Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 256. MARZO. Año 1989 |
SUMARIO |
SENTIR con Cristo,
siguiendo la exhortación |
paulina, es penetrar en su
conciencia humana, |
asumida por la divinidad.
Y, de corazón a co- |
razón, de profundidad a
profundidad, ver a |
Dios y ver el universo,
ver a los hombres y ver todas |
las cosas desde Cristo, en
la inmediatez de Dios, |
para armonizar la vida
humana y temporal con la |
divina y eterna, desde el
abismo de nuestra limita- |
ción hasta la luz
esplendorosa del misterio salvador, |
libertador, para ser «como
espíritus en el cielo», en |
una dimensión que supera
todas las experiencias de |
la naturaleza, sin
destruir lo que somos, sino refor- |
zando el ser, como lo
humano de Cristo cuando, |
resucitado, «vuelve al
Padre». Sentir con Cristo es |
preparar este destino. |
EL CIELO NACE DE LA TIERRA |
LA ZARZA ARDIENDO |
RECETA PARA LA CONVERSIÓN |
LA IGLESIA, CONCIENCIA
DE |
HUMANIDAD Y REALIDAD
MÍSTICA |
NEWMAN. LA VOZ PROFUNDA |
1 (41) |
EL CIELO NACE DE LA TIERRA |
Resurjo desde el sueño, ya
aliviado |
por una extraña sensación
de ligereza, |
de libertad que fluye de
mí mismo, |
como jamás pude sentir
antes de ahora. |
¡Cuánto silencio! |
Ya no percibo el tiempo
que se aleja, |
ni angustia, ni latido
percutiendo el pulso, |
ni diferencia rítmica
entre el ahora |
y la fugacidad que lo
disuelve. |
Es un silencio rezumando
solitud |
en la profundidad del
alma, |
en la quietud más honda,
dulcemente sosegada. |
Hay otra maravilla: |
la palma de una mano
inmensa |
sostiene holgadamente |
la leve sutileza de mi
pequeñez |
―no con las fuerzas
de la tierra― |
y se me lleva... |
¡Oh hombre! |
Rápidamente el rayo, |
que se encendió con luz
vuelta a nacer, |
despierta a nueva vida al
ser mortal, |
para que, al fin, recobre
lo que fue, |
y reflorezca el cielo |
de la semilla que sembró
en la tierra. |
John H. Newman, C. O., |
«The Dream of Gerontius»,
1864 (fragmento) |
2 (42) |
La zarza |
ardiendo |
LA ELOCUENCIA de Cristo
dio a palabras tan bellas como agua, levadura, semi- |
lla, árbol, sal, viento,
luz..., fuego, un significado que ningún poeta, antes de él, |
habría sabido transfigurar
para envolver lo inefable del pensamiento divino |
cuando se abre a mostrar
verdades de vida eterna y ofrecerlas a los hombres. |
En todas las culturas, y
también en el Antiguo Testamento, se contienen metáforas |
e imágenes referida a lo
sagrado. Algunas de ellas fueron recogidas por Cristo y las |
empleó dilatando su
significación cuando lo que quería decir, en el lenguaje directo, |
no le cabía en las
palabras. Así sucedió con la idea de "fuego". Tal vez porque, des- |
de la antigüedad, era, el
fuego, el elemento físico que primero cautivó la atención |
de los mortales, por su
belleza y poder, hasta llegar a imaginar al sol como astro-rey |
que presidia el universo,
vivificando a todos los demás seres con el calor de los ra- |
yos desprendido de su
excelsa hoguera, y vistiendo de colores todo el orden creado, |
con la luz constantemente
vuelta a nacer de su espléndida hermosura. |
Cristo se presenta como el
que lleva el fuego de Dios sobre la tierra, y quiere |
que ésta arda en él (Lc
12, 19). Anuncio de una pretensión desconcertante por su |
grandiosidad y energía,
que la simple metáfora no disminuye. Para vislumbrar lo |
que quiere decir, conviene
recordar la proclamación del Bautista al referirse al |
bautismo del Mesías, que
sería «en el fuego y en el soplo del Espíritu Santo» (Mt 3, |
11), y el milagro de
Pentecostés, con el que comienzan los Hechos de los Apóstoles. |
Pero el fuego divino posee
una cualidad de la que carecen los fuegos creados. |
Estos acaban reduciendo a
cenizas todo aquello en que prenden. No así la llama di- |
vina, que invade,
purifica, transforma, pero no destruye. Como en la maravilla por |
la que Moisés descubrió la
inmediatez de la presencia de Yahvé, en la zarza del Ho- |
reb, o en la llamar del
Sinaí, o en la nube encendida que iluminaba el camino de |
los israelitas a través
del desierto. |
3 (43) |
También Abraham había
adivinado la presencia de Dios en el fuego que pasaba |
entre las víctimas que le
ofrecía. Y, más en imagen, fuego divino se llamaban las |
palabras de los profetas.
