Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 255. FEBRERO. Año
1989 |
SUMARIO |
INICIADOS en la fe
cristiana, debemos crecer |
en ella. Es imposible
detenerse en un grado de |
desarrollo vital;
imposible cristalizar en una |
madurez lograda. La vida
es movimiento y cre- |
cimiento, y hay que
olvidarse de medir para mirar |
adelante, hacia la meta,
que es Dios mismo. Tener |
en cuenta a los santos nos
puede estimular, porque |
ellos nos muestran que,
como luchadores y peregri- |
nos, no estamos solos, y
porque lo que ellos hicie- |
ron también podemos
hacerlo nosotros. La vida, |
para el hombre de fe, es
un movimiento hacia Dios. |
SENSIBILIDAD |
PRESENTE CONTINUO |
CONVERSIÓN, TRADICIÓN Y
NOVEDAD |
LA DOBLE REALIDAD |
LA FUERZA DEL EVANGELIO |
NEWMAN. EL COMBATE DE
JACOB |
LAS SIETE IGLESIAS |
DE LA MORTIFICACIÓN |
1 (21) |
Tiempo de oración: |
SENSIBILIDAD |
Pasó aquel tiempo en que,
alejado de lo bueno, |
también tenía miedo de lo
malo, |
huía del combate del
espíritu, |
temiendo al enemigo
amenazante y fuerte. |
Ahora, sin embargo, más
consciente, |
siento el dolor de mi
vergüenza, |
descubro que aquel miedo
era indolencia, |
y pretender el cielo casi
orgullo. |
Mi Salvador me llama, me
levanto |
para entregarle
generosamente |
el corazón en paz; le miro
a él, |
en quien mi amor, por fin,
confía. |
Prescindo que otros vean
mis tropiezos, |
y, aunque sigo luchando
entre temores, |
camino hasta donde él me
acepta, |
me acerco a él le amo
mucho más. |
John H. Newman, C. O., |
(15.1.1833), (Traducción) |
2 (22) |
Presente |
continuo |
LITURGIA es la celebración
pública del misterio cristiano. Tal celebración no |
admite particiones, ni
puede desligarse de lo que en ella es esencial y consti- |
tuye su objeto, ya que el
misterio cristiano se identifica con la renovada cele- |
bración de la única Pascua
del Señor Jesus. La repetición sistemática del orden |
establecido en el llamado
"año litúrgico", distribuido en ciclos, no tiene propiamente |
ni un "antes" ni
un "después" pascual. Cuando con lenguaje convencional hablamos |
de "preparar la
Pascua", no repetimos el gesto de los discípulos que obedecieron el |
mandato del Señor para
disponer la del cenáculo, ni podemos limitar su referencia |
a la que se avecina cada
año en sincronía con el tiempo astronómico, y que se refle- |
ja en el programa que se
establece en el calendario, porque, situados en el tiempo, |
la que llamamos
preparación pascual es ya parte de su misma y propia celebración. |
Todo bautizado es, después
de su inserción en Cristo, un hombre pascual. Cualquier |
modificación de la óptica
con que contemplemos el único misterio que nos vincula |
1 Cristo no puede
desplazarnos de nuestra condición radical, originada en el Bau- |
tismo. Por este sacramento
Cristo nos une a su Pascua, aunque permanecemos, des- |
de esta unión, orientados
a su consumación en la eternidad, más allá del tiempo y de |
esta vida, cuando «siempre
estaremos con el Señor» (1 Ts 4, 17). |
Pascua futura solamente lo
es la del cielo. Cada vez que celebramos lo que cons- |
tituye el acto central del
culto cristiano, recordamos la muerte y resurrección del |
Señor, hasta que vuelva,
cualquiera que sea el tiempo litúrgico en que se enmar- |
que esa celebración, y a
la Pascua nos referimos en todo rito o sacramento, en toda |
convocación fraternal en
Cristo, siempre presente en medio de los que se reúnen en |
su nombre. |
Entonces, ¿qué objeto
tienen los llamados tiempos litúrgicos por los que discu- |
rre la celebración del
misterio cristiano? Son actos de la Iglesia ―extensión y desa- |
3 (23) |
rrollo del cuerpo místico
de Cristo, proyectado en la historia― que reavivan, frente |
a la presencia del Señor
en ella, la fe y la esperanza para el crecimiento de la cari- |
dad, y disponernos para
una madurez sobrenatural cada vez mayor. La repetición cí- |
clica de estos tiempos no
permite que decaiga la presencia dinámica, siempre actual, |
del misterio único que en
ellos se celebra. El tiempo litúrgico no tiene parado ni tiene |
futuro: es un presente
continuo, como debe serlo la afectuosidad del fiel que, por la |
gracia, vive a Cristo y se
esfuerza en amarle. Vida es vivir y estar viviendo, y amor |
es amar y estar amando. La
iniciación cristiana inaugurada con el Bautismo Migue |
desarrollando el misterio
de la incorporación de los fieles a Cristo, muerto y resuci- |
tado, en espera de la
consumación gloriosa de la Pascua del cielo, en la densidad in- |
finita del presente eterno
de Dios, simple, total y perfecto. |
En la medida que acertamos
a tomar el tiempo como una presentidad apoyada |
en la inminencia de lo
eterno, nuestra comunión con Cristo se mantiene en continuo |
crecimiento,
compenetrados, él en nosotros y nosotros en él, nuestro tiempo en la |
eternidad de Dios y la
eternidad de Dios conteniendo nuestra temporalidad. Si bien |
la participación en el
misterio de Cristo no diluirá nuestro ser en el ser de Cristo, |
sino que la grandiosidad y
riqueza divina de este atravesará sin romperla ―como la |
luz el cristal―
nuestra propia identidad, revitalizando con su influjo nuestra perso- |
nalidad, en la que se
repetirán los rasgos de Cristo, y el latir de su vida penetrando |
en la nuestra, a través de
la gracia, en orden a capacitarnos, más allá de todo tiempo, |
para ser en verdad hijos
de Dios y herederos, con Cristo, del Reino que el Padre le |
tiene reservado. |
Seremos los mismos, pero
habremos adquirido la fisonomía de hijos; será nues- |
tra propia vida, pero
cambiada en su forma, sobrenaturalizada. Mientras estamos en |
el tiempo, morimos y
resucitamos a cada momento, proyectados hacia el destino |
glorioso de hijos de Dios.
