Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 254. ENERO. Año 1989 |
SUMARIO |
TODO es llamamiento
divino, palabra de lo alto, |
de Dios. ¿Nos acercamos a
él, o es el que |
viene a nosotros? Cuando
Dios se hace hom- |
bre, es nuestra humanidad
que se conmueve, y |
nos sentimos impulsados a
definirnos, mientras ca- |
mina a nuestro lado.
Podemos rechazarlo, pero no |
podemos evitarlo. Podemos
no agradecer sus dones, |
pero no podemos negarlos;
podemos cerrar los ojos, |
pero no podemos apagar la
luz; podemos mentir, |
pero no podemos destruir
la verdad. Por eso, los pri- |
meros que lo reconocen son
los sencillos de corazón, |
los que no temen perder
nada dándolo todo: pasto- |
res, magos y almas que han
crecido en la esperan- |
za, y los santos de todos
los tiempos. |
BLANCO COMO LA NIEVE |
RAÍCES |
UNA ESTRELLA SOBRE EL
CAMINO |
LA AMISTAD |
LAS VOCACIONES
CONVERGENTES |
NEWMAN. EL GOZO COMPARTIDO |
AMIGOS Y HERMANOS |
1 |
BLANCO COMO LA NIEVE |
Su cabeza y sus cabellos
son blancos como la lana |
blanca y como la nieve.—
(Ap 1, 14). |
Tu cabellera es blanca, oh
Jesús, porque tú eres el |
Hombre lleno de días, como
dice el profeta Daniel. |
Eres Dios desde toda la
eternidad. Sin duda, has |
venido a nosotros como un
niño; has sido suspendido en |
la cruz a una edad en la
que todavía no aparecen las |
canas, pero hay en ti algo
que te envuelve en el |
misterio y que impide a
los hombres conocer tu edad. |
Los fariseos te hablaban
como si estuvieras a punto de |
alcanzar los cincuenta
años. En cambio, tú has vivido |
millones y millones de
años, como lo muestra tu mismo |
rostro. E incluso cuando
eras solamente un niño, tus |
cabellos eran tan
brillantes que la gente decía: «Son |
como la nieve». |
Oh Señor, siempre anciano
y siempre joven, tú |
contienes toda la
perfección y la vejez, en ti, es |
infinitamente más hermosa
que la más bella juventud. |
Tu blanca cabellera es un
adorno, no un signo |
decrépito. Es tan
brillante como el sol, tan blanca |
como la luz, tan
deslumbrante como el oro. |
Señor Jesús, que yo te
pueda amar siempre, no con |
ojos humanos, sino con los
del Espíritu que supera |
cualquier claridad humana. |
John H. Newman, C. O. |
2 |
Raíces |
POR el misterio de la
encarnación, confesamos que el Verbo se hizo carne, pero |
no como si hubiese asumido
una naturaleza humana abstracta, para que pu- |
diera, de este modo,
elevarse a la misión que el Padre le había encomendado |
y ser, a la vez, modelo de
hombre universal. También en Cristo existe «el |
hombre y su
circunstancia», y la primera de ellas la constituyen sus raíces, es decir, |
su raza, su familia, su
pueblo, su cultura, el lugar y el tiempo en que vivió. La encar- |
nación no fue una
ascensión a la inversa, llovida del cielo, como si el Espíritu Santo |
hubiese intervenido para
dotar al Hijo de Dios con una naturaleza humana aséptica, |
milagrosamente diferente
del resto de los seres humanos en la más mínima de las ca- |
racterísticas les son
propias, excepto la impecabilidad. Como cada ser humano |
tiene las suyas, él tuvo
sus raíces, propias y concretas, que agradeció y estimó, en |
lay que apoyó toda su
misión, sin orgullo y sin complejos amigos, patria, lengua, |
religión. |
Curiosamente, y habiéndolo
podido elegir, Cristo no nace en una ciudad cosmo- |
polita, ni habla la lengua
de los sabios o los políticos de su tiempo, ni busca la efica- |
cia de su misión en las
estrategias humanas, ni prefiere codearse con los grandes e |
influyentes, con los
ricos, sabios y poderosos del mundo, ni suyo ni ajeno. Roma, en |
Au época, le habría
ofrecido un marco adecuado a estas miras. Cierto que no excluye |
a nadie, pero sus
preferencias son claramente distintas y aun opuestas a los apresu- |
rados criterios humanos de
todos los tiempos. Cuando con tales criterios se ha pre- |
tendido hacer obra de Dios
para cambiar el mundo, en realidad se ha comprometido, |
más que ayudado, a la
Iglesia, porque ha sido desnaturalizada su misión original, |
haciéndola más sectaria
que eclesial, incluso cuando se han invocado intenciones |
universalizadoras. Fue el
pecado de la Sinagoga, que pretendió ser fiel, con espíritu |
de secta, al Dios único y
verdadero, y por esto rechazó a Jesús. |
3 |
Contrariamente a lo que
pueda parecer, el amor a las propias raíces cura de |
sectarismos, porque
destruye el mito, o el dios falso, de lo grandioso y despersona- |
lizado, como ocurre con
aquellos que hablan con exceso de patria precisamente por- |
que carecen de ella, o ya
no saben dónde tienen sus raíces, salvo lo que en abstracto |
les conceda, por sugestión
o interés, el mito cultivado. |
En nuestra época, en la
que tan fácilmente nos dejamos seducir por lo grande y |
sorprendente, por lo
rápidamente exitoso, por lo que la propaganda nos ofrece con |
halago de nuestra vanidad,
es particularmente conveniente ser fieles a las propias |
raíces, sin despreciar las
de nadie, por respeto a la justicia y porque la diversidad es |
enriquecedora, y por esto
mismo querida por Dios, multiforme en todos sus dones. |
Sin amor a las propias
raíces no seríamos verdaderamente humanos, aunque sí, tal |
vez, esclavos del número,
del éxito económico, del prestigio social, demasiado Ambi- |
guos para ser instrumentos
puros al servicio del Evangelio. Es sobre los dones natu- |
rales y verdaderamente
humanos que se edifica el orden sobrenatural, toda la eco- |
nomía de la gracia divina.
