones sucesi- |
vas truncaron y, así, en
Portugal, |
fueron suprimidos de cuajo
por |
Pombal; también sufrieron
grandes |
depredaciones los
Oratorios italia- |
nos durante el
Risorgimento (1859- |
70), y en España no menos,
con las |
desamortizaciones*. Sin
embargo, |
en compensación, surgió la
figura |
de Newman con la fundación
de |
los Oratorios en
Inglaterra, que |
luego inspirarían otras
fundacio- |
nes en América y
representarían |
una renovación espiritual
de la |
idea de san Felipe. Por
otra parte, |
la renovación jurídica
interna em- |
prendida en 1933 por deseo
de la |
Santa Sede, ha dado medios
para |
una mejor protección legal
y ha |
* El primer Oratorio
fundado en España fue el de |
Valencia, en 1645.
Relativamente cerca de Albacete [1] |
también existieron los de
Cuenca, Villena y |
Murcia. |
5 (85) |
representado un verdadero
resur- |
gimiento, condensado en la
forma |
confederada establecida
entre to- |
dos los Oratorios, que no
obsta a |
la autonomía de los
mismos, pero |
que los relaciona en
beneficio posi- |
tivo para todos. |
Pueden ser miembros del
Orato- |
rio aquellos que reúnan
las con- |
diciones requeridas,
tengan buena |
intención, deseen
permanecer en |
él «hasta la muerte» y
sean acepta- |
dos por la casa que los
admite. La |
ausencia de votos
religiosos no |
puede entenderse como una
relaja- |
ción de la exigencia de
practicar |
las virtudes de la
perfección evan- |
gélica. La práctica de los
consejos |
evangélicos no exige que
ésta se |
derive de la emisión de
votos. En |
realidad la generalización
de los |
votos religiosos de
pobreza, obe- |
diencia y castidad, sólo
data del |
siglo XVI, cuando resulta
que la |
vida de perfección
evangélica exis- |
tía en la Iglesia, de
forma no sólo |
espontánea, sino
organizada, desde |
los primeros siglos,
aunque no se |
mentaban los votos. En
Occidente, |
el gran impulsor de la
misma sería |
san Benito, en el siglo V,
con la |
proliferación de
monasterios que |
invadieron Europa y
transforma- |
ron la barbarie en
civilización cris- |
tiana. |
En nuestras Constituciones
se |
nos exhorta a seguir el
modelo de |
la primera comunidad
cristiana, la |
de los Hechos de los
Apóstoles, y a |
no olvidar que, a pesar de
la nece- |
sidad de no despreciar la
obser- |
vancia de la propia
ordenación |
jurídica, la Congregación
del Ora- |
torio depende más del
espíritu de |
caridad que de la ley, tal
como |
quería san Felipe. «Me
basta la ca- |
ridad», decía cuando le
pregunta- |
ban por la forma de
gobernar a |
los suyos. |
Aquellos cristianos que,
al prin- |
cipio de la Iglesia,
renunciaban a |
la vida del mundo y se
entregaban |
por entero a la alabanza
de Dios y |
al servicio del Evangelio,
se decía |
que llevaban «vida
apostólica». |
Ahora resulta consolador,
para no- |
sotros, que el nuevo
Código de de- |
recho canónico haya
elegido para |
denominar la forma
jurídica de |
vida de perfección
evangélica que |
nos reúne, precisamente la
de «so- |
ciedad de vida
apostólica», que fue |
la primera manera de
nombrar a |
quienes se consagraban a
la vida |
de observancia del
Evangelio, en |
la Iglesia. |
El Oratorio es una
institución |
de derecho pontificio,
desde sus |
mismos orígenes, por
voluntad del |
papa Gregorio XIII, en
1575, nun- |
ca desmentida por sus
sucesores. |
Ello significa que, en su
régimen |
interno y en la
especificidad de su |
dedicación a las obras que
le son |
propias y le dan razón de
ser, na- |
die puede intervenir para
modifi- |
6 (86) |
car su naturaleza o
alterar sus fines |
dado que ello se reserva
exclusiva- |
mente a la Santa Sede. |
Cada casa o Congregación
se go- |
bierna por sí misma, de
acuerdo |
con las Constituciones
recibidas de |
la Santa Sede para todas
ellas, y |
elige a su superior, que
llama Pre- |
pósito o, más
familiarmente, Padre, |
el cual permanece en el
cargo du- |
rante el tiempo fijado en
las Cons- |
tituciones, aunque es
reelegible. El |
Prepósito es el encargado
de ejecu- |
tar los acuerdos de la
Congrega- |
ción y de dirigirla de
acuerdo con |
las reglas propias del
Oratorio. |
Cada casa o Congregación
tiene |
sus propios miembros y
cuida de |
sus propias vocaciones.
Cada miem- |
bro de una casa permanece
siem- |
pre en la misma, salvo
casos ex- |
cepcionales, como puede
ser auxi- |
liar temporalmente a otra
Congre- |
gación necesitada, o
emprender la |
fundación de una nueva.