Cristo se forma en nosotros y, en la medida que el misterio |
de su vida y su muerte nos
alcanza, nos vamos aproximando a la participación en |
su gloria, la Pascua
eterna. Por eso podemos decir que, de algún modo; para el bau- |
tizado, la eternidad ya ha
comenzado, y que el tiempo ha sido absorbido en ella, por- |
que somos hombres
pascuales. |
Dios todopoderoso y eterno |
ha establecido
generosamente |
este tiempo de gracia |
para renovar en santidad a
sus hijos, |
de modo que, libres de
todo afecto desordenado, |
vivan las realidades
temporales |
como primicias de las
realidades eternas. |
Prefacio II de Cuaresma |
4 (24) |
Conversión, |
tradición |
y novedad |
LA conversión supone
siempre |
renovación. Pero, apenas
es- |
tablecemos este binomio, |
aparece el riesgo de dos
problemas: |
por una parte, podríamos
propen- |
der a inaugurar una
novedad, pres- |
cindiendo en absoluto del
pasado, |
diafragmada, desarraigada
de todo |
precedente, y entonces nos
damos |
cuenta de que
deshumanizaríamos |
nuestro esfuerzo para el
bien, de |
modo que nacería muerto
cual- |
quier proyecto virtuoso,
salvada |
solamente la ilusión tal
vez suges- |
tiva, pero engañosa, que
de lo abs- |
tracto pudiera derivarse.
Por otra |
parte, podríamos volver al
pasado, |
para recuperar y conservar
su con- |
tenido de bondad,
limitándonos |
meramente a repetirlo, lo
cual |
equivaldría
espiritualmente a una |
parálisis. Tampoco se
trata de ima- |
ginar la posibilidad de un
equi- |
librio pasado-presente,
mitad y |
mitad, que permanecería en
la |
ambigüedad de lo
indeterminado, |
formal hasta cierto punto,
pero |
descomprometido. En
realidad se- |
ría, también, una vuelta
atrás, aun- |
que disimulada, y a un
paso del |
fariseísmo. |
Los santos son admirables,
entre |
otras cosas, porque han
sabido sor- |
tear tales peligros. El
padre Giulio |
Bevilacqua, amigo de Juan
XXIII |
y maestro de Pablo VI,
escribía |
en el prólogo del Diario
del al- |
ma», del primero, que lo
admira- |
ble del papa Juan fue que,
siendo |
sin duda un gran
renovador, al que |
se debe el giro que la
Iglesia reci- |
bió con él, bebió la
clarividencia y |
valentía del impulso con
que abrió |
las ventanas de la Iglesia
al mundo |
actual en las aguas más
puras de |
la tradición cristiana, en
las que |
5 (25) |
apagaba su sed de santidad
perso- |
nal, que todos le
reconocieron, y |
veía la necesidad de dar
respuesta |
a las cuestiones más vivas
del hom- |
bre y el mundo de hoy. Con
lo cual |
daba una lección todavía
válida |
para todos los
iconoclastas apresu- |
rados, lo mismo que a los
nostálgi- |
cos de restauraciones
imposibles, |
porque encerrarían graves
contra- |
dicciones con el Evangelio
―«Bue- |
na Nueva»― de
Jesucristo, y aun |
equivaldrían a un regreso,
aunque |
fuese inconsciente, a la
vejez de la |
sinagoga. Unos y otros se
seguirían |
llamando cristianos, pero
serían, |
a lo sumo, los seguidores
o inven- |
tores de la nueva o
novísima cul- |
tura cristiana, o los
partidarios de |
una cultura cristiana
anterior, pe- |
riclitada. |
Los santos han sido los
cristia- |
nos que se han mantenido
en un |
estado de conversión
constante, |
proyectándose hacia
adelante, con |
la inteligencia, con el
espíritu, pe- |
ro sin perder sus raíces,
cada vez |
más profundas, en el
Evangelio, y |
en el ejemplo de otros
santos que |
les han precedido. Así
comprende- |
mos que nuestro Padre san
Felipe |
recomendara constantemente
que |
se volviera siempre el
pensamien- |
to y la oración a
Jesucristo, como |
está en el Evangelio, y a
las vidas |
de los santos, sin perder
el tiempo |
en otras literaturas o
libros pre- |
tendidamente espirituales,
que hoy |
llamaríamos de consumo. |
Newman encontró el camino
de |
la verdadera Iglesia
escudriñando |
las páginas de la mejor
tradición |
cristiana. «Los Padres me
bastan», |
decía. |
La misma Iglesia, durante
la Cua- |
resma, evita en lo posible
otras |
conmemoraciones para que,
en el |
orden de su liturgia,
prevalezca |
constantemente la lectura
y co- |
mentarios de los libros
sagrados, |
casi como si debiéramos
comenzar |
de nuevo nuestra propia
conver- |
sión. Haremos muy bien en
par- |
ticipar en las eucaristías
de este |
santo tiempo, incluso en
las de en- |
tre semana, si nos es
posible, y tan- |
to mejor si, antes de
acudir al tem- |
plo, hemos dedicado unos
minutos |
a leerlas en nuestro
misal, para |
poder entenderlas mejor al
oírlas |
proclamar en la
celebración de la |
santa misa. Luego, cuando
volva- |
mos a ellas, encontraremos
manan- |
tiales de luz para
nuestras almas. |
La misma luz que iluminó a
los |
santos que nos han
precedido en la |
fe. Y ojalá que, como
ellos, descu- |
bramos la novedad que en
ellas |
se nos reserva para
encarnarla en |
nuestras propias vidas. |
Es certísimo que en la
Iglesia Católica ha habido una gran profanación |
de la verdad, y
necesariamente es así, porque la verdad es creída, mas |
no obedecida.— J. H.
