Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 263. ENERO. Año 1990 |
SUMARIO |
PEDIMOS el tiempo, como
medimos todo lo que |
no es infinito,
principalmente si nos resulta |
escaso. Decimos que
comenzamos y que aca- |
bamos el año, un año...
Cuando es tan difícil |
medir y atar el pasado, y
aventurar la esperanza |
del futuro, más allá del
esbozo de lo simplemente |
convencional. Pero los
cristianos tenemos la fe, ese |
punto que roza y se apoya
en lo infinito de Dios, y, |
por ello, superamos las
categorías temporales. El |
tiempo es nuestro camino
hacia Dios, y hay que an- |
darlo con sobriedad,
justicia y santidad, sin conta- |
minarnos ni ser cómplices
de los pecados e idola- |
trías del mundo. |
ORACIÓN A JESUCRISTO
SALVADOR |
SIGNOS |
ACEPTAR EL TIEMPO |
DERRIBAR EL MURO |
1990: AÑO DE NEWMAN |
NEWMAN. EL PELIGRO DE LA
RIQUEZA |
1 |
Tiempo de oración: |
ORACIÓN A JESUCRISTO
SALVADOR |
Señor Jesucristo, |
a ti, que eres, a la vez,
Dios salvador de los hombres |
y Hombre todopoderoso ante
Dios, |
te invocamos, |
te alabamos |
y acudimos rogando: |
que estés junto a nosotros
con tu indulgencia |
tu compasión |
y tu perdón; |
que siembres en nuestros
corazones |
deseos |
que tú puedas colmar, |
que pongas en nuestros
labios |
oraciones que puedas
complacer |
y que nuestras obras y
nuestros actos |
merezcan ser bendecidos
por ti. |
No te pedimos, Señor, |
que tu antiguo nacimiento
según la carne |
se reproduzca ahora para
nosotros; |
pero sí te rogamos que nos
hagas nacer a tu Divinidad. |
Lo que tu gracia única |
ha realizado corporalmente
en María |
realízalo ahora, en el
Espíritu, |
dentro de tu Iglesia: |
que su fe inquebrantable
te conciba, |
que su inteligencia sin
mancha te dé a luz, |
que su alma, cubierta por
la virtud del Todopoderoso, |
te guarde por siempre
jamás. |
De la liturgia mozárabe |
2 |
Signos |
SIGNOS, reconocer los
signos desde la fe. El iconoclasta no deja espacio, en su |
alma, para un acto de fe.
Será un filósofo, tal vez, o un esteta, o un fanático, |
pero no un creyente. El
hombre, cuando ha de ascender por los caminos espi- |
rituales, no puede hacerlo
sin partir del plano de los signos, que, desde lo visi- |
ble, lo elevan a lo que es
invisible. Por eso Dios se hizo "signo" en Jesucristo, para |
que quien viera a Cristo y
creyera en él viera también al Padre. |
El signo no se presenta
como evidencia de lo significado, sino que propicia y |
postula el ejercicio de la
fe. La fe no es el resultado de una ecuación de evidencias, |
sino que se construye
desde la limpieza del corazón. Solamente en el corazón limpio |
pueden reflejarse, como en
un espejo espiritual, y sin deformaciones, las verdades |
divinas. |
Dios no se manifiesta u
sus criaturas intelectuales a modo de alfilerazo que se |
clava en sus mentes, sino
que deja descubrir que huellas alrededor de todo lo que nos |
envuelve ya lo largo de
todo cuanto sucede. No mediante automatismos y milagre- |
rías, sino a través de
signos que tienen lugar en el tiempo, en la vida de cada uno |
de nosotros, lo mismo que
en el acontecer colectivo de la humanidad. Eso que llama- |
mos historia y que entre
todos protagoniza unos, mientras subyace dentro la acción |
de la providencia, tal
como recordaba san Agustín, y cuyo sentido sólo puede reco- |
nocer la visión de la fe.
