Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 258. MAYO. Año 1989 |
SUMARIO |
AUSENCIA y presencia de
Dios entre nosotros. |
Ausencia, porque la
sensibilidad ayuna, aun- |
que le queda la esperanza;
presencia porque |
la fe descubre la gracia,
los dones de Dios, |
que no abandona a su grey
en la soledad de los de- |
siertos, en los cansancios
de los caminos que llevan |
a la tierra de las
promesas. El creyente descubre |
esta presencia del que
está siempre con nosotros, en |
los signos de su Iglesia y
en el resplandor creado. |
Pero la manifestación
divina, derivada de Cristo, |
también se reproduce por
medio de los santos. La |
providencia nos los pone
cerca, para que nos sea |
más fácil descubrir la
huella de lo divino en el hom- |
bre. A nosotros, nos ha
puesto especialmente a uno, |
que reconocemos como Padre
espiritual, por el mo- |
do como abrazo y pasó a
otros el ideal del Evange- |
lio: es san Felipe Neri. Y
damos gracias a Dios. |
PLEGARIA POR EL ORATORIO |
FIDELIDAD |
«Y USTEDES, ¿QUÉ HACEN?» |
QUÉ ES EL ORATORIO |
LA NUEVA VIDRIERA |
ARLOTTO MAINARDI Y SAN
FELIPE NERI |
1 (81) |
Plegaria por la
Congregación del Oratorio* |
Señor Jesucristo, que has
elegido esta Congregación para servicio de tu |
santo Nombre y para que,
con fidelidad, cuide de la herencia que tú |
has adquirido al precio de
tu propia Sangre: |
Danos, propicio, la paz en
este lugar, la paz que el mundo no puede |
darnos; concédenos la
salud de la mente y del cuerpo, para que con |
sobriedad, sencillez,
serenidad y unánimes en el espíritu cumplamos |
fielmente tus
mandamientos, y nos amemos unos a otros, no de palabra |
o de lengua, sino de obra
y de verdad, de modo que todo cuanto |
hagamos se realice
verdaderamente en la caridad. |
Haz, Señor, que nos
mantengamos, sin desfallecer, en constante oración, |
para que nuestra vida esté
en armonía con nuestro nombre, y nuestra |
vocación se confirme con
las obras. |
Asístenos con tu sabiduría
divina, para que sepamos exhortar a los |
demás con sana doctrina y
les podamos edificar con el ejemplo sincero |
de nuestra vida, de modo
que lo mismo nosotros cuando hablamos que |
cuantos nos oyen seamos
todos igualmente santificados por tu gracia. |
Preserva esta Congregación
de cualquier pecado grave y de escándalos. |
Y defiéndela frente a las
insidias y perturbaciones incitadas por el |
espíritu del mal. |
Puesto que tú, Señor, has
dado vida a esta Congregación para que en |
ella y por ella sea
honrado tu Nombre santo: haz que vengan muchos |
operarios a esta viña
elegida por ti, y bendecida por la Iglesia, para |
que moren en ella deseosos
de servir a los demás, pues para eso |
vinieron al entrar en esta
familia nuestra; y que no les asalte el |
aguijón de la soberbia,
sino que su única gloria consista en ser |
olvidados dentro de tu
Casa hasta que, perseverando en ella, pasen a |
la morada de la Jerusalén
celestial. |
Mándanos tu ángel del
cielo para que nos guarde, nos proteja, nos |
acompañe y nos defienda.
Haz que gocemos de verdadera paz, y te |
sirvamos con alegría a ti,
a quien servir es reinar. |
Tú, que vives y reinas con
el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de |
los siglos. Amén. |
* Esta oración se recita
desde antiguo en las casas del Oratorio, como parte de los rezos comunitarios. |
2 (82) |
Fidelidad |
ALGUNOS podrían llevarse a
engaño y formare un concepto equivocado del |
Oratorio, por el hecho de
que aquí no se profesan los votos religiosos. Las |
virtudes a las que ellos
se refieren estuvieron siempre en la substancia de |
todas las formas de vida
que abrazaba la perfección evangélica, desde los |
principios del
cristianismo, pero su generalización formal en la Iglesia data sola- |
mente del sigo XVI, la
época de san Felipe. No obstante, éste no los quiso para el |
Oratorio; su afirmación
fue clara: «No quiero los votos, pero sí las virtudes de los vo- |
tos». La sencillez de este
enunciado no significaba, en labios de san Felipe, la más |
mínima rebaja en la total
«entrega de la vida por la causa de Nuestro Señor Jesu- |
cristo» (Hechos 15, 26).
