Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 225. NOVIEMBRE. Año
1985 |
SUMARIO |
CRISTIANISMO, gratuidad de
Dios, santidad, son con- |
ceptos centrados en Dios,
el Dios del Evangelio que, |
en esencia, nos llama a
participar de su vida, por |
la gracia. Por esto el
Cristianismo no puede redu- |
cirse a una suerte de
fenómeno producido por el acopio o |
transmisión de simples
creaciones o experiencias del espí- |
ritu y de las fuerzas
humanas. Y por esto se resiste irre- |
ductiblemente a las
falsificaciones, tanto si proceden de |
los errores de la
ignorancia ingenua, como de las inver- |
siones interesadas del
fariseísmo. Para librarnos de estos |
escollos, el Padre nos ha
dado a Cristo, que nos alumbra |
con la verdad de su
palabra y de su vida, seguido por to- |
dos los que han dejado que
la gracia triunfe en ellos, los |
santos, para quienes el
cielo era el exceso debido de amor |
a Dios. |
ORACIÓN PARA UNA MUERTE
FELIZ |
LA VIDA, EL AMOR Y LA
MUERTE |
EL PELIGRO FARISEO |
LIBRES PARA LA SANTIDAD |
EL VENERABLE JUAN DE
PALAFOX |
1 (141) |
ORACIÓN |
PARA UNA MUERTE FELIZ |
Oh Señor y Salvador mío, |
sostenme entre los fuertes
brazos de Tus Sacramentos, |
cuando llegue esta hora, |
y envuélveme en el frescor
de la fragancia de Tus consuelos. |
Que las palabras de la
absolución se pronuncien sobre mí, |
y la unción santa me signe
y selle, |
y Tu propio Cuerpo sea mi
alimento |
y Tu Sangre riegue mi ser; |
que perciba, bien cerca,
el aliento de mi dulce Madre, María |
y mi Angel me diga al oído
palabras de paz, |
y sonrían mis Santos
gloriosos mirándome; |
y muera, tal como deseo
vivir, |
en Tu fe, |
en Tu Iglesia, |
en Tu servicio, |
y en Tu amor. |
Amén. |
John Henry Newman, C. O., |
en Discourses Addressed to
Mixed Congregations, 123 |
2 (142) |
La vida, |
el amor |
y la muerte |
EL AMOR, en esta vida,
está encerrado en un paréntesis misterioso. |
Misterio de la vida que
palpamos y nos entusiasma, y misterio de la |
muerte que desconocemos,
pero sabemos que nos espera como expe- |
riencia única y cierta. |
La vida, el primer amor de
Dios a nosotros, la primera medida del bien |
que nos da y en el que se
apoyarán los demás que nos va dando. No es el |
menor de los dones la
inteligencia y la conciencia de sabernos prendidos |
como frutos en el árbol de
todo lo creado: como frutos puestos en sazón, |
interiormente bañados por
la luz de un sol que nos crece en el alma y nos |
aproxima al cenit del
mayor esplendor de la luz de Dios, ya próxima, que |
llamamos cielo o
bienaventuranza. |
Y la muerte, como una
disipación en la que se rompen y disuelven los úl- |
timos lazos de las amarra,
que sujetan corto la libertad del amor, destinado |
a ser lenguaje definitivo
de la convivencia divina, sin tiempo, por encima |
del tiempo, eternamente,
en paz sin ocio, activa, admirada, sabia y feliz. |
Aquí «todo es gracia»,
todo es don de Dios, para ser aceptado y agrade- |
cido. En lo que llamamos
cielo, todo ―sólo― es Amor de Dios, con Dios, en |
Dios. Lo que llamamos
vida, se nos da como espacio para prepararnos al |
ejercicio de este amor: es
entrenamiento para el entusiasmo del bien, es |
disponer el corazón para
la única gozosa y absorbente actividad que nos |
espera. A eso le llamamos
santidad. Es posible iniciarla ya, aquí en la tie- |
rra, si vamos dejando a
Dios que nos llene desde dentro de nosotros mis- |
mos, dilatando el espacio
interior del pensamiento y del afecto para mirar |
y querer con él, lo que se
va haciendo acontecimiento providencial que la |
fe nos enseñan leer en
todo cuando nos envuelve, contemplamos y trata- |
mos. Nada esa Indiferente,
nada es puramente casual, sino causado, orde- |
nado por la bondad de Dios
que nos circunda y lleva, por el camino, toda- |
vía de la fe. |
3 (143) |
El cielo no será, al final
de la jornada de la vida, un "descanso", sino |
una transformación
superior para capacitarnos en orden a la participa- |
ción en la misma actividad
divina. De otro modo, no podríamos ser felices. |
Esas intuiciones de los
sabios que hacían converger el ser, su actividad, el |
bien y el amor, se hace
realidad en lo que llamamos cielo o gloria, perci- |
biendo el latido de lo que
es la vida de Dios. Tal vez por esto y para que |
nos sirva de preparación a
esto, Dios mismo ha hecho que, en esta vida |
temporal, nada deseemos
tanto como amar y ser amados, a pesar de todas |
las perversiones,
ingratitudes y errores posibles. Antes de haber alcanzado |
la madurez que ha de
definir cuánto Dios espera de cada una de sus cria- |
turas, de cada uno de
nosotros que podemos ya comenzar a conocerle. |
Es preciso llenar, pues,
la vida de amor, aunque sea imperfecto. Sólo asi- |
la vida se nos transforma
en dimensión que vuelve a Dios, que se le restitu- |
ye amándole y amando lo
que nos ha dado para él. De este modo, el pensa- |
miento de la muerte, se
hace sabiduría que nos estimula en la urgencia de |
hacer concreto el amor,
moviendo la fe por caminos de esperanza, sin re- |
legar ni falsificar el
bien evidente que Dios nos propone, y que hemos de |
ir purificando
incesantemente, para crecer, libres de Amarras, en la liber- |
tad de hijos de Dios y
llegar a serlo. |
LIBROS. |
De vez en cuando aparecen
libros buenos y bien hechos, sin que nos |
asusten por su grosor,
aunque nos demos cuenta que están escritos y |
confeccionados por algún
sabio, que se ha propuesto hablarnos de Dios |
y el cristianismo con