La fe no es la visión de Dios, sino del camino que conduce a |
Dios; visión de peregrino,
dialéctica si se quiere, pero no vacilante. |
Existen dos posiciones
extremistas, opuestas entre sí, pero igualmente erróneas: |
le de aquellos que
borrarían todo signo, creyendo que de este modo salvarían la pu- |
reza conceptual, pero que
no se dan cuenta que ello les llevaría a la desnudez de un |
angelismo desencarnado, y
a una verdad imposible; y la de los sensuales y avaros, |
que se pegarían a las
satisfacciones y consuelos de la sensibilidad o a las seguridades |
de las riquezas,
convirtiéndolo todo en su dios falso. Ambas posiciones son incompati- |
bles con la fe cristiana. |
3 |
El signo hace siempre
referencia a una realidad que le supera, pero que ya se- |
ñala ya la que aproxima, y
por eso e necesario y debe ser venerado. La santa hu- |
manidad de Cristo envuelve
y señala su divinidad de Hijo de Dios; los sacramentos |
pon signos de la gracia
que causan eficazmente; la Iglesia en signo del Reino de los |
cielos: el mundo lleva
impresa la huella de Dios creador; el hombre, la semejanza |
divina en su inteligencia
y su libertad... «Todo es gracia», exclamaba san Pablo. |
Newman diría que todo es
signos. Solamente los superficiales desprecian las señali- |
zaciones que, sobre lo
natural, indican el orden superior de la gracia; las que, desde |
lo temporal, apuntan a lo
eterno; las que, desde lo humano, se proyectan a lo divino. |
En el orden creado es
cierto que ni hay males absolutos ni bienes definitivos, pero sí |
datos suficientes para que
podamos avanzar «desde las sombras y las imágenes hacia |
la verdad» que desemboca
en Dios mismo, frente al cual desaparecerá todo signo, pa- |
ra dar paso a la única
realidad de Dios todo en todas las cosas. Mientras esperamos |
esta hora, hemos de
ejercitarnos en la fe, mirando al mundo, con atención sobrena- |
tural y disposición de fe,
parecido a cómo debemos asistir al culto que ya tributamos |
a Dios, y que sería
imposible si excluyéramos la riqueza simbólica que lo caracteriza |
y los signos en que se
apoya. |
SIGNO Y CONTRASIGNO |
EN LA IGLESIA. |
No tengo inconveniente en
aceptar la |
existencia de mal en la
Iglesia visible. ++ |
Para mí el gran problema
no es cuánto |
mal queda en la Iglesia,
sino cuánto bien |
le ha dado fuerza y ha
sido en ella |
ejercitado de una manera
práctica, de tal |
modo que ha dejado su
marca para toda la |
posteridad. Es tarea
suficiente para la |
Iglesia si positivamente
se emplea en |
hacer el bien, aun cuando
no pueda |
destruir el mal, sino
solamente a base de |
suplantarlo con el bien. |
John Henry Newman, C. O., |
L. D. XXVII, 261 |
4 |
Aceptar |
el tiempo |
LA TEMPORALIDAD es una |
categoría que le viene im- |
puesta al hombre, como un |
don que sigue a la vida y
la con- |
vierte en viable. El ser
creado se |
mueve en el tiempo. Es su
medio, |
y el más importante de los
regalos |
de Dios, después de darnos
la vida. |
Cantidad y espacio
necesitan del |
tiempo para sostener la
fluidez de |
la vida; pero también le
comuni- |
can fugacidad, por la que
adivina- |
mos que la condición de la
tempo- |
ralidad da a nuestro ser
el carácter |
de contingente, porque se
nos ha- |
ce evidente que nuestra
existencia, |
siempre en precario, puede
inte- |
rrumpirse. |
Se dice del tiempo que
hace sa- |
bios a los humanos. La
sabiduría |
que él crea nos enseña,
ante todo, |
a no malgastar un don que
no es |
infinito, lo cual nos lo
convierte |
en más precioso, como
tesoro que |
no puede desperdiciarse y
cuya |
malversación parcial o
total es |
irreparable. El tiempo
pasado no |
vuelve jamás. Podemos
decir, en |
verdad, que él es nuestra
riqueza |
lo mismo que nuestra
pobreza. |
Sin embargo, Dios, que
está por |
encima del tiempo porque
es eter- |
no, ha aceptado entrar en
él. ¿Por |
qué lo ha hecho? Juan
Pablo II ha |
dicho «que Dios, al nacer
en Belén, |
ha aceptado entrar en el
tiempo y |
penetrar de este modo en
la histo- |
ria, para ser principio de
un tiem- |
po nuevo» (1.1.1979).
Nosotros, aun |
desde nuestra pequeñez,
podemos |
vislumbrar la enormidad de
tal |
proyecto, en especial en
razón de |
la época que nos ha
correspon- |
dido vivir, caracterizada
por la |
amplitud de los cambios
que en el |
mundo se operan, a los que
asisti- |
mos reconociendo la mano
de la |
providencia, que, sin
suprimir la |
libertad de los hombres,
señala |
nuevos destinos a la
humanidad, |
mientras se derrumban unos
ma- |
terialismos en beneficio
de otros |
5 |
que exaltan al dinero como
dios |
único de los hombres, cuya
meta |
parece ser la de abrirse
paso en |
el mundo a base de
conseguir las |
máximas ganancias con el
mínimo |
esfuerzo propio, gastar de
acuerdo |
con los caprichos y
consumir arro- |
jando las sobras de lo
nuevo, ape- |
nas acabado de estrenar,
sin que |
se dé importancia a la
miseria aje- |
na, a costa de la cual
persiste la cí- |
nica injusticia del
despilfarro. Los |
ideales, si por casualidad
se pro- |
claman, son referencias
abstractas |
y decoración cultural; las
religio- |
nes se admiten solamente
en la |
parte útil y domesticada,
discreta |
y más o menos
recompensada, pa- |
ra que no estorbe la
construcción |
del siempre añorado
paraíso terre- |
nal y amurallado, sin
darle aper- |
tura a la eternidad como
destino |
último del hombre. Toda
referen- |
cia a este fin se
interpreta como |
anuncio de desgracias. No
espera- |
mos un cielo nuevo y una
tierra |
nueva, sino que
condicionamos la |
aceptación de Dios, en la
medida |
en que complazca nuestras
peticio- |
nes para esta tierra. |
El comunismo real, ahora
en cri- |
sis, intentó recoger esta
aspiración |
de felicidad terrena, con
el propó- |
sito utópico de extenderla
al má- |
ximo número de hombres,
hasta |
invadir el mundo entero.