Por eso Dios dio, con la naturaleza, verdaderas raíces |
humanas a su Hijo, cuando
se hizo hombre; lo mismo que las había dado a su pueblo |
elegido y que las ha dado
y da a los verdaderos santos. |
Y es preciso tener en
cuenta que Cristo, propiamente, no es un hombre univer- |
sal, sino universalizado.
Lo mismo que todo cristiano fiel a su bautismo. |
"¡Que todos sean
uno!»... Ésta es la culminación del |
milagro de amor, que
comenzó en Belén, y del cual los |
pastores y los Magos
fueron los primeros frutos: la |
salvación de todos los
hombres, su unión en la fe y el |
amor, a través de la
visible Iglesia fundada por Cristo. |
«¡Que sean uno! Éste es el
propósito del divino Re- |
dentor, y nosotros hemos
de hacer todo lo posible |
para alcanzarlo, pues
constituye una grave respon- |
sabilidad que pesa sobre
la conciencia de todo hom- |
bre. En el último día de
juicio particular y universal, |
cada voluntad individual
deberá dar razón, no del |
éxito alcanzado en orden a
la restauración de la uni- |
dad, sino si ha rogado,
trabajado y sufrido para ello: |
si cada cual se ha
impuesto a sí mismo una sabia y |
prudente disciplina,
paciente y perseverante, y si ha |
dado una total preferencia
a los impulsos del amor. |
Juan XXIII, |
1962, Discorsi V. p. 48 |
4 |
UNA ESTRELLA |
SOBRE EL CAMINO |
NUESTRO camino. El camino |
de los hombres, la vida.
No |
simplemente estar en este |
mundo, sino asumir
consciente- |
mente la realidad que
somos, el |
ser que hemos recibido, y
mover- |
nos encauzando el
dinamismo que |
late en nosotros, mediante
el cual |
nos expresamos, nos
desenvolve- |
mos, crecemos, en busca de
lo óp- |
timo que nos depare la
suerte de |
vivir, dado que la nuestra
no es |
una existencia ciega, sino
inteli- |
gente y libre, capaz de
conocer y |
de elegir, capaz de
responsabilidad, |
de hacer de nuestra vida
una res- |
puesta a un fin conocido,
de hacer |
de él un ideal amado. |
Hemos recibido el don de
la vi- |
da, sin haberlo pedido.
Pero apenas |
alcanzamos el pleno uso de
nuestra |
inteligencia, podemos
descubrir |
que no estamos destinados
a la fa- |
talidad, sino abiertos a
la esperan- |
za inmensa, que va más
allá del |
tiempo. Sobre todo, cuando
sobre |
nuestro camino resplandece
la luz |
de la fe. Un poco,
pensando en los |
Magos, podemos decir que
ella nos |
lleva a Cristo, y con ella
nos lleva- |
mos a Cristo para el resto
de todo |
nuestro peregrinar sobre
la tierra, |
con la esperanza gozosa
del último |
gran encuentro, eterno y
feliz, en |
el portal de la gloria. |
Pero, entre nuestro
nacimiento y |
este encuentro último en
el que |
definitivamente nos
restituimos a |
Dios, se extiende el
camino de |
nuestra vida, y a lo largo
de él |
―generalmente poco
después de |
sus principios―
existen dos mo- |
de capital importancia,
que |
nos van a definir de cara
a Dios. El |
primero de ellos es aquel
en el que, |
siendo ya capaces de
recibirla, nos |
llega la primera noticia
de Dios. |
Para los ya bautizados,
este mo- |
mento 5 |
mentos de toma de
conciencia aca- |
ba de definirnos como
tales, en los |
casos en que el bautismo
fue reci- |
bido en edad inconsciente,
como |
ocurre en las familias de
tradición |
cristiana. |
Cuando decimos «noticia de |
Dios», no nos referimos a
la que |
acaba con la simple
aceptación |
mental de la existencia,
racionali- |
zada o no, de un Ser
supremo. A |
los cristianos no nos
basta el Dios |
de los filósofos,
presentado en una |
definición conceptual,
aunque si- |
túe a este Dios en la
cumbre de las |
perfecciones ontológicas.
