Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 261. NOVIEMBRE. Año
1989 |
SUMARIO |
PONER a Dios en el
universo mental de nuestros |
pensamientos no basta para
vivir de la fe. La |
fe es muerta si no genera
esperanza, y la es- |
peranza surge del
desprendimiento y la gene- |
rosidad. La semilla no se
multiplica si no dejamos |
que caiga en el surco. El
que se limita a guardar |
camina hacia la miseria de
la desesperación. El |
mundo cultiva vanidades
para distraerse de esta |
amenaza. Si cada hombre
comprendiera todo lo |
que Dios le ha dado, y lo
convirtiera en semilla, |
no tendría todavía la
plena felicidad en la tierra, |
pero sentiría, por dentro,
la paz de quien camina |
seguramente hacia ella. |
HUMILLACIÓN |
MOMENTOS |
PARA SER SANTO |
CRISTO SATISFACE NUESTROS
DESEOS |
IGLESIA SANTA |
NEWMAN. SOBRIA HUMILDE
SOMBRA DE |
LITTLEMORE |
NORMAS PARA ORAR CON
SENCILLEZ |
1 (141) |
HUMILLACIÓN |
He sido respetado,
obedecido, |
también escarnecido,
despreciado; |
pero mi corazón prefiere,
en esta tierra, |
la sombra sobria, humilde, |
más que la falsa luz de
los halagos. |
¿Por qué me oprime como
algo fatal |
el peso del deber, la
tentación...? |
¿Por qué esta mezquindad, |
cuando existe un destino
más feliz |
participando de la Cruz
del Salvador? |
Esta es mi oculta suerte, |
pues, sin que todavía
alcance el cielo, |
me llevará adelante |
por el camino más derecho. |
Señor, te pido que lo
purifiques |
de falsificaciones
terrenales |
para que sea solamente
tuyo. |
John H. Newman, C. O., |
(Malta, 16. 1. 1833) |
2 (142) |
Momentos |
MOMENTOS, hitos de nuestro
tiempo, a partir del primero de los cuales se ini- |
ció muestra andadura en
este mundo, que luego sería señalada, dividida, en |
toda su duración, por los
restantes, aparentemente irrelevantes unos, y ver- |
daderamente trascendentes
otros, encargados de imprimir carácter a nuestro |
ser personal. |
Todo comenzó, para cada
uno de nosotros, con el don de la vida, nuestro primer |
momento, por el que
accedíamos a la existencia del ser que somos, que sólo pudo |
sorprender os y admirarnos
al alcanzar la edad consciente. Don no solicitado, total- |
mente gratuito, que nunca
agradeceremos bastante. Sin la realidad natural de ha- |
ber sido llamados a la
vida, nada habría sido posible después. De donde la impor- |
tancia capital de lo que
por naturaleza somos. En adelante, Dios tendrá siempre en |
cuenta nuestro ser
natural, porque es desde ahí que se inicia su contacto con nos- |
otros, y lo mantiene para
enriquecerlo y espiritualizarlo, sin jamás destruirlo. Será |
el elemento material en
que pueda apoyarse y convertirse en signo de salvación, en |
sacramento de comunión
divina, por medio de la gracia. |
Un segundo momento de gran
trascendencia, para los que tenemos fe, lo consti- |
tuye, precisamente, el
instante en que descubrimos el contacto sobrenatural de Dios |
con nosotros, que nos ha
tomado por morada suya. El Bautismo cristiano, adminis- |
trado generalmente en la
infancia todavía inconsciente, necesita ser descubierto por |
la fe personal. Creer es
como ver hacia dentro. Ver a Dios en nosotros y reconocerlo |
como un ser personal,
próximo, dulce, infinito, necesario y deseado a medida que se |
nos hace patente su amor,
y por caminos de amor queremos regresar a él. Ése fue el |
gran descubrimiento de
Newman, en su adolescencia —«Myself and my Creator!:—. |
E: preciso que el
cristiano se detenga ante la evidencia de la inmediatez divina, sin |
lo cual resultaría
imposible convertir la fe en vivencia. La religiosidad sería una |
3 (143) |
molestia y no una
liberación, y la vida misma una lucha de ambiciones y egoísmos, |
y no un camino hacia Dios
y con Dios. |
Hay un tercer momento,
para el creyente, en el que interviene, si no rehusamos |
escucharla, la voz del
Espíritu divino. Se hará tanto más perceptible según que haya- |
mos sido más atentos a la
inmediatez de Dios que nos acompaña y conmora en nos- |
otros. El Espíritu,
«huésped del alma», habla a la conciencia y le ayuda a discernir |
el modo como debe
construir «su regreso al Padre». La mayoría tendrá que seguir |
el llamamiento divino en
orden a construir un hogar, que sea escuela de virtudes, y |
desde el que se den nuevos
adoradores del Adorable, en un ensayo que quisiera ser |
anticipación del cielo.