Y, sobre todo, fuego el amor y la unción del Espíritu en los |
corazones. |
La Iglesia también recurre
al símbolo del fuego, para inaugurar la más grande de |
sus celebraciones, al
recordar la Pascua del Señor y la renovación de vida que cau- |
sa el Bautismo en todos
sus hijos, por la participación en el misterio de la muerte y |
resurrección de Cristo. Es
la ceremonia de la bendición del «fuego nuevo», símbolo |
de fuerza y energía
sobrenatural, de pureza y claridad, y de vida y resurrección; |
fuego que prende en los
cristianos y se hace luz del mundo. De la oscuridad, de la |
nada, del silencio, de la
muerte de la miseria, de la noche, surgen la vida y la fuerza |
de Cristo, el fuego y la
llama que inauguran el amanecer renovador de la humanidad |
salvada, convertida en
pueblo de Dios. Es la zarza con todas sus ramas, la vid con |
todos sus sarmientos,
prendidos en la llama divina, en la vida nueva que, desde hace |
siglos, arde sin
consumirse en el espacio de este mundo y mientras espera la eterni- |
dad. Es el fuego del amor
cristiano y la luz de la verdad evangélica, en el rescoldo |
de cada corazón creyente,
es la gran hoguera de la Iglesia toda vía peregrina, la cual, |
aunque necesitada de mayor
purificación, camina en la esperanza, levantando lla- |
mas que llegan al cielo.
Levantando a Cristo y prendida en él. Pues de él reciben los |
redimidos hijos de Dios el
fervor, el gozo y la gracia de la perseverancia, mientras, |
por los caminos del
tiempo, están pisando ya los umbrales de la Jerusalén celestial. |
Es la divina presencia de
Cristo entre los suyos, inextinguible. |
Tres conferencias |
sobre |
ESPIRITUALIDAD CRISTIANA |
Días 20, 21 y 22 de marzo, |
a las 9 de la tarde |
4 (44) |
RECETA PARA LA CONVERSIÓN |
NO solemos tener
demasiadas |
dificultades para admitir |
que todavía no estamos
con- |
vertidos, o aceptar que
nuestro se- |
guimiento de Cristo
necesita ser |
profundizado. La
dificultad más |
bien estriba en que se nos
hace |
cuesta arriba tomar la
decisión de |
salir de la mediocridad en
que nos |
mantenemos, arrastrando un
modo |
de ser o de llamarnos
cristianos, |
sin la valentía de poner
todo el co- |
razón todas las fuerzas
que nos |
exige el mandamiento del
amor a |
Dios, para en verdad
aspirar a la |
madurez cristiana de
bautizados |
en el misterio de la
muerte y la |
resurrección ―la
transformación, |
la
espiritualización― de Jesucristo. |
Un día de nuestra vida
descubri- |
mos que fuimos bautizados
y acep- |
tamos nuestra condición de
cris- |
tianos, dando por
implícitamente |
aceptada, por lo menos, la
fe en |
Dios y sin negarle un
principio de |
correspondencia y buena
voluntad |
inicial, pero sin
preocuparnos de- |
masiado por dedicarnos al
desarro- |
llo positivo de los dones
recibidos. |
Todavía no nos sorprende
que po- |
damos «llamarnos y ser
hijos de |
Dios», y nos sigue
bastando el ha- |
ber logrado una cierta
estabilidad |
que nos mantiene «sin
pecados |
mortales», en la cual se
agota todo |
lo más que podamos esperar
como |
ideal cristiano. |
No se trata de suscitar
estados |
de angustia o de sembrar
escrúpu- |
los; pero la idea que
muchas veces |
nos hemos formado de lo
que sole- |
mos llamar «estado de
gracia» nos |
ha llevado a entender la
bondad |
como una situación de
manteni- |
miento paralizante,
meramente ne- |
gativa, consistente en
evitar males |
y pecados ―más
exactamente, cier- |
tos pecados―, pues
el concepto de |
pecado se reduce y
falsifica cuando |
la conciencia se enquista
en esa |
mentalidad conservadora,
defensi- |
va. |
El cristianismo ―el
ser del hom- |
bre regenerado en las
aguas del |
Bautismo― es vida y,
como ésta, |
debe crecer y
desarrollarse, sin |
mengua ni ocaso, basta más
allá |
del declinar de la
parábola de la |
vida solamente temporal,
porque |
nos dirigimos a Dios. El
cristiano, |
por esta razón, se mueve
en una |
5 (45) |
mantenida tensión vital
hacia Dios, |
en un continuo «estado de
conver- |
sión». Comprendemos bien,
si es |
así, por qué san Felipe
decía que |
los perezosos nunca
merecerán el |
cielo, «que no se ha hecho
para los |
potros». Los santos fueron
gente |
diligente, no seres
instalados. Pero |
diligentes en la búsqueda
del bene- |
plácito divino, no en
construir la |
propia seguridad o buscar
la ala- |
banza o la gloria de este
mundo. |
Los santos fueron, ante
todo, fieles |
y humildes frente a Dios.
