Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 259. JUNIO. Año 1989 |
SUMARIO |
AUNQUE se llamara
cristiana, la filosofía sería |
locura, la moral
fariseísmo, la cultura pedan- |
tería, la estética
vanidad, el culto folclore, y |
mentira, idolatría,
injusticia y opresión cuan- |
to se derivara de la
manipulación de la política, de |
la educación, de las
riquezas, si en la teoría y en la |
práctica, al referirnos a
la Iglesia, por más alaban- |
zas que le tributáramos y
fiestas que convocáramos, |
se oscureciera la primacía
absoluta de su finalidad |
principal y de su misión
sobrenatural. Ella es, quie- |
re ser, ha de ser, en este
mundo, el espacio donde |
resuena y se anuncia el
misterio de Dios para el |
corazón de los hombres. Es
camino que conduce a |
Dios, que luego perdurará
como ciudad iluminada |
puesta en lo alto, para
ser morada eterna de Dios y |
de los santos. Todo lo
demás es secundario. |
TE HE BUSCADO, SEÑOR |
UTOPÍAS |
LA GALAXIA DE DIOS |
EL DERECHO SEÑORIAL DE
DIOS |
CUANDO DIOS LLAMA |
NEWMAN. RASGOS DEL
MOVIMIENTO |
DE OXFORD |
1 (101) |
Tiempo de oración: |
TE HE BUSCADO, SEÑOR |
Hasta donde he podido, |
hasta agotar las fuerzas
que me has dado, |
yo te he buscado, Señor; |
he deseado llegar a ver lo
que |
he creído, |
y me he esforzado y
trabajado para alcanzarte. |
Señor, Dios mío, mi única
esperanza, |
concédeme que nunca cese
de buscarte, |
que todos los días busque
ardientemente tu santo rostro. |
Dame la fuerza para
perseverar en este deseo, |
tú que has permitido que
te encuentre, |
y mantenido en la
esperanza creciente |
de alcanzarte. |
Estoy frente a ti, con mis
fuerzas y mis flaquezas, |
conserva mis fuerzas, cura
mis debilidades; |
frente a ti, mi fortaleza
es mi ignorancia. |
Me has abierto la puerta, |
déjame entrar ahora; |
muéstrame lo que |
todavía me falta; |
concédeme que jamás me
olvide de ti, |
que piense en ti, |
que te comprenda, |
que te ame. |
San Agustín |
2 (102) |
Utopías |
UTOPÍA e ideología, y fe y
esperanza, son conceptos que chocan entre sí. Las |
dos primeras miran a este
mundo y sueñan o proponen la perfección creada |
para un proyecto
igualmente natural, cuya rotundidad es prácticamente inal- |
canzable. Le sigue o le
desplaza un sistema de ideas para legitimar el poder, |
cuyo ejercicio y presión,
física o mental, debe dar forma y creatividad histórica al |
hombre. El riesgo de las
ideologías está en la absolutización de presupuestos teóri- |
cos que llevan al
fanatismo y paralizan, en realidad, todo verdadero progreso; las |
ideología: tienden al
conservadurismo y a su justificación. La vulnerabilidad de las |
utopías se funda en la
acusación de que carecen de realismo, y en que este fallo se |
pretende remediar, con
frecuencia, por medio de aceleraciones totalitarias. |
Aunque Tomás Moro fue el
primero en usar el nombre de "utopía", ya había |
escrito sobre ella, mucho
antes, Platón, en su República. Luego, a partir del Renaci- |
miento, se elaborarían las
grandes corrientes utópicas, como una reacción humani- |
zadora, frente a un mundo
que se organizaba bajo el lema de la razón de estado", |
de la eficacia económica,
del monopolio del poder favorecido por la incipiente in- |
dustria que minaba el
artesanado, hasta las grandes revoluciones y cambios sociales |
que transformarían el
mundo presente. Los estados modernos serían hijos de los di- |
versos movimientos
utópicos, posteriormente ideologizados, o reemplazados sucesi- |
vamente por nuevas
utopías, que les servían de fundamento o divisa. La tensión se |
seguirá manteniendo entre
el realismo conservador y las más reciente proposicio- |
nes para un mundo nuevo y
un hombre también nuevo. |
La Iglesia no ha podido
sustraerse a esta tensión, ni la ha contemplado pasiva- |
mente; desde Trento hasta
nuestros días, con el Vaticano II, también en ella ha re- |
percutido, y no ha
vacilado en proclamar que quiere compartir las esperanzas lo |
3 (103) |
mismo que las tristezas y
las angustias del hombre contemporáneo. La principal |
iniciativa ha
correspondido a Juan XXIII, de quien, el día después de su muerte, |
Mauriac escribía que
«permanecerá siempre como el papa de la esperanza». |
Quería decirse,
seguramente, que las utopías temporales de los hombres pue- |
den redimirse y
convertirse en medio y signo de esperanza, cuando enarbolen el an- |
