Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 257. ABRIL. Año 1989 |
SUMARIO |
PASCUA es pasar de la
servidumbre que infunde |
temor a la libertad del
amor, que se erige en |
orden supremo de la vida,
en exigencia pacífi- |
ca sentida en el fondo del
alma, y en felicidad |
que dilata el corazón. La
religión que en el paga- |
nismo buscaba
explicaciones a las ignorancias hu- |
manas o remedio a las
carencias del mundo visible |
ha sido substituida por
este gran cambio introduci- |
do por Cristo, por el cual
podemos ver en Dios al |
Padre y ser nosotros hijos
suyos, hijos de Dios. Es |
cierto que todavía hay
dioses falsos en este mundo, |
pero hemos descubierto la
esperanza en la que nos |
precede Cristo, hermano
mayor de la humanidad, |
y vencedor de la malicia y
de la muerte. |
ORACIÓN PASCUAL |
UNA PRESENCIA |
LA FUERZA DE LA ORACIÓN |
LA EFICACIA Y EL PODER |
SEGUNDA PRIMAVERA |
NEWMAN. ORIGEN DEL
MOVIMIENTO |
DE OXFORD |
1 (61) |
Tiempo de oración: |
ORACIÓN |
PASCUAL |
Atiende a nuestra súplica,
Señor y Dios nuestro, |
luz inextinguible, luz de
la única luz. |
Luz que ilumina todo lo
creado. |
Luz de los ángeles y
arcángeles, |
luz de todos los seres
espirituales, |
luz de todos los santos. |
Que nuestras almas sean
como antorchas |
que alumbran en tu
presencia, |
cerca de ti, iluminadas
por ti. |
Que brillen por la verdad
y ardan por la caridad. |
Que resplandezcan y no se
apaguen. |
Que ardan y no se
consuman. |
Tú, que eres la luz,
bendice esta luz, |
porque todo cuanto
sostienen nuestras manos |
fue creado por ti y tú nos
lo diste. |
Por esta luz, |
que disipará las tinieblas
de la noche, |
se destruirá la oscuridad
de nuestro corazón. |
Que seamos una morada
digna de ti, |
iluminada por ti,
iluminada en ti. |
Que resplandezcamos sin
sombra alguna |
y siempre te veneremos. |
Que nos encendamos en ti
con llama que jamás se extinga, |
Para que, llenos de la luz
de nuestro Señor Jesucristo, |
resplandezcamos
interiormente, |
se disipen las sombras de
los pecados |
y persevere en nosotros la
luz de la fe y de la caridad. |
(De la liturgia hispánica) |
2 (62) |
Una |
presencia |
MUERTO y resucitado,
muriendo y resucitando, está todavía vivo el Señor en |
medio de nosotros. Es una
presencia que nos acompaña; misterio invisible, |
pero real, tangible desde
la fe. Acostumbramos a reducir esta fe en la presen- |
cia de Cristo, aplicándola
casi únicamente a la adoración de la Eucaristía, |
y no tenemos en cuenta que
este mismo sacramento quedaría desvirtuado si no lo |
relacionáramos con la
irradiación presencial de Cristo en cada fiel, en la Iglesia y en |
el mundo. Porque él vino
para esto. |
Un recuerdo del pasado
histórico de Jesús, y hasta una forma de adoración re- |
ducida peligrosamente a la
satisfacción del sentimiento piadoso individual, más que |
descubrirnos a Cristo, nos
llevaría a la propia autocontemplación, raíz de tantos |
egoísmos enmascarados con
apariencias de devoción, que se satisface consciente o |
inconscientemente, como
quien se mira en el espejo y se extasía en sí mismo, en vez |
de salir a los caminos de
la vida, para vivirla de acuerdo con el Bautismo, por el |
que somos incorporados y
configurados con Cristo. |
El cristiano nace de la
Pascua, y la Iglesia ―hermandad de los cristianos― surge |
del suceso pascual, a la
vez como «extensión de Cristo» (Bossuet) y como marco, |
Ambiente y pueblo que
camina hacia la Pascua eterna. Así, la Pascua es un camino |
en el misterio, y no una
caravana de solitarios, porque, en la tarde de la historia de |
la humanidad, nos acompaña
el Señor, camino del Emaús de la manifestación total: |
aquella en la que el signo
no se limitará al destello fugaz de la realidad divina, hui- |
diza apena, se deja
adivinar, sino que será la puerta altísima que se abre al banque- |
te eterno de la visión y
la posesión gozosa y definitiva de Dios en el cielo. |
Mientras tanto, es preciso
atender y entender, con la fe, todo cuanto nos descu- |
bre y señala la divina
presencia de Cristo en nosotros y en el mundo. Él nos prome- |
3 (63) |
tió estar acompañándonos
hasta el fin de los tiempos y hemos de descubrir sus hue- |
llas en los caminos de ese
tiempo suyo y nuestro. Seremos sabios si conseguimos |
interpretarlo por encima
de los cálculos de los mundanos, y si resolvemos sus con- |
tradicciones por los
criterios de la fe. Todo cuanto acontece es para que esta fe sea |
ejercitada y se aproxime a
la visión con realismo verdaderamente sobrenatural. |
Hemos de descubrir su
presencia en los hermanos, ya que él mismo nos prome- |
tió que donde se junten
dos o más en su nombre estaría con ellos. Cuando decimos |
«en su nombre es claro que
no basta la coincidencia física del encuentro, sino que |
se trata de abrirnos a su
Persona divina, de participar lo más puramente posible en |
sus ideales, de agradecer
su amor y de corresponderle con amor igualmente verda- |
dero, conjuntado y fundido
en un mismo aliento, que se hace comunión fraterna y |
abrazo en y con el Señor.