Nosotros |
creemos en un Dios que es
el Ser |
supremo único, e infinito,
y perso- |
nal, que, por lo tanto, se
nos comu- |
nica y reclama la
respuesta de |
nuestra vida, que le
encuentra y |
accede a él a través de la
fe sobre- |
natural. Esta fe es el
primer don |
que de él recibimos y con
el que se |
nos muestra; don que luego
hemos |
de desarrollar sin
desvincularnos |
del influjo divino, que
llamamos |
"gracia". Ésta,
correspondiendo a |
ella, vigorizará nuestra
respuesta |
operativa, especificada en
las vir- |
tudes esenciales del
cristiano, co- |
menzando por las que
llamamos |
teologales ―fe,
esperanza y, sobre |
todo, caridad― y
siguiendo por las |
morales. No nos detenemos
a des- |
cribirlas; bástenos
recordar que se |
trata de potencias
sobrenaturales, |
de hábitos operativos
ordenados |
al bien, que resultan de
los done |
de Dios y del ejercicio y
buena vo- |
luntad del sujeto, al paso
que crece |
en libertad y en entrega
generosa |
a Dios. Todo cristiano
está llama |
do a dar esta respuesta a
Dios. Po |
demos decir que en ella se
contie- |
nen las disposiciones
esenciales a |
través de las cuales se
desarrolla |
la consagración bautismal,
que ini- |
cia la vida divina en
nosotros. |
Pero es preciso no
detenernos |
en la consideración del
bautismo, |
como si se tratara de la
vocación |
general, del llamamiento
genérico |
dirigido a todos los
hombres, para |
hacerlos radicalmente
hijos de |
Dios en la Iglesia,
dejando para |
grupos más selectos las
llamadas |
vocaciones especiales o,
también, |
"religiosas" con
vistas al compro- |
miso de abrazar la vida
evangélica |
de modo más estricto. Todo
cristia- |
no, todo fiel, llegado a
la madurez |
mental a que hemos
aludido, cons- |
ciente de su encuentro
personal |
con Dios, ha de saber
decidirse por |
el modo, el talante
propio, la ma- |
nera concreta de vivir en
esta tie- |
rra, la respuesta que da a
Dios con |
su fe, caminando hacia él.
Es lo que |
podemos llamar vocación
perso- |
nal, en la que se produce
la corre- |
lación de llamamiento (en
el que |
no suelen faltar los
signos provi- |
denciales que lo hacen
creíble) y |
correspondencia más o
menos ge- |
nerosa e iluminada.
Tampoco sería |
6 |
correcto hablar de
elección de esta- |
do o de vocación. No se
trata de |
elegir, sino de decidir,
de asumir |
la respuesta. Por tanto,
es preciso |
obrar con suma rectitud de
inten- |
ción a la hora de
emprender el ca- |
mino al que nos sentimos
llama- |
dos. No se trata de
resolver la vida, |
de colocarse, de
instalarse, sino de |
dirigirse a Dios por el
camino que |
prudentemente creemos que
él nos |
dispone. Después de haber
nacido, |
después de haber recibido
el bau- |
tismo, lo más importante
en la vida |
del cristiano es encontrar
este ca- |
mino y andar decididamente
por |
él. Podemos tener cerca
quien nos |
ayude, pero no quien
substituya |
nuestra responsabilidad.
En cual- |
quier caso conviene no
olvidar que |
«un ciego no puede
conducir a otro |
ciego». |
Existen matrimonios
infelices y |
familias desgraciadas que
sufren, a |
pesar de creerse
cristianos, por ha- |
berse lanzado a abrazar un
estado |
sin el planteamiento
previo, sobre- |
natural y prudente, de
quien toma |
un determinado camino que
le ha |
de llevar a Dios. Han
seguido el |
ejemplo de lo que hace la
mayoría |
―«todos lo
hacen»―, sin apenas |
otros criterios que los
humanos o |
psicológicos, que
ciertamente no |
pueden ser suficientes
para acer- |
carse a un sacramento que
debe |
santificar a quienes lo
reciben. Se |
puede decir otro tanto de
aquellas |
vocaciones de vida e
evangélica fra- |
casadas, en las que la
verdadera |
piedad y fe sobrenatural
fue substi- |
tuida por un pietismo que
se olvi- |
dó de profundizar en las
virtudes |
sólidas, deteniéndose en
lo más ex- |
terno y convencional,
donde las |
acciones buenas suelen
perderse |
como formas disimuladas de
otra |
vanidad, que no resiste ni
las prue- |
bas del sacrificio y la
humildad ni |
es capaz de perseverancia
sencilla |
y gozosa. En la puerta de
un con- |
vento había un reclamo
para posi- |
bles vocaciones, que decía
aproxi- |
madamente así: «Para
entrar aquí |
se necesitan personas de
oración, |
limpias de entendimiento,
despren- |
didas de sí mismas y
determinadas |
a no quedarse en la
mediocridad». |
Disposiciones que son
útiles para |
todo cristiano, cualquiera
que sea |
el camino por el que Dios
le llame, |
si quiere llegar a Dios al
final de |
la vida. |
Dios, el Evangelio, esta
vida, la |
diversidad de formas en
que pue- |
de ser vivida, el ideal de
la santi- |
dad, el ejemplo de las
virtudes que |
todavía nos alcanzan al
recordar |
las vidas de los santos,
la misión |
de la Iglesia, a la que
hay que refe- |
rir todos los caminos,
todas las vo- |
caciones, todas las
"respuestas" de |
la fe a través de la vida
de cada |
uno y de todos, hermanados
como |
"pueblo de
Dios"... Todo esto con- |
tiene una hermosura capaz
de en- |
tusiasmar, de despertar
proyectos |
enardecedores. Pero es
preciso |
7 |
concretarlos, porque sería
triste, |
al final de la jornada, el
haber es- |
tado recorriendo, mirando
y com- |
parando qué
"elegir", sin haber |
dedicado mucha oración
para aus- |
cultar y recoger las
señales de la |
Providencia y
"decidir" en conse- |
cuencia, libres de egoísmo
y con- |
dicionamientos, para que,
lo que |
tuviéramos que hacer,
camino de |
Dios, no sean las sobras
de las ener- |
gías que con la vida nos
ha dado, |
sino la entrega gozosa a
un ideal |
que comenzamos a edificar
mien- |
tras vivimos en el mundo,
pero que |
no es sólo para este
mundo, ni nos |
cabe en él: bien sea el
matrimonio |
para formar una familia (y
no por- |
que «todos lo hacen»), o
para re- |
producir más de cerca la
vida de |
Cristo tal como se nos
muestra en |
el Evangelio (y no porque
un com- |
pañero se nos hizo fraile
o una ami- |
ga ha entrado de monja).