Quiso |
hacerlo con la fuerza
porque no |
creía en la gracia; pero
ha fraca- |
sado en su intento de
establecer |
una forma igualitaria de
herman- |
dad universal, aunque no
andara |
descarriado del todo al
partir de |
los más pobres, como en el
Evan- |
gelio. Sin confesarlo, de
él tomó, |
usurpándola, esta idea de
herman- |
dad universal, y acusó a
los cris- |
tianos de haberla
escondido o trai- |
cionado. Su juicio era
precipitado |
y, por ello mismo,
injusto. También |
olvidó que no era posible
herma- |
nar a los hombres y negar
al Pa- |
dre de todos ellos, Dios.
Y por esto |
fracasó. Nos dejó, sin
embargo, es- |
ta lección o advertencia:
el ensayo |
del marxismo no habría
sido po- |
sible si los cristianos
hubiésemos |
puesto más diligentemente
la lógi- |
ca de la fe en nuestro
tiempo y en |
nuestra historia. Nuestra
vida, en |
el tiempo, ha de
organizarse con |
vistas a la eternidad. En
cambio, |
hemos perdido muchas
ocasiones. |
Nos hemos complacido
recordando |
el pasado, poniendo los
ojos en un |
Cristo aséptico y lejano,
«que pagó |
por todos», y hemos
exaltado el |
heroísmo de los santos,
gastando |
más energías en proclamar
sus mé- |
ritos que en imitar sus
virtudes. |
Hemos descuidado el
desarrollo en |
nosotros de la semejanza
con Cris- |
to, cuya imagen se nos
imprimió |
en el bautismo; no hemos
renun- |
ciado a nuestros ídolos, a
pesar de |
las repetidas desgracias
padecidas |
a causa de ellos,
especialmente por |
nuestro apego a las
riquezas, si las |
6 |
teníamos, o por tantas
envidias, si |
las codiciábamos. |
Puestos a mirar el futuro,
no lo |
hemos hecho pensando en
prepa- |
rar nuestra eternidad,
sino que nos |
hemos limitado a la
vanidad de |
anticipar celebraciones
triunfales |
de aquella gloria, a base
de mon- |
tar festivales apoteósicos
y enaje- |
nantes que nos
sugestionaban y |
facilitaban el olvido de
las mise- |
rias presentes. Hemos
permaneci- |
do ayunos de verdadera
esperanza |
cristiana y nos hemos
olvidado del |
presente, que es el
verdadero tiem- |
po de gracia, pero
igualmente el |
más fugaz por excelencia,
y se nos |
ha huido sin atender
nosotros a la |
urgencia de su reclamo, y
darle |
una respuesta de fe y
hacerlo fe- |
cundo de amor a Dios, a la
misma |
vida y a todos los
hombres. |
Hemos tenido la suerte de
la |
promesa de Cristo que ha
mante- |
nido la fidelidad de su
Iglesia, la |
cual se ha abstenido de
borrar ni |
una sola tilde del mensaje
divino |
de que es portadora; pero
nos ha |
molestado y hemos
discutido entre |
nosotros cuando un santo
nos ha |
comprometido, o un profeta
nos |
ha interpelado, o un
mártir se ha |
convertido en denuncia
pacífica de |
nuestra instalación,
"entre los bue- |
nos de siempre", como
si pudiera |
bastarnos el intento de
reducir la |
misión de la Iglesia de
Jesucristo |
a ser la depositaria de un
sistema |
de consuelos
burocratizados, en |
vez de mantenerla en la
contradic- |
ción martirial de ser fiel
a la tarea |
de reunirnos en la
comunión de |
Cristo y construir el
Reino de Dios, |
cuya historia se inauguró
con los |
tiempos nuevos, a partir
del naci- |
miento de Jesús, en Belén. |
No podemos despreciar la
gra- |
cia, no podemos rechazar
el tiem- |
po. San Felipe decía a los
jóvenes: |
«¡Dichosos vosotros, que
aún te- |
néis tiempo para haceros
santos!» |
Su época también fue de
grandes |
cambios, casi como la
nuestra. Es- |
temos atentos a la
fascinación ido- |
látrica que ejercen los
mayores po- |
deres del mundo y no
dejemos que |
nos seduzcan. Desde el
tiempo, sa- |
biamente, preparemos la
eternidad. |
La religión sin una
Iglesia es tan antinatural como una vida |
sin comida y vestido.