Sin esta sincera aspiración, la Iglesia dejaría de ser la her- |
mandad de los hijos de
Dios y pueblo santo, y el proyecto de Jesús se debatiría re- |
tardándose y disolviéndose
entre sectarismos, en vez de levantar hacia Dios los co- |
razones de todos sus hijos
y de ser testimonio de Jesús frente a los demás hombres. |
Presencia en los
sacramentos y en la plegaria común, donde la fe tiene el estí- |
mulo del signo, convertido
en alimento y fortaleza divina que sostiene el corazón y |
la vida del hombre que
camina hacia Dios. |
Presencia en el alma,
templo de Dios y rescoldo del cielo, que la oración aviva. |
Presencia inmediata de
Dios para con él y a través de él, mirar fuera, el mundo y |
su historia, y adivinar
los planes divinos interpretando correctamente los «signos |
de los tiempos»,
reconociendo la mano y el poder, la sabiduría y el amor, la provi- |
dencia divina que todo lo
gobierna, sostiene y transforma en bien y para bien de |
cuantos le aman, mientras
permanecen fieles en el camino hacia el gran «paso» de la |
eternidad. |
La mayoría de los hombres
miran a Dios a distancia. En el esfuer- |
zo que ponen para ser
religiosos, se guían solamente por una débil |
luz lejana que les obliga
a calcular y a buscar su camino. Pero el |
cristiano que lleva tiempo
en el trato con Dios adquiere el hábito |
de sentir cerca la
presencia divina: tocado de Dios, sabe que el |
Espíritu bendito mora en
él. Y no tiene necesidad de investigar |
fuera las pruebas de esta
presencia: se somete, a los planes de |
Dios, y le basta dejarse
conducir por él. No me atrevo u decir que |
exista un hombre
absolutamente Así, porque sería la perfección |
del Evangelio; pero en
hacia este estado de espiritual que condu- |
ce la oración intensa y
vigilante. |
John H. Newman, C. O., |
(P. S. 1,75) |
4 (64) |
La fuerza |
de la oración |
CUANDO el conocimiento que |
tenemos de la fe
(acompaña- |
do o no del saber
académico) |
se hace experiencia
vivida, la sen- |
timos como una resonancia
de la |
presencia divina en
nuestra alma, |
después que Cristo nos ha
sellado, |
moldeando en nosotros su
figura, |
por medio del Bautismo.
Esta pre- |
sencia divina, enraizada
en lo más |
profundo de nuestro ser,
es siem- |
pre dinámica, positiva, y
actúa con |
la suavidad y la fuerza
evidente |
de una luz inextinguible.
No quita |
nuestra libertad, no
suprime nues- |
tras propias decisiones
frente a |
ella: puede ser admitida o
recha- |
zada; en este segundo
caso, la ne- |
gación que le opongamos o
la |
resistencia a admitirla
son las ti- |
nieblas contra la luz (que
siempre |
es más poderosa que
ellas), sin que |
logren apagarla jamás.
Estas tinie- |
blas son el pecado, ese
pecado que |
nosotros, en ocasiones,
intentamos |
objetivar y reducir a una
lista más |
o menos cerrada, que
descuida las |
actitudes profundas del
ser, allí |
donde se dirime la
verdadera confusión |
entre el bien y el mal,
entre |
la luz y las tinieblas. Es
imposible |
anestesiar la conciencia,
a pesar de |
todas las tendencias y
desviaciones |
que quisieran llevarla
lejos, o cerrarla |
a la vista de esa
luminosidad |
interior de la fe,
reclamando |
incesantemente la
respuesta de |
nuestra vida. Ni el pecado
puede |
silenciar su voz, ni
apagar su llama. |
Dios es inevitable, con
toda su |
dulzura y con toda su
poderosa |
energía. El humo del
hombre no |
sofoca el fuego de Dios.
Resistirle |
es, solamente, aplazar el
encuentro; |
abrirse a él es participar
del efluvio |
de su vida, que ni los
dolores de |
fuera, ni persecuciones,
ni muertes, |
pueden otra cosa que no
sea |
purificarla y ponerla a
prueba para |
acreditar su sinceridad.