Pero aun |
en estos casos, hay que
respetar la |
autonomía de las casas o
Congre- |
gaciones, unas de otras, y
la liber- |
tad de los sujetos de cada
una de |
ellas. |
Lo que venimos diciendo
expli- |
ca cómo cada Congregación,
per- |
maneciendo con idéntica
estructu- |
ra respecto de las demás,
posee ca- |
racterísticas propias, por
razón del |
lugar y otras
circunstancias que |
hayan concurrido matizando |
vida y apostolado y, así,
podemos |
citar el ejemplo de un
Oratorio |
misionero, como el de
Chile, al la- |
do de otro dedicado al
apostola- |
do entre la juventud
universitaria |
como el de Pittsburgh en
USA; o el |
ejercido en orden al
ecumenismo |
y las conversiones por los
Orato- |
rios ingleses, junto al
popular y su- |
burbial de algunos
mexicanos. Pe- |
ro en todos ellos
comprobaremos |
cómo es el cultivo de la
oración, |
desprendida de la lectura
y trato |
de la Palabra de Dios,
como en |
una escuela para
edificación de |
los espíritus; cómo la
Liturgia que |
toma como centro la
celebración |
de la Eucaristía,
estimulando al a- |
mor y a las obras de bien;
cómo la |
predilección por la
juventud, en la |
alegría y el espíritu de
servicio, y |
el buen gusto, y la
cultura sin afec- |
tación vanidosa, y el arte
como luz |
de la verdad, que hace
amable la |
misma vida y la dispone
pacífica- |
mente para el buen orden
querido |
por Dios en el mundo, de
alguna |
manera se ensamblan sin
aparien- |
cias de rigores
sistemáticos, como |
espontáneamente, creando
una at- |
mósfera respetuosa y
familiar al |
mismo tiempo, amparada por
la |
sombra bendita de la
figura de san |
Felipe, al que siempre hay
que acu- |
dir como referencia
necesaria, por- |
que creía más en la vida
que en las |
leyes, más en la buena
voluntad |
que en los sistemas, más
en la sin- |
ceridad y la humildad de
servicio |
que en las grandes
organizaciones |
7 (87) |
y en los poderes, aun
justificados, |
de este mundo. |
Algunos que se han
acercado al |
Oratorio sin alcanzar el
espíritu |
que le dio origen, han
creído que |
se trataba de una fórmula
demasia- |
do laxa, útil apenas para
dar cabi- |
da a sujetos que andaran
en busca |
de una
"solución" decorosa y rela- |
tivamente independiente,
dentro |
de la misma Iglesia. Pero
se equi- |
vocaron. Para ser un buen
orato- |
riano se precisa verdadera
"voca- |
ción" y madurez
personal, sin lo |
cual el que se atreviera a
imitar la |
vida oratoriana sin haber
sido ver- |
daderamente llamado a
ella, se en- |
contraría muy pronto como
un ex- |
traño, debatiéndose entre
las co- |
rrientes de las
estructuras propias |
de los
"religiosos" o las de la inde- |
pendencia individualista,
inasimi- |
lable en un equipo de
Iglesia. Un |
ilustre humanista, el
doctor Barre- |
ra, había dicho que en la
Iglesia |
de Dios se daban dos
clases de vo- |
cación difícilmente
comprensibles |
para la mayoría y
fácilmente tri- |
vializables: la de los
cartujanos y |
la de los hijos de san
Felipe, los |
oratorianos, con un
denominador |
común a ambos: la oración. |
El Oratorio no es una
hospedería |
para sacerdotes, ni un
refugio ho- |
norable y decoroso para
gozar de |
la propia independencia,
exentos |
de la de prelados
externos. El Ora- |
torio es una casa de
oración y apos- |
tolado, donde se recuerda
y repro- |
duce el ejemplo de la
experiencia |
de san Felipe, y se
acomoda a las |
necesidades del lugar y
del tiempo |
que la Providencia
determina, y |
nadie debe ceder a la
tentación de |
Le invitamos a la |
FIESTA DE SAN FELIPE NERI, |
principalmente a la
Eucaristía |
de las 12 de la mañana del
día 26. |
También a los CONCIERTOS |
del sábado, día 25, a las
9 de la tarde, |
por la CORAL VERGE BRUNA,
de Barcelona, |
dirigida por el Maestro
Josep Llobet, |
y del domingo, día 26, a
las 8 de la tarde, |
por el ORFEÓN DE LA
MANCHA, de Albacete, |
dirigido por el Maestro
Julio Sorribes. |
8 (88) |
querer entrar en él sin el
propósi- |
to de venir para hacerse
santo. |
La historia de la Iglesia
se ha en- |
riquecido con muchas otras
expe- |
riencias de bien; pero el
Oratorio |
también ha contribuido, en
cuatro |
siglos de existencia,
dándole hom- |
bres de vida santa,
artistas, sabios |
y favoreciendo obras
derivadas de |
su espíritu que han
consolado el |
corazón de la Esposa de
Cristo allí |
donde los hijos del Santo
Padre |
Felipe han perseverado con
fideli- |
dad a su labor, en general
sin ex- |
cesos ruidosos, ni grandes
estadís- |
ticas, pero influyendo
positivamen- |
te en las almas y
sirviendo a las |
Iglesias locales
desinteresadamen- |
te, alegres de contribuir
a la edifi- |
cación de Cristo
preparando su |
reino. Las grandezas o
dignidades |
del mundo, ni se han de
querer |
para uno mismo, ni es
