Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 258. MAYO. Año 1989
SUMARIO
AUSENCIA y presencia de Dios entre nosotros.
Ausencia, porque la sensibilidad ayuna, aun-
que le queda la esperanza; presencia porque
la fe descubre la gracia, los dones de Dios,
que no abandona a su grey en la soledad de los de-
siertos, en los cansancios de los caminos que llevan
a la tierra de las promesas. El creyente descubre
esta presencia del que está siempre con nosotros, en
los signos de su Iglesia y en el resplandor creado.
Pero la manifestación divina, derivada de Cristo,
también se reproduce por medio de los santos. La
providencia nos los pone cerca, para que nos sea
más fácil descubrir la huella de lo divino en el hom-
bre. A nosotros, nos ha puesto especialmente a uno,
que reconocemos como Padre espiritual, por el mo-
do como abrazo y pasó a otros el ideal del Evange-
lio: es san Felipe Neri. Y damos gracias a Dios.
PLEGARIA POR EL ORATORIO
FIDELIDAD
«Y USTEDES, ¿QUÉ HACEN?»
QUÉ ES EL ORATORIO
LA NUEVA VIDRIERA
ARLOTTO MAINARDI Y SAN FELIPE NERI
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Plegaria por la Congregación del Oratorio*
Señor Jesucristo, que has elegido esta Congregación para servicio de tu
santo Nombre y para que, con fidelidad, cuide de la herencia que tú
has adquirido al precio de tu propia Sangre:
Danos, propicio, la paz en este lugar, la paz que el mundo no puede
darnos; concédenos la salud de la mente y del cuerpo, para que con
sobriedad, sencillez, serenidad y unánimes en el espíritu cumplamos
fielmente tus mandamientos, y nos amemos unos a otros, no de palabra
o de lengua, sino de obra y de verdad, de modo que todo cuanto
hagamos se realice verdaderamente en la caridad.
Haz, Señor, que nos mantengamos, sin desfallecer, en constante oración,
para que nuestra vida esté en armonía con nuestro nombre, y nuestra
vocación se confirme con las obras.
Asístenos con tu sabiduría divina, para que sepamos exhortar a los
demás con sana doctrina y les podamos edificar con el ejemplo sincero
de nuestra vida, de modo que lo mismo nosotros cuando hablamos que
cuantos nos oyen seamos todos igualmente santificados por tu gracia.
Preserva esta Congregación de cualquier pecado grave y de escándalos.
Y defiéndela frente a las insidias y perturbaciones incitadas por el
espíritu del mal.
Puesto que tú, Señor, has dado vida a esta Congregación para que en
ella y por ella sea honrado tu Nombre santo: haz que vengan muchos
operarios a esta viña elegida por ti, y bendecida por la Iglesia, para
que moren en ella deseosos de servir a los demás, pues para eso
vinieron al entrar en esta familia nuestra; y que no les asalte el
aguijón de la soberbia, sino que su única gloria consista en ser
olvidados dentro de tu Casa hasta que, perseverando en ella, pasen a
la morada de la Jerusalén celestial.
Mándanos tu ángel del cielo para que nos guarde, nos proteja, nos
acompañe y nos defienda. Haz que gocemos de verdadera paz, y te
sirvamos con alegría a ti, a quien servir es reinar.
Tú, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de
los siglos. Amén.
* Esta oración se recita desde antiguo en las casas del Oratorio, como parte de los rezos comunitarios.
2 (82)
Fidelidad
ALGUNOS podrían llevarse a engaño y formare un concepto equivocado del
Oratorio, por el hecho de que aquí no se profesan los votos religiosos. Las
virtudes a las que ellos se refieren estuvieron siempre en la substancia de
todas las formas de vida que abrazaba la perfección evangélica, desde los
principios del cristianismo, pero su generalización formal en la Iglesia data sola-
mente del sigo XVI, la época de san Felipe. No obstante, éste no los quiso para el
Oratorio; su afirmación fue clara: «No quiero los votos, pero sí las virtudes de los vo-
tos». La sencillez de este enunciado no significaba, en labios de san Felipe, la más
mínima rebaja en la total «entrega de la vida por la causa de Nuestro Señor Jesu-
cristo» (Hechos 15, 26). Posteriormente, la realidad ha venido demostrando que la
ausencia de votos no ha supuesto, para el Oratorio, un nivel más bajo de perseve-
rancia al compararlo, proporcionalmente, con otras obras de vida evangélica.
Sin embargo, no se puede negar que, para algunos temperamentos, esta carencia
de votos puede traducirse en mayores tentaciones para la perseverancia. Por esta
razón, cuando los discípulo: de N. P. san Felipe Neri quisieron recordar las virtudes
y los consejos espirituales que daba a los suyos, hacen notar la importancia de la
perseverancia en sí y de todo cuanto la favorece. De este modo pasó a la tradición
del Oratorio aquel dicho tan repetido en nuestras casas, de que «los verdaderos hi-
jos de san Felipe se conocen por la sepultura»; es decir, cuando se cumple en ellos,
a través de toda una vida, la fidelidad al animo que expresaron al pedir su ingreso,
de «entregarse libremente a la Congregación para permanecer siempre en ella, has-
ta la muerte», como se dice en nuestras Constituciones. Por lo tanto, los que se van,
o es que nunca tuvieron vocación (y así hicieron bien en rectificar a tiempo), o es
que la perdieron.