sencillez. Apenas abiertos, no nos despegaríamos |
de sus páginas, nuevas,
gratas, provechosas, siempre vivas. Así creemos |
que son estos dos títulos,
que no dudamos en recomendar: |
Exposición de la fe
cristiana |
Autores: Becker, Fisher y
Fuchs. |
Ed. Sígueme. |
Está escrito en forma de
catecismo, ameno y conciso, con índices muy |
útiles. Su esquema se basa
en el Padrenuestro, el Credo, la Iglesia y los |
Sacramentos, y el
Mandamiento del amor. |
Llamados a la santidad |
Autor: Bernard Haering. |
Ed. Herder. |
El autor lo subtitula
«Teología moral para seglares», pero sus reflexiones |
discurren siempre
partiendo de la Biblia, especialmente del Nuevo Testa- |
mento, y desembocan en
caminos de oración invitándonos a la santidad, |
para que sepamos darnos a
Dios y darnos al mundo, esperanzadamente. |
4 (144) |
El peligro fariseo |
EL PELIGRO fariseo acecha |
siempre a la Iglesia, como
una |
amenaza latente,
atisbando, |
con cautelas humanas, para
redu- |
cirla a propósitos de
utilidad dis- |
frazada de bien. |
Si Cristo, en vez de
desenmas- |
carar a los fariseos, les
hubiese ren- |
dido pleitesía, no habría
muerto en |
la Cruz. Le habrían
recompensado |
con recíproco
reconocimiento y |
alabanza, si se hubiese
prestado a |
confirmar el falso
prestigio de bue- |
nos que habían conseguido
con sus |
exhibiciones piadosas y
sus mane- |
jos políticos; pero hoy no
tendría- |
mos el mensaje salvador
del Evan- |
gelio. |
Durante la primera
generación |
cristiana, el mayor
peligro para la |
Iglesia naciente, no lo
constituye- |
ron las persecuciones
venidas de |
fuera, porque éstas, a lo
sumo, po- |
dían solamente «matar el
cuerpo», |
hacer mártires, purificar
la fe por |
el testimonio generoso de
la vida y |
la aceptación valiente de
la muerte. |
El verdadero estaba en la
obstacu- |
lización y esfuerzo
corruptor de la |
oposición
"judaizante", es decir, de |
un sector interno de los
creyentes |
en el Dios verdadero y en
Jesucris- |
to, pero que se negaban,
por lo me- |
nos en la práctica, a la
"conver- |
sión" cristiana. Eran
cristianos a |
medio convertir, aunque
hábiles en |
aparecer como los mejores.
Eran, |
en realidad, una forma
resurgida |
de fariseísmo, que
rebrotaría en |
épocas posteriores, y del
que no es- |
tamos libres ni en la
nuestra. |
Es un gran peligro porque,
no so- |
lamente obstaculiza el
desarrollo |
de la Iglesia y desfigura
su rostro |
a los que todavía no la
conocen, si- |
no que se convierte en
tentación |
para los que quieren
combatirlo, |
proclives a descender a su
mismo |
nivel y copiar su táctica
y estilo, |
falsamente convencidos de
que así |
pueden neutralizar su
influjo ma- |
ligno. Cuando esto ocurre,
la tenta- |
ción se disfraza de medio
para el |
bien, sin caer en la
cuenta de que |
se repiten las mismas
tentaciones |
―¡las únicas que nos
da el Evan- |
5 (145) |
gelio!― de Cristo,
que se resumen |
en esta fórmula: «¿Qué me
das, y te |
daré?» |
El demonio del fariseísmo
nos |
daría complacencia
vanidosa, or- |
gullo de poder, dinero, y
nos haría |
caer en la falacia de que
poder, di- |
nero y prestigio son
"medios" para |
hacer el bien, y que hay
grados de |
eficacia de este bien,
prácticamente |
inalcanzables si se
prescinde de |
tales medios. La teoría
evangélica |
radical quedaría intacta,
pero si- |
lenciada o envuelta en
interpreta- |
ciones acomodaticias que
ocultan |
todo verdadero compromiso,
o lo |
alejan hasta perderse en
simples |
elegancias dialécticas. Si
se invoca |
una proposición evangélica
se hace |
eligiendo fragmentos que
saben uti- |
lizar para confirmar
estrategias, |
manejos y transigencias
para pac- |
tos del «¿qué me das, y te
daré?» |
Todo tiene, para el
fariseo, precio |
por lo menos
sobreentendido, con |
el nombre de Dios en vano,
puesto |
encima. |
Dinero y todo lo que tiene
pre- |
cio, apariencia honrosa,
títulos, car- |
gos en puestos clave del
poder (po- |
lítico, económico,
cultural) estable- |
cido, para ser
domesticado. Así las |
cosas, la figura de Jesús
se perde- |
ría en la lejanía
romántica de un |
sentimentalismo inofensivo
y en- |
ajenante. De la Iglesia,
quedaría |
la estructura resecada y
clerical, |
sospechosamente alejada de
lo que |
debiera ser la avanzada de
la evan- |
gelización: los pobres,
los ignoran- |
tes, los pecadores, los
débiles, las |
víctimas de la injusticia,
los mar- |
ginados. Cristo podría
volver y |
preguntar a todos: «¿Qué
habéis he- |
cho con mi Iglesia?» Como
lo pre- |
guntaba san Francisco de
su Or- |
den, antes de morir... |
El peligro del fariseísmo
no es |
una fantasía. Seduce en
particular |
a las mentes ignorantes y
vanido- |
sas a un mismo tiempo;
ofrece pre- |
ceptivas que dan seguridad
a co- |
bardes legitimaciones y a
ambicio- |
sos a los que se permite
"parecer" |
buenos haciendo compatible
la |
apariencia sin necesidad
de des- |
prendimientos, o
compensándolos |
debidamente. Son hábiles
en selec- |
cionar frases, en invocar
virtudes |
que serían ascuas de
santidad to- |
Yo he visto casi todos los
de Europa, como con España, Italia, Ale- |
mania, Flandes y Francia,
y no hay naturales algunos tan resignados |
y humildes como los de la
Nueva España, más aún que los del Perú. |
Y así todo su daño... les
viene de las cabezas y ministros. |
JUAN DE PALAFOX |
6 (146) |
madas directamente, pero
que tie- |
nen buen cuidado de
enfriarlas a |
tiempo para que no excedan
al pu- |
ro recurso justificativo,
elegante, |
sofisticado y neutro.