Ser sinceros |
con Dios, buscar su verdad |
y a él mismo como fuerza
absoluta |
5 (65) |
de todo lo verdadero, es
el secreto |
de la paz interior y de la
libertad |
de hijos de Dios, y el
gozo de esta |
libertad filial es la
fortaleza del |
creyente. El hijo está
siempre con |
el Padre y se consolida en
su |
amor. Como Cristo, que
decía: «El |
Padre y yo somos una misma
cosa». |
Esa unión le hizo fuerte y
vencedor |
del pecado ―la
tenebrosa malicia |
humana―, y de la
muerte |
―su máxima
debilidad―, vencida |
por la Resurrección. La
fuerza |
siempre es el amor; la
oración es |
el aliento, el latido y
como la res- |
piración y la palabra de
este amor. |
Podemos comprender,
entonces, la |
expresión de san Felipe
Neri, cuando |
decía «que no te1nía nada,
con |
tal que le quedara un poco
de |
tiempo para poder orar y
dirigirse |
a Dios». La oración era la
fuerza |
de .su vida, la energía de
su santidad |
y la primera fuente de su
sabiduría |
espiritual, aun cuando
estimaba |
en mucho los libros (pero |
más los de santos y sobre
santos). |
Abundando ·en estas ideas,
queremos |
traer a continuación un
fragmento |
resumido de un autor
anónimo |
de la Iglesia oriental,
sobre |
la oración y su fuerza. El
librito |
fue escrito hace poco más
de un siglo, |
presentado en forma de
rela- |
tos de un peregrino, que
refería su |
experiencia y pedía
consejo a su |
guía espiritual. Meditaba
la Biblia |
y textos abreviados de
Padres de |
la Iglesia. |
Ama, y haz lo que quieras,
dice |
san Agustín, porque el que
ama |
de verdad nunca podrá
hacer na- |
da que sea contrario a la
persona |
amada. Y dado que la
oración es |
la efusión y la actividad
del amor |
de ella se puede afirmar
que, para |
la salvación, solamente es
necesa- |
rio orar sin intermisión:
ruega, y |
haz lo que quieras, y la
oración se |
convertirá para ti en
fuente de luz |
que te iluminará. Y
detalla de esta |
manera: |
1) Ruega, y piensa lo que
quie- |
ras, y tu pensamiento se
purificará |
en la oración. Será la
oración luz |
de tu mente, serenará tus
pensa- |
mientos y alejará de ellos
toda per- |
versidad. Y aduce el
testimonio de |
san Gregorio y san Juan
Clímaco. |
2) Ruega, y haz lo que
quieras, |
y tus actos serán
agradables a Dios |
y benéficos y salvadores
para ti. |
La oración frecuente,
cualquiera |
que sea su finalidad,
jamás queda |
sin fruto, porque contiene
en sí |
misma la fuerza de la
gracia: «To- |
do el que invoca el santo
nombre |
del Señor se salvará» (Hch
2, 21). |
Y pone ejemplos de
pecadores a |
quienes la oración condujo
a peni- |
tencia y al gozo de
obedecer a Je- |
sucristo. |
3) Ruega, y no te
angusties en |
exceso para vencer por tus
pro- |
pias fuerzas las pasiones
que te |
dominan. La oración las
destruirá |
desde dentro de ti mismo:
«El que |
6 (66) |
está dentro de vosotros es
mayor |
que el que está en el
mundo» (1 |
Jn 4, 4). La oración
restituye el |
equilibrio que las
pasiones destru- |
yen. |
4) Ruega, y no temas nada;
no |
temas las desgracias, no
te asusten |
los fracasos. La oración
te defende- |
rá y los alejará de ti.
Recuerda a |
Pedro, a punto de
ahogarse; a Pa- |
blo, orando desde la
cárcel; y otros |
ejemplos... Todo lo cual
confirma |
la fuerza de la oración,
el poder y |
la universalidad de la
oración he- |
cha en nombre de
Jesucristo. |
5) Ruega, como quiera que
sea, |
pero ruega siempre y que
nada te |
turbe; mantente
espiritualmente |
tranquilo: la oración lo
resuelve |
todo у lo enseña
todo. Recuerda lo |
que dicen de la oración
san Juan |
Crisóstomo y Marco el
Asceta. El |
primero asegura que «la
oración, |
aunque sea ofrecida por
nosotros |
mismos y estemos llenos de
peca- |
dos, nos purifica
inmediatamente». |
Y el segundo: «Por nuestra
parte, |
siempre podemos rogar, de
la ma- |
nera que sea, pero la
oración pura |
es solamente un don de
Dios». Haz, |
por lo tanto, con
humildad, lo que |
esté a tu alcance, ofrece
lo que |
puedas, aunque te debas
reconocer |
muy débil; que Dios
acudirá para |
completar tu pobreza con
su for- |
taleza. Tu oración,
colmada de im- |
perfecciones, si es
constante, se |
transformará, poco a poco,
en una |
VINO Y SE FUE. |
Aquí vino |
y se fue. |
Vino..., nos marcó nuestra
tarea |
y se fue. |
Tal vez detrás de aquella
nube |
hay alguien que trabaja |
lo mismo que nosotros, |
y tal vez las estrellas |
no son más que ventanas
encendidas |
de una fábrica |
donde Dios tiene que
repartir |
una labor también. |
Aquí vino |
y se fue. |
Vino..., llenó nuestra
caja de caudales |
con millones de siglos y
de siglos, |
nos dejó unas
herramientas... |
y se fue. |
Él, que lo sabe todo, |
sabe que estamos solos; |
sin dioses que nos miren, |
trabajamos mejor. |
Detrás de ti no hay nadie.