3 (83)
Es sabido que san Felipe no permitía la más leve murmuración ni la desobe-
diencia en el más pequeño de sus mandatos, y que daba facilidades para que quien
se sintiera incómodo pudiera salir, para bien del mismo sujeto y de la propia Con-
gregación. Pues la perseverancia en ésta nunca podría equipararse a resistir por la
fuerza en la casa, sino que debe ser fruto de la fidelidad y la gratitud, las cuales 80-
lamente son posibles, y aun fáciles, si proceden del amor y del deseo de ser olvidado
(el tan repetido «alma nesciri»). La fidelidad entre personas del mundo también re-
quiere amor y abnegación.
Sin el amor es imposible una verdadera perseverancia espiritual; pero es igual-
mente cierto que el amor no se puede imponer. Por esto, en el Oratorio, se reza
siempre para obtener esta perseverancia, que viene a ser, según los más antiguos,
«como un anticipo del cielo por el deseo que da de él, y la paz y consuelo con que
se piensa en la muerte, coronando el amor de la vida, tal como lo sintieron, cuando
les llegó su hora, los primeros discípulos del santo y otros que supieron recoger y
mantenerse en su espíritu. El padre Pedro Consolino, discípulo predilecto de san
Felipe, aseguraba a alguien que le preguntó cómo ser perseverante en el Oratorio,
dado que no hay votos, que san Felipe siempre concedía la perseverancia a los que
en la Congregación siguen su espíritu». Otro oratoriano hacía esta hermosa compa-
ración: «del modo como los religiosos claustrales hacen su profesión una vez cumpli-
do el noviciado, así, en el Oratorio, nuestra verdadera profesión tiene lugar cuando
se muere, cumpliéndose lo del Evangelio, de que el que persevera hasta el final, se
salvará» (Mt 24, 13).
Es preciso, pues, tomar la vida, y la vocación a la que estamos llamados, como
el camino y noviciado del cielo, amando este camino que nos lleva a Dios, precisa-
mente porque nos lleva a Dios. Hay, es cierto, otros caminos, y es deseable y santo
que cada uno persevere en el de su propia vocación, sin caer en la dispersión de «ir
de casa en casa», o la flojedad de levantar la mano del arador, o de ceder a nostal-
gias «volviendo la vista atrás». Por lo que respecta a nosotros, amamos nuestra vo-
cación porque es el mayor don de Dios, después de tenerle que agradecer el de la
la gracia de la fe, y porque vida y fe encuentran en ella sentido y expresión
maravillosa.
La simplicidad solamente es comprendida por
los sencillos de corazón.
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«Y ustedes,
¿qué hacen?»
LA PREGUNTA que sirve de
encabezamiento de estas lí-
neas nos la han dirigido mu-
chas veces. Seguramente es la que
se hace igualmente a otras institu-
ciones de la Iglesia, cuando sólo
muy desde fuera se tiene noticia
de ellas. Si comenzáramos la res-
puesta diciéndoles que lo más im-
portante para nosotros no es "lo
que hacemos" seguramente que les
desconcertaríamos o, simplemente,
no darían crédito a nuestras pala-
bras. Y, sin embargo, para ser sin-
ceros, deberíamos hacerlo de esta
manera, para dar una respuesta
sobre lo que consideramos esen-
cial en nuestra vida y nuestra vo-
cación.
Un cierto pudor y el sentimiento
de la propia imperfección, que no
podemos negar, nos sugeriría co-
menzar por razonamientos o pre-
sentaciones indirectas que, al fin,
de modo implícito, incluirían la
verdad esencial. Pero si quien re-
cogiera nuestras palabras no estu-
viera demasiado atento, correría el
riesgo de quedarse más bien en los
medios que alcanzar el vislumbre
del fin.
Una respuesta correcta no la
comprendería el simplemente cu-
rioso. Y ni siquiera el cristiano,
aun de buena fe, si su religiosidad
se contentara con el esfuerzo por
mantener una vida más o menos
de acuerdo con la moral conven-
cional, compatible con las aspira-
ciones comunes del mundo, y que
contemplara la Iglesia como un
gran aparato de servicios espiri-
tuales, o poco más que psicológi-
cos o sociales, para la satisfacción
de su modo de entender y partici-
par de la religión. No importa que
5 (85)
a ésta le reconociera una dignidad
que, teóricamente, estuviera por
encima de categorías terrenales,
pero cuyos fines últimos fueran,
en la práctica, menos urgentes que
intereses como la posición social,
la respetabilidad, el prestigio, la
seguridad, la profesión, los gustos,
la cultura, el bienestar, la propia
promoción, etc. Si fuéramos capa-
ces de elaborar una respuesta que
recogiera positivamente, por lo me-
nos, algunos de estos valores o in-
tereses reconocidos por el mundo,
es posible que les pareciera sensa-
to cuanto les dijéramos. Por el con-
trario, si dejáramos totalmente de
lado tales miras, y les habláramos
directamente de amor, abnegación
de sí mismo y seguimiento incon-
dicional de Cristo, lo más probable
es que provocáramos una reacción
parecida a la que Pablo obtuvo en-
tre los atenienses, o la del joven
rico del Evangelio frente a Jesús, a
pesar de haberse introducido lla-
mándole «Maestro bueno» y mos-
trar deseos de perfección.
