Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 223. JUNIO. Año 1985 |
SUMARIO |
EN LO NUCLEAR de la
Iglesia está su santidad. |
En ella se realiza en la
historia de los hombres, la |
continuidad de la
presencia de Cristo dándonos a |
todos la participación en
su vida. Éste es su miste- |
rio: Cristo presente,
todavía caminando junto a los hom- |
bres, y la Iglesia como
gran sacramento de esta compa- |
ñía y lugar donde tiene
efecto la gracia haciéndose vida |
en cada uno de los fieles
donde es acogida. Encuentro y |
compañía. Todavía camino,
pero ya un poco fin y anti- |
cipación hacia una
plenitud más alta, que después del |
tiempo no va a necesitar
de la fe, porque será todo visión |
y posesión de Dios. |
ACCIÓN DE GRACIAS |
LA HERENCIA DE LOS SANTOS |
LA IGLESIA DE LOS SANTOS |
SOBRE LA REFORMA DE LA
IGLESIA |
AMAR A LA IGLESIA |
LAS SECTAS |
SOBRE LAS HUELLAS DE
NEWMAN |
1 (101) |
ACCIÓN DE GRACIAS |
Cuando era joven, creía
que abandonaba el mun- |
do de todo corazón, por
Ti. En lo que se refiere a |
voluntad, propósito e
intención, creo que así lo hice. |
Quiero decir, con esto,
que deliberadamente di de |
lado al mundo. Rezaba de
todo corazón para que |
no se me llamase a ocupar
ningún alto cargo ecle- |
siástico. Cuando me
preparaba para mis grados |
universitarios, rezaba con
fervor, y rezaba y reza- |
ba, para que no se me
concediese el "cum laude", si |
esto podía perjudicarme
espiritualmente. Años des- |
pués, siendo pastor
anglicano, rezaba yo sin reser- |
vas ni condiciones contra
cualquier posible encum- |
bramiento en mi carrera
eclesiástica. Este deseo |
mío lo expresé de un modo
general hace más de |
treinta años en el verso:
«Niégame la riqueza, ale- |
ja de mí, muy lejos, toda
ambición de poder y de |
fama: la esperanza madura
en las dificultades, el |
amor en la debilidad, y la
fe en la vergüenza del |
mundo». Y esto no era sólo
poesía, sino deseo ha- |
bitual. Así lo pienso,
Señor, y Tú lo sabes. |
J. H. card. Newman, |
(15.12.1858). |
2 (102) |
La herencia |
de los santos |
CUANDO SAN PABLO se
despedía de las iglesias de Asia Menor, por- |
que ya no volvería a
verlos (Hechos, 20, 17-38), encarecía a los pasto- |
res que no descuidaran el
tesoro que les quedaba, adquirido por Dios |
al precio de la sangre de
su Hijo. «Os dejo en manos de Dios y de su |
palabra», el gran regalo
que no se debe desperdiciar, con el que se constru- |
ye el reino. Dar fe, ser
"testigo" del Evangelio de Jesucristo, y llevar ade- |
lante esa tarea como una
misión que es gracia ―regalo de Dios— lo mismo |
para el que la cumple que
para el que la recibe. |
Muchos cristianos,
resignados con esforzarse para llevar una vida te- |
rrena ajustada a "los
mínimos" de la moral cristiana, viven despreocupa- |
dos de la edificación de
ese reino, de esa vida nueva para todos ―creyentes |
y llamados a creer―,
y les basta con alcanzar alguna tranquilidad interior, |
desvinculada y
descomprometida, al margen por lo tanto, del reino de Dios, |
es decir la Iglesia. De
ésta les queda la idea de lo que parece desde fuera, |
como organización, y si se
adhieren a ella, mantienen una relación igual- |
mente externa, fuera de su
misterio y realidad sobrenatural, para bastarles |
lo que como organización
les proporciona. Acuden cerrados en sí mismos |
a los cultos, sin
verdadera participación espiritual; piden normas tranquili- |
zantes para sus miedos
subjetivos: aplauden ideas y doctrinas que les ayu- |
den a conservar su
posición sin trastornos ni conversiones, y aunque ala- |
ban a los santos, jamás
quisieran ser uno de ellos: los aplauden únicamen- |
te porque transfieren en
ellos lo que de abnegación jamás quisieran asu- |
mir y, además, por lo que
pueda haber de cierto en eso de las intercesiones, |
cerca de Dios, en los
negocios o asuntos de la vida humana aquí en la tie- |
rra. Quieren, en fin, ir
al cielo; pero que tarde. Dios y la Iglesia son buenos |
por lo que tienen de
útiles. |
Estas actitudes poco
tienen en que diferenciarse de las de los paganos. |
Y todavía menos alcanzan
el nivel de las de los judíos honestos, antes de |
3 (103) |
que conocieran a Cristo,
aunque se confiesen creyentes y se adornen con |
el nombre de cristianos. |
Desde Cristo todo ha
cambiado, en relación con Dios. No recibimos nin- |
guna gracia que sea para
nosotros solos. La vida del cristiano ha de testi- |
moniar la fe profesada: lo
que cada cristiano recibe no le pertenece, porque |