Cristo nos encuentra en el doble ta- |
bernáculo de una casa de
carne y una casa de hermanos, y |
él santifica ambas, no las
destruye. Nuestra primera vida |
está en nosotros mismos;
la segunda, en nuestros amigos. |
John Henry Newman, C. O., |
P. P. S. V, 279 |
7 |
Derribar el muro |
La paz esté con vosotros
—dice el sacerdote a todos los hijos de |
la Iglesia―, pues la
paz nos ha sido dada en abundancia |
por Jesús, Señor nuestro,
en quien podemos descansar. |
La paz esté con vosotros,
porque la muerte ha sido abolida la |
corrupción suprimida por
el Hijo del hombre, que mu- |
rió por nosotros y a todos
nos da vida. |
La Paz esté con vosotros,
pues el pecado es ya cosa pasada y el |
diablo ha sido condenado
gracias al Hijo de Adán, que lo |
ha vencido y nos ha hecho
vencedores a nosotros, los hi- |
jos de Adán. |
La paz esté con vosotros,
porque el Dios Padre de bondad se ha |
reconciliado con vosotros
por la muerte de su Hijo que- |
rido, que ha sufrido por
nosotros en la cruz. |
La paz esté con vosotros,
pues habéis sido reconciliados con los |
ángeles por aquel que
reina sobre los Ángeles y sobre |
todo el universo. |
La paz esté con vosotros,
porque habéis sido unidos todos, pue- |
blos y naciones; el muro
ha sido derribado por Jesús, |
ha destruido todo
obstáculo. |
La paz esté con vosotros,
pues la vida nueva os ha sido comu- |
nicada por aquel que es el
primogénito de toda criatura |
en la nueva creación. |
La paz esté con vosotros,
ya que habéis sido llamados al reino |
de los cielos por el que
nos precedió allí, y en los cielos |
ha preparado un lugar para
todos nosotros. |
(De la liturgia caldea) |
8 |
1990: AÑO DE NEWMAN |
LA CIRCUNSTANCIA de que en |
el año que acabamos de co- |
menzar se complete la
década |
de los ochenta, de nuestro
si- |
glo, ha sido motivo de
resúmenes |
y análisis sobre los más
variados |
temas, pero para nosotros,
oratoria- |
nos, al margen de la
sugerencia de |
la rotundidad de las
cifras, el año |
1990 tiene una especial
significa- |
ción, porque se cumple en
él el |
centenario de la muerte de
John |
Henry Newman, un preclaro
hijo |
de N. P. san Felipe Neri,
y cuya fi- |
gura se ha engrandecido a
la dis- |
tancia de un siglo,
durante el cual |
no solamente se han
editado y ree- |
ditado sus obras y
difundido sus |
ideas, sino que ha sido
objeto de |
numerosos estudios que han
puesto |
más al descubierto, por
una parte, |
la significación que su
personali- |
dad tuvo y mantiene con
vigencia |
creciente en la Iglesia,
y, por otra, |
la calidad espiritual de
su vida, |
sus virtudes, su santidad. |
Menos conocido en los
países |
latinos, a algunos puede
parecer- |
les desproporcionada la
dedicación |
que, de un tiempo a esta
parte, se |
le tributa en latitudes
como la |
nuestra. Atención que
puede dege- |
nerar en tópica o de
referencia re- |
petitiva de frases o
anécdotas sin |
profundización en su
biografía y |
su pensamiento,
quedándonos con |
la sola proclamación de
que fue |
«el gran convertido de
Oxford». |
Pero hay mucho más. Por
ello, mo- |
destamente, según la
capacidad y |
dimensión de nuestras
fuerzas, des- |
de estas páginas venimos
ofrecien- |
do algunas reflexiones y
esbozos |
sobre su persona, y, a la
vez, frag- |
mentos de sus escritos con
la mí- |
nima introducción que los
sitúe en |
su verdadero significado.
Pensa- |
mos cumplir con un deber
como |
filipenses, por ser él un
hermano |
nuestro, y como cristianos
y cató- |
licos, porque pertenece a
todos y |
a todos ha hecho mucho
bien. La |
vida, los escritos y la
personalidad |
de Newman tienen la
solidez y la |
validez de lo que no
envejece. En |
este sentido es un clásico
de la Igle- |
sia, como Pío XII y Pablo
VI ha- |
bían proclamado. |
Seguiremos, pues,
especialmente |
en este año 1990,
refiriéndonos a |
John Henry Newman,
convertido |
a la Iglesia católica y
fundador del |
Oratorio de San Felipe
Neri en In- |
glaterra, en el siglo
pasado. |
9 |
NEWMAN: |
EL PELIGRO |
DE LA RIQUEZA |
NEWMAN sabía bien lo que
era el dinero, pues ha- |
bía nacido en el seno de
una familia de banqueros |
y pudo experimentar, por
lo menos hasta la ado- |
lescencia, las ventajas de
la holgura económica, |
no sólo en el recinto
sereno y confortable del ho- |
gar, sino gozando de la
distinción social y del acceso privile- |
giado que proporciona un
excelente colegio con las puertas |
abiertas a una educación
de élite y a la cultura. Aun cuando |
a los quince años hubo de
pasar por la experiencia de la |
quiebra del banco de su
padre y los Newman perdieran casa, |