helo de un crecimiento o
transformación social, política, económica o cultural de la |
humanidad, si se dejan
iluminar por la fe y la esperanza cristianas y, además, en el |
modo y el estilo con que
son propuestas como ideal y se quieren llevar a la práctica, |
no suplantan la
trascendencia del ser y del destino humano. |
La calidad de la esperanza
humana es siempre de orden espiritual; lo sensible y |
lo temporal también se
integra en ella, pero cuando es espiritualizado. Lo que se |
anhela, sin que trascienda
al tiempo y a la historia, es lo utópico. La esperanza cris- |
tiana no es directamente
enemiga de las utopías humanas, sino que las supera. Pero |
como quiera que la
esperanza cristiana comienza ya en la tierra, sin que por ello se |
aplacen las exigencias del
Evangelio para más allá del tiempo, lejos de este mundo, |
todos los anhelos de
bondad caben y son asumibles en ella. El Evangelio es para esta |
vida, aunque lleva su
culminación más allá de la vida. Cualquier planteamiento que |
mutilara su realización
práctica conduciría a un reduccionismo idolátrico, a la ne- |
gación del Dios de
Jesucristo, suplantado por su caricatura, desligado de la atrac- |
ción escatológica, que es
la fuerza con que la vocación a la fe nos lleva. Por eso |
decimos que la Iglesia no
es un mero proyecto para este mundo, que se agota en él, |
sino un lugar desde donde,
ya en este mundo, se inicia la edificación del Reino de |
Dios. De ahí que no puedo
transigir con las injusticias, los egoísmos, las mentiras, |
Las hipocresías y todos
los pecados que se derivan de las absolutizaciones de lo tran- |
sitorio. Una excesiva
generalización llevaría hacia la utopía el objeto de la esperan- |
za, y un silencio que
marginara los grandes problemas de la vida presente oscure- |
cería la fe o la reduciría
a ideología. Pero los santos y los mártires se encargan de |
librar a la Iglesia de
estos pecados. |
Fe, esperanza y caridad. |
Es tiempo de esperanza, |
y nosotros tenemos
esperanza |
porque creemos |
en el amor. |
4 (104) |
La galaxia |
de Dios |
EN la Biblia, y en muchas
reli- |
giones, el cielo
astronómico |
ha servido de imagen para |
hacer referencia al cielo
teológico, |
morada de Dios, de los
espíritus |
puros, de los santos, de
la biena- |
venturanza eterna.
Nosotros sabe- |
mos que Dios está presente
en to- |
das partes; pero vemos que
los |
santos y las almas
grandes, para |
profundizar en esta
presencia que |
percibían en sus
corazones, sen- |
tían la necesidad de mirar
fuera, |
de levantar los ojos y
fundir en la |
propia conciencia el
reflejo de la |
grandiosidad contemplada
con el |
latido de la invasión
divina, dejan- |
do que brotara del alma
admirada, |
sin palabras, la plegaria
inconteni- |
ble. |
En muchos santos; pero
nosotros |
sabemos bien de nuestro
Padre san |
Felipe, de quien son
proverbiales |
sus largas caminatas
nocturnas por |
la campiña romana, durante
su |
vida de apóstol seglar.
Peregrina- |
ciones habituales que
iniciaba al |
atardecer, como cuando
tomaba el |
camino de las Siete
Iglesias, dejan- |
do luego que le
sorprendiera la |
noche, en pleno campo, o
en las |
catacumbas. Cuando más
tarde él |
se refería a la necesidad
de la ora- |
ción, de vivir el cielo en
la tierra, |
del verdadero deseo de
amar |
Dios, rebosaban en sus
consejos las |
claridades de aquellas
experien- |
cias en que cedía al
"fascino", a la |
atracción divina, empujado
por el |
impulso místico de la
búsqueda y |
contemplación de Dios. |
En Roma, las noches son
claras, |
no solamente en verano;
pero en |
este tiempo son todavía
más ama- |
bles y el firmamento es
espléndido. |
En alguna de estas noches
―«más |
claras que la luz del
alborada», di- |
ría san Juan de la
Cruz―, recoge- |
ría, como rocío en el
corazón, las |
palabras para componer
aquel so- |
5 (105) |
neto de su juventud, que
comien- |
za: «Se l'anima ha da Dio
l'esser |
perfetto...» Y termina con
el ter- |
ceto que resume el anhelo
de al- |
canzar a Dios, así: «Qual
prigion la |
ritien, ch'indi partire /
Non possa, |
e alfin calcar le stelle,
/ E viver |
sempre in Dio...» Se llega
al cielo |
pisando caminos de
estrellas, para |
ver y vivir con Dios. |
Pero en san Felipe no fue
sola- |
mente contemplación de
Dios, sino |
meditación de la Iglesia.