Posteriormente, la realidad ha venido demostrando que la |
ausencia de votos no ha
supuesto, para el Oratorio, un nivel más bajo de perseve- |
rancia al compararlo,
proporcionalmente, con otras obras de vida evangélica. |
Sin embargo, no se puede
negar que, para algunos temperamentos, esta carencia |
de votos puede traducirse
en mayores tentaciones para la perseverancia. Por esta |
razón, cuando los
discípulo: de N. P. san Felipe Neri quisieron recordar las virtudes |
y los consejos
espirituales que daba a los suyos, hacen notar la importancia de la |
perseverancia en sí y de
todo cuanto la favorece. De este modo pasó a la tradición |
del Oratorio aquel dicho
tan repetido en nuestras casas, de que «los verdaderos hi- |
jos de san Felipe se
conocen por la sepultura»; es decir, cuando se cumple en ellos, |
a través de toda una vida,
la fidelidad al animo que expresaron al pedir su ingreso, |
de «entregarse libremente
a la Congregación para permanecer siempre en ella, has- |
ta la muerte», como se
dice en nuestras Constituciones. Por lo tanto, los que se van, |
o es que nunca tuvieron
vocación (y así hicieron bien en rectificar a tiempo), o es |
que la perdieron. |
3 (83) |
Es sabido que san Felipe
no permitía la más leve murmuración ni la desobe- |
diencia en el más pequeño
de sus mandatos, y que daba facilidades para que quien |
se sintiera incómodo
pudiera salir, para bien del mismo sujeto y de la propia Con- |
gregación. Pues la
perseverancia en ésta nunca podría equipararse a resistir por la |
fuerza en la casa, sino
que debe ser fruto de la fidelidad y la gratitud, las cuales 80- |
lamente son posibles, y
aun fáciles, si proceden del amor y del deseo de ser olvidado |
(el tan repetido «alma
nesciri»). La fidelidad entre personas del mundo también re- |
quiere amor y abnegación. |
Sin el amor es imposible
una verdadera perseverancia espiritual; pero es igual- |
mente cierto que el amor
no se puede imponer. Por esto, en el Oratorio, se reza |
siempre para obtener esta
perseverancia, que viene a ser, según los más antiguos, |
«como un anticipo del
cielo por el deseo que da de él, y la paz y consuelo con que |
se piensa en la muerte,
coronando el amor de la vida, tal como lo sintieron, cuando |
les llegó su hora, los
primeros discípulos del santo y otros que supieron recoger y |
mantenerse en su espíritu.
El padre Pedro Consolino, discípulo predilecto de san |
Felipe, aseguraba a
alguien que le preguntó cómo ser perseverante en el Oratorio, |
dado que no hay votos, que
san Felipe siempre concedía la perseverancia a los que |
en la Congregación siguen
su espíritu». Otro oratoriano hacía esta hermosa compa- |
ración: «del modo como los
religiosos claustrales hacen su profesión una vez cumpli- |
do el noviciado, así, en
el Oratorio, nuestra verdadera profesión tiene lugar cuando |
se muere, cumpliéndose lo
del Evangelio, de que el que persevera hasta el final, se |
salvará» (Mt 24, 13). |
Es preciso, pues, tomar la
vida, y la vocación a la que estamos llamados, como |
el camino y noviciado del
cielo, amando este camino que nos lleva a Dios, precisa- |
mente porque nos lleva a
Dios. Hay, es cierto, otros caminos, y es deseable y santo |
que cada uno persevere en
el de su propia vocación, sin caer en la dispersión de «ir |
de casa en casa», o la
flojedad de levantar la mano del arador, o de ceder a nostal- |
gias «volviendo la vista
atrás». Por lo que respecta a nosotros, amamos nuestra vo- |
cación porque es el mayor
don de Dios, después de tenerle que agradecer el de la |
la gracia de la fe, y
porque vida y fe encuentran en ella sentido y expresión |
maravillosa. |
La simplicidad solamente
es comprendida por |
los sencillos de corazón. |
4 (84) |
«Y ustedes, |
¿qué hacen?» |
LA PREGUNTA que sirve de |
encabezamiento de estas
lí- |
neas nos la han dirigido
mu- |
chas veces. Seguramente es
la que |
se hace igualmente a otras
institu- |
ciones de la Iglesia,
cuando sólo |
muy desde fuera se tiene
noticia |
de ellas. Si comenzáramos
la res- |
puesta diciéndoles que lo
más im- |
portante para nosotros no
es "lo |
que hacemos"
seguramente que les |
desconcertaríamos o,
simplemente, |
no darían crédito a
nuestras pala- |
bras. Y, sin embargo, para
ser sin- |
ceros, deberíamos hacerlo
de esta |
manera, para dar una
respuesta |
sobre lo que consideramos
esen- |
cial en nuestra vida y
nuestra vo- |
cación. |
Un cierto pudor y el
sentimiento |
de la propia imperfección,
que no |
podemos negar, nos
sugeriría co- |
menzar por razonamientos o
pre- |
sentaciones indirectas
que, al fin, |
de modo implícito,
incluirían la |
verdad esencial. Pero si
quien re- |
cogiera nuestras palabras
no estu- |
viera demasiado atento,
correría el |
riesgo de quedarse más
bien en los |
medios que alcanzar el
vislumbre |
del fin. |
Una respuesta correcta no
la |
comprendería el
simplemente cu- |
rioso. Y ni siquiera el
cristiano, |
aun de buena fe, si su
religiosidad |
se contentara con el
esfuerzo por |
mantener una vida más o
menos |
de acuerdo con la moral
conven- |
cional, compatible con las
aspira- |
ciones comunes del mundo,
y que |
contemplara la Iglesia
como un |
gran aparato de servicios
espiri- |
tuales, o poco más que
psicológi- |
cos o sociales, para la
satisfacción |
de su modo de entender y
partici- |
par de la religión. No
importa que |
5 (85) |
a ésta le reconociera una
dignidad |
que, teóricamente,
estuviera por |
encima de categorías
terrenales, |
pero cuyos fines últimos
fueran, |
en la práctica, menos
urgentes que |
intereses como la posición
social, |
la respetabilidad, el
prestigio, la |
seguridad, la profesión,
los gustos, |
la cultura, el bienestar,
la propia |
promoción, etc. Si
fuéramos capa- |
ces de elaborar una
respuesta que |
recogiera positivamente,
por lo me- |
nos, algunos de estos
valores o in- |
tereses reconocidos por el
mundo, |
es posible que les
pareciera sensa- |
to cuanto les dijéramos.