lícito procu- |
rarlas para otros desde el
Oratorio. |
Si ha habido obispos y |
cardenales |
en nuestra historia, ha
sido por in- |
tervención directa y
mandato de |
los Papas, que hicieron
inexcusa- |
ble el rehusar la
aceptación, aun |
con lágrimas. San Felipe
era tajan- |
te con los que esperaban
ascensos |
o buscaban aprovecharse de
ven- |
tajas para sí o para los
demás, y |
quiso que constara en las
primeras |
Constituciones. Solía
decir: «Que |
me den diez hombres
verdadera- |
mente desprendidos y me
veo en |
ánimos de convertir el
mundo con |
ellos». |
SAN JERÓNIMO |
DE LA CARIDAD. |
El divino Salvador, cuando |
se encontraba en la ribera |
del lago de Genesaret o en |
las calles de Jerusalén, |
conversaba con la |
muchedumbre o sus |
discípulos, atendía a sus |
preguntas con dulce y |
paciente caridad, y
resolvía |
sus dudas como un padre
que |
instruye a sus hijos. Lo |
propio hacia san Felipe en |
las reuniones de san |
Jerónimo de la Caridad. |
El lugar de estas
reuniones |
tomó el nombre de |
Oratorio; nombre |
particularmente amado de |
san Felipe, que le
recordaba |
las antiguas capillas sin |
baptisterio en las que, |
durante los primeros
siglos, |
tenían los cristianos sus |
reuniones parecidas a las |
que el presidía. Era pues
un |
paso hacia el ideal de los |
primeros tiempos del |
cristianismo, que nunca el |
Santo perdía de vista. |
Alfonso card. Capecelatro,
C. O. |
9 (89) |
Cuando nieva |
en Roma |
ESTE AÑO, en los |
umbrales de la |
primavera, insó- |
litamente, ha nevado en |
Roma. Raras veces el ri- |
gor del frio se abate
sobre |
la ciudad de los papas;
ca- |
si nunca, en éxtasis de |
blancura, se atreve la
nieve a poner muceta de armiño a las cien |
cúpulas de las basílicas y
templos romanos. Y cuando, extraordi- |
nariamente, como esta vez
sus calles se convierten en intransitable |
lodazal helado, y gris el
cielo otrora luminoso, los forasteros recién |
llegados y desprevenidos,
se escandalizan como si hubiesen sido |
víctimas de un fraude,
después de que les habían prometido en las |
agencias de viajes o los
organizadores de peregrinaciones, que la |
gran ciudad santa, crecida
a orillas del Tíber, era siempre benigna |
y en invierno incluso
tibia, además de que solía cerrar sus atarde- |
ceres con el último
resplandor del sol atravesando las nubes de |
poniente y provocando el
incendio fantástico de sus crepúsculos |
únicos, que no se sabe si
resumen apoteósicamente las glorias pro- |
fanas que allí tuvieron su
escenario, o si anuncian ya las claridades |
eternas, más allá de las
puertas del tiempo, donde Dios reina para |
siempre. |
Los biógrafos de san
Felipe suelen referirse a uno de estos ex- |
traordinarios nevazos
romanos, y nos cuentan que se burlaba ca- |
riñosamente de los jóvenes
frioleros que tiritaban, encogidos y |
asustados, mientras él
soportaba sin molestia el rigor del frío. Di- |
cen sus biógrafos que su
resistencia al frío era debida al fuego de |
su corazón, inflamado de
amor a Dios. |
Pero a nosotros esta
referencia nos sirve para una reflexión |
más profunda, desde la
metáfora, para otro frío y otros barros que |
Felipe encontró en Roma,
cuando puso el pie en ella. La frialdad |
10 (90) |
calculada de la política |
entre papas y emperado- |
res había arrugado el |
manto de la Iglesia de |
Cristo y afeado su rostro |
Algún corazón santo que- |
daba; pero en la aparien- |
cia se hacían más de ver |
los malos ejemplos, las
ambiciones hipócritamente disfrazadas de |
celo, la vanidad
manifestada en el poder y la grandeza más bien |
pagana, en fieles y
pastores. Felipe sintió, entonces, un gran frío en |
el corazón, y tocado por
la nostalgia del sentido de Dios, que echa- |
ba de menos, pero que
tenía que estar allí, decidió quedarse, por- |
que en aquella ciudad
maltratada por los mismos que se decían |
cristianos, estaban las
reliquias de los que más habían amado al |
Señor. Debajo del frío
debía estar el rescoldo. Las tumbas de los |
apóstoles, los sepulcros
de los mártires, las calles que habían pi- |
sado tantos santos, el
recuerdo de las primeras comunidades cris- |
tianas. |
Se quedó por amor a Dios,
por amor a la Iglesia, precisamente |
porque tenía el rostro
feo. Y, después del invierno, volvió la pri- |
mera. |
Todos debiéramos aprender
la lección de san Felipe cuando |
nos quejamos de males, que
son como el polvo que el mismo andar |
levanta en los caminos de
la Iglesia y arrastra su manto. No nos |
escandalicemos ni nos
sintamos defraudados. Siempre hay un res- |
coldo de santidad que
ningún frío puede extinguir; los santos, los |
primeros cristianos, el
Evangelio: donde se fragua el amor a Dios |
y su luz dispone para
nuevas claridades. |