es don de Dios. La
presencia de Dios acompaña la vida del creyente y la |
Palabra de Dios es la
referencia de donde ha de extraer constantemente |
el modo de participar en
la herencia recibida para compartirla con todos |
los santos. Log santos son
los cristianos de todos los tiempos, aun los que |
sin haber visto a Cristo,
esperaban en él. Eso procesión universal de hijos |
de Dios caminando hacia el
encuentro definitivo con él y edificando, mien- |
tras caminan, su santo
reino, es la Iglesia, con Cristo en el centro, trans- |
fundiendo la vida en
todos. |
El amor a Dios, el respeto
a su obra creada, la gratitud por cuanto nos |
ha dado en Cristo, exige
la respuesta de la fe. Y esta fe proyectándose en |
la vida de cada uno y
junto a los demás, es la cantidad. |
RASGOS ESENCIALES DEL
ORATORIO. |
Prevalencia de la caridad
sobre la ley. |
• Espíritu de fe y
oración, y de caridad y servicio, estimulado |
alimentado por el estudio
familiar de la Palabra de Dios y |
el trato espiritual. |
• La Eucaristía como
centro de toda la vida. |
• Dedicación al bien y al
progreso de la Iglesia, por la pecu- |
liar vinculación del
Espíritu a su misterio. |
• Entrega a la
Congregación, de sus miembros, por la libre |
voluntad de permanecer
siempre en ella hasta la muerte. |
Sin votos, juramentos o
promesas. Libertad que concuerde |
al máximo con el espíritu
del Evangelio. |
• Su fuerza, como en las
primeras comunidades cristianas, |
debe consistir más en el
mutuo conocimiento, en el respeto |
y en el verdadero amor a
la convivencia familiar, que en la |
multitud de miembros. |
(De las Constituciones) |
4 (104) |
La Iglesia |
de los Santos |
SE TRATA de ser santos. No
de |
montar juegos alrededor de |
la santidad. Y de ser
santos, |
todos, sin apurar
demasiado las |
clasificaciones, porque
cuando al- |
guien las acentúa en
demasía y es- |
tablece grados, ocurre
siempre que |
se sitúa él mismo en la
preemi- |
nencia, para desde allí
utilizar y |
dominar a los demás en
provecho |
propio, como peonaje útil
instru- |
mentalizado. |
Ello ocurre, por ejemplo,
cuando |
alabamos con exceso una
clase de- |
terminada de cristianos,
por ejem- |
plo el sector clerical de
la Iglesia, |
que los políticos, de
signos tan di- |
versos a través de la
historia, han |
querido proteger para
poderlo te- |
ner dependiente y, así, a
través de |
la jerarquía eclesiástica,
obtener |
docilidades políticas
indebidas so- |
bre los pueblos sometidos
y cristia- |
nos. En el paganismo se
había lle- |
gado a una total confusión
entre |
religión y política, pero
ésta pri- |
maba sobre la primera, que
era |
utilizada para completar
el domi- |
nio total sobre el hombre,
incluso |
desde la conciencia. No
han faltado |
intentos y experiencias de
situa- |
ciones parecidas en el
decurso de |
veinte siglos de vida de
la Iglesia, |
aunque también es cierto
que ella |
ha reaccionado para
vindicar su |
independencia a costa
incluso del |
martirio y de mil
padecimientos |
de sus mejores hijos,
cuando, si no |
siempre sus palabras por
lo menos |
sus vidas, se erigían en
predicación |
y recuerdo comprometedor
de las |
verdades del Evangelio. Y
aun en |
las mismas grandes crisis
históricas |
de la Iglesia, en las que
parecía que |
los mismos pastores iban a
traicio- |
nar la fe
―recuérdese la crisis |
arriana—, no le faltaron
voces y |
vidas de laicos y de
clérigos ver- |
5 (105) |
daderamente santos y
fieles, nada |
preocupados por perder la
reputa- |
ción o el puesto de honor,
dentro |
o fuera de la Iglesia, o
el ascenso |
codiciado, y se
enfrentaron con la |
persecución, el destierro,
la infa- |
mia, y la misma muerte por
no ce- |
der. A los ojos del mundo
parecían |
sumidos en el fracaso
—Cristo, ante |
los hombres, también había
"fraca- |
sado" en la Cruz...—,
porque los |
poderosos contaban con las
mayo- |
res fuerzas humanas en la
mano, |
pero pasados los años y
serenadas |
las pasiones, la
perspectiva serena |
del tiempo y la bondad y
la justi- |
cia de la Iglesia, les
reconocieron |
la santidad. Por ejemplo
en obispos |
como Atanasio, Becket,
Carranza...; |
en sacerdotes como
Jerónimo, Juan |
de la Cruz, Savonarola,
José de |
Calasanz, Felipe Neri... Y
en tantos |
hombres y mujeres, hijos
fieles de |
la Iglesia, como los
cristianos de |
las primeras generaciones,
pegados |
a los apóstoles que,
juntamente |
con ellos, en Antioquía, o
en Éfe- |
so, o en Corinto, o en
Filipos, o en |
Roma, decidieron llevar a
la prác- |