comodidades y todo su
dinero, quedó en él la impronta de |
una distinción y
exquisitez que su inteligencia, sencillez y ho- |
nestidad hicieron todavía
más amable. Honestidad que pudo |
aprender de Mr. Newman, su
padre, quien, ante la bancarro- |
ta, no dudó en pagar
absolutamente a todos los acreedores y |
ponerse a trabajar de
contable, sin ocurrírsele ninguna ma- |
niobra que le asegurara
alguna previsión económica. La rui- |
na total fue un golpe
durísimo, pero los Newman la asumie- |
ron con dignidad, sin
dramatismos ni detenerse en nostalgias. |
Cuando John Henry Newman,
a los veintiún años, fue |
elegido fellow del Oriel,
asegurose, con ello, su independen- |
ci 10 |
económica, pero muy pronto
tendría que ayudar al resto |
de los suyos, es decir, su
madre, dos hermanos y tres herma- |
nas, pues el padre moría
tres años después (1825) y él queda- |
ba, como primogénito,
sucediendo al jefe de familia, cuya |
responsabilidad asumió. |
La solicitud por su
familia fue sólo un capítulo, ya que |
su vida, tanto en la época
anglicana como de católico, estuvo |
siempre llena de proyectos
y obras que tuvieron que finan- |
ciarse: Movimiento de
Oxford y ediciones relativas, publica- |
ción de libros,
traducciones costosas, a veces no recompensa- |
das (como el caso de la
nueva Biblia católica), Universidad de |
Dublín; finalmente, el
Oratorio de Birmingham, con la joya de |
su iglesia, el Colegio del
Oratorio, etcétera. Cuidadoso sin |
egoísmo, fiado siempre en
la providencia divina, viviendo al |
día, serenamente, sin que
jamás diera la impresión de que |
nada que sea de Dios
pudiera depender del dinero. |
Los tiempos de Newman
eran, en Inglaterra, aquellos en |
que la nación se rehacía
de la crisis causada por las guerras |
napoleónicas. El
liberalismo económico, apenas inventado en |
Francia, pero sobre todo
sistematizado por Adam Smith en |
Inglaterra, parecía ser la
fórmula adecuada, porque decían |
formas de colonización y
dominio impuesto por la fuerza. |
11 |
que respondía a una ley
natural ventajosa para todos. En rea- |
lidad, las últimas guerras
habían servido a Inglaterra para ex- |
tender su hegemonía en
todos los mares del mundo, ocupando |
posiciones que le
permitieron crear el más grande imperio |
colonial y comercial jamás
conocido, y la convirtieron en el |
árbitro político y
económico mundial. Como ocurre en la ac- |
tualidad, desde la última
guerra mundial, con los Estados Uni- |
dos de América. No
faltaron los que establecían una relación |
directa entre las
condiciones de independencia personal que |
favorecía el
protestantismo y la capacidad creativa del libera- |
lismo económico,
constituido en justificación del capitalismo |
puro, liberado de las
trabas del mercantilismo medieval y de |
la excesiva intervención
del estado. Era el laissez-faire, laissez- |
aller de Vincent de
Gournay, convertido en el free trade a |
partir del libro La
riqueza de las naciones, de Adam Smith. |
El sentido práctico
anglosajón aplicado al libre cambio, su ex- |
pansión colonial hacia la
India y Australia, junto con el des- |
arrollo industrial, en
tiempo de Disraeli, fueron el motor de la |
prosperidad y prestigio
alcanzado en la era victoriana y de su |
poder económico, por
encima de los demás estados. El contra- |
luz de sus sombras vendría
luego, surgido del contraste entre |
la burguesía rica y los
obreros pobres, resultado de la indus- |
trialización. |
Algo parecido sucede en
nuestros días, en que el libera- |
lismo económico sigue
presente para la mejor garantía de |
felicidad y bienestar, por
lo menos allí donde el poder con- |
trole las fuentes
originales de la riqueza, mediante nuevas |
Ello explica el escándalo
de los presupuestos militares, en |
los que se consume la
tercera parte de las riquezas que el |
hombre consigue con todas
sus rentas. |
En esta situación de
entonces, válida también para nues- |
tros días, el joven
Newman, poco después de haber sido or- |
12 |
denado presbítero en su
Iglesia anglicana, pronunció uno de |
sus primeros sermones, con
el título que encabezan estas |
líneas. Tomó como pretexto
la figura de san Mateo, que sien- |
do rico se hizo pobre para
seguir a Cristo. Pero en realidad |
se trata de una réplica
contra el optimismo de la eficacia |
económica y la
satisfacción imperialista, que estaba en las |
ideas y en los gestos no
solamente de los políticos, sino de las |
mismas estructuras
eclesiásticas del anglicanismo, y que se |
infiltraba en las mentes
de los intelectuales influyendo ade- |
más en toda la nación.