El común de los humanos aplau-
de y se adhiere y hasta llega a
admitir ser convocado, en primer
lugar, por lo que, de acuerdo con
el Evangelio, podemos designar co-
mo «las añadiduras» del Reino de
Dios; pero sólo a partir de sentirse
complacido o asegurado en éstas,
se le hace fácil aceptar la teoría
del Reino en sí mismo, si se le pro-
pone con la complicidad del silen-
cio sobre sus exigencias radicales,
manteniéndolas a nivel de un reco-
nocimiento prevalentemente con-
ceptual, estético.
La respuesta correcta y sincera
que debería dar cualquiera «que
haya dedicado su vida a la causa
de Nuestro Señor Jesucristo» (He-
chos, 15, 26), sería, aproximada-
mente, ésta: que a pesar de sentir
la pequeñez y la miseria propia,
entregó su vida al Señor para co-
nocerle más y amarle mejor, cre-
ciendo en la amistad con él; tal vez
lo explicaría refiriéndose a la pa-
rábola de la vid y los sarmientos
(Juan, 15, 1-17). Ahí se dice casi
todo, y no es simple poesía, sino
ideal completo para una vida, y
hasta más allá de esta vida. Lo de-
más, siendo importante, no lo es
tanto como esto.
En nuestro caso, como oratoria-
nos, podríamos explicar que el es-
tilo cuya esencia se contiene en el
Evangelio, y en las primeras comu-
nidades cristianas, lo hemos encon-
trado y procuramos vivirlo por los
cauces que iniciaron los primeros
discípulos de san Felipe Neri, en
hermandad y caridad, desprendi-
dos de codicias y ambiciones, por-
que su ejemplo nos sirve y entu-
siasma, por el amor que tuvo al Se-
ñor, por el celo y el bien que hizo
a las almas, y por su fidelidad a la
Iglesia.
6 (86)
Qué es el Oratorio
EN la historia de los estados de
perfección, o de vida evan-
gélica, el Oratorio es, cro-
nológicamente, la primera de las
llamadas ahora «Sociedades de Vi-
da Apostólica» («de vida común
sin votos», en el Código de Dere-
cho Canónico de 1917) aprobada
por la Iglesia, y por eso se convir-
tió en el modelo típico en el que
se han inspirado otras Sociedades,
hasta llegar a los modernos Institu-
tos Seculares.
La finalidad del Oratorio consis-
te en la formación individual en la
cultura espiritual y en la piedad,
por medio de la instrucción, con-
tactos personales, dirección espiri-
tual, predicación familiar y aposto-
lado litúrgico, especialmente entre
estudiantes y jóvenes.
Sus rasgos esenciales, según las
propias Constituciones, se basan en
la prevalencia de la caridad sobre
la ley; espíritu de fe y oración, y
de caridad y servicio, estimulado
y alimentado por el estudio fami-
liar de la palabra de Dios y el tra-
to espiritual; la Eucaristía como
centro de toda la vida; dedicación
al bien y progreso de la Iglesia,
por la peculiar vinculación del Es-
píritu i su misterio; entrega a la
Congregación de sus miembros,
por la libre voluntad de permane-
cer siempre en ella, hasta la muer-
te, excluidos los votos, juramentos
o promesas, con una libertad que
concuerde al máximo con el espí-
ritu del Evangelio; su fuerza, co-
mo en las primeras comunidades
cristianas, debe consistir más en el
mutuo conocimiento, en el respeto
y en el verdadero amor de la con-
vivencia familiar, que en la multi-
plicidad de miembros. «No quiero
votos ―decía san Felipe―, pero sí
las virtudes de los votos. Y tam-
bién: «La caridad basta para todo
y sin ella todo es inútil». Pero pa-
ra que la caridad sea posible, New-
man diría más tarde: «En la comu-
nidad hacen falta la obediencia y
la humildad y, aún antes, el nece-
sario acuerdo mental ―"intellec-
tual agreement"―, sin el cual las
dos primeras son imposibles».
El Oratorio fue fundado en Ro-
ma el año 1575 y aprobado defi-
nitivamente por Pablo V en 1612.