De la Igle- |
sia que tenía al lado,
visible, con |
hombres y prelados
ambiciosos, |
vagando entre vanidades
palacie- |
gas, igual que los
príncipes mun- |
danos, más preocupados por
la glo- |
ria y los triunfos
terrenos que por |
la santidad y el reino de
los cielos, |
con excepción de aquellos
ecle- |
siásticos sencillos y
humildes, co- |
mo algunos de los
sacerdotes de |
San Jerónimo de la
Caridad, uno |
de los cuales, Persiano
Rosa, más |
tarde le convencería de
que tam- |
bién él se hiciera
sacerdote. Me- |
ditación, además, de la
Iglesia |
presente ―más
presente―, pero |
invisible y oculta en la
historia de |
los mártires de los
primeros tiem- |
pos, sepultados en las
catacumbas, |
donde Felipe iba a por el
espíritu |
del cristianismo, que no
acababa |
de encontrar en
superficie. Y, des- |
de la oscuridad encendida
de amor |
y fidelidad a Cristo, de
las prime- |
ras generaciones que
tomaron se- |
riamente el Evangelio para
luz de |
su vida, ascendía a la
luminaria |
del firmamento tachonado
de es- |
trellas, más numerosas que
la lista |
de los mártires y santos
conocidos. |
El firmamento era como un
manto |
enorme, ceñido por una
cinta de |
luz, por un camino de
claridades y |
galaxia de Dios, imagen de
la Igle- |
sia de los creyentes que,
igual que |
él y sus mejores amigos,
la creían |
santa, a pesar de tantas
miserias |
visibles. Visión gloriosa
de la Iglesia |
que se le proyectaba en el
es- |
pejo limpio del alma,
pequeño fir- |
mamento interior y
espiritual, en |
el que reflorecía cada
noche y cada |
día la esperanza de que
aquella |
ciudad, que era casi como
el cora- |
zón de la Iglesia, de
pecadora se |
hiciera santa, a pesar de
que, allí |
mismo, hubiera demasiados
que, |
con pecado o por error,
pretendie- |
ran servir a Dios y hacer
compati- |
ble este deseo con el afán
de poder, |
o la envidia de las
grandezas que |
el mundo admira. Felipe,
todavía |
joven, pero ya mayor,
sabía bien |
que no hay nada tan
temible como |
el autoengaño de la
soberbia cleri- |
cal o farisaica, proclive
a enmas- |
carar con razones
teológicas inte- |
reses humanos,
pretextando tal vez |
que desde el poder y con
la rique- |
za es más fácil influir,
convencer, |
dominar, para anticipar la
eficacia |
visible de la implantación
del rei- |
no de Dios en la tierra.
Por eso, |
en principio, san Felipe
no quiso |
6 (106) |
ser sacerdote, por temor a
no po- |
der ser cristiano. |
Pero en la Iglesia de
superficie |
no todo eran miserias ni
tempora- |
lismos; había otras almas
sencillas, |
como las que compartían
con él |
las tareas de caridad, o a
veces le |
acompañaban en su
peregrinar a |
los sepulcros de los
santos, o los |
amigos sacerdotes que le
daban so- |
brado ejemplo de
sinceridad cris- |
tiana y de desprendimiento
para |
entregarse al servicio de
las almas |
que deseaban, como él,
otro rostro |
para la desfigurada
Iglesia de su |
época. Finalmente cedió a
su radi- |
calismo frente a aquella
visión de- |
masiado horizontal del
cristianis- |
mo tangible, y pensó que
el cielo |
de arriba, y el de los
santos de las |
catacumbas, era él mismo
que se |
reflejaba en otros y en su
misma |
conciencia. Descubrió,
encendida |
en el corazón, la diminuta
llama |
desprendida de una hoguera
más |
alta y divina, como si un
punto del |
firmamento se le hubiera
prendido |
en lo más hondo del alma.
Él era |
también un punto luminoso,
en me- |
dio de la oscuridad de .la
noche |
temporal de la Iglesia,
arrastrada |
por caminos de estrellas,
envuelta· |
en la galaxia de Dios.
Hasta en los |
pecados caben las
esperanzas de |
vuelta a la luz, como en
las noches |
la vuelta al día. |
Nosotros, tan pegados a
los inte- |
reses de la tierra, como
si aquí tu- |
viéramos un quehacer
definitivo y |
un cielo que construirnos,
entende- |
mos poco el corazón de los
Santos, |
porque ni nos detenemos a
auscul- |
tar nuestro propio
corazón, ni, co- |
locándonos por encima de
las velei- |
dades y vanidades de este
mundo |
(renombre, profesión,
riqueza...), |
nos asomamos al firmamento
de |
Dios, al verdadero cielo.
Llegamos |
a convertir a Dios en
complemento |
o aderezo de nuestra
vanidad. |
Si un sabio, que supiera
de mun- |
dos siderales, se nos
presentara pa- |
ra guiarnos en un viaje
óptico por |
mares de estrellas, aunque
sola- |
mente se tratara de
maravillas del |
mundo físico,
permaneceríamos |
extasiados frente a la
grandiosidad |
de lo que, sin poderlo
abarcar del |
todo, despertaría en
nosotros una |
admiración casi infinita.
Bien. El |
mundo de las claridades
divinas |
es superior a todas las
maravillas |
creadas. Comprenderíamos a
los |
santos con sólo atisbar
algo del |
cielo que ellos
contemplaron ya en |
la tierra, y por qué
organizaron |
su vida como un verdadero
"regre- |
so" entusiasta y
amoroso a Dios. |
Nos daríamos cuenta qué
significa- |
ba el misterio de la
Iglesia en la |
trayectoria de su vida, y
hasta sa- |
bríamos algo de la
felicidad que, de |
un modo distinto a como el
hom- |
bre terrenal la entiende,
ellos ya |
gozaron mientras caminaban
"por |
caminos de estrellas"
hacia Dios. |
7 (107) |
Nos hemos atrevido a decir
que |
la Iglesia es "la
galaxia de Dios". |
Como arriba las estrellas
se agru- |
pan en constelaciones,
también los |
santos en la tierra, como
nos lo |
muestran las primeras
generacio- |
nes cristianas, se
encuentran y her- |
manan en lazos de fe y de
ideales |
que están por encima de
los cálcu- |
los meramente naturales. Y
esa ley |
de las constelaciones se
va repi- |
tiendo a través de todo el
caminar |
de la Iglesia. Así van
añadiéndose |
nuevos resplandores a la
galaxia |
de Dios. El mismo san
Felipe, sin |
haberlo previsto, se
encontraría, a |
no tardar, rodeado y
seguido de |
otros cristianos
fervorosos, que le |
tendrían como centro de un
pe- |
queño sistema estelar
cristiano: él |
sería el Padre y los demás
hijos, y |
hermanos, y amigos, al
compartir |
un mismo deseo de
verdadera re- |
forma para la faz manchada
de la |
Iglesia temporal,
envueltos en la |
luz que les bajaba del
cielo. |
San Felipe desconfiaba de
las ex- |
cesivas previsiones
humanas. No |
malgastaba energías, ni
era desor- |
denado; pero su fuerza
descansaba |
en el vigor del Espíritu,
su única |
estrategia era la
confianza en los |
signos providenciales con
que Dios |
nos guía. Si a veces se
mostraba |
demasiado radical, para
exigir des- |
prendimientos totales, era
para que |
el alma, pura y libre,
fuera capaz |
de anteponer a Dios todas
las cosas, |
y dejarse bañar en su luz.