Cuando Newman editó sus sermones |
lo incluyó en el segundo
volumen de «Parochial and Plain |
Sermons» (1835). Allí
llevaba el número XXVIII (pp. 343-357). |
Pensamos que puede ser
interesante y oportuno reproducir, |
ahora, algunos de sus
párrafos, como sigue. |
Si no estuviéramos
acostumbrados a leer el Nue- |
vo Testamento desde la
infancia, yo pienso que nos |
impresionarían más
vivamente las amonestaciones |
que en él se contienen, no
solamente contra el amor |
a las riquezas, sino
contra la simple posesión de las |
mismas; experimentaríamos
parte de la sorpresa |
que los apóstoles
sintieron al principio, educados |
como estaban según el
criterio de que la riqueza |
fuera la recompensa más
alta concedida por Dios |
a los que él ama. |
Si no fuera porque
rebajamos cada vez más la |
ya escasa importancia que
damos a las denuncias |
de la Escritura contra la
riqueza y el amor a la |
misma, el solo temor
debiera de haber sido razón |
suficiente para evitar
todo descuido, del mismo mo- |
do que cualquier cristiano
se detiene con solemne |
atención cuando piensa en
el Diluvio o en el juicio |
de Sodoma y Gomorra. |
Miedo a |
la verdad |
Tal consideración puede
llevarnos a sospechar |
que la negligencia en
cuestión no sea solamente |
descuido, sino debida a
que se trata de un tema que |
13 |
no resiste ser discutido
sin peligro o incomodidad |
para el mundo llamado
actualmente cristiano; es |
decir, sin hacer patente
la visible oposición y em- |
barazo entre la ley de
Dios y el «orgullo de la vi- |
da» (1). |
Veamos lo que dice la
letra de la Escritura al |
respecto. «¡Ay de
vosotros, los ricos, porque habéis |
recibido vuestro
consuelo!» (2). No se podrá negar |
que las palabras son
suficientemente claras, y que |
se dirigen a los
contemporáneos del Salvador. Ob- |
servemos, además, en toda
su fuerza, la palabra |
«consolación». Está usada
para que destaque el |
contraste frente a la
confortación prometida a los |
cristianos en la lista de
las Bienaventuranzas. Con- |
fortación en el pleno
sentido de la palabra, que |
incluye ayuda, guía,
aliento, apoyo, como promesa |
peculiar del Evangelio. El
Espíritu prometido, que |
tomó el puesto de Cristo,
fue llamado por él «el |
Consolador» (3). |
Recibieron |
su parte |
Se contiene, pues, algo
muy terri- |
ble en el aviso que
expresa el texto: los que poseen |
riquezas ya han recibido
su parte y todo con ellas, |
y no les cabe el opuesto
don celestial del Evange- |
lio. Idéntica doctrina
resulta de las palabras de |
nuestro Señor en la
parábola del hombre rico y el |
pobre Lázaro: «Hijo,
recuerda que tú recibiste bie- |
nes durante tu vida, y
Lázaro, al contrario, males; |
ahora, pues, él es aquí
consolado y tú atormenta- |
do» (4). En otra ocasión
dijo a sus discípulos: «¡Qué |
difícil es que los que
tienen riquezas entren en el |
Reino de Dios! Es más
fácil que un camello entre |
por el ojo de una aguja
que el que es rico entre en |
el Reino de Dios» (5). |
Tener y |
confiar |
Ahora bien, se suele
rebajar el significado de |
estos textos,
comentándolos en el sentido que están |
dirigidos no contra los
que tienen dinero, sino con- |
(1) 1 Jn 2, 16. |
(2) Le 6, 24. |
(3) Ju 14, 16. |
(4) Lc 16, 25. |
(5) Le 18, 24-25. |
14 |
tra los que confían en él:
casi como si no existiera |
ninguna conexión entre el
tener y el confiar, como |
si las palabras del
Evangelio no nos pusieran en |
guardia ante el peligro de
que la posesión de las |
riquezas conduce a la
confianza idolátrica en las |
mismas, como si los ricos
pudieran considerarse |
libres de temor y ansiedad
ante el riesgo de su re- |
probación. La condenación
de las riquezas, tal co- |
mo se pronuncia en el
Evangelio, es válida lo mismo |
en el siglo primero que en
el decimonono; tal conde- |
na pende como una amenaza
sobre el mundo actual |
lo mismo que sobre los
saduceos y fariseos del tiem- |
po de nuestro Señor. |
Pero, en verdad, que el
Señor pretendiera refe- |
rirse a las riquezas como
a una calamidad, en cier- |
to sentido, para los
cristianos resulta claro no sólo |
de los textos que se han
citado, sino también de su |
alabanza y exaltación de
la pobreza. Por ejemplo, |
«vended vuestros bienes y
dad limosna; haceos bol- |
sas que no se deterioren,
un tesoro que no os falla- |
rá en los cielos» (6). «Si
quieres ser perfecto, vete, |
vende lo que tienes y
dáselo a los pobres, y ten- |
drás un tesoro en los
cielos» (7). «Bienaventurados |
los pobres, porque vuestro
es el reino de Dios» (8). |
La pobreza |
«Cuando des una comida o
una cena, no llames a |
tus amigos, ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, |
ni a tus vecinos ricos...,
sino... llama a los pobres, |
a los lisiados, a los
cojos, a los ciegos» (9). Y de la |
misma manera Santiago:
«¿Acaso no ha escogido |
Dios a los pobres según el
mundo para hacerlos |
ricos en la fe y herederos
del Reino que prometió |
a los que le aman?»