Toman en va- |
no el nombre y los
preceptos de |
Dios, y los substituyen
por precep- |
tos humanos, aunque se
nombre a |
Dios (en vano), a guisa de
grandes |
moralistas que ponen
cargas sobre |
las espaldas de los demás,
pero no |
arriman un solo dedo para
aliviar- |
les el peso, preocupados
solamente, |
siempre, del propio
prestigio, en- |
gañando a los pobres del
Señor e |
impresionando a los tontos
del |
mundo y, finalmente,
autoconven- |
ciéndose a sí mismos por
propia |
conveniencia. |
Frente a este peligro de
la Iglesia |
mientras discurre por el
tiempo, |
cabe otra peligrosa
tentación: la del |
desaliento y, por eso,
decididos a |
emplear para combatir
tales falsifi- |
caciones, los mismos
métodos que |
nos repelen, para
enfrentarnos a |
ellas en su propio
terreno, admi- |
tiendo la teoría de que
«el fin jus- |
tifica los medios». Lo
cual no so- |
lamente sería un error,
sino otra |
perversión. |
La herejía de la eficacia
inmedia- |
ta que ha infectado a
tantas obras |
que comenzaron siendo
buenas y |
santas, puede hacernos
olvidar de |
cuál fue el estilo de
Cristo, y de |
cuál ha sido el de los
verdaderos |
santos, especialmente los
que no |
han padecido las
mitificaciones de |
las propagandas. Y a
Cristo y a |
estos santos hay que
volver siem- |
pre, so pena de
confundirnos y de |
confundir a los demás. Hay
en el |
mundo gente y jóvenes con
espe- |
ranzas que sólo el
Evangelio pue- |
de satisfacer, porque les
hastía la |
hipocresía, el
amaneramiento ha- |
bilidoso de tácticas que
pretenden |
ser ejercicio de
prudencia, pero no |
pasan de cálculo y manejo
retor- |
cido para salvar o
satisfacer inte- |
reses demasiado alejados
del Rei- |
no de Dios que
irreverentemente se |
invoca. |
Esa esperanza
incontaminada es |
la que ha de salvar
nuestra gene- |
ración de cristianos que
suspiran |
por poder vivir en la
Iglesia, en la |
pureza no sólo de la fe
cristiana, |
sino de los estilos
cristianos, libres |
del pecado, pero libres
igualmente |
de ese otro pecado
excluido dema- |
siado fácilmente de los
exámenes |
de conciencia, que
falsifica y para- |
liza a la Iglesia y
escandaliza a los |
más nuevos en la fe: el
pecado de |
fariseísmo: que ofende la
dignidad |
de los pastores
adulándolos, y se |
olvida de adorar a Cristo;
que po- |
ne el énfasis en las
apariencias de |
bien, pero sin escrúpulos
compran |
prestigios; que colecciona
condeco- |
raciones mundanas y relega
a los |
mártires; que busca
adhesiones, pe- |
ro no hace conversiones;
que hace |
beatos, pero no santos. |
7 (147) |
Libres para la santidad |
0H Dios, Padre nuestro:
apenas |
nos llamas a la
existencia, |
ya resplandece sobre noso- |
tros el designio de tu
voluntad sal- |
vadora. Todo cuanto has
hecho y |
sigues haciendo
diariamente por |
nosotros, es una
invitación a la |
salvación y a la santidad.
Se ma- |
nifiesta con claridad
creciente tu |
plan salvífico de que
quieres con- |
vertirnos en reflejo de tu
bondad, |
de tu magnificencia y de
tu sabi- |
duría. |
Te pedimos que no permitas
que |
dudemos de que nos has
creado y |
redimido para que seamos
capaces |
de llevar una vida digna
de hijos |
tuyos, que te honre y sea
igualmen- |
te el honor de toda la
gran familia |
que cree en ti y da
testimonio, en |
el mundo, de la venida de
tu reino. |
¡Es imposible echar en
olvido tu |
llamada maravillosa! |
No nos llamas solamente a
traba- |
jar en tu servicio, sino a
convertir- |
nos en tu obra maestra,
para que |
sea luz que oriente hacia
ti los co- |
razones de muchos más.