El resto |
era todo claridad divina,
recibida |
y reflejada: oración,
apostolado, ca- |
ridad, alegría,
perseverancia, liber- |
tad de corazón, obediencia
de hijo, |
desprendimiento de las
vanidades, |
entusiasmo por la belleza
de Dios |
y de sus obras... |
Sin querer, el escudo de
los Ne- |
ri resume su ideal: en
campo azul, |
tres estrellas doradas.
Pero lo mis- |
mo puede y debe ser el
ideal de to- |
do cristiano. Nadie puede
vivir so- |
litariamente su
cristianismo, y pru- |
dencia insigne será la de
saber in- |
tegrarse y mantenerse en
la "cons- |
telación" en que la
providencia |
nos establece... Dios está
cerca, |
proyectando su luz en
nosotros y |
hermanándonos mientras
hacemos |
camino, añadiendo
resplandores a |
la galaxia de Dios, la
Iglesia. |
LAUS |
no se publica durante los
meses de |
julio, agosto y
septiembre. |
Reaparecerá en octubre. |
Si ha cambiado de
domicilio, |
comuníquelo a |
LAUS - Apartado 182 .02080
Albacete. |
8 (108) |
EL DERECHO |
SEÑORIAL |
DE DIOS |
NADIE puede servir a dos
señores. El contraste siempre va- |
ría y se llama al
discípulo para que tome siempre la misma |
decisión: tesoros en la
tierra o tesoros en el cielo; tinieblas |
o luz; riqueza o Dios.
También aquí entramos en una expe- |
riencia natural que afecta
al espíritu. Si ha de hacerse con |
todas las fuerzas del
propio ser, cada uno en realidad sólo |
puede servir a un solo
señor. Pero esto, con pleno sentido, |
solamente puede decirse de
Dios, que pide todo el hombre |
y que no tolera ninguna
rebaja. |
En todas partes en que se
pone en discusión el derecho |
señorial de Dios, se halla
escondido el espíritu del mal. El |
maligno conoce múltiples
formas de oposición y de enemis- |
tad y, de una forma un
tanto alevosa, se escuda, para ocul- |
tarse, detrás del dinero.
En él se representa la propiedad |
terrena, la acumulación de
bienes y tesoros, y de toda clase |
de posesiones. Conocemos
por experiencia el disimulado |
poder del oro, el brillo
fascinante y la magnificencia cauti- |
vadora de los objetos de
gran valor. También sabemos que, |
para Jesús, la riqueza
siempre es «injusta», porque confiere |
un poder casi demoníaco,
que gana el corazón y lo tiene |
sujeto, encadenado. Por
eso, el que es víctima de la rique- |
za lo es igualmente del
diablo, porque solamente se puede |
servir de veras a uno: a
Dios, que es la luz de nuestra vida, |
y en quien están bien
guardados los verdaderos tesoros y |
nuestro corazón. |
Wolfgang Trilling, C. O., |
(Com. al Ev. de S. Mateo) |
9 (109) |
CUANDO |
DIOS |
LLAMA |
SOLAMENTE la fe puede obe- |
decer a los llamamientos |
divinos. Todos nosotros
he- |
mos sido llamados por
Dios, |
aun antes de alcanzar el |
uso de razón. La llamada
no per- |
tenece a nuestro futuro,
sino que |
precede a este momento de
ahora; |
lo hizo Dios por medio de
nues- |
tro Bautismo, a través de
la fe de |
nuestros padres. Ello es
verdad |
por sí mismo, pero
podríamos apli- |
carnos, además, los
pasajes de la |
Escritura que se refieren
a otros |
llamamientos (Samuel,
Pablo, An- |
drés, Pedro, Mateo, los
Zebedeos, |
Felipe, Natanael...), que
podrían |
servirnos de guía en
muchos sen- |
tidos. |
Pues, en verdad, hemos
sido |
llamados no de una vez por
todas, |
sino muchas veces; a lo
largo de |
toda nuestra vida, Cristo
nos ha |
ido llamando. Nos llamó al
princi- |
pio en el Bautismo, y
también más |
tarde; y, le obedezcamos o
no, él |
sigue todavía llamándonos
miseri- |
cordiosamente. Si se
derrumban |
nuestras promesas
bautismales, |
nos llama al
arrepentimiento; si |
nos esforzamos por ser
fieles a |
nuestra vocación, nos
impulsa siempre hacia adelante, de gra- |
cia en gracia, y de
santidad en santidad, mientras nos dure la |
vida. Abraham fue llamado
a abandonar su patria, Pedro sus |
redes, Mateo su oficio,
Elías sus campos, Natanael su retiro. A |
todos se nos llama sin
cesar de una cosa a otra, siempre más |
lejos, porque «no tenemos
aquí una morada permanente» |
(Hb 13, 14), sino que
vamos subiendo hacia el reposo eterno, |
obedeciendo un mandamiento
sólo para ser capaces de aten- |
der у obedecer otro
más elevado. Nos llama constantemente |
a fin de justificarnos sin