Para otros —más de los que se deciden a seguir el llamamien- |
to― la voz del
Espíritu les invitará a una disposición radical y profunda para asu- |
mir la respuesta de fe en
una entrega total según el Evangelio, para imitar a log |
apóstoles y primeras
vírgenes y ascetas de la Iglesia. Son modos para un mismo fin: |
el Reino de Dios. Pero que
no pueden decidirse con ligereza. De la lealtad a la voz |
del Espíritu dependerá la
santidad y la felicidad, incluso en esta vida y, sobre todo, |
la del cielo. |
Un último momento es ese
que llamamos muerte. Para el creyente es arribar |
a Dios, alcanzar la orilla
de la eternidad: el gran nacimiento, para estar siempre |
con Dios y los santos,
participando de la actividad bienaventurada del puro amor. |
Allí resuena el «¡Siempre,
siempre, siempre...!» que ensimismara a una santa. Un |
siempre que no será, como
los momentos de la existencia temporal, un fugaz, |
indivisible espacio que se
esfuma y pierde, sino la posesión definitiva y gozosa de |
Dios. |
FORMACIÓN CRISTIANA EN EL
ORATORIO |
NIÑOS: Domingos, a las 11,
Misa en la capilla. |
Catecismo, a las 12,45 en
la iglesia. |
ADOLESCENTES: Viernes, a
las 6,30 de la tarde. |
JÓVENES: Sábados, a las 10
de la noche. |
ADULTOS: Domingos, a la
una del mediodía. |
4 (144) |
PARA SER SANTO |
SE recoge de entre los
consejos |
de san Felipe Neri que,
para |
la santidad, era
indispensable |
partir de un corazón
sinceramente |
humilde. Desconfiaba de
los recién |
convertidos, con afán de
convertir |
a otros, cuando ellos
mismos se de- |
bían consolidar en la
virtud. Tam- |
bién de los que adoptaban
actitu- |
des humildes, sin una
verdadera |
convicción interior. La
práctica de |
la virtud, cuando uno
mismo se |
autocontempla por su
efecto exter- |
no, genera la peor de las
soberbias, |
porque da lugar a
complacencias |
y a murmuraciones
totalmente des- |
tructivas por el escándalo
que pro- |
ducen en los más débiles.
En cierta |
ocasión, san Felipe alabó
el buen |
comportamiento de un
miembro |
que había entrado en la
Congre- |
gación, ya mayor, y que no
desde- |
ñaba cumplir los servicios
más |
humildes de la casa, con
toda na- |
turalidad, a pesar de que
era de |
familia noble. Y dijo a
propósito |
de aquel ejemplo: «Sabed
que las |
personas nobles, como lo
es és- |
ta, cuando se entregan a
servir a |
Dios se humillan más de
grado |
que otras que tienen menos
de que |
envanecerse». |
Como receta para una
perfecta |
humildad solía decir que
hacían |
falta estas cuatro cosas:
despreciar |
el mundo, no despreciar a
nadie, |
despreciarse a sí mismo y,
por úl- |
timo, no hacer caso de que
otros |
nos desprecien. |
Es evidente que hay que
comen- |
zar por prescindir de los
criterios |
mundanos. El mundo quiere
un |
cielo aquí en la tierra, y
deja en |
segundo lugar el verdadero
fin so- |
brenatural del hombre,
cuando se |
opone o entra en
contradicción |
con las apetencias de
riqueza, pres- |
tigio, placeres, etcétera,
en busca |
de los cuales dedica la
mayor par- |
te de sus afanes terrenos.
No |
opone directamente a Dios,
pero le |
dedica no más que las
sobras. |
No despreciar a nadie
exige hu- |
mildad porque no todo el
mundo, |
a primera vista, despierta
simpatía |
ni resulta agradable, bien
sea por |
la cortedad de nuestra
propia vi- |
sión y entendimiento como
porque |
realmente los demás tienen
defec- |
5 (145) |
tos y causan molestias que
es difí- |
cil soportar y disculpar.