Nuestra |
existencia y nuestra vida
adquie- |
ren plenitud sólo en la
medida en |
que nos adherimos a tu
plan ma- |
gistral, que quiere hacer
de noso- |
tros personas en las que
ha influido |
tu gracia, santas, amantes
y ama- |
bles. |
Cristo Jesús, Señor amado,
tú in- |
vitaste a Pedro, Andrés,
Juan, San- |
tiago y a muchos más a
vivir junto |
a ti y perseverar en tu
amistad, re- |
conociendo en ti la imagen
perfec- |
ta del Padre, el modelo de
una |
vida colmada, la
encarnación de la |
santidad en su forma
humana. Con |
bondad y con paciencia los
intro- |
dujiste en el plan
salvador del Pa- |
dre, y los guiaste hacia
el resplan- |
dor de su santidad. De la
misma |
manera me llamas también a
mí y |
a otros muchos, cada uno
con su |
propio nombre y a la vez
todos |
juntos, a la más íntima
amistad |
contigo. Tú no viniste
para some- |
8 (148) |
ternos como esclavos, sino
para |
conducirnos a la libertad
y ser |
amigos tuyos. Me doy
cuenta que |
quisiste que yo fuera uno
de tus |
amigos verdaderos. No
tengo moti- |
vos para la duda, pues
¿qué otra |
cosa podría resultar más
atractiva |
para mí y más
beatificante, que |
vivir en tu amistad y
dedicarme |
por entero al reino del
Padre que |
tú has proclamado? |
Ven, Espíritu Santo,
inflama mi |
corazón, mi espíritu, mi
voluntad. |
Lléname de agradecimiento
y de |
amor por esta vocación
sublime, |
que las palabras no pueden
expli- |
car. Me lo recuerda la fe
y sé por |
mi experiencia que no
puedo dar |
paso alguno en el camino
de la san- |
tidad, sin que acuda a mí
tu gracia. |
Ya es gracia tuya el que,
aunque |
de modo imperfecto, anide
en mí |
el presentimiento feliz de
cuánto |
significa todo esto. Tú
eres el gran |
don del Padre, la promesa
de Jesús |
para introducirnos en este
mundo |
maravilloso. Eres el soplo
de amor |
entre el Padre y el Hijo:
inspira, |
pues, la vida en nosotros,
conviér- |
tenos, santifícanos,
guíanos y pro- |
tégenos. |
Ruego no sólo por mí, sino
por |
todos aquellos que meditan
y ha- |
cen que llegue a otros,
con fe |
agradecimiento, el mensaje
de la |
vocación a la santidad, y
aspiran |
desde lo más profundo de
su ser, a |
una vida santa. Y pido
ayuda para |
todos los infelices que se
preocu- |
pan de todo, y dejan de
lado este |
plan salvífico del Padre,
el mensaje |
gozoso del Hijo, y la
acción de tu |
gracia, oh Espíritu de
Dios. Y rue- |
go para que, al fin, todos
podamos |
responder a esta
invitación, para |
nuestro bien y para
bendición de |
la humanidad entera. |
Ven, Espíritu Santo, y
renueva |
la faz de la tierra.
¡Haznos santos! |
Bernhard Häring, |
Del libro «Llamados a la
santidad» |
9 (149) |
EL VENERABLE |
JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA |
AL DAR la noticia, el mes
pasado, de las fundaciones del |
Oratorio en México,
citábamos, en estas mismas páginas, |
al venerable Juan de
Palafox y Mendoza (1600-1659). A él |
queremos referirnos de
nuevo por la incidencia que tuvo san |
Felipe Neri, en la que
podríamos llamar definitiva conversión |
espiritual en la historia
de su camino hacia Dios. Con ello no pre- |
tendemos ni siquiera
resumir su biografía ni entrar en el fondo |
de las controversias que
despertaron sus actitudes en las que po- |
lítica y religión se
mezclaron de manera inevitable, dada la época: |
pero sí recoger algunos
detalles de su extraordinaria personali- |
dad, que emerge entre la
mediocridad de los ambiciosos palacie- |
gos que presagiaban el
declive español, después de haber alcan- |
zado la cima de aquella
grandeza debida a los descubrimientos |
geográficos, que
convertían en enormes tras la primera gloria, |
los problemas políticos
del vasto imperio colonial y englobaban en |
los mismos los de la
evangelización del Nuevo Mundo, como en- |
tonces se decía. Sin
olvidar los nunca resueltos de la pretendida |
unidad peninsular
(Portugal, Cataluña) y la porfía en negar la in- |
dependencia de Flandes, y
los del Milanesado y Nápoles y Sicilia |
y Cerdeña. . . Siglo de
Oro en las letras, pero de decadencia en la |
política y buen gobierno.