cesar, y sin cesar y cada vez más san- |
tificarnos y
glorificarnos. |
10 (110) |
Sería maravilloso que
llegáramos a comprender esto, pero |
somos lentos para penetrar
esta gran verdad: que Cristo ca- |
mina como si estuviese a
nuestro lado, entre nosotros, y con |
sus manos, sus ojos y su
voz nos invita a seguirle. Pero no te- |
nemos ojos para ver al
Señor, a diferencia del apóstol amado, |
que reconoció a Cristo,
incluso |
cuando los demás
discípulos no lo |
reconocían (cf. In 21, 7). |
Ahora bien, lo que quiero
de- |
cir es esto: que a los que
viven re- |
ligiosamente se les
presentan ver- |
dades que antes no
conocían, o de |
las que no sentían
necesidad de te- |
ner en cuenta; verdades
que ahora |
ven que implican deberes,
deberes |
que son preceptos,
preceptos que |
reclaman obediencia. Así y
de es- |
te modo nos llama Cristo
ahora, |
sin que haya nada de
milagroso o |
extraordinario en el modo
como |
él nos trata. Él obra en
nosotros a |
través de nuestras
facultades natu- |
rales y de las
circunstancias de |
nuestra vida. La suavidad
con que |
procede la providencia
respecto |
de nosotros es en todo
esencial |
para reconocer su voz en
aquellos |
que él conduce mientras
están en |
la tierra; en todas partes
nos guía |
con su invisible
presencia, o nos |
manda con una voz, o por
medio |
de nuestra conciencia, no
importa |
cómo, pero sentimos que es
un |
mandato. Un mandato que
puede |
ser obedecido o puede ser
recha- |
zado. |
11 (111) |
Contamos con lo necesario
para obrar como Dios querría |
vernos obrar, aunque lo
hacemos sumidos en el temor y per- |
plejidad. No vemos claro
nuestro camino, no adivinamos el |
resultado de cuanto ya
hemos hecho, ni que influencia tendrá |
sobre el conjunto de
nuestras ideas y de nuestra conducta; y |
sin embargo, las
consecuencias pueden ser muy importantes. |
Una leve acción que se nos
pide como por sorpresa, que de- |
cidimos y ejecutamos casi
súbitamente, puede abrirnos a un |
ascenso espiritual, al
paso a un estado de santidad más eleva- |
do, a una visión de las
cosas más verdadera y segura que la |
que teníamos antes. |
Hay una cosa cierta:
algunos hombres se sienten llamados |
a cumplir deberes
importantes y a realizar grandes obras, |
mientras que a otros, en
cambio, no se les exige en absoluto. |
No sabemos la razón; quizá
porque los no llamados traiciona- |
ron la llamada por haber
sucumbido en pruebas anteriores; |
quizá porque fueron
llamados y no obedecieron; quizá por- |
que Dios no llama a todos
a lo mismo. Es cierto que nadie |
tiene derecho a tomar como
ideal de santidad el ideal infe- |
rior de otro. Lo que sean
los demás, en nuestra decisión, no |
importa. Si Dios nos llama
a renunciar completamente al |
mundo, si nos pide el
sacrificio de nuestras esperanzas y de |
nuestros temores, he ahí
nuestra ganancia, porque ello signi- |
fica y es señal de su amor
a nosotros, una cosa de la cual de- |
bemos alegrarnos. |
No tengamos miedo de pecar
de orgullo espiritual si he- |
mos de seguir la llamada
de Cristo, y hagámoslo con verdade- |
ro celo. El buen celo no
deja tiempo para perderlo en compa- |
raciones con el prójimo,
sino que busca simplemente hacer la |
voluntad de Dios. Y dice
con sencillez: «Habla, Señor, que tu |
siervo escucha» (1S 3, 9);
«Señor, ¿qué quieres que haga?» |
(Hch 9, 6). |
John Henry Newman, C. O., |
PPS, VIII, 2 |
12 (112) |
NEWMAN: |
RASGOS |
DEL MOVIMIENTO |
DE OXFORD |
LA ETAPA más intensa y
entusiasta de la |
vida de Newman se
identifica con lo que |
históricamente se ha
venido en designar |
como el Movimiento de
Oxford. Fueron |
diez años largos de una
crisis que New- |
man vivió con lucidez y
sinceridad, en |
una Ósmosis entre la
propia historia y la del grupo |
universitario del cual él
se acababa de convertir en |
el centro. |
No busca |
ni fama |
ni poder |
Aquel joven tímido que,
sin haber cum- |
plido todavía los
diecisiete años, había llegado a |
la Universidad, y al que
miraban todos poco más |
que como a un niño, se
había transformado. Ahora, |
apenas superada la edad de
los treinta años, era |
un personaje que, mientras
resultaba discutido por |
algunos y obtenía
adhesiones de otros, lo respeta- |
ban jóvenes y mayores, sin