Por el con- |
trario, si dejáramos
totalmente de |
lado tales miras, y les
habláramos |
directamente de amor,
abnegación |
de sí mismo y seguimiento
incon- |
dicional de Cristo, lo más
probable |
es que provocáramos una
reacción |
parecida a la que Pablo
obtuvo en- |
tre los atenienses, o la
del joven |
rico del Evangelio frente
a Jesús, a |
pesar de haberse
introducido lla- |
mándole «Maestro bueno» y
mos- |
trar deseos de perfección. |
El común de los humanos
aplau- |
de y se adhiere y hasta
llega a |
admitir ser convocado, en
primer |
lugar, por lo que, de
acuerdo con |
el Evangelio, podemos
designar co- |
mo «las añadiduras» del
Reino de |
Dios; pero sólo a partir
de sentirse |
complacido o asegurado en
éstas, |
se le hace fácil aceptar
la teoría |
del Reino en sí mismo, si
se le pro- |
pone con la complicidad
del silen- |
cio sobre sus exigencias
radicales, |
manteniéndolas a nivel de
un reco- |
nocimiento prevalentemente
con- |
ceptual, estético. |
La respuesta correcta y
sincera |
que debería dar cualquiera
«que |
haya dedicado su vida a la
causa |
de Nuestro Señor
Jesucristo» (He- |
chos, 15, 26), sería,
aproximada- |
mente, ésta: que a pesar
de sentir |
la pequeñez y la miseria
propia, |
entregó su vida al Señor
para co- |
nocerle más y amarle
mejor, cre- |
ciendo en la amistad con
él; tal vez |
lo explicaría refiriéndose
a la pa- |
rábola de la vid y los
sarmientos |
(Juan, 15, 1-17). Ahí se
dice casi |
todo, y no es simple
poesía, sino |
ideal completo para una
vida, y |
hasta más allá de esta
vida. Lo de- |
más, siendo importante, no
lo es |
tanto como esto. |
En nuestro caso, como
oratoria- |
nos, podríamos explicar
que el es- |
tilo cuya esencia se
contiene en el |
Evangelio, y en las
primeras comu- |
nidades cristianas, lo
hemos encon- |
trado y procuramos vivirlo
por los |
cauces que iniciaron los
primeros |
discípulos de san Felipe
Neri, en |
hermandad y caridad,
desprendi- |
dos de codicias y
ambiciones, por- |
que su ejemplo nos sirve y
entu- |
siasma, por el amor que
tuvo al Se- |
ñor, por el celo y el bien
que hizo |
a las almas, y por su
fidelidad a la |
Iglesia. |
6 (86) |
Qué es el Oratorio |
EN la historia de los
estados de |
perfección, o de vida
evan- |
gélica, el Oratorio es,
cro- |
nológicamente, la primera
de las |
llamadas ahora «Sociedades
de Vi- |
da Apostólica» («de vida
común |
sin votos», en el Código
de Dere- |
cho Canónico de 1917)
aprobada |
por la Iglesia, y por eso
se convir- |
tió en el modelo típico en
el que |
se han inspirado otras
Sociedades, |
hasta llegar a los
modernos Institu- |
tos Seculares. |
La finalidad del Oratorio
consis- |
te en la formación
individual en la |
cultura espiritual y en la
piedad, |
por medio de la
instrucción, con- |
tactos personales,
dirección espiri- |
tual, predicación familiar
y aposto- |
lado litúrgico,
especialmente entre |
estudiantes y jóvenes. |
Sus rasgos esenciales,
según las |
propias Constituciones, se
basan en |
la prevalencia de la
caridad sobre |
la ley; espíritu de fe y
oración, y |
de caridad y servicio,
estimulado |
y alimentado por el
estudio fami- |
liar de la palabra de Dios
y el tra- |
to espiritual; la
Eucaristía como |
centro de toda la vida;
dedicación |
al bien y progreso de la
Iglesia, |
por la peculiar
vinculación del Es- |
píritu i su misterio;
entrega a la |
Congregación de sus
miembros, |
por la libre voluntad de
permane- |
cer siempre en ella, hasta
la muer- |
te, excluidos los votos,
juramentos |
o promesas, con una
libertad que |
concuerde al máximo con el
espí- |
ritu del Evangelio; su
fuerza, co- |
mo en las primeras
comunidades |
cristianas, debe consistir
más en el |
mutuo conocimiento, en el
respeto |
y en el verdadero amor de
la con- |
vivencia familiar, que en
la multi- |
plicidad de miembros. «No
quiero |
votos ―decía san
Felipe―, pero sí |
las virtudes de los votos.