Ello entra- |
ña la advertencia, por
añadidura, |
de examinarnos para
emprender |
la corrección de nuestros
propios |
defectos advertidos, con
objeto de |
no disgustar a nuestro
prójimo, co- |
mo nos gusta que él no nos
moles- |
te a nosotros. Es un modo
de prac- |
ticar la caridad no exigir
que los |
demás nos soporten, tanto
como |
nos esforzamos en soportar
a los |
demás, y apreciarles. |
Despreciarse uno a sí
mismo. Es |
difícil, porque el
instinto de defen- |
sa y nuestros impulsos
primarios |
hacen creernos mejores de
lo que |
realmente somos, sobre
todo si re- |
cibimos o hemos recibido
lisonjas |
o alabanzas, incluso bien
intencio- |
nadas, pero casi siempre
despro- |
porcionadas si provienen
más del |
sentimiento que de la
razón de |
quienes nos manifiestan su
sim- |
patía, o, de algún modo,
necesitan |
de nuestro afecto, como
los mis- |
mos padres, familiares y
amigos. |
El último punto puede ser
el |
más difícil de todos,
puesto que se |
trata de no despreciar a
nadie, pe- |
ro, a la vez, no
inmutarnos ni cam- |
biar de buenos propósitos,
a pesar |
de que no reconozcan, aun
contra |
la justicia, nuestra buena
razón. Es |
el caso del dolor que
causan las |
envidias, ingratitudes,
odios vanos, |
que tal vez espíritus
obcecados o |
resentidos pueden sentir
hacia nos- |
otros, precisamente porque
quisie- |
ran destruir el bien que
no pueden |
negar. No podemos
comportarnos |
de modo que estemos
pendientes |
del aplauso exterior, lo
mismo que |
de las censuras gratuitas,
sino que |
hay que mantenerse
desprendidos |
de los criterios humanos,
y perse- |
verar apoyados en los
motivos so- |
brenaturales. |
Después de todo esto,
queda |
limpio el cimiento para
edificar |
la santidad, según la
entendía san |
Felipe Neri. |
LAUDES Y VÍSPERAS |
en el Oratorio |
Todos los días laborables,
LAUDES, a las |
7,45 de la mañana,
precediendo a la |
Eucaristía. |
Los domingos y días
festivos, canto de |
VÍSPERAS, a las 5,30 de la
tarde, en la |
capilla. |
6 (146) |
Cristo satisface |
nuestros deseos más
profundos |
CONSEGUIR una relación
viva |
con Cristo representa algo |
más que lo que solemos en- |
tender por
"creer" en él; o, en cual- |
quier caso, para tener una
fe plena |
en él hará falta que
nuestra rela- |
ción se haga personal,
hasta des- |
cubrir que en lo profundo
de nos- |
otros mismos se fraguan
deseos y |
aspiraciones que
encuentran en |
Cristo su auténtica
realización. El |
P. Klemens Tilmann, del
Oratorio |
de Múnich, preocupado
siempre |
por temas de pedagogía y
de ora- |
ción, especialmente en el
ámbito |
de la juventud, ha
propuesto un |
modo sencillo para llegar
a esa |
convicción, en uno de sus
libros |
(Übungsbuch zur
Meditation), por |
medio de un ejercicio
dividido en |
tres momentos. Ofrece una
lista de |
deseos y lugares del Nuevo
Testa- |
mento, como materia de
medita- |
ción, y recomienda que
ésta co- |
mience con una toma de
concien- |
cia por la cada uno
descubra |
que, dentro de sí mismo,
alberga ta- |
les deseos, de modo
abierto y vela- |
do. En un segundo momento,
debe |
reflexionarse comprobando
cómo |
Cristo responde a tales
deseos y, fi- |
nalmente, se convierte en
oración |
dejando que, del modo como
las |
raíces se hunden en la
tierra, en- |
tren en la contemplación
del alma. |
La lista de tales deseos y
sus corres- |
pondencias bíblicas las
distribuye |
del modo siguiente: |
I. Deseos que viven en
nosotros: |
El deseo de ser
comprendido (Mc 12, 43), |
de ser reconocido (Jn 1,
47; 4, 17-18; Ap 2, 19), |
de aprender a vivir
auténticamente (Mt 22, 16), |
de tener un objetivo por
el que merezca la pena vivir (Flp 3, 12-14), |
de conocer el propio
camino (Jn 14, 6), |
de poseer algo seguro y