tica, en condiciones más
difíciles |
que las nuestras, el
mandato de la |
evangelización de todos
los pue- |
blos. |
Nosotros a veces
imaginamos a la |
Iglesia demasiado como una
gran |
organización mundial, casi
como |
una internacional del
apostolado, |
y cierto que alguna
organización |
estructural se requiere;
sin embar- |
go la esencia de cualquier
aposto- |
lado y la eficacia de la
misión re- |
cibida de Cristo está
atada a su |
santidad, que es lo mismo
que de- |
cir a la pureza del
Evangelio, al |
que los santos han querido
siem- |
pre volver, como único
medio de |
renovación ante el
esclerosamiento |
que los medios humanos van
con- |
trayendo y a veces
intentando con- |
tagiar a la misma Iglesia. |
En nuestros días, y a
pesar de |
«los profetas del mal
agüero» —que |
diría Juan XXIII—, hay
grandes |
esperanzas de santidad
entre los |
cristianos, y
presentimiento de pri- |
mavera en la Iglesia. El
mundo se |
hace nuevo otra vez y los
cristia- |
nos más afectados buscan
cómo |
responder a esta exigencia
que las |
nuevas circunstancias
plantean a |
todos y también a la
Iglesia. De |
donde la gran aventura,
lúcida e |
inspirada del Concilio
Vaticano II, |
que representa el punto de
partida |
de un gran esfuerzo
comunitario |
de la Iglesia entera
abocándose a |
ese mundo que la interroga
porque |
la necesita: ella tiene el
Evangelio |
de Jesús, el cual, letra a
letra, res- |
ponde a las necesidades y
esperan- |
zas en que nuestro mundo
se de- |
bate, al paso que
compromete a |
seguir convirtiéndose a la
propia |
Iglesia anunciadora, que
no puede |
olvidar que está en el
mundo más |
para servir que para
reinar, como |
Cristo dijo de sí mismo,
hasta que |
todo converja y se
recapitule en |
6 (106) |
él. La convergencia con
Cristo es |
la santidad. |
No debe extrañarnos que,
mien- |
tras estamos en el proceso
de este |
esfuerzo gigantesco, los
mismos que |
lo protagonizan en el seno
de la |
Iglesia católica, y a
pesar de la |
buena intención que les
anime, no |
siempre concuerdan en
todos los |
detalles. Esto mismo pone
en evi- |
dencia que el Espíritu
está presen- |
te y mueve las fuerzas
hacia el |
amanecer de un verdadero
renaci- |
miento cristiano. Y
mientras el te- |
són y la sinceridad de
este esfuerzo |
la empuja hacia la novedad
provi- |
dencial de estos caminos,
se va ha- |
ciendo más simple la
esencia de la |
única verdad necesaria,
por más |
que resulte complejo su
nuevo |
planteamiento, que a todos
ha de |
beneficiar. |
No faltan riesgos ni
peligros; pe- |
ro todavía son mayores las
espe- |
ranzas. Se trata de algo
más que de |
una confrontación entre
progresis- |
tas y conservadores,
aunque sean |
éstas las calificaciones
más en boga |
a la hora de describir
este momen- |
to de cambio y renovación
sin ol- |
vidar la fidelidad a los
orígenes |
evangélicos. Desprendido
de la Si- |
nagoga, el cristianismo
hubo de |
enfrentarse en seguida con
la 80- |
ciedad pagana, intentando
lo más |
posible no ser absorbido
por el Es- |
tado como una sucesión de
la re- |
ligión pagana dependiente
de él. |
Hubo entonces de emplearse
en |
Primero santidad, |
luego paz |
El cardenal Newman
―que, |
ciertamente, tenía
experiencia de |
la amargura y la ironía de
la |
cruz―, vivió según
esta máxima: |
«Antes la cantidad que la
paz». |
Esta máxima es útil para
todo el |
que quiera recordar la
absoluta |
seriedad de la vida
cristiana. Si |
perseguimos la santidad ya
nos |
ocuparemos, llegado el
momento, |
de la paz. Jesús, que vino
«no a |
traer la paz, sino la
espada», |
prometió, sin embargo, una
paz |
que el mundo no puede dar. |
Nosotros, mientras
depositamos la |
confianza en nuestros
propios |
medios engañosos, somos de
este |
mundo, y no podemos llegar
a ser |
capaces de alcanzar esa
paz |
apoyados en nuestros
propios |
esfuerzos. Solamente la |
alcanzamos cuando, en
algún |
sentido, renunciamos a la
paz |
mundana y nos olvidamos de
ella. |
Ahora bien, no hay que |
exagerar la parte que la |
obscuridad y la prueba
tienen en |
la vida cristiana. Para el
cristiano |
creyente, la obscuridad
aparente |
está henchida de luz
espiritual y la |
fe recobra una nueva
dimensión… |
la dimensión de la
comprensión y |
de la sabiduría, que nos
dice: |
Bienaventurados los
limpios de |
corazón porque verán a
Dios |
(Mt 5, 8). |
THOMAS MERTON |
7 (107) |
argumentar, por lo menos,
su de- |
recho natural a
presentarse en el |
mundo como una sociedad y
ser |
reconocida así ante todos.