Y tam- |
bién: «La caridad basta
para todo |
y sin ella todo es
inútil». Pero pa- |
ra que la caridad sea
posible, New- |
man diría más tarde: «En
la comu- |
nidad hacen falta la
obediencia y |
la humildad y, aún antes,
el nece- |
sario acuerdo mental
―"intellec- |
tual
agreement"―, sin el cual las |
dos primeras son
imposibles». |
El Oratorio fue fundado en
Ro- |
ma el año 1575 y aprobado
defi- |
nitivamente por Pablo V en
1612. |
Nació, dice el P. Louis
Bouyer, «de |
la conjunción, en san
Felipe, entre |
un alma excepcionalmente
interior |
y una mentalidad
excepcionalmen- |
7 (87) |
te abierta». Todo comenzó
en las |
reuniones de San Jerónimo
de la |
Caridad, una pequeña
iglesia ro- |
mana, cuna y primer
cenáculo del |
Oratorio, y morada de san
Felipe |
Neri, ya sacerdote. A su
cuarto |
acudían algunos de sus
penitentes, |
especialmente jóvenes, que
leían, |
y juntos comentaban,
páginas del |
Evangelio, vidas de
santos, poesías |
religiosas,
acontecimientos de la |
Iglesia, cartas llegadas a
Roma de |
alguno de los primeros
misioneros |
de los mundos entonces
recién des- |
cubiertos, y, sobre todo,
tenían un |
"ragionamento",
que luego resumía |
san Felipe, y se concluía
con un |
rato de oración. Estas
reuniones se |
desenvolvían en un aire de
plena |
espontaneidad, que no
terminaba |
allí, sino que se
convertía en el |
ambiente de una relación
entre |
padre e hijos
espirituales. Pronto |
resultó pequeño el cuarto
de san |
Felipe y se procuró un
espacio ma- |
yor, que se llamó
"oratorio", de |
donde surgió la
denominación de |
«Oratorio del Padre
Felipe», y a |
éste le agradó el nombre
porque |
en él se acuñaba la
referencia a la |
oración, alma de toda su
vida y |
escuela de fe y
apostolado. Según |
Tarugi, discípulo
predilecto de san |
Felipe, «la oración
constituye el |
principio y fundamento del
Ora- |
torio». |
San Felipe distinguía muy
bien |
lo que consideraba
propiamente el |
Oratorio de lo que luego
se llamó |
"Congregación".
Ésta surgiría al es- |
coger a algunos de los más
asiduos |
para que recibieran el
sacerdocio |
y le ayudaran en la labor
del Ora- |
torio, que era su primera
idea. La |
Congregación era el
núcleo, y el |
Oratorio la obra total. |
Para san Felipe, el
Oratorio era |
una institución ciudadana
proyec- |
tada a un solo lugar, en
el que se |
encarna aportando su
influjo espi- |
ritual y su apostolado
específico. |
Jurídicamente se parece al
primer |
modelo de vida evangélica
organi- |
zada en la Iglesia
occidental, es de- |
cir, a los monasterios
benedictinos, |
en el sentido de que cada
"casa" o |
Congregación ―que
toma siempre |
el nombre de la ciudad en
donde |
se establece―
constituye una co- |
munidad "sui
iuris", o familia au- |
tónoma dentro de la
Confederación |
del Oratorio de San Felipe
Neri, |
que se extiende a diversas
partes |
del mundo. Cada
Congregación tie- |
ne sus propios miembros,
que per- |
severan en ella de modo
parecido |
a como sucede en la
incorporación |
y estabilidad monástica y
correla- |
tiva autonomía. El
superior recibe |
el nombre de Prepósito
―"primus |
inter pares"―,
y es elegido por la |
comunidad; de acuerdo con
el de- |
recho, tiene el
reconocimiento y |
facultades de
"superior mayor" y |
"ordinario" de
los propios miem- |
bros. |
8 (88) |
Las relaciones fraternales
entre |
las diversas
"casas" o Congregacio- |
nes se armonizan dentro de
la |
Confederación, si bien
conservan |
do cada una la propia
autonomía, |
querida por san Felipe, y
la depen- |
dencia de la Santa Sede,
por medio |
de un Delegado nombrado
por ésta. |
En la actualidad, el
Oratorio está |
extendido por Italia,
España, Polo- |
nia, Inglaterra, las dos
Alemanias, |
Austria, Suiza, Estados
Unidos de |
América, Canadá, México,
Colom- |
bia, Costa Rica, El
Salvador, Chile |
y Brasil. En España
existen diez |
Congregaciones, la última
de las |
cuales es Albacete. |
A lo largo de los cuatro
siglos de |
existencia del Oratorio,
se ha po- |
dido demostrar que ha sido
benéfi- |
co para la Iglesia, que ha
influido |
en las almas que han
participado |
de su espíritu y en sus
obras, y que |
sigue siendo una forma de
vida |
evangélica que, por su
simplicidad, |
resulta especialmente
atrayente pa- |
ra los que, con verdadera
vocación, |
se entregan a Dios, no en
busca de |
soluciones fáciles o
ventajas clerica- |
les, sino enamorados de la
transpa- |
rencia del primer
cristianismo. La |
Iglesia «se adorna con la
variedad», |
v el Oratorio se complace
en apor- |
tar su singularidad y su
especifici- |
dad a la riqueza con que,
con el |
mismo Espíritu de Dios,
pero con |
maneras diferentes, otros
la han |
adornado y hecho fecunda. |
FRASES DE S. FELIPE |
a los jóvenes. |
• Felices los jóvenes,
porque |
tienen tiempo para hacer
el |
bien. |
• Nunca hay que aplazar el |
tiempo de hacer el bien, |
porque la vida es muy
corta. |
• Rogad al Señor |
continuamente para que os |
conceda la perseverancia. |
• No queráis haceros
maestros |
del espíritu y pretender |
convertir a otros; pensad
más |
bien en vuestra propia |
conversión. |
• Tened a Dios siempre |
presente en vuestro
corazón. |