Con una |
humildad ―que se
basa esencial- |
mente en el conocimiento
propio |
aprendida en la oración
perseve- |
rante. «La oración enseña,
en la |
oración se aprende», decía
san Fe- |
lipe. Los grandes errores
de los |
hombres son producto del
orgullo, |
en primer lugar, y luego
de los |
egoísmos. El orgullo nos
engaña |
porque con facilidad
cedemos a él |
y revalorizamos nuestras
cualida- |
des y méritos, y, así
engañados, |
cometemos lamentables y a |
ces irreparables
imprudencias que |
comprometen el desarrollo
espiri- |
tual que el Bautismo
postula. El |
error respecto de nosotros
mismos |
se convierte en
impedimento para |
conocer a Dios, porque
humildad |
y conocimiento propio se
corres- |
ponden con la experiencia
y cono- |
cimiento de Dios. «Señor,
que me |
conozca y que te conozca»,
suplica- |
ba san Agustin. Sobre la
base de esa |
doble sabiduría crece la
santidad. |
Hemos de profundizar,
pues, en |
el propio conocimiento,
con since- |
ridad. No somos lo que
imagina- |
mos ser, ni lo que otros
piensen, |
tanto si nos halagan como
si nos |
vituperan. Somos lo que
somos |
frente a Dios. |
Pero no vivimos solos.
Hemos de |
reconocer, en cuantos nos
rodean, |
dones y circunstancias
providen- |
ciales ordenadas a nuestro
bien y |
al bien de ellos. Será una
gracia |
especial que Dios nos
ponga al la- |
do de los que participan
de nues- |
tra fe y del deseo de
desarrollarla. |
Cristo para esto fundó la
Iglesia. |
Aunque nadie es perfecto,
esa |
coincidencia de propósitos
y par- |
ticipación de la vida de
Cristo nos |
facilita el crecimiento en
herman- |
dad de hijos de Dios, y
establece |
una relación beneficiosa
para to- |
dos. Bastará estar atentos
para que |
el egoísmo no bloquee las
posibili- |
dades de generosidad y
comunica- |
ción, y que la prudencia y
el buen |
Aunque mi deseo sería que
todas las personas que |
conozco se convirtieran al
Catolicismo, desearía que |
primero orasen pidiendo la
fe. |
John H. Newman, C. O., |
L. D. XII, 168 |
6 (46) |
celo cuiden de no echar a
perder |
con prodigalidad
superficial los |
tesoros que a todos Dios
confía. La |
alegría de hacer el bien,
sin vani- |
y la sencillez
sinceramente |
agradecida de recibirlo
convier- |
ten en alabanza divina la
vida de |
todos. Porque el bien nos
lo hace |
Dios entre signos y
mediaciones, |
para que sea más fácil la
generosi- |
dad, la humildad, la
gratitud y el |
amor entre nosotros. |
Hay que estar dispuestos a
hacer |
siempre el bien, cuidando
de no |
confundir a nadie, ni
engañarnos |
a nosotros mismos, con
simulacio- |
nes y ambigüedades a las
que nos |
llevarían las tentaciones
munda- |
nas. El bien ha de hacerse
pura- |
mente, gratuitamente. Dios
cuida |
de que el mundo se olvide,
con |
harta frecuencia, de
reconocer el |
bien que le viene de parte
de Dios, |
para salvar la pureza de
alma de |
los hacedores que han sido
genero- |
sos en su nombre. |
Por todo esto, san Felipe
reco- |
mendaba la precaución de
rebajar |
la estima natural de
nosotros mis- |
mos. Y, siguiendo a san
Bernardo, |
exhortaba a reconocer lo
bueno |
que Dios pone en los
demás, no |
fiarse de los criterios
mundanos, |
y no afectarse por los
desprecios |
con que pueda ser
recompensada |
la práctica del bien. |
Todo lo cual supone mucho
más |
que «evitar los pecados
mortales». |
VÍA |
CRUCIS |
VIERNES |
SANTO |
A LAS 9 |
DE LA MAÑANA |
7 (47) |
La Iglesia, conciencia de
la humanidad |
y realidad mística |
LA IGLESIA ocupa, en el
cuerpo de la humanidad en- |
tera, peregrinando por los
caminos del tiempo, el |
puesto y el oficio de
permanencia que para la vida |
del individuo tienen la
conciencia, la memoria, lo |
más íntimo de las
profundidades del ser, cualquiera |
que sea el nombre con que
se designe. Por esto, no resulta |
sorprendente que los
autores que a la vuelta de décadas у |
décadas de siglos mejor
han hablado de la Iglesia ―san Agus- |
tín y Newman― hayan
sido también autobiográficos. |
Con la mirada interior
dirigida sobre su trágica y subli- |
me historia, y la
inquietud para discernir la permanencia de |
su ser intimo a través de
las vicisitudes, cambiando profunda- |
mente para salvar «el
permanecer ellos mismos», san Agus- |
tín y Newman fueron
capaces de comprender a esta sólida |
Iglesia católica, a la que
abordaron en lo más florido de su |
edad, y que fue para ellos
una Madre según el espíritu, un |
medio favorable para el
incesante progreso en la seguridad. |
La historia universal, con
la Iglesia ocupando el centro, cons- |
tituyó para ellos, en