No solu- |
ciones, ni colocaciones,
ni ilusio- |
nes, sino ideales,
vocaciones. |
A Dios le podemos pedir
muchas |
cosas, pero es seguro que
cuando |
nos dirijamos a él con
limpieza d- |
emente , con
desprendimiento, sin |
ponerle condiciones, ni
pretender |
jugar con dos barajas, no
ha de |
tardar en mostrarnos con
su acción |
providencial la senda que
nos abre |
para que nuestro bautismo
no que- |
de en gola iniciación
cristiana, sino |
en reflorecimiento de vida
hermo- |
sa, capaz de hacernos
felices, aquí |
mismo y aun con penas, y
fecunda |
de bienes para nuestra
propia alma |
y para la Iglesia. |
Y decimos "para la
Iglesia" con |
plena intencionalidad.
Porque no |
sería cristiana una
"respuesta" a |
Dios encerrada en lo
individual, en |
la santidad
autocontemplada. Todo |
lo que es bueno, y más lo
divino, |
se proyecta. Decimos
"vocación", |
pero debiéramos decir, más
bien, |
"con-vocación",
porque es del esti- |
lo de Dios que lo bueno
sea con- |
vergente, como la amistad
y como |
el amor, y como el gozo,
que nece- |
sita ser compartido para
que se |
convierta en fiesta. |
Especialmente los más
jóvenes, |
ojalá sean valientes, como
pedía |
san Juan, para que no
retarden las |
propias decisiones y
caminen fie- |
les al resplandor de la
estrella que |
Dios encienda sobre su
camino. |
A los mayores resta la
perseve- |
rancia, o poner
humildemente re- |
medio a los errores ya
inevitables, |
hasta la medida que las
fuerzas al- |
cancen. Pero, para todos,
siempre |
hay una estrella sobre el
camino, |
y hay que serle fiel,
hasta que nos |
conduzca a Dios. |
El esfuerzo por establecer
la Justicia y la paz y por afirmar el progreso |
humano ha de ser tenido
como parte integral de la evangelización, |
Sínodo episcopal sobre los
laicos (1987), n. 30 |
8 |
La amistad |
ME estrechaban fuertemente
a |
mis amigos cosas como el |
conversar y reírnos
juntos, |
servirnos unos a otros con
buena |
voluntad, juntarnos a leer
libros |
que nos gustasen, a
divertirnos ho- |
nestamente, a discutir
alguna vez |
en los juicios, pero sin
quedar |
resentimiento y como lo
suele eje- |
cutar uno consigo mismo, y
con |
el agridulce de tales
disensiones |
―que rarísima vez
sucedía― dá- |
bamos sabor a nuestra
dulce con- |
formidad; enseñarnos
mutuamente |
alguna cosa, tener
sentimiento de |
la ausencia de los amigos,
y reci- |
birlos con alegría cuando
volvían. |
Con estas señales y otras
semejan- |
tes que, naciendo del
corazón de |
los que entre si se aman,
y que se |
manifiesta por el
semblante, por las |
palabras, por los ojos y
por mil |
movimientos, encendíamos
nues- |
tros ánimos y de muchos
hacíamos |
uno solo. |
Esto es lo que se ama en
los ami- |
gos, y de tal modo se ama,
que se |
tendrá por culpable el
hombre que |
no amase al que le ama, o
no co- |
rrespondiese con su amor
al que |
le amó primero, sin desear
ni pre- |
tender de su amigo otra
cosa ex- |
terior, más que estos
indicios |
muestras de benevolencia.
De aquí |
nace el llanto y lamento
cuando |
muere algún amigo; de aquí
los lu- |
tos que aumentan nuestro
dolor; de |
aquí el tener afligido
nuestro cora- |
zón, convirtiéndose en
amargura |
la dulzura que antes
gozaba; y de |
aquí la muerte de los que
viven |
por la vida que han vivido
los que |
murieron. |
«Dichoso el que te ama»
(Tb 13, |
18), y a su amigo ama en
ti, y al |
enemigo por amor tuyo.