que no se pierda (Mt 6, 195), |
de ser amado de un modo
desinteresado (Ga 2, 20), |
de amar sin necesidad de
perderse (Jn 21, 15-17), |
de ser protegido y
defendido (Mt 23, 37), |
de estar seguro (Jn 10,
29), |
de ser invencible (Jn 5,
4; 16, 33; Hch 5, 41-42). |
7 (147) |
II. El deseo de tener un
amigo en quien poder confiar (Jn 5, 15), |
que esté siempre dispuesto
a escucharme (Mt 11, 28), |
que me comprenda siempre
(Lc 7, 44-47), |
que quiera lo mejor para
mí (Rm 8, 28), |
que me diga mis defectos
(Mt 5, 7), |
que me proporcione alegría
(Jn 17, 13), |
que me sirva de apoyo (Rm
8, 38-39), |
que jamás me engañe (Hb
10, 23), |
que busque mi amistad (Ap
3, 8), |
que se alegre de mi amor
(Ap 3, 20). |
III. El deseo de tener un
maestro a quien poder mirar (Jn 6, 68), |
que no pase por alto el
corregirme (Ap 2, 4), |
que me interpele con sus
exigencias (Lc 9, 57-62), |
que no me deje ser bueno a
medias (Ap 3, 15-16), |
que me ayude a superar mis
errores (Flp 4, 13; 2 Co 12,9), |
que me garantice la
plenitud de la vida (Jn 8, 12), |
que me libere del
resentimiento y del hastío (1 Co 13, 5-7), |
que me libre de la
angustia de la vida (Jn 10, 16), |
que dé sentido a mi vida
(Jn 17, 3), |
que me enseñe a comprender
el mundo (Mt 6, 26; 13, 24-30), |
que me ofrezca un proyecto
de vida (Ef 1, 18-23), |
que me ayude a realizar
mis capacidades (1 Tm 1, 15), |
que sepa sacar lo mejor de
mí (Mt 5, 48; Flp 1, 6), |
que me ayude a ser fiel (1
Tm 1, 12), |
que me libre de las
preocupaciones (Mt 6, 25-34), |
que transforme para mí lo
desagradable en hermoso (Hch 5, 41), |
que me haga interiormente
puro (Ef 3, 8-9), |
que me haga fuerte (Rm 8,
37; Flp 4, 13), |
que haga de mí un ser
amado (Hch 2, 47), |
que me haga crecer más
allá de mí mismo (Rm 8, 14-29). |
IV. El deseo de alguien
mayor que yo y del que pueda depender |
(Mt 10, 37), |
a quien yo pueda admirar
(Lc 11, 27), |
que tenga ascendiente
sobre mí (Jn 1, 9; 12, 32), |
que me llame a un gran
quehacer (Mt 11, 12; Lc 11, 23), |
que tenga fuerza (Mt 28,
18), |
que sea capaz de cambiar
el inundo (Ap 21, 5), |
8 (148) |
que tenga muchos
seguidores (Ap 5,9), |
que posea un proyecto de
alcance mundial (Lc 1,33; Ef 1, 10; |
1 Co 15, 28), |
que traiga la paz a los
hombres (Jn 4, 27; Hch 2, 42-47; 4, 32), |
que me sitúe en el lugar
exacto (Ef 4, 11-13), |
que me realice (Jn 11,
25), |
que me haga feliz (Ap
19,9). |
Ni esta lista de deseos es
inagotable, ni los lugares del Nuevo Testa- |
mento a que corresponden. |
La esperanza del cielo. |
EL que tomó la iniciativa
de amarte y atraerte a su amor con benefi- |
cios y gracias no se
detendrá, sino que continuará hasta completar |
su obra. Incluso las
simples causas naturales no se detienen, a mi- |
tad de camino, hasta
alcanzar la perfección de aquello a lo que se diri- |
gen. La bondad las
impulsa; y es que el bien es difusor de sí mismo. |
Pero si eso hacen las
criaturas, ¿qué no hará el Creador? Porque él |
es amor, es bondad
infinita. ¿Podría no llevar a conclusión su obra? Da |
oídas al Señor Jesús, que
dice: Mi voluntad «es cumplir la voluntad de |
quien me ha enviado y
llevar a término su obra» (Jn 4, 34). El que co- |
menzó, pues, a amarte y a
atraerte con sus beneficios y gracias, a lim- |
piarte de pecados, sin
duda que completará su obra. Todo lo cual cons- |
tituye una preparación
para la vida eterna. |
No tomes eso por ilusiones
o imaginaciones tuyas, sino por inspira- |
ciones divinas. ¡Pero
aunque fuesen imaginaciones! ¿Por ventura no se- |
rían buenas? ¿No
provendrían de la virtud de la fe? Siendo, pues, así, |
que todo bien proviene de
Dios, es cierto que todas estas imaginaciones |
son iluminaciones divinas.