Nadie. |
Ni un maestro, ni un amo,
ni un patrón. |
Pero tuyo es el tiempo. |
El tiempo y esa gubia |
con que Dios comenzó la
creación. |
León Felipe |
7 (67) |
plegaria pura, luminosa,
ardiente, |
convincente. |
6) Por último, acompaña tu
tiem- |
po libre con el ejercicio
de la ora- |
ción, y puedes estar
seguro de que, |
como por efecto natural,
ni siquie- |
ra tendrás tiempo para
pecar, ni |
para pensar en el pecado. |
Por todo ello es fácil
comprender |
cuántos pensamientos
profundos se |
contienen concentrados en
aque- |
lla sabia sentencia de san
Agustín: |
«Ama, y haz lo que
quieras», que |
es lo mismo que decir:
«Ruega, y |
haz lo que quieras». Lo
cual es una |
gran consolación, cuando
nos reco- |
nocemos tan débiles,
siempre gi- |
miendo bajo el peso de
nuestras |
miserias. Pero tenemos la
oración, |
que se nos ofrece como un
medio |
universal para la
salvación y el |
perfeccionamiento
espiritual. Ni |
más ni menos. |
No podemos olvidar, sin
embar- |
go, que la palabra
"oración" está |
íntimamente unida a una
condi- |
ción, que nos enseñó
Jesucristo y |
nos recuerda san Pablo:
«Orad con- |
tinuamente» (1 Ts 5, 17).
En con- |
secuencia, la oración
manifiesta su |
fuerza y obtiene su fruto
cuando |
es frecuente, continua; la
frecuen- |
cia depende
inevitablemente de |
nuestra voluntad, así como
la pu- |
reza, el celo y la
perfección de la |
oración son dones de la
gracia. Por |
lo tanto, seamos asiduos
en la ora- |
ción, consagremos a ella
nuestra |
vida, aunque nos parezca
imper- |
fecta en los comienzos. El
ejercicio |
frecuente nos educará en
la aten- |
ción que tal vez nos
falta, y la |
cantidad, poco a poco,
desembo- |
cará en la calidad. Todo
lo que |
se quiera hacer bien ha de
hacer- |
se, repetirse, corregirse,
muchas |
veces. |
Se pueden proponer muchos
me- |
dios, pero ninguno mejor
que el |
ejemplo de Jesús y de los
santos. |
Y aún añadiríamos, por
nuestra |
parte, la Palabra de Dios
y la Li- |
turgia de la Iglesia, que
siempre la |
contiene. Y rezar unos por
otros |
para que la caridad
florezca. |
La verdad y la justicia
han de ser preferidas |
a la eficacia y al poder,
si tenemos presente |
que nadie puede
considerarse fiel, a menos que |
participe en el misterio
de la cruz. |
Sínodo episcopal sobre los
laicos (1987) n. 28 |
8 (68) |
La eficacia y el poder |
EL espíritu del mundo nos
in- |
toxica, también a los
cristia- |
nos, y no estamos libres,
en |
ningún momento de la
historia de |
la Iglesia, de los asaltos
y la seduc- |
ción de sus tentaciones,
converti- |
das en pretexto especioso
para un |
mayor bien, o para
acelerar su efi- |
cacia. Como la eficacia
depende del |
poder, y el poder se
compra con |
el dinero, hasta hemos
padecido la |
tentación de pensar que
hacemos |
obra de Dios valiéndonos
de me- |
dios que no son de Dios,
sino mun- |
danos... con pretexto de
bien. |
No podemos negar que el
dinero, |
muy depurado, puede servir
al |
bien. Pero, en sí mismo,
para una |
obra de Dios, tiene una
eficacia |
muy relativa, por el
riesgo de per- |
versión que entraña. Se
habla del |
fin bueno, para buscar una
justifi- |
cación, pero se permanece
en la |
perversidad del medio
malo, y se |
desarrolla. Prescindimos
del ejem- |
plo y de las palabras de
Cristo, y |
dejamos para historias
infantiles |
las lecciones de los
santos, o que- |
dan en poesía para adorno.
Así |
el desposorio de Francisco
de Asís |
con mi señora Pobreza, o
las pala- |
bras sinceras de san
Felipe Neri |
cuando decía: «Quisiera
tener ne- |
cesidad de dos centavos y
que na- |
die me los diera». |
El dinero es la causa
principal |
de la mayoría de pecados y
de |
males, de injusticias y de
escán- |
dalos, y la peste de toda
religiosi- |
dad. Sin embargo, el mundo
es lo |
primero que busca, porque
por él |
satisface sus ambiciones,
consigue |
reverencias, silencia
denuncias, |
censura verdades, compra
grande- |
zas y consolida poderes.