• El camino más corto para
la |
santidad es la obediencia. |
Poneos en las manos de |
vuestros superiores. |
• Nadie se hace santo en
cuatro |
días; el camino de la
santidad |
es arduo y la santidad se |
alcanza poco a poco. |
• Aunque os sintierais muy |
felices y alcanzarais
todos |
los honores de este mundo, |
pensad que es preciso
morir, |
dejarlo todo y comparecer |
ante Dios. |
9 (89) |
La nueva vidriera: |
el azul del cielo y las
estrellas nerianas, |
y las llamas del amor y la
suavidad del Espíritu Santo |
«HIJOS del Espíritu Santo»
ha- |
bría sido el nombre que N. |
P. san Felipe Neri habría |
preferido para designar a
sus discípu- |
los. Por esta razón,
cuando se fundó |
esta Congregación del
Oratorio, hace |
treinta y seis años, en la
entonces re- |
cién creada diócesis de
Albacete, nos |
pareció todo un símbolo la
coinci- |
dencia de la Pascua de
Pentecostés |
con la fiesta de san
Felipe Neri. En |
nuestro escudo, y tomando
las pala- |
bras de la liturgia,
pusimos este lema: |
«Spiritus rore suo
foecundet», porque |
por su gracia ha de venir
el fruto es- |
piritual deseado y ha de
germinar y |
crecer la santidad en los
corazones. |
En la misma fecha, cuatro
años más |
tarde, en 1957,
inaugurábamos nues- |
tra propia capilla, según
el proyecto |
del taller de arquitectura
Martorell-- |
Bohigas, de Barcelona, y
la colabora- |
ción de J. Camps Vila,
para el sagrario |
y la imagen de la Virgen,
y de J. Vila |
Grau, para la cerámica de
san Felipe |
Neri. Ahora, en igual
feliz coinciden- |
cia con la fiesta de
nuestro santo Pa- |
dre, sustituimos los
cristales de la |
10 (90) |
gran ventana que une, al
fondo, los |
muros de la capilla, por
una vidriera |
diseñada por el artista
albacetense |
Antonio Sánchez, realizada
artesanal- |
mente. En ella se ha
querido ensam- |
blar, una vez más, la
alusión simbóli- |
ca a san Felipe y al
Espíritu Santo. El |
dibujo es un cielo sereno,
entre dora- |
dos y azules, que se
mueven como |
cintas mecidas
horizontalmente por |
olas polícromas, y
soportan el tejido |
de corrientes luminosas
que se con- |
vierten en tres estrellas.
Estas perte- |
necen al emblema de los
Neri, que |
luego fue adoptado por el
Instituto |
del Oratorio. Entre las
estrellas, figura |
la presencia, dinámica y
benigna a la |
vez, del Espíritu Santo,
simbolizado a |
un lado por las llamas
rojas del fuego |
de la caridad y, por otro
lado, repre- |
sentado por la blanca
paloma, símbo- |
lo de la presencia
interior de Dios, |
unción pacífica de la
gracia en las al- |
mas, y, él mismo, alma de
la Iglesia; |
ese rescoldo de fuego
divino que Cris |
to vino a traer al mundo,
que prendió |
en san Felipe, el cual
supo extender- |
lo a los demás con su
apostolado. |
11 (91) |
ARLOTTO MAINARDI |
Y SAN FELIPE NERI |
La visita |
de los polacos |
TODOS los biógrafos de san
Felipe, cuando |
comentan su sentido del
humor y lo rela- |
cionan con la virtud de la
humildad, refie- |
ren la anécdota de
aquellos cuatro miem- |
bros de la nobleza polaca
que, noticiosos |
de la santidad de Felipe,
fueron a visitarle, |
devotos y curiosos tal vez
más bien curiosos |
para comprobar por sí
mismos la singularidad de |
un santo visto de cerca.
Alguien no pudo o no supo |
impedir que llegaran hasta
el aposento del santo. |
Éste se dio cuenta de las
intenciones de los inespe- |
rados visitantes, e hizo
que su acompañante, antes |
de comenzar la
conversación, les acomodara en su |
presencia para que oyeran
la lectura de un libro |
"interesante",
que les sumiría en un gran descon- |
cierto: el tal libro era
las Facezie del Piovano |
Arlotto, que contenía una
serie de anécdotas festi- |
vas, dichos y burlas
propias o atribuidas al cura |
Arlotto Mainardi,
florentino. Felipe no contenía sus |
carcajadas cuando el texto
leído lo requería, y, de |
vez en cuando, pedía una
pausa al lector para di- |
rigirse a los polacos y
con frases de este sentido: |
«¡Ya ven qué textos tan
estupendos y qué buenos |
libros poseo y hago que me
lean!» Los polacos se |
fueron decepcionados y
perplejos. |
12 (92) |
Argucias parecidas utilizó
en otras ocasiones con |
igual propósito y con el
mismo éxito, como, por ejem- |
plo, con el noble romano
Lorenzo Altieri, que salió |
del cuarto de Felipe
diciendo: «¡Bah!... Si eso es to- |
do, no pasa de tratarse de
un tipo alegre, bromista, |
como otro cualquiera». Ni
faltaban personas pia- |
dosas que se
escandalizaran con tal proceder. |
Pero el libro de las
Facezie significa algo más |
que un medio al que
recurría para humillarse o |
para despistar la
curiosidad de la bobería piadosa. |
Felipe amaba aquel libro.
Aquel personaje había |
influido en su vida. |
Tres libros |
para siempre |
Los biógrafos de Felipe,
cuando hablan de la |
escuela que de niño
frecuento, nos aseguran que, |
por lo menos, tuvo en las
manos y leyó por primera |
vez tres libros que
tendría cerca de si el resto de su |
vida, en su cuarto de San
Jerónimo de la Caridad |
y en la Vallicella. Estos
libros eran las Laudi, de |
Jacopone da Todi, la Vita
del Beato Colombino, |
escrita por Feo Belcari, y
las ya citadas Facesie |
del Piovano Arlotto.