Nació, dice el P. Louis Bouyer, «de
la conjunción, en san Felipe, entre
un alma excepcionalmente interior
y una mentalidad excepcionalmen-
7 (87)
te abierta». Todo comenzó en las
reuniones de San Jerónimo de la
Caridad, una pequeña iglesia ro-
mana, cuna y primer cenáculo del
Oratorio, y morada de san Felipe
Neri, ya sacerdote. A su cuarto
acudían algunos de sus penitentes,
especialmente jóvenes, que leían,
y juntos comentaban, páginas del
Evangelio, vidas de santos, poesías
religiosas, acontecimientos de la
Iglesia, cartas llegadas a Roma de
alguno de los primeros misioneros
de los mundos entonces recién des-
cubiertos, y, sobre todo, tenían un
"ragionamento", que luego resumía
san Felipe, y se concluía con un
rato de oración. Estas reuniones se
desenvolvían en un aire de plena
espontaneidad, que no terminaba
allí, sino que se convertía en el
ambiente de una relación entre
padre e hijos espirituales. Pronto
resultó pequeño el cuarto de san
Felipe y se procuró un espacio ma-
yor, que se llamó "oratorio", de
donde surgió la denominación de
«Oratorio del Padre Felipe», y a
éste le agradó el nombre porque
en él se acuñaba la referencia a la
oración, alma de toda su vida y
escuela de fe y apostolado. Según
Tarugi, discípulo predilecto de san
Felipe, «la oración constituye el
principio y fundamento del Ora-
torio».
San Felipe distinguía muy bien
lo que consideraba propiamente el
Oratorio de lo que luego se llamó
"Congregación". Ésta surgiría al es-
coger a algunos de los más asiduos
para que recibieran el sacerdocio
y le ayudaran en la labor del Ora-
torio, que era su primera idea. La
Congregación era el núcleo, y el
Oratorio la obra total.
Para san Felipe, el Oratorio era
una institución ciudadana proyec-
tada a un solo lugar, en el que se
encarna aportando su influjo espi-
ritual y su apostolado específico.
Jurídicamente se parece al primer
modelo de vida evangélica organi-
zada en la Iglesia occidental, es de-
cir, a los monasterios benedictinos,
en el sentido de que cada "casa" o
Congregación ―que toma siempre
el nombre de la ciudad en donde
se establece― constituye una co-
munidad "sui iuris", o familia au-
tónoma dentro de la Confederación
del Oratorio de San Felipe Neri,
que se extiende a diversas partes
del mundo. Cada Congregación tie-
ne sus propios miembros, que per-
severan en ella de modo parecido
a como sucede en la incorporación
y estabilidad monástica y correla-
tiva autonomía. El superior recibe
el nombre de Prepósito ―"primus
inter pares"―, y es elegido por la
comunidad; de acuerdo con el de-
recho, tiene el reconocimiento y
facultades de "superior mayor" y
"ordinario" de los propios miem-
bros.
8 (88)
Las relaciones fraternales entre
las diversas "casas" o Congregacio-
nes se armonizan dentro de la
Confederación, si bien conservan
do cada una la propia autonomía,
querida por san Felipe, y la depen-
dencia de la Santa Sede, por medio
de un Delegado nombrado por ésta.
En la actualidad, el Oratorio está
extendido por Italia, España, Polo-
nia, Inglaterra, las dos Alemanias,
Austria, Suiza, Estados Unidos de
América, Canadá, México, Colom-
bia, Costa Rica, El Salvador, Chile
y Brasil. En España existen diez
Congregaciones, la última de las
cuales es Albacete.
A lo largo de los cuatro siglos de
existencia del Oratorio, se ha po-
dido demostrar que ha sido benéfi-
co para la Iglesia, que ha influido
en las almas que han participado
de su espíritu y en sus obras, y que
sigue siendo una forma de vida
evangélica que, por su simplicidad,
resulta especialmente atrayente pa-
ra los que, con verdadera vocación,
se entregan a Dios, no en busca de
soluciones fáciles o ventajas clerica-
les, sino enamorados de la transpa-
rencia del primer cristianismo. La
Iglesia «se adorna con la variedad»,
v el Oratorio se complace en apor-
tar su singularidad y su especifici-
dad a la riqueza con que, con el
mismo Espíritu de Dios, pero con
maneras diferentes, otros la han
adornado y hecho fecunda.
FRASES DE S. FELIPE
a los jóvenes.
• Felices los jóvenes, porque
tienen tiempo para hacer el
bien.
• Nunca hay que aplazar el
tiempo de hacer el bien,
porque la vida es muy corta.
• Rogad al Señor
continuamente para que os
conceda la perseverancia.
• No queráis haceros maestros
del espíritu y pretender
convertir a otros; pensad más
bien en vuestra propia
conversión.
• Tened a Dios siempre
presente en vuestro corazón.
• El camino más corto para la
santidad es la obediencia.
Poneos en las manos de
vuestros superiores.
• Nadie se hace santo en cuatro
días; el camino de la santidad
es arduo y la santidad se
alcanza poco a poco.
• Aunque os sintierais muy
felices y alcanzarais todos
los honores de este mundo,
pensad que es preciso morir,
dejarlo todo y comparecer
ante Dios.