En la reli- |
gión, es el verdadero
secularizador |
de todo lo espiritual,
porque inten- |
ta, si le dejan, incluso
poner precio |
a lo santo. |
«El poder y la gloria de
los rei- |
nos de este mundo se me
han dado |
a mí, y te lo daré todo,
si me ado- |
ras», le dijo el diablo a
Jesús. ¡Qué |
fácil le habría sido todo,
si hubiese |
renunciado a la pureza de
los me- |
dios! Hoy tendríamos una
Iglesia |
―¡si es que hubiese
perdurado has- |
ta el día de hoy!— no
precisamen- |
te de fieles, sino de
políticos, de |
generales, de
comerciantes, de filó- |
sofos y, sobre todo, de
banqueros. |
Es decir, el poder, la
fuerza, la efi- |
cacia, la estética, los
bienes y el |
precio de todo lo que
codicia el |
espíritu de este mundo, su
pecado. |
Cristo, sin embargo, nos
llamó a |
una empresa cuya eficacia
no se |
apoya ni en las fuerzas,
ni en los |
prestigios y vanidades, ni
en las |
astucias y procedimientos
munda- |
nos. Cristo pasó por la
cruz y pa- |
deció la humillación y la
muerte |
bajo la opresión del poder
sacrali- |
zado. Pero resucita, y nos
muestra |
un ideal absolutamente
puro, que |
le hace decir a Pedro: «No
tengo |
oro ni plata, pero te doy
lo que ten- |
go: en nombre de Jesús
Nazareno, |
levántate y anda». Lo dijo
a un pa- |
ralítico, y todavía lo
dice a la Igle- |
sia y a los cristianos y a
los hom- |
bres de todos los tiempos. |
9 (69) |
Segunda primavera |
Primera parte del sermón
predicado por J. H. Newman, el 13 |
de julio de 1852, en la
iglesia de Santa María, de Oscott, con |
ocasión del Sínodo
celebrado allí, después de la restauración |
de la Jerarquía católica
en Inglaterra. Omitimos el grueso del |
discurso dedicado a la
historia del catolicismo en aquel país, |
hasta el momento
esperanzado que el sermón evoca, con el |
final referido a los
primeros mártires ingleses, como conse- |
cuencia de la ruptura que
consumo Enrique VIII. |
«Levántate, date prisa, y
mira: |
ha pasado el invierno, las
lluvias han cesado, |
y aparecen las flores en
la tierra». |
Cant. 2. 10-12 |
NOSOTROS, en cotidiana
familiaridad, experimenta- |
mos el orden, la
constancia, la renovación perpe- |
tua del mundo material que
nos circunda. Por frá- |
gil y fugaz que se nos
muestre en cada una de sus |
partes, por turbulentos e
inestables que sean sus |
elementos, por incesantes
que parezcan sus mutaciones, este |
mundo resiste. Está
trabado en sí mismo por una ley de esta- |
bilidad, que lo mantiene
siempre en unidad; siempre a punto |
de morir, y siempre
volviendo a nueva vida. La disolución |
no sirve para otra cosa
que para desembocar en formas nue- |
vas de organización, y una
sola muerte es madre de mil vidas. |
10 (70) |
Cada hora, tal como viene,
da testimonio de cuán fugaz y cuán |
seguro es el gran todo.
Como una imagen sobre el espejo de |
las aguas: que permanece
siempre la misma, mientras corren |
las aguas. Cambios sobre
cambios; pero en los cuales un cam- |
bio reclama al siguiente,
al modo como se alternan los sera- |
fines en la alabanza que
dedican al Creador. El sol se oculta |
a poniente y luego aparece
de nuevo; las tinieblas se tragan |
la luz diurna y luego
vuelve la claridad otra vez amanecida, |
resplandeciente, como si
nunca hubiese sido alterada. La pri- |
mavera pasa por el verano
y, a través del verano y el otoño, |
cruza el invierno, para
mostrar su triunfo, con mayor fuerza, |
venciendo la oscuridad de
la tumba en que se había precipi- |
tado en su primera hora.
Nosotros sentimos tristeza al ver las |
flores de mayo, y pasamos
por el luto de saber que van a de- |
saparecer en seguida; pero
sabemos, por otra parte, que ma- |
yo tendrá su día de
revancha al llegar a noviembre, en virtud |
de aquel solemne círculo
que jamás se detiene, y que nos en- |
seña, en el colmo de la
esperanza, que debemos mantenernos |
sobrios, en lo profundo de
la desolación, sin jamás desesperar. |
Por intensa que sea para
nosotros la impresión que nos |
cause este hecho, no
resulta menos intenso el contraste que |
se produce entre este
mundo material, tan vigoroso, tan repro- |
ductivo, a pesar de todos
sus cambios, y el mundo moral, tan |
débil, tan movedizo, tan
incapaz para reaccionar, a pesar de |
todas sus aspiraciones. Lo
que debería acabar en la nada re- |
11 (71) |
siste; lo que debería
prometer el futuro desilusiona y fenece. |
El mismo sol resplandece
en los cielos desde el principio al |
fin, y el firmamento se
mantiene azul, y los montes eternos se |
bañan en su luz, pero
quien sobre la tierra es campeón, o hé- |
roe, o legislador, o jefe
político, la raza soberana, que fue gran- |
de (...) siglos atrás, ¿es
grande ahora? Los moralistas y poetas |
han escrito tantas
variaciones sobre esta vitalidad innata de |
la materia, lo mismo que
sobre la innata caducidad de la men- |
te humana. El hombre surge
para caer; es conducido hacia la |
disolución desde el mismo
momento en que comienza a exis- |
tir; es cierto que
sobrevive en sus hijos, que su nombre per- |
dura, pero nada permanece
en su propia persona. En lo que |
se refiere a las
manifestaciones de su ser natural sobre la tie- |
rra, es como una burbuja
de jabón que se rompe, es como |
agua derramada en tierra.