dejar a nadie indiferen- |
te. Resultaba claro que,
de haberse dejado llevar |
por la ambición, habría
podido alcanzar, en la mis- |
ma Universidad o en el
mundo eclesiástico, cual- |
quier promoción
envidiable. Pero, como recordaría |
más tarde, «cuando yo era
todavía pastor anglica- |
no, pedía a Dios, sin
reservas ni condiciones, que |
13 (113) |
me librara de cualquier
posible ascenso en mi ca- |
rrera eclesiástica» (1), y
hace memoria de cómo ya |
lo había expresado en una
poesía años atrás (2). |
Por nuestra parte, no
pretendemos hacer aquí |
la historia del Movimiento
de Oxford, a pesar del |
indudable interés que
supondría detenernos en su |
seguimiento específico:
nos limitaremos a señalar |
algunas características
del protagonismo de New- |
man y los rasgos de su
espíritu. |
Un "movimiento"
no surge ni se desarrolla co- |
mo un fenómeno ordenado;
la espontaneidad le es |
propia, y si, por un lado,
ella facilita la fluidez de |
las intuiciones que se
reconocen y sienten integra- |
das en el mismo, de otra
parte, no todas las adhe- |
siones son igualmente
reflexivas y desinteresadas; |
junto a los más fieles y
bien intencionados, están |
los llevados por la
ligereza de lo superficial, los |
ansiosos de novelerías,
los críticos resentidos, los |
oportunistas, los
curiosos, los aprovechados: y no |
digamos los imprudentes,
mayormente cuando los |
debates suscitados no
parten de una base doctrinal |
precisa y gira todo en
torno a la búsqueda de un |
cimiento no totalmente
descubierto o de ideas no |
del todo aclaradas. |
Las conciencias |
alertadas |
Después del sermón de
Keble sobre la «aposta- |
sía nacional», al que hay
que hacer siempre refe- |
rencia en los orígenes del
Movimiento, no faltaron |
reacciones orientadas a
secundar la invitación a |
tomar conciencia del
peligro que amenazaba a |
la Iglesia de Inglaterra.
Ello no impidió que sólo |
quince días más tarde, el
30 de julio de 1833, fuese |
(1) A. W. (15. 12. 1859). |
(2) En V. V. (1968), la
última estrofa de la poesía titulada A THANKSGIVING (data- |
da en Oxford en octubre de
1829): «Deny me wealth: far, far remove / the lure |
of power or name: /hope
thrives in straits, in weakness love, / and faith in this |
world's share». |
14 (104) |
aprobada en la Cámara de
los Lores, por 135 votos |
contra 81, una ley que
suprimía determinadas sedes |
episcopales irlandesas;
esta decisión política fue |
considerada como un
agravio a la independencia |
de la Iglesia anglicana.
Sin embargo, se olvidaría |
muy pronto la anécdota, a
pesar de que, a causa de |
ella, se suscitó la alerta
en las conciencias más re- |
ligiosas e ilustradas. |
No faltaron las reuniones
de los descontentos, |
ni protestas y peticiones
de revisión de tan desdi- |
chada ley. Posiblemente,
las iniciativas más gene- |
rosas correspondieron, en
los primeros momentos, |
al pastor Hugh James Rose,
de la Universidad de |
Cambridge, que contaba con
amigos y estaba bien |
relacionado con el
ambiente universitario de Ox- |
ford, y era el fundador
del British Magazine, en |
el que colaboraría Newman.
Pero muy pronto se |
demostró ―o, por lo
menos, así lo entendió New- |
man (3)— que se obtendrían
pocos resultados con |
sólo cartas, reuniones y
comités, y que era necesa- |
rio, ante todo, crear un
ambiente mental a base de |
alimentar con ideas las
inteligencias de cuantos |
mostraban interés en aquel
despertar de las con- |
ciencias. De este modo
nacieron los Tracts for the |
Times. |
Los "Tracts" |
El primero en aparecer
lleva la fecha de 9 de |
septiembre de 1833,
evidentemente escrito por el |
mismo Newman, aunque sin
ir firmado. El título |
era «Thoughs on the
Ministerial Comission, respec- |
tully adressed to the
Clergy». Y comenzaba dicien- |
do: «Yo no soy más que uno
de vosotros: un presbí- |
tero, y por este motivo no
firmo con mi nombre, |
porque no es en mi nombre
propio que os hablo. |
No obstante, hablo, y
siento que debo hacerlo, por- |
que los tiempos son
infaustos, y nadie alza la voz |
(3) Así lo manifiesta a
Keble, en carta del 5 de agosto de 1833 (L. D., vol. IV, p. 20). |
... |
15 (115) |
para combatirlos» (4). Era
una empresa que asu- |
mía como un deber.