NEWMAN, L. D. XXVII. 139. |
|
6 (26) |
La doble |
realidad |
DISCERNIR la conexión que |
debe haber entre las
realida- |
des temporales y las
eternas |
constituye un acto insigne
de pru- |
dencia cristiana. No se
trata del re- |
gateo casuístico de la
moral, para |
determinar hasta dónde sea
lícito |
detenerse en las primeras
y gozar- |
las, con tal de evitar el
abuso que |
impidiera mantener el
mínimo de |
dignidad exigida para
participar |
en las eternas, como si
éstas, a |
modo de concesión,
legitimaran la |
medida en que aquéllas
pudieran |
gozarse. Hemos construido
una mo- |
ral abusiva en competencia
con lo |
sobrenatural, dejando la
respuesta |
a nuestro destino último y
sobre- |
natural en los mínimos.
Hasta pue- |
de dar la impresión de que
prefe- |
riríamos la hipótesis de
un Dios |
que se limitara a
asistirnos en lo |
que le pidiéramos aquí en
la tie- |
rra, como complemento de
nuestra |
instalación temporal. Y
que nos |
bastaría un Dios meramente
útil, |
caso de que fuese posible
renun- |
ciar al cielo y eliminar
infiernos, |
ambas cosas a la vez.
Hasta aquí se |
llega cuando la formalidad
moral |
prevalece a la vida de fe. |
Realidades temporales y
realida- |
des eternas están
referidas unas a |
otras, entre sí, para el
cristiano. |
No nos podemos desentender
de |
ninguna de las dos, y se
trata de |
alcanzar la libertad
frente a todo |
afecto desordenado, para
que sea |
posible «vivir las
realidades tem- |
porales como primicias de
las rea- |
lidades eternas», tal como
procla- |
ma la Liturgia cuaresmal.
Hemos |
de elevarnos por encima de
las in- |
mediatas finalidades
terrenas, has- |
ta ser capaces de
inscribirlas en las |
eternas, como una
primicia, como |
una anticipación, como un
anuncio |
o testimonio anticipado,
espiritua- |
lizando esta vida, como si
inaugu- |
ráramos el cielo aquí. Se
trata de |
7 (27) |
eliminar el
"después" y empezar a |
vivir "desde
ahora" con perspecti- |
va de cielo. |
La fe, para el cristiano,
no puede |
ser solamente adhesión
especulati- |
va a la verdad divina,
sino antici- |
pación, de alguna manera,
de la vi- |
sión de Dios. Vivir de fe
es pro- |
yectar esta contemplación
sobre |
las realidades cotidianas.
Por esto, |
la fe «es el fundamento y
raíz de |
toda santidad», dice el
concilio de |
Trento, para el que
salvación, jus- |
tificación y santidad
significan lo |
mismo. |
La fe debe crecer con la
expe- |
riencia de la gracia que
le da for- |
ma. Este crecimiento es
equiva- |
lente a una conversión
constante, |
porque resulta de la
tensión sobre- |
natural de «volverse a
Dios» sin |
cesar. Pero la vuelta a
Dios ne- |
cesita de un ámbito, que
es la co- |
munidad que congrega a los
cre- |
yentes. Comunidad de fe a
la que |
accedemos por el Bautismo,
o Igle- |
sia, a la vez comunidad de
comu- |
nidades. La proclamación
de la |
Palabra constituye su
primer de- |
ber, pues así lo recibió
de Cristo. |
Seguramente porque, en el
seno de |
la Iglesia, acordándonos
de lo que |
él nos dijo, la fe no se
nos reduzca |
a filosofía, y la
comunidad frater- |
nal a mera sociedad. Y
fuera de |
ella, para que sea luz que
anuncia |
la gran novedad del
proyecto di- |
vino para la salvación y
felicidad |
de todos los hombres. |
De la Palabra meditada,
como |
de la brasa la llama,
surge la ora- |
ción. Palabra, fe, oración
y amor |
son la vida de la
comunidad, es lo |
que anticipa su cielo.