Felipe, de verdad, tenía
un fuego en el corazón que ningún |
invierno habría podido
extinguir. Cuando se burlaba con cariño |
de los jóvenes, también
era una metáfora. |
11 (81) |
Las tres iglesias romanas |
de san Felipe Neri |
SI TUVIÉRAMOS que hacer
una lista más o menos |
completa de las iglesias
de Roma y de los lugares |
santos donde san Felipe
recibió alguna gracia del |
cielo, serían más de tres
los nombres a recordar, ade- |
más de las grandes
basílicas y las catacumbas; pero |
queremos que nos baste
hacer memoria de las tres principa- |
les, imprescindibles en su
biografía sacerdotal, dejando de lado |
todo el denso precedente
de su vida de seglar. Las tres iglesias |
estrechamente relacionadas
con Felipe son, en primer lugar, |
san Jerónimo de la
Caridad, luego san Juan de los Florentinos |
y, en último término,
santa Maria di Pozzo Bianco, o in Val- |
licella. |
San Jerónimo de la Caridad |
Aunque sea la más pequeña
de las tres, |
san Jerónimo es la más
importante, como |
lo es la cuna para los
primeros latidos de |
la vida del hombre. San
Jerónimo es la |
cuna del Oratorio, aunque
luego nos haya |
sido arrebatada
injustamente. |
Casi escondida entre el
paralelo de la |
via Giulia con la via
Monserrato, tocando |
apenas el Palazzo Farnese,
se encuentra |
esta iglesia, entre las
más veneradas de |
Roma, por la tradición que
la relaciona |
con el lugar que, en el
siglo VI, ocupaba |
la casa de santa Paula,
matrona romana, |
discípula del gran exegeta
bíblico, san |
Jerónimo, a quien fue
dedicada la iglesia. |
Hace un siglo que todavía
podía admirar- |
se, presidiendo el muro en
que se apoya |
12 (92) |
su altar mayor, un hermoso
cuadro del |
Domenichino, con la última
comunión de |
san Jerónimo. Ahora ocupa
su lugar una |
buena copia, pues el
original está en el |
Vaticano. |
En tiempo de san Felipe
existía en la |
iglesia una confraternidad
de sacerdotes, |
uno de los cuales, era el
guía espiritual |
de nuestro Santo. Se
llamaba Persiano |
Rosa, hombre espiritual,
caritativo y lleno |
de celo que descubrió la
vocación sacer- |
dotal de total entrega a
Dios, de aquel |
joven florentino al que
pronto llamó, entre |
los amigos, en medio de
bromas ―que |
luego resultaron
profecías― su «san Filip- |
po». Este buen sacerdote y
amigo de san |
Felipe, le hizo ver a su
penitente, que no |
le bastaba el fervor de su
apostolado lai- |
cal, sino que debía
abrazar el sacerdocio. |
En principio, san Felipe
se resistía, pero |
al fin dejose convencer y
se ordenó de |
presbítero en mayo de
1551, en la iglesia |
de san Tommaso in Parione.
Felipe con- |
taba treinta y seis años,
con el precedente |
de una intensa experiencia
espiritual, pues |
su juventud se había
empleado por entero |
en hacer el bien y en
estudiar a Jesucristo. |
Felipe inicia su vida
sacerdotal en san |
Jerónimo de la Caridad al
lado de Persia- |
no Rosa y teniendo por
compañeros a los |
demás sacerdotes
hospedados en la casa |
adjunta a la iglesia,
dependiente, como |
ésta, de la Confraternidad
encargada de |
la administración, la cual
ofrecía habita- |
ción para los sacerdotes
que oficiaban en |
la misma iglesia. Allí
viviría durante trein- |
ta y dos años hasta que,
en 1593, apenas |
dos años antes de morir,
iría a la Vallicel- |
la, para complacer los
deseos del Papa. |
Felipe era ya anciano y el
ir y venir de |
san Jerónimo a la
Vallicella no parecía |
prudente, a pesar de que
tan a gusto él |
hacia el itinerario, por
otra parte, tan bre- |
ve, cada día. ¡Se sentía
tan bien, en san |
Jerónimo! Su habitación
estaba situada en |
el lugar alto y le
facilitaba el recogimien- |
to; tenía, además, acceso
a la pequeña te- |
rraza desde donde podía
contemplar el |
cielo. Siempre le gustaron
a Felipe los |
espacios abiertos y los
lugares elevados, |
pues creía que favorecían
el acercamiento |
a Dios y la oración
espontánea. Cuando |
pasó a habitar a la
Vallicella, también |
eligió una habitación bajo
leja, en lo alto, |
que tenía salida a una
"loggietta" con |
posibilidad de posar la
mirada sobre las |
colinas, todavía cubiertas
de vegetación, |
13 (93) |
sobre el vecino Gianicolo,
lugar de tan- |
tas pequeñas excursiones
con los más |
jóvenes y los amigos,
mientras habla- |
ban de Dios. |
Pero volvamos a san
Jerónimo. |
Aquí, escribe el p. Carlo
Gasbarri, la |
Confraternidad que
administraba igle- |
sia y convictorio, vino a
recoger en |
muy pocos años, a una
larga lista de |
nombres ilustres por la
caridad, en tal |
grado, que san Jerónimo
pasó a ser el |
centro benéfico más
importante de toda |
la ciudad. Entre ellos san
Felipe pudo |
encontrar a sus mejores
colaboradores |
en su dedicación a la
asistencia a los |
peregrinos que acudían a