9 (89)
La nueva vidriera:
el azul del cielo y las estrellas nerianas,
y las llamas del amor y la suavidad del Espíritu Santo
«HIJOS del Espíritu Santo» ha-
bría sido el nombre que N.
P. san Felipe Neri habría
preferido para designar a sus discípu-
los. Por esta razón, cuando se fundó
esta Congregación del Oratorio, hace
treinta y seis años, en la entonces re-
cién creada diócesis de Albacete, nos
pareció todo un símbolo la coinci-
dencia de la Pascua de Pentecostés
con la fiesta de san Felipe Neri. En
nuestro escudo, y tomando las pala-
bras de la liturgia, pusimos este lema:
«Spiritus rore suo foecundet», porque
por su gracia ha de venir el fruto es-
piritual deseado y ha de germinar y
crecer la santidad en los corazones.
En la misma fecha, cuatro años más
tarde, en 1957, inaugurábamos nues-
tra propia capilla, según el proyecto
del taller de arquitectura Martorell--
Bohigas, de Barcelona, y la colabora-
ción de J. Camps Vila, para el sagrario
y la imagen de la Virgen, y de J. Vila
Grau, para la cerámica de san Felipe
Neri. Ahora, en igual feliz coinciden-
cia con la fiesta de nuestro santo Pa-
dre, sustituimos los cristales de la
10 (90)
gran ventana que une, al fondo, los
muros de la capilla, por una vidriera
diseñada por el artista albacetense
Antonio Sánchez, realizada artesanal-
mente. En ella se ha querido ensam-
blar, una vez más, la alusión simbóli-
ca a san Felipe y al Espíritu Santo. El
dibujo es un cielo sereno, entre dora-
dos y azules, que se mueven como
cintas mecidas horizontalmente por
olas polícromas, y soportan el tejido
de corrientes luminosas que se con-
vierten en tres estrellas. Estas perte-
necen al emblema de los Neri, que
luego fue adoptado por el Instituto
del Oratorio. Entre las estrellas, figura
la presencia, dinámica y benigna a la
vez, del Espíritu Santo, simbolizado a
un lado por las llamas rojas del fuego
de la caridad y, por otro lado, repre-
sentado por la blanca paloma, símbo-
lo de la presencia interior de Dios,
unción pacífica de la gracia en las al-
mas, y, él mismo, alma de la Iglesia;
ese rescoldo de fuego divino que Cris
to vino a traer al mundo, que prendió
en san Felipe, el cual supo extender-
lo a los demás con su apostolado.
11 (91)
ARLOTTO MAINARDI
Y SAN FELIPE NERI
La visita
de los polacos
TODOS los biógrafos de san Felipe, cuando
comentan su sentido del humor y lo rela-
cionan con la virtud de la humildad, refie-
ren la anécdota de aquellos cuatro miem-
bros de la nobleza polaca que, noticiosos
de la santidad de Felipe, fueron a visitarle,
devotos y curiosos tal vez más bien curiosos
para comprobar por sí mismos la singularidad de
un santo visto de cerca. Alguien no pudo o no supo
impedir que llegaran hasta el aposento del santo.
Éste se dio cuenta de las intenciones de los inespe-
rados visitantes, e hizo que su acompañante, antes
de comenzar la conversación, les acomodara en su
presencia para que oyeran la lectura de un libro
"interesante", que les sumiría en un gran descon-
cierto: el tal libro era las Facezie del Piovano
Arlotto, que contenía una serie de anécdotas festi-
vas, dichos y burlas propias o atribuidas al cura
Arlotto Mainardi, florentino. Felipe no contenía sus
carcajadas cuando el texto leído lo requería, y, de
vez en cuando, pedía una pausa al lector para di-
rigirse a los polacos y con frases de este sentido:
«¡Ya ven qué textos tan estupendos y qué buenos
libros poseo y hago que me lean!» Los polacos se
fueron decepcionados y perplejos.
12 (92)
Argucias parecidas utilizó en otras ocasiones con
igual propósito y con el mismo éxito, como, por ejem-
plo, con el noble romano Lorenzo Altieri, que salió
del cuarto de Felipe diciendo: «¡Bah!... Si eso es to-
do, no pasa de tratarse de un tipo alegre, bromista,
como otro cualquiera». Ni faltaban personas pia-
dosas que se escandalizaran con tal proceder.
Pero el libro de las Facezie significa algo más
que un medio al que recurría para humillarse o
para despistar la curiosidad de la bobería piadosa.
Felipe amaba aquel libro. Aquel personaje había
influido en su vida.