Reinaba Felipe IV, sólo seis años más |
joven que Juan de Palafox,
al que siempre demostró afecto. |
Jurista y |
sacerdote |
Juan de Palafox procedía
de la estirpe ara- |
gonesa de los Ariza, tal
vez oriunda de la |
más antigua de los
Palafolls catalanes. Es |
la época en que la nobleza
a punto de arrui- |
narse, precisa de empleos
bien remunerados |
en la península o un
destino para hacerse |
rico en América. Nuestro
Palafox estudia Le- |
yes en Salamanca y pronto
pasa a integrar |
el Consejo de Indias y el
de Guerra. Se des- |
cubre enseguida su talento
y su prudencia, |
10 (150) |
pero él se sustrae a lo
que parecía una mag- |
nifica carrera política y
se hace sacerdote. |
Diez años más tarde es
promovido a la sede |
episcopal de Puebla de los
Ángeles. Contaba |
entonces treinta y nueve
años, y aceptó sólo |
después de mucha oración y
de oír pruden- |
tes consejos. |
El episcopado |
De cuáles fueran sus ideas
sobre el episco- |
pado, nos lo manifiesta
una anécdota ocurri- |
da en la misma antecámara
real, en Ma- |
11 (151) |
drid, cuando antes de
partir para las Indias, |
iba a despedirse del rey
y, mientras aguar- |
daba ser recibido por
Felipe IV, un grande |
de España se le acercó
para felicitarle atre- |
viéndose, además, a añadir
amablemente es- |
te consejo: «Vuestra
Señoría... pues que Dios |
os ha dado un obispado
rico, acuda mucho |
a sus parientes, que no
están sobrados». A lo |
que contestó el Palafox
con energía que, co- |
mo obispo, «no tenía
parientes sino acreedo- |
res y que éstos son los
pobres, cuyas son las |
rentas, no los parientes
de quien solamente |
tengo la sangre». |
América |
Aunque joven, su paso por
el Consejo de Indias, en la |
época en que se elaboró la
famosa compilación de sus |
Leyes (1630), le había
dado conocimiento del marco en |
que iba a ejercer su
ministerio: una sociedad compuesta |
por cuatro clases, la de
la aristocracia oficial española, |
que monopolizaba los
empleos, honores y preeminencias; |
la nobleza criolla,
descendiente de los conquistadores, ri- |
ca y emprendedora, pero
excluida de empleos y preben- |
das; el pueblo llano,
mezcolanza de españoles vagabun- |
dos y negros libres a los
que apenas se les concedía sueldo |
suficiente para el
alimento, y finalmente los esclavos ne- |
gros de África, objeto de
inhumana explotación o de |
adorno doméstico de los
pudientes. Costumbres corrom- |
pidas, compraventa de
cargos públicos, leyes que no se |
cumplían, inmoralidad
escandalosa en los encumbrados, |
ignorancia y superstición
en las clases bajas... El rey Feli- |
pe IV, indolente, conocía
sin embargo la valía de Palafox |
y, según el privilegio de
que gozaba en España la Coro- |
na, para designar a los
altos cargos eclesiásticos, quiso |
mandar a América a aquel
joven cuyo saber, hones- |
tidad y energía había
podido comprobar en más de |
Verdaderamente en los
mundanos puede haber cosas menudas, en nos- |
otros sólo es menudo lo
que ellos tienen por grande: el poder, la rique- |
za el valimiento, la
estimación...— Juan de Palafox |
|
12 (152) |
uno de los informes que
habla elaborado para el Consejo |
de Indias. |
Las sedes |
de Puebla |
y México. |
El Virreinato |
Activa iba a ser su vida
de obispo, en que tendría |
que juntar al celo de su
trabajo pastoral la compleja |
tarea de ordenar la
diócesis, puesto que en América pri- |
mero fue la evangelización
espontánea iniciada por |
misioneros franciscanos,
dominicos y jesuitas, sin claras |
delimitaciones de
cometidos, y luego la estructuración |
jurisdiccional diocesana
que imponía el último Concilio, |
el de Trento. Pero el
Palafox tuvo además otras compli- |
caciones, nunca deseadas:
el rey, sabiéndole leal, le invis- |
tió del máximo poder
eclesiástico y civil, nombrándole |
virrey, gobernador y
capitán general. Olivares le escribía: |
«Su Majestad ha
resuelto... con tanta confianza de lo que |
V.S. ha de obrar en esta
ocasión, (que) se le fían dos |
jurisdicciones,
eclesiástica y secular... ¡Gracias a Dios |
que se sirvió de que V.S.
fuera ahí para reparo de tantos |
daños!» Acumulando a todo
ello el tomar posesión de la |
archidiócesis de la ciudad
de México, sin dejar la sede de |
Puebla, su primera y
predilecta diócesis. No entramos en |
el detalle de los «males»
a remediar, ciertamente |
graves. Se lamentaba
escribiendo a un amigo suyo: |
Corazón |
de obispo |
«No me consuela el ver que
en estas Provincias influye mu- |
cho la jurisdicción
secular para gobernar bien la eclesiás- |
tica, porque al fin soy
eclesiástico y gobierno lo secular, |
y ni los efectos santos
justifican la causa imperfecta, ni |
con tan extraños medios
debemos los Prelados disponer |
útiles fines... ¡Oh Señor
mío! ¡Volvedme a mi ocupación, |
viva y muera a los pies de
los pobres de Puebla y en ma- |
yor dignidad, pues más es
besarlos que tener aquí a los |
más poderosos y ricos a
los míos propios!» |
También escribiría al rey:
«...Pues he acabado tantas |
y tan graves materias, y
es mi profesión, siendo prelado, |
tan diversa y aun
totalmente contraria al empleo y ma- |
nejo de las temporales...