Toda vida |
sobrenatural y todo
crecimiento y |
desarrollo de la misma se
asienta |
en esta base, y de esta
vida y este |
crecimiento nacen las
acciones de |
bien, la dinámica
apostólica ge- |
nuina. El apostolado no es
otra co- |
La conversión va
realizándose en el ámbito |
de una comunidad de fe: a
través del Bau- |
tismo, que nos introduce
en la Iglesia, a tra- |
vés de la oración en común
y con nuestra |
acción, junto a otros, por
la justicia. |
Conferencia Episcopal de
EE. UU., 1986 |
8 (28) |
sa que el desbordamiento
de la fe |
y la caridad derramado
hacia fue- |
ra por la pasión de bien,
conduci- |
da por la gracia. |
Cuaresma tiene la
connotación |
de tiempo penitencial. Es
cierto |
que la Iglesia impone a
sus fieles |
algunas privaciones
simbólicas, |
para que éstos no se
olviden de la |
imposibilidad de hacer
compatible |
todo intento de
establecimiento en |
las seguridades y gustos
tempora- |
les con la esperanza
sincera de los |
bienes eternos. Pero el
cristiano |
que asume la fe como forma
de su |
existencia no encontrará
ninguna |
dificultad no ya en la
observancia |
de estas mínimas
prescripciones, |
sino que descubrirá el
gozo del |
desprendimiento y la
austeridad |
que la lógica de la fe le
demandan. |
El cristiano que busca
sinceramen- |
te a Dios, que cree y se
confía a él, |
no siente que deje nada,
porque |
cree haber encontrado lo
mejor; |
no le parece que se
desprende, sino |
que se enriquece. Crece en
la liber- |
tad interior, sin que por
ello de- |
ba despreciar a nadie;
espera el |
cielo, sin que deje de
agradecer la |
vida que ha recibido;
quiere a to- |
dos y estima el amor que
recibe |
de los hermanos, pero sólo
necesi- |
ta de Dios. «He aquí que
no tene- |
mos nada, y parece que lo
posee- |
mos todo», decía san
Pablo. Pobres |
y ricos a la vez,
servidores y libres, |
vapuleados y alegres, en
la tierra, |
pero ya en el cielo. |
DE LA ORACIÓN. |
San Felipe Neri decía que
el |
hombre que no hace oración
es |
como un animal irracional. |
También, que para hacer
bien la |
oración era necesario,
ante todo, |
presentarse ante la
excelsa |
majestad de Dios, con
profunda |
humildad, como un
necesitado |
que se reconoce impotente
para |
hacer nada bueno por sí
mismo, |
y, desde esta humilde
postración, |
echarse en brazos de Dios,
y Dios |
le enseñará a hacer
oración. |
La preparación verdadera
para la |
oración, además de la
humildad, |
consiste en ejercitarse en
la |
mortificación; pues querer
darse |
a la oración sin
mortificación es |
como si un pájaro quisiera |
ensayar a volar antes de
tener |
plumas. |
Tampoco se puede llegar a
la |
vida contemplativa si
antes uno |
no se ha ejercitado en la
activa |
con asiduo trabajo. |
Instado el Santo por un
penitente |
suyo a que le enseñara a
hacer |
oración, le contestó: Sé
humilde |
y obediente y te lo
enseñará el |
Espíritu Santo. |
(Del libro «Ascética de S.
F. N.») |
9 (29) |
LA FUERZA DEL EVANGELIO |
John H. Newman, C. O.,
P.S., IV, 10 |
EL Evangelio ha hecho
santos, ha suscitado ejemplos de |
fe y de santidad que, de
otro modo, habrían sido des- |
conocidos e imposibles:
durante siglos ha trabajado |
para los elegidos y ha
triunfado en su propósito. Esta |
ha sido, por decirlo de
alguna manera, la señal del |
Evangelio. Otra especie
ordinaria de religión, digna de ala- |
banza y respeto dentro de
su género, puede darse bajo mu- |
chas formas, pero los
santos son obra del Evangelio y de la |
Iglesia. |
No es que un hombre así,
durante su vida, se muestre |
muy diferente de los demás
que puedan dar, también, buen |
ejemplo, toda vez que la
gracia, en él, permanece en la pro- |
fundidad del alma y no
puede ser conocida ni comprendida |
hasta después de su
muerte, y, tal vez, ni siquiera en ese mo- |
mento. Pero puede ocurrir
que sea entonces cuando tal hom- |
bre «brille como el sol en
el reino de su Padre» (Mt 13, 43), |
y se represente en la
memoria que ha dejado sobre la tierra |
lo que ha de realizarse en
su alma y en su cuerpo en el cie- |
lo. Por esta razón no
acostumbramos a dar a los vivientes el |
título de santo, mientras
dura su vida, porque nosotros no |
podemos conocer cuáles
hayan seguido el llamamiento del |
Evangelio, y cuáles no.