Eso la |
obligó a una inflación
juridicista |
de la que siempre los
santos procu- |
raron irla redimiendo con
su vuelta |
incesante al Evangelio,
para que no |
se ahogara ni suplantara
lo más |
esencial del misterio
escondido de |
Cristo que ninguna ley
puede en |
vasar. Por esto la Iglesia
ha ido re- |
conociendo a sus santos,
muchos |
de los cuales hubieron de
sufrir |
incomprensiones,
persecuciones y |
calumnias, precisamente
por amor |
a la Iglesia, incluso en
aquellos |
mismos casos históricos en
que den- |
tro de ella no encontraron
com- |
prensión o tal vez
pudieran repetir |
la queja bíblica: «Los
hijos de mi |
madre han peleado contra
mí». Pe- |
ro había que obedecer
antes a Dios |
que a los hombres, en las
horas |
más difíciles, y sin ceder
a la ten- |
tación de la huida, sino
confiados |
en el Señor que no
abandona a su |
grey, pastor de pastores,
y dueño |
de todos los que juegan,
por breve |
tiempo, a dominar el mundo
los |
hombres. |
Hay señales ciertas de
esperanza, |
porque todos podemos y
debemos |
ser santos, hacernos
santos. Se tra- |
ta de esto por encima de
todo. En |
la Constitución sobre la
Iglesia, Lu- |
men gentium (nn. 39-42) el
Conci- |
lio Vaticano II nos
recuerda este |
llamamiento universal que
a todos |
obliga a aspirar a la
santidad, pues |
«todos los fieles, de
cualquier esta- |
do o régimen de vida, son
llama- |
dos a la plenitud de la
vida cris- |
tiana y a la perfección de
la cari- |
dad, que es una santidad
que pro- |
mueve, aun en la sociedad
terrena, |
un modo de vida más
humano. Pa- |
ra alcanzar esta
perfección, los fie- |
les, según la diversa
medida de los |
dones recibidos de Cristo,
deberán |
esforzarse para que,
siguiendo sus |
huellas y amoldándose a su
ima- |
gen, obedeciendo en todo a
la vo- |
luntad del Padre, se
entreguen to- |
talmente a la gloria de
Dios y al |
servicio del prójimo. Así
la santi- |
dad del Pueblo de Dios
producirá |
frutos abundantes, como
brillan- |
temente lo demuestra la
historia |
de la Iglesia en la vida
de los san- |
tos». |
La Iglesia, aunque nos
pueda pa- |
recer lo contrario, es
todavía joven |
y sus crisis son siempre
crisis de |
crecimiento; de
crecimiento espi- |
ritual de cada uno de
nosotros, |
que la integramos. Dios
mismo la |
lleva y, con su Espíritu,
ordena el |
crecimiento providencial
sometido |
a purificaciones que la
van acer- |
cando a la configuración
con Cris- |
to. En la medida en que
seamos dó- |
ciles, abnegados y fieles
para creer, |
ver y someternos a la
acción de |
Dios, iremos acercándola
al ideal |
de su Reino, que nada
tiene que ver |
con los imaginados o
experimenta- |
dos para este mundo. |
8 (108) |
Sobre la reforma de la
Iglesia |
De una entrevista con el
p. Yves Congar, O. P., |
en la revista Il
Regno-attualitú, 11.11.84 |
MUCHAS VECES se encuen- |
tra en los documentos con- |
ciliares la palabra
"refor- |
ma". Yo mismo escribí
un libro |
sobre este tema que leyó
el papa |
Juan XXIII, cuando era
nuncio en |
París. Me gustaría saber
los pasajes |
que él subrayó... Cuando
he habla- |
do de reforma de la
Iglesia he alu- |
dido a un episodio de san
Mateo. |
Un hombre manda a la viña
a su |
hijo mayor. Él le responde
que |
irá, pero luego no va. El
otro hijo |
le dice que no irá, pero
después |
va. |
También la Iglesia dice
que no |
quiere la reforma, pero
después la |
hace. Cierto que hay cosas
que no |
pueden ser reformadas: las
que son |
de derecho divino
profundo. Pero |
incluso el derecho divino
es histó- |
rico. El derecho divino no
existe |
fuera del derecho humano.
Por |
ejemplo: la Eucaristía es
de de- |
recho divino, pero existe
en la |
liturgia, que ha
experimentado |
cambios. El papel del
Papa: es de |
derecho divino, pero ha
tomado |
formas históricas muy
diversas. San |
Pedro no estaba rodeado de
guar- |
dias suizos y tampoco
tenía nuncios. |
Por eso la Iglesia puede
cambiar |
siempre sus formas
históricas, en |
tanto se refiere a su
origen divino |
que en el Nuevo Testamento
es el |
del testimonio por una
parte, y la |
necesidad de su misión
histórica |
por otra. Por eso la
Iglesia, sin can- |
sarse jamás de recordarlo
a sí mis- |
ma, se ha de reformar. En
modo |
alguno pretendo yo ser un
revolu- |
cionario. Más bien me
considero, |
temperamentalmente, como
un ser |
tímido y conservador. Soy
histo- |
riador, pero me atrae la
vida con- |
creta. Y soy el primero en
decir |
que hay cosas que no
pueden cam- |
biar. Sin embargo existen
muchas |
otras que es preciso
mejorar y cam- |
biar. Tengo presente una
expresión |
de la madre Teresa de
Calcuta. Un |
periodista le preguntaba
qué era |
aquello que no funcionaba
bien en |
la Iglesia y que era
preciso cam- |
biar, y ella le respondió
inmedia- |
tamente: usted y yo. |
Cierto, hay que cambiar
muchas |
cosas. Pero cada uno tiene
su pro- |
pia responsabilidad en
esta empre- |
sa. |
9 (109) |
Amar |
a la |
Iglesia |
NO LE FALTAN amigos ni
enemi- |
gos a la Iglesia.
Constituye una |
fuerza moral innegable que
re- |
percute a escala mundial,
de la |
que no es posible
prescindir. No |
puede llamarse a esa
influencia "poder" |
a secas; pero cuando algún
poder de este |
mundo pretende algo que
entre en pugna |
con las verdades que la
Iglesia predica, es |
considerada como un
estorbo que es preci- |
so remover o acallar, por
las buenas o por |
las malas, directa o
indirectamente, persi- |
guiendo a sus fieles o
intentando engañar |
o corromper a sus
pastores, con adulacio- |
nes, con proteccionismos
interesados, con |
falacias apellidadas
incluso de apostólicas. |
De donde, en la Iglesia,
se da ese celo nun- |
ca extinguido por «volver
siempre al Evan- |
gelio» en los mejores de
sus hijos, los san- |
tos. Y esa Iglesia, que
todos los poderes de |
este mundo han intentado
seducir y que, |
cuando se ha resistido, ha
sufrido persecu- |
ción, nos ha hecho el gran
beneficio, entre |
virtudes y pecados, de
mantener intacto el |
anuncio del Evangelio, sin
censura, entero. |
La Iglesia solamente no ha
sido perse- |
guida entre los más pobres
o, por lo me- |
nos, entre los que
verdaderamente procu- |
raban serlo en espíritu.