Llegaron a publicarse hasta |
noventa «Tracts»; el
último llevaba la fecha de 27 |
de febrero de 1841, y
también lo escribió Newman |
(5). Los «Tracts»
constituyeron su tarea: él buscaba |
información, colaboradores
que escribieran o pro- |
curasen documentación;
cuidaba de la edición y |
difusión ―profusa,
prácticamente gratuita― entre |
universitarios, antiguos
discípulos suyos, clérigos |
de todas las tendencias
(High Churchmen, Low |
Churchmen, Evangelicals);
iba personalmente, |
cabalgando de presbiterio
en presbiterio, en las |
zonas rurales no demasiado
distantes de la Univer- |
sidad. En poco tiempo, los
temas expuestos en los |
«Tracts» estaban en las
conversaciones de los Com- |
mon Rooms de los Colleges
de Oxford, lo mismo |
que en las reuniones de
los pastores de las iglesias |
de campaña. |
La palabra viva |
Pero a pesar de que el
Movimiento se haya cali- |
ficado, en más de una
ocasión, de "tractarista", su |
espíritu no se agotaba en
las manifestaciones con- |
tenidas en aquellas hojas
impresas. Tuvo más im- |
portancia la palabra viva
que la escritura. Cuando |
afirmamos esto nos
referimos sobre todo a la predi- |
cación de Newman como
«Vicar» (6) de Santa Ma- |
(4) «I am but one of
yourselves, a Presbyter; and therefore I should take too much |
on myself by speaking in
my own person. Yet speak I must; for the times are ve- |
ry evil, yet no one speaks
against them». |
(5) Newman alcanzaría a
escribir veintinueve de ellos (1, 2, 3, 6, 7, 8, 10, 11, 15, 19, 20, |
21, 31, 33, 31, 38, 11,
15, 17, 71, 73, 75, 76, 79, 82, 83, 85, 88 y 90): John Keble, ocho: |
Edward Bouverie Pusey,
siete: Benjamin Harrison, cuatro; Thomas Keble (herma- |
no de John), cuatro;
Richard Hurrell Froude, tren: Arthur Philip Perceval, tres; |
Isaac Williams, tres:
Anthony Butler, uno; Charles Page Eden con Robert F. Wil- |
liam Palmer, uno: George
Prevost, uno; un laico, John William Bowden, muy |
amigo de Newman, escribió
cinco. |
(6) «Vicar» es un término
que sirve para designar a un presbítero que ejerce cura |
de almas y tiene el oficio
de regir una parroquia en otro tiempo dependiente de |
una abadía; cuando no es
así, recibe el nombre de «Rector». Es oportuno señalar |
que el celo de Newman como
pastor era algo que aparecía como extraordinario, |
si se relacionaba con el
descuido con que el resto del clero entendía que bastaba |
para cumplir los propios
deberes. Las vetustas prescripciones del Prayer Book |
más o menos se habían
olvidado, las iglesias solían permanecer cerradas durante |
toda la semana, excepto en
la hora de la celebración del oficio de cada domingo, |
la Eucaristía se celebraba
no más de cuatro veces cada año, y todo se cumplía con |
un aire de formalidad
carente de unción, la mayor parte de las veces. Ni que decir |
que la predicación corría
esta misma suerte. |
16 (116) |
ría, ría, la iglesia
universitaria de Oxford. A excepción |
del primero de sus
Universitary Sermons, predi- |
cado en 1826, el resto
fueron pronunciados a lo |
largo del progreso del
Movimiento. Nos cabe la |
suerte de que Newman
escribía y luego leía a los |
fieles toda esta
predicación, ajustándose, de este |
modo, a la mejor costumbre
anglicana (heredada, |
seguramente, de la
tradición monástica medieval). |
En los sermones, Newman se
colocaba por enci- |
ma del estilo polémico y
se adentraba en el espíritu |
del Evangelio, en busca de
la conversión del alma, |
pero sin ceder al
sentimentalismo wesleyano, del |
"new birth",
sino hilando muy fino y concretando |
las exigencias de la más
auténtica espiritualidad |
cristiana: la conciencia,
la irrenunciable relación |
del hombre con Dios, la
exigencia del progreso es- |
piritual, el deber de la
lucidez personal por la tras- |
cendencia, el misterio
sorprendente e inevitable de |
la condición humana, la
necesidad de abrir since- |
ramente el corazón al
Evangelio, el deseo eficaz |
de la propia conversión,
el llamamiento a someter- |
se a la voluntad divina y
a aceptar las renuncias |
que este sometimiento
comporta. Todo lo cual su- |
giere volver a la oración,
a la dirección de las con- |
ciencias y, germinalmente,
en algunos de los más |
fervorosos, a la idea de
una vida comunitaria, a pe- |
sar de no referirse
explícitamente a ello. |
Pero al volumen de los
quince Universitary |
Sermons, predicados entre
1826 y 1843, hay que |
añadir el tesoro de los
Parochial and Plain Ser- |
17 (117) |
mons, dirigidos a los
parroquianos de Santa María |
de Oxford, bajo el cuidado
pastoral de Newman. |
El auditorio era reducido,
constituido por gente sen- |
cilla, tenderos,
trabajadores, mujeres piadosas; pe- |
ro, poco a poco, acudieron
algunos estudiantes, in- |
cluso profesores, hasta
que aquellos sermones se |
convirtieron en un
auténtico acontecimiento. Como |
observa Bremond (7),
Newman no era un orador |
al estilo continental,
italiano o francés; no podía |
compararse a un Bossuet o
Lacordaire, a un Bour- |
daloue o Massillon. |
Sermones |
universitarios |
Tal como escribió más
tarde el |
poeta Mattew Arnold,
aquello era como una «apa- |
rición espiritual» que
domingo tras domingo, con |
una voz sutil, dulce,
musical, quebraba el silencio |
del templo mientras iba
derramando pensamientos |
sobre lo que más amaba: la
Iglesia de Inglaterra. |
Newman se dirigía a los
fieles en general, su |
tono era espiritual, sin
alusiones a polémicas, ni |
siquiera en los momentos
más críticos, en los que |
hubiera sido comprensible
que se reflejaran, siquie- |
ra de paso, en sus
palabras. Pero a partir de la pri- |
mavera de 1834 organiza
unas conferencias con un |
enfoque más intelectual y
especializado, que hubie- |
ra querido pronunciar en
la misma Universidad, |
pero que, finalmente, no
pudo disponer de lugar |
más adecuado que la Adam
de Brome's Chapel, |
aneja a Santa María (8).