Tres libros
para siempre
Los biógrafos de Felipe, cuando hablan de la
escuela que de niño frecuento, nos aseguran que,
por lo menos, tuvo en las manos y leyó por primera
vez tres libros que tendría cerca de si el resto de su
vida, en su cuarto de San Jerónimo de la Caridad
y en la Vallicella. Estos libros eran las Laudi, de
Jacopone da Todi, la Vita del Beato Colombino,
escrita por Feo Belcari, y las ya citadas Facesie
del Piovano Arlotto. Sabemos la importancia que
tuvieron los dos primeros en las reuniones del Ora-
torio. Pero pasa más desapercibida la significación
del tercero, en relación con dos características
propias de san Felipe: su florentinidad y su espíritu
festivo. Los florentinos son habilísimos para "lo
scherzo, il prendere in giro"; sus burlas resultan a
veces no sólo agudísimas, sino crueles; otras no pa-
san de ser muestra excelente de su sentido común
aplicado con humor, oportunidad, gracia e inteli-
gencia bondadosa. Tales eran las bromas, burlas
anécdotas de aquel buen cura, llamado Arlotto
Mainardi.
Felipe tenía y conservaba aquel libro, no como
un objeto vulgar, sino como algo valioso. Merced al
reciente invento de la imprenta, los libros, en tiem-
po de san Felipe, ya no se consideraban casi equi-
13 (93)
valentes a una joya, como ocurría con los ejem-
plares producidos por los copistas medievales, pero
seguían siendo caros, poco menos que un lujo. Pa-
ra Felipe, los libros eran una verdadera riqueza, y,
porque lo entendió así, se desprendió de ellos, du-
rante su vida de seglar, por amor a la pobreza y a
los pobres. Los que de mayor conservaba no eran
un adorno, sino algo muy próximo a su pensamien-
to y a su corazón, sin excluir el de Mainardi, aun-
que a veces lo utilizara para humillarse o para dis-
traerse.
Arlotto Mainardi
Pero ¿quién era Arlotto Mainardi? Ese curioso
personaje pudo conocerlo el abuelo de san Felipe;
el padre contaba sólo seis años cuando el Mainar-
di murió (1483), a la edad de ochenta y siete años.
La familia de Arlotto Mainardi era originaria de
Vaglia, pueblo situado a unos veinte kilómetros al
norte de Florencia. El abuelo de Arlotto había sido
notario público florentino; tuvo una familia nume-
rosa, hizo lo que pudo por llevarla adelante, pero
las cosas no le fueron bien, porque los tiempos eran
malos, y, seguramente, por contraer deudas impru-
dentes, se le originaron pleitos hasta pasar, incluso,
por la dura experiencia de la cárcel. El mismo Ar-
lotto lo contaba, sin avergonzarse por ello. El padre
de Arlotto debió de ser un tipo bastante burlón,
cuando vemos que a nuestro personaje le pone un
nombre verdaderamente chocante, como lo es el de
"Arlotto" (desaliñado, glotón, ignorantón), que más
parece un mote. Destinó a Arlotto al oficio de la
lana, no sin antes hacer que aprendiera aritmética,
escarmentado, tal vez, por los propios descalabros
padecidos a causa de su desorden en el negocio
que vio fracasar.
Florencia
en el s. XIV
El oficio de la lana era una activi-
dad que había acreditado a los florentinos, y, aun-
que sus profesionales se debatían entre no peque-
ñas tensiones gremiales, lo cierto es que una sexta
parte de la población florentina (calculada entonces
14 (94)
en poco menos de 100.000 hab.) empleaba sus ma-
nos y tenía su ocupación en telares, talleres de tin-
taje y comercios laneros. Era la actividad por me-
dio de la cual la ciudad, proverbialmente laboriosa,
se resarcía de los pasados desastres de la "peste
negra", que a mediados del s. XIV había diezmado
en más de un tercio la población, y de la bancarro-
ta económica, también reciente, causada por el im-
pago de las grandes deudas contraídas por el rey
Eduardo III de Inglaterra, al no devolver los prés-
tamos que la ciudad de Florencia le había concedi-
do, lo cual repercutió en sus ciudadanos y empobre-
ció a muchas familias. El trabajo bien hecho y el
comercio exterior eran la única salida. La orilla
del mar estaba cerca, y las naves partían de Pisa
hacia otros puertos del Mediterráneo y otros países
del Mar del Norte.
Mainardi
sacerdote
Pero nuestro Arlotto no se sentía a gusto con su
oficio de la lana y, a los veintisiete años, supo ha-
cer entender a su padre que quería cambiar suerte
y consagrarse a Dios, como sacerdote. Su padre le
ayudó a obtener, sin gran dificultad, el pobrísimo
beneficio o "pieve" (parroquia, feligresía) de San
Cresci de Miciuoli, en la diócesis de Fiesole, conti-
gua a Florencia. Los clérigos que le habían prece-
dido en esta "pieve" dejaron en ella el sello de su
negligencia, tanto en lo material como en el cui-
dado de las almas. Arlotto, ya mayor, no empren-
dió más estudios; era honesto, leía y entendía de
modo suficiente el latín del misal, su conciencia era
recta y su corazón verdaderamente caritativo. Esto
le bastó para asumir sus deberes con diligencia, de
modo que sus feligreses pronto llegaron a amarle,
al comprobar que administraba y hacía productivas
las posesiones de su beneficio, remediaba las nece-
sidades de las familias más pobres, dotaba a don-
cellas para que encontraran marido, conducía vo-
caciones al sacerdocio, restauraba la iglesia que
15 (95)
había recibido casi en estado de ruina, vivía con
amable austeridad, amigo de todos, sin retener
nunca dinero para sí mismo. Eso sí: cada semana
tenía que bajar, unas tres veces, de Fiesole a Flo-
rencia, donde tenía amigos por doquier, que le in-
vitaban a tomar un uso de vino o a comer en la
hostería. Se comportaba con moderación y, sin
grandes argumentos, la obtenía de los demás, y
siempre tenía cosas que contar que despertaban el
interés del corro que en torno a él se hacía en la
calle, en una plaza, en el portal de una iglesia, en
el corro del mercado, o en la mesa donde era invi-
tado. También subían sus amigos a la "pieve", y los
acogía con generosidad, que alcanzaba por igual a
los feligreses, porque su parroquia revivía partici-
pando en el gozo sereno que él inspiraba a todos, li-
bre de beaterías, desenfadado y respetuoso a la vez.