Porque sólo ellos |
estaban inmunes de la
codicia y libres del |
miedo de perder. De donde
esa corriente |
actual, estimulada por el
Concilio Vaticano |
II y bendecida por el papa
Juan XXIII, que |
sus sucesores han
procurado secundar y |
que todavía conmueve
fuertemente el cuer- |
po entero de la Esposa de
Cristo. |
10 (110) |
Se ha dicho, seguramente
no sin funda- |
mento, que en las actuales
circunstancias |
no le han faltado a la
Iglesia generosas ofer- |
tas para remediar el
creciente déficit de las |
finanzas vaticanas, y que
a ello han concu- |
rrido, no solamente los
cristianos, sino mo- |
vimientos absolutamente
laicos, religiosa- |
mente descomprometidos,
pero interesados |
en inspirar las
directrices pastorales de la |
actividad religiosa, desde
el Papa hasta los |
más humildes pastores de
la grey cristiana, |
alabando la labor ya
pacificadora o cultu- |
ral o benéfica que la
Iglesia lleva a cabo, |
pero introduciendo los
condicionamientos |
orientados a favorecer
unos bandos políti- |
cos enfrente de otros. Es
evidente que la |
Iglesia no puede aceptar
semejantes propo- |
siciones, incluso en el
caso de aquellos que, |
llamándose cristianos,
rocen la herejía de |
creer que el Evangelio,
para su difusión, |
necesita de los poderes de
este mundo, en |
aras de una mejor y más
rápida eficacia. |
Algunos se descorazonan
cuando se extien- |
den comentarios o
informaciones en este |
sentido. Pero deberían
tener presente que |
el Señor no abandona jamás
a los suyos, y |
es significativo, desde
una reflexión provi- |
dencialista, darse cuenta
que, precisamente |
cuando ocurren tales
proposiciones, se pro- |
duce la reacción en favor
de la pobreza y |
que los mejores
cristianos, cualquiera que |
sea su posición económica,
comprenden y |
desean la independencia y
libertad apostó- |
lica y se esfuerzan en
defenderla, aun a |
costa de grandes
sacrificios. |
Lo que necesita la Iglesia
es que sea |
amada, no utilizada.
Amarla porque nos |
transmite el Evangelio;
porque nos ofrece, |
pura, la verdad de la
Palabra de Dios por- |
que nos invita
incesantemente a participar |
en la construcción de su
reino; porque nos |
da a Cristo; porque nos
lleva al gozo de la |
bienaventuranza, que no
cabe en este mun- |
do. Amarla como la amaron
los santos. |
11 (111) |
LAS SECTAS |
SE DA el nombre de secta a
una comunidad religiosa mi- |
noritaria, separada de una
confesión establecida. Tam- |
bién se ha empleado el
nombre para designar diferentes |
corrientes de filosofía,
pero finalmente se ha preferido |
llamarlas escuelas"
del pensamiento, y se ha reserva- |
do para aplicar solamente
al hecho religioso y a los grupos que, |
como una disidencia de lo
establecido o heredado, buscan con |
exigencia renovada y
procuran extender por el proselitismo, |
una pureza que creen echar
de menos en la religión oficial. |
Del mismo modo que en
filosofía, los políticos y partidos en |
que se organizan, han
empleado esta palabra para designar |
las escisiones que a veces
se producen entre ellos. |
Pero a nosotros nos
interesa desde la vertiente religiosa, y creemos |
que tiene un interés
contemporáneo, en las circunstancias actuales, cuan- |
do vemos proliferar
diversidad de movimientos religiosos o para-religio- |
sos, a veces como reacción
o protesta contra el cristianismo y en particu- |
lar la Iglesia católica, y
otras simplemente como el encantamiento por |
exotismos que la facilidad
de comunicaciones y la movilidad despierta, |
siquiera superficialmente,
importando novedades o inventando vueltas a |
un absoluto más o menos
envuelto en fantasías, desembocando en signi- |
ficaciones que podemos
llamar religiosas, y otras sólo míticas, tan aptas |
para impresionar a los
jóvenes. |
Evangelizar |
al mundo |
Los sociólogos que han
estudiado estos fenómenos y los |
relacionan con el
cristianismo, se lo explican haciendo |
referencia a los
conflictos, problemas y dilemas con que |
12 (112) |
tuvo que enfrentarse la
Iglesia naciente al intentar esta- |
blecer contacto con la
civilización pagana clásica, que |
pretendía evangelizar.