Sabemos la importancia que |
tuvieron los dos primeros
en las reuniones del Ora- |
torio. Pero pasa más
desapercibida la significación |
del tercero, en relación
con dos características |
propias de san Felipe: su
florentinidad y su espíritu |
festivo. Los florentinos
son habilísimos para "lo |
scherzo, il prendere in
giro"; sus burlas resultan a |
veces no sólo agudísimas,
sino crueles; otras no pa- |
san de ser muestra
excelente de su sentido común |
aplicado con humor,
oportunidad, gracia e inteli- |
gencia bondadosa. Tales
eran las bromas, burlas |
anécdotas de aquel buen
cura, llamado Arlotto |
Mainardi. |
Felipe tenía y conservaba
aquel libro, no como |
un objeto vulgar, sino
como algo valioso. Merced al |
reciente invento de la
imprenta, los libros, en tiem- |
po de san Felipe, ya no se
consideraban casi equi- |
13 (93) |
valentes a una joya, como
ocurría con los ejem- |
plares producidos por los
copistas medievales, pero |
seguían siendo caros, poco
menos que un lujo. Pa- |
ra Felipe, los libros eran
una verdadera riqueza, y, |
porque lo entendió así, se
desprendió de ellos, du- |
rante su vida de seglar,
por amor a la pobreza y a |
los pobres. Los que de
mayor conservaba no eran |
un adorno, sino algo muy
próximo a su pensamien- |
to y a su corazón, sin
excluir el de Mainardi, aun- |
que a veces lo utilizara
para humillarse o para dis- |
traerse. |
Arlotto Mainardi |
Pero ¿quién era Arlotto
Mainardi? Ese curioso |
personaje pudo conocerlo
el abuelo de san Felipe; |
el padre contaba sólo seis
años cuando el Mainar- |
di murió (1483), a la edad
de ochenta y siete años. |
La familia de Arlotto
Mainardi era originaria de |
Vaglia, pueblo situado a
unos veinte kilómetros al |
norte de Florencia. El
abuelo de Arlotto había sido |
notario público
florentino; tuvo una familia nume- |
rosa, hizo lo que pudo por
llevarla adelante, pero |
las cosas no le fueron
bien, porque los tiempos eran |
malos, y, seguramente, por
contraer deudas impru- |
dentes, se le originaron
pleitos hasta pasar, incluso, |
por la dura experiencia de
la cárcel. El mismo Ar- |
lotto lo contaba, sin
avergonzarse por ello. El padre |
de Arlotto debió de ser un
tipo bastante burlón, |
cuando vemos que a nuestro
personaje le pone un |
nombre verdaderamente
chocante, como lo es el de |
"Arlotto"
(desaliñado, glotón, ignorantón), que más |
parece un mote. Destinó a
Arlotto al oficio de la |
lana, no sin antes hacer
que aprendiera aritmética, |
escarmentado, tal vez, por
los propios descalabros |
padecidos a causa de su
desorden en el negocio |
que vio fracasar. |
Florencia |
en el s. XIV |
El oficio de la lana era
una activi- |
dad que había acreditado a
los florentinos, y, aun- |
que sus profesionales se
debatían entre no peque- |
ñas tensiones gremiales,
lo cierto es que una sexta |
parte de la población
florentina (calculada entonces |
14 (94) |
en poco menos de 100.000
hab.) empleaba sus ma- |
nos y tenía su ocupación
en telares, talleres de tin- |
taje y comercios laneros.
Era la actividad por me- |
dio de la cual la ciudad,
proverbialmente laboriosa, |
se resarcía de los pasados
desastres de la "peste |
negra", que a
mediados del s. XIV había diezmado |
en más de un tercio la
población, y de la bancarro- |
ta económica, también
reciente, causada por el im- |
pago de las grandes deudas
contraídas por el rey |
Eduardo III de Inglaterra,
al no devolver los prés- |
tamos que la ciudad de
Florencia le había concedi- |
do, lo cual repercutió en
sus ciudadanos y empobre- |
ció a muchas familias. El
trabajo bien hecho y el |
comercio exterior eran la
única salida. La orilla |
del mar estaba cerca, y
las naves partían de Pisa |
hacia otros puertos del
Mediterráneo y otros países |
del Mar del Norte. |
Mainardi |
sacerdote |
Pero nuestro Arlotto no se
sentía a gusto con su |
oficio de la lana y, a los
veintisiete años, supo ha- |
cer entender a su padre
que quería cambiar suerte |
y consagrarse a Dios, como
sacerdote. Su padre le |
ayudó a obtener, sin gran
dificultad, el pobrísimo |
beneficio o
"pieve" (parroquia, feligresía) de San |
Cresci de Miciuoli, en la
diócesis de Fiesole, conti- |
gua a Florencia. Los
clérigos que le habían prece- |
dido en esta
"pieve" dejaron en ella el sello de su |
negligencia, tanto en lo
material como en el cui- |
dado de las almas.