Sin embargo, cuando el tiempo ha |
pasado, después de la
muerte, cabe que se ponga de manifies- |
to su excelencia, y
podamos reconocer su testimonio o mues- |
tra de aquello que el
Evangelio es capaz de realizar, y tenga- |
mos así una prueba o
prenda de otras creaciones de Dios, de |
sus santos innumerables,
que mueren y no son reconocidos. |
10 (30) |
El Evangelio, pues, ha
llegado a nosotros no solamente |
para convertirnos en
buenos individuos, buenos ciudadanos, |
buenos elementos de la
sociedad, sino para hacer de nosotros |
miembros de la nueva
Jerusalén, «conciudadanos de los san- |
tos y familiares de Dios»
(Ef 2, 19). |
Ciertamente, nadie puede
ser verdaderamente cristiano |
si no es un buen sujeto y
un buen miembro de la sociedad; |
pero tampoco sería un buen
cristiano si no añade algo más a |
este nivel. Si no aspira a
superar la capacidad del hombre |
natural, no es un buen
cristiano, no responde a la elección |
que Dios ha hecho de él.
El Evangelio eleva su exigencia has- |
ta ofrecer un horizonte
sobrenatural: «Invócame ―dice el |
Omnipotente por medio de
su profeta—, y yo te responderé, |
y te mostraré cosas
grandes y admirables que todavía igno- |
ras» (Jr 33, 3). Pero, por
desgracia, gran número de hombres |
no captan la fuerza o no
sienten la generosidad ni el deseo vi- |
vo de corresponder a tal
invitación. Se sienten ya satisfechos |
permaneciendo allí donde
naturalmente se encuentran, se re- |
signan a ser lo que el
mundo ha hecho de ellos, se forman una |
idea de las cosas según lo
que ven y tocan los sentidos, y, de |
este modo, reducen y
conciben el Evangelio de acuerdo con es- |
tos pensamientos y
sentimientos primarios que surgen dentro |
de ellos mismos. En suma,
se hacen una religión a su medida. |
Quiera Dios concedernos
una disposición interior senci- |
lla, reverente y amorosa,
para poder ser, sinceramente, hijos |
de la Iglesia, abiertos a
sus enseñanzas. Una vez obtenido es- |
to, lo demás nos lo dará
la gracia. |
11 (31) |
NEWMAN: |
EL COMBATE |
DE JACOB |
EL Evangelio es un anuncio
de verdad y de |
gozo para una vida y, como
la misma |
vida, «no se puede partir
en dos» (1). La |
respuesta vital a este
anuncio no se im- |
provisa con el simple
fervor de la adoles- |
cencia, sino que requiere
un cierto grado |
de madurez que solamente
el tiempo y, sobre todo, |
la gracia correspondida
pueden llevar a buen tér- |
mino. Es cierto que Newman
no podrá acusarse de |
haber traicionado jamás la
fidelidad puesta en Dios, |
a partir de su primera
conversión «a los quince |
años»; pero cuando alcanza
la madurez de hombre |
adulto, se da cuenta de
que no basta creer, exta- |
siando el alma en el gran
descubrimiento del «tú y |
yo» de la presencia intima
de Dios en el propio ser |
(2). A esta respuesta
admirada debe seguir, porque |
Dios la espera, la entrega
de la voluntad del hom- |
bre que ha sido objeto de
tal anuncio. |
El viaje a Sicilia |
Ahora bien, este
sometimiento radical y a la vez |
activo de sí mismo al
misterio divino no se produce |
(1) "Ye cannot halve
the Gospel of God's grace», V. V. (1868, 1ª edic.), p. 122. Poema |
fechado en Palermo, el 5
de junio de 1833. |
(2) Conf. LAUS n. 248
(abril 1988), pp. 13-19. |
12 (32) |
sin lucha. Newman vivió
esta lucha en su «viaje a |
Sicilia», del cual
disponemos, afortunadamente, de |
bastantes testimonios en
su correspondencia, poe- |
sías y memorias
autobiográficas. Mientras leemos |
el relato que él mismo ha
dejado, nos damos cuenta |
de que a esta fase de su
peregrinar a Dios le atri- |
buía una significación
providencial, y nos la des- |
cribe como una lucha entre
la voluntad propia y la |
divina (3), a semejanza de
como Jacob tuvo que lu- |
char con el ángel. |
Era hacia finales del año
1832. Newman podía |
considerarse todavía joven
―tenía treinta y un |
años―, y se hallaba
bien establecido en la Univer- |
sidad de Oxford, y había
terminado su primer libro, |
The Arians of the Fourth
Century. La ocasión |
para esta primera salida
de Inglaterra se presentó |
cuando Hurrell Froude lo
invitó para que le acom- |
pañara con su padre y el
amigo Richard Harwell. |
Newman se encontraba
circunstancialmente más |
descargado de sus deberes
universitarios, disponía |
de algunos ahorros, y le
pareció que un paréntesis |
de descanso resultaba
legitimo (4). De este modo, |
se decide a aceptar el
ofrecimiento, y se embarca |
el 8 de diciembre de 1832,
con sus amigos, en el |
puerto de Falmouth, para
un crucero que los lle- |
varía a Cádiz, Gibraltar,
Malta, Corfú, Nápoles y |
Roma. Pero el viaje, por
lo menos en lo que a él |
se refería no resultaría
de descanso. Apenas con- |
cluido el periplo
previsto, siente que le invade un |
gran deseo ―que él
califica de «capricho»― de |
soledad, se separa de sus
compañeros y vuelve a |
Sicilia, donde,
inesperadamente, cae gravemente |
enfermo. |
(3) «I felt God was
fighting against me, and felt at last I knew why, it was for self will», |
A. W. (28. 12. 1834). |
(4) L. D., vol. III, pp.