¡Alégrate, pues, con estas palabras! |
Con estas palabras se
sintió confortado mi corazón. Y con lágrimas |
en los ojos caí a los pies
del Señor exclamando: «¡Señor, aunque me ame- |
nazaran los ejércitos, mi
corazón no tendría miedo!». |
Jerónimo Savonarola, |
(Com. al Salmo «In te
speravin») |
9 (149) |
IGLESIA SANTA |
HACEMOS bien siguiendo el
criterio de la Iglesia, |
cuando llama santos a
aquellos cristianos que nos |
han precedido dejándonos
el ejemplo de sus virtu- |
des. Ella nos garantiza
que éstas merecen la biena- |
venturanza junto a Dios y
que, si las imitamos en orden a |
reproducir a Cristo en
nuestras vidas, también nosotros me- |
receremos el cielo. |
Pero la Iglesia es santa,
todavía antes que por esta razón, |
porque tiene esencialmente
su origen en Jesucristo, el Santo |
por excelencia, y porque
éste le ha dejado los medios de la |
santidad, la Palabra, los
Sacramentos. En ella, el resto es efec- |
to de esta santidad
esencial y de su vertiente activa. El lla- |
mado sacerdocio de los
fieles brota de la consagración bau- |
tismal y se nutre de esta
santidad, que el Espíritu distribuye, |
ordinariamente por la vía
sacramental y extraordinariamen- |
te por sus dones y
gracias. Los procesos de canonización |
no pueden medir en cada
cristiano, y menos en todos los |
que forman la Iglesia, los
grados de santidad; sólo juzgan de |
la oportunidad de proponer
a algunos justos para modelo de |
imitación de Cristo. La
riqueza de la santidad pasiva —es de- |
10 (160) |
cir, de sus hijos—, de la
Iglesia no cabe en ningún calendario |
o lista de santos. Es
perfectamente posible y muy probable |
que en la asamblea
celestial de los bienaventurados poda- |
mos felicitarnos de la
compañía de innumerables justos que |
están junto a Dios y que
en la tierra fueron menos conocidos, |
porque no tuvieron quienes
se interesaran en destacar sus |
virtudes o méritos, y en
darlos a conocer, para prestigio del |
pueblo o nación a que
pertenecían, o a la institución que |
con el honor de un santo
propio sería más honrada. Así se |
comprende que, en ciertas
épocas, la oportunidad de procla- |
mar santos a algunos
cristianos se venciera más bien por los |
reyes o personajes
encumbrados socialmente, y, sobre todo, |
por la gran desproporción
entre unas naciones y otras o uno |
u otro continente. Por
ejemplo: junto a varios reyes, obispos, |
papas, fundadores santos,
hay un solo párroco santo, el cura |
de Ars, san Juan María
Vianney, canonizado en 1929, hace só- |
lo sesenta años. Seguro
que en el cielo encontraremos a más |
párrocos santos. |
En un libro se puede leer:
«Los hombres por quienes di- |
jo Jesús las
bienaventuranzas no salen en los periódicos. La |
11 (51) |
Iglesia es una Iglesia de
pequeños y de pobres y, por ende, |
de santos». Por esta
razón, en los primeros tiempos de la Igle- |
sia, la santidad se
reconocía, casi exclusivamente, en los cris- |
tianos mártires por la fe
o perseguidos a causa de ella. Por |
eso, también la Iglesia
actual nos in vita incesantemente a |
volver los ojos hacia las
primeras generaciones cristianas, |
para hacer más evangélica
nuestra vida, como lo fue la de |
los primeros discípulos
del Señor, y así purificarnos de va- |
nidades a costa de la
misma profesión de fe, y de sueños |
triunfalistas que
reducirían la misión de la Iglesia a otra ver- |
sión de la arrogancia
farisaica y monopolizadora, parecida a |
la que, con pretexto de
ser más fiel a Dios, rechazó a Cristo, |
su enviado. |
La celebración de la
festividad de Todos los Santos, al fi- |
nal del ciclo anual de la
Liturgia, no es solamente una visión |
del cielo, a través de la
fe, sino que nos recuerda que los |
santos conocidos son,
además, como representantes del ma- |
yor número de los que no
conocemos, pero que igualmente |
glorifican a Dios en su
gloria. |
Los Santos son el ejemplo
feliz y completo de la |
nueva creación, que
Nuestro Señor ha hecho de- |
sarrollar en el mundo
moral, así como «los cie- |
los proclaman la gloria
del Señor», su Creador. |
De este modo, los Santos
son la propia y ver- |
dadera evidencia del Dios
del Cristianismo, y |
proclaman en toda la
tierra el poder y la gra- |
cia de Aquel que los ha
hecho. |
John H. Newman, C. O., |
L. D., XII, 399 |
12 (152) |
NEWMAN: |
SOBRIA |
HUMILDE SOMBRA |
DE LITTLEMORE |
Littlemore, |
feligresía |
aneja |
LA PARROQUIA de Santa
María de Ox- |
ford, además de ser la
iglesia universita- |
ria, se extendía a un
lugar anejo, llama- |
do Littlemore, que distaba
poco menos |
de cinco kilómetros, al
sudeste de la ciu- |
dad. Allí, unas cuantas
casas rústicas, |
ordenadas en hilera,