Arlotto, ya mayor, no empren- |
dió más estudios; era
honesto, leía y entendía de |
modo suficiente el latín
del misal, su conciencia era |
recta y su corazón
verdaderamente caritativo. Esto |
le bastó para asumir sus
deberes con diligencia, de |
modo que sus feligreses
pronto llegaron a amarle, |
al comprobar que
administraba y hacía productivas |
las posesiones de su
beneficio, remediaba las nece- |
sidades de las familias
más pobres, dotaba a don- |
cellas para que
encontraran marido, conducía vo- |
caciones al sacerdocio,
restauraba la iglesia que |
15 (95) |
había recibido casi en
estado de ruina, vivía con |
amable austeridad, amigo
de todos, sin retener |
nunca dinero para sí
mismo. Eso sí: cada semana |
tenía que bajar, unas tres
veces, de Fiesole a Flo- |
rencia, donde tenía amigos
por doquier, que le in- |
vitaban a tomar un uso de
vino o a comer en la |
hostería. Se comportaba
con moderación y, sin |
grandes argumentos, la
obtenía de los demás, y |
siempre tenía cosas que
contar que despertaban el |
interés del corro que en
torno a él se hacía en la |
calle, en una plaza, en el
portal de una iglesia, en |
el corro del mercado, o en
la mesa donde era invi- |
tado. También subían sus
amigos a la "pieve", y los |
acogía con generosidad,
que alcanzaba por igual a |
los feligreses, porque su
parroquia revivía partici- |
pando en el gozo sereno
que él inspiraba a todos, li- |
bre de beaterías,
desenfadado y respetuoso a la vez. |
Su conversación era amena
y nada sofisticada ni |
magistral, de modo que
todos deseaban encontrarle, |
oírle hablar, tomar juntos
un bocado y recoger en- |
tre risas alguna de sus
agudezas, que encerraban, |
inevitablemente, alguna
sabiduría y moraleja. |
Mainardi viajero |
De vez en cuando emprendía
un largo viaje. De- |
jaba la "pieve"
a algún cura amigo que atendiera |
a la feligresía, y se iba
como capellán de alguna |
de las naves que partían
del vecino puerto, carga- |
das de mercancías, hacia
Provenza, o Barcelona, o |
Londres, o Brujas... Lo
observaba todo, chapurrea- |
ba los idiomas
extranjeros, se informaba, y hasta |
le había ocurrido que, al
llegar a una ciudad o |
puerto, ya era conocido
por su fama. A la vuelta |
no le faltaban cosas que
contar. Él sabía hablar |
con marineros, con
soldados, con hombres, con jó- |
venes y niños y, sin
perder la naturalidad, tenía |
siempre algo bueno y
alegre que decir. Sus conver- |
saciones, dichos y
anécdotas se convirtieron en pro- |
verbiales. Tanto, que le
atribuyeron algunas que no |
eran ciertas —«se non è
vero è ben trovato»―. |
16 (96) |
Cuando Arlotto murió
(1483), hacía apenas veinticinco |
años que un orfebre de
Maguncia, Johannes Gutenberg, |
había hecho los primeros
ensayos (1457) con caracteres |
móviles para componer
palabras e imprimir páginas so- |
bre papel, por medio de la
prensa manual. Era el naci- |
miento de la imprenta. El
Mainardi no podía sospechar |
que sus andanzas se
convertirían pronto en un libro fa- |
moso, corregido y
enmendado y hasta falsificado. Pero |
el personaje estaba en la
mente el recuerdo la tra- |
dición conservaba. Por
otra parte, el nunca escribió sus |
experiencias, ni pensó que
pudieran interesar demasiado. |
La primera compilación
apareció impresa en Florencia, |
por Bernardo Zucchetta, en
1515 o poco antes. No es la |
más fiable en cuanto a la
autenticidad de todas las anéc- |
dotas atribuidas al
Mainardi, pero seguramente es la que |
tenía en mano san Felipe,
salvo otra posterior (1535), ve- |
neciana. Las ediciones
críticas, más fiables, son bastante |
posteriores. Pero aun la
primera edición florentina revela |
el carácter y la bondad
del singular personaje, que cau- |
tivo, sin duda, a san
Felipe. |
Mainardi |
"spiritoso" |
y espiritual |
El Mainardi era alegre,
"spiritoso", agudo, desprendi- |
do, práctico, espontáneo,
veraz, ni soberbio ni servil, |
sin ambiciones mundanas ni
clericales, libre crítico |
desde la pureza de su
corazón. Es difícil encontrarle pa- |
ralelos literarios. No se
le puede comparar al pícaro de |
la literatura castellana,
porque no es un producto de la |
tristeza ni de la
decadencia, sino optimismo y hasta |
esperanza y confianza en
la bondad siempre posible. |
Tampoco al humor clerical
de Vicente García («Rector |
de Vallfogona»), que fue
un literato más elaborado, sal- |
vo en lo que espuriamente
se le atribuye. Arlotto Mai- |
nardi era desenfadado,
pero no grosero ("grossolano"), y |
las facecias de este tono
no son suyas. En cambio, sería |
posible rastrear
referencias a las virtudes cristianas, y |
hasta sobre la vida de
perfección, vertidas siempre en |
estilo llano, sin retórica
alguna, "alla buona", que sin |
duda era la delicia de san
Felipe y hasta le ayudaron a |
ver dibujado en ellas el
tipo de sacerdote que le habría |
gustado ser. Cuando Felipe
abandonó Florencia, lleva- |
ría seguramente en su alma
el escondido ideal de la se- |
milla que dejaron en ella