El que era joven ahora es viejo, y |
nunca más volverá a ser
joven de nuevo. Éste es el lamento |
repetido, en verso o en
prosa, por cristianos y paganos. Es la |
obra mayor salida de las
manos de Dios bajo el sol; mas, en |
todas las manifestaciones
de su complejo ser, él ha nacido pa- |
ra morir. |
Lo mismo ocurre con
nuestro ser moral. Florece en el jo- |
ven, parecido a la riqueza
de la mejor flor, delicada, fragante |
y encantadora. La
generosidad y agilidad de corazón, la ama- |
bilidad, el ingenio, la
confianza, el carácter amable, el afecto |
puro, la aspiración noble,
la resolución heroica, el compromi- |
so romántico, el amor que
se olvida de sí mismo..., la ruina y |
la destrucción, son la
consecuencia de esta virtud solamente |
natural, con tal que se
abandone, con el tiempo, a su propio |
curso. Morosidad,
misantropía, egoísmo, son el invierno ordi- |
nario de aquella
primavera. |
Tal es el hombre en su
propia naturaleza, y tal en sus |
obras. Los esfuerzos más
nobles de su genio, las conquistas |
alcanzadas, las doctrinas
que enseñó, las naciones que civili- |
12 (72) |
zó, los Estados que creó,
sobrevivirán, a través de los siglos, |
pero tenderán a una
finitud, y este final es la disolución. Po- |
deres del mundo,
soberanías, dinastías, antes o después, caen |
en la nada; les aguarda
una hora fatal... |
De este modo, el hombre y
todas sus obras son morta- |
les; mueren y no tienen el
poder de renovarse... |
Hace tres siglos que la
Iglesia Católica, esta gran creación |
del poder de Dios, tenía
en nuestra tierra un puesto de supre- |
macía... Pero la voluntad
del cielo fue que la majestad de |
aquella presencia se
desvaneciera... |
Cuando el Colegio Inglés
se edificó en Roma, por la soli- |
citud de un gran pontífice
(Gregorio XIII) en la época en que |
comenzaron los dolores de
Inglaterra, y los misioneros allí se |
adiestraban para
disponerse a confesar la fe y sufrir eventual- |
mente el martirio en la
patria..., quisieron recibir antes la ben- |
dición de un santo; y
fueron a pedirla a un plácido anciano |
que nunca había visto
correr la sangre, a no ser la de la pe- |
nitencia, a pesar de haber
deseado ardientemente derramarla |
por Cristo... y uno tras
otro perseveraron y merecieron ganar |
la palma del martirio... |
Padres míos, Hermanos
míos, aquel anciano era mi san |
Felipe. Tened paciencia
conmigo, soportadme por amor a él. |
Si he hablado demasiado
seriamente, que su dulce sonrisa mi- |
tigue esta seriedad mía.
Como él estuvo con vosotros hace tres |
siglos, en Roma, cuando se
derrumbó nuestro templo, así de |
cierto, ahora que está
resurgiendo, constituye un indicio agra- |
dable saber que él
emprendería gustoso el viaje para ponerse |
junto a vosotros; y que,
al recordar su intercesión por voso- |
tros, mientras estaba en
casa, y reconociendo la relación en- |
tonces formada con
vosotros, desea ahora tener un nombre |
entre vosotros, ser amado
por vosotros y, si es posible, hace- |
ros algún servicio, aquí,
en vuestra propia patria. |
13 (73) |
NEWMAN: |
ORIGEN |
DEL MOVIMIENTO |
DE OXFORD |
A PARTIR de principios del
siglo XIX, se |
emplea la palabra
"movimiento" para |
designar, más que las
formas del pen- |
samiento en evolución, los
fenómenos |
sociales que se producen
como expresión |
o se convierten en camino
para implantar un nue- |
vo orden, o bien para
recuperar una identidad co- |
lectiva perdida u olvidada
que rebrota con pujanza |
nuera, como ocurrió con el
despertar de los nacio- |
nalismos, o con ciertas
corrientes estéticas, con el |
redescubrimiento del
derecho clásico, con las nue- |
vas ideas filosóficas, con
el declinar de los absolu- |
tismos, etcétera. En el
caso del llamado «Movi- |
miento de Oxford» nos
encontramos no frente a |
una rebelión social ni
intelectual, sino ante un |
esfuerzo de aproximación y
un aliento de sinceri- |
dad nacidos de una fe
comprometida en la búsque- |
da v recuperación de lo
que, para el anglicanismo, |
debía ser el cristianismo
auténtico. La inquietud de |
sus buscadores pretendía
superar las mortificacio- |
nes causadas por las
desdichadas docilidades secu- |
lares, o intromisiones
políticas, las cuales desvir- |
tuaban la genuinidad
evangélica del cristianismo |
tal como fue legada a la
Iglesia de los primeros |
tiempos. |
14 (74) |
Origen del |
anglicanismo |
Para su mejor comprensión,
es útil hacer me- |
moria de algunos datos
históricos, a partir de la |
misma escisión que separó
a Inglaterra del catoli- |
cismo, cuando Enrique VIII
se proclamó jefe de la |
Iglesia de Inglaterra,
luego que el papa Clemente |
VII no le permitió
repudiar a Catalina de Aragón |
(1), aunque mantuvo, no
obstante, la jerarquía es- |
tablecida y la integridad
del dogma católico. Por lo |
tanto, originalmente, se
trata más bien de un cisma |
que de una separación
motivada por controversias |
doctrinales. La
protestantización comenzó a ini- |
ciarse cuando Eduardo VI
sucedió a Enrique VIII |
(1547). Luego surgió un
paréntesis de reconciliación |
con Roma, propiciado por
la reina María Tudor |
(1553); pero no tardó en
producirse un cambio con |
Isabel I (1558-1603), la
cual consolidó definitiva- |
mente el anglicanismo (2),
convertido ya en un cal- |
vinismo mitigado; organizó
su liturgia por medio |
del Common Prayer Book,
sin casi alterar el or- |
den católico de
sacramentos, sacerdocio ministerial, |
fiestas de los santos,
ayunos y abstinencias. El con- |
junto respondía a la
imagen medieval de la Iglesia |
de Occidente. |
Evolución |
Hacia el final del siglo
XVI, sin embargo, el an- |
glicanismo experimenta la
tensión de dos corrientes |
opuestas, designadas, más
tarde, con los nombres |
de Iglesia alta, la High
Church, conservadora, de- |
fensora de la jerarquía
episcopal y de la liturgia, |
catolizante, que no duda
en autocalificarse de «ca- |
tólica», y la Iglesia
baja, la Low Church, de alma |
calvinista, protestante,
que se complace en llamarse |
«evangélica», aferrada a
la Biblia, con la obsesión |
―al menos en sus
orígenes, de ver a Roma como |
la Babilonia de Occidente
y al papa como la perso- |
(1) ACT OF SUPREMACY
(1534). |
(2) THE THIRTY-NINE
ARTICLES OF RELIGION (1563). |
15 (75) |
nificación del Anticristo.