realidad, como los dos aspectos de un |
mismo problema siempre
resuelto: la permanencia dentro de |
la diversidad. Es decir,
el cambio y, como se dice en nuestros |
8 (48) |
días, el devenir. Pero en
lo interior de una más profunda |
unidad que anticipa y
recapitula, y que puede decirse que |
resulta todavía más
presente que el mismo presente. |
Yo propondría una
definición de la Iglesia, que superara |
el plano visible y
temporal y nos llevara a penetrar en el - |
secreto de la vida divina
sobre esta tierra: que el catolicismo, |
o Iglesia católica, es el
nombre que se da en la historia huma- |
na al cuerpo místico de
Cristo, es decir, a esta comunión de |
conciencias unidas a
Cristo por el lazo del amor, según su |
capacidad siempre
creciente, en la cual fluye la gracia de una |
participación en la vida
divina. El catolicismo es el misterio |
de la Eternidad, que se ha
hecho presente en sus gérmenes. |
Esta definición exige,
todavía, un progreso en la fe. |
A diferencia de la
sociedad que, según la lógica del ateís- |
mo, se cree capaz de
organizar solamente el tiempo, tratando |
de detenerlo al alcanzar
el momento de la felicidad, la Iglesia |
visible se considera
transitoria. Ella declara que se encuentra |
en un estado de lucha,
mientras se prepara para el triunfo; y |
se ve fuera del tiempo. En
este sentido, el catolicismo mili- |
tante representa un
paréntesis, un régimen de paso, en rela- |
9 (49) |
ción con la existencia
temporal, de la que nos despedimos al |
morir, según dice Bossuet.
Y Newman observa cómo el Vi- |
dente del Apocalipsis no
ve que haya templo en el cielo. |
La fe consiste en ver a
Jesús existiendo en este momento |
de ahora, aunque
invisible, pero con una densidad de presen- |
cia superior a la que
nosotros llamamos aquí "presencia", que |
se reduce a una ocupación
de lugar. Pero, ¿qué es el lugar? |
La presencia del Jesús
histórico no rebasó los límites de un |
pequeño grupo de
compañeros dentro de una parcela de |
espacio-tiempo. Pero luego
esta presencia se extiende al uni- |
verso de las conciencias
que creen en él. Por medio de la |
Iglesia visible, que es
una especie de «cuerpo de Cristo», esta |
presencia penetra casi
todos los elementos de la comunidad |
humana que, consciente o
inconscientemente, están afectadas |
por la inquietud y, en
cierto sentido, son evangelizados. Es |
verdad que muchos de estos
elementos son extranjeros, igno- |
rantes, hostiles; pero,
¿qué ocurre en la conciencia profunda, |
allí donde se sitúa la
libertad radical del hombre? |
Situándonos en la
experiencia que nos ofrece la historia, |
y comparando las diversas
civilizaciones, se puede constatar |
que Jesús es el único
conocido que presenta una tal prolon- |
gación. En virtud de un
efecto retrospectivo, que hizo posible |
la existencia de los
profetas, Jesús ha obtenido el "ser" antes |
que la
"existencia". Ser anunciado de antemano, previsto por |
un pueblo y por algunos
privilegiados. Se trata de un fenó- |
meno único en su género y
que solamente puede explicarse |
de dos maneras: por una
ilusión mística o por el carácter de |
Jesús, de ser un Existente
supremo, «el mayor de la tierra», |
si se mide la existencia
de un ser por su habitación en el in- |
terior de las conciencias
y en los amores que suscita. Esta |
superexistencia es lo que
constituye la realidad mística de la |
Iglesia. |
Jean Guilton, |
Vers l'Unité dans l'Amours |
10 (50) |
NEWMAN: |
LA VOZ |
PROFUNDA |
CUANDO queremos
adentrarnos en el es- |
tudio de algún hombre
extraordinario, |
lo primero que nos
interesa es penetrar |
en su pensamiento y saber
qué ideas lo |
informan. En el caso de
Newman, Jean |
Guitton (1) ha hecho notar
no solamen- |
te lo delicado que
resulta, en cualquier lengua, dar |
una definición de la
palabra idea, y más particular- |
mente en la lengua
inglesa, en la que se aproxima |
más bien al significado de
imagen, esencia o forma. |
Las ideas, según Newman,
son una esencia, una |
estructura, una forma que
se manifiesta en una con- |
ciencia individual a
manera de intuición, o más |
bien de proyecto; no son
modelos intemporales, si- |
no que se encarnan en
existencias históricas, como |
forma que determina una
materia, o sintetiza, ar- |
monizándolas, un conjunto
de experiencias históri- |
cas. La vertiente
newmaniana a la que nos condu- |
cirían estas reflexiones
de Guitton sería el tiempo, |
la filosofía y la
historia, tal como lo analiza el gran |
convertido de Oxford,
tanto por haber estudiado |
el arrianismo del siglo
IV, como por haber sido él |