la ciudad san- |
ta y, posteriormente, a
casi todos los |
que participarían en el
Oratorio. |
Precisamente en estos
días, en la ciu- |
dad de Roma, y en el
Palazzo Venezia, |
tiene lugar una exposición
sobre los |
«Años Santos» en la que no
falta, por |
supuesto, la destacada
referencia a san |
Felipe, porque las
peregrinaciones a |
Roma con ocasión de los
Años Santos |
no tenían, en aquellos
tiempos, ningún |
parecido a excursiones más
o menos |
turísticas; los peregrinos
llegaban a Ro- |
ma maltrechos del viaje,
por lo común |
depauperados; peregrinar a
Roma, a |
Santiago o a Jerusalén,
era hacer, ver- |
daderamente, un camino de
penitencia. |
La caridad de Felipe y
algunos amigos |
suyos, acudía a remediar
tales necesi- |
dades. Como dato baste
decir que, en |
el jubileo del año 1550,
san Felipe y los |
suyos dieron asistencia
(es decir, aloja- |
miento, comida y atención
personal) a |
una media de 600 personas
diarias; en |
el de 1575, cuando san
Felipe ya estaba |
al frente de la nueva
Congregación del |
Oratorio, los peregrinos
acogidos fue- |
ron, en total, 118.818,
entre hombres y |
mujeres, y se
distribuyeron poco menos |
de 400.000 comidas. Esta
gran obra de |
caridad llegó a poder
ofrecer cobijo dia- |
rio a cerca de 780
personas, merced a |
la construcción de locales
amplios y |
decorosos, junto a la
iglesia de san Be- |
nedetto alla Regola. Todos
estos datos |
los aporta el historiador
alemán Pastor |
en su «Historia de los
Papas» (vol IX). |
Podríamos imaginarnos a
san Felipe |
al pie de los pobres o
junto al lecho de |
los enfermos (un discípulo
convertido |
suyo, san Camilo de Lelli,
fundaría lue- |
go una congregación para
dedicarse |
por entero a ellos). Pero
la fuerza espi- |
ritual le venía de la
oración, especial- |
mente al celebrar la
Eucaristía, que fue |
siempre el centro de su
vida, y quiso que |
siguiera siéndolo de la
comunidad que |
surgió en torno a él. A la
vez, en san Je- |
rónimo reunía a los más
adictos en sus |
«ragionamenti» para
iluminar la inteli- |
gencia sobre Dios y para
reforzar la vo- |
luntad de bien. Así surgió
el Oratorio. |
Así lo explica uno de los
primeros par- |
ticipantes, Monte Zazzara:
«Cuando yo |
llegué allí no éramos más
que 4, 6 u 8 |
personas, porque el cuarto
era pequeño. |
Hablábamos de cosas
espirituales... y |
así duró cerca de más de 3
años, y todos |
éramos más bien jóvenes»,
principal- |
mente toscanos. Pero
pronto el cuarto |
resultó pequeño y la
Confraternidad |
reconoció el bien que
hacía Felipe y le |
concedió un local que
ocupaba el espa- |
cio inmediato al techo de
la nave iz- |
quierda de la iglesia,
destinado antes a |
granero. Allí siguieron
las reuniones en |
forma más organizada. Las
reuniones |
comenzaban con la lectura
de algún li- |
bro que era, además del
Evangelio, las |
14 (94) |
«Laude» de Iacopone da
Todi y la vida |
del beato Colombini,
libros queridos por |
san Felipe desde la
infancia. Luego in- |
vitaba a alguien del
auditorio que expo- |
nía con sencillez lo que
la lectura le ha- |
bía sugerido. Las
intervenciones eran |
improvisadas y breves.
Luego se tenían |
los «ragionamenti», cuatro
en cada se- |
sión, en los que se
turnaban los intervi- |
nientes, y versaban
también sobre cua- |
tro materias: ascética,
historia, cateque- |
sis y hagiografía (o vidas
de santos). No |
se tardó mucho en
introducir la música, |
con el canto polifónico de
una «Lauda» |
como final. De este modo y
un tanto |
«alla buona» ―como
explica el p. Gas- |
barri―, surgieron
aquellos ejercicios de |
piedad, liturgia, cultura,
caridad y arte |
que luego constituirían la
vertebración |
del apostolado tradicional
de san Feli- |
pe Neri. |
Todo esto nació en san
Jerónimo, y |
no es extraño que Felipe
amase con pre- |
ferencia aquella pequeña
iglesia, a cu- |
ya sombra se cobijó una
experiencia |
que llegó a transformar y
convertir es- |
piritualmente aquella Roma
que Felipe |
encontró, destrozada y
pagana, cuando |
decidió establecerse en
ella a los diez y |
nueve años, y que volvía
en sí misma, |
reformada y piadosa,
gracias, princi- |
palmente a la presencia
sacerdotal de |
Felipe, sin otras armas
que la sencilla |
perseverancia de unos
ejercicios, que al- |
gunos consideraron poco
organizados, |
pero que lograron cambiar
el aspecto |
ampuloso y desfigurado del
cristianis- |
mo romano, y hacer del
corazón de la |
Iglesia una ciudad santa,
por las bue- |
nas costumbres y la piedad
sincera y |
alegre que dimanaba, como
de un res- |
coldo, del Oratorio de san
Felipe. |
San Juan de los
Florentinos |
Desde san Jerónimo,
siguiendo la via |
Giulia, al dar casi con el
Tíber, está la |
iglesia de san Juan de los
Florentinos, |
iglesia