274-275 y 282. |
13 (33) |
"Luchar" con
Dios |
Esta, que fue la crisis
física más grave de toda |
su vida, hasta el punto de
ponerlo en las mismas |
puertas de la muerte, se
interfiere con la no menos |
dramática de un combate
interior, en el cual se |
sentía visitado por Dios
«luchando con él», doble- |
gándole y reclamándole un
sometimiento absoluto, |
sin poder evitar
interiormente la presión divina de |
sentirse «como
perteneciendo totalmente a Dios» |
(5). Sentimiento y
convicción de que la voluntad |
divina le asediaba y que
debía ceder entregándose |
a ella. Crisis espiritual
que, sin duda, no podía |
constituir una absoluta
sorpresa, porque se habría |
insinuado en su espíritu,
intermitentemente, en los |
últimos años; sólo que,
por fin, Newman se encara |
ahora con ella. Para eso
quería la soledad. Y Dios |
lo coge por su cuenta,
haciéndole experimentar to- |
da su debilidad, desde
cuyo fondo Newman no cla- |
ma para recuperar la
salud, sino que mira a Dios, |
convencido de que, a pesar
de la enfermedad, no |
moriría, porque «nunca
había pecado contra la luz» |
(6). La convicción de
seguir viviendo la relaciona |
no con la superación de un
peligro físico, sino con |
una misión que la
Providencia le reserva. Más tar- |
de, él mismo se debatirá
preguntándose qué habría |
querido decir exactamente
con aquellas palabras |
cuando, entre los delirios
de la fiebre, las repetía al |
fiel criado que le
asistió, único apoyo humano con |
el que pudo contar en
aquel duro trance. Y le reso- |
naba una frase que había
pronunciado en Roma |
dirigida a monseñor
Wiseman ―futuro primer ar- |
zobispo de Westminster y
cardenal―, al visitarlo, |
como un acto de cortesía
hecho a un connacional |
(5) «At one time I had a
most consoling overpowering thought of God's abiding love, |
and seemed to feel I was
His», A. W., ibid. |
(6) Lo repite en las
cartas a sus amigos, en los escritos autobiográficos y en la APO- |
LOGÍA (vid. CORRESPONDENCE
OF JOHN HENRY NEWMAN WITH JOHN |
KEBLE AND OTHERS,
1839-18-15; 1917, p. 315: APO., final del cap. 1). |
14 (34) |
común, con sus amigos, sin
atender entonces al al- |
cance que la Providencia
le reservaba: «tenemos |
una tarea que llevar a
cabo en Inglaterra» («a |
work to do in England»).
Esta expresión se fue |
convirtiendo en un
imperativo concluyente en la |
conciencia, entendido como
que tenía que dedicar- |
se al bien de la Iglesia.
Más tarde comprendería |
todo su alcance, una vez
que estallara el llamado |
«Movimiento de Oxford». |
Evolución |
Dios lo preparaba para
esta tarea. Habían pa- |
sado años desde aquel
otoño de 1816, cuando ex- |
perimentó «un gran cambio
mental, el descubri- |
miento del Dios personal,
que significó para él «el |
comienzo de una nueva
vida» (7), lo cual le había |
inmunizado, para siempre
jamás, de cualquier ten- |
tación de escepticismo
(8). A partir del Newman de |
1816, podríamos
caracterizar su evolución obser- |
vando el camino que va
desde el evangelismo de su |
recordado Walter Mayers a
un cierto liberalismo, |
del cual se desprenderá, a
partir de 1828, volviendo |
a su «devoción por los
Padres» (9). Es el momento |
en que John Keble ejerce
sobre él una influencia |
espiritual manifiesta.
Keble era un hombre que po- |
dríamos llamar
virtualmente católico ―creía en la |
presencia real de Cristo
en la Eucaristía, en la su- |
cesión apostólica, en el
poder de las llaves…―, y |
poseía, junto con el don
de la simplicidad, el ines- |
timable del gusto por la
poesía religiosa, como lo |
(7) A. W., Memoria
autobiográfica, cap. I. |
(8) «I fell under the
influences of a definite God, and received into my intellect im- |
pressions of dogma, which,
through God's mercy, have never been effaced or obs- |
cured», APO. (M. J.