mismo uno de los agentes
de tales «ideas» a pro- |
pósito del Movimiento de
Oxford y en la campaña |
de los «Tracts». |
(1) Jean Guitton, LA
PHILOSOPHIE DE NEWMAN, p. XVI. |
... |
11 (61) |
Ideas y |
principios |
No obstante, en nuestros
días, un buen conoce- |
dor de Newman, Maurice
Nédoncelle, hace notar |
que, en los personajes
excepcionales como Newman, |
todavía son más
importantes que las ideas los «prin- |
cipios» por que se rigen,
porque «los principios reú- |
nen y dirigen las ideas, y
son la encarnación de lo |
que les caracteriza: son
el vínculo entre la teoría y |
la práctica»; en el caso
de Newman, afirma, existe |
un «principio
fundamental», que sobresale por en- |
cima de todo: es la
conciencia (2). |
Los primeros |
principios |
No sería difícil recoger
textos de Newman en |
los que llama la atención
sobre los «primeros prin- |
cipios» (3) y, más
concretamente, por lo que a nos- |
otros interesa, cuando
subraya el de la conciencia |
(1). Además, y sin que lo
haga de modo explícito y |
sistemático, el principio
de la conciencia está la- |
tiendo en cada una de las
páginas del más cono- |
cido de los libros de
Newman, la Apología. Esa |
limpieza de la mirada
interior del alma, sin retorci- |
miento, ni reserva, ni
complejo alguno, se nos hace |
evidente desde el comienzo
de este libro cuando, to- |
mando una frase de Thomas
Scott, asume el prin- |
cipio radical de preferir
siempre «la santidad a la |
paz» (5). Para él y para
cada uno de nosotros, en |
todo el mundo, no existen
más que dos seres alumi- |
nosamente evidentes: yo
mismo y Dios» — «God and |
myself»-(6). |
(2) Maurice Nédoncelle:
LAS DIVERSIDADES DE NEWMAN, «Orbis Catholicus» III |
(1960) T. pp. 212-215.
Añade un segundo principio, el de desarrollos o crecimien- |
to, ya que vivir es
cambiar, bien que manteniendo siempre la fidelidad a los dos |
componentes, a saber, la
tradición y la libertad. Y, aún, un tercer principio, que |
Newman recoge de
Aristóteles, la «phronesis» (sabiduría práctica) o capacidad |
para juzgar y deducir
conclusiones concretas. |
(3) UNIVERSITY SERMONS,
pp. 187-190, 211, 297; P. S., vol. VIII, pp. 121-122: DEV., |
pp. 178-185, 325-326.
También en otras partes, especialmente en su abundante |
correspondencia (K. C.;
MOZ.: L. D.). |
(4) GRAMMAR OF ASSENT
(I.T. Ker ed.), p. 73. |
(5) APO. (M. J. Svaglie
ed.), p. 73. |
(6) APO., p. 18, donde
Newman lo refiere a sí mismo. La idea ya se encuentra en P. |
S., vol. I, p. 20. |
12 (62) |
El principio |
de la Providencia |
Por nuestra parte, nos
atreveríamos a añadir |
que junto a este
«principio de la conciencia», nexo |
entre teoría y praxis,
debería tenerse en cuenta, en |
Newman, el «principio de
la Providencia», que con- |
juga la fe y la vida.
Aunque ahora no nos ocupa- |
mos de él, pensamos que,
por lo menos, es oportuno |
citarlo, porque es sobre
este principio sobre el que |
se proyecta el de la
conciencia. «Todo es triste has- |
ta que nosotros creemos,
lo que dice a nuestros co- |
razones que nosotros
estamos sujetos a su voluntad; |
nada es triste, todo
inspira esperanza y confianza |
cuando comprendemos
directamente que nosotros |
estamos bajo su mano, que
todo lo que nos sucede |
viene de Él, como un
método de disciplina y de |
guía» (7). La conciencia
es «el eco de la voz de |
Dios» (8) en el alma,
mientras que la Providencia |
actúa como la mano de Dios
que conduce al hom- |
bre y mueve todos los
acontecimientos que le afec- |
tan. En una de sus
Meditaciones dice Newman: |
«Señor, yo no te pido fe,
pues tengo una larga ex- |
periencia de tu
Providencia para conmigo. Año tras |
año me has ido
conduciendo» (9). |
El principio |
de la conciencia |
Pero volvamos al principio
de la conciencia. |
Otro estudioso del gran
convertido de Oxford, Du- |
puy, dice que, por sí
mismo, todo el itinerario per- |
sonal de Newman constituye
una invocación a la |
conciencia. El Movimiento
de Oxford fue, a fin de |
cuentas, un esfuerzo para
reconducir la Iglesia an- |
glicana a la conciencia de
sí misma; la obra Des- |
arrollo de la Doctrina
Cristiana (18-45) tuvo por |
finalidad mostrar el papel
de la Tradición, es decir, |
de la conciencia de la
Iglesia, transmitida de una |
generación a otra; en la
Apología (1864), Newman |
(7) Véase, p. e., P.S.,
vol. IV, Pp. 20-21. |
(8) CALL., p. 313: «The
echo of a person speaking to me». |
(9) Cf. MEDITATIONS ON
CHRISTIAN DOCTRINE, XIX: « require no faith, for I ha- |
ve had a long experience,
as to thy providence towards me. Year after Thou |
hast carried me on» (M.