"nacional" de la Toscana, en |
tiempos de san Felipe. No
es de extra- |
ñar que sus conciudadanos
pensaran en |
él. En otros escritos
anteriores, desde |
estas mismas páginas, nos
hemos referi- |
do a la
"florentinidad" de san Felipe, de |
la que nunca abdicó,
aunque amó con |
tan gran dedicación la
ciudad de Roma. |
En torno a Felipe
encontramos siempre |
a florentinos y rasgos
inconfundibles, |
en sus actuaciones, que
recuerdan su |
origen de la ciudad del
Arno, cuna del |
Renacimiento. En realidad
fue gracias |
a la florentinidad que
Felipe logró in- |
jertar en la Roma, menos
fecunda en |
su tiempo, que se produjo
el fruto de su |
transformación para la
santidad. Flo- |
rentinos o, por lo menos,
toscanos, eran |
la mayoría de los artistas
que embelle- |
cieron Roma, y superando
la dureza o |
grandiosidad secularizada
y orgullosa |
de la Roma papal, en medio
de la gran |
crisis de los tiempos
nuevos, que con- |
movían el mundo entero,
sería también |
un santo florentino,
artista de almas, |
enamorado de lo bello,
santo y alegre, |
el que lograría restaurar
la piedad y el |
amor al Evangelio en
prelados y segla- |
res. Los florentinos
habían sido podero- |
sos, pero, en su esencia,
eran más artis- |
tas que políticos, más
inteligentes que |
astutos. Si en vez de
haber empleado |
todo su caudal en arte,
poesía y amor |
a la naturaleza, lo
hubiesen dedicado a |
construir murallas, a
organizar ejérci- |
tos y a adquirir armas,
habrían llegado |
a convertirse en amos del
mundo; pero |
15 (95) |
eligieron el arte, el
estudio, el trabajo y |
la constancia. Los
comerciantes floren- |
tinos, cuando se hacían
ricos compra- |
ban obras a los artistas y
los ayudaban |
y estimulaban en la
edificación o plas- |
mación de sus obras; los
romanos cobra- |
ban tributos, recogían
limosnas de do- |
quier y compraban el arte
que no sabían |
hacer, o sometían a los
sabios, para que |
les alabaran. Eso había
hecho la Roma |
clásica, centralista, y
algo de eso, trans- |
formado en pretexto para
servir a la |
causa de Dios, había hecho
la Roma pa- |
pal. De donde los
resquebrajamientos |
protestantes. El remedio
no vendría de |
la guerra, de la rebelión
ni de la protes- |
ta; sino del trabajo y la
constancia, no |
simplemente tesonero o
endurecido por |
las amenazas poderosas,
sino ilumina- |
do por una laboriosidad en
algo pareci- |
da e hija de aquella
atmósfera que era |
la luz de las «botteghe»
florentinas, o |
las «accademie» literarias
y musicales |
de la ciudad que vio nacer
a san Felipe. |
Florencia no era
grandiosa, pero era |
auténtica y valiosa. Los
florentinos te- |
nían conciencia de su
valer y conserva- |
ban lo mejor de su estilo
festivo, labo- |
rioso e inteligente. San
Felipe aplicó |
esto a la vida del alma en
su relación |
con Dios y en hacer bien
en la Iglesia, |
y plantó una «bottega» de
artista de al- |
mas, casi sin darse
cuenta, hermanan- |
do, a la vez, rigor y
espontaneidad li- |
bertad y orden, afecto y
razón, y, con |
ello, daba a Roma, lo que
precisamente |
le hacía falta. |
Los florentinos eran
estimados en Ro- |
ma, porque eran la gente
más laboriosa |
y la que mejor sabía
administrar el po- |
co o mucho dinero que
tuvieran, por su- |
puesto como fruto de su
trabajo, confian- |
do poco en herencias o
prebendas. Los |
florentinos se juntaban
entre ellos, se |
buscaban, se reunían. En
este ambiente |
estaba Felipe y, así, no
debe extrañar- |
nos que fuese solicitado
para que se hi- |
ciera cargo de la iglesia
de la "nación" |
florentina, en Roma, y
aceptó. Pero, él |
mismo, no pasó a habitar
nunca en |
aquella iglesia. Siguió en
su querido |
3. Jerónimo. A san Juan de
los Floren- |
tinos mandó a los primeros
discípulos |
que se le juntaron tomando
en serio la |
obra comenzada del
Oratorio. La cosa |
ocurrió por los años 1563
y 64. En este |
año se inicia la
existencia de una pe- |
queña comunidad de
discípulos de Feli- |
El profundo conocimiento
que tenía san Felipe del corazón hu- |
mano, le hacía tener más
la tristeza de los jóvenes que la dema- |
siada alegría. El
inconsiderado regocijo de algunos no le daba |
que temer con tal de no
ser excesivo. Sentía una cierta inclina- |
ción por aquellos que
manifestaban genio más vivo y alegre. |
Si alguno se mostraba
triste o melancólico, acudía en seguida a |
consolarle o le reprendía
con ternura golpeándole cariñosamen- |
te la mejilla: «Y pues,
¿qué tienes tú?, le decía. ¿Qué te pasa? |
Ven a conversar con tu
padre».― P. Louis Bussereau, C. O. |
|
16 (96) |
pe, compuesta por sus más
fieles segui- |
dores, que reciben el
sacerdocio y pasan |
a vivir en san Juan de los
Florentinos. |
Los primeros que la forman
son Baro- |
nio, Bordini y Fedeli.