A través de la historia del |
anglicanismo, estas dos
corrientes se contraponen y |
contrastan, pero también
es verdad que, de algún |
modo, se complementan,
como si la implícita ley de |
un bipartidismo eclesial
tácito diera lugar al mila- |
gro político del
equilibrio religioso nacional. |
Sería posible, todavía,
hacer referencia a una |
tercera corriente, que se
manifiesta a partir del siglo |
XVIII, reveladora de la
incomodidad espiritual que |
acompaña a las crisis
producidas fuera del ca- |
tolicismo: es la llamada
Iglesia amplia, o Broad |
Church, que abrigaba la
pretensión de alcanzar la |
unidad protestante y, para
disponer a ella, acen- |
tuaba todo lo que podía
favorecer la reducción de |
la moral al juicio
individual, y simplificaba al má- |
ximo las cuestiones
doctrinales. El peligro evidente |
era que tantas concesiones
desembocaban en el |
liberalismo, y éste,
insensiblemente, conducía a la |
negación de la
trascendencia (3). Este es, a grandes |
rasgos, el marco que
precede al Movimiento de Ox- |
ford. Eran tiempos de
crisis espiritual, que contras- |
taba con la solidez
política de la época, es decir, la |
sociedad victoriana. |
Los |
tiempos |
nuevos |
En una carta mandada a su
madre, Newman, |
antes de su viaje a
Italia, ya se mostraba preocupa- |
do por el estado de la
Iglesia de Inglaterra: «Vivi- |
mos tiempos nuevos», le
decía, y se lamenta por |
una Iglesia que depende
«del prejuicio y de la bea- |
tería», pero no pierde la
esperanza, porque está |
(3) Al justificar su
posición en el Movimiento de Oxford, Newman escribe en la APO- |
LOGÍA: «First was the
principle of dogma: my battle was with liberalism (...) From |
the of fifteen, dogma was
been the fundamental principle of my religion; I know |
no other religion; I
cannot enter into the idea of any other sort of religion; religion |
as a more sentiment, is to
me a dream and a mockery». (M. J. Svaglie ed., p. 54). |
Cuando fue creado
cardenal, en 1879, también se refirió a lo mismo en su discurso |
de agradecimiento: «For
thirty, forty, fifty years I have resisted to me to the beat |
of my powers the spirit of
liberalism in religion». (BIGLIETTO SPEECH, Roma, |
P. 6). |
16 (76) |
convencido de que se están
viviendo grandes tiem- |
pos, y los grandes tiempos
«engendran grandes |
hombres» (4). |
Es evidente que estas
preocupaciones habían |
sido el tema de muchas
conversaciones con Froude, |
en el decurso de su viaje
por el Mediterráneo; hay |
poesías, escritas
entonces, que nos lo muestran cla- |
ramente (5). Newman sabe
bien que el liberalismo |
se fragua en el corazón de
los hombres presuntuo- |
sos, los cuales, aunque
posean la verdad, se com- |
placen cultivando la duda.
Y sucede, curiosamente, |
que estas gentes que dudan
son las que tienen en |
su mano el poder, también
en la Iglesia, reducida |
su jerarquía a una
burocracia apendicular del Es- |
tado. En la última estrofa
del poema Sacrilege, |
dice a esos instalados:
«Hermanos queridos: en ade- |
lante, mientras vosotros
os preparáis para la des- |
gracia, el triunfo todavía
nos pertenece; / la Iglesia |
peregrina es bendita.
Volveos atrás, pues, antes que |
la maldición caiga sobre
vosotros. / Así, nosotros |
lucharemos manteniéndonos
en el lugar de siempre, |
mientras esperamos sin
temor la mano del expolia- |
dor». |
Sueño |
sin |
gloria |
El expoliador es el
Estado. Jean Honoré ha des- |
crito la situación en que
se encontraba la Iglesia |
anglicana, cuyos pastores,
en su inmensa mayoría, |
se mostraban incapaces de
defenderse de la tutela |
humillante que los
esclavizaba. «La mayoría de |
obispos deben sus
dignidades a influencias secula- |
res, y están más
preocupados por sus prerrogativas |
en el Parlamento que por
su misión apostólica. Los |
párrocos, en sus
presbiterios rurales, si mantienen, |
en casos excepcionales,
una meritoria aplicación al |
(4) 13 de marzo de 1829
(L. D., vol. II, pp. 129-130). |
(5) Véase SACRILEGE y
LIBERALISM, fechadas en Palermo, respectivamente, el 4 y |
el 5 de junio de 1833 (V.