Svaglie ed.), p. 17. |
(9) «In proportion as I
moved out of the shadow of that liberalism which had hung |
over my course, my early
devotion towards the Fathers returned; and in the Long |
Vacation of 1828 I set
about to read them chronologically, beginning with St. Ig- |
natius and St. Justin»,
APO.. p. 35. |
15 (35) |
evidencia en el Christian
Year, aparecido en 1827, |
que tanto aumentó su
prestigio de sabio y místi- |
co. A este influjo hay que
añadir el impacto de la |
muerte de Mary, la menor
de las hermanas de |
Newman, preferida por él,
que le conmovió profun- |
damente (10). La muerte es
maestra para la vida, y |
en la correspondencia,
especialmente la del año |
1828, aparece esta
presencia del pensamiento de la |
muerte, ligada al
sentimiento por Mary: y lo mismo |
es influida la
predicación, tan a menudo referida al |
«más allá»
―«other-worldiness»―, en sus famosos |
sermones de St. Mary's, en
los que encontraríamos, |
además, muestras de su
evolución hacia una sereni- |
dad, tensa a la vez de
unción profética, que lo hizo |
célebre entre los
estudiantes y los demás colegas |
de fellowship, los cuales
llenaban las naves góti- |
cas de la iglesia
universitaria de Oxford, sin per- |
der palabra de las que,
como hilo de luz, Newman |
pronunciaba. |
La arrogancia |
del sabio |
Pero ahora Dios lo sometía
a una crisis de ma- |
durez en la fe, que le
llevaría a superar la simple |
harmonía en la que tiende
a encerrarse la arro- |
gancia de la inteligencia
o la mera actuosidad, pro- |
ducto del prurito de la
voluntad. Newman se da |
cuenta de que el afán por
el estudio lo conducía |
hacia una mentalidad
excesivamente cerebral (11). |
(10) Tenemos un ejemplo en
la poesía CONSOLATIONS IN BEREAVEMENT, de abril |
de 1828 (...Death came
unheralded... Deuth wrought in mystery... Death came |
and went...), y también A
PICTURE, de agosto del mismo año («She is not gone; |
―still in our sight
/ That dearest maid shall live....»), V. V., pp. 18 y 21. |
(II) «The truth is, I was
beginning to prefer intellectual excellence to moral: I was drif- |
ting in the direction of
the Liberalism, of the day. I was rudely awakened from my |
dream at the end of 1827
by two great blowy ―illness and bereavement» (APO. |
p. 26). Newman entendía
por liberalismo el error de someter al juicio humano |
las doctrina, reveladas,
que se encuentran, por su propia naturaleza, por encima |
de la mente del hombre y,
por ello, tienen su fundamento en la autoridad exte- |
rior de la Palabra divina. |
16 (36) |
Buena parte de sus
sentimientos y de su lucha inte- |
rior, en el decurso de
este viajes, los descubrimos |
en sus poesías, tan
abundantes a través de su itine- |
rario. Entre toda su
colección, podríamos elegir una |
en la que nos es fácil
adivinar su estado de ánimo, |
titulada Sensitiveness
(12), en la cual se reprocha |
que, tal vez, su «anhelo
del cielo... fuera sólo orgu- |
llo». Espanta tan radical
sinceridad. Ve, finalmente, |
que ha de dejar conducirse
por Dios, y no solamen- |
te mirar a Dios, se trata
de entregarle la voluntad |
y amarlo, porque no basta
obedecerlo desde fue- |
ra, ni aceptarlo
lógicamente. Los sentimientos de |
Newman, abiertos ahora a
la entrega total a Dios, |
estaban ya contenidos en
la más famosa de sus |
poesías, Lead, kindly
Light (13), que figura en |
todos los himnarios
anglosajones, católicos o no, de |
todo el mundo. La escribió
un día de calma en el |
mar, anclada la nave en el
estrecho de Bonifacio, |
de vuelta a Inglaterra. En
verdad, Dios había ven- |
cido, la noche había
pasado, y los ángeles le son- |
reían, como a Jacob
después del combate (14). |
(12) «Time was, I shrank
from what was right / From fear of what was wrong; / I would |
not brave the sacred fire,
/...Such dread of sin was indolence, / Such aim at Hen |
ven was pride», V. V. p.
94. Aparece traducida en la p. 2 de este mismo número |
de LAUS. |
(13) Véase LAUS n. 252
(nov. 1988), pp. 17-18. |
(14) Véase TAORMINI, en V.
V., p. 115. |
Dios da su gracia a todos
los hombres, y a aquellos |
que al recibirla la
aprovechan les da más gracia |
todavía; y sigue
manteniendo su ofrecimiento aun |
a aquellos que la
ahogan... |
John H. Newman, C. O., |
Mix 188 |
17 (37) |
LAS SIETE |
IGLESIAS |
DESDE muy antiguo o en
Roma |
existía la tradición de la
pe- |
regrinación a las «Siete
Igle- |
sias». Era, sin duda, una
vuelta a la |
simbología que usa el
evangelista |
san Juan en el
Apocalipsis, y un |
como volver los ojos a la
primera |
Iglesia, de los apóstoles
y de los |
mártires. Los templos que
consti- |
tuían la meta de las
etapas en que |
se escalonaba el recorrido
eran: San |
Pedro, San Pablo
Extramuros, San |
Sebastián, San Juan de
Letrán, San- |
ta Cruz de Jerusalén, San
Lorenzo |
Extramuros y Santa María
Mayor. |
Los dos primeros, situados
uno a |
cada lado de los márgenes
del Tí- |
ber, Pedro y Pablo, las
dos grandes |
columnas de la Iglesia,
muertos y |
sepultados en Roma;
tocando la vía |
Appia, camino de los
caminos por |
donde Pedro y todo
caminante lle- |
gado del mediodía o de
oriente al- |
canzaba la urbe, se iba a
la basílica |
de San Sebastián, a las
afueras, don- |
de según la tradición
estuvieron, |
originalmente, los
sepulcros de los |
dos grandes Apóstoles, y
las cata- |
cumbas donde yacieron los
cuer- |
pos de papas y cristianos
y cristia- |
nas héroes de la fe.