formaban una única calle, en |
un segmento de la
carretera que conducía a Sand- |
ford; unas pocas más se
esparcían entre el verdor |
de los campos,
irregularmente recortados por sen- |
deros fangosos. En
conjunto, paisaje y personas |
resultaban harto
diferentes de lo que constituía el |
ambiente oxoniano. A pesar
de ello, inmediatamen- |
te después de haberse
hecho cargo de la parroquia |
de la Universidad (1828),
Newman se interesó por |
aquella porción de su
feligresía compuesta por |
apenas doscientas personas
prácticamente des- |
asistidas hasta que él las
toma a su cargo. |
Construcción |
de la Iglesia |
Comenzó por organizar el
catecismo y la visita |
sistemática de los
enfermos, y no tardó en empren- |
der la construcción de una
pequeña iglesia y una |
escuela. Su madre, ya
viuda, y sus hermanas, veni- |
das a vivir cerca de
Oxford, pudieron ayudarle en |
esa tarea. La iglesia,
todavía en pie, contiene el |
13 (153) |
sepulcro de la madre de
Newman, muerta en 1836: |
fue un destino merecido,
porque ella había contri- |
buido a la edificación con
una cantidad importante |
de dinero, que permitió
empezar las obras, reser- |
vándosele el honor de
colocar la primera piedra (1). |
Después, Newman recogió el
dinero que faltaba |
con limosnas de sus amigos
universitarios de otros |
bienhechores. El obispo de
Oxford, que siempre |
trató a Newman con
especial consideración, fue a |
consagrarla en el año
1836. Resultaba simpático |
presenciar la dignidad, y
a la vez la sencillez, de |
aquella ceremonia, en la
cual los clérigos y pro- |
hombres universitarios
compartían un mismo gozo |
con los rústicos
campesinos que nunca habían par- |
ticipado en una fiesta,
para ellos, de tanta solemni- |
dad. |
Con el fin de proporcionar
una mejor atención |
pastoral a aquella
vecindad, Newman pensaba que |
era preciso constituirla
en parroquia, segregándola |
de la de Santa María (2).
En realidad, la clase de |
fieles que frecuentaba
Santa María era menos apta |
para el ejercicio de un
apostolado tal como era |
costumbre organizar en las
parroquias. Newman, |
al principio, sintió la
soledad y fue mirado con ex- |
trañeza cuando se propuso
restablecer ciertos cultos |
tradicionales, raramente
mantenidos en otras par- |
tes, donde las iglesias
permanecían cerradas y sin |
(1) July, Tuesday, 21st. A
gratifying day. I laid the first stone of the church at Litt- |
lemore. The whole village
there. The Hackers, Thomsons, Keble, Eden, Copelend, |
J. H. a nice address.
Prayers, Creed, and Old Hundreth Psalms, del diario de Mrs. |
Newman, cit. en L.D., Yol.
V, p. 106. En la conclusión del discurso al cual se refie- |
re la madre de Newman,
éste decía: «Todo cuanto es nuevo es como la hierba... |
―Every thing is new
like grass, withering ere it is grown up; but the Word, and |
the Church, came of old
from the everlasting God, and abide for ever». (ibíd.). Una |
visión de esperanza que
resurgirá en él otras veces, especialmente en sus poesías. |
(2) «My plan is this -
ultimately to make Littlemore and St Mary's practically separa- |
te parishes, and at
present to provide a person who... Would take Littlemore en- |
tirely or almost entirely
to himself, en una carta a Robert Isaac Wilberforee, y lo |
mismo a Richard Hurrell
Froude, L. D., vol. II, pp. 162-163. |
14 (164) |
culto ni predicación la
mayor parte de los días. La |
notabilidad le fue
viniendo a medida que a la |
gente sencilla
—principalmente tenderos, criadas o |
trabajadores con horas
libres― se unieron compa- |
ñeros y discípulos de la
Universidad, incluso críti- |
cos y curiosos, a la vista
de un celo que resultaba |
inusual. |
El culto |
y sermones |
en Santa María |
Sus sermones semanales
llegaron a crear |
una verdadera expectación.
Incluso los colegios |
modificaron el horario de
los comedores para faci- |
litar la asistencia a
aquella predicación. Pero el |
propio Newman consideraba
todo aquello como |
circunstancial, «del
Movimiento», y no una activi- |
dad estrictamente
parroquial. Desde su punto de |
vista eran mejores
parroquianos los feligreses de |
Littlemore que el público
que llenaba el templo de |
Santa María. |
Newman amaba Littlemore.
Hacía de aquel lu- |
gar la meta frecuente de
sus largas caminatas, y |
el camino andado en
soledad le servía para pensar |
en sus sermones, para
meditar sus escritos en pro- |
yecto, en los tracts a
redactar, mientras profundi- |
zaba en las reflexiones
que, entre temores y espe- |
ranzas, la plegaria
llenaba de transparencias. Era |
en esta oración donde, día
tras día, se acrisolaba y |
crecía en exigencia y
pureza su amor por la «ver- |
dadera» Iglesia de Cristo.