Porque |
sólo se está libre de
perder a los |
seres amados cuando se les
ama a |
todos en Aquel que nunca
se le |
puede perder. Y ¿quién es
éste sino |
nuestro Dios, aquel «que
hizo el |
cielo y la tierra» (Gn 1,
1), y que |
llena la tierra y el
cielo, porque |
llenándolos los hizo? |
A ti, Señor, nadie te
pierde nun- |
ca, sino el que te deja. Y
el que te |
deja, ¿adónde va, o adónde
huye, |
sino de ti, amoroso, a ti
mismo eno- |
jado? Porque, ¿dónde no
hallará tu |
ley en su castigo? «Pues
tu ley es |
la verdad y tú la verdad
misma» |
(Sal 118, 142). |
San Agustín, |
Conf III, 8-9 |
9 |
Las vocaciones
convergentes |
UNA vocación no es
solamente una "llamada", sino la |
empresa de corresponder a
ella haciendo camino |
en el sentido que el
reclamo, que nos concierne, |
nos solicita. |
Para los cristianos, el
llamamiento a la fe no se compren- |
de nunca como un hecho
aislado, que se inicia y se agota en |
cada sujeto, sino que
comporta, junto a la experiencia perso- |
nal de cada uno, la de los
hermanos que caminan cerca de |
nosotros. Dios no llama a
nadie para ser destinado a una tarea |
individual y exclusiva; no
concede don alguno que no haya |
de ser compartido,
participado. No existen, por lo tanto, vo- |
caciones solitarias. La
vocación de cada hombre no es sola- |
mente concomitante, sino
también convergente con la de |
otros hombres, sin que por
ello quede diluida en la colectivi- |
dad de la humanidad. |
Una explicación basada
exclusivamente sobre el carác- |
ter social de la persona
humana no sería suficiente, y un hu- |
manismo que se apoyara
sobre esta base correría el riesgo |
de sacrificar al individuo
en beneficio de la comunidad, co- |
mo si precisara aceptar la
renuncia a la supervivencia perso- |
nal y consolarnos con ver
realizado al individuo absorbido |
en la sociedad. Si
alabáramos al hombre por este pretendido |
heroísmo, se trataría de
una exaltación que, en realidad, lo |
limitaría y lo destruiría.
También en el campo de la fe: pues |
ésta no consiente ser
instrumentalizada en beneficio de la |
10 |
eficacia temporal sin que,
al mismo tiempo, quede desvirtua- |
da su sobrenaturalidad. Ni
tampoco bastaría con invocar la |
coincidencia de todos tras
un mismo y único fin; no pasaría de |
una remisión desencarnada,
lejana, fríamente teórica, válida, |
a lo sumo, para un
pretexto enajenador e hipócrita. |
La Iglesia es la hermandad
de los hombres que caminan |
bajo el signo de la misma
fe cristiana: en ella Dios nos llama, |
nos convoca a todos. El
compromiso de la respuesta compren- |
de dos vertientes
indisociables no sólo porque en ella nues- |
tras huellas se hunden en
el camino de la fe, sino porque con |
ella creemos y compartimos
la esperanza santa de la vuelta |
a Dios. |
La vida de fe—ni la vida
de la Iglesia, ni la vida en la Igle- |
sia― no consiste en
"estar aquí". A los que les basta esa sola |
permanencia, o se aburren
meditando en el absurdo, o padecen |
la angustia de la duda, o
se limitan a la voracidad egoísta, es- |
clava del propio gusto, o
bien, tras la noble apariencia con |
que envuelven lo visible
de su vida, ocultan, tal vez, un pre- |
texto para la vanidad; no
tienen ideales. |
La fe, en cualquier caso,
es más que un ideal. Más bien |
podemos afirmar que
inspira los ideales, puesto que solamen- |
te ella puede legitimar
los que son realmente verdaderos, los |
que no usurpan en vano tan
noble nombre, es decir, los que |
son algo que, para el
hombre y ante Dios, valen tanto como la |
vida y más que la vida. |
11 |
Ahora bien: un ideal no
puede vivirse en soledad; ha de |
ser vivido respecto a
otros y con otros, hermanadamente. Lo |
mismo que la fidelidad y
la perseverancia, un ideal se alimen- |
ta de la adhesión, del
amor y de la alegría compartida en ge- |
nerosidad, sacrificio,
belleza y entusiasmo. Consiste en reci- |
bir y en dar: todo es para
agradecer y para difundir, y se |
convierte en motivo
espiritual, y a la vez concreto, del gozo |
y de la esperanza. |
Cuando la Iglesia
reconoce, por ejemplo, la libertad de |
asociación, no lo hace
para transigir frente a los modelos pro- |
fanos de las declaraciones
de derechos, sino que, superando |
cualquier oportunismo,
tiene en cuenta que sus miembros no |
caminan aisladamente,
mientras avanzan, convocados por la |
fe, y regresan a la casa
del Padre formando grupos fraterna- |
les deliberadamente
elegidos, a la vez que de este modo con- |
figuran el Cuerpo de su
Hijo. Somos Iglesia y caminamos con |
la Iglesia. La
profundización en la vida de fe converge con la |
respuesta concreta de los
hermanos. |
Por esto, amar a Dios es
amar a los hermanos y, en de- |
finitiva, amarnos también
a nosotros mismos. El amor es único |