Tampoco podía |
faltar san Lorenzo, que
murió már- |
tir, rogando por su
ciudad, el joven |
diácono que, juntamente
con el pro- |
tomártir san Esteban, tuvo
siempre |
la veneración de la
Iglesia de los |
primeros siglos. San Juan
de Le- |
trán, iglesia titular del
obispo de |
Roma, iglesia madre de las
demás |
iglesias de la ciudad y
del mundo |
―«caput urbis et
orbis»―, dedica |
da al Bautista. Santa Cruz
de Jeru- |
salén, con la insigne
reliquia de la |
pasión del Señor y el
recuerdo del |
lugar donde nació la
Iglesia de Je- |
sús. Finalmente, Santa
María Ma- |
yor, el primer templo
dedicado a |
la Virgen María. |
Se trataba de un
itinerario com- |
pleto, para una meditación
de la |
más fiel inspiración
cristiana. San |
Felipe Neri había
recorrido con |
harta frecuencia ese
camino de las |
Siete Iglesias, que de
modo comple- |
to o fragmentario formaba
parte de |
sus habituales caminatas
en busca |
de la necesaria soledad
para dedi- |
carse a la oración. Más
tarde le |
acompañaron los más
adictos de |
sus amigos y seguidores.
Finalmen- |
te se convirtió en un
acontecimien- |
to casi de multitudes,
especialmen- |
te al comienzo de la
cuaresma. |
Siempre hay que volver al
Evan- |
gelio, y a los primeros
mártires, a |
los mismos orígenes de la
Iglesia, |
para recuperar su pureza
original, |
y hacer sincera en la vida
la fe re- |
cibida en el Bautismo. |
18 (38) |
DE LA MORTIFICACIÓN |
NO se puede despreciar el
valor |
de las mortificaciones ex- |
ternas. San Felipe Neri,
sin |
embargo, daba la mayor
importan- |
cia a las interiores. Así,
solía repe- |
tir que quien no se
hallase dispues- |
to a soportar la pérdida
del propio |
honor no podía adelantar
en las |
cosas del espíritu. Y por
esta razón |
insistía muchísimo en que
los de- |
seos de santidad debían ir
acom- |
pañados del empeño
decidido a |
mortificar principalmente
el enten- |
dimiento. Repetía: «La
santidad del |
hombre está en ese espacio
de tres |
dedos»; y se llevaba la
mano a la |
frente, y luego añadía:
«Toda la im- |
portancia está en
mortificar el jui- |
cio propio». |
Un autor del s. XVIII, que
se de- |
dicó a coleccionar las
máximas y |
enseñanzas de san Felipe,
sobre la |
vida espiritual, dice que,
para el |
Santo, la perfección
consistía en so- |
meter la propia voluntad y
en de- |
pender de quien
legítimamente tie- |
ne autoridad sobre
nosotros: por |
eso decía a los suyos que
no tenía |
en mucha estima las
abstinencias |
ayunos y obras semejantes,
si exis- |
te la propia voluntad; y
que era |
preciso esforzarse en
dominar el |
propio juicio, aun en las
cosas pe- |
queñas, si querían las
grandes y |
adelantar en el camino de
la vir- |
tud. |
Era por esta razón que,
cuando se |
le presentaba alguna
persona que |
tuviese fama de santidad,
trataba |
de comprobar qué grado de
morti- |
ficación poseía, y, según
fuese de |
verdaderamente mortificada
y des- |
prendida, así la estimaba.
De otra |
suerte, la consideraba
sospechosa, |
cualesquiera que fueran
las apa- |
riencias, porque, para san
Felipe, |
«donde no hay
mortificación no |
podrá haber santidad». |
Sin embargo, aunque
desconfiaba |
de la preferencia por las
mortifica- |
ciones exteriores, decía
que, cuan- |
do se hacen por amor a
Cristo, y |
para someterse a su
voluntad, ayu- |
dan poderosamente para
alcanzar |
facilidad en la práctica
de la mor- |
tificación interior y de
las demás |
virtudes. |
Un discípulo suyo, el
padre Pe- |
dro Consolino, daba el
concepto |
que san Felipe tenía sobre
la mor- |
tificación, cuando
aseguraba que |
solía repetir que
aprovecha mucho |
más mortificar una pasión
propia, |
por pequeña que sea, que
someterse |
a innumerables
abstinencias, ayu- |
nos y disciplinas. Y tenía
a estas |
mortificaciones por
tentación del |
demonio, cuando se hacían
por |
propia voluntad y al
margen de la |
obediencia. |
19 (39) |
Discusión y reflexión. |
Se repite con frecuencia
que «de la discusión nace la luz», frase |
que, como otras muchas, ha
hecho fortuna; pero respetando no- |
sotros la parte de verdad
que en ella se funda, creemos que no |
es enteramente exacta y
que lo sería del todo si se dijese: «de |
la reflexión nace la luz». |
Nos fundamos, para
sostener nuestro modo de pensar sobre es- |
te punto, en que la
discusión concluye casi siempre por agitar |
el ánimo de los que a ella
se entregan; no así la reflexión, que, |
aunque penosa, es
tranquila y requiere el más profundo silen- |
cio. Además, el que
discute (siendo el hombre un ser sujeto a |
limitaciones) está
expuesto a defender una tesis errónea con- |
vencido, tal vez, de que
es verdadera y, por no declararse ven- |
cido, a obstinarse en
sostener los mayores absurdos, porque el |
amor propio, el espíritu
de escuela y otros móviles menos nobles |
son malísimos consejeros.
La reflexión, exenta de tales inconve- |
nientes, aunque requiere
cierto esfuerzo, evita muchos escollos, |
contra los cuales la
inteligencia humana se puede estrellar. |
Jaime Balmes |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e Imprime: Congregación del Oratorio |
PI. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02000 Albacete - D. L. AB 103/62 - 12.2.89 |
20 (40) |
|