(10)... |
Resulta claro que, según
el Evangelio, la ausen- |
cia de riquezas es, en sí
misma, un estado más cris- |
tiano y más bendecido que
la posesión de ellas. El |
peligro más evidente que
la posesión de bienes te- |
(6) Lc 12, 33. (7) Mt 19,
21. (8) Lc 6, 20. (9) Lc 16, 12-13. (10) St 2, 5. |
... |
15 |
rrenos presenta contra
nuestro bien espiritual es |
que prácticamente actúan
como sustituto, en nues- |
tros corazones, del único
objeto —Dios— al cual |
debemos nuestra suprema
dedicación. Mientras es- |
tán presentes los bienes
terrenos, Dios se nos hace |
invisible... De tal modo
las riquezas satisfacen las |
inclinaciones corrompidas
de nuestra naturaleza, |
que nos sirven de hecho
como deidades hacia las |
cuales no es preciso
rendir homenaje alguno, como |
ídolos mudos, que exaltan
al adorador, al que le |
inculcan la noción de
poder y de seguridad, hasta |
el abuso. En esto consiste
el primero y más agudo |
de los males... El peligro
de poseer riquezas nace |
de la seguridad carnal a
la cual encaminan; el de |
desearlas y buscarlas
viene de que un objeto de es- |
te mundo se nos presenta
como ideal y fin de esta |
vida. Siempre que nos
movemos en relación a un |
objeto de este mundo, por
más puro que sea, nos |
exponemos a la tentación
―no irresistible, gracias |
a Dios, pero siempre
verdadera tentación— de dar |
nuestro corazón a cambio,
con tal de alcanzarlo. |
Por esto llamamos a estos
objetos excitaciones, por |
que nos estimulan
incoherentemente precipitándo- |
nos hacia fuera de la
serenidad y de la firmeza de |
la fe en Dios. |
La firmeza |
de la fe |
Por consiguiente, aunque
debamos soportarlas |
cuando las padecemos, es
claramente anticristiano, |
una manifiesta locura y
pecado, meternos en ellas, |
tanto si se trata de
motivos seculares como religio- |
sos. Hombres hay de mente
enérgica y de talento |
dispuesto para la acción,
que son llamados a una |
vida de preocupaciones;
constituyen la compensa- |
ción y son los
antagonistas de los males del mundo, |
si bien no deben olvidar
su puesto: son hombres pa- |
ra el combate, fieles a
permanecer en el lugar para |
el cual Dios los ha
elegido, y dispuestos a soportar |
todas las dificultades
momentáneas, manteniendo |
en lo profundo del corazón
la visión verdadera de |
16 |
la fe cristiana; aunque,
después de todo, no son |
más que soldados en campo
abierto, pero no cons- |
tructores del Templo ni
habitantes de los «amables» |
y particularmente benditos
«Tabernáculos» en los |
que el adorador vive en la
alabanza y la interce- |
sión (11), mientras su
existencia discurre por la sen- |
cillez de la vida
ordinaria. «Marta, Marta, te afanas |
y preocupas por muchas
cosas; y hay necesidad de |
pocas, o, mejor, de una
sola. María ha elegido la |
parte buena, que no le
será quitada» (12). |
Confiar |
en Dios |
Forma parte de la
prudencia cristiana darse |
cuenta de que nuestros
empeños no se conviertan |
en búsqueda (13). Oiréis a
los hombres que hablan |
de la riqueza, como si
fuese lo que importa en la |
vida. Y tal vez lleguen a
sostener que es el deber |
del hombre, después de la
caída de Adán, que «co- |
ma el pan> con esfuerzo
y ansiedad, «con el sudor |
de su frente» (14). ¡Cuán
extraño que no recuerden |
la dulce promesa de Cristo
aboliendo la maldición |
original y, de este modo,
poniendo fin a la necesi- |
dad de cualquier búsqueda
«del alimento perece- |
dero»! (15). Para
liberarnos de las ataduras de la co- |
rrupción nos ha dicho
expresamente que no faltará |
lo necesario para la vida
a quien le siga fielmente, |
como no faltó la comida y
el aceite a la viuda de |
Sarepta (16). «No andéis
preocupados diciendo: |
¿Qué vamos a comer?, ¿qué
vamos a beber?, ¿con |
qué nos vamos a vestir?
Que por todas esas cosas |
se afanan los gentiles; y
ya sabe vuestro Padre ce- |
lestial que tenéis
necesidad de todo esto. Buscad |
primero su Reino y su
justicia, y todas esas cosas |
se os darán por añadidura»
(17). De acuerdo con el |
(11) Sal 83. (12) Le 10,
41-42. |
(13) Newman se refiere al
poder político, en el que se infiltra el egoísmo con descuido |
de servir al bien de los
demás y no tomarlo como disfrute de derechos privilegia- |
dos, dado que este poder
no puede ser un bien en sí mismo. De manera parecida |
en los negocios terrenos.