у unifica. Newman
pensaba seguramente en todo esto cuando, |
fundándose en san Pablo
(Flp 1, 9: «que vuestro amor se en- |
riquezca más y más con el
conocimiento lleno de sensibilidad |
para todo»), hablaba de la
necesidad del «acuerdo mental» |
(«intellectual agreement»)
entre los que caminan juntos para |
responder al llamamiento
de Dios en cada uno de los rodales |
o parcelas del campo de la
Iglesia, en este mundo. |
La entrega total a Dios
compromete n un nivel de tal profundidad, |
que los cambios de
estructuras, las actividades, aun teniendo verda- |
dera importancia, ésta es
sólo relativa. Lo esencial es conservar una |
conciencia viva de la
llamada de Cristo, que elige a sus amigos. |
Pablo VI, |
3.10.1973 |
12 |
NEWMAN: |
EL GOZO |
COMPARTIDO |
EL GOZO, la alegría, la
felicidad, no son |
virtudes, pero sí
vibración del ánimo fren- |
te a lo bueno, o tenido
por tal. En la trans- |
parencia del gozo existe
un elemento, la |
gratuidad, sin la cual no
existe gozo au- |
téntico ni justo. Por esta
razón, para que el gozo |
sea gratuito, debe ser
compartido, indivisible, más |
que una fraternidad, como
Newman señala en una |
poesía referida a los
hermanos apóstoles Santiago |
y Juan (1); es decir, más
que la sangre y el cora- |
zón: también el
pensamiento, la vida y los ideales. |
Soledad |
y amistad |
Cuando en esta misma serie
nos hemos referido |
a la soledad interior de
Newman (2), no la enten- |
díamos como si se tratara
de un aislamiento. No |
tiene por qué existir
contradicción entre esa sole- |
dad y la amistad
verdadera. A él mismo no le pasó |
inadvertido el contraste
entre el deseo de soledad |
y el impulso de la
amistad; contraste que fue una |
parte del drama interior
de su vida (3). Gozo y dolor |
(1) «Brothers in heart,
they hope to gain / an undivided joy», V. V. (1868, 1a ed.), p. |
153. |
(2) LAUS, oct. 1988, p.
13. |
(3) «I have ofteen been
puzzled at myself, that I should be both particularly fond of |
being with Friends». De
una carta a un crítico, al que agradece la recensión de |
VERSES IN VARIOUS
OCCASIONS, en 1868. |
13 |
le reportaron cada una de
estas tendencias, pues |
la soledad es unas veces
paz y reposo, y ambiente |
para la oración el
estudio, pero también se torna |
dolorosa cuando no es
posible hallar con quien po- |
der compartir el beneficio
de un gozo que aflora, |
por más que, mientras se
gesta en la esperanza, tal |
gozo presentido ya
constituye un principio de feli- |
cidad. Para el creyente,
esta esperanza es la que |
nutre la oración, la que
se abre a la búsqueda y a |
la oportunidad del amor,
la que impulsa las buenas |
obras, los proyectos
inspirados, los grandes ideales. |
Por esto, en Newman, de la
soledad que purifica |
y profundiza la conciencia
de sí mismo, nace la |
amistad con Dios el afecto
más puro, no condi- |
cionado, con los hermanos
de camino. De esta do- |
ble experiencia nosotros
señalamos el relieve de la |
amistad. |
La palabra |
"amigo" |
A quien deseara una
incursión en el tema de |
Newman y la amistad, le
bastaría abrir las páginas |
de la Apología, o recoger
en la abundante corres- |
pondencia la palabra
"amigo» ―«friend»―, tan |
repetida, además, en sus
poesías. Por si fuera poco, |
el P. Tristram ha reunido
en un libro una preciosa |
colección de dedicatorias
a los amigos —«gemas |
literarias
perfectas»―, harto elocuentes, en las |
cuales «el corazón habla
al corazón», serena- |
mente, con inafectada
sencillez, dignidad y sinceri- |
dad (4). |
De las páginas de la
primera fuente aquí citada, |
sacamos unas palabras que
resumen todo el agra- |
decimiento, todo el gozo y
todo el dolor que la amis- |
tad labró en la vida
entera de Newman: |
«Nadie ha tenido jamás
amigos más amables y |
más indulgentes que los
que tuve yo; pero, en cuan- |
(4) H. Tristram, en NEWMAN
AND HIS FRIENDS, p. 26. |
... |
14 |
to al modo de ganármelos,
he expresado mi senti- |
miento (...) en algunos
versos. Al referirme a las |
bendiciones referidas,
decía: "Bendiciones de ami- |
gos, llegados a mi puerta
sin que hubiesen sido |
llamados ni
esperados". Ellos vinieron y ellos se |
fueron. Vinieron
trayéndome una gran alegría; se |
fueron con un gran dolor
para mí. El que me los |
dio me los quitó» (5). |
En Ealing, luego en la
universidad, y en el resto |
de los proyectos
―Movimiento de Oxford, funda- |
ción del Oratorio en
Inglaterra, actuación en The |
Rambler, la Universidad de
Dublín...― en que |
participó, son siempre
empresas en las que se con- |
gregan, amigos y
hermanados, sujetos que parten |
de un previo «acuerdo
mental» (6) y una comunión |
afectiva, en el centro de
la cual emerge en todos |
los casos y se mantiene el
liderato de Newman. Sin |
embargo, no podría