D., p. 334). |
13 (63) |
se propone dar razón de la
propia conciencia reli- |
giosa mientras estuvo en
el anglicanismo (10). |
Aspectos |
de la conciencia |
Así, pues, ¿cuáles son sus
reflexiones sobre la |
conciencia? Podríamos
seleccionar muchos pasajes |
de su predicación: ya en
uno de sus primeros ser- |
mones universitarios
(1830), veríamos que para el |
resultaba obvio que la
conciencia es el principio y |
la sanción esencial de la
religión en la mente (11). |
Más tarde (18.39), en otro
sermón, al relacionarla |
con la razón, y sin
admitir que le sea contraria, es- |
tablece que, en orden a la
fe, la razón constituye un |
análisis, pero no un
motivo por sí misma (12). No |
obstante, será en la plena
madures, sedimentada |
por la propia experiencia
personal, cuando trate am- |
pliamente de la
conciencia, como hemos indicado |
más arriba, en la
Gramática del Asentimiento |
(1870) y en la Carta al
Duque de Norfolk (1874). |
La conciencia, dirá
también en la Idea de una |
Universidad (1873), «ha
sido implantada, en el |
hombre, en lo más profundo
de su ser» (13). Si nos |
dejamos conducir por
Newman, podemos conside- |
rarla bajo tres aspectos:
como una fuente de conoci- |
miento, como sentido del
propio deber y, en tercer |
lugar, como resonancia de
la voz de Dios en el al- |
ma. |
Este último sentido domina
por encima de los |
demás y reviste una
importancia capital para el al- |
ma religiosa, puesto que
la verdadera religión es |
una vida intima del
corazón, según él, que da valor |
a todo el resto (14).
Newman insiste en la intencio- |
(10) LETTRE AU DUC DE
NORFOLK (1874) ET CORRESPONDANCE RELATIVE A |
L'INFALIBILITÉ
(1865-1875), B. D. Dupuy ed. (Desclée, 1970), p. 256. |
(11) U.S., p. 18. |
(12) U. S., p. 183: «No
one will say that Conscience is against Reason... Reason analy- |
zes the grounds and
motives of action: a reason is an analysis, but is not the mo- |
tive itself». |
(13) IDEA, p. 191:
«Conscience indeed is implanted in the breast by natures. |
(14) P.S., vol. IV, p.
213. |
14 (64) |
nalidad religiosa de la
conciencia y también en la |
voluntad divina de la cual
ella nos revela infalible- |
mente la presencia (15). |
Conciencia y |
conocimiento |
En primer lugar, como
fuente de conocimiento, |
la conciencia equivale a
la palpable detección de |
nosotros mismos. Citando a
Terencio, dice «Proxi- |
mus sum egomet mihi» (16),
y prosigue: «La concien- |
cia de uno mismo precede a
cualquier cuestión de |
confianza o de
asentimiento»; «La conciencia aun |
es superior a la luz de la
razón» (17). Llega a de- |
cir que, del mismo modo a
como el simple animal |
obtiene el conocimiento
inicial del universo por me- |
dio del instinto, el
hombre comienza a conocer a |
Dios desde la conciencia
(18). Para el biógrafo Sen- |
court, Newman, más que
limitar simplemente al |
hombre en la definición de
"animal racional", lo |
considera como un animal
en acto de ver, de sentir, |
de contemplar, y que se
orienta por lo que le atrae |
o necesita (19). En el
hombre, la vida es para la ac- |
ción: si nosotros
insistimos en probarlo todo, exage- |
rando el espíritu crítico,
cultivando la duda, mante- |
niendo actitudes de
desconfianza, jamás podríamos |
actuar, y permaneceríamos
en la miseria envidiosa |
y triste de las
frustraciones; la necesidad de asumir |
esta realidad y de evitar
este riesgo nos conduce a |
la fe. Incluso en las
relaciones simplemente huma- |
nas es necesaria una
cierta fe, que podemos llamar |
menor, o confianza. Pero,
sobre todo en relación con |
Dios. Es entonces cuando
la conciencia se manifies- |
ta como un principio de
conexión entre la criatura |
y su Creador; ella nos
enseña, dice Newman, «no |
(15) Lo destaca M.