en las cuales se van criando |
emulaciones muy ajenas a
la pureza y quietud interior |
con que el eclesiástico
debe ponerse en el altar... tenga |
V.M. por bien de que no se
me remitan comisiones que |
no miren a mi profesión, y
si la visita (inspección) fuese |
V.M. servido de que otro
la acabe, dejándome sólo que |
acuda al bien de estas
almas, será para mí de particular |
favor...» |
13 (153) |
Las envidias |
Tampoco concebía que un
obispo pasara de una dió- |
cesis a otra, como por
ascenso burocrático; para él, el |
episcopado, no sólo en
teoría, era semejante a un des- |
posorio al que repugna la
separación o la disolución: |
Me parece que no gusta a
Dios que andemos los obispos |
mudando Iglesias, sino que
cada uno viva y muera con |
aquella que le tocó en
suerte. Además de que yo amo con |
grandísima ternura
aquellas almas... las primeras... (y) |
es corta la vida). Para su
diócesis de Puebla hizo voto |
solemne, ante notario, «de
servirla y asistirla toda la |
vida sin dejarla por otra,
por grande que sea, hasta la |
muerte». Pero los
envidiosos, incapaces de aquella gran- |
deza de alma que jamás
tuvieron ni pudieron compren- |
der, le acusarían de
ambicioso y, por tortuosos caminos, |
prepararían su ruina,
carcomidos de celos, corrompidos |
ellos mismos por la
ambición y humillados por la evi- |
dencia de la virtud y
honradez de quien, aun juzgándo- |
les, siempre fue benigno
con ellos. |
Primera noticia |
de San Felipe |
Pudo al fin deshacerse de
aquellos cargos no deseados |
y volver a Puebla, su
preferida, «su Raquel». Ya se ba- |
rruntaba la fundación de
aquella «Concordia» o asocia- |
ción de sacerdotes
seculares puesta bajo la advocación |
de san Felipe Neri, que
más tarde daría lugar a la pro- |
piamente llamada
«Congregación del Oratorio». Ahí pue- |
de haber la primera
noticia o interés de Palafox por san |
Felipe Neri. La vuelta a
Puebla le sirvió de inicial con- |
suelo. Había escrito: «El
buen prelado, cuando le impi- |
den por una calle en el
servicio de Nuestro Señor, ha de |
intentar andar por otra y
no parar. No le dejan reformar |
con la jurisdicción y
religión, informe con la voz. No pue- |
de escribir, ore; no puede
conseguir, llore. Siempre ha de |
estar velando y obrando en
el servicio de Dios, bien de |
las almas a su cargo y
lucimiento del culto divino de |
su iglesia hasta la última
respiración». Estas palabras |
bien nos lo definen. En
otros papeles leemos: «Llegué tan |
empeñado a estas
provincias y comencé a dar con en- |
trambas manos de suerte
que me hallo hoy empeñado en |
130.000 pesos; está el
mundo que es menester comprar las |
virtudes con el dinero. Y
añadía: «He escrito algunos |
tratados espirituales,
porque ya no me ha quedado que |
dar limosna otra cosa sino
la palabra de Dios». |
Ideas políticas |
De España, de la política
de su tiempo, ¿qué ideas |
tenía? Sus convicciones
cristianas, ¿hasta dónde podían |
14 (154) |
llevarle? Algo hemos
podido entrever en las líneas que |
preceden, pero,
afortunadamente, en escritos, obras y |
correspondencia suya,
abundan muestras de su persona- |
lidad humana y cristiana,
que nos pueden ayudar a com- |
prender que debían de
chocar cuando no se redujeran |
sólo a principios
teóricos. |
Cuando era miembro del
Consejo de Indias ya se |
daba a la oración y
caridad. Hospitales de Madrid, con- |
ventos pobres, sacerdotes
necesitados, se beneficiaban pró- |
digamente de sus
larguezas. En sus Confesiones relata |
cómo, en una ocasión Dios
le hizo ver, mientras rogaba, |
«que todo lo que estaba
hacia este pecador, tenía un poco |
de estiércol... que el
estiércol era el mundo y que no había |
otra cosa que desear sino
Dios... Desde este día se fue mi- |
tigando la ambición ».
Cuando fue nombrado obispo «dio- |
le Dios al recibir esta
nueva y puesto y dignidad, gran |
templanza en el ánimo y
tan grande indiferencia que |
cualquier cosa que fuese
en bien de su alma la abrazaría |
igualmente». Quería
«servir con perfección el oficio pas- |
toral», porque «¿qué otra
cosa son los prelados sino maes- |
tros públicos de
perfección cristiana?» Llenaría su minis- |
terio «con la voz, con la
pluma y con el ejemplos. Ya en |
Puebla: «Siendo el amor y
la obligación que yo tengo a |
esta Iglesia tan grande,
no me deja tiempo para otra cosa |
que para vivir y morir
promoviendo y procurando el bien |
espiritual de sus almas». |
Su patria |
Y de aquella España, ¿qué
pensaba? «No es Dios |
aceptador de personas; una
patria tenemos y esa es Cris- |
to, y no hay más que una
nación y esa es cristianos. Co- |
mo la fe es cabeza de
todas las virtudes teologales, es |
la lealtad en lo político
madre de todas las virtudes del |
vasallo». |
Los males |
de los reinos |
Toma la privanza por una
suerte de «idolatría |
política» y dice: «El
privado, cuando es sin límite pode- |
roso, es rey sin corona y
a su príncipe le hace corona sin |
rey y aun, tal vez, sin
reino». Los representantes y minis- |
tros deben ser del rey y
de lo público, huyendo siempre |
de serlo de su propia
conveniencia. Mucho pesan los |
cados de los reyes», pero
preferibles a «los vasallos po- |
derosos que suelen
embarazar tanto los reinos y torcer la |
justicia. El príncipe que
escarmienta al leal, alienta y |
anima al traidor. Los
reinos que se gobiernan por reme- |
dios y no por
prevenciones, van perdidos. Desdichada la |
15 (155) |
republica en la cual el
celo se tiene por inquietud y por |
quietud el dormir
profundamente al ruido de los públicos |
escándalos». El pueblo es
«gente sencilla, que discurre co- |
mo re... y lo más