Estas conferencias se re- |
cogieron en dos volúmenes:
Lectures on the Pro- |
phetical Office of the
Church (1837), y Lectures |
on Justification (1838). |
La tradición |
apostólica |
No iríamos descaminados si
tomáramos como |
precedente de estas
conferencias el estudio The |
Arians of the Fourth
Century (1832), que con- |
(7) THE MYSTERY OF NEWMAN,
trad. del orig. francés, Londres, 1907, pp. 144 y ss. |
(8) Se le da este nombre
porque, en el centro, se emplaza el sepulcro de Adam de Bro- |
me, fundador del Oriel
College. Actualmente es posible pasar a la capilla desde |
la arcada de la nave; pero
en tiempo de Newman era necesario hacerlo desde el |
pórtico del norte, para lo
cual no era necesario entrar en Santa María. |
18 (118) |
cluyó justamente antes de
emprender el viaje por |
el Mediterráneo. Newman
buscaba en los Padres |
Las raíces de la Iglesia
y, en ellas, la tradición |
apostólica (9) todavía
íntegra: las divisiones ven- |
drían más tarde. Newman
adopta la teoría de las |
tres ramas: la de la
Iglesia anglicana, que man- |
tenía el principio
fundamental del primer cristia- |
nismo, aunque desvirtuado;
la Iglesia griega, fiel al |
principio apostólico, pero
rebelde a la unión: final- |
mente, la Iglesia romana,
también fiel a la sucesión |
apostólica, pero
corrompida, y por eso abandonada |
por el protestantismo, el
cual degeneraría luego |
hacia el liberalismo,
multiplicando, de este modo, |
la división e intoxicando
el anglicanismo. |
Frente a este panorama,
Newman establece la |
teoría de la «vía media»,
consistente en la transfor- |
mación de la Iglesia de
Inglaterra, que se había se- |
parado del influjo
protestante aunque aceptando |
la verdad que éste pueda
contener, admitiendo, |
una vez purificadas de
idolatría y corrupción, las |
creencias romanas. Fue un
gran esfuerzo mental, |
impregnado de espíritu
ecuménico, en el cual se |
debatía tanto el alma de
Newman como la suerte |
de la Iglesia anglicana.
Esta lucha constituyó un |
drama interior que
merecería un estudio aparte. |
Otro aspecto del
Movimiento de Oxford es el que |
podríamos denominar la
preocupación por la litur- |
gia, por la importancia
que adquirió en orden a la |
recuperación del culto.
También éste es un capítulo |
para añadir. |
(9) La Patrística era el
fuerte de Newman. Tal como lo ha estudiado muy bien Jo- |
seph Ratzinger
(actualmente cardenal) en la colección de artículos traducidos al |
castellano bajo el título
de TEOLOGÍA E HISTORIA, Salamanca, 1972, a los Padres |
de la Iglesia no se les
llama así por su antigüedad, sino porque tenemos en ellos |
a los maestros de la
Iglesia todavía indivisa. Newman no volvió hacia atrás empu- |
jado por nostalgias
románticas, cediendo a la moda de la estética o el sentimen- |
talismo de la época, sino
que fue a buscar la autenticidad de la Iglesia «de Cristo», |
haciendo abstracción no
solamente de lo que llamó «romanismo» y «protestantis- |
mo», sino incluso de su
propia y amada CHURCH OF ENGLAND. |
19 (119) |
COMO Cristo efectuó la
redención en la pobreza y en la per- |
secución, así la Iglesia
es llamada a seguir ese mismo |
camino para comunicar a
los hombres los frutos de la |
salvación. Cristo Jesús,
existiendo en forma de Dios, se anona- |
dó a sí mismo, tomando la
forma de siervo (Flp 2, 6), y por |
nosotros se hizo pobre,
siendo rico (2Co 8, 9); así la Iglesia, |
aunque para el
cumplimiento de su misión necesita recursos |
humanos, no está
constituida para buscar la gloria de este mun- |
do, sino para predicar la
humildad y la abnegación incluso |
con el ejemplo... Santa,
al mismo tiempo que necesitada de pu- |
rificación constante, «va
peregrinando entre las persecuciones |
del mundo y los consuelos
de Dios» (San Agustín), anunciando |
la cruz y la muerte del
Señor, hasta que el venga (1Co 11, 26). |
Se vigoriza con la fuerza
del Señor resucitado, para vencer |
con paciencia y con
caridad sus propios sufrimientos y dificul- |
tades internas y externas
y descubre fielmente en el mundo el |
misterio de Cristo, aunque
entre penumbras, hasta que al fin |
de los tiempos se descubra
con todo esplendor. |
Vat. II, LG 8 |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita: imprime: Congregación del Oratorio |
PL San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 25.6.89 |
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