Sucederá que, tanto la Iglesia co- |
mo los que se enfrentan a
ella exigiéndole, alternativa- |
mente, mayor fidelidad a
la tradición o mayor apertura y |
aceptación de la cultura a
evangelizar, cuentan con ra- |
zones para sus tesis
opuestas. Estas tesis giran principal- |
mente sobre cuatro
aspectos de la civilización clásica, que |
son: la vida familiar, la
economía, el poder (y la política), |
y las tareas
intelectuales. |
Dos tendencias |
Frente a estos
planteamientos |
surgen dos tendencias
fundamentales: la primera consiste |
en llegar a un compromiso
con la sociedad y la cultura |
seculares y, en general,
con el mundo, por parte de la |
Iglesia, aunque ésta lo
haga con reservas y por ello sea |
fácilmente acusado de
ambigua; la segunda, por parte |
de una minoría, que
rechaza estas tendencias o pactos |
y que se opone
abiertamente a importantes aspectos de |
la cultura secular y de
sus instituciones, y por ello acu- |
sada de irresponsable
porque critica, pero se desentien- |
de de la urgencia
evangelizadora, y se aísla en vez de |
encarnarse. |
Sociológicamente, pues, la
denominación de Iglesia se |
aplica al prototipo de
entidad religiosa adaptada al mun- |
do, y la de secta al
prototipo de grupo de protesta que se |
opone tanto a la
adaptación de la Iglesia como al mundo |
con el que ésta haya
pactado. No siempre esta protesta |
reviste la forma explícita
y combativa, manteniendo un |
enfrentamiento militante,
sino que otras veces opta por |
el apartamiento pasivo,
acompañado de lácticas proseli- |
tistas y de un secretismo
que asegura el mantenimiento y |
desarrollo de una élite
cada vez más compacta y mental- |
mente cerrada. |
Sectas |
establecidas |
Pero algunos de los
movimientos nacidos como una |
secta llegan a alcanzar
legitimaciones que les permiten |
ejercer gran influjo,
porque han conseguido introducirse |
y adaptarse a la sociedad
secular tras pactar con ella. Se |
institucionalizan y pasan
a ser sectas "establecidas", |
cuales se introducen en el
cuerpo social común, o mun- |
dano, merced a ciertos
cambios en su estructura y de- |
nominación fundacional,
pero sin que substancialmente |
desaparezca su
organización sectaria y su postura de an- |
13 (113) |
tagonismo o apartamiento,
patente o disimulado, frente |
al mundo. A este
establecimiento ayuda el que se vayan |
añadiendo a los métodos de
captación proselitista, el |
crecimiento que se produce
en ellas por la herencia de la |
adscripción religiosa que
los padres transmiten a los hijos; |
también la consolidación
económica y los beneficios del |
poder distribuidos entre
los propios miembros o clientes, |
pesar de la envidia de los
extraños (que se convierte en |
propaganda), favorece el
prestigio frente a los de fuera; |
y no faltan ocasiones en
que la conducta moral y ascéti- |
ca de los miembros hayan
contribuido a ello. |
La fuerza |
de las sectas |
Las sectas se hacen
fuertes porque tienden a dominar |
la vida y las ideas de sus
miembros, y apoyan esta ten- |
dencia con medidas que
llevan a limitar, controlar o di- |
rigir las formas de
relación con los extraños. En compen- |
sación de las renuncias
que exigen a sus miembros, ello |
hace que se crean y
sientan "elegidos", no sin cierto orgu- |
llo teológico que, al
adquirir reconocimiento y producir |
impacto social, desemboca
en soberbia institucional. Res- |
pecto de los demás adoptan
diferenciaciones y crean un |
estilo, que les es propio,
dirigido muchas veces, no sola- |
mente a proteger la
imagen, sino a despertar la admira- |
ción. |
No ha faltado quien
observara (Niebuhr) la importan- |
cia que el proceso
económico tiene en la transformación |
de la secta: el hecho de
que las iglesias de los menestero- |
sos se transformen, antes
o después, en iglesias de la clase |
media. Entonces las clases
inferiores encuentran en ellas |
una válvula de escape para
las tensiones y frustraciones |
causadas por la pobreza o
irrelevancia social, y la secta |
les ofrece un conjunto de
valores o de prestigio que les |
salvan del complejo de
inferioridad y les ayudan a des- |
cubrir un nuevo sentido a
la vida. |
El líder |
En todo movimiento
sectario el líder desempeña un |
papel fundamental porque,
además de la aureola o el |
mérito fundacional,
encarna el prototipo que hay que |
admirar e imitar, sirve
para transferir en él aquellos he- |
roísmos que quisiéramos
haber podido encarnar y no |
hemos alcanzado. De donde
la fácil exageración de las |
virtudes que los miembros
de una secta atribuyen a su |
14 (114) |
fundador, mientras se
esfuerzan en enaltecerlo con un te- |
són no evento de
fanatismo. |
Cuando decae el vigor
fundacional y la secta se ins- |
tala al precio de
renuncias, aplazamientos o transigen- |
cias que descalifican la
pureza de sus exigencias ori- |
ginales, es posible que
aparezcan, desprendidos de ella, |
como reacción, nuevos
movimientos sectarios; otras ve- |
ces ella misma se
constituye en iglesia y da lugar al |
cisma. |
Factores |
que propician |
el sectarismo |
Los cambios sociales, las
alteraciones económicas, el |
fenómeno de la
urbanización, la movilidad social, la in- |
dustrialización, la
irrupción de nuevas formas culturales, |
influyen en la
proliferación de sectarismos, como no es |
difícil comprobarlo en la
época que estamos viviendo. |
Frente a tales fenómenos,
la secta reviste una forma de |
reprobación y protesta
contra los valores de esta sociedad |
de la misma iglesia en la
medida en que se la juzga |
cómplice al no denunciar
sus vicios, por temor, lal vez, |
de perder los privilegios
que instalada pacíficamente en |