Su conversación era amena y nada sofisticada ni
magistral, de modo que todos deseaban encontrarle,
oírle hablar, tomar juntos un bocado y recoger en-
tre risas alguna de sus agudezas, que encerraban,
inevitablemente, alguna sabiduría y moraleja.
Mainardi viajero
De vez en cuando emprendía un largo viaje. De-
jaba la "pieve" a algún cura amigo que atendiera
a la feligresía, y se iba como capellán de alguna
de las naves que partían del vecino puerto, carga-
das de mercancías, hacia Provenza, o Barcelona, o
Londres, o Brujas... Lo observaba todo, chapurrea-
ba los idiomas extranjeros, se informaba, y hasta
le había ocurrido que, al llegar a una ciudad o
puerto, ya era conocido por su fama. A la vuelta
no le faltaban cosas que contar. Él sabía hablar
con marineros, con soldados, con hombres, con jó-
venes y niños y, sin perder la naturalidad, tenía
siempre algo bueno y alegre que decir. Sus conver-
saciones, dichos y anécdotas se convirtieron en pro-
verbiales. Tanto, que le atribuyeron algunas que no
eran ciertas —«se non è vero è ben trovato»―.
16 (96)
Cuando Arlotto murió (1483), hacía apenas veinticinco
años que un orfebre de Maguncia, Johannes Gutenberg,
había hecho los primeros ensayos (1457) con caracteres
móviles para componer palabras e imprimir páginas so-
bre papel, por medio de la prensa manual. Era el naci-
miento de la imprenta. El Mainardi no podía sospechar
que sus andanzas se convertirían pronto en un libro fa-
moso, corregido y enmendado y hasta falsificado. Pero
el personaje estaba en la mente el recuerdo la tra-
dición conservaba. Por otra parte, el nunca escribió sus
experiencias, ni pensó que pudieran interesar demasiado.
La primera compilación apareció impresa en Florencia,
por Bernardo Zucchetta, en 1515 o poco antes. No es la
más fiable en cuanto a la autenticidad de todas las anéc-
dotas atribuidas al Mainardi, pero seguramente es la que
tenía en mano san Felipe, salvo otra posterior (1535), ve-
neciana. Las ediciones críticas, más fiables, son bastante
posteriores. Pero aun la primera edición florentina revela
el carácter y la bondad del singular personaje, que cau-
tivo, sin duda, a san Felipe.
Mainardi
"spiritoso"
y espiritual
El Mainardi era alegre, "spiritoso", agudo, desprendi-
do, práctico, espontáneo, veraz, ni soberbio ni servil,
sin ambiciones mundanas ni clericales, libre crítico
desde la pureza de su corazón. Es difícil encontrarle pa-
ralelos literarios. No se le puede comparar al pícaro de
la literatura castellana, porque no es un producto de la
tristeza ni de la decadencia, sino optimismo y hasta
esperanza y confianza en la bondad siempre posible.
Tampoco al humor clerical de Vicente García («Rector
de Vallfogona»), que fue un literato más elaborado, sal-
vo en lo que espuriamente se le atribuye. Arlotto Mai-
nardi era desenfadado, pero no grosero ("grossolano"), y
las facecias de este tono no son suyas. En cambio, sería
posible rastrear referencias a las virtudes cristianas, y
hasta sobre la vida de perfección, vertidas siempre en
estilo llano, sin retórica alguna, "alla buona", que sin
duda era la delicia de san Felipe y hasta le ayudaron a
ver dibujado en ellas el tipo de sacerdote que le habría
gustado ser. Cuando Felipe abandonó Florencia, lleva-
ría seguramente en su alma el escondido ideal de la se-
milla que dejaron en ella aquellos tres libros, en los que
17 (97)
tan armoniosamente se combinaban poesía y mística
(Jacopone da Todi), amor a Jesús y santidad (Beato Co-
lombino) y serena alegría (Arlotto Mainardi). Es decir,
un ideal que conducía a Dios enamoradamente, sin fari-
seísmos ni tristezas, abandonado a la providencia, en paz
y sencillez. Como esta pequeña oración de Arlotto, que
dice: "Señor, dame solamente lo tú ves que necesito
en este momento; por ahora no te pido nada más. Y es-
ta otra: «Señor mío Jesucristo, protégeme contra la furia
y las manos de labriegos ignorantes, de la conciencia de
gente beata, de poner demasiada fe en las medicinas, de-
lios de notarios, de los que oyen dos misas todos los días
de los que juran por su conciencia».