También las modas. Todo esto que el mundo codicia y |
alaba, pero que dispersa
la mente y miserabiliza al hombre. |
(14) Gn 3, 17. (15) Jn 6,
27. (16) 1 R 17, 7...; Le 4, 26. (17) Mt 6, 31-33. |
17 |
divino Maestro, las
palabras del Apóstol: «Nosotros |
no hemos traído dada al
mundo y nada podemos |
llevarnos de él. Mientras
tengamos comida y ves- |
tido, estemos contentos
con eso» (18). «El tiempo es |
corto... La apariencia de
este mundo pasa» (19). «No |
os inquietéis por cosa
alguna; antes bien presentad, |
en toda ocasión, vuestras
peticiones a Dios, con ora- |
ciones y súplicas,
acompañadas de la acción de gra- |
cias» (20). Y san Pedro:
«Confiadle todas vuestras |
preocupaciones, pues él
cuida de vosotros» (21). |
Falso dios |
He dado la razón principal
de por qué la bús- |
queda de ganancias, tanto
en lo pequeño como en lo |
grande, es perjudicial
para nuestros intereses espi- |
rituales, porque fija la
mente sobre una finalidad |
de este mundo, mientras
descuida otros. El dinero |
es una especie de
creación, que proporciona al que |
está pendiente de
adquirirlo, incluso más que a |
quien ya lo posee, una
imaginación del propio po- |
der, y tiende a hacer de
él su propio ídolo. Y ade- |
más, deseamos no
separarnos de lo que hemos ad- |
quirido con esfuerzo, de
tal modo, que el hombre |
que ha conseguido crearse
una riqueza será por lo |
común avaro y no se
separará de ella, a menos que |
sea a cambio de que
aumente su crédito o el reco- |
nocimiento de su
importancia. Aun cuando su con- |
ducta se muestre más
desinteresada y cordial, como |
cuando gaste para la
comodidad de los que depen- |
den de él, se insinuará
siempre la indulgencia para |
sí mismo, y el orgullo y
la mundanidad. |
2. Y si tal es el efecto
de la avidez de ganancias |
en los individuos, otro
tanto será para las naciones; |
y si el peligro es tan
grande en un caso, ¿por qué |
ha de ser menor en el
otro? |
Más bien, considerando que
todo alcanzará el |
fin hacia el cual se
dirige, en el desarrollo natural |
de las circunstancias, ¿no
es cierto que cualquier |
(18) 1Tm 6, 7-8. (19) 1Co
7, 29... (20) Flp 4,7. (21) IP 5, 7; Sal 55, 23. |
... |
18 |
colectividad, cualquier
sociedad que tenga como fin |
las ganancias, tomará la
forma de estos sentimien- |
tos, y modelada según este
carácter que acabamos |
de describir? |
Peligro nacional |
Con este pensamiento,
debería preo- |
cupar y asustar el hecho
de pertenecer a una na- |
ción que, en gran parte,
subsiste apoyada en el |
afán de hacer dinero. No
quiero seguir, ni apurar |
el argumento de si los
actuales males políticos tie- |
nen su raíz en aquel
principio que san Pablo llama |
«raíz de todo mal» (22),
es decir, el amor al dinero. |
Consideremos solamente el
hecho de que verdadera- |
mente somos un pueblo
ávido de hacer dinero, mien- |
tras tenemos delante la
declaración de nuestro Sal- |
vador contra las riquezas
y contra la confianza en |
las riquezas, y tendremos
sobrada materia para una |
seria meditación. |
Finalmente, con esta
sombría idea frente a nos- |
otros sobre nuestra
condición y prospectiva como |
nación, el ejemplo de san
Mateo nos consuela, pues- |
to que nos sugiere que
nosotros, ministros de Cristo, |
podemos hacer uso de una
gran libertad de palabra |
y exponer sin reserva
alguna el peligro de las rique- |
zas y el afán de
ganancias, sin acritudes ni faltas |
de caridad hacia todos los
que están expuestos a ta- |
les males. Pues a ellos
les es posible convertirse en |
hermanos del Evangelista
que lo dejó todo por amor |
a Cristo. Además, otros
como ellos —¡Dios sea bendi- |
to!— lo han hecho en todas
las edades. |
La conversión |
necesaria |
Y, en propor- |
ción a la violencia de la
tentación que les envuelve, |
es su bendición y su
gloria si ellos son capaces, en |
medio de «los tesoros del
mar» (23) y la «gran sa- |
gacidad de su comercio»,
de oír la voz de Cristo y |
cargar con la propia cruz
y seguirle. |
|
(22) 1Tm 6, 10. |
(23) Is 60,5. Newman
piensa, sin duda, en la lamentación por la caída de Tiro, descrita |
en Ez (cap. 27), y lugares
paralelos en ls 23, 28, y Ap 18, 23. Recuerda, igualmente, |
estas palabras del PRAYER
BOOK 107, 23, (ed. 1662): «They that go down to the |
sea in ships and occupy
their business in great waters; these men see the works of |
the Lord: and his wonders
in the deep*. Los imperios del mundo no duran para |
siempre. |
19 |
Justicia y Paz. |
La paz sin justicia es la
paz de la muerte o de la represión, ge- |
neradora de nuevas
violencias o de mártires. Mientras tanto, los |
hombres y las naciones
gastan casi la mitad de sus ganancias |
en medidas de seguridad y
armas para defender lo que han ad- |
quirido o adquieren
injustamente. Llaman alianzas para la paz |
a lo que son complicidades
para perpetuar las injusticias. Se |
impone silencio a quien
clama por la justicia, aunque lo haga |
sin violencia. La no
violencia es más temida por los inicuos que |
la violencia manifiesta,
porque no puede ser tan fácilmente de- |
nigrada. Impera la razón
de la fuerza sobre la fuerza de la ra- |
zón. Se silencia
hipócritamente o se huye de la razón, que se |
enmascara con tópicos
irracionales para engañar a inocentes. |
Por eso no hay o está en
peligro la paz. Pero quien la desee |
de corazón la encontrará a
partir de las |
bienaventuranzas del
Evangelio. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita o imprime: Congregación del Oratorio |
PL San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 21.1.90 |
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