afirmarse que él se imponga o |
exija tal preeminencia, ni
que el suyo fuera un pro- |
selitismo invadiente. Esta
misma actitud, profunda- |
mente respetuosa para con
los amigos, le acarreará |
la acusación de falta de
celo para hacer «conver- |
siones». Él, en cambio,
desconfía de la actividad |
llamada apostólica cuando
ésta cede a la tentación |
del ejercicio de presiones
o estrategias humanas, o |
se mide por la apariencia
de éxitos inmediatos o |
demasiado brillantes (7). |
(5) APO. p. 27. |
(6) «Intellectual
agreement.. Newman se refiere a él e propósito del Oratorio, como |
ideal de comunidad. Glosa
A san Pablo (Flp 1, 9 y 1Co 1, 10), y enfatiza la necesi- |
dad de este acuerdo
previo, sin el cual la invocación de la ciertamente excelente |
caridad podría convertirse
en mera retórica (ef. L. D., vol. XIII, p. 426). |
(7) #At Propaganda,
conversions, and nothing else, are the proof of doing any thing. |
Everywhere with Catholics,
to make converts, is doing something and not to ma- |
ke them, in doing nothing
(...) they must be splendid conversions of great men, |
noblemen, learned men, not
simply of the poor; (...) their notion of the instru- |
mentally of this
conversion in masse, is the conversion of persons of rang (...) I |
never have courted men,
but they have come to me.. A. W. (ed. 1956), pp. 393 y |
395. |
15 |
Amigos para |
un ideal |
Los amigos, para Newman,
no son ante todo un |
solaz en el que descansa
el afecto y la compren- |
sión, o incluso el
consentimiento de los halagos, en |
buena compañía, desde la
cual se conjugan las dis- |
posiciones para acometer
empresas nobles, sino que |
se pretende una nobleza
más alta, desde la cual, |
lejos de deshumanizar la
relación cordial, ésta se |
fortalece, se purifica y
se eleva. El primer amigo es |
Dios mismo, desde el
momento en que se descubrió |
su presencia intima, ya
para siempre sentida como |
una evidencia consciente
(8). |
Fue a raíz de este
descubrimiento espiritual que |
se abrió a la amistad con
su maestro, el reverendo |
Walter Mayers, en el
Ealing School, a quien New- |
man bendice como el camino
o «medio humano |
para el despertar de su fe
divina» (9). En él desa- |
hogará su alma cuando, al
llegar a la universidad, |
tropiece inesperadamente
con los contrastes entre |
fe y vida (10), y de él
hará memoria, con gratitud |
inmarcesible, en 1828, con
ocasión de los funerales |
de este providencial
primer amigo espiritual, con |
palabras que recoge Ward,
en las cuales, sin que |
Newman se dé cuenta, se
trasluce a sí mismo en la |
imagen admirada del
maestro, como hombre de |
oración y de una
religiosidad directa en toda su |
conversación, que
discurría con naturalidad, sin |
(8) I feel it is
impossible to believe in my own existence (and of that fact I am qui- |
te sure) without believing
in the existence of Him, who lives as a Personal, |
All-seeing, All-judging
Being in my consciences. APO., p. 180: véase también |
(9) The conversations and
sermons of the excellent man, long dead, the Rev. Walter |
Mayers, of Pembroke
College, Oxford, who was the human means of this begin- |
ning of divine faith in
me». APO., p. 17. |
(10) «It is sickening to
see what I might call the apostasies of many», L. D., vol. I, p. 66. |
En una de sus primeras
cartas desde el Trinity, en 1817, ya le había escrito: «I was |
deceived in my
expectations of being in Town a few weeks after I left Ealing (...) |
I hope I shall continue
firm in the principles, in which you, Sir, have instructed |
me» y le promete convertir
en práctica las buenas resoluciones, hasta la hora de |
la muerte (0.e., p. 31). |
16 |
afectación alguna (11). |
Ya hemos visto que, en
Oxford, su primer inse- |
parable compañero
universitario fue John William |
Bowden, siempre fiel,
aunque fallecido demasiado |
joven, cuando faltaba
seguramente muy poco para |
acompañarle en la
conversión al catolicismo. |
"El vino |
añejo" |
Verdaderos amigos, guiados
por un ideal supe- |
rior a cualquier interés
personal, lo serán Newman |
y Bowden, con Pusey, Keble
y Froude. El Movi- |
miento de Oxford se
apoyará en esta fidelidad de |
corazón y de pensamiento.
Se influirán recíproca- |
mente. Newman, aun siendo
más joven que ellos, |
superará las huellas
emocionales del calvinismo y |
se convertirá, finalmente,
y de modo espontáneo, |
en el centro del grupo. El
rescoldo de esta amistad |
universitaria Newman lo
encontró en el Oriel, don- |
de fue decisivo el trato
con Whately y Hawkins, si |
bien estas relaciones
amistosas necesitarían un ca- |
pítulo especial. La más
fuerte fue seguramente la |
de Keble, de la cual
Newman refiere el primer en- |
cuentro, provocado por
Froude, «el ladrón que hizo |
una buena acción» (12).