V., 1868, pp. 121-123). |
17 (77) |
estudio, no se dejan
devorar, sin embargo, por el |
celo por la casa de Dios.
Además, su teología es |
poco consistente, de tal
modo que no puede servir- |
les de base doctrinal para
llevarles a vivir en las |
auténticas profundidades
de la fe, y afrontar de es- |
te modo lúcidamente las
angustias y las grandezas |
del ministerio pastoral»
(6). Es, resumiendo, la ima- |
gen de una Iglesia que se
duerme en un sueño sin |
gloria. |
Movimiento |
"espiritual" |
El deán Church no duda
cuando afirma que |
Oxford, en medio de
aquella mediocridad intelec- |
tual, tenía, de todos
modos, algo que la asemejaba |
a la Grecia de la
antigüedad o a la Florencia del |
Renacimiento: del
pensamiento griego y del redes- |
cubrimiento de los
clásicos todavía participamos |
(7). Después de la
Revolución francesa y del movi- |
miento del Romanticismo,
también el Continente se |
había conmovido y, en
Francia, Lamennais (1782- |
1854) había reclamado la
separación de la Iglesia |
y el Estado, como remedio
indispensable para un |
retorno a la pureza
religiosa. Pero él establecía el |
debate a nivel político;
en cambio, el Movimiento |
de Oxford actuaría a
distinto nivel, a pesar de que, |
casi anecdóticamente,
fuesen algunas decisiones |
político-administrativas
del Estado sobre la Iglesia |
las que desencadenasen la
exteriorización enarde- |
cida que caracterizó la
polémica nacida en la Uni- |
versidad de Oxford y
propagada en seguida a toda |
Inglaterra. La
preocupación de los líderes del Mo- |
vimiento de Oxford, y,
singularmente y sin vacila- |
ción alguna, la
preocupación de Newman, fue la |
de llegar al fondo del
problema, que era de carác- |
ter espiritual. Se trataba
de profundizar en la pro- |
pia conciencia de la
Iglesia, hasta alcanzar los |
principios divinos de los
cuales ella recibió la exis- |
(6) Jean Honoré,
ITINERAIRE SPIRITUAL DE NEWMAN (1964), p. 108. |
(7) R. W. Church, OXFORD
MOVEMENT (1892), p. 139. |
18 (78) |
tencia y su misión en el
mundo. El peligro no esta- |
ba en los poderes
terrenales, sino en la pérdida de |
la propia vocación
sobrenatural. No hacía falta |
combatir ni despreciar a
nadie, sino simplemente |
recuperar la originalidad
evangélica y apostólica, |
con rigurosa y leal
dedicación. |
La anécdota que despertó
aquel Movimiento fue |
la supresión, por el
Parlamento británico, de unas |
demarcaciones diocesanas;
el hito lo marcó el ser- |
món que pronunció Keble el
14 de julio de 1833, |
con el título National
Apostasy, distribuido rápi- |
damente y notorio a todos.
En aquel momento, |
Newman estaba volviendo a
Inglaterra, desde Ita- |
lia, restablecido de su
enfermedad. El aconteci- |
miento venía a ser como
una respuesta a la espe- |
ranza con que se había
cerrado su crisis espiritual: |
aquélla era, seguramente,
«la tarea» presentida |
que la Providencia le
mostraba. Siempre he consi- |
derado y he tomado aquel
día (del sermón de Ke- |
ble) como el del inicio
del movimiento religioso de |
1822 (8). |
(8) APO., p. 43. |
... |
Esta Congregación del
Oratorio, |
de Albacete, desde su
misma fun- |
dación, no recibe ninguna
paga o |
subvención del Estado, ni
de nin- |
gún otro organismo, y
mantiene |
el culto en su iglesia y
las activi- |
dades de apostolado con el |
trabajo de sus |
sus miembros y las |
aportaciones espontáneas
de los |
fieles que simpatizan con |
sus obras. |
19 (79) |
El misterio de Cristo en
nosotros. |
El mismo Cristo garantiza
la repetición en figura y |
misterio de todo lo que
hizo y sufrió en su carne. Se |
ha formado en nosotros,
nace en nosotros, sufre en |
nosotros, resurge de nuevo
en nosotros. Vive en |
nosotros: y ello, no por
medio de una sucesión de |
acontecimientos, sino todo
a la vez: porque él viene a |
nosotros como Espíritu,
muriendo del todo, |
resucitando del todo otra
vez, viviendo del todo. |
Nosotros estamos siempre
recibiendo nuestro |
nacimiento, nuestra
justificación, nuestra |
renovación, muriendo
continuamente al pecado, |
renaciendo continuamente a
la justificación. Toda su |
economía, en todas sus
partes, se realiza |
continuamente en nosotros
y toda al mismo tiempo. |
Y su divina presencia
constituye el título de cada uno |
de nosotros para el cielo:
título que él reconocerá y |
Aceptará en el último día.
Él se reconocerá a sí |
mismo, es decir,
reconocerá su imagen en nosotros. |
Él nos ha marcado con el
sello del Espíritu para |
reconocernos como suyos. |
John H. Newman, C. O., |
P. S. V, 10 |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
PI. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02100 Albacete D. L. AB 109/62 - 16.4.89 |
20 (80) |
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