Nédoncelle, «Simples réflexions sur l'autorité de la conscience», en |
PROBLÉMES DE L'AUTORITÉ
(Paris, 1962), p. 229. Cit. por Dupuy, o. cit., p. 257. |
(16) Terencio, ANDRIA. 1,
635. Newman comenta en G. A, p. 16: Our counsciousness |
of self is prior to all
questions of trust or assent». |
(17) P.S., vol. I, p. 216. |
(18) G. A., P. 47. |
(19) Robert Sencourt, THE
LIFE OF NEWMAN (Glasgow, 1918), p. 244. |
15 (55) |
solamente que Dios existe,
sino cómo es; proporcio- |
na a la mente una imagen
real de Dios que nos sirve |
de medio para darle culto;
nos proporciona la regla, |
recibida de Dios, para
saber lo que está bien y lo que |
está mal, y un código de
deberes morales» (20). Este |
«instinto sobre el bien y
el mal es anterior al acto |
de razonar» (21). |
El bien y el mal |
El conocimiento del bien y
del mal genera un deber |
ineludible que no permite
la indiferencia. A menudo, el |
don de la conciencia
despierta un deseo que sobrepasa lo |
que ella puede ofrecer, y
crea una sed, una impaciencia, |
para conocer al Señor
invisible que nos gobierna y nos |
juzga haciendo que
sintamos su voz en lo más secreto |
de nosotros mismos. Es así
que las disposiciones morales |
conducen a la fe, es
decir, a la total sumisión a Dios, |
de lo cual resulta que el
mejor maestro interior, en ma- |
teria de religión, es
nuestra conciencia (22), que impone |
un deber: cuando lo acepto
y «obedezco, siento satisfac- |
ción; cuando hago lo
contrario, me entristezco, como |
cuando complazco o cuando
ofendo a un amigo hacia el |
que profeso veneración»
(23). |
Newman usa la palabra
«conciencia» no en el senti- |
do de una fantasía o de
una opinión, sino como la obe- |
diencia responsable a lo
que considera una voz divina |
que se hace audible dentro
de nosotros (24). Existe el |
abuso de quien invoca la
propia conciencia y pretende |
eludir la obediencia que
ella impone, «obediencia que, |
igual que la autoridad, es
esencial a la religión» (25). |
Newman concreta bastante:
«La norma y medida del de- |
ber no es la utilidad, ni
la facilidad, ni la felicidad de |
la mayoría, ni la
conveniencia del Estado, ni la adap- |
tabilidad, ni el orden, ni
lo bello. La conciencia no es |
egoísmo permisivo, ni un
deseo de ser consecuente con- |
sigo mismo; sino que es el
mensajero de Aquel que, tanto |
por naturaleza como por
gracia, nos habla a través del |
(20) G. A., p. 251. |
(21) Carta a su madre, 13
de marzo de 1829 (L. D., vol. II, p. 130). |
(22) G. A., pp. 105 y ss.
y 251. |
(23) CALL., p. 314. |
(21) CE. A LETTER TO THE
DUKE OF NORFOLK: DIFF., vol. II, pp. 245 y 58. |
(25) DEV., p. 86. |
16 (56) |
velo, y nos enseña y guía
por sus representantes». |
Abusos |
Recuerda que «la
conciencia tiene derechos porque tiene |
obligaciones, a pesar de
que, en nuestra época, para una |
gran parte personas, el
derecho la libertad de con- |
ciencia consiste en
destruirla e ignorar al Legislador y |
Juez, con el fin de
sentirse independientes de cualquier |
obligación» (26). No es,
por lo tanto, dice en una carta, el |
derecho de la propia
voluntad, sino un monitor severo, |
y solamente cuando somos
fieles a ella se desprende y |
coincide con ella la ley
natural (27). Se equivocan, con- |
siguientemente, aquellos
que consideran la conciencia |
como una propiedad, como
un gusto que nos determina |
a hacer tal o cual cosa;
de otra manera, puede conside- |
rarse como la voz de Dios.
Todo depende de esta distin- |
ción: la primera manera no
es compatible con la fe, la |
segunda sí (28). Constata
que «la mayoría de los hu- |
manos no han formado sus
ideas religiosas según esta |
sinceridad de espíritu»
(29). Pero «en la medida en que |
el hombre se esfuerza en
obedecer la propia conciencia, |
descubre la imperfección
con que lo hace, y el sentido |
del deber se torna más
agudo, y la percepción de la |
transgresión es más
delicada» (30). Es de este modo que |
«la obediencia a la
conciencia conduce a la obediencia |
del Evangelio» (31). |
La primera Iglesia |
Nos equivocaríamos si, con
todo lo dicho, pensáramos |
que la fidelidad al
principio de la conciencia se reduce |
a efectos, aunque
profundos, meramente individuales, |
en cada sujeto. Él,
conocedor y apasionado por la Igle- |
sia de los primeros
siglos, cree que ésta «estuvo formada |
principalmente por los que
se habían ejercitado larga- |
mente en el hábito de
obedecer esmeradamente sus pro- |
pias conciencias» (32). En
uno de sus sermones nos deja el |
mejor consejo para que
podamos crecer en el conocimien- |
to de Dios, en el de
nuestros deberes y en el descubrimien- |
to y distinción de la voz
de Dios en lo más profundo de |
(26) A LETTER... (DIFF.,
vol. II, p. 250). |
(27) A LETTER... pássim. |
(28) S.N., p. 327. |
(29) Carta a su hermano
Charles, 12 de diciembre de 1823 (L. D., vol. I, p. 170). |
(30) O. S., p. 67. |
(31) P. S., vol. VIII, p.