Llegó a un punto en el |
que le pareció que ya no
le quedaba nada por de- |
cir, y que se acercaba, en
todo caso, la hora de sa- |
car las consecuencias,
tanto él como los que le oye- |
ran, que la recta
conciencia exigiera. No era que |
se sintiera cansado, pero
sí que estaba convencido |
de que, como anglicano,
había hecho de su parte |
todo lo posible para
acercarse y acercar a otros a |
la noción original de la
Iglesia, a la par que aus- |
cultaba los latidos de
esta misma Iglesia contem- |
plándola en su historia.
No le quedaba ya nada por |
decir; quedaba solamente,
toda vía, la necesidad de |
rogar por sí mismo y de
exhortar a que hicieran lo |
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propio los demás. Fue así
como comenzó a conside- |
rar la posibilidad de
retirarse a Littlemore. |
El retiro |
en Littlemore |
Por otra parte, durante el
verano de 1839, co- |
menzó a sentirse
desautorizado para aconsejar y |
hacer de guía a seguidores
y simpatizantes. Nece- |
sita el silencio para él
mismo. Si los amigos insis- |
tían en que no debía
renunciar a Santa María, bus- |
caría a alguien que por lo
menos le substituyera |
temporalmente y, mientras,
él se instalaría en Litt- |
lemore, en donde, desde
hacía algún tiempo, ya |
había tomado la costumbre
de permanecer algún |
pequeño lapso de tiempo,
cada vez menos espacia- |
do; por otro lado, ello
redundaría en beneficio de |
aquella feligresía. Se
repetían las acusaciones de |
«romanista» con
insistencia, a pesar de que él se |
esforzaba, todavía,
frenando los impulsos de algu- |
nos que, según su
criterio, se precipitaban al apro- |
ximarse al catolicismo. De
nada le valió publicar |
en el British Critic, en
enero de 1840, un largo |
artículo en el que
abundaban las críticas a la Igle- |
sia de Roma (3). El
desencadenante de la decisión |
final fue la publicación
del Tract 90, en enero de |
1841, que despertó las
mayores controversias y, fi- |
nalmente, la condenación,
por parte de los miem- |
bros de la jerarquía
anglicana, uno tras otro. No |
supieron ver que, en
realidad, aquel escrito repre- |
sentaba el último y máximo
esfuerzo de Newman |
para contener las
simpatías de los que miraban ha- |
cia Roma. En realidad,
como él mismo haría notar, |
«no se produjeron
conversiones hasta después de |
la condenación del Tract
90» (4). |
Sobriedad, |
plegaria, |
estudio |
En una carta a su hermana,
de febrero de 1812 |
(5), le recuerda que su
determinación no es otra |
(3) Cf APOLOGIA (M. J.
Svaglie, ed.), p. 119. |
(4) APO., p. 131. |
(5) LETTERS OF JOHN HENRY
NEWMAN (D. Stanford, ed.). p. 88. |
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cosa que el resultado de
unos pensamientos que lo |
acompañaban desde hacía
mucho tiempo, tal como |
veía reflejados en unos
versos de Horacio: «Ya has |
jugado bastante, y comido,
y bebido, y es hora de |
que te retires, no sea
que, bebiendo demasiado, ha- |
burla de ti y te echen
fuera los jóvenes, a quie- |
nes sientan mejor las
locuras» (6). Con elegancia |
clásica, pide prestados
los versos de Horacio, y así |
se ahorra de decir más
cosas. Podía haber copiado |
más arriba, en la epístola
del poeta, porque tam- |
bién en aquellos versos se
refleja la sabiduría que |
exhorta a evitar el
ejemplo del hombre imprudente |
o avaro, y seguir el del
sereno, sencillo y sobrio |
—como tal vez Newman
recordaba en una poesía |
escrita años antes, con
ocasión de su viaje por el |
Mediterráneo— (7). También
recordaría al clásico |
cuando éste propugna el
desasimiento, frente a las |
ambiciones humanas: «Lejos
de mi casa la miseria |
humana: poco me importa
que la barca que me lle- |
ve sea chica o grande, con
tal que me lleve; por- |
que a la postre el
pasajero es el mismo. Si el aqui- |
lón propicio no hincha las
velas, tampoco tendré |
que pasar la vida luchando
contra la violencia del |
furioso austro. En
fuerzas, en ingenio, en figura, en |
valor, en linaje, en
bienes, soy el último de los pri- |
meros y el primero de los
últimos». |
Es la sobriedad de la
virtud, la «fuerza del si- |
lencio» (8), de la
plegaria y del estudio. Sin perder |
la paz interior, no había
descuidado prepararse un |
refugio a la sombra de
aquel modesto lugar, que |
se le antojaba pacífico
como Belén, en contraste |
(6) «Lusisti satis, edisti
satis atque bibisti; / tempus abire tibi est, ne potum largius |
aequo / rideat et pulset
lasciva decentius aetas». Hor. EP. II, vv. 214-216 y, los ci- |
tados a continuación, vv.