frecuente es ponerse de parle de la ino- |
cencia», pero «pocas
cabezas malas» pueden arrastrarle. |
Las leyes |
Y sobre leyes y trato de
pueblo y reinos. «La primera |
regla de los aciertos
humanos para atinar con los divinos |
consiste en guardar las
leyes humanas con las divinas... |
Las leyes que no se
guardan son cuerpos muertos, atrave- |
sados en las calles, donde
los magistrados tropiezan y los |
vasallos caen». |
La paz |
Defensor de la paz, dice:
«¿Qué corona ha valido con- |
quistada lo que costó al
conquistarse?» «Las guerras de |
Flandes han sido las que
más han influido en la ruina de |
nuestra monarquía». |
Desde México contempla el
decaer de España. Las le- |
yes, como están, no
bastan. «Las leyes son vestidos de los |
reinos; cuando crecen o se
mudan, los reinos necesitan |
nuevas leyes y, si hay
desproporción, ésta no se remedia |
«por el axioma común de no
hacer novedades». |
España es diversa |
España es diversa; el
centralismo es malo. Es «arte |
grande de los grandes
reyes, cuando dominan diversas |
naciones, gentes y
condiciones, hablar a cada uno en su |
lengua». Seria
equivocación «intentar que estas naciones, |
que entre sí son tan
diversas, se hiciesen una en la forma |
de gobierno, leyes y
obediencia. De donde resulta, que |
queriendo a Aragón
gobernarlo con las leyes de Castilla, |
o a Castilla con las de
Aragón, o a Cataluña con las de |
Valencia, o a Valencia con
los usajes y constituciones de |
Castilla... todo se
aventura. Dios, que pudo criar las tie- |
rras de una misma manera,
las crio diferentes». |
«En la Corte se hace tan
poco caso de los ausentes y |
están tan divertidos en
las ocupaciones ordinarias y extra- |
ordinarias que pocos
discurrirán...» decía, mientras deja- |
ba el arzobispado de
México «que es el que da más dispo- |
sición para ser Virrey»,
que en nada deseaba continuar |
siendo, y pedía a Madrid:
«Envíennos un Virrey limpio de |
manos y hombre de verdad,
que no tenga toda su ansia en |
enriquecerse... y un
Arzobispo que ame a Dios y tenga |
prudencia y buen celo». |
Mientras, los resentidos
que hubo necesariamente de |
corregir, por mandato
real, no cesaban de mandar gruesas |
16 (156) |
murmuraciones a Madrid.
Palafox escribía al rey: «For- |
zoso es que todos se
sientan de mí y yo mismo sienta el |
ser instrumento de penas
ajenas y propias. Yo bien me |
atrevería a remediar todo
esto, si no temiera la cuenta |
final, porque con comer,
pasar y holgarme, juntar dinero, |
alabarlo y bendecirlo
todo... irían al Consejo relaciones |
del obispo de la Puebla
que es un ángel... Pero nunca ten- |
dré por buena humildad el
dejar de defender lo justo y si |
desta manera no contento
despídame Su Majestad de su |
servicio, que ya nunca
sabré servirle de otra. Sé que V.E. |
el Consejo me guardará
justicia y me oirán... Cuando |
no me oigan y me condenen
sin culpa, me iré tan contento |
a mi iglesia azotado como
pudiera aplaudido, que sólo a |
Dios busco y eso no me lo
puede nadie quitar si yo no lo |
pierdo». |
Vuelta a España |
Sin ser depuesto de su
sede de Puebla, hubo de regre- |
sar a España, donde, en
realidad, y a pesar de ciertas |
amabilidades formales, no
sabía ni la Corte ni el Consejo |
qué hacer con él, salvo la
insinuación de darle un obispa- |
do mejor acá. Pero el
poder humano más alto, que evita |
lo más que puede
comprometerse, no fue sincero con él, a |
pesar de que no podían
dejar de reconocerse los méritos, |
el buen celo y la
fidelidad con que cumplió allí sus come- |
tidos. Finalmente se le
ofreció el obispado de Osma, como |
culminación de intrigas
cortesanas a toda costa empeña- |
dos en evitar concederle
una destinación mayor en una |
Iglesia de España
«proporcionada a vuestras prendas», |
según le había prometido
el mismo rey. Y él contestaba a |
un amigo que «deseo ya
hallarme en esa corte, no a pre- |
tender iglesias... sino a
encomendar la mía...escribir trata- |
dos espirituales... y,
desde lo alto de la consideración, ver |
cómo pasan y corren las
humanas felicidades, rogando a |
Dios por la salud y
prosperidad del Rey nuestro señor y |
su corona». |
Árbol caído |
Árbol caído del que los
envidiosos hicieron ramas fue |
la presencia de Juan de
Palafox en Madrid, muy diferen- |
te del que había dejado
hacía diez años. Sentía que debía |
callar antes que
defenderse de todas las injurias persona- |
les, pero que no podía
hacerlo en lo tocante a su condición |
de obispo de Puebla. Aquí
omitimos todas las incidencias, |
acusaciones y defensas.
«Juzgo que un sacerdote y mi- |
nistro de mi obligación,
cuando hace lo que debe el |
17 (167) |
cristiano buen vasallo y
hombre de bien, todo lo demás |
es menos». |
Así terminaba una etapa
cierta de su vida, con un gran |
combate espiritual. «Todo
lo demás es menos». Pero no |
basta aceptarlo como
principio, sino que ha de obrar la |
mutación del sentir del
alma y cambiar incluso la vida. |
San Felipe |
Es entonces cuando,
permaneciendo en Madrid, a la |
espera de incertidumbres
que no se disipaban, entra deci- |
sivamente bajo el influjo
de san Felipe Neri. En Madrid |
conoció al filipense Padre
Juan Bautista Ferruzo, que ideó |
una asociación, aunque
desvinculada de la Congregación |
del Oratorio existente en
la Corte, totalmente inspirada y |
puesta bajo la protección
de san Felipe Neri, cuyos miem- |
bros reproducían en sus
normas de oración y de obras de |
misericordia, no sin
cierto rigor, lo que los primeros hijos |
seglares de san Felipe
comenzaron a hacer en la Roma |
del siglo anterior. |
Esta institución se
llamaba ―y sigue llamándose― la |
«Santa Escuela de Cristo».