aquellos tres libros, en los que |
17 (97) |
tan armoniosamente se
combinaban poesía y mística |
(Jacopone da Todi), amor a
Jesús y santidad (Beato Co- |
lombino) y serena alegría
(Arlotto Mainardi). Es decir, |
un ideal que conducía a
Dios enamoradamente, sin fari- |
seísmos ni tristezas,
abandonado a la providencia, en paz |
y sencillez. Como esta
pequeña oración de Arlotto, que |
dice: "Señor, dame
solamente lo tú ves que necesito |
en este momento; por ahora
no te pido nada más. Y es- |
ta otra: «Señor mío
Jesucristo, protégeme contra la furia |
y las manos de labriegos
ignorantes, de la conciencia de |
gente beata, de poner
demasiada fe en las medicinas, de- |
lios de notarios, de los
que oyen dos misas todos los días |
de los que juran por su
conciencia». |
Las facecias |
En la colección de
facecias y dichos del Mainardi, y |
entre bromas y veras,
fustiga duramente, en primer lu- |
gar, la envidia y la
ambición, especialmente cuando se |
produce entre clérigos;
luego, la maledicencia —"pestífe- |
ra bestia"—, y seguía
con la avaricia. Alaba la pobreza |
no miserable y, sobre
todo, la caridad. Vivía de lo que le |
rentaba su beneficio, con
sólo apenas la tercera parte de |
lo obtenido, y destinaba
el resto a obras buenas. Se sen- |
tía mal cuando, exhausto
de dinero, se le presentaba |
ocasión para hacer el bien
que no podía atender. Pensa- |
ba que era una maldición
ser sacerdote y morir habiendo |
ahorrado algo de lo que el
ejercicio del ministerio le hu- |
biese proporcionado, u
obtenido por herencias o limosnas. |
Decía a un amigo:
«Procuremos hacer el bien con alegría, |
y perseveremos en ello. Al
momento de morir nada podre- |
mos llevarnos. Por lo que
a mí respecta, quiero ser fiel de |
aquel santo varón,
Jacopone da Todi, que en una de sus |
"laude" dice
así: «Solamente es mío todo lo que gozosa- |
mente doy por amor de
Dios» («Tanto è mio / quanto io |
godo e do per Dio»)». |
Guárdate de tener
familiaridad con persona de mala len- |
gua, porque no hay en el
mundo bestia más pestífera ni |
enfermedad más venenosa
que una pésima lengua y un |
familiar que te sea
enemigo. Para lo bueno, nadie o muy |
pocos se mueven; para ver
u oír lo malo, todos corren. |
Arlotto Mainardi |
18 (98) |
En el jubileo del año
1475, Arlotto quiso ir Roma. Era |
ya octogenario y de sobra
famoso por sus singularidades. |
En Roma hubo un cardenal
que quiso conocerlo e hizo |
que se lo llevaran
invitado. Ya sentados a la mesa y pro- |
mediada la comida, la
conversación se animó y llegó la |
ocasión en que Arlotto
pudo decir, añadiendo su punto |
de vista a otras
comparaciones que se habían proferido: |
«Yo, monseñor, soy más
feliz que vos, porque en el libro |
de las cosas agradables
vos no habéis pasado más allá |
de la letra G (cardenal),
mientras que yo he avanzado |
hasta la R (reverendo). En
verdad, tenéis muchos hono- |
res y ahora mismo
disfrutáis del cardenalato, pero toda- |
vía no os basta, y
quisierais alcanzar el papado, y creo |
que, si Dios hubiese
creado un honor mayor, también lo |
codiciaríais. Mientras que
yo soy simplemente sacerdote |
y estoy en mi
"pieve" por más de cincuenta años, y ja- |
más he deseado otras
ventajas o beneficios...; os aseguro |
que soy el hombre más
satisfecho de este mundo y que |
me pueden llamar el cura
más feliz de la tierra, porque |
estoy contento con mis
deberes. Ninguna de estas satis- |
facciones os alcanzan,
porque vuestro ánimo desea gran- |
dezas... ¿Que por qué os
hablo así? Porque vos mismo |
me habéis llevado a estas
razones». |
Los últimos años |
Uno de sus primeros
comentaristas decía que en Flo- |
rencia no tiene lugar
ninguna discusión o conversación |
agradable sin que se
incluya al Piovano Arlotto con algu- |
na de sus chispeantes
anécdotas y sus dichos famosos. |
Entrado ya en años,
renunció espontáneamente a su be- |
neficio en favor del
capítulo de San Lorenzo de Floren- |
cia, sin carga alguna, y
sólo por amor de Dios. Lo mismo |
que durante toda su vida
vivió lleno de caridad hasta el |
momento de su muerte, en
el Hospital de sacerdotes, de |
Florencia. Allí mismo
dispuso su sepultura, amplia, para |
sí mismo «y para quien
quiera usarla» después de él. En |
Florencia, en via San
Gallo, esquina Arazzieri, está en |
pie todavía la iglesia de
San Salvador, con la sepultu- |
ra de Arlotto Mainardi,
sobre cuya lápida puede leerse |
el epitafio que él mismo
redactó, antes de morir, e hizo |
grabar: «QUESTA SEPOLTURA
HA FATTO FARE / |
EL PIOVANO ARLOTTO / PER
SÉ E PER TUTTE |
QUELLE PERSONE / QUE
DENTRO ENTRARE VI |
VOLESSERE». |
19 (99) |
VIERNES, 26 DE MAYO, |
FIESTA DE NUESTRO PADRE |
SAN FELIPE NERI |
FUNDADOR DEL ORATORIO |
DAREMOS GRACIAS A DIOS |
EN LA EUCARISTÍA |
DE LAS 8 DE LA TARDE |
LAUS |
Director: Ramón Mar
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. Suo Felipe Neri, 1 -
Apartalo 182 - 02/19 Albacele - D.L. AB 103/62 - 14.5.89 |
20 (100) |
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