Las facecias
En la colección de facecias y dichos del Mainardi, y
entre bromas y veras, fustiga duramente, en primer lu-
gar, la envidia y la ambición, especialmente cuando se
produce entre clérigos; luego, la maledicencia —"pestífe-
ra bestia"—, y seguía con la avaricia. Alaba la pobreza
no miserable y, sobre todo, la caridad. Vivía de lo que le
rentaba su beneficio, con sólo apenas la tercera parte de
lo obtenido, y destinaba el resto a obras buenas. Se sen-
tía mal cuando, exhausto de dinero, se le presentaba
ocasión para hacer el bien que no podía atender. Pensa-
ba que era una maldición ser sacerdote y morir habiendo
ahorrado algo de lo que el ejercicio del ministerio le hu-
biese proporcionado, u obtenido por herencias o limosnas.
Decía a un amigo: «Procuremos hacer el bien con alegría,
y perseveremos en ello. Al momento de morir nada podre-
mos llevarnos. Por lo que a mí respecta, quiero ser fiel de
aquel santo varón, Jacopone da Todi, que en una de sus
"laude" dice así: «Solamente es mío todo lo que gozosa-
mente doy por amor de Dios» («Tanto è mio / quanto io
godo e do per Dio»)».
Guárdate de tener familiaridad con persona de mala len-
gua, porque no hay en el mundo bestia más pestífera ni
enfermedad más venenosa que una pésima lengua y un
familiar que te sea enemigo. Para lo bueno, nadie o muy
pocos se mueven; para ver u oír lo malo, todos corren.
Arlotto Mainardi
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En el jubileo del año 1475, Arlotto quiso ir Roma. Era
ya octogenario y de sobra famoso por sus singularidades.
En Roma hubo un cardenal que quiso conocerlo e hizo
que se lo llevaran invitado. Ya sentados a la mesa y pro-
mediada la comida, la conversación se animó y llegó la
ocasión en que Arlotto pudo decir, añadiendo su punto
de vista a otras comparaciones que se habían proferido:
«Yo, monseñor, soy más feliz que vos, porque en el libro
de las cosas agradables vos no habéis pasado más allá
de la letra G (cardenal), mientras que yo he avanzado
hasta la R (reverendo). En verdad, tenéis muchos hono-
res y ahora mismo disfrutáis del cardenalato, pero toda-
vía no os basta, y quisierais alcanzar el papado, y creo
que, si Dios hubiese creado un honor mayor, también lo
codiciaríais. Mientras que yo soy simplemente sacerdote
y estoy en mi "pieve" por más de cincuenta años, y ja-
más he deseado otras ventajas o beneficios...; os aseguro
que soy el hombre más satisfecho de este mundo y que
me pueden llamar el cura más feliz de la tierra, porque
estoy contento con mis deberes. Ninguna de estas satis-
facciones os alcanzan, porque vuestro ánimo desea gran-
dezas... ¿Que por qué os hablo así? Porque vos mismo
me habéis llevado a estas razones».
Los últimos años
Uno de sus primeros comentaristas decía que en Flo-
rencia no tiene lugar ninguna discusión o conversación
agradable sin que se incluya al Piovano Arlotto con algu-
na de sus chispeantes anécdotas y sus dichos famosos.
Entrado ya en años, renunció espontáneamente a su be-
neficio en favor del capítulo de San Lorenzo de Floren-
cia, sin carga alguna, y sólo por amor de Dios. Lo mismo
que durante toda su vida vivió lleno de caridad hasta el
momento de su muerte, en el Hospital de sacerdotes, de
Florencia. Allí mismo dispuso su sepultura, amplia, para
sí mismo «y para quien quiera usarla» después de él. En
Florencia, en via San Gallo, esquina Arazzieri, está en
pie todavía la iglesia de San Salvador, con la sepultu-
ra de Arlotto Mainardi, sobre cuya lápida puede leerse
el epitafio que él mismo redactó, antes de morir, e hizo
grabar: «QUESTA SEPOLTURA HA FATTO FARE /
EL PIOVANO ARLOTTO / PER SÉ E PER TUTTE
QUELLE PERSONE / QUE DENTRO ENTRARE VI
VOLESSERE».
19 (99)
VIERNES, 26 DE MAYO,
FIESTA DE NUESTRO PADRE
SAN FELIPE NERI
FUNDADOR DEL ORATORIO
DAREMOS GRACIAS A DIOS
EN LA EUCARISTÍA
DE LAS 8 DE LA TARDE
LAUS
Director: Ramón Mar Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Pl. Suo Felipe Neri, 1 - Apartalo 182 - 02/19 Albacele - D.L. AB 103/62 - 14.5.89
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