No nos detenemos ahora a |
describirla, que otra
ocasión no nos ha de faltar para |
dedicarle espacio mayor.
Nos basta con saber que entre |
«aquellas gentes
espirituales» verdaderos «discípulos del |
Divino Maestro», encontró
«grandísima devoción y ter- |
nura». En la Santa Escuela
ingresó en 1653 y tuvo tal |
intervención en el arreglo
―él era buen jurista― de las |
Constituciones, que se le
consideró, en adelante, como co- |
fundador junto al P.
Ferruzo. |
Conversión |
definitiva |
Esa es la época en que
comienza la segunda etapa de |
su vida, derecha a la
santidad. Comenzó a darse cuenta |
que la familia y hasta los
consejeros a quienes acudía, |
«ordinariamente le daban
la sentencia conforme a su |
propio amor, con que
cobraba más fuerza su dictamen y |
con él su perdición,
porque es cierto que si porfiaba en |
En las India, tanto debe
ser mayor el cuidado de amar la pobreza, cuanto |
es el concepto común de
todos que al venir a estas provincias es por buscar |
y conseguir este embarazo
de la vida que llaman plata y riquezas. Nosotros, |
eclesiásticos, sacerdotes,
separados del siglo, tanto mayor cuidado debemos |
tener de desviarnos en
este escollo, cuanto es más común el incurrir en él. |
JUAN DE PALAFOX |
18 (158) |
esto, se ponía en
embarazos y disgustos e inquietudes |
muy ajenas de caminos
espirituales. Con estos cuidados |
se entró un día en el
oratorio a orar... y mirando a aquel |
Señor, le dio
instantáneamente un rayo de luz al entendi- |
miento... y, al instante,
se le ofrecieron muchos discursos |
de verdad y de humildad y
los abrazó con sumo gusto su |
corazón... Las iglesias,
¿son premios o ministerios o cru- |
ces? ¿Qué méritos, que
servicios son los míos que merecen |
premio alguno?...» |
El Señor, después de esta
decisión, le inundó de paz. |
Prohibió que, en adelante,
nadie le hablara de rechazar |
la diócesis de Burgo de
Osma, tan distinta de Madrid, |
México o Puebla. Allí hizo
«de la pluma lanza», además |
de cuidar de su rebaño
espiritual, en alegría de pobreza, |
en plegaria continua, en
sencillez de penitencia y miseri- |
cordia, en el sosiego
sereno de aquel rincón que amó por- |
que el Señor le hizo allí
tantas gracias. |
Sencillez |
y gloria |
Allí, próximo a los
sesenta años, al fin se decidió a |
escribir algo sobre «la
misericordia de Dios y las miserias |
propias». Y de aquel
tiempo es esa reveladora y festiva |
anécdota, cuando con
ocasión de hospedarse en un con- |
vento de carmelitas, le
preguntó el hermano cocinero que |
comería su Ilustrísima. |
―¿Qué tiene la
comunidad?, contestó el prelado. |
―Migas, señor
obispo. |
―Pues eso mismo. |
―¿Migas va a comer
un obispo? |
―Tráigalas, hijo,
tráigalas, que es comida de pastores. |
Sus escritos, divulgados
ya a finales del s. XVII en |
diversos idiomas por casi
toda Europa y América, son |
todavía una mina de
ejemplar doctrina espiritual, que |
ponen al descubierto la
grandeza y santidad de su alma. |
El profesor Sánchez
Castañer, profundo conocedor de |
su vida, no duda en
asegurar el interés que tendría «pu- |
blicar una colección
antológica con los dichos encomiásti- |
cos de sabios varones que
le admiraron». Pero con el pasó |
lo que estos versos
profetizan: |
«Cosa bien sabida es |
que a los santos y a los
justos |
los matamos a disgustos |
para ensalzarlos después» |
19 (159) |
Los fieles deben conocer
la naturaleza íntima de |
todas las criaturas, su
valor y su ordenación a la |
gloria de Dios, y, además,
deben ayudarse entre sí, |
también mediante las
actividades seculares, para |
lograr una vida más santa,
de forma que el mundo |
se impregne del espíritu
de Cristo y alcance más |
eficazmente su fin en la
justicia, la caridad y la paz. |
Para que este deber pueda
cumplirse en el ámbito |
universal, corresponde a
los laicos el puesto princi- |
pal. Procuren pues,
seriamente, que por su compe- |
tencia en los asuntos
profanos y por su actividad, |
elevada desde dentro por
la gracia de Cristo, los |
bienes creados se
desarrollen al servicio de todos |
y cada uno de los hombres
y se distribuyan mejor |
entre ellos, según el plan
del Creador y la iluminación- |
de su Verbo, mediante el
trabajo humano, la |
técnica y la cultura
civil: y que a su manera estos |
seglares conduzcan a los
hombres al progreso uni- |
versal en la libertad
cristiana y humana. Así Cristo, |
a través de los miembros
de la Iglesia, iluminará |
más y más con su luz a
toda la sociedad humana. |
Const. sobre la Iglesia,
36 |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta San Felipe Neri 1
- Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 10.11.85 |
20 (160) |
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