199-204. |
(7) VERSES ON VARIOUS
OCCASIONS (1868), p. 98, que reproducimos en la traduc- |
ción de la p. 2 de este
mismo número de LAUS. |
(8) CF IS 30, 15. |
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con la Jerusalén poderosa
y sabia, próxima y dis- |
tante a la vez,
representada por Oxford y la Uni- |
versidad. |
La única |
riqueza |
Había comprado en
Littlemore un terreno y |
unos establos abandonados.
Por lo menos hacía |
falta proceder a una gran
limpieza, que se empren- |
dió, hasta obtener un
espacio habitable, en medio |
de una gran sencillez. Y
allí fue llevando Newman |
sus libros —su única
riqueza―, convirtiendo aquel |
rincón en un oasis de paz,
desde donde emprende- |
ría luego mayores batallas
para su propio espíritu, |
abnegadamente,
austeramente, hasta alcanzar la |
luz. Difícilmente podían
comprenderle los que, mi- |
rando siempre hacia fuera
de sí mismos, andaban |
preocupados por alcanzar
el triunfo dialéctico. |
Newman, en cambio, miraba
hacia dentro, ahon- |
dando en la propia
conciencia, dolorosamente, |
mientras esperaba el gran
amanecer en el cielo de |
su propio espíritu. |
El hombre, en su
profundidad más honda, de lo que |
tiene una conciencia más
clara es del hecho de que |
todo su saber —lo que él
llama así en su vida coti- |
diana— no es más que una
pequeña isla perdida |
en el océano infinito de
lo que queda por explorar: |
una isla flotante, que nos
es quizá más familiar que |
aquel océano, pero que en
definitiva sabemos que |
está sustentada por él y
que sólo así nos sustenta. |
Por tanto, la pregunta
existencial que se presenta |
al que conoce os si puede
preferir la pequeña isla |
de lo que él llama saber
al mar del Misterio infinito. |
Karl Rahner, S. I. |
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Normas para orar |
con sencillez |
1. Tómate cada día dos
minutos para permanecer solo y en paz. |
Relaja tu cuerpo, tu
cabeza y tu corazón. |
2. Habla a Dios con
sencillez y naturalidad, y cuéntale lo que te |
preocupa. No hace falta
que uses fórmulas extrañas. Háblale |
con tus propias palabras.
Él te entiende perfectamente. |
3. Entra en diálogo con
Dios cuando te encuentres en tu trabajo |
diario. Cierra los ojos,
aunque sea sólo por unos segundos, |
dondequiera que estés: en
medio de tus negocios, en el |
autobús, en la mesa de
trabajo. |
4. Convéncete de esta
verdad: Dios está contigo y quiere |
ayudarte. No es que tú has
de perseguirle para alcanzar que |
te bendiga: es totalmente
a la inversa, porque es el que |
quiere bendecirte. |
5. Ruega con la seguridad
de que tu plegaria se convierte |
inmediatamente en eficaz,
más allá de tierras y mares, y |
protege a tus seres
queridos dondequiera que se encuentren, |
y hace que llegue a ellos
el amor de Dios. |
6. Cuando hagas oración,
has de tener ideas positivas, no |
negativas. |
7. Apenas te dispongas a
rogar, reafirma siempre la actitud de |
estar dispuesto a aceptar,
sea la que sea, la voluntad de Dios. |
8. Cuando ruegues, déjalo
todo en manos de Dios. Pídele |
fuerzas para hacer todo lo
que esté de tu mano; que el resto |
queda en las suyas, que
son las mejores. |
9. Pronuncia una buena
palabra de intercesión en favor de |
aquellos que no te quieren
o que no te han tratado bien. Con |
ello obtendrás un vigor y
una fortaleza extraordinarios. |
10. Cada día deberías
hacer una oración por tu país y por paz. |
TH. BOBET, |
(neurólogo de Zürich) |
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Cielo. |
La figura de este mundo, |
afeado por el pecado,
pasa; |
pero Dios nos enseña que
nos prepara una nueva morada |
y una nueva tierra donde
habita la justicia, |
y cuya bienaventuranza |
es capaz de saciar y
rebasar |
todos los anhelos de paz |
que surgen en el corazón
humano. |
Entonces, vencida la
muerte, |
los hijos de Dios
resucitarán en Cristo, |
y lo que fue sembrado bajo
el signo de la debilidad |
y de la corrupción |
se revestirá de
incorruptibilidad, |
y, permaneciendo la
caridad y sus obras, |
se verán libres de la
servidumbre de la vanidad |
todas las criaturas |
que Dios creó pensando en
el hombre. |
Vaticano II, IM 39 |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02080 Albacete D. L. - AB 103/62 - 5.11.89 |
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