202. |
(32) Íd, p. 207. |
17 (67) |
nuestro ser, cuando dice:
«El camino para obtener más |
luz es obedecer a la luz
que ya poseemos» (33). |
Estos tres aspectos de la
conciencia a los que hemos |
aludido se sobreponen y se
manifiestan concentrados en |
una experiencia difícil de
deshilvanar. Conocer y sentirse |
empujado a obrar, obrar y
decidirse a amar y, todavía, |
amar para conocer más,
porque el corazón, en el que se |
refleja Dios, siempre
vuelve a hablar al corazón. Tú, |
Señor, estás en lo más
hondo de mi corazón. Eres la vida |
de mi vida. En el mundo
material solamente te percibo |
obscuramente, pero
reconozco tu voz en mi conciencia, y |
me vuelvo a ti y te llamo:
¡Rabboni!, Maestro» (34), es- |
cribe en una de sus
Meditaciones. ¡Dios mío, tú me estás |
viendo!» Ésta es la razón
de por qué hemos de rogar a |
Dios: «para que nos en
serie el misterio de su presencia en |
nosotros (35). |
Podríamos alargar más
estas líneas, disponiendo una |
prolongada antología de
textos que nos mostrarían el |
secreto de la fidelidad de
Newman a la voz de Dios, a |
la vez que nos servirían
de lección a nosotros mismos. |
Pero bástenos, para
colofón, este fragmento epistolar: |
*La conciencia es el
Vicario original de Cristo, un pro- |
feta en sus informaciones,
un monarca en sus exigencias, |
un sacerdote en sus
bendiciones y anatemas, y, aun |
cuando cesase de existir
el sacerdocio eterno por media- |
ción de la Iglesia, aún en
ella el principio sacerdotal |
permanecería y mantendría
su dominio, encarnado en |
la conciencia» (36). |
Misterio de |
la presencia |
de Dios |
(33) P. S., vol. IV, 131. |
(3-1) M. D., p. 276. |
(35) P. S., vol. V, p.
235. |
(36) A LETTER... (DIFF.,
vol. II, pp. 248-249). |
LAUS |
se manda gratuitamente a
los amigos del Oratorio |
y a personas que
simpatizan con su apostolado. |
18 (68) |
SEMANA SANTA DE 1989, EN
EL ORATORIO |
19 de marzo, |
DOMINGO DE RAMOS EN LA
PASIÓN DEL SEÑOR: |
Mañana, a las 11 y 12
(cantada), Eucaristía. |
Tarde, a las 5,30,
Vísperas cantadas. |
20, 21 y 22 de marzo, |
LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES
SANTO: |
Mañana, a las 7,45, Laudes
seguidas de la Eucaristía. |
Tarde, a las 8,30,
Eucaristía. |
A las 9, Conferencia sobre
fundamentos esenciales de |
la espiritualidad
cristiana. |
23 de marzo, |
JUEVES SANTO: |
Mañana, a las 9, Laudes. |
Tarde, a las 8, Eucaristía
en la Cena del Señor. (La iglesia |
permanecerá abierta hasta
las 12 de la noche). |
24 de marzo, |
VIERNES SANTO: |
Mañana, a las 9, Vía
crucis seguido de Laudes. |
Tarde, a las 8,
Celebración de la Pasión del Señor. |
25 de marzo, |
SÁBADO SANTO: |
Mañana, a las 9, Oficio de
lectura seguido de Laudes. |
26 de marzo, |
DÍA SANTO DE PASCUA: |
Comienza con la Vigilia
Pascual, a las 11 de la noche del |
sábado. |
Mañana del domingo, a las
11 y 12 (cantada), Eucaristía. |
Tarde, a las 5,30,
Vísperas cantadas. |
19 (59) |
PASCUA CRISTIANA |
JUEVES SANTO |
a las 8 de la tarde, |
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR |
VIERNES SANTO |
a las 8 de la tarde, |
PASIÓN DEL SEÑOR |
VIGILIA PASCUAL |
noche del sábado, a las 11 |
LA CELEBRACIÓN DE LA
RESURRECCIÓN |
DEL SEÑOR CONTINÚA DURANTE
EL |
DOMINGO SANTO DE PASCUA |
Y EL TIEMPO PASCUAL |
Véase programa más
detallado en páginas interiores |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
PL San Felipe Neri, 1 =
Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. - AB 103/62 - 12.3.19 |
20 (60) |
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