ella disfruta. Así, a la
religión establecida, profesional, |
jerárquica e impuesta de
la iglesia, se opone una reli- |
gión carismática,
generalmente enfatizando su carácter |
laico, de apariencias
igualitarias (a veces la realidad es |
muy distinta), y
voluntarista. No cuesta descubrir en este |
voluntarismo un encubierto
relegamiento práctico de las |
mismas tesis
sobrenaturalistas que dicen defender la ma- |
yoría de sectarios, más
confiados en sus lácticas que en |
la intervención de Dios,
por ellos ostensiblemente invoca- |
do. En su actividad, más
parece que consideran que Dios |
"necesita" de
ellos, que al revés; lo cual les lleva a ima- |
ginar que son poseedores
de un "derecho divino", con el |
que acaban cometiendo
atropellos y abusos, disfrazados |
de celo apostólico, que la
hábil propaganda hace difícil |
de reconocer. Incluso en
la Iglesia católica no han falla- |
do ejemplos de
introducción de movimientos sectarios |
la han comprometido, al
ceder a la tentación de mo- |
nopolizar o secuestrar
aspectos de la actividad católica, |
con daño donde pensaban
hacer un bien. Baste el caso |
complejo pero evidente de
la orden de los Templarios, |
cuya pureza fundacional
fue enturbiándose, hasta el |
punto de convertir las
limosnas en ingentes riquezas, con |
15 (115) |
las que hipotecaban la
independencia y libertad de reyes |
y papas. |
Sectas y |
Cristianismo |
Aunque dentro del
cristianismo no han faltado "mo- |
vimientos de
protesta" que deben calificarse de sectarios, |
ello ha ocurrido en
diferentes grados y en aspectos muy |
variados. Unas veces se ha
llegado a una verdadera se- |
paración, constituyendo
una iglesia aparte; otras han |
quedado en una fluctuación
entre cisma y herejía; otras |
han sido un arranque
posteriormente encauzado hacia |
la ortodoxia; otras, en
fin, despertaron en un principio |
recelos a las autoridades
eclesiásticas, pero fueron luego |
comprendidas, aceptadas y
legitimadas, y representaron |
una vuelta a la pureza
evangélica, en momentos de gran- |
de crisis espiritual. Así
ocurrió con los grandes fundado- |
res, que nunca han faltado
a la Iglesia católica, precisa- |
mente en los momentos más
problemáticos de su historia. |
En ellos se hizo vida la
exigencia de santidad junto con |
la presencia misteriosa
del Señor, que cumple su promesa |
de acompañarla, invisible
pero realmente, en los caminos |
del tiempo. |
Los ascetas |
y vírgenes |
Los primeros ascetas, las
primeras vírgenes que inten- |
taron organizar su vida
sin oponerse ingratamente a la |
Iglesia, querían en
realidad huir del mundo y encontra- |
ban insatisfactorio el
establecimiento o instalación que |
este mismo mundo
propiciaba a la Iglesia, con merma |
LAUS |
No se publica durante los
meses de |
julio, agosto y
septiembre. Reapare- |
cerá el mes de octubre. |
Si se ha cambiado de
domicilio, comuníque- |
lo a |
LAUS Apartado 182
02080-Albacete |
16 (116) |
del vigor y la pureza
evangélica, que el cese de las per- |
secuciones había
originado, y experimentaban, con clari- |
videncia, el riesgo de que
el cristianismo pudiera pasar a |
convertirse en mero
sucesor de la religión pagana, con- |
fundida con el Estado,
cuyas formas y maneras políticas |
imitaba con mimetismo
histórico. La Iglesia jerárquica |
receló de esta vuelta
radical al Evangelio, preocupada |
por salvaguardar la
disciplina católica, pero en defini- |
tiva no sólo permitió las
experiencias de monjes y ere- |
mitas, sino que las
protegió y alentó, reconociendo que |
los imitadores de la vida
evangélica (o, como se decía |
entonces,
"apostólica"), pertenecían indiscutiblemente a |
la santidad de la Iglesia,
como ha refrendado el concilio |
Vaticano II. |
Los historiadores han
reconocido en los orígenes del |
monaquismo cristiano, una
forma de "protesta" frente a |
las actitudes transigentes
de la Iglesia con el mundo y la |
política; también era
cierto que el mundo se considera |
un absoluto en sí mismo y
que, cuando afirma proteger a |
la religión, tiende
irresistiblemente a domesticarla y uti- |
lizarla en provecho
propio, aun a costa de relegar las |
últimas exigencias
sobrenaturales. Así se daban situa- |
ciones de hecho en las que
la unión entre monaquismo e |
Iglesia sacramental era
más bien ambigua, pues los pri- |
meros monjes y eremitas
eran laicos y tardaron en intro- |
ducirse los clérigos, e
incluso entonces constituían una |
mínima parte, la
indispensable para el culto. |
San Benito |
y san Basilio |
La integración del
monaquismo en el cuerpo eclesiás- |
tico se debió a las
grandes "Reglas" clásicas: la de san |
Basilio en Oriente, y la
de san Benito en Occidente. Pue- |
de decirse que, en
adelante, todas las formas organizadas |
de consagración a Dios o
de vida apostólica y evangéli- |
ca, son deudoras de estos
dos grandes fundadores. |
Hay la protesta de los
sectarios, pero también la pro- |
testa de los santos. San
Vicente Pallotti decía que "pro- |
testar" es
"protestar, dar testimonio" del Evangelio. In- |
cluso antes que exigir de
los demás lo hagan. Es una |
observación para hacer a
los supercríticos, con indepen- |
dencia de la razón que
puedan tener al formular sus acu- |
saciones o dar consejos
para que los demás y la Iglesia |
hagan esto o aquello. No
faltan en nuestros días los que |
17 (117) |
denuncian y dicen a los
demás lo que hay que hacer o |
habría que hacer. Dentro
de la misma Iglesia, no faltan |
fieles que, de buena fe,
no se paran en exigir renovación |
y conversión a todos los
niveles. Y puede ser que lleven |
razón, y alguna razón
llevarán siempre. Pero lo princi- |