Serían éstos los amigos cu- |
ya fidelidad dejaría
intacta el paso de los tiempos: |
«old friends» ―el
vino viejo, que sigue siendo |
siempre el mejor (13)—, a
pesar de que no acaba- |
ran siguiéndole en las
etapas del camino de la fe |
hacia el catolicismo, lo
cual no fue un gran dolor |
(11) Cit. por W. Ward, THE
LIFE OF JOHN HENRY CARDINAL NEWMAN (1912) |
vol. II, p. 512. |
(12) Newman lo reporta:
«Hurrell Froude brought us about 1828: it in one of the sa- |
yings preserved in his
REMAINS, ―"Do you know the story of the murdered who |
had done one good thing in
his life? Well; if I was asked what good deed I had over |
done, I should say I had
brought Keble And Newman to understand each other"». |
APO., p. 29. |
(13) En una carta a Isaac
Williams, el 21 de oct. 1861: «There is no pleasure of this |
world which to me would be
so great in itself, as to see you and other of my old |
friends (...) Or
friendship, our Lord's words seem to hold, Nemo bibens vetus |
statim vult novum; dicit
enim, Vetus melius est (Le 5,39)», L. D., Vol. XX, Pp, |
59-60. |
17 |
por el desprendimiento
interior que el amor hacia |
todavía más sensible: «La
separación de los amigos |
fue algo que pesó sobre mí
durante un par de años |
antes de hacerme católico,
y afectó seriamente so- |
bre mi salud. Es el precio
que hube de pagar a cam- |
bio de un gran bien. Cada
uno ha de dar lo mejor |
de sí mismo» (14). |
Liderato |
y amistad |
Después de Oxford, en el
retiro de Littlemore y, |
enseguida, en Birmingham,
seguirá amando y sien- |
do querido por los demás,
si bien desde una posi- |
ción en la que, a pesar de
sí mismo, se diferencia |
mucho de los demás, a los
que sobrepasa por su |
gran personalidad. El P.
Tristram lo resume bien |
cuando escribe: «Era
preeminentemente un hombre |
(14) En una carta a Robert
Wilberforce, el primero de sept. 1854 (L. D., vol. XVI, p. |
242). |
Os llamo amigos, porque
todo lo que he |
oído de mi Padre os lo he
dado a conocer. |
No sois vosotros los que
me habéis ele- |
gido, soy yo quien os he
elegido; y os he |
destinado para que vayáis
y deis fruto, y |
vuestro fruto dure. De
modo que lo que |
pidáis al Padre en mi
nombre, os lo dé. |
Esto os mando: que os
améis |
a otros. |
Juan 15, 15-17 |
18 |
que no seguía a los demás,
sino que eran los otros |
quienes le seguían a él;
en el Oriel, en Littlemore, |
en Edgbaston, fue el
centro de un grupo de jóve- |
nes, en general más
jóvenes que él, que lo admira- |
ban y lo tomaban por guía,
y cuantos más tarde |
fueron participes de su
intimidad lo reverenciaron |
sobremanera. En su propia
comunidad fue siempre |
el protagonista, una
persona al margen de las de- |
más, un ser que pertenecía
a un orden distinto, pe- |
ro que, a la vez,
permanecía atractiva y atrayente» |
(15). |
Fidelidad y |
soledades |
Pero hubo una gran amistad
que es preciso po- |
ner de relieve, parecida a
la evangélica de Jesús |
con el discípulo
preferido, entre Newman y el fide- |
lísimo y siempre dispuesto
a ayudarle Ambrose St. |
John. Fue un confortante
regalo de la Providencia |
a lo largo de pruebas y
soledades, de silencios y |
desafecciones, y de
abandonos e ingratitudes de |
algunos de los más
obligados. Esas purificaciones |
del alma que no pueden ser
descritas en breves pa- |
labras. Tal vez, el
sepulcro compartido en Rednal |
puede explicarlo en parte,
y puede ayudar a com- |
prender el ideal del
Oratorio inglés, que fue conce- |
bido como algo más que una
mera solución comu- |
nitaria para recoger a
convertidos o hacer posible |
la satisfacción de un
cierto romanticismo espiritual |
de huella cristiana. |
Compartir la alegría y el
gozo de la fe y de la |
renovación de la Iglesia,
con el doble latido forma- |
do por el propio corazón y
el de los amigos, como |
en las últimas palabras
con las que Newman cierra |
su Apología, en la cual,
con la paz y la esperanza |
purificadas en el crisol
de la vida, recuerda a Ox- |
ford desde el Oratorio
presente, por el gozo indivi- |
sible y desbordante, para
que se convierta en fiesta |
para todos en el cielo. |
(15) O. c., p. vii. |
... |
19 |
Amigos y hermanos |
Hay una historia que lleva
los nombres de Juan y Andrés, de |
Pedro y Santiago, de
Natanael, de Felipe... Comenzó con los |
dos primeros, a la orilla
del Jordán, cuando Jesús estuvo allí. |
Es una historia de amigos
y hermanos, y Jesús como Amigo |
común y Hermano mayor,
porque era el Hijo en quien el Pa- |
dre del cielo se
complacía. En poco tiempo llegaron a formar |
una comunidad de afecto
santo, comprometida con el proyecto |
de Dios, un Reino
totalmente nuevo, que ya se vislumbraba. |
Amistad y hermandad que
sería más que un ideal; significaba |
adherirse a la Persona de
Jesús: abrirse a su pensamiento, dar- |
le el corazón, mantenerse
conscientemente fieles, seguirle con |
libertad, hasta siempre.
Sería una vida que |
la gracia, o miste |
rio del tacto de Dios en
el alma, penetra, traba y entusiasma. |
En adelante, allí donde
esto no se quebrara, se reconocería que |
los hombres, sin mentir,
serían hijos de Dios y formarían la |
Iglesia. Amigos y hermanos
de Cristo, hijos todos del Padre del |
cielo, «Padre mío —dirá
Jesús, al final― y Padre vuestro». |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita o imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1
Apartado 182 - 02/10 Albacete. D. L. AB 103/62 |
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