«Aquí vivimos seis |
sacerdotes ―escribe
Baronio― en una |
vida común tranquila,
mientras cuida- |
mos de la salud del alma,
y Dios permi- |
te que seamos queridos por
todos, como |
aparece por la gran
reverencia y obser- |
vancia que todos nos
profesan». Uno de |
ellos funge de superior,
por delegación |
de Felipe, que es, en
realidad, el que go- |
bierna todo, a base de
unas pocas nor- |
mas de vida, fielmente
tenidas en cuen- |
ta. Los sacerdotes sirven
la iglesia y po- |
nen todas sus ganancias en
común, si |
bien han de guisar, por
turno, la comi- |
da de todos. El oficio de
cocinero es |
causa de continuas
pequeñas alegrías, |
por la novedad del
aprendizaje. Uno de |
ellos, Baronio, en un
momento de buen |
humor, y tal vez por
alargársele el tur- |
no más de lo previsto,
escribió sobre el |
muro de la cocina esta
inscripción, to- |
davía reconocible: «Caesar
Baronius, |
Coquus perpetuus». Algunos
de los chi- |
quillos que, en el origen,
encontramos |
allí sirviendo de
monaguillos, luego se- |
rán también miembros del
Oratorio, en- |
tre los cuales es preciso
hacer memoria |
del sobrino del padre
Fedeli, y de Ot- |
tavio Paravicino. Baronio
cuidaba de |
ellos especialmente. El
primero entrará |
luego a formar parte del
Oratorio y se- |
rá secretario de san
Felipe; Paravicino |
será, finalmente,
cardenal. Pero hay |
más gente, en san Jerónimo
y en san |
Juan, como si de dos polos
se tratara, |
aunque las reuniones
siguen en san Je- |
rónimo, donde cada día
acuden más |
miembros, porque unos
llaman a otros, |
sin demasiado protocolo,
sin discrimi- |
naciones, pero con el
resultado de que |
los que van buenos se
hacen fervorosos |
y mejores, y los que pasan
por allí con |
fama de pecadores, la
mayoría se trans- |
forman y convierten. |
El éxito de Felipe
despierta envidias |
y contradicciones. Ni
faltan los que |
llevan recados a las
autoridades "a fin |
de bien" y siembran
la duda incluso |
cabe el papa
―¡tremendo Pablo IV, no |
precisamente suave san Pío
V!― Pero |
el tiempo pasa y los
dolores purifican |
la obra y acrisolan la
perseverancia de |
los mejores, mientras el
Padre Felipe |
sufre y obedece. Pero, al
fin, surge Gre- |
gorio XIII, papa piadoso y
buen juris- |
ta, que, podemos decir,
"fuerza" la fun- |
dación canónica del
Oratorio. |
Santa Maria in Vallicella |
También la llamaban di
Pozzo Bianco |
y, luego, la Chiesa Nuova.
Y sigue con |
este último nombre,
popular y conocido |
de todos, en Roma, aunque
más de tres |
siglos hayan dorado los
muros de la |
obra comenzada. Todos los
fieles que |
van a Roma, pasan por
delante de ella, |
cruzan su plazoleta, antes
de pasar el |
puente y contemplar de
frente la mag- |
nífica cúpula del
Vaticano. Nosotros |
no vamos a hacer aquí la
historia de |
la construcción: toda una
aventura de |
san Felipe, confiado en la
Providencia, |
sin campañas para pedir
limosnas. |
Cuando alguien le advertía
del peligro |
de quiebra económica y de
tener que |
suspender las obras por
falta de dinero, |
él amenazaba: No habléis
así, porque |
soy capaz de derribar todo
lo construi- |
do y comenzar una iglesia
todavía ma- |
yor. |
17 (97) |
Para nosotros, la Chiesa
Nuova es |
el lugar donde se guarda
el sepulcro |
de san Felipe. Aquí fue
donde, a su |
muerte, se hacían
procesiones aguar- |
dando para acudir, Roma
entera, a ve- |
nerar su cadáver. En las
puertas de |
esta iglesia, fue donde
los romanos co- |
menzaron a decir aquello
de que «el |
Papa canoniza hoy a cuatro
españoles |
y a un santo» cuando Pablo
V, el 12 |
de marzo de 1662, lo
declaraba santo. |
Un siglo más tarde,
Benedicto XIII lo |
proclamaba copatrón de la
Urbe, junto |
a san Pedro y san Pablo. |
Gregorio XIII dio
seguridad y defi- |
nición a la obra de san
Felipe, y fue a |
partir de entonces que su
influjo se ex- |
pandió en muchas obras que
llevaron a |
La alegría. |
De la alegría surge un
espíritu de optimismo, que se despren- |
de de la observación
serena aunque realista de cuanto sucede. |
No se trata de ceder a lo
fácil por ser así, sino de una obser- |
vación inteligente, unida
a un sano optimismo y a un profun- |
do sentido común. Bastaría
considerar aquella célebre frase |
de san Felipe, que tantas
veces dirigía a los muchachos, ante |
sus algazaras: «Sed
buenos, portaos bien... si podéis». Una in- |
vitación dulce, pero
también comprometedora para autoedu- |
carse, valorizando las
propias energías, confiando en sí mismo. |
Y, de otro lado, una
comprensión amplia de las fuerzas natu- |
rales. Sin necesidad de
demasiadas teorías psicológicas, san |
Felipe alcanzó a penetrar
el espíritu del hombre y dedujo de |
ello la no imputabilidad,
total o parcial, de muchas actitudes, |
que le inducían a una
amplia tolerancia, con un solo límite |
imposible de transgredir:
el pecado, el desorden. Y he aquí la |
también célebre norma:
«Estad alegres, pero no cometáis pe- |
cados». Impulso libre,
incluso desgarbado, ruidoso, pero no |
desordenado, no peligroso,
no perjudicial. |
La alegría sana es
purificadora, y por lo tanto construc- |
tiva y por ello se
recomienda. Por contraste hay que luchar |
contra la tristeza, el
aislamiento, el mutismo. He aquí pues la |
actitud humana,
comprensiva, dulce, acercándose al prójimo, |
procurando convencerlo, y
atraerlo hacia el ideal, dándole |
fuerza para que ascienda
interiormente. |
P. Antonio Cistellini, C.
O. |
18 (98) |
una auténtica renovación
de los fieles, |
del clero y de los
prelados romanos. |
Pero el fin principal de
la Congrega- |
ción es el querido por san
Felipe, por |
encima de todo: sus
adeptos, los que |
llevaron la vida común
según el estilo |
surgido de aquella
experiencia, ten- |
drían por justificación el
mantener |
perpetuar el Oratorio,
surgido de aque- |
llas pequeñas reuniones
iniciadas en |
san Jerónimo, y ahora
engrandecidas, |
al disponer de más espacio
y más me- |
dios personales, sin
amenazas ni sospe- |
chas. Es la hora del
esplendor de la |
música en las reuniones
del Oratorio |
(Animuccia, Palestrina,
Soto), de los |
estudios de historia de la
Iglesia (Ba- |
ronio, Bozzio, Gallonio),
de la devoción |
popular en su mejor forma
no triviali- |
zada (la Visita de las
Siete Iglesias), la |
predicación diaria
(Tarugi, Bordini)... |
Y, sobre todo, y sobre
todos, siempre, |
es la hora de san Felipe,
cercano y dis- |
tante, con la proximidad
del padre que |
piensa siempre en sus
hijos y guía a |
todos, sin que ellos
perciban el peso de |
su gobierno, a veces muy
exigente, |
cuando se trata de cosas
esenciales |
(desprendimiento,
obediencia), y dis- |
tante porque, sin que se
den demasiado |
cuenta, "huye" a
su soledad de san Je- |
rónimo, para tener tiempo
para Dios, |
sin que lo ahorre de los
que quieren y |
necesitan verle, incluso
en el día de su |
muerte, que sabe segura y
se aproxima |
a ella sin aparentar
angustia por el |
poco tiempo que le queda,
y lo dedica, |
con naturalidad, a los que
le buscan y |
se le acercan. |
San Jerónimo, es la cuna
del Orato- |
rio; san Juan de los
Florentinos, el pri- |
mer ensayo de comunidad
oratoriana, |
aunque sin pretender
fundación algu- |
na, y la Vallicella a
Chiesa Nuova, el |
esplendor consolador, el
apostolado re- |
conocido, pero con san
Felipe distan- |
ciándose, como si lo
hubiese hecho todo |
para que sus hijos lo
llevaran, condu- |
ciéndolo él a distancia. |
Cerca de los hombres, pero
más cerca |
de Dios. Todos estos
lugares son testi- |
gos de aquel "saber
hacer" evangélico, |
transparente,
asistemático, proyectado |
hacia Dios, influyendo en
las almas de |
sus hijos, a los que
adivinaba los peca- |
dos, pero llevaba en el
corazón, y recor- |
daba en todas las misas.
Si bien ya no |
podía celebrarlas delante
de todo el |
mundo, porque su
afectividad traslucía |
y se emocionaba hasta
avergonzarse de |
que le vieran conmovido.
Todo esto que |
le ocurría, especialmente
en los últimos |
tiempos, en las últimas
misas, aunque |
para él siempre eran la
última y la pri- |
mera. Y todo pendía de
ellas, como qui- |
so que todo pendiera de la
Eucaristía, |
en su Oratorio. Por esto
la oración y la |
Palabra de Dios, la
Liturgia y cantar |
rezando y rezando al
cantar, y el res- |
peto por lo que es de
Dios, antes que |
nada. Y siempre, la
alegría de estar |
en paz con el Señor y
llevar el cielo |
en el alma, porque el
Espíritu de Dios |
mora en ella. Y la Virgen
como mode- |
lo de esta presencia y de
esta unión con |
Dios. |
Felipe suavizó la dureza
de la gran- |
diosidad romana, y plantó
en la ciudad |
las flores de las virtudes
cristianas y el |
perfume de Cristo, con el
estilo de su |
Florencia natal, para
darle un renaci- |
miento que no estaría en
las piedras, |
sino en los corazones,
«piedras vivas» de |
la construcción de Cristo,
la Iglesia. |
19 (99) |
DOMINGO |
26 |
DE MAYO |
PASCUA |
DE |
PENTECOSTÉS |
FIESTA DE NUESTRO PADRE |
SAN FELIPE NERI |
DAREMOS JUNTOS GRACIAS |
A DIOS EN LA EUCARISTÍA DE |
LAS 12 DEL MEDIODÍA |
A LAS 8 DE LA TARDE |
CONCIERTO |
por el |
ORFEÓN DE LA MANCHA |
Director: Julio Sorribes |
LAUS |
Director: Ramon Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri 1
- Aparlado 143 - Albacete D. L. AB 103/62 - 19.5.45 |
20 (100) |
|