pal, para la Iglesia y sin
duda alguna para ellos mismos, |
es que no sólo no se
limiten a denunciar y acusar, sino |
que comiencen por su
propia persona y no exijan a otros |
lo que ellos no hacen y
pueden, todavía, hacer. |
Santos y |
sectarios |
Sabemos que la Iglesia de
este mundo no es, ni puede |
ser perfecta. Y hemos de
ser honestos para reconocer los |
fallos suyos porque
también son nuestros. Pero lo que |
necesita, más que críticos
dispuestos siempre a denunciar, |
son santos que, antes de
señalar la paja en ojo ajeno, se |
autoexaminen para remover
la viga que cierra los ojos |
propios. Es así como la
Iglesia se irá renovando y "con- |
virtiendo" cada día
un poco, hasta converger en el ideal |
que Cristo le ha
propuesto, santa y sin mancha, como la |
soñaba san Pablo. ¿Quién
quiere venir y estar en la Igle- |
sia, como san Pablo? Esta
pregunta es un reto para todos |
los cristianos, y aun para
todos los hombres. |
El ejemplo |
de san Felipe |
San Felipe Neri nos puede
ser buen ejemplo de lo |
que aquí decimos, en
especial cuando nos damos cuenta, |
en su biografía, de la
inicial resistencia que ofrecía a |
querer hacerse sacerdote,
a pesar de llevar, varios años |
―los más floridos de
su juventud— consagrado totalmente |
a la vida de oración y
apostolado, y haber estudiado |
El estado cuya esencia
está en la profesión de |
los consejos evangélicos,
aunque no forma |
parte de la estructura
jerárquica de la Igle- |
sia, pertenece, sin
embargo, de manera indis- |
cutible, a su vida y
santidad. |
Const. sobre la Iglesia,
44 |
18 (118) |
filosofía escolástica y
teología. Pero él, al poco de llegar |
a Roma, desde san Germán,
donde se despidió de sus tíos |
que le querían por
heredero, pudo contemplar un insólito |
espectáculo que lleno de
asombro a la gente sencilla de |
la ciudad santa. Pudo ver,
como tantos romanos, en abril |
de 1534 (Felipe rozaba los
19 años), como consecuencia |
de un edicto papal, la
expulsión fulminante de una larga |
procesión de
"ermitaños", probablemente convertidos en |
indeseables porque su vida
de pobreza y vuelta rigurosa |
al Evangelio, constituía
una denuncia demasiado osten- |
sible frente a las pompas
señoriales de los prelados ro- |
manos. |
Lo que había ocurrido es
que, años atrás, un hombre |
sencillo quiso volver a la
observancia franciscana en sus |
mismos orígenes. El tal
era Matteo de Bascio, a quien el |
papa le dio licencia para
ello. Pero sucedió que su ejem- |
plo fue sucesivamente
imitado por muchos más y llega- |
ron a constituir una
pequeña invasión con la novedad de |
sus vestidos estilo de
"ermitaños" (que san Felipe imi- |
taría luego en su vida
laical)., Eran pacíficos, pero con- |
trastaban con las
costumbres señoriales de la curia roma- |
na. Uno o unos pocos no
presentaban problema, pero la |
gran proliferación de tal
estilo de vida, llenando pórticos |
de iglesias y calles, y
alguna que otra imprudencia de la |
que fueron protagonistas,
irritaron a los que se sentían |
denunciados con la vida y
ejemplos de esos "ermitaños", |
ocupados en actividades
muy simples, en la oración y en |
predicar, como iluminados,
un Evangelio del que daban |
testimonio con su pobreza. |
San Felipe sintió el
impacto de ese ejemplo y, sin |
duda, el escándalo de la
expulsión de que eran objeto. |
Calló. Pero imitó, en
líneas generales, aquella vida hasta |
los 36 años. Podía
recordar, seguramente, como por aque- |
llos días, mientras
desfilaban forzados a salir a toda |
prisa, alguien se atrevió
a decir: «Dejáis que vengan a |
Roma los malhechores e
indeseables, y expulsáis a los |
buenos y virtuosos». La
misma Iglesia jerárquica corrigió |
más tarde estos errores;
pero quedaba el hecho, para no |
ser olvidado. San Felipe
lo recogió, y le sirvió para con- |
firmar su total entrega a
Dios y amar todavía más a |
la Iglesia, precisamente
allí, donde hacía más falta ser |
amada, y ser corregida
desde el amor. |
19 (119) |
Sobre las huellas de
Newman |
EN EL SERVICIO religioso
celebrado el domingo día 19 de |
mayo pasado, en la iglesia
de Santa María, de la Universidad |
de Oxford, el rector de la
misma, Peter Cornwell, de cin- |
cuenta años, que llevaba
diez en este oficio, anunciaba la re- |
nuncia de su cargo a la
feligresía de esta parroquia universitaria. |
La razón era que había
pedido ser admitido en la Iglesia Católica. |
Dijo que no se trataba de
una decisión súbita, sino la culminación |
de catorce años de estudio
y oración. Entre otros motivos espiri- |
tuales, aducía que el
Concilio Vaticano II le había ayudado decisi- |
vamente a descubrir el
rostro del catolicismo, en especial gracias |
a la renovación de su
liturgia. Otras motivaciones estaban en el |
precedente, imposible de
olvidar, de John Henry Newman, cuyo |
gesto repetía él ahora en
el mismo lugar. |
Lo notorio es que el paso
de Cornwell al catolicismo no se produ- |
ce como un hecho aislado,
pues son varios los clérigos anglicanos |
de Oxford que se proponen,
como él, pasar a la Iglesia Católica. |
No faltan los comentarios
que hablan, con este motivo, |
de otro «Movimiento de
Oxford». |
Sin triunfalismo, pero con
gozo, no podemos menos que consig- |
narlo. Sin olvidar,
empero, que es preciso rogar mucho, como nos |
diría Newman, tanto para
que sepamos recibir las conversiones, |
como para respetar las
conciencias de todos, y sea la fuerza de la |
gracia que las mueva y
acompañe. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri 1
- Